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Miguel Otero Silva

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70<br />

Agua y cauce<br />

Yo creía en San <strong>Miguel</strong>,<br />

en los fantasmas,<br />

en las brujas.<br />

Cómo no iba a creer si la negra Marcolina<br />

me los había mostrado con su largo dedo de bejuco<br />

encaramados a las rocas en tanto el crepúsculo humedecía<br />

en espumas sus frentes pensativas. Y luego<br />

ya no estaban ahí sino entre las jarcias de la madrugada,<br />

vuela que vuela en círculos salobres sobre mi pequeño<br />

y asustado corazón.<br />

La negra Marcolina era cambiante y agorera como el mar.<br />

Había días tranquilos en que caminaba por la playa<br />

soledosa, llorando a su negrito muerto,<br />

y otros atardeceres encrespados en que salía de la capilla,<br />

de la penumbra acorralada donde conversaba con las<br />

ánimas benditas,<br />

para anunciar a gritos el fin del mundo.<br />

El cataclismo estuvo a punto de suceder cinco años antes<br />

cuando el cometa Halley pasó muy cerca de nosotros<br />

y se perdió en los barrancos lívidos del aire.<br />

Sin embargo,<br />

Marcolina predicaba que el pavo real de fuego<br />

volvería enfurecido de sus infiernos<br />

a trocar nuestros huesos en cenizas y lágrimas<br />

“tal como destruyó Jehová a Sodoma, a Gomorra<br />

y a las ciudades vecinas”.<br />

Ninguno sino él los había leído<br />

en muchas leguas a la redonda.<br />

Le preguntaban si era cierto que se acababa el mundo.<br />

Sonreía muy seguro de sus libros<br />

y contestaba:<br />

la tierra será esta misma tierra<br />

y el hombre será este mismo hombre<br />

dentro de millones y millones de años.<br />

Entonces Marcolina se echaba a reír.<br />

<strong>Miguel</strong> <strong>Otero</strong> <strong>Silva</strong><br />

71<br />

Mi padre era todavía un tendero pobre<br />

(vendía sombreros y anzuelos a los pescadores)<br />

pero mi padre había leído a Renan y a Flammarion.

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