El principe Lestat - Anne Rice
Oscuridad. Podías sufrir quemaduras como aquella y resistirlo. Podías sufrir lo que para cualquier ser humano habría implicado la muerte y seguir adelante. La música y el dolor eran los misterios gemelos de su existencia. Ni siquiera la propia Sangre Oscura lo obsesionaba tanto como la música y el dolor. Tendido junto a Lestat en la cama con baldaquín, Antoine veía su boca abierta en un gemido perpetuo, veía su dolor en colores centelleantes. No puedo seguir viviendo así, pensaba. Y sin embargo, no quería morir, no, morir nunca, ni siquiera ahora, cuando el apetito de sangre humana lo arrastraba afuera por las noches, a pesar de que su cuerpo no
era otra cosa que dolor, un dolor exasperado por el roce de su camisa, de sus pantalones, incluso de sus botas. Dolor, sangre y música. Durante treinta años, había vivido como un monstruo espantoso cubierto de cicatrices, alimentándose de los mortales más débiles, cazando en los suburbios atestados de inmigrantes irlandeses. Ahora hacía música sin tocar un teclado. La oía en su cabeza, la oía brotar y elevarse a medida que movía los dedos en el aire. Los ruidos de las chabolas infestadas de ratas o de las carcajadas de una taberna de estibadores, captados entre el runrún de voces o entre los alaridos de sus
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Oscuridad. Podías sufrir quemaduras<br />
como aquella y resistirlo. Podías sufrir<br />
lo que para cualquier ser humano habría<br />
implicado la muerte y seguir adelante.<br />
La música y el dolor eran los misterios<br />
gemelos de su existencia. Ni siquiera la<br />
propia Sangre Oscura lo obsesionaba<br />
tanto como la música y el dolor. Tendido<br />
junto a <strong>Lestat</strong> en la cama con baldaquín,<br />
Antoine veía su boca abierta en un<br />
gemido perpetuo, veía su dolor en<br />
colores centelleantes. No puedo seguir<br />
viviendo así, pensaba. Y sin embargo,<br />
no quería morir, no, morir nunca, ni<br />
siquiera ahora, cuando el apetito de<br />
sangre humana lo arrastraba afuera por<br />
las noches, a pesar de que su cuerpo no