El principe Lestat - Anne Rice
clavaban en la sien como un dedo insistente. —De acuerdo, «belleza». ¿Y qué? —dije. Él gimió, sollozó, entró en un delirio mareante, incoherente. Desconecté durante un año, me parece, pero seguía sintiendo su vibración bajo la superficie. Luego, dos años más tarde, calculo, empezó a dirigirse a mí por mi nombre. —¡Lestat, príncipe malcriado! —Ay, déjalo ya. —No, tú, príncipe malcriado, mi príncipe, muchacho, ay, muchacho, Lestat… —Luego repitió estas palabras en diez lenguas modernas y seis o siete
antiguas. Me dejó impresionado. —Dime quién eres, si acaso —le dije con tono sombrío. Tenía que confesar que, cuando me sentía extremadamente solo, me alegraba contar con su compañía. Y ese no era un buen año para mí. No paraba de vagar sin rumbo. Estaba harto de todo. Me sentía furioso conmigo mismo porque la «belleza» de la vida no me saciaba, no contribuía a hacer más soportable mi soledad. De noche, andaba por las selvas y los bosques alzando las manos para tocar las hojas de las ramas bajas, llorando en silencio, farfullando también mucho. Vagué por Centroamérica, visitando las
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clavaban en la sien como un dedo<br />
insistente.<br />
—De acuerdo, «belleza». ¿Y qué?<br />
—dije.<br />
Él gimió, sollozó, entró en un delirio<br />
mareante, incoherente. Desconecté<br />
durante un año, me parece, pero seguía<br />
sintiendo su vibración bajo la<br />
superficie. Luego, dos años más tarde,<br />
calculo, empezó a dirigirse a mí por mi<br />
nombre.<br />
—¡<strong>Lestat</strong>, príncipe malcriado!<br />
—Ay, déjalo ya.<br />
—No, tú, príncipe malcriado, mi<br />
príncipe, muchacho, ay, muchacho,<br />
<strong>Lestat</strong>… —Luego repitió estas palabras<br />
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