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Nada envejece tanto como el<br />
arrepentimiento (Ensayo, 1976)<br />
La Academia Venezolana de la Lengua me ha llamado a formar<br />
parte de su asamblea y yo he acudido a esa convocatoria que<br />
interpreto como una elevada distinción. Ocuparé el sillón que dejó<br />
vacante con su muerte el escritor Simón Planas Suárez, jurista y<br />
diplomático que escribió varios libros relacionados con el Derecho<br />
Público, las cuestiones internacionales y el concepto moderno del<br />
Estado. Las obras de Planas Suárez fueron, sin duda, el resultado<br />
de laboriosos estudios y esmeradas documentaciones.<br />
Antes de incorporarme al seno de este ilustre establecimiento<br />
me adelanto a declarar solemnemente que, no obstante las<br />
conmovedoras letanías del maestro Darío ante el altar de Nuestro<br />
Señor don Quijote, estoy muy lejos de ser un academicida.<br />
Cartesiano de índole, más que de elaboración filosófica, no acepto<br />
como verdadero ni como falso nada que no conozca evidentemente<br />
como tal. Y el hecho incuestionable es que en el recinto de las<br />
Academias tanto lo verdadero como lo falso han hallado cabida y<br />
hogar. En aciagas circunstancias las Academias han sido parapetos<br />
de lo tradicional y lo carcomido, guaridas de iguanodontes del<br />
pensamiento, empalizadas refractarias a toda idea naciente o<br />
reciente, “de las Academias, ¡líbranos, señor!”. Existe, sin embargo,<br />
una monumental contrapartida. En coyunturas trascendentales<br />
para la humanidad las Academias han significado el gimnasio<br />
de Platón y sus dudas acerca del conocimiento de las cosas, el<br />
laboratorio de Leibnitz y su principio de la razón suficiente, la<br />
biblioteca de Lomonosov y su poliformismo universitario, vale<br />
decir, instituciones plantadas en provecho de la filosofía, de la<br />
ciencia, de la cultura. Sucede que las Academias, al igual de<br />
todas las congregaciones humanas −llámense partidos, colegios,<br />
sindicatos, orquestas, ejércitos o parlamentos‒ nunca son buenas<br />
<strong>Miguel</strong> <strong>Otero</strong> <strong>Silva</strong><br />
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