El principe Lestat - Anne Rice
Voz. Tengo cosas que hacer. —Ya me temía que adoptarías esta actitud —dijo—. Debería haberlo sabido. —¿Dónde estás, Voz? ¿Quién eres? ¿Por qué nos comunicamos siempre así, en encuentros auditivos y solo en los momentos más extraños? ¿Nunca vamos a vernos cara a cara? Ay, qué grave error. En cuanto salieron de mi boca estas palabras, miré el gran espejo del siglo XVIII que había sobre la repisa de la chimenea, y ahí estaba, con el aspecto de mi propio reflejo: con mi pelo suelto y con la anticuada camisa de puños vueltos que llevaba puesta; solo que, por lo demás,
no se limitaba a reflejarme, sino que me miraba como si estuviese atrapado en una caja de cristal. Mi cara se retorció con enojo en el espejo, de un modo casi petulante e infantil. Estudié la imagen un momento y luego empleé mis poderes para obligarla a desaparecer. Cosa extremadamente agradable. Sutil y agradable. Ahora era capaz de hacer estas cosas. Y aunque oía un retumbo de fondo en mi cabeza, logré ahogarlo bajo la música, bajo la deliciosa música de Sybelle que salía de mi ordenador: Sybelle tocando el piano desde Nueva York. La verdad, simplemente, era que ya no estaba interesado en él, en ese ser. Ni
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no se limitaba a reflejarme, sino que me<br />
miraba como si estuviese atrapado en<br />
una caja de cristal. Mi cara se retorció<br />
con enojo en el espejo, de un modo casi<br />
petulante e infantil.<br />
Estudié la imagen un momento y<br />
luego empleé mis poderes para obligarla<br />
a desaparecer. Cosa extremadamente<br />
agradable. Sutil y agradable. Ahora era<br />
capaz de hacer estas cosas. Y aunque oía<br />
un retumbo de fondo en mi cabeza, logré<br />
ahogarlo bajo la música, bajo la<br />
deliciosa música de Sybelle que salía de<br />
mi ordenador: Sybelle tocando el piano<br />
desde Nueva York.<br />
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no estaba interesado en él, en ese ser. Ni