El principe Lestat - Anne Rice
los pájaros y el rumor de las voces humanas. Dejando aparte la voz de la radio, de ese bebedor de sangre de Norteamérica que sonaba por ahí, en las tierras de la región de Tokio, a través de un ordenador o un teléfono móvil. —La Voz está ahora con nosotros. La Voz es la raíz de nuestra tribu. ¿Qué podía significar eso? Salió sigilosamente a la noche cálida. Ahora parecía que hablaba otro a través de la radio, y no era uno de aquellos jóvenes desesperados que llamaban llorando a Benji Mahmoud para pedirle consuelo o ayuda. No. Esta
era una voz tranquila que se limitaba a hablar, a hablar del silencio que había descendido sobre «nuestro mundo». Antes de la medianoche, Cyril había explorado el silencio de Pekín y el silencio de Hong Kong. ¿Era la sed lo que lo había despertado, o era la curiosidad? Algo había ocurrido, algo tan extraordinario como el despertar de la Reina, años atrás, o como la aparición de la Voz. ¡Los demás se habían marchado! Siguió adelante. Pasó a Bombay, luego a Calcuta, y después a las ciudades de los dos ríos y al poderoso Nilo. Se habían marchado todos, en cada
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Norteamérica que sonaba por ahí, en las<br />
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—La Voz está ahora con nosotros. La<br />
Voz es la raíz de nuestra tribu.<br />
¿Qué podía significar eso?<br />
Salió sigilosamente a la noche<br />
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Ahora parecía que hablaba otro a<br />
través de la radio, y no era uno de<br />
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