El principe Lestat - Anne Rice
acrílica, y utilizando una sola brocha hasta que se cayó a trozos, había cubierto las paredes agrietadas con brillantes pinturas de los árboles, las enredaderas y las flores que había visto en Río de Janeiro, y también las caras, sí, las hermosas caras brasileñas que veía en todas partes, caminando de noche por el Corcovado bajo la lluvia tropical, o en las playas interminables de la ciudad, o en los ruidosos clubs nocturnos, siempre iluminados con colores estridentes, que solía frecuentar para captar expresiones, imágenes —el brillo fugaz de un pelo precioso, la forma esbelta de unos brazos— como quien recoge guijarros entre la espuma
de la orilla del mar. Todo esto volcaba en su pintura febril, apresurándose como si pudiera aparecer en cualquier momento la policía con sus viejas y cansadas admoniciones. «Caballero, no puede pintar en estos edificios abandonados, ya se lo hemos dicho». ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué era tan reacio a entrometerse en el mundo de los mortales? ¿Por qué no competía con aquellos brillantes pintores nativos que desplegaban sus murales en los pasos subterráneos de la autopista y en los muros medio desmoronados de las favelas? De hecho, tenía previsto un proyecto
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acrílica, y utilizando una sola brocha<br />
hasta que se cayó a trozos, había<br />
cubierto las paredes agrietadas con<br />
brillantes pinturas de los árboles, las<br />
enredaderas y las flores que había visto<br />
en Río de Janeiro, y también las caras,<br />
sí, las hermosas caras brasileñas que<br />
veía en todas partes, caminando de<br />
noche por el Corcovado bajo la lluvia<br />
tropical, o en las playas interminables<br />
de la ciudad, o en los ruidosos clubs<br />
nocturnos, siempre iluminados con<br />
colores estridentes, que solía frecuentar<br />
para captar expresiones, imágenes —el<br />
brillo fugaz de un pelo precioso, la<br />
forma esbelta de unos brazos— como<br />
quien recoge guijarros entre la espuma