El principe Lestat - Anne Rice

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Voz. —¡Y no me atrevo a intentar disuadirla, porque yo soy lo que más teme del mundo! Entrevió una silueta oscura a la izquierda. La intuyó mientras cogía el machete y observaba cómo se desprendía el barro seco de la hoja. Alzó lentamente los ojos y distinguió la figura de una de las dos gemelas, que estaba mirándolo fijamente. Una de ellas, sí, ¿pero cuál? Se había quedado petrificado con el machete en la mano. Aquellos ojos azules estaban fijos en él con una especie de soñadora indiferencia. La luz que salía del arco de la entrada

ecortaba el rostro terso e inexpresivo. Luego, con la misma indiferencia, los ojos se apartaron de él. —Esa es Mekare —susurró la Voz —. Es mi prisión. ¡Vamos! Muévete como si supieras adónde vas. ¿Sabes adónde vas? Un llanto apagado y desgarrador llegó a sus oídos. Venía de la habitación iluminada que quedaba más allá del arco. Caminó por el sendero de tierra blanda, asiendo el machete con la mano derecha, acariciando el mango de madera con los dedos. Un mango fuerte, pesado. Una hoja monstruosa. Quizá midiera sesenta centímetros. Una

ecortaba el rostro terso e inexpresivo.<br />

Luego, con la misma indiferencia, los<br />

ojos se apartaron de él.<br />

—Esa es Mekare —susurró la Voz<br />

—. Es mi prisión. ¡Vamos! Muévete<br />

como si supieras adónde vas. ¿Sabes<br />

adónde vas?<br />

Un llanto apagado y desgarrador<br />

llegó a sus oídos. Venía de la habitación<br />

iluminada que quedaba más allá del<br />

arco.<br />

Caminó por el sendero de tierra<br />

blanda, asiendo el machete con la mano<br />

derecha, acariciando el mango de<br />

madera con los dedos. Un mango fuerte,<br />

pesado. Una hoja monstruosa. Quizá<br />

midiera sesenta centímetros. Una

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