after dark
Denny's, el mismo interior de antes. Por el hilo musical suena More de Martin Denny y su orquesta. Durante los últimos treinta minutos, el número de clientes ha disminuido notablemente. No se oyen voces. Hay signos de que la noche ha avanzado un paso más. Mari sigue frente a la mesa, leyendo el grueso libro. Ante ella hay un plata con unos sándwiches sin tocar apenas. Más que por apetito, por lo visto lo ha pedido para pagar el tiempo que pasa en el local. De vez en cuando, como si se acordara de pronto, cambia de postura. Hinca los codos en la mesa, se hunde en el asiento. A veces levanta la cabeza, respira hondo, comprueba lo lleno que está el local. Sin embargo, al margen de eso, se ha sumido por completo en la lectura. El poder de concentración parece ser uno de sus principales activos. Ahora se ven muchos más clientes que están solos. Algunos escriben algo en su portátil. Otros envían, o reciben, mensajes por el teléfono móvil. También los hay enfrascados en la lectura, como ella. Y otros que, sin hacer nada, mantienen los ojos clavados en lo que pasa fuera, absortos en sus
pensamientos. Tal vez no puedan dormir. Tal vez no quieran dormir. Para todos ellos, un restaurante familiar es un sitio idóneo donde refugiarse a altas horas de la madrugada. Como si no pudiera aguardar a que terminara de abrirse la puerta automática, una mujer de grandes proporciones irrumpe en el local. Es corpulenta, pero no gorda. Ancha de espaldas, fuerte a ojos vistas. Lleva una gorra negra de punto calada hasta las cejas. Una gran cazadora de cuero y pantalones de color naranja. Manos vacías. Una apariencia tan ruda llama necesariamente la atención. Cuando entra en el Denny's, la camarera se le acerca, le pregunta: «¿Mesa para uno?», pero ella la ignora. Con ojos escrutadores, barre el interior del local de un rápido vistazo. Descubre la figura de Mari y se va directo hacia ella dando grandes zancadas. Al llegar a la mesa, se sienta frente a Mari sin decir nada. A pesar de su corpulencia, sus movimientos son ágiles y precisos. -Hola, ¿puedo sentarme un momento? -pregunta la mujer. Mari, que estaba enfrascada en la lectura, levanta la cabeza. Al descubrir a aquella mujer corpulenta que no conoce sentada frente a ella, se sorprende. La mujer se quita el gorro de lana. Lleva el pelo teñido de un llamativo color rubio, corto como el césped bien cuidado. Su cara es franca y abierta, pero tiene la piel acartonada, como si llevara largo tiempo expuesta a la lluvia. Su rostro es asimétrico. Pero, si uno se fija, nota que tiene algo que tranquiliza a quien se encuentra ante ella. Posiblemente se trate de una sociabilidad innata. A modo de saludo, la mujer tuerce la boca esbozando una sonrisa y se acaricia el corto pelo rubio con la gruesa palma de la mano. La camarera se acerca e intenta dejar sobre la mesa la carta y un vaso de agua, tal como indica el manual, pero la mujer la rechaza con un ademán. -No, es que me largo enseguida. Perdona, ¿eh? La camarera esboza una sonrisa intranquila y se va. -Tú eres Mari Asai, ¿verdad? -pregunta la mujer. -Pues sí... -Me lo ha dicho Takahashi. Que quizá todavía estarías aquí. -¿Takahashi? -Sí. Tetsuya Takahashi. Un tipo alto, con el pelo largo, flacucho. Toca el trombón. Mari asiente. -Ah, ése.
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noche ha avanzado un paso más.<br />
Mari sigue frente a la mesa, leyendo el grueso libro. Ante ella hay un plata<br />
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acordara de pronto, cambia de postura. Hinca los codos en la mesa, se hunde<br />
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está el local. Sin embargo, al margen de eso, se ha sumido por completo en la<br />
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Ahora se ven muchos más clientes que están solos. Algunos escriben algo<br />
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