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El-habla-del-venezolanoDIGITAL
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En la política, como en las experiencias de la<br />
vida diaria, no se respetan los acuerdos. Además, una<br />
vez conseguidos los objetivos propuestos, se olvidan las<br />
promesas. Asimismo, se dicen cosas como una manera de<br />
conseguir algo, o de modo estratégico. Lo que se dice,<br />
entonces, se hace sin pretensión de ser fiel a lo dicho; más<br />
bien, detrás de las palabras se ocultan intenciones. En<br />
estos casos, se quebranta una condición necesaria para<br />
el buen funcionamiento de las relaciones: la sinceridad.<br />
Esto significa que, como todas las personas en el mundo<br />
de la política tienen una carta bajo la manga, las palabras<br />
se separan de las acciones; siguen caminos distintos. Las<br />
intenciones –como la ambición de poder, por ejemplo–<br />
se venden con una etiqueta que dice: “búsqueda del bien<br />
común”. Esto no es nuevo.<br />
Desde tiempos antiguos, los filósofos, como<br />
Sócrates, Platón y Cicerón, tuvieron una predisposición<br />
hacia los políticos. Ellos pensaban que, en la política, el<br />
lenguaje se utilizaba con fines persuasivos: convencer con<br />
falsos argumentos, y así engañar.<br />
En la actualidad, los <strong>venezolano</strong>s desconfiamos<br />
–y tenemos razones de peso para ello– de todo lo<br />
que huela a tolda política. Esta desconfianza no es gratuita.<br />
Las palabras comprometen a las personas que las<br />
dicen con lo que dicen. La promesa hecha es entonces<br />
un contrato establecido entre “el que la hace”, en este<br />
caso el político de turno, y “el que la recibe, o acepta”,<br />
ya se llame pueblo, soberano o, simplemente, masa de la<br />
población venezolana.<br />
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