El principe Lestat - Anne Rice
en París, mejor de lo que había esperado, con toda esa vida vertiginosa alrededor, con las magníficas luces de los Champs-Élysées y la perspectiva de volver a recorrer las galerías del Louvre de madrugada, de merodear por el Pompidou o de pasear simplemente por las callecitas del Marais. Me pasaba horas en la Sainte-Chapelle, en el museo de Cluny, cuyos viejos muros medievales adoraba porque me recordaban enormemente los edificios que yo había conocido, de joven, cuando era un ser viviente. Una y otra vez oí de cerca, casi a mi lado, a los bebedores de sangre bastardos peleando entre sí, jugando al
gato y al ratón en los callejones, acosando y torturando a sus víctimas mortales con una crueldad que me dejaba atónito. Pero eran una pandilla de cobardes. Y ellos no detectaban mi presencia. Bueno, a veces presentían que un anciano andaba por las inmediaciones. Pero nunca llegaban a aproximarse lo bastante para confirmar sus sospechas. Es más, huían despavoridos en cuanto captaban los latidos de mi corazón. Una y otra vez me llegaban flashes desconcertantes del pasado, de aquellos viejos tiempos en los que se celebraban sangrientas ejecuciones en la Place de Grève. Hasta las avenidas más
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en París, mejor de lo que había<br />
esperado, con toda esa vida vertiginosa<br />
alrededor, con las magníficas luces de<br />
los Champs-Élysées y la perspectiva de<br />
volver a recorrer las galerías del Louvre<br />
de madrugada, de merodear por el<br />
Pompidou o de pasear simplemente por<br />
las callecitas del Marais. Me pasaba<br />
horas en la Sainte-Chapelle, en el museo<br />
de Cluny, cuyos viejos muros<br />
medievales adoraba porque me<br />
recordaban enormemente los edificios<br />
que yo había conocido, de joven, cuando<br />
era un ser viviente.<br />
Una y otra vez oí de cerca, casi a mi<br />
lado, a los bebedores de sangre<br />
bastardos peleando entre sí, jugando al