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Revista del Cobre. Nº 11

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-Pues yo- dijo el olivo- prensaré mis aceitunas y sacaré aceite para ungir los<br />

piececitos <strong>del</strong> Niño Jesús. Y el abeto, triste, preguntaba:<br />

-Y yo ¿qué puedo darle?<br />

-¿Tú? -contestaron los otros-.Tú no puedes ofrecerle nada. Ni siquiera tienes<br />

hojas. Tus púas puntiagudas pincharían al Niño. Y tus lágrimas tampoco sirven<br />

porque tienen resma.<br />

El pobre abeto se sentía muy desgraciado y dijo casi llorando:<br />

-¡Qué pena! Tenéis razón. Yo no tengo nada bueno para ofrecer al Niño Jesús.<br />

Un ángel, que estaba muy cerca, oyó lo que hablaban los árboles. Le dio<br />

lástima de aquel abeto tan humilde, que n o tenía envidia de los otros y quiso<br />

ayudarle.<br />

Las estrellas, sus amigas, comenzaron a brillar allá en lo alto. El ángel pidió<br />

a algunas que bajasen y se pusiesen sobre las ramas <strong>del</strong> abeto. Ellas lo hicieron<br />

muy contentas y el árbol quedó todo iluminado.<br />

El Niño Jesús, desde su pesebre, lo vio. Y sus ojitos brillaban de alegría<br />

mirando al árbol adornado con aquellas luces tan bellas. ¡Qué feliz era el abeto

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