El principe Lestat - Anne Rice
permanecían en un lado, junto a las puertas vidrieras, observándonos—, pero no a los espíritus y fantasmas de la Talamasca? ¿Y por que todos, esta augusta compañía, me miraban a mí? —Escuchadme —dije—. Yo no llevo siquiera trescientos años en la Sangre, como decís ahora. ¿Por qué me habéis colocado aquí? Marius, ¿qué esperas de mí? Sevraine, ¿por qué no ocupas tú este lugar? ¿O tú? —dije, volviéndome hacia uno de los bebedores de sangre más serenos del grupo. «Gregory»—. Sí, muy bien, Gregory — dije—. ¿Hay alguien que conozca nuestro mundo y el mundo de los
humanos mejor que tú? Gregory me parecía tan anciano como Maharet o Jayman, y su aspecto resultaba, a la vez, tan humano que habría convencido a cualquiera. Refinamiento y capacidad, y una fuerza incalculable, eso era lo que veía en él. No dejé de observar también que iba vestido con las prendas más elegantes que el mundo puede ofrecer; que llevaba una camisa hecha a mano y lucía un reloj de oro en la muñeca que debía de valer tanto como un diamante. Nadie se movió ni habló. Marius me observaba con una leve sonrisa. Iba con un sencillo traje negro, camisa y corbata. A su lado, vestido de manera
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Gregory me parecía tan anciano<br />
como Maharet o Jayman, y su aspecto<br />
resultaba, a la vez, tan humano que<br />
habría convencido a cualquiera.<br />
Refinamiento y capacidad, y una fuerza<br />
incalculable, eso era lo que veía en él.<br />
No dejé de observar también que iba<br />
vestido con las prendas más elegantes<br />
que el mundo puede ofrecer; que llevaba<br />
una camisa hecha a mano y lucía un reloj<br />
de oro en la muñeca que debía de valer<br />
tanto como un diamante.<br />
Nadie se movió ni habló. Marius me<br />
observaba con una leve sonrisa. Iba con<br />
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