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atado y bien atado. Disfrazaría su decisión de prudencia ante los<br />
insistentes rumores de algaradas y revueltas que circulaban por<br />
Madrid en los últimos días, asegurando que convenía mantener<br />
a la gente a raya hasta que el rey estuviera en Madrid. De esa manera<br />
conseguiría (como así fue) convertirse en el hombre fuerte<br />
del régimen, en el sucesor de Prim.<br />
Cuando Galdós termina de hacer partícipe de sus descubrimientos<br />
y sospechas a un sorprendido Baroja, éste le pregunta<br />
de cuál de las dos versiones de la historia piensa echar mano<br />
cuando tenga que abordar esos acontecimientos en sus Episodios<br />
Nacionales. El viejo escritor canario le responde que si en<br />
los próximos años España no sale de la miseria moral en la que<br />
se ve sumida –y, como ambos saben, las perspectivas no son muy<br />
halagüeñas– lo último que necesitará el país es que le despojen<br />
de uno de los pocos héroes de verdad que su historia les ofrece.<br />
Por tanto, es muy probable que decida anteponer la leyenda a la<br />
cruda realidad.<br />
Y así lo hizo… En España trágica, Galdós incluye el “telégrafo<br />
fosfórico”, la heroica ascensión de la escalera de Prim, la agonía<br />
del general y decide no identificar a ninguno de los asesinos. De<br />
hecho, la madre del protagonista quema al final de la novela un<br />
papel en el que están escritos los nombres de todos y Galdós<br />
pone en su boca estas enigmáticas palabras:<br />
“Quémate, lista criminal; quemaos, nombres de bandidos.<br />
¡Lástima que con vuestros nombres no ardan también vuestras<br />
personas!… Descifren el acertijo los que tienen el deber de hacerlo<br />
[…] Asesinos, pasad ignorados a la posteridad, y que esta<br />
pueda maldeciros sin conoceros”.<br />
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