El principe Lestat - Anne Rice
pensó que moriría bajo su peso abrumador. Sintió como si el aliento se le atascara en el pecho y la garganta, amenazando con asfixiarlo. Se pasó los dedos por el pelo; y de repente, empezó a tirar de él, lo dividió en dos grandes mechones y tiró hasta que le dolió, hasta que el dolor le llegó al cerebro. Se dirigió tambaleándose al umbral. Allí, a solo diez metros, se hallaba de pie la otra, inmutable: una solitaria figura en medio de la noche, mirando en derredor con una expresión errante, con una destellante mirada que recorría sin cesar las hojas, los árboles, las criaturas que se movían en las ramas altas, la luna
allí en lo alto. —¡Debes hacerlo ahora! —rugió la Voz—. Hazle lo que le has hecho a su hermana, y después toma su cerebro e introdúcelo dentro de ti. ¡Hazlo! —gritó la Voz. Benedict estaba a su lado, pegado a él. Rhosh vio el machete ensangrentado en la mano derecha de Benedict. Pero no hizo ademán de cogerlo. El dolor se le retorcía y anudaba por dentro, como una cuerda ceñida en torno a su corazón. No podía hablar. No podía pensar. «He hecho algo malvado. He cometido un acto indecible». —Te digo que lo hagas —dijo la Voz
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pensó que moriría bajo su peso<br />
abrumador. Sintió como si el aliento se<br />
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Se pasó los dedos por el pelo; y de<br />
repente, empezó a tirar de él, lo dividió<br />
en dos grandes mechones y tiró hasta<br />
que le dolió, hasta que el dolor le llegó<br />
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Se dirigió tambaleándose al umbral.<br />
Allí, a solo diez metros, se hallaba<br />
de pie la otra, inmutable: una solitaria<br />
figura en medio de la noche, mirando en<br />
derredor con una expresión errante, con<br />
una destellante mirada que recorría sin<br />
cesar las hojas, los árboles, las criaturas<br />
que se movían en las ramas altas, la luna