El principe Lestat - Anne Rice
Deseaba desesperadamente hablar con el tío Lestan sobre Gardner, pero no podía ser. Escribió extensas cartas y se las mandó al abogado de París, y recibió como respuesta pequeños regalos conmovedores. Sin duda procedían del abogado, pensó. Aunque, por otra parte, cada uno venía con una tarjeta firmada por el tío Lestan; y esas tarjetas eran más preciadas para ella que los collares de perlas y los broches de amatista. Seguro que el tío Lestan reconocería un día el talento excepcional de Gardner, así como su pasión y su genio. En las clases, mientras escuchaba encandilada, Gardner Paleston se convertía para ella en el ser más
sensible e inteligente que hubiera podido imaginar. No era tan guapo como el tío Lestan, no. De hecho, parecía más viejo, quizá porque no tenía la salud del tío Lestan, no lo sabía. Pero al final llegó a amarlo todo de Gardner; incluida su nariz aguileña, su frente despejada y los largos dedos con los que gesticulaba teatralmente mientras se paseaba de un extremo a otro del aula. Qué decepcionado se sentía, dijo un día, qué apesadumbrado, repitió amargamente, al comprobar que «¡ni un solo alumno de esta clase entiende una décima parte de lo que estoy diciendo!». Bajó la cabeza, cerró lo ojos, apretándose el puente de la nariz con los
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sensible e inteligente que hubiera<br />
podido imaginar. No era tan guapo como<br />
el tío Lestan, no. De hecho, parecía más<br />
viejo, quizá porque no tenía la salud del<br />
tío Lestan, no lo sabía. Pero al final<br />
llegó a amarlo todo de Gardner; incluida<br />
su nariz aguileña, su frente despejada y<br />
los largos dedos con los que gesticulaba<br />
teatralmente mientras se paseaba de un<br />
extremo a otro del aula.<br />
Qué decepcionado se sentía, dijo un<br />
día, qué apesadumbrado, repitió<br />
amargamente, al comprobar que «¡ni un<br />
solo alumno de esta clase entiende una<br />
décima parte de lo que estoy diciendo!».<br />
Bajó la cabeza, cerró lo ojos,<br />
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