El principe Lestat - Anne Rice
la mano. Los seres humanos lo miraban fijamente. Bueno, que mirasen. Tenía lleno de mugre su pelo castaño, naturalmente, y también los andrajos que llevaba puestos, pero apretó el paso con agilidad y se alejó rápidamente de los curiosos. Luego bajó la vista. Iba descalzo. «¿Y quién dice que no puedo andar descalzo?» Se rio por lo bajini. Después de alimentarse, se bañaría, se lavaría a conciencia y haría lo necesario para pasar desapercibido. ¿Cómo había llegado a este país?, se preguntó. Estas cosas a veces las recordaba y otras veces, no. ¿Y por qué andaba buscando ese lugar en particular: un edificio estrecho
que veía todo el rato en su mente? «Tú ya sabes lo que quiero de ti». —No, no lo sé —dijo en voz alta—. Y ya veremos si lo hago. «Ah, sí, ya lo creo. —La respuesta resonó con toda claridad en su cerebro —. Si no haces lo que yo quiero, te castigaré». Él se echó a reír. —¿Te crees capaz? Desde que tenía memoria, muchos otros bebedores de sangre habían amenazado con castigarlo. En la ladera del monte Fuji, hacía mucho tiempo, un anciano bebedor de sangre le había dicho: «Esta tierra es mía». Bueno, adivina lo que le pasó. Se
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que veía todo el rato en su mente?<br />
«Tú ya sabes lo que quiero de ti».<br />
—No, no lo sé —dijo en voz alta—.<br />
Y ya veremos si lo hago.<br />
«Ah, sí, ya lo creo. —La respuesta<br />
resonó con toda claridad en su cerebro<br />
—. Si no haces lo que yo quiero, te<br />
castigaré».<br />
Él se echó a reír.<br />
—¿Te crees capaz?<br />
Desde que tenía memoria, muchos<br />
otros bebedores de sangre habían<br />
amenazado con castigarlo.<br />
En la ladera del monte Fuji, hacía<br />
mucho tiempo, un anciano bebedor de<br />
sangre le había dicho: «Esta tierra es<br />
mía». Bueno, adivina lo que le pasó. Se