El principe Lestat - Anne Rice
ya preparada para encenderse. Las televisiones y ordenadores que había allí abajo eran similares a las del resto del castillo, y un conducto de ventilación traía un poco de aire fresco del mar a través de una angosta abertura del acantilado de roca. Cuando Benedict salió, Rhosh se dirigió al muro oriental, alzó el pesado tapiz francés de caza que lo cubría y empujó la puerta que daba a su despacho secreto: una de esas puertas tan pesadas que ningún mortal podía mover siquiera. Un olor bien familiar a cera, pergamino, cuero antiguo y tinta. Hummm. Siempre se detenía un momento a saborearlo.
Con el poder de su mente, prendió rápidamente las velas de los candelabros de hierro. La estancia excavada en la roca estaba cubierta de libros hasta el techo. De una pared colgaba un enorme mapa del mundo pintado por el propio Rhosh en un lienzo para situar las ciudades que más amaba y relacionarlas entre sí. Lo contempló con atención recordando todos los informes de la sucesivas Quemas. Habían empezado en Tokio, se habían desplazado a China, luego a Bombay, Calcuta, Oriente Medio, y finalmente, se habían extendido de un modo salvaje por toda Sudamérica: Perú, Bolivia, Honduras.
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allí abajo eran similares a las del resto<br />
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Cuando Benedict salió, Rhosh se<br />
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