El principe Lestat - Anne Rice
cargada de humedad, y la luz de las velas le confería una pátina dorada. Me acerqué, me despojé de la ropa y entré en la fresca y fragante alberca. Ellas empezaron a arrojarme agua con rosadas conchas marinas. Yo mismo me salpiqué una y otra vez la cara para refrescarme. Allesandra danzaba desnuda con los brazos alzados; canturreaba siguiendo a los jóvenes sopranos, aunque ella lo hacía en antiguo francés, con las palabras de alguna poesía. Sevraine, cuyo cuerpo salpicado por el agua parecía tan blanco y sólido como el mármol, me besó en los labios. De pie en el agua fresca y fluyente,
me quedé paralizado y transpuesto por aquel canto agudo pero exquisitamente mesurado. Cerré los ojos. Pensé: «Recuerda siempre este momento. Recuérdalo aunque la angustia y el temor aguarden agazapados en la puerta. Esto. El son de las liras, esas voces que se entrelazan como enredaderas, que se elevan a una tesitura inconcebible para una mente lógica y que descienden lentamente para fundirse de nuevo en una armonía perfecta». A través de la cortina centelleante del salto de agua observé a aquellos jóvenes: sus caras redondas, su pelo rubio y rizado. Los tres se mecían levemente con la música. Y era la
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me quedé paralizado y transpuesto por<br />
aquel canto agudo pero exquisitamente<br />
mesurado. Cerré los ojos. Pensé:<br />
«Recuerda siempre este momento.<br />
Recuérdalo aunque la angustia y el<br />
temor aguarden agazapados en la puerta.<br />
Esto. <strong>El</strong> son de las liras, esas voces que<br />
se entrelazan como enredaderas, que se<br />
elevan a una tesitura inconcebible para<br />
una mente lógica y que descienden<br />
lentamente para fundirse de nuevo en<br />
una armonía perfecta».<br />
A través de la cortina centelleante<br />
del salto de agua observé a aquellos<br />
jóvenes: sus caras redondas, su pelo<br />
rubio y rizado. Los tres se mecían<br />
levemente con la música. Y era la