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Miguel Otero Silva

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Nada envejece tanto como el<br />

arrepentimiento (Ensayo, 1976)<br />

La Academia Venezolana de la Lengua me ha llamado a formar<br />

parte de su asamblea y yo he acudido a esa convocatoria que<br />

interpreto como una elevada distinción. Ocuparé el sillón que dejó<br />

vacante con su muerte el escritor Simón Planas Suárez, jurista y<br />

diplomático que escribió varios libros relacionados con el Derecho<br />

Público, las cuestiones internacionales y el concepto moderno del<br />

Estado. Las obras de Planas Suárez fueron, sin duda, el resultado<br />

de laboriosos estudios y esmeradas documentaciones.<br />

Antes de incorporarme al seno de este ilustre establecimiento<br />

me adelanto a declarar solemnemente que, no obstante las<br />

conmovedoras letanías del maestro Darío ante el altar de Nuestro<br />

Señor don Quijote, estoy muy lejos de ser un academicida.<br />

Cartesiano de índole, más que de elaboración filosófica, no acepto<br />

como verdadero ni como falso nada que no conozca evidentemente<br />

como tal. Y el hecho incuestionable es que en el recinto de las<br />

Academias tanto lo verdadero como lo falso han hallado cabida y<br />

hogar. En aciagas circunstancias las Academias han sido parapetos<br />

de lo tradicional y lo carcomido, guaridas de iguanodontes del<br />

pensamiento, empalizadas refractarias a toda idea naciente o<br />

reciente, “de las Academias, ¡líbranos, señor!”. Existe, sin embargo,<br />

una monumental contrapartida. En coyunturas trascendentales<br />

para la humanidad las Academias han significado el gimnasio<br />

de Platón y sus dudas acerca del conocimiento de las cosas, el<br />

laboratorio de Leibnitz y su principio de la razón suficiente, la<br />

biblioteca de Lomonosov y su poliformismo universitario, vale<br />

decir, instituciones plantadas en provecho de la filosofía, de la<br />

ciencia, de la cultura. Sucede que las Academias, al igual de<br />

todas las congregaciones humanas −llámense partidos, colegios,<br />

sindicatos, orquestas, ejércitos o parlamentos‒ nunca son buenas<br />

<strong>Miguel</strong> <strong>Otero</strong> <strong>Silva</strong><br />

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