El principe Lestat - Anne Rice
que acudió a mí en París y emprendió su andadura por la Senda del Diablo, tras el abrazo en el que nos fundimos junto a su lecho de muerte. Por supuesto, ella no amaba este lugar. Tal vez existiera algún rincón especial de este mundo que ella amara, que amara con los mismos sentimientos que yo tenía por todo esto, pero probablemente nunca me lo contaría. Se echó a reír. Se volvió, se me acercó con el mismo paso enérgico que había empleado todo el tiempo, rodeó el escritorio y deambuló por el salón examinando las repisas gemelas de la chimenea, los relojes antiguos y todo este tipo de cosas que ella miraba con
especial desdén. Yo me arrellané, con las manos enlazadas en la nuca, y contemplé los murales del techo. Mi arquitecto había hecho venir a un artista de Italia para que se encargara de pintarlos al viejo estilo francés: Dioniso retozando con su corte de engalanados adoradores sobre un cielo azul lleno de nubes doradas. Armand y Louis habían acertado plenamente al decorar los techos de sus salones de Nueva York. Me reventaba reconocerlo, pero fue al vislumbrar aquel esplendor barroco a través de sus ventanas cuando tuve la idea de pintar estos techos de la misma manera. Me prometí no contárselo a ellos nunca. Ay,
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especial desdén.<br />
Yo me arrellané, con las manos<br />
enlazadas en la nuca, y contemplé los<br />
murales del techo. Mi arquitecto había<br />
hecho venir a un artista de Italia para<br />
que se encargara de pintarlos al viejo<br />
estilo francés: Dioniso retozando con su<br />
corte de engalanados adoradores sobre<br />
un cielo azul lleno de nubes doradas.<br />
Armand y Louis habían acertado<br />
plenamente al decorar los techos de sus<br />
salones de Nueva York. Me reventaba<br />
reconocerlo, pero fue al vislumbrar<br />
aquel esplendor barroco a través de sus<br />
ventanas cuando tuve la idea de pintar<br />
estos techos de la misma manera. Me<br />
prometí no contárselo a ellos nunca. Ay,