El principe Lestat - Anne Rice

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Pero también, por una vez, se le partía un poco el corazón por él mismo. Y este quizás era el cambio real que se había producido en él, el cambio que había acogido con tal alegría: que ahora podía verse a sí mismo como una parte de este mundo inmenso y reluciente. Él no era una parte de una fuerza desprovista de sentido que trataba de destruir el mundo. No, él era parte del mundo. Parte de todo esto: de esta noche de dulce y suave lluvia, de este jardín rumoroso, con sus flores fragantes y sus árboles mecidos por el viento. Y era parte del fragor de la ciudad que se alzaba en torno de él, y parte de la música rutilante que venía del interior

de la casa. Parte de la hierba que tenía bajo los pies, y de las diminutas y despiadadas hordas de seres alados que querían devorar al ser humano que esperaba allí, indefenso, una tumba apropiada. Pensó de nuevo en Lestat, sonriente, seguro de sí mismo, luciendo el manto del poder con tanta soltura como había lucido siempre sus galas antiguas o modernas. Y en voz baja, dijo: —Amado hacedor, amado Príncipe, pronto estaré contigo. Martes, 26 de noviembre de 2013 Palm Desert

de la casa. Parte de la hierba que tenía<br />

bajo los pies, y de las diminutas y<br />

despiadadas hordas de seres alados que<br />

querían devorar al ser humano que<br />

esperaba allí, indefenso, una tumba<br />

apropiada.<br />

Pensó de nuevo en <strong>Lestat</strong>, sonriente,<br />

seguro de sí mismo, luciendo el manto<br />

del poder con tanta soltura como había<br />

lucido siempre sus galas antiguas o<br />

modernas.<br />

Y en voz baja, dijo:<br />

—Amado hacedor, amado Príncipe,<br />

pronto estaré contigo.<br />

Martes, 26 de noviembre de 2013<br />

Palm Desert

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