El principe Lestat - Anne Rice
Maharet y aguardaban al acecho, cada uno a un lado de la puerta, armados con los machetes del jardín. Jayman volvía cansado y apático, entristecido, despeinado por el viento. Entró tan exhausto en la habitación que ni siquiera acertó a buscar una silla donde reposar. Durante un buen rato, permaneció en la entrada respirando lenta y regularmente con las manos en los costados. Entonces reparó en las oscuras y grasientas manchas que cubrían el suelo de barro. Vio el hollín, las cenizas. Vio la tierra removida, allí donde la habían enterrado precipitadamente. Alzó la vista y se giró en redondo.
Pero demasiado tarde. Con los dos machetes, le asestaron un tajo por cada lado en su cuello poderoso y lo decapitaron casi en el acto. No salió de él una palabra y, cuando su cabeza cayó, tenía los ojos totalmente abiertos de asombro. Rhosh la recogió y bebió la sangre que rezumaba del cuello. La sujetó con ambas manos y, aunque tenía la vista nublada y los oídos palpitantes, vio cómo agonizaba el cuerpo decapitado mientras él succionaba la sangre del cerebro: esa sangre poderosa y espesa, esa viscosa y deliciosa sangre antigua.
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Pero demasiado tarde.<br />
Con los dos machetes, le asestaron<br />
un tajo por cada lado en su cuello<br />
poderoso y lo decapitaron casi en el<br />
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No salió de él una palabra y, cuando<br />
su cabeza cayó, tenía los ojos totalmente<br />
abiertos de asombro.<br />
Rhosh la recogió y bebió la sangre<br />
que rezumaba del cuello.<br />
La sujetó con ambas manos y, aunque<br />
tenía la vista nublada y los oídos<br />
palpitantes, vio cómo agonizaba el<br />
cuerpo decapitado mientras él<br />
succionaba la sangre del cerebro: esa<br />
sangre poderosa y espesa, esa viscosa y<br />
deliciosa sangre antigua.