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espaldas, o bien le enfoca otras partes del cuerpo. Se deberá al ángulo de la luz,<br />
o tal vez sea algo intencionado, pero el rostro siempre permanece sumido en<br />
oscuras sombras, inaccesible a nuestra mirada.<br />
El hombre no se mueve. De vez en cuando exhala un largo y profundo<br />
suspiro, los hombros suben y bajan al compás de su respiración. Parece un<br />
rehén confinado durante largo tiempo en el mismo cuarto. Lo envuelve un<br />
halo de resignación. Pero no está atado. Permanece sentado en la silla, con la<br />
espalda recta y los ojos clavados al frente, respirando con calma. Nos resulta<br />
imposible determinar si no se mueve porque él lo ha decidido así o porque<br />
existen unas circunstancias concretas que se lo impiden. Sus manos descansan<br />
sobre las rodillas. La hora es incierta. Ni siquiera podemos saber si es de día o<br />
de noche. En cualquier caso, gracias a la luz de los fluorescentes alineados en el<br />
techo, la habitación está tan iluminada como en una tarde de verano.<br />
Poco después, la cámara gira hacia delante y enfoca de frente el rostro del<br />
hombre. No por ello queda desvelada su identidad. Al contrario, el misterio se<br />
hace más profundo. Porque la cara del hombre está cubierta por una máscara<br />
traslúcida. Ésta se adhiere perfectamente a su rostro como si fuera una película,<br />
de modo que casi dudamos si llamarla máscara. Sin embargo, por fina que sea,<br />
cumple con creces la función de una máscara. Despidiendo un brillo tenue,<br />
oculta con eficacia tras de sí las facciones y la expresión del hombre. Y lo único<br />
que nos deja adivinar, mal que bien, son los contornos del rostro. La máscara<br />
ni siquiera tiene aberturas en la nariz, en la boca o en los ojos. A pesar de ello,<br />
no parece que le impida respirar, ver u oír. Debe de estar dotada de las máximas<br />
cualidades de ventilación y transparencia. Al mirar desde fuera esta<br />
anónima epidermis resulta imposible adivinar qué material han usado o de qué<br />
tecnología se han servido para hacerla. La máscara aúna, en dosis equivalentes,<br />
magia y funcionalidad. Nos la han legado desde la antigüedad junto con las<br />
tinieblas, nos ha sido enviada desde el futuro junto con la luz.<br />
Lo que la hace inquietante de verdad es que, a pesar de adherirse<br />
perfectamente a la piel del rostro, no nos permite adivinar en absoluto qué está<br />
(o qué no está) pensando, sintiendo o planeando la persona que se oculta<br />
detrás. No nos da ninguna clave para juzgar si la presencia del hombre es algo<br />
positivo o negativo, o si sus pensamientos son rectos o torcidos, o si la máscara<br />
lo oculta o lo protege. Con el rostro cu37ieron por esa sofisticada y anónima<br />
máscara, el hombre permanece sentado en silencio, captado por la cámara de<br />
televisión, y eso crea un estado de cosas. De momento, no tenemos más<br />
remedio que aplazar nuestro juicio al respecto y aceptar la situación tal como