El principe Lestat - Anne Rice
íntimamente en este cuerpo. Sentí su poderoso corazón contra mi pecho. Su piel sedosa y fragante, impregnada de un sutil perfume masculino. Sus dedos me provocaron una vaga excitación cuando tomó mi mano. Sangre de mi Sangre. —¿Por qué quiere la gente que intervenga en todo este asunto? —le pregunté—. Yo no sé qué hacer. —Tú eres una estrella en nuestro mundo —dijo él—. Tú mismo te convertiste en una estrella. Y antes de que digas nada de un modo irreflexivo o irritado, recuerda: esto es lo que querías ser. Pasamos juntos varias horas. Nos escabullimos por encima de los
tejados a demasiada velocidad para que los neófitos pudieran seguir nuestro rastro. Nos deslizamos por las callejas de Les Halles y por el umbrío interior de la vieja iglesia de Saint-Eustache, con sus pinturas de Rubens. Buscamos la pequeña Fontaine des Innocents, en la Rue Saint-Denis —una reliquia de los viejos tiempos— que se hallaba junto al muro del desaparecido cementerio. Aquello llenaba mi corazón de alegría y de angustia. Evoqué los recuerdos de mis batallas con Armand y sus seguidores, que creían fervientemente que éramos siervos del Demonio. Toda aquella superstición.
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íntimamente en este cuerpo. Sentí su<br />
poderoso corazón contra mi pecho. Su<br />
piel sedosa y fragante, impregnada de un<br />
sutil perfume masculino. Sus dedos me<br />
provocaron una vaga excitación cuando<br />
tomó mi mano. Sangre de mi Sangre.<br />
—¿Por qué quiere la gente que<br />
intervenga en todo este asunto? —le<br />
pregunté—. Yo no sé qué hacer.<br />
—Tú eres una estrella en nuestro<br />
mundo —dijo él—. Tú mismo te<br />
convertiste en una estrella. Y antes de<br />
que digas nada de un modo irreflexivo o<br />
irritado, recuerda: esto es lo que querías<br />
ser.<br />
Pasamos juntos varias horas.<br />
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