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VIRGINIA

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marcha al día siguiente a recibir al nuevo rey, que tiene previsto<br />

desembarcar en Cartagena. El joven periodista escucha el que habrá<br />

de ser el último discurso del general. Levantada la sesión, Galdós<br />

se marcha a un café cercano a poner orden en las notas que<br />

ha tomado durante el día. Al cabo de un rato oye un gran revuelo<br />

en la calle y su amigo Bravo viene a darle la terrible noticia: han<br />

disparado a Prim. Al parecer ha sufrido una emboscada en la calle<br />

del Turco. Los dos salen corriendo hacia el lugar, pero para cuando<br />

llegan la berlina del general y los carruajes que le han cortado<br />

el paso ya se han marchado. Deciden acercarse al palacio de Buenavista,<br />

a tan sólo unos minutos de distancia. Allí se encuentran<br />

las puertas cerradas, aunque todas las luces encendidas. Hasta el<br />

día siguiente no podrán reunir todas las historias que corren por<br />

Madrid. Se trata de la versión oficial de lo sucedido, el relato que<br />

Galdós recogerá años más tarde en sus Episodios nacionales y que,<br />

con ligeras variaciones, aparece en los libros de historia.<br />

La nieve cae copiosamente en la capital de España. Son las<br />

siete y media de la tarde del 27 de diciembre, ya es de noche, y el<br />

presidente abandona el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo<br />

tras conseguir la aprobación por parte de los diputados de sus<br />

últimas propuestas relacionadas con la Casa Real.<br />

En los pasillos de las Cortes se le acerca el diputado republicano<br />

García López, que le aconseja en voz baja que varíe su ruta<br />

habitual de regreso al Palacio del Ministerio de la Guerra, donde<br />

Prim tiene su domicilio.<br />

El presidente no hace caso de la advertencia, con el mismo<br />

desprecio con el que ha recibido los anónimos amenazantes<br />

de los últimos días. Sólo cede ante su esposa, la mexicana doña<br />

Francisca Agüero, que le convence de que lleve bajo la ropa una<br />

cota de malla que le protegería al menos de no morir apuñalado<br />

como Julio César.<br />

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