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FIEBRE. Fragmento. (Novela, 1939)<br />
I<br />
Grita la voz:<br />
—¡Alá y Balaja! ¡Sigala y Balaja!<br />
Y el coro responde:<br />
—Sacalapatalajá!<br />
Grita la voz:<br />
—¡Alá y Balaja! ¡Sigala y Balaja!<br />
Y el coro responde:<br />
—¡Sacalapatalajá!<br />
Grita la voz:<br />
—¡Sigala y Balaja!<br />
Y el coro responde:<br />
—¡Sacalapatalajá!<br />
Se mezclan al fin las voces el coro y la voz dirigente en una<br />
acelerada algarabía:<br />
—¡Y Ajá! ¡Y Ajá! ¡Y Sacalapatalajá!<br />
—¡Y Ajá! ¡Y Ajá! ¡Y Sacalapatalajá!<br />
—¡Y Ajá! ¡Y Ajá! ¡Y Sacalapatalajá!<br />
Un veterano de sexto año de medicina me refiere el origen de<br />
esta enrevesada letanía que los estudiantes venezolanos cantamos.<br />
Nació de una ceremonia celebrada por los rabinos en el funeral<br />
de un profesor universitario de raza judía. Los estudiantes ahí<br />
presentes salieron impresionados por el rezongo de extrañas<br />
palabras pletóricas de aes. Y días después, en el recinto jovial de<br />
la Escuela de Medicina, donde los muertos se transforman en<br />
cadáveres y los cadáveres en textos de estudio, surgió esta parodia<br />
que ha adquirido relieves de himno.<br />
—¿Quién la compuso?<br />
—Creo que fue Estanga ‒responde mi informante.<br />
<strong>Miguel</strong> <strong>Otero</strong> <strong>Silva</strong><br />
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