Suplemento Cultural Tres Mil 21 de Noviembre de 2015

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José Fidel Santacruz: Escritor salvadoreño. Nació en Ahuachapán, en 1939. De formación autodidacta. Ha publicado: “A un paso del amor” (novela corta, 2000), “Cartas y poemas desde California” (poesía 2004), ““Esplendor otoñal” (poesía, 2006) y el testimonio literario “Diario de un Cuidador de Alzheimer (2013). Es una de las voces más genuinas y sentidas de las letras salvadoreñas. Fidel Santacruz | poesía | Alienados a crueles experimentos El Salvador “Hay golpes en la vida tan fuerte… ¡Yo no sé! César Vallejo A Álvaro Darío Lara Cuando mi padre se fue al norte yo tenía 8 años ¡Qué falta me hizo papá! Sentí la ausencia de pájaros cantores En los bosques de sueños de mi niñez. Fue como una herida en los ríos solitarios La sangre de los recuerdos nunca se marchitó Se extendió a lo largo de años sobre mares de nostalgia. Antes de cumplir los 9 años se fueron mis tíos Esta vez comprendí que las heridas se suman unas a otras Se enredan entre las zarzas del alma Nos atraparon en las llagas del dolor y la tormenta. Aprendimos a llorar en el silencio y reír en las tinieblas Aprendimos a vivir con las heridas Con las lágrimas marchitas detrás del corazón Con el miedo de perder la alborada del mañana De perder lo que nunca tuvimos. Aquel año aciago de mi vida que despedimos a mi padre Lloramos sin temor que se desbordaran los ríos de lágrimas Estábamos agarrados y llorando con mamá y mis hermanas Mi dolor fue el dolor que mi padre sintió al separarse de nosotros (Y su dolor no fue menor al nuestro) ¡Oh, nunca quisiera volver a tener 8 años! ¡Fue el dolor más grande de mi vida! Es el pesar que nunca superé a mis 40 años ¡Dentro de mi alma vive el niño llorando la ausencia de su padre! Fue como un río de alegría que de pronto se rompió su cauce Cayendo a profundidades abismales Entre las ascuas doloridas, Sin los ecos sonoros, Sin los vientos flamígeros que alimentaran tus fuerzas contenidas. La vida trabajosa de mi madre Terminó de romper el cauce devastado En los abismos de la vida. No tengo una idea cuanto tiempo duró mi niñez Si terminó a los ocho, a los diez, a los doce años Sólo tengo una sensación incontenible y permanente La sensación del niño que perdió para siempre Su juguete más querido, El pesar de no recuperarlo nunca, Vive como el tañido de lejanas campanas. En la penumbra se distancian los recuerdos Sin vecinos, sin pelotas, ni tardes deportivas Explosiones de noches apagadas Funerales sin pan, ni cementerios. 1980 callaron las cigarras Los fusiles imponían el silencio Un silencio de celdas y de tumbas Un silencio de noches prolongadas Un silencio de días sin futuro. Fuimos linde en el filo de la guerra Nadando entre dos aguas revueltas de cañones Huyendo asustados de la casa a la escuela O escondiendo nuestro cadáver cuando de la escuela huíamos a casa. La casa estaba en ruinas y silenciosa Los sillones y colchones perforados por las bayonetas Porque un día pasaron soldados con alardes de conquistadores. El hambre y la muerte rondaban por las paredes manchadas de sangre Con el pavor en el alma pero exaltada de entusiasmo Cuando escuchábamos las canciones de los Guaraguao, De Bob Dylan, de Pete Seeger o Mercedes Sosa. Pero los Guaraguao fueron nuestra pasión Cuando abandonábamos los recintos de nuestra niñez Nos convertimos en clandestinos en nuestra propia casa Para escuchar nuestras melodías. Madre nos amenazaba por aquellas canciones Por la sonoridad de nuestra risa Por la alegría juvenil, Por la ropa juvenil, Por el hecho de ser jóvenes en un país en llamas Debíamos callar, reír a escondidas O jugar a escondedero con la muerte. ¡Oh Juventud, juventud! Fue un delito perseguido por máscaras sagradas. Pobre madre cuando escuchábamos sus congojas razonables Cuando juntos compartíamos el pan cotidiano Veíamos el rumbo catastrófico y sangriento de los años Veíamos los cambios del color Que tomaban los cabellos de mamá y nos decíamos: A pesar del amor… Nuestros caminos son diferentes Lloraba el niño que se alejaba de mí Dolorosa y cruel aquella despedida. Así murió nuestra niñez Y renacimos en medio de profundos cataclismos Entre roca y sangre regada por la hoguera Murió el niño entre las explosiones Entre combates de aquella guerra cruel Entre las tinieblas que dejaban las explosiones Oscuridad y silencio funerario Sólo detonantes bombas, fusiles, metrallas… Muerte. Y la adolescencia fue más efímera Se esfumó entre el terror y la muerte Entre los confines destruidos de la aurora Sin dejar de ser un niño, el joven Se convirtió en adulto imberbe. Otros fueron a los fondos más abajo Y llegaron a las profundidades del cieno CUANDO MI PADRE SE FUE… Era el nuevo germen creado Clonado de aberrantes venenos: Drogas, alcohol y sangre. Fue como la simiente que germinó en las esferas, Cargadas de infernales erupciones Doblegadas al calor legendario de pléyades mortíferas. La vida le pareció más risueña Porque abandonó la casa y los estudios Olvidó a su padre que también se fue al norte. Con la droga se acostaba y se levantaba Con la droga recorrió los suburbios Con la droga olvidó y le sonrió a la vida Pero su vida y su futuro fueron inciertos Su felicidad fue como una máscara de maldición Y de muerte prematura. La vida ahora es más cruel y desolada Que en tiempos de la guerra armada. En tiempo de las grandes batallas populares Al menos te identificabas organizado con un ideal. Ahora vales mucho menos que una rata En medio de vándalos impunes (Por intereses poderosos y oscuros) Te aplastan como a una simple lombriz Ni siquiera llegas a ocupar un número entre las víctimas (Salvo cuando hay elecciones eres “importante”) Hace muchos años cesaron las angustias Los ríos de mi rostro se volvieron lejanos recuerdos Aquel “hombre ideal” sólo vive como una obsesión dentro de mí Como algo que perdura en los lejanos hilos de la evocación Unas veces florecen como los viejos caminos de otros años. El nombre vive; el hombre muere en el ocaso atroz El niño vive en las insondables regiones del hombre. Vive el clavel aromado de recuerdos en la distancia del niño Y vive el claro del alba, en las profundas aguas del amanecer Que nunca trascendió el crepúsculo. Las ramas marchitas de los años Envejecieron en el polvo angustiado del recuerdo Y su presencia flageló mis sueños de esperanza Se quebraron las luciérnagas heridas de la noche Y nacieron en mi jardín los claveles aromados de la primavera Pero aquellas mariposas que capturé en mis sueños Se fueron diluyendo como arroyos de ilusiones. La vida se derrama cada día entre los golpes amargos Te deja congelado en los recuerdos En los ríos que derraman gorriones de esperanza Viajas por todos los senderos del tiempo Y te hundes en el inmenso mar de las realidades El espejo interior te señala un pasado Una larga ruta que arrastra hacia el niño Lo acaricias y te ríes hasta que se rompen los espejos Miras hacia delante y el mundo se te presenta Real y puro para conquistarlo Sólo que el método y las armas serán diferentes. Muchas veces nos preocupamos por los demás Y nos olvidamos del yo incapaz de librar su batalla interior Queremos corregir a los que nos siguen Sin ver la montaña de problemas que arrastramos Queremos ser jueces de los otros Pero no de nosotros mismos Buscamos la claridad de la vida y del mundo Y nuestra vida es un infierno con explosiones diluvianas. Tomado de: “El Último Crepúsculo” (inédito) 6 TRESMIL Sábado 21 / noviembre / 2015

El Ascensorista Joaquín Meza Escritor -¡Primero!, dije al nomás poner pie en el viejo ascensor que había quedado como un jeme bajo el nivel del piso. -¡Adelante, que para servirle estamos!, fue la instantánea respuesta del ascensorista, la que no alcanzo a comprender si habría hablado en su tono habitual de responder, o si habrá sido un gesto de amabilidad o cortesía extrañamente exagerado que me provoca náuseas y repugnancia escucharla al tipo de gente que se considera normal porque se le ve vitrineando en los almacenes del centro a la salida del trabajo, para ir luego como sardinas enlatadas en el bus con el montón de bujerías: que para las uñas, un fino esmalte de hipocresía nacarada que le infundirá un brillante toque de delicadeza y prestigio; que para que no se le enrede el pelo lo mejor es el acondicionador Tal por Cual; que para el mal olor del sudor no hay como el desodorante Efluvios de Meado Angelical; que para los ojos, ésto; que para los labios, estotro; que para ésto, esto; que para aquello..., amén de si leen o no Vanidades y Corín Tellado. Lo cierto es que me extrañó ver tras las gruesas gafas oscuras del ascensorista esa mirada lechosa, tan profundamente dormida entre las sombras de la eternidad, perdida en la negrura del más allá, donde nos sentimos desamparados, huérfanos del mundo, abandonados y condenados a no encontrar jamás la salida de aquel terrorífico laberinto de sombras, porque cuando creemos haber encontrado un ínfimo resquicio, una leve abertura en una de esas paredes negramente negras, es para caer dentro de otro túnel más retorcido y estrecho que el dejado atrás, en el cual las sombras se espesan y tupen como hiedras voraces, donde se nos imposibilita todo movimiento porque las sombras se nos van enredando desde los pies para encaramarse hasta la cabeza, y se nos hacen un torzal de nudos que nos angustian y desesperan con ese culebreo de medusa y el ruido ensordecedor de las sirenas del silencio. Entonces es cuando nos sentamos sobre una piedra hecha piedra hace miles de años, a mesarnos, desgarrarnos y a mortificar las sienes en señal de arrepentimiento para concluir supurando maldiciones a todo el mundo, y reconstruyendo con refulgentes hachones, la hora en que nos pusieron a caminar sobre las veredas del planeta para hacer el papel de payaso bajo una inmensa carpa tachonada de luceritos de azogue. El ascensorista murmuró algo mientras deslizaba la yema de sus dedos sobre el cartoncillo que utilizaba, escribiendo con su estilete a la manera de pájaro carpintero. -¿Cómo dice?, le pregunté creyendo que había hablado para romper el ambiente frío y tenso que nos envuelve al penetrar en el ascensor de cualquier edificio. Siempre he creído que un ascensor es una pequeña cárcel con grandes resorteras para jugar saltacuerdas entre el sótano y el último piso. Pero bajar desde el tercero, en donde estaban ubicadas las oficinas publicitarias donde los poetas fabrican versos televisuales, románticamente destinados a que cada fulano de tal posea un auto último modelo, a que deposite la pesetita diaria en la alcancía para vaciarla a fin de mes en los desmesurados bolsillos del frac del señor banquero, o a que se consuman cervezas de marciano ropaje, etcétera, etcétera, la cosa es muy distinta. -No. ¡Nada! -respondió con tono jactancioso. Es que estoy estudiando. -¿Qué estudia? -National Language. -¿¡Cómo…!? ¿¡Inglés!? -No, Idioma Nacional. -¡¡¡Ah!!! Mientras las yemas de sus dedos seguían como señoritingas de las primeras décadas, con abanico y miriñaque, danzando un vals multicolor sobre las olas de aquel mar de puntitos tan semántico, semiótico y pragmáticamente lozano y encrespado. -Servido, caballero... -Gracias, nos vemos. -¡Nos veremos! –replicó aquel extraño ascensorista ciego del edificio en donde otrora estuviera situado el famoso casino de galleros, finqueros, oligarcas y truhanes financieros. | relato | Las fauces del mar Amndré Rentería Meza Escritor Aquel hombre salió del agua abriéndose paso entre las espumosas olas. Durante toda la mañana había estado nadando, tomando el sol y escuchando la danza de la marea con los ojos cerrados. Su tiempo transcurrió sumergido en un envidiable ocio que tuvo que interrumpir porque tenía mucho apetito. Caminó desde la orilla y se sentó en una mesa de madera que estaba al cobijo de un humilde rancho hecho de palmas. Sustrajo el almuerzo de una bolsa y dispuso a comer. El plato estaba bien provisto y sabía delicioso. Unos perros llegaron atraídos por el olor del jugoso filete de carne que tenía en la mesa. El hombre estaba sorprendido, desconocía cuál era el hoyo de dónde habían salido. Eran tres animales: uno tenía el pelaje atigrado, el otro era negro y el más pequeño tenía color canela. Se metieron bajo el rancho, rodearon la mesa y miraron al comensal con el hocico abierto. Al principio al hombre le causó risa, le parecieron graciosas sus miradas de conmiseración esperando que al menos les diera una migaja. Tenía mucha hambre, no los iba a convidar de ninguna manera. Los ignoró, escondió los pies en la arena, clavó los ojos en la falda azul del mar y le metió diente a la carne. Los animales no se fueron. Molesto les hizo un amague para que se movieran, pero ellos mantenían su posición. Repitió el movimiento y solo uno mordió el anzuelo. El perro de pelaje atigrado fue en busca de la porción que nunca les habían lanzado. Después de olfatear en la superficie de arena regresó y se sentó. El hombre miró el plato de comida, la carne realmente se veía deliciosa. El perro negro le tocó la cadera con las patas. ¡Vaya, chucho!, le gritó. El animal no se intimidó y repitió el movimiento aún más decidido. El hombre ya no volvió a espantarlo, al contrario, se metió un bocado de carne a la boca y mientras lo masticaba el sabroso jugo le invadía las muelas. El perro negro ladró, el hombre sintió como la piel se le erizaba completamente y le respondió con un gruñido. El perro más chico, el de color canela, saltó encima de la mesa e intentó meter el hocico al plato, pero el hombre le enseñó los dientes y le ladró involuntariamente. Los animales tomaron posición de ataque. Eran tres contra uno, el hombre supo que debía defenderse, custodiar su plato. El perro con pelaje atigrado se abalanzó sobre él hombre, pero este le dio una mordida en el cuello y chilló. El perro de color canela quiso aprovechar el descuido y se apresuró sobre la carne. El hombre dio un brinco con fuerza y lo neutralizó en el aire, ambos cayeron en cuatro patas sobre la arena. El perrito de color canela le mostró los colmillos al hombre, a quien el instinto lo estaba convirtiendo en fiera. Los otros dos lo rodearon. No había vuelta atrás, el hombre ladró con fuerza y se lanzó decidido sobre el perro color canela. Al hacerlo, los otros dos salieron en su defensa. Los cuatro seres armaron un barullo, se mordieron y rasgaron la piel, derribaron todo a su alrededor, incluso el plato de comida cayó al suelo, en el revoltijo ninguno de los animales se percató que el filete lo habían enterrado bajo la arena. Cuando terminó la pelea, el hombre se vio convertido en perro, como el resto de sus adversarios. Los cuatro estaban agitados, jadeantes y con el pelaje lleno de arena. El plato estaba en el suelo y sin carne. Los cuatro comenzaron a olfatear en el radio, pero era imposible, el rastro se había perdido. Tristes, resignados y hambrientos los cuatro perros salieron del rancho en busca de comida y se fueron estampando sus huellas en la arena. En el camino encontraron a una mujer que se disponía a comer una lonja de pescado empanizada. Rodearon su mesa y se le quedaron viendo con el hocico abierto a esperar que les compartiera un poco, pero la mujer solo los miraba con una sonrisa. Sábado 21 / noviembre / 2015 TRESMIL 7

El Ascensorista<br />

Joaquín Meza<br />

Escritor<br />

-¡Primero!, dije al nomás poner pie en el viejo<br />

ascensor que había quedado como un jeme bajo<br />

el nivel <strong>de</strong>l piso.<br />

-¡A<strong>de</strong>lante, que para servirle estamos!, fue la<br />

instantánea respuesta <strong>de</strong>l ascensorista, la que<br />

no alcanzo a compren<strong>de</strong>r si habría hablado en<br />

su tono habitual <strong>de</strong> respon<strong>de</strong>r, o si habrá sido<br />

un gesto <strong>de</strong> amabilidad o cortesía extrañamente<br />

exagerado que me provoca náuseas y repugnancia<br />

escucharla al tipo <strong>de</strong> gente que se consi<strong>de</strong>ra<br />

normal porque se le ve vitrineando en los<br />

almacenes <strong>de</strong>l centro a la salida <strong>de</strong>l trabajo, para<br />

ir luego como sardinas enlatadas en el bus con<br />

el montón <strong>de</strong> bujerías: que para las uñas, un fino<br />

esmalte <strong>de</strong> hipocresía nacarada que le infundirá<br />

un brillante toque <strong>de</strong> <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za y prestigio; que<br />

para que no se le enre<strong>de</strong> el pelo lo mejor es el<br />

acondicionador Tal por Cual; que para el mal olor<br />

<strong>de</strong>l sudor no hay como el <strong>de</strong>sodorante Efluvios<br />

<strong>de</strong> Meado Angelical; que para los ojos, ésto; que<br />

para los labios, estotro; que para ésto, esto; que<br />

para aquello..., amén <strong>de</strong> si leen o no Vanida<strong>de</strong>s y<br />

Corín Tellado.<br />

Lo cierto es que me extrañó ver tras las gruesas<br />

gafas oscuras <strong>de</strong>l ascensorista esa mirada lechosa,<br />

tan profundamente dormida entre las sombras <strong>de</strong><br />

la eternidad, perdida en la negrura <strong>de</strong>l más allá,<br />

don<strong>de</strong> nos sentimos <strong>de</strong>samparados, huérfanos<br />

<strong>de</strong>l mundo, abandonados y con<strong>de</strong>nados a no<br />

encontrar jamás la salida <strong>de</strong> aquel terrorífico<br />

laberinto <strong>de</strong> sombras, porque cuando creemos<br />

haber encontrado un ínfimo resquicio, una leve<br />

abertura en una <strong>de</strong> esas pare<strong>de</strong>s negramente<br />

negras, es para caer <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> otro túnel más<br />

retorcido y estrecho que el <strong>de</strong>jado atrás, en<br />

el cual las sombras se espesan y tupen como<br />

hiedras voraces, don<strong>de</strong> se nos imposibilita todo<br />

movimiento porque las sombras se nos van<br />

enredando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los pies para encaramarse hasta<br />

la cabeza, y se nos hacen un torzal <strong>de</strong> nudos que<br />

nos angustian y <strong>de</strong>sesperan con ese culebreo <strong>de</strong><br />

medusa y el ruido ensor<strong>de</strong>cedor <strong>de</strong> las sirenas <strong>de</strong>l<br />

silencio.<br />

Entonces es cuando nos sentamos sobre una piedra<br />

hecha piedra hace miles <strong>de</strong> años, a mesarnos,<br />

<strong>de</strong>sgarrarnos y a mortificar las sienes en señal<br />

<strong>de</strong> arrepentimiento para concluir supurando<br />

maldiciones a todo el mundo, y reconstruyendo<br />

con refulgentes hachones, la hora en que nos<br />

pusieron a caminar sobre las veredas <strong>de</strong>l planeta<br />

para hacer el papel <strong>de</strong> payaso bajo una inmensa<br />

carpa tachonada <strong>de</strong> luceritos <strong>de</strong> azogue.<br />

El ascensorista murmuró algo mientras <strong>de</strong>slizaba<br />

la yema <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos sobre el cartoncillo que<br />

utilizaba, escribiendo con su estilete a la manera<br />

<strong>de</strong> pájaro carpintero.<br />

-¿Cómo dice?, le pregunté creyendo que había<br />

hablado para romper el ambiente frío y tenso<br />

que nos envuelve al penetrar en el ascensor <strong>de</strong><br />

cualquier edificio.<br />

Siempre he creído que un ascensor es una<br />

pequeña cárcel con gran<strong>de</strong>s resorteras para jugar<br />

saltacuerdas entre el sótano y el último piso. Pero<br />

bajar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el tercero, en don<strong>de</strong> estaban ubicadas<br />

las oficinas publicitarias don<strong>de</strong> los poetas<br />

fabrican versos televisuales, románticamente<br />

<strong>de</strong>stinados a que cada fulano <strong>de</strong> tal posea un<br />

auto último mo<strong>de</strong>lo, a que <strong>de</strong>posite la pesetita<br />

diaria en la alcancía para vaciarla a fin <strong>de</strong> mes<br />

en los <strong>de</strong>smesurados bolsillos <strong>de</strong>l frac <strong>de</strong>l señor<br />

banquero, o a que se consuman cervezas <strong>de</strong><br />

marciano ropaje, etcétera, etcétera, la cosa es<br />

muy distinta.<br />

-No. ¡Nada! -respondió con tono jactancioso. Es<br />

que estoy estudiando.<br />

-¿Qué estudia?<br />

-National Language.<br />

-¿¡Cómo…!? ¿¡Inglés!?<br />

-No, Idioma Nacional.<br />

-¡¡¡Ah!!!<br />

Mientras las yemas <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos seguían como<br />

señoritingas <strong>de</strong> las primeras décadas, con abanico<br />

y miriñaque, danzando un vals multicolor<br />

sobre las olas <strong>de</strong> aquel mar <strong>de</strong> puntitos tan<br />

semántico, semiótico y pragmáticamente lozano<br />

y encrespado.<br />

-Servido, caballero...<br />

-Gracias, nos vemos.<br />

-¡Nos veremos! –replicó aquel extraño<br />

ascensorista ciego <strong>de</strong>l edificio en don<strong>de</strong> otrora<br />

estuviera situado el famoso casino <strong>de</strong> galleros,<br />

finqueros, oligarcas y truhanes financieros.<br />

| relato |<br />

Las fauces<br />

<strong>de</strong>l mar<br />

Amndré Rentería Meza<br />

Escritor<br />

Aquel hombre salió <strong>de</strong>l agua abriéndose paso<br />

entre las espumosas olas. Durante toda la<br />

mañana había estado nadando, tomando el<br />

sol y escuchando la danza <strong>de</strong> la marea con<br />

los ojos cerrados. Su tiempo transcurrió sumergido en<br />

un envidiable ocio que tuvo que interrumpir porque<br />

tenía mucho apetito.<br />

Caminó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la orilla y se sentó en una mesa <strong>de</strong><br />

ma<strong>de</strong>ra que estaba al cobijo <strong>de</strong> un humil<strong>de</strong> rancho<br />

hecho <strong>de</strong> palmas. Sustrajo el almuerzo <strong>de</strong> una bolsa y<br />

dispuso a comer. El plato estaba bien provisto y sabía<br />

<strong>de</strong>licioso.<br />

Unos perros llegaron atraídos por el olor <strong>de</strong>l jugoso<br />

filete <strong>de</strong> carne que tenía en la mesa. El hombre estaba<br />

sorprendido, <strong>de</strong>sconocía cuál era el hoyo <strong>de</strong> dón<strong>de</strong><br />

habían salido. Eran tres animales: uno tenía el pelaje<br />

atigrado, el otro era negro y el más pequeño tenía color<br />

canela. Se metieron bajo el rancho, ro<strong>de</strong>aron la mesa y<br />

miraron al comensal con el hocico abierto.<br />

Al principio al hombre le causó risa, le parecieron<br />

graciosas sus miradas <strong>de</strong> conmiseración esperando que<br />

al menos les diera una migaja. Tenía mucha hambre,<br />

no los iba a convidar <strong>de</strong> ninguna manera. Los ignoró,<br />

escondió los pies en la arena, clavó los ojos en la falda<br />

azul <strong>de</strong>l mar y le metió diente a la carne. Los animales<br />

no se fueron.<br />

Molesto les hizo un amague para que se movieran,<br />

pero ellos mantenían su posición. Repitió el<br />

movimiento y solo uno mordió el anzuelo. El perro <strong>de</strong><br />

pelaje atigrado fue en busca <strong>de</strong> la porción que nunca<br />

les habían lanzado. Después <strong>de</strong> olfatear en la superficie<br />

<strong>de</strong> arena regresó y se sentó. El hombre miró el plato <strong>de</strong><br />

comida, la carne realmente se veía <strong>de</strong>liciosa.<br />

El perro negro le tocó la ca<strong>de</strong>ra con las patas. ¡Vaya,<br />

chucho!, le gritó. El animal no se intimidó y repitió el<br />

movimiento aún más <strong>de</strong>cidido. El hombre ya no volvió<br />

a espantarlo, al contrario, se metió un bocado <strong>de</strong> carne<br />

a la boca y mientras lo masticaba el sabroso jugo le<br />

invadía las muelas. El perro negro ladró, el hombre<br />

sintió como la piel se le erizaba completamente y le<br />

respondió con un gruñido.<br />

El perro más chico, el <strong>de</strong> color canela, saltó<br />

encima <strong>de</strong> la mesa e intentó meter el hocico al plato,<br />

pero el hombre le enseñó los dientes y le ladró<br />

involuntariamente. Los animales tomaron posición <strong>de</strong><br />

ataque. Eran tres contra uno, el hombre supo que <strong>de</strong>bía<br />

<strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse, custodiar su plato.<br />

El perro con pelaje atigrado se abalanzó sobre él<br />

hombre, pero este le dio una mordida en el cuello y<br />

chilló. El perro <strong>de</strong> color canela quiso aprovechar el<br />

<strong>de</strong>scuido y se apresuró sobre la carne. El hombre dio<br />

un brinco con fuerza y lo neutralizó en el aire, ambos<br />

cayeron en cuatro patas sobre la arena. El perrito <strong>de</strong><br />

color canela le mostró los colmillos al hombre, a quien<br />

el instinto lo estaba convirtiendo en fiera. Los otros<br />

dos lo ro<strong>de</strong>aron.<br />

No había vuelta atrás, el hombre ladró con fuerza y se<br />

lanzó <strong>de</strong>cidido sobre el perro color canela. Al hacerlo,<br />

los otros dos salieron en su <strong>de</strong>fensa. Los cuatro seres<br />

armaron un barullo, se mordieron y rasgaron la piel,<br />

<strong>de</strong>rribaron todo a su alre<strong>de</strong>dor, incluso el plato <strong>de</strong><br />

comida cayó al suelo, en el revoltijo ninguno <strong>de</strong> los<br />

animales se percató que el filete lo habían enterrado<br />

bajo la arena.<br />

Cuando terminó la pelea, el hombre se vio<br />

convertido en perro, como el resto <strong>de</strong> sus adversarios.<br />

Los cuatro estaban agitados, ja<strong>de</strong>antes y con el pelaje<br />

lleno <strong>de</strong> arena. El plato estaba en el suelo y sin carne.<br />

Los cuatro comenzaron a olfatear en el radio, pero era<br />

imposible, el rastro se había perdido.<br />

Tristes, resignados y hambrientos los cuatro perros<br />

salieron <strong>de</strong>l rancho en busca <strong>de</strong> comida y se fueron<br />

estampando sus huellas en la arena. En el camino<br />

encontraron a una mujer que se disponía a comer una<br />

lonja <strong>de</strong> pescado empanizada. Ro<strong>de</strong>aron su mesa y se<br />

le quedaron viendo con el hocico abierto a esperar que<br />

les compartiera un poco, pero la mujer solo los miraba<br />

con una sonrisa.<br />

Sábado <strong>21</strong> / noviembre / <strong>2015</strong> TRESMIL 7

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