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DE INTERPRETACIÓN DE LA REALIDAD PERUANA

Siete ensayos de interpretación de la realidad ... - Plaza Pública

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José Carlos Mariátegui<br />

7 ENSAYOS<br />

<strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong><br />

<strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong>


BIBLIOTECA AYACUCHO es una de las<br />

experiencias editoriales más importantes de la<br />

cultura latinoamericana. Creada en 1974 como<br />

homenaje a la batalla que en 1824 significó la<br />

emancipación política de nuestra América, ha<br />

estado desde su nacimiento promoviendo la<br />

necesidad de establecer una relación dinámica y<br />

constante entre lo contemporáneo y el pasado<br />

americano, a fin de revalorarlo críticamente con<br />

la perspectiva de nuestros días.<br />

El resultado es una nueva forma de enciclopedia<br />

que hemos denominado Colección Clásica, la<br />

cual mantiene vivo el legado cultural de nuestro<br />

continente, como conjunto apto para la<br />

transformación social, política y cultural.<br />

Las ediciones de la Colección Clásica, algunas<br />

anotadas, con prólogos confiados a especialistas<br />

y con el apoyo de cronologías y bibliografías,<br />

hacen posible que los autores y textos<br />

fundamentales, comprendidos en un lapso que<br />

abarca desde la época prehispánica hasta el<br />

presente, estén al alcance de las nuevas<br />

generaciones de lectores y especialistas en las<br />

diferentes temáticas latinoamericanas y<br />

caribeñas, como medios de conocimiento y<br />

disfrute que proporcionan sólidos fundamentos<br />

para nuestra integración.


7 ENSAYOS<br />

<strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong><br />

<strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong>


MINISTERIO <strong>DE</strong>L PO<strong>DE</strong>R POPU<strong>LA</strong>R<br />

PARA <strong>LA</strong> CULTURA<br />

Francisco Sesto Novás<br />

Ministro<br />

Héctor Enrique Soto<br />

Viceministro de Identidad y Diversidad Cultural<br />

Emma Elinor Cesín Centeno<br />

Viceministra para el Fomento de la Economía Cultural<br />

Iván Padilla Bravo<br />

Viceministro de Cultura para el Desarrollo Humano<br />

FUNDACIÓN BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

CONSEJO DIRECTIVO<br />

Humberto Mata<br />

Presidente (E)<br />

Luis Britto García<br />

Freddy Castillo Castellanos<br />

Luis Alberto Crespo<br />

Roberto Hernández Montoya<br />

Gustavo Pereira<br />

Manuel Quintana Castillo


José Carlos Mariátegui<br />

7 ENSAYOS<br />

<strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong><br />

<strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

69<br />

PRÓLOGO<br />

Aníbal Quijano<br />

NOTAS, CRONOLOGÍA Y BIBLIOGRAFÍA<br />

Elizabeth Garrels


© Javier Mariátegui<br />

© Fundación Biblioteca Ayacucho, 2007<br />

Colección Clásica, N o 69<br />

Primera edición Biblioteca Ayacucho: 1979<br />

Segunda edición con correcciones: 1995<br />

Primera reimpresión de la segunda edición: 2006<br />

Tercera edición con correcciones y adiciones de nuevos textos: 2007<br />

Hecho Depósito de Ley<br />

Depósito legal lf50120059004576 (rústica)<br />

Depósito legal lf50120059004577 (empastada)<br />

ISBN 978-980-276-415-0 (rústica)<br />

ISBN 978-980-276-416-7 (empastada)<br />

Apartado Postal 14413<br />

Caracas 1010 - Venezuela<br />

www.bibliotecayacucho.gob.ve<br />

Director Editorial: Edgar Páez<br />

Coordinadora Editorial: Gladys García Riera<br />

Jefa Departamento Editorial: Clara Rey de Guido<br />

Asistente Editorial: Shirley Fernández<br />

Jefa Departamento Producción: Elizabeth Coronado<br />

Asistente de Producción: Jesús David León<br />

Auxiliar de Producción: Nabaida Mata<br />

Coordinador de Correctores: Henry Arrayago<br />

Correctores: Silvia Dioverti, Mirla Alcibíades<br />

y Samuel González<br />

Concepto gráfico de colección: Juan Fresán<br />

Actualización gráfica de colección: Pedro Mancilla<br />

Diagramación: IMPRIMATUR, Artes Gráficas y Francisco Vázquez<br />

Impreso en Venezuela/Printed in Venezuela<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

VIII


PRÓLOGO<br />

JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI:<br />

REENCUENTRO Y <strong>DE</strong>BATE<br />

EN POCO más de diez años, más de una veintena de trabajos, cuya gran<br />

mayoría corresponde a la última década, han sido publicados sobre el<br />

pensamiento y la acción de José Carlos Mariátegui. A pocos años del cincuentenario<br />

de su muerte y a pocos meses del de la primera edición de sus<br />

7 ensayos, se renueva y se amplía, nacional e internacionalmente, el interés<br />

por estudiarlo, por encontrar su lugar y su significado en el desarrollo del<br />

pensamiento revolucionario contemporáneo, al cual, como todos reconocen,<br />

hizo originales y perdurables contribuciones.<br />

¿Qué significa eso? ¿Qué significa hoy reflexionar sobre Mariátegui?<br />

En el ámbito peruano es, ante todo, el testimonio irrecusable del reencuentro,<br />

cada día más profundo, después de varias décadas, entre el movimiento<br />

revolucionario de un proletariado que avanza a la conquista de su<br />

madurez política y de la dirección de las luchas de los demás explotados<br />

peruanos, y la memoria del hombre a quien debe la contribución central al<br />

nacimiento de sus primeras organizaciones sindicales y políticas nacionales,<br />

y la aún fecunda matriz de una teoría y de una orientación estratégica<br />

revolucionarias en la sociedad peruana.<br />

En el plano internacional, europeo en particular, el interés actual por<br />

Mariátegui, de algún modo forma parte del activo proceso de revitalización<br />

de la investigación y la reflexión marxista, en la brega por cancelar<br />

plenamente el largo período de su aherrojamiento y anquilosamiento burocrático.<br />

Por reencontrar, también en este plano, las bases genuinas de la<br />

vitalidad revolucionaria del marxismo en la propia obra de sus creadores y<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

IX


en el rescate de las aportaciones hechas por quienes, como Rosa Luxemburgo<br />

o Gramsci, fueron relegados, durante ese período, a una discreta<br />

penumbra mistificatoria de su herencia teórica. En ese proceso es inevitable<br />

reconocer ahora, por encima de las fronteras eurocentristas que han<br />

constreñido el pensamiento marxista occidental, la contribución creadora<br />

y vivificante de los revolucionarios no-europeos al desarrollo del pensamiento<br />

marxista, y en especial de los que provienen de lo que la ideología<br />

al uso ha bautizado como Tercer Mundo. En América Latina, Mariátegui<br />

ocupa un sitial cimero.<br />

Desde la Segunda Guerra Mundial, las más intensas y decisivas luchas<br />

revolucionarias han tenido escenarios distantes de Europa. Triunfantes o<br />

derrotadas, aquellas han revelado en Asia, África y América Latina, un<br />

nuevo territorio del pensamiento revolucionario, y han colocado, junto a<br />

la lista de los “clásicos” europeos del marxismo, los nuevos nombres cuyo<br />

pensamiento y acción ocupan hoy gran parte del debate internacional:<br />

Mao, Ho Chi-Minh, Castro, Guevara, Amílcar Cabral, para citar sólo a los<br />

más ilustres. Hoy el pensamiento marxista no podría ser concebido solamente<br />

a través de la retina occidental. Y ahora, cuando las luchas de clases<br />

vuelven a desarrollarse también en los propios centros del mundo capitalista,<br />

el debate marxista actual en Europa o en Estados Unidos, no podría<br />

prescindir de ese nuevo marco. De otro lado, en la crisis actual, no son solamente<br />

las ilusiones burguesas, alimentadas por un largo período de esplendor<br />

capitalista, las que están declinando y perdiendo su influencia en<br />

el seno de la clase obrera. Son también las infecciones ideológicas de raíz<br />

burocrática, que pierden terreno en el marxismo, como consecuencia de<br />

la revitalización de las luchas de clases, no solamente en el orden capitalista,<br />

sino también en Europa del Este, de modo cada vez más visible.<br />

Y en América Latina, la historia trágica de las derrotas de los movimientos<br />

revolucionarios después de Cuba, así como el reciente desarrollo<br />

de las luchas de clases en algunos países como Perú, Ecuador, Colombia,<br />

principalmente, explica la paralela intensidad de la búsqueda de nuevas<br />

bases para la teoría y la práctica revolucionarias, distintas de las que fueron<br />

resultado del dominio de direcciones burocrático-reformistas sobre<br />

las luchas de los explotados de este continente.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

X


En este camino, el reencuentro de los trabajadores peruanos con el<br />

pensamiento de Mariátegui, constituye todo un signo: el ingreso de las luchas<br />

de clases en el Perú, en un período histórico nuevo, caracterizado,<br />

fundamentalmente, por la depuración y la profundización, en la misma<br />

medida, del carácter histórico de la sociedad peruana, y de la madurez de<br />

clase de su proletariado. Y como todo reencuentro, en plena lucha, es un<br />

debate, no una canonización.<br />

EL PERÚ <strong>DE</strong> MARIÁTEGUI: 1894-1930<br />

José Carlos Mariátegui nació en Moquegua el 14 de junio de 1894 1 , y murió<br />

en Lima el 16 de abril de 1930. Su biografía forma parte, así, de un período<br />

excepcionalmente significativo en la historia peruana, y que puede<br />

ser considerado como un auténtico puente histórico entre la sociedad colonial<br />

y la actual, porque durante él tiene lugar una compleja combinación<br />

entre los principales elementos de la herencia colonial, apenas modificados<br />

superficialmente desde mediados del siglo XIX, y los nuevos elementos<br />

que con la implantación dominante del capital monopolista, de control<br />

imperialista, van produciendo una reconfiguración de las bases<br />

económicas, sociales y políticas, de la estructura de la sociedad peruana.<br />

La accidentada y compleja dialéctica del desarrollo y la depuración de esa<br />

estructura, ha dominado desde entonces la historia peruana, ha enmarcado<br />

y condicionado sus luchas sociales y políticas y definido los temas centrales<br />

de su debate. Y aunque desde la crisis de 1930 hasta la actual, ese<br />

proceso de depuración está en lo fundamental, realizado, el peso objetivo<br />

y subjetivo de lo ocurrido durante ese período está aún, en muchos sentidos,<br />

presente. No es, por eso, un azar, que algunos de los temas centrales<br />

del debate ideológico de ese momento, sean todavía vigentes en el actual,<br />

1. Mariátegui creía haber nacido en Lima y en 1895. Actualmente, sin embargo, está plenamente<br />

probado que nació en Moquegua, el 14 de junio de 1894. Véase de Guillermo<br />

Rouillon: Bio-bibliografía de José Carlos Mariátegui, Lima, Universidad Nacional Mayor<br />

de San Marcos, 1963; y La creación heroica de José Carlos Mariátegui. La edad de piedra,<br />

Lima, Editorial Arica, 1975. Esta última obra, contiene una abundante información sobre<br />

los antecedentes familiares de Mariátegui y sobre su vida hasta 1919.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

XI


y por lo cual el estudio de la obra de Mariátegui no tenga, en modo alguno,<br />

un interés solamente histórico.<br />

Cuando Mariátegui nace, transcurrida una década desde la derrota<br />

frente a Chile, el Perú está saliendo de los desastrosos efectos de esa guerra,<br />

y en la víspera de un cambio político que marca, en la práctica, el comienzo<br />

del nuevo período.<br />

En efecto, desarticulada la economía durante el conflicto, debilitado<br />

consiguientemente el poder económico y político de los núcleos de burguesía<br />

comercial y terrateniente de la costa, en plena constitución antes de<br />

la guerra, y casi desmantelado el aparato estatal y el orden político que,<br />

bajo la creciente dirección de esos núcleos burgueses, estaba en desarrollo,<br />

tras la derrota el país había recaído bajo un nuevo caudillaje militar,<br />

que era ante todo la representación política de la inconexa clase terrateniente<br />

señorial del interior, dirigido por el general Andrés A. Cáceres, el<br />

prestigioso jefe de la resistencia contra el invasor chileno.<br />

En tales condiciones, los debilitados núcleos burgueses y las capas<br />

medias urbanas, organizados desde antes de la guerra en el Partido Civil,<br />

principalmente, se encontraron obligados no solamente a transar con el<br />

régimen militarista-señorial, sino en cierto modo a sostenerlo. Asesinado<br />

su principal dirigente, Manuel Pardo, en 1878, no disponían en ese momento<br />

de un jefe del prestigio necesario para encabezar la oposición. Debido<br />

a ello, al final de esa década era Nicolás de Piérola, jefe del Partido<br />

Demócrata, y antes representante de las capas de comerciantes y terratenientes<br />

menores provincianos y de orientación señorialista, quien surgía<br />

como vocero de la oposición, consiguiendo al final, el tácito apoyo del<br />

Partido Civil, del cual había sido opositor político antes de la guerra.<br />

La relativa reactivación de la economía, permitía a los núcleos de burguesía<br />

comercial y terrateniente de la costa volver a fortalecer su poder<br />

económico y forzar su regreso a la dirección del Estado, apoyándose en el<br />

inmenso descontento popular, que la rigidez autoritaria y la arbitrariedad<br />

y corrupción de los regímenes militares venía acumulando, y que se alimentaba<br />

además de un generalizado sentimiento de frustración nacional<br />

por la derrota.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XII


Eso permitió a Piérola canalizar ese descontento con una prédica populista<br />

y encabezar la sublevación triunfante de 1895, que desalojando del<br />

poder al caudillaje militar y lo que éste representaba, inauguró la precaria<br />

estructura política que duró hasta 1919, pero, sobre todo, señaló el paso a<br />

un período de reconfiguración de la estructura de la sociedad peruana.<br />

HISTORIA LOCAL Y COYUNTURA MUNDIAL<br />

Al estudiar el proceso de expansión de la gran propiedad agraria en la Sierra<br />

del Sur peruano, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, François<br />

Chevalier señaló que ello fue el resultado del encuentro entre la “historia<br />

local y la coyuntura mundial” 2 . Tal conclusión es válida no solamente para<br />

ese problema específico, sino también para el conjunto de la problemática<br />

peruana de ese período.<br />

En el tránsito del siglo XIX, la “coyuntura mundial” estaba presidida<br />

por dos fenómenos básicos: la expansión imperialista del capital monopólico<br />

y la disputa entre las burguesías de Inglaterra y de Estados Unidos por<br />

la hegemonía en el control de ese proceso, especialmente en lo que respecta<br />

a la América Latina.<br />

La “historia local” estaba marcada, ante todo, por la incipiencia del<br />

capitalismo, en el seno de una formación social cuya base abrumadoramente<br />

predominante eran las relaciones precapitalistas de producción,<br />

aunque ya ampliamente condicionadas por la expansión del capital comercial.<br />

De ahí la consiguiente debilidad de los núcleos de burguesía, básicamente<br />

mercantil y terrateniente, su aún precaria diferenciación como<br />

clase social respecto de la clase terrateniente señorial, dominadora de<br />

campesinos enfeudados y también, en gran parte, de campesinos independientes<br />

o agrupados en comunidades. Y debido a lo cual, esos núcleos<br />

burgueses no habían logrado aún adueñarse enteramente del poder político<br />

y llevar a cabo su propia revolución democrática en la economía y en<br />

2. François Chevalier, “L’expansion de la grande proprieté dans le Haut-Perou au XXème<br />

Siècle”, Annales, 4, Juillet-Août, 1966, pp. 821-825.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

XIII


el Estado. La precariedad institucional del Estado, no solamente por los<br />

efectos de la reciente guerra, sino también como expresión de la debilidad<br />

burguesa y de la dispersión política de la clase terrateniente señorial. Y en<br />

ese marco, finalmente, por un debate ideológico signado por un sentimiento<br />

de “urgencia nacional”, unánimemente compartido, pero parejamente<br />

cabal demostración de la perplejidad y el desconcierto ideológico y<br />

de la incongruencia de los proyectos políticos de las principales fracciones<br />

burguesas y señoriales dominantes.<br />

La inserción de esa historia local en la coyuntura mundial, no podía<br />

dejar de implicar un dominio decisivo de la última en la determinación de<br />

las características del nuevo período.<br />

Tres procesos centrales conducen, desde entonces hasta 1930, la historia<br />

peruana: la implantación y consolidación del capital monopolista,<br />

bajo control imperialista, como dominante de una compleja combinación<br />

con las relaciones precapitalistas de producción, hasta entonces dominantes;<br />

la reconstitución, sobre esa base, de los intereses y de los movimientos<br />

de clases, y de sus modos de relación en el Estado; y el desarrollo<br />

y renovación del debate ideológico-político, en una primera etapa sólo<br />

dentro de las clases dominantes, y después de 1919, entre ellas y las clases<br />

explotadas y medias.<br />

<strong>LA</strong> IMP<strong>LA</strong>NTACIÓN Y DOMINIO <strong>DE</strong>L CAPITAL<br />

MONOPÓLICO IMPERIALISTA<br />

Antes de fines del siglo XIX, en el Perú se había iniciado la formación de<br />

incipientes núcleos de relaciones capitalistas de producción, bajo modalidades<br />

primitivas de acumulación, como consecuencia, principalmente,<br />

de la reactivación del comercio internacional sobre la base del guano y del<br />

salitre, primero, y del algodón posteriormente. Ese proceso tuvo lugar<br />

casi exclusivamente en la costa. Pero permitió, también, la relativa dinamización<br />

del comercio interno y la ampliación del capital comercial en las<br />

zonas más inmediatamente vinculadas a la costa.<br />

Como resultado, fueron constituyéndose los primeros núcleos importantes<br />

de burguesía comercial y terrateniente, desde luego principalmen-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XIV


te en la costa. Sin embargo, esos núcleos burgueses no surgían en condiciones<br />

de desarrollar una “revolución industrial” interna y autónoma,<br />

porque se constituían ya como burguesía “compradora”, dependientes de<br />

la burguesía industrial europea. Solamente algunos reducidos núcleos<br />

burgueses se orientaban a la capitalización del beneficio comercial, acumulado<br />

en precarios establecimientos manufactureros, en su mayoría semifabriles.<br />

Esa dependencia congénita de la emergente burguesía peruana, no<br />

solamente limitó su capacidad de acumulación interna, sino también contribuyó<br />

a desarrollar su orientación consumista y su propensión a parasitar<br />

los ingresos fiscales, procedentes de la renta guanera y salitrera y de los<br />

cuantiosos préstamos en Inglaterra y Francia, que reforzaban la dependencia<br />

global del país respecto de la burguesía europea. Y, asimismo, la<br />

condujo a acumular casi exclusivamente en la producción agrícola exportable,<br />

destinada al mercado europeo y norteamericano, y en la actividad<br />

comercial de importación de la producción industrial de esos países 3 .<br />

Esa burguesía, pues, tendía a desarrollarse básicamente como burguesía<br />

terrateniente y comercial, bloqueando sus posibilidades de avanzar<br />

hacia su “revolución industrial”. Debido a eso, no estaba en condiciones,<br />

ni interesada, en llevar adelante su propia revolución democrática en<br />

la economía y en el Estado, es decir, de avanzar hacia la desintegración de<br />

las relaciones de producción de origen precapitalista, serviles o comunales,<br />

para liberar mano de obra y recursos de producción, y hacia la democratización<br />

del Estado, conforme a la ideología liberal formalmente adoptada,<br />

sobre todo desde mediados de siglo. Por ello, no solamente se encontraba<br />

colocada en situación de permitir la continuación del predominio del precapitalismo<br />

y de su clase terrateniente dominante, sino que también era<br />

incapaz de diferenciarse de ésta rápida y plenamente, ni social ni ideológicamente.<br />

3. Sobre este período y estas cuestiones, puede consultarse de Heraclio Bonilla, Guano y<br />

burguesía en el Perú, Lima, IEP, 1974; de Jonathan Levin, The Export Economies, Cambridge<br />

1960; de Shane Hunt, Growth and Guano in the 19th Century in Perú, Princeton<br />

University Press, 1973; y de Ernesto Yépez, Perú 1820-1920: un siglo de desarrollo capitalista,<br />

Lima, IEP, 1972.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

XV


Sin ser inexistentes, las bases del capitalismo en el Perú eran no sólo<br />

precarias y débiles, sino, lo que resultaba mucho más importante y decisivo,<br />

eran llevadas por una tendencia a la deformación y a la dependencia, con<br />

todo lo que ello implica para el destino histórico de la burguesía en el Perú.<br />

Sin embargo, los más poderosos grupos de la emergente burguesía,<br />

influidos por un difuso positivismo introducido hacia mediados de siglo 4 ,<br />

y enfrentados a la desorganización y corrupción administrativa bajo los<br />

sucesivos regímenes militares, se movilizaron a fines de la década de los 60<br />

hacia la disputa del poder político con una ideología de desarrollo nacional,<br />

lo que cristalizó en la formación del Partido Civil en 1871 5 y en el primer<br />

proyecto de desarrollo capitalista nacional, bajo la conducción de<br />

Manuel Pardo, asumiendo el gobierno en 1872.<br />

A pesar de algunas medidas de reforma administrativa y educacional,<br />

que mostraban su orientación modernizante, este primer gobierno civil<br />

de la burguesía peruana, no fue capaz de tocar ningún interés fundamental<br />

de la clase terrateniente, ni de enfrentarse exitosamente a la grave crisis<br />

económica en que había encallado la economía peruana a comienzos de<br />

los años 70, estrangulada por una deuda externa crecida.<br />

Administrando una economía en crisis, e impotente para remover el<br />

piso del poder de los terratenientes, no solamente fracasó en su intento de<br />

ganar el apoyo de las masas populares urbanas, sino que tuvo que enfrentarse<br />

a ellas y a los representantes políticos de los terratenientes, poniendo<br />

en evidencia los límites y deformaciones de su desarrollo como clase. Se<br />

4. Así lo afirma, aunque sin referencias explícitas, Augusto Salazar Bondy, Historia de las<br />

ideas en el Perú contemporáneo, Lima, Moncloa Editores, 1965. Véase t. 1, p. 3.<br />

5. Manuel Pardo fue el más importante ideólogo de la burguesía comercial-terrateniente<br />

del Perú, en el siglo XIX. Fundó el Partido Civil, culminación de un movimiento contra el<br />

militarismo caudillesco, preconizando la modernización económica y administrativa del<br />

país, con una orientación nacionalista que llegó inclusive a proponer la estatización del<br />

guano y del salitre, los dos principales recursos de exportación del Perú en esa época,<br />

aunque bajo su gestión presidencial no se tomó ninguna medida para eso. Su pensamiento<br />

puede estudiarse en la compilación de sus escritos: El centenario de Manuel Pardo,<br />

Lima, 1935, 2 v. También puede consultarse sobre los intentos de modernización oligárquica<br />

en el Perú, de Howard Karno, The Oligarchy and the Modernization of Perú (1870-<br />

1920), Los Angeles, University of California (tesis no publicada).<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XVI


dice que fue en ese momento cuando el término oligarquía, de tanta significación<br />

en nuestra historia, hizo su ingreso en el Perú 6 .<br />

Al término de la década de los 70 sobrevino el conflicto con Chile y<br />

sus consecuencias enterraron definitivamente las posibilidades de un proyecto<br />

de desarrollo capitalista nacional.<br />

Debido a ello, la implantación del capitalismo, en tanto que relación<br />

social de producción dominante, se lleva a cabo en el Perú ya bajo su forma<br />

monopólica y en esa condición, bajo control imperialista de burguesías<br />

extranjeras, desde fines del siglo XIX.<br />

El proceso de implantación del capital monopólico se inicia poco después<br />

de la guerra con Chile, cuando en 1890 los tenedores de bonos de la<br />

deuda externa, incrementada durante la guerra, obligaron al gobierno de<br />

Cáceres a la firma del Contrato Grace, mediante el cual dichos acreedores<br />

se organizaron en la Peruvian Corporation Ltd. y obtuvieron la concesión<br />

del control de los ferrocarriles, por un período de 75 años. Piérola, al ocupar<br />

el gobierno en 1895, desarrolló un modelo ya establecido, con una<br />

política abiertamente destinada a atraer capital extranjero, que en la coyuntura<br />

era, precisamente, capital monopólico.<br />

Entre 1895 y 1914, se habían instalado en el Perú las primeras cuatro<br />

grandes corporaciones, la ya mencionada Peruvian Corporation Ltd., Cerro<br />

de Pasco Corporation, Internacional Petroleum Corporation, y Grace.<br />

La primera de capital británico y las demás norteamericanas. Ocupaban,<br />

junto a otras empresas extranjeras menores, el lugar de predominio<br />

en la minería, en el petróleo, en la agricultura de exportación y en el transporte<br />

pesado. Y en la misma etapa, el capital imperialista conseguía también<br />

el dominio de casi toda la banca, del comercio internacional y de la<br />

empresa principal de servicio eléctrico.<br />

Después de la crisis económica iniciada en 1913 y continuada durante<br />

la Primera Guerra Mundial (14-18), el capital imperialista ocupó también<br />

el control de las empresas industriales más importantes, en la textilería y<br />

otras ramas menores, consolidando su dominio de la economía peruana,<br />

6. Véase de Jorge Basadre, “La aristocracia y las clases medias civiles en el Perú republicano”,<br />

en Mercurio Peruano, Lima, XLIII, 1963, pp. 437-440.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

XVII


en todos aquellos sectores donde se implantaba el capital como relación<br />

social de producción, y dejando, de ese modo, a la burguesía interna en<br />

una posición totalmente subordinada y, sobre todo, despojada de sus<br />

principales recursos de producción 7 .<br />

CAPITAL MONOPÓLICO Y PRECAPITAL<br />

El capital monopólico se implanta en la economía peruana constituyendo<br />

núcleos de relaciones capitalistas de producción, en los principales sectores<br />

productivos de la economía cuya matriz previa era casi enteramente<br />

precapitalista.<br />

La investigación social latinoamericana ha difundido la denominación<br />

de “enclave” para esa forma de implantación del capital en estos países<br />

8 . El término, sin embargo, contiene más una imagen que un concepto,<br />

pues más bien dificulta que permite desocultar el tipo de relaciones que se<br />

establecen entre esos núcleos de relaciones capitalistas de producción y la<br />

matriz de origen precapitalista.<br />

Ausente un circuito interno de acumulación, integrador de los sectores<br />

productivos, y liquidados en su nacimiento los elementos que llevaban<br />

a su desarrollo 9 , por la propia acción del capital imperialista, cada uno de<br />

los sectores en los cuales éste se implanta en condición dominante, es articulado<br />

al circuito capitalista nacional de donde proviene ese capital, esto<br />

es, a un circuito externo de acumulación y de realización de la plusvalía<br />

generada en esos núcleos capitalistas.<br />

7. Acerca de la penetración del capital norteamericano y sus consecuencias inmediatas en<br />

la economía peruana, aparte del conocido estudio de James Carey, Perú and The United<br />

States, Notre Dame, 1964, hay recientes investigaciones con un enfoque más productivo:<br />

William Bollinger, The Rise of United States Influence in the Peruvian Economy (1868-<br />

1921), Berkeley, University of California, (tesis no publicada); Heraclio Bonilla, “La<br />

emergencia del control norteamericano sobre la economía peruana”, en Desarrollo Económico,<br />

1977, N o 64, v. 16; y hay amplia información en un estudio sobre un período mayor,<br />

de Rosemary Thorp y Geoff Bertram, Industrialización en una economía abierta. El<br />

caso del Perú en el período 1890-1940, Lima, Universidad Católica de Lima, publicación<br />

del CISEPA, 1974.<br />

8. El más célebre texto es el de Cardoso-Faletto, Dependencia y desarrollo en América Latina,<br />

México, Siglo XXI, 1973.<br />

9. Véase de Bollinger, op. cit.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XVIII


Debido a ello, ni la producción industrial interna, ni el mercado interno<br />

del Perú, tienen interés para el capital monopolista durante ese período,<br />

sino de manera limitada a las propias necesidades de exportación de la<br />

producción industrial europea o norteamericana al país. Por su carácter<br />

reducido y concentrado en núcleos, en determinadas ramas de producción,<br />

ese capital no tendrá, tampoco, interés en una masiva liberación de<br />

mano de obra, sino en la formación de un mercado limitado de fuerza de<br />

trabajo libre.<br />

Sobre esas bases, el capital monopolista implantado en ese período,<br />

resulta en una situación estructuralmente condicionada para no entrar en<br />

conflicto con las relaciones precapitalistas de producción que predominan<br />

en el resto de la economía.<br />

Por el contrario, las necesidades del capital implantado en tales condiciones,<br />

encuentran en las relaciones precapitalistas un elemento decisivo<br />

para su operación. En la medida en que el valor de la fuerza de trabajo<br />

explotada por el capital monopólico, se constituye fundamentalmente en<br />

el área no capitalista de la economía, la tasa de ganancia de ese capital resulta<br />

mucho más alta en este país en relación con la que puede obtener en<br />

la economía metropolitana, en las mismas ramas de producción.<br />

De ese modo, para el capital imperialista no solamente no será necesaria<br />

la desintegración de las relaciones no capitalistas, sino, por el contrario,<br />

su perduración será útil para sus necesidades de acumulación, por el<br />

tiempo que requiera el mantenimiento de esta modalidad de operación.<br />

Ese tiempo fue largo.<br />

Capital monopólico y precapital, se combinarán así, contradictoriamente,<br />

en una estructura económica conjunta, bajo el dominio del primero,<br />

en una tendencia de acentuación de ese dominio 10 .<br />

Una de las consecuencias más importantes de esa configuración económica,<br />

será –como Chevalier señala– 11 la expansión de la gran propiedad<br />

10. Sobre el modo de implantación del capital monopólico en el Perú y sus implicaciones<br />

económico-sociales y políticas, puede verse de Aníbal Quijano, “Imperialismo, clases sociales<br />

y Estado en el Perú (1895-1930)”. Escrito en 1973, acaba de ser publicado en Clases<br />

sociales y crisis política en América Latina, México, Siglo XXI, 1977.<br />

11. François Chevalier, op. cit.<br />

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XIX


agraria bajo control de los terratenientes señoriales, en toda la sierra peruana,<br />

y el consiguiente enfeudamiento de una mayor cantidad de campesinado,<br />

bajo esa dominación. La ampliación del mercado interno de productos<br />

alimenticios de origen agropecuario, conforme se ampliaban los<br />

centros urbanos y la mano de obra en los “enclaves” y en actividades de<br />

comercio y de servicios, impulsará a los terratenientes señoriales a extender<br />

sus tierras y a contar con una masa mayor de campesinado para su explotación.<br />

Esa expansión de la gran propiedad agraria y de campesinado enfeudado<br />

bajo el dominio terrateniente señorial, no dejará de tener consecuencias<br />

sobre esta clase. Una parte importante de ella se irá convirtiendo<br />

en burguesía comercial-terrateniente, controlando capital comercial en<br />

medida muy significativa en determinadas zonas 12 .<br />

Esa reactivación del mercado interno impulsa la expansión del capital<br />

comercial, que pasa a servir como correa de transmisión entre la producción<br />

mercantil procedente del área no capitalista y las necesidades del capital<br />

monopólico. Y ello implica la ampliación de una capa de pequeña y<br />

mediana burguesía comercial, intermediadora entre la burguesía capitalista<br />

y los terratenientes señoriales y también una parte del campesinado<br />

no directamente enfeudado.<br />

BURGUESÍA IMPERIALISTA Y BURGUESÍA INTERNA:<br />

<strong>LA</strong> CUESTIÓN NACIONAL<br />

En el curso de la implantación del capital monopólico, con esas modalidades,<br />

la burguesía comercial y terrateniente formada en el período anterior,<br />

mientras era despojada de sus principales recursos de producción y del<br />

control de su dominio nacional sobre el proceso capitalista, fue también,<br />

sin embargo, impulsada a la acumulación capitalista en los reducidos márgenes<br />

de operación que le habían sido impuestos, y en los mismos sectores<br />

12. Sobre este problema hay investigaciones demostrativas. Rodrigo Montoya, El proceso<br />

histórico de articulación del capitalismo y el no capitalismo. 1890-1977, Lima, Mosca Azul<br />

Editores, en prensa.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XX


y ramas de producción en que se implantaba el control de la burguesía<br />

monopolista extranjera.<br />

De ese modo, en el mismo proceso, cumplía su tránsito definitivo de<br />

su condición de burguesía básicamente comercial a la de burguesía capitalista<br />

stricto sensu, y de otro lado, su opción histórica de clase nacional<br />

dominante, quedaba castrada dando lugar a su constitución como apéndice<br />

semicolonial de la burguesía imperialista, durante todo ese período.<br />

Lo último, no solamente por el carácter minoritario y subordinado de la<br />

parte de capital que quedaba bajo su control, sino, particularmente, por<br />

acumular en los mismos cauces y modalidades impuestos por la burguesía<br />

imperialista dominante.<br />

Las tasas de ganancia eran mucho más altas en las ramas de producción<br />

exportable: algodón, caña de azúcar, minerales, lo que arrastraba a<br />

la raquitizada burguesía peruana principalmente en esas ramas que dominaba<br />

ya la burguesía imperialista. Y aun cuando, sobre todo después de la<br />

crisis de mediados de la segunda década de este siglo, algunos grupos de<br />

capitalistas peruanos pudieron acumular en la industria fabril y semifabril,<br />

consiguiendo legislación protectora, eso no cambió en lo fundamental<br />

la situación configurada.<br />

La nueva burguesía capitalista peruana no dejó de enriquecerse, pero<br />

sólo a condición de la pérdida de su hegemonía en el proceso capitalista,<br />

en el mismo momento en que éste ganaba el dominio en el conjunto de la<br />

estructura económica del país.<br />

Las características y tendencias de este proceso, no dejaron de ser percibidas<br />

y resistidas por algunas fracciones de la burguesía peruana. Pero<br />

esas fracciones eran no solamente las más débiles, sino, paradójicamente,<br />

las más apegadas a las tradiciones señorialistas de su origen terrateniente.<br />

Y quienes, en el debate de fines de siglo, reclamaban protección estatal<br />

para los capitalistas nacionales, señalando las vías de un desarrollo capitalista<br />

bajo control nacional, eran solamente aislados ideólogos, de filiación<br />

positivista, sin suficiente influencia en el seno de la clase 13 .<br />

13. Particularmente, Joaquín Capello y Luis Petriconi, Estudio sobre la independencia<br />

económica del Perú, Lima, 1876. Reproducido en la serie Biblioteca Peruana, 1971. De<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

XXI


Por esos factores, las fracciones nacionalistas de la burguesía peruana<br />

fueron debilitándose y perdiendo su lugar en la dirección de la clase, a lo<br />

largo de las dos primeras décadas del siglo XX. Y cuando, como consecuencia<br />

de la crisis del 14-18, la pugna hegemónica entre las burguesías<br />

norteamericana y británica se resuelve en favor de la primera, estarán dadas<br />

en el Perú las condiciones para que las fracciones más proimperialistas<br />

de la burguesía interna, asuman la plena dirección de la clase y el lugar<br />

de ésta en la dirección del Estado, derrotando a las fracciones más renuentes<br />

a la dominación del capital norteamericano, en nombre del progreso y<br />

de la modernidad.<br />

Allí culmina el proceso de semicolonalización de la burguesía peruana,<br />

ocasionando la pérdida de su hegemonía nacional, incapacitándola<br />

para todo proyecto en esa dirección y, en consecuencia, para toda movilización<br />

y organización política de clase fuera del Estado, por un largo período.<br />

Con el golpe de Leguía en 1919 y la desintegración del Partido Civil<br />

y de los otros menores, que no fueron reemplazados por ningún otro en<br />

que la clase se organizara para dirigir al Estado, se cierra esa etapa de las<br />

disputas por la hegemonía nacional 14 .<br />

<strong>LA</strong> ASOCIACIÓN <strong>DE</strong> INTERESES DOMINANTES<br />

EN EL ESTADO: <strong>LA</strong> OLIGARQUÍA<br />

Sobre esa base material (combinación de capitalismo monopólico y precapital<br />

bajo el dominio del primero) y social (articulación de intereses entre<br />

burguesía y terratenientes señoriales), definidas las relaciones de poder<br />

entre burguesía imperialista e interna, se fue consolidando un Estado,<br />

cuya base es conformada por esa asociación de intereses dominantes.<br />

Capello es útil también ver, para apreciar su posición modernista y nacionalista, La sociología<br />

de Lima, Lima, 1895-1902, 4 v. y El problema de la educación pública, Lima, 1902.<br />

14. Sobre el proceso de reconstitución y crisis de la hegemonía oligárquica, v. de Aníbal<br />

Quijano, El Perú en la crisis de los años treinta, Santiago, 1969. Reproducido en América<br />

Latina en la crisis de los años treinta, México, Instituto de Investigaciones Sociales,<br />

UNAM, 1977. Y el panorama histórico bien orientado de Jesús Chavarría, “La desaparición<br />

del Perú colonial”, en Aportes, París, N o 3, enero 1972, pp. 120-155.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XXII


Si bien la burguesía peruana, reconstituida bajo esas condiciones, logra,<br />

en el curso de ese proceso, volver a la dirección del Estado, no puede<br />

hacerlo sino admitiendo la amplia influencia de la clase terrateniente señorial<br />

en todo el orden político del país, y la representación de las fracciones<br />

terratenientes-comerciantes en el seno mismo de la dirección del aparato<br />

estatal.<br />

En la medida en que no sólo se mantiene sino se expande el dominio<br />

terrateniente sobre el campesinado, se expande y se consolida también<br />

todo un sistema de poder político local y regional, controlado por los terratenientes,<br />

sólo a través del cual y en conflicto con él, puede el Estado<br />

central presidir la estructura nacional de poder político. Los términos de<br />

“caciquismo” y de “gamonalismo”, designan ese sistema de poder terrateniente.<br />

De ese modo, el Estado central es la representación de una asociación<br />

de intereses de dominación, entre la burguesía capitalista peruana y los<br />

terratenientes, ambos subordinados, aunque de distinta manera, a la burguesía<br />

imperialista, en la medida en que ese Estado administra y controla<br />

una formación social en cuya base son predominantes los intereses de la<br />

burguesía imperialista.<br />

Y en tanto que el sistema de poder local y aun regional, en las áreas de<br />

dominio terrateniente señorial y/o comercial, no es atacado en su base, las<br />

relaciones de producción de origen precapitalista, ahora articuladas a la<br />

lógica y a las necesidades de la acumulación capitalista, ese Estado central<br />

es el remate de una estructura global de poder político, una de cuyas bases<br />

y de vasta presencia en el país, el caciquismo gamonal, no está integrado a<br />

él aunque sí vinculado de modo conflictivo.<br />

En esas condiciones, por su estructura y por la lógica de su movimiento<br />

histórico, tal sistema de poder –es decir, los intereses sociales que lo<br />

constituyen y lo dominan– excluye totalmente la participación de las masas<br />

campesinas a todo canal de influencia en el Estado central y en particular<br />

en el orden del caciquismo gamonal local. Permite solamente resquicios<br />

estrechos de participación de las capas medias que, sin embargo, se<br />

van ampliando. Y rechaza la participación de los núcleos de proletariado<br />

que la presencia del capital está constituyendo como nueva clase social.<br />

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XXIII


El entero sistema de poder político y su Estado central, por su específico<br />

carácter de clase, es decir, el que se deriva de esta particular historia,<br />

asume, así, un carácter oligárquico.<br />

Oligarquía, en el Perú, es un término que comenzó a usarse en el siglo<br />

pasado, bajo la primera administración civil burguesa, designando un estilo<br />

de dominación política. Pero la perduración de este estilo llevó a dotar<br />

al término de una connotación más compleja, denominando ya no solamente<br />

a esta peculiar combinación de intereses de dominación en el Estado,<br />

sino a las clases sociales mismas que sostenían el Estado oligárquico.<br />

Ello no nos exime, no obstante, de la necesidad de reconocer que, en rigor,<br />

el concepto de oligarquía mienta, en el Perú, a esa estructura de poder<br />

político, con un Estado cuyo carácter de clase no es depurado, ya que su<br />

dominio es compartido por clases que, como la burguesía y los terratenientes<br />

señoriales o “gamonales” son, en la totalidad histórica, conflictivas,<br />

pero que por determinaciones históricas particulares aparecerán, durante<br />

un período, articulando contradictoriamente sus intereses en el<br />

seno del mismo Estado. Y que, por el carácter de sus bases materiales, implicaba<br />

el control monopólico de las clases dominantes sobre la orientación<br />

de su comportamiento.<br />

El Estado que se reconstituye en el proceso de implantación y de consolidación<br />

del dominio del capital monopolista imperialista, estará caracterizado,<br />

así, por dos rasgos definitorios: su indefinición nacional, debido<br />

al carácter semicolonial que asume la burguesía interna que lo dirige; y su<br />

indefinición de clase, por constituirse como articulación de intereses entre<br />

burguesía y terratenientes, y de lo cual derivará su carácter oligárquico.<br />

A partir de entonces, el ciclo burgués de la historia peruana no podrá<br />

encauzarse por una revolución democrático-burguesa, en el sentido de<br />

una conquista burguesa del poder estatal, a la cabeza de las clases dominadas<br />

y aburguesando su conciencia, para destruir la base material del poder<br />

de la clase terrateniente señorial. El proceso burgués asumirá, en cambio,<br />

el carácter sui generis de una “revolución antioligárquica y nacionalista”.<br />

Esto es, de gradual, aunque conflictiva y eventualmente violenta, depuración<br />

del contenido de clase del Estado, por el desplazamiento gradual de<br />

los terratenientes señoriales y de las mismas fracciones burguesas asocia-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XXIV


das a ellos, de su lugar en la dirección del Estado. Y, de otro lado, por<br />

intentos de rescate de la autonomía del dominio nacional de la clase burguesa.<br />

Ninguno de estos planos del proceso, podría desarrollarse independientemente<br />

del otro.<br />

La erradicación de la base material del poder señorial, habrá de ser en<br />

la historia posterior, fundamentalmente el resultado de la gradual generalización<br />

del capital, en tanto que relación social de producción, a todas y<br />

cada una de las ramas de la economía del país. El lugar de esa clase en el<br />

Estado se irá por ello reduciendo paulatinamente. Serán las luchas campesinas<br />

las que acelerarán la desintegración del caciquismo gamonal, y<br />

muy significativamente, entrando en conflicto con la burguesía dominante,<br />

en el momento más fuerte y exitoso de sus luchas, desde fines de los<br />

años cincuenta.<br />

Los intentos de rescate de la autonomía nacional del dominio de la<br />

burguesía interna, si bien pudieron ser, en breves momentos, interés de<br />

minoritarias y débiles fracciones burguesas, no fueron tanto la obra de la<br />

clase, dadas sus raíces y las tendencias de su movimiento. Y por eso se encontraron<br />

sus ideólogos y protagonistas entre las capas medias y populares<br />

bajo la influencia de las primeras y tuvieron que llevarse a cabo, también<br />

significativamente, en buena medida en contra de la opinión y de la<br />

conducta de la propia burguesía interna.<br />

LUCHAS SOCIALES Y <strong>DE</strong>BATE I<strong>DE</strong>OLÓGICO<br />

ANTES <strong>DE</strong> 1919<br />

Seis años antes del nacimiento de Mariátegui, Manuel González Prada, en<br />

el célebre discurso del Politeama 15 , había roto los fuegos de la primera<br />

fase de la batalla contra la dominación oligárquica de los terratenientes,<br />

denunciando la incapacidad y la corrupción de la clase dominante y de su<br />

instrumento militar, la sujeción de las masas campesinas a la ignorancia y a<br />

la servidumbre, y llamando a la juventud a la lucha contra esa situación<br />

nacional.<br />

15. Compilado en Manuel González Prada, Páginas libres, Madrid, Editorial América,<br />

1915.<br />

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XXV


Pocos meses después, en el Teatro Olimpo, arremetía contra la mediocridad<br />

y el servilismo hipócrita de los intelectuales oficialistas, reclamando<br />

a la nueva generación “romper con el pacto infame de hablar a<br />

media voz” 16 . Y, a fines del mismo año, publicaba “Propaganda y ataque”<br />

17 , señalando que el verdadero fundamento de la nación lo constituían<br />

las masas indígenas y que hasta tanto ellas no estuvieran plenamente<br />

representadas en el Estado, no se podía esperar un cambio sustantivo de<br />

los problemas del país.<br />

De ese modo, armada de la implacable y bruñida violencia de los<br />

apóstrofes de don Manuel, tomaba carta de ciudadanía política, por primera<br />

y efímera vez en la historia peruana, una versión revolucionaria del<br />

liberalismo, que no se paraba como hasta entonces, en la crítica de los vicios<br />

políticos e ideológicos solamente, y avanzaba hasta poner en cuestión<br />

la base misma del orden oligárquico, introduciendo en el debate nacional<br />

lo que será uno de sus temas centrales por varias décadas, el problema del<br />

campesinado indio, y estableciendo los primeros elementos consistentes<br />

de un proyecto democrático-burgués avanzado, que no puede ser considerado<br />

como una mera prolongación del liberalismo del período anterior.<br />

El tema del indio, y con él una de las cuestiones centrales de todo el<br />

orden oligárquico, entraba al debate, no solamente porque la derrota frente a<br />

Chile había puesto de manifiesto de qué modo la dominación terrateniente<br />

sobre la masa indígena, en un característico régimen de “colonialismo<br />

interno”, era el fundamento de la falta de integración nacional, a su vez<br />

factor decisivo de esa derrota, sino ante todo porque en ese mismo momento<br />

comenzaba un nuevo ciclo de las luchas del campesinado indio en el país.<br />

Poco antes del discurso del Politeama, había tenido lugar la primera<br />

gran insurrección del campesinado indio en esa etapa, en el Callejón de<br />

Huaylas, Sierra Norte del Perú, y cuya fuerza y extensión conmovieron<br />

amplios sectores de la opinión política e intelectual 18 . Esa insurrección inauguraba<br />

el ciclo de intermitentes guerras campesinas contra la domina-<br />

16. Op. cit.<br />

17. Op. cit.<br />

18. Acerca de esa insurrección, Ernesto Reyna, El Amauta Atusparia, Lima, Ed. Amauta,<br />

1930. Prólogo de José Carlos Mariátegui, Jorge Basadre, Historia de la República del<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XXVI


ción terrateniente, que dura hasta mediados de la década de los 30, precisamente<br />

como reacción contra la expansión de la gran propiedad agraria,<br />

bajo control de los terratenientes señoriales, impulsada por el nuevo interés<br />

que éstos adquirían en este período, por el modo en que se establecían<br />

las relaciones con la dominación del capital monopolista.<br />

No era, pues, sólo una coincidencia que tres años después de esa insurrección<br />

vencida, tronara el discurso del Politeama y se publicara “Propaganda<br />

y ataque”; que en el mismo año se publicara también la primera<br />

novela indigenista, La trinidad del indio o costumbres del interior, donde<br />

su autor, José T. Itolararres 19 , ponía en la picota la trinidad del cura, el juez<br />

y el costeño, en la opresión del indio, y que al año siguiente, Clorinda Matto<br />

de Turner, discípula de González Prada y miembro del Círculo Literario<br />

que éste presidía, publicara Aves sin nido, destinada a convertirse en la<br />

pieza más importante de la narrativa indigenista peruana 20 . El ciclo de esta<br />

narrativa, es coetáneo del ciclo de las luchas del campesinado indio contra<br />

la expansión del latifundio gamonal.<br />

Durante las tres décadas siguientes, el propio González Prada dedicó<br />

una vigilante atención al desarrollo de las luchas campesinas, apoyándolas<br />

desde la prensa, mientras maduraba su concepción del problema del indio<br />

hasta su ensayo Nuestros indios 21 , que dejó incompleto e inédito a su<br />

muerte en 1918, donde por primera vez se vincula claramente la situación<br />

del indio al sistema vigente de propiedad agraria, a los rasgos feudales en<br />

el régimen de la hacienda andina, y al caciquismo local de los gamonales.<br />

Todavía él mismo un positivista liberal en ese momento, al introducir<br />

este crucial incordio en el debate ideológico que los demás positivistas liberales<br />

realizaban entonces sobre los problemas nacionales, González<br />

Prada puso al descubierto los límites que el desarrollo de clase de la burguesía<br />

peruana imponía al pensamiento de la mayor parte de sus ideólo-<br />

Perú, t. II, pp. 272-273. Aníbal Quijano, Los movimientos campesinos contemporáneos de<br />

América Latina, en Lipset y Solari (eds.); Élites y desarrollos en América Latina, Buenos<br />

Aires, 1966.<br />

19. Seudónimo de José Torres Lara.<br />

20. La primera edición apareció en Valencia, España, en 1889.<br />

21. En Manuel González Prada, Horas de lucha, 2 a ed., Callao, 1924.<br />

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XXVII


gos. Esos límites irán acentuándose, conforme la implantación del capital<br />

monopolista y el dominio de la burguesía imperialista iban reduciendo a<br />

la burguesía peruana a la condición semicolonial, impidiéndole recoger<br />

ella misma las banderas de la revolución democrática.<br />

Por ello, más que por las características personales de González Prada,<br />

según opinará más tarde Mariátegui, el movimiento político que sus<br />

inmediatos seguidores intentaron alzar con esa orientación, no tenía las<br />

bases sociales necesarias para su desarrollo y se frustró al nacer, llevando<br />

al mismo González Prada a transitar hacia un positivismo anarco, cuando<br />

toma parte en el debate de las luchas del naciente proletariado a comienzos<br />

del siglo XX.<br />

Entre fines del XIX y comienzos del siglo XX, ingresaba en la palestra<br />

ideológica peruana la llamada generación del 900, la mayoría de cuyos<br />

más influyentes miembros tenía también filiación positivista liberal, y era<br />

portavoz de las fracciones más modernizantes de la burguesía peruana. Y<br />

no es que desconocieran la existencia del problema indio en la falta de integración<br />

nacional. Pero de una parte, su atención estaba más concentrada<br />

en los problemas institucionales del Estado y las cuestiones políticas<br />

concomitantes con la actividad capitalista en plena dinamización. Y, de<br />

otra parte, su visión del problema del indio estaba inevitablemente mutilada<br />

por la aún indecisa diferenciación de su clase con los terratenientes<br />

señoriales, orientándolos a discutir el problema exclusivamente en términos<br />

culturales, y en particular morales y educacionales.<br />

De allí que los temas de la educación y de la cultura, y la modernización<br />

institucional del Estado, fueran, junto con la especulación académico-filosófica,<br />

los ejes de su producción ideológica y fue en torno de ellos<br />

que llevaron a cabo sus debates más resonantes.<br />

Todos ellos se reclamaban de una postura nacionalista y modernista,<br />

acorde con su ideal positivista del progreso. Algunos, como Francisco<br />

García Calderón 22 , desde una perspectiva optimista, sin duda estimulada<br />

por la dinamización de la actividad económica resultante de la penetra-<br />

22. De Francisco García Calderón, véase: Le Pèrou Contemporain, Paris, 1907; Les Démocraties<br />

Latines de l’Amerique, Paris, 1912; y La creación de un continente, París, 1913.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XXVIII


ción capitalista imperialista, ponían su esperanza en el surgimiento de regímenes<br />

como el de Porfirio Díaz y sus “científicos”, o el de Juan Vicente<br />

Gómez y el “cesarismo democrático” que los intelectuales a su servicio<br />

proponían como modelo, para establecer la integración nacional y salir de<br />

la anarquía caudillesca hacia algo como esa inventada “pax porfiriana”,<br />

como marco del reordenamiento nacional.<br />

Otros, como Víctor Andrés Belaúnde 23 , reconociendo que “la nacionalidad<br />

no está formada todavía” y que “nuestro ideal debe ser eminentemente<br />

nacionalista”, sólo podían reclamar la moralización y la racionalización<br />

institucional del Estado, como recursos para lograr el cumplimiento<br />

de tal ideal 24 . Y en un plano más concreto, Garland y Gubbins 25 sostenían<br />

la necesidad de facilitar la entrada y la implantación del capital extranjero,<br />

como camino de la modernización y el progreso del país. Atrás habían<br />

quedado los reclamos de Capello y otros, y aun las proposiciones de Manuel<br />

Pardo, para preservar el control nacional de los recursos, y la protección<br />

estatal de los capitalistas nacionales para afianzarlo.<br />

Cuando las necesidades del capital planteen exigencias de tecnificación<br />

y modernización a la cultura y a la educación en el país, todavía la<br />

burguesía aparecerá dividida entre quienes, como Manuel Vicente Villarán<br />

26 preconizan una educación pragmática y de orientación técnica al alcance<br />

de las masas, y quienes como Alejandro Deustua 27 encontrarán la<br />

ocasión de destilar los más encostrados prejuicios señoriales contra el indio,<br />

para oponerse, en nombre del progreso, a una educación dirigida a<br />

las capas populares, reclamando una educación elitista e intelectualista.<br />

23. De Víctor Andrés Belaúnde, en ese período, principalmente: La crisis presente, Lima,<br />

1914; La realidad nacional, Lima, 1930, libro destinado a la refutación de los 7 ensayos de<br />

Mariátegui; véase también sus Memorias, Lima, 1961 y 1962, 2 v.<br />

24. V.A. Belaúnde, La crisis presente, p. 98.<br />

25. De Alejandro Garland, sobre todo, El Perú en 1906, Lima, 1907; y Reseña industrial<br />

del Perú, Lima, 1905.<br />

26. De Manuel Vicente Villarán, los ensayos reunidos en Estudios sobre la educación nacional,<br />

Lima, 1922; de ellos, principalmente: “Las profesiones liberales en Perú”; “El factor<br />

económico en la educación nacional”, Lima, 1905.<br />

27. De Alejandro Deustua, introductor de la filosofía de Bergson y de los neohegelianos<br />

italianos en el Perú, acerca de este problema véase sus ensayos en La cultura nacional,<br />

Lima, 1937.<br />

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XXIX


Fue sin duda debido a esta debilidad social y política de la burguesía<br />

peruana y de sus ideólogos reconocidos, que al ir produciéndose los primeros<br />

grandes conflictos sociales engendrados en el seno del nuevo capitalismo,<br />

el grueso de esos intelectuales se encontraba enfrentado contra<br />

toda posibilidad de una legislación que institucionalizara esas luchas y sus<br />

organizaciones como parte de un régimen burgués. Sólo muy minoritarias<br />

fracciones, lideradas por quienes como Billinghurst 28 traían una formación<br />

hecha íntegramente en el extranjero, intentaron abrir paso a esa legislación<br />

y aun apoyarse en esas luchas para buscar una relativa democratización<br />

del Estado. Y, por supuesto, fue rápidamente derrotado.<br />

En esas condiciones, ningún puente ideológico y político podía ser<br />

establecido entre el naciente movimiento obrero y popular en las ciudades<br />

y en los latifundios capitalistas de la costa y las fracciones modernizantes<br />

de la burguesía, para cualquier tentativa exitosa de democratización<br />

de las bases y la estructura institucional del Estado. Y las capas medias de<br />

profesionales e intelectuales que iban ampliándose gradualmente, vagamente,<br />

orientadas en esa dirección, comenzaban a ser empujadas a colocarse<br />

políticamente más cerca del movimiento obrero y popular que del<br />

establishment oligárquico. Y después de la crisis de mediados de la segunda<br />

década de este siglo, frustrada la posibilidad de Billinghurst, las tendencias<br />

en esa dirección se consolidaron.<br />

Aunque sin una relación orgánica con las luchas del campesinado<br />

contra la expansión del gamonalismo, las del naciente proletariado y de<br />

las capas medias y populares urbanas se desarrollaban paralelamente en<br />

28. Guillermo Billinghurst, rico comerciante, nacido en Iquique cuando era aún territorio<br />

peruano, y educado en Santiago y Valparaíso, fue alcalde de Lima y Presidente del<br />

Perú (1912-1914). Candidato anticivilista de ideología populista y modernista, comandó<br />

el primer movimiento de las masas de las capas medias y populares de Lima, para imponer<br />

su candidatura contra la negativa oficialista, en un gran mitin callejero en que con el<br />

lema del “pan grande”, las masas expresaban su protesta en la severa situación económica<br />

bajo la crisis de ese momento, y hacían su ingreso en una orientación antioligárquica que<br />

se clarifica y consolida desde entonces. Bajo su fugaz gobierno hizo algunas concesiones<br />

al movimiento obrero, legalizando las huelgas y sindicatos, lo que acarreó su caída por un<br />

golpe militar dirigido por Benavides. Véase: Jorge Basadre, Historia, t. VIII; Quijano, El<br />

Perú en la crisis de los años treinta, cit. No hay hasta ahora ningún estudio específico sobre<br />

Billinghurst.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XXX


esas primeras décadas. Desde la primera gran huelga de los “braceros” de<br />

Chicama en 1912, las luchas por la sindicalización, la legalización de la jornada<br />

de 8 horas, se hicieron más fuertes y se generalizaron. Encontraron<br />

un punto de unión con las luchas políticas por la democratización del Estado<br />

en las movilizaciones que impusieron la candidatura de Billinghurst,<br />

bajo cuyo fugaz gobierno lograron las primeras leyes de reconocimiento<br />

sindical. Y tras la caída de ese régimen, se desarrollaron hasta imponer la<br />

legalización de la jornada de 8 horas, y su primera central sindical en 1919,<br />

cuando ya la generación joven de los intelectuales de las capas medias ingresaba<br />

también en la lucha por la democratización de la educación superior,<br />

y el conflicto dentro de la burguesía se resolvía en favor de su fracción<br />

más proimperialista, pero también menos señorialista 29 .<br />

La implantación del capital en su fase monopólica durante esas décadas,<br />

había ido reconfigurando las bases de la estructura de la sociedad<br />

peruana, a través de una compleja combinación con la expansión del latifundio<br />

señorial. Eso implicaba que en el mismo momento en que se desarrollaban<br />

las luchas campesinas contra los terratenientes, estuvieran ya en<br />

escena las luchas obreras bajo orientación anarquista y anarcosindicalista.<br />

Y mientras el Estado, en representación de la asociación contradictoria de<br />

intereses de aquellas clases dominantes, se enfrentaba a esa doble vertiente<br />

de las luchas de clases de los dominados, al interior de la burguesía se<br />

iba produciendo una diferenciación política que se resolvería por el triunfo<br />

de las fracciones más ligadas a los intereses de la burguesía imperialista<br />

norteamericana, que asentaba su hegemonía sobre la británica tras la guerra<br />

del 14-18. Y del mismo modo, al interior de los terratenientes señoriales,<br />

sus sectores ligados más directamente al capital comercial, iban apareciendo<br />

aliados a las fracciones burguesas vencedoras, en el condominio<br />

inmediato del Estado. El golpe de Estado de Leguía en 1919, y la política<br />

estatal de la década siguiente, la desintegración de los partidos históricos<br />

de burgueses y terratenientes, así como el debate ideológico nacional, fueron<br />

una cabal expresión de esas tendencias y conflictos.<br />

29. Véase de Denis Sulmont, El movimiento obrero en el Perú: 1900-1956, Lima, Universidad<br />

Católica de Lima, 1975.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

XXXI


De un lado, el radicalismo burgués del primer González Prada evolucionó<br />

al anarquismo, y formó parte de esa corriente ideológica en las luchas<br />

y organizaciones del proletariado fabril, semifabril y rural. La posta<br />

de ese radicalismo burgués, que la propia burguesía no recogió, ni amparó,<br />

será, después de 1919, tomada y redefinida como corriente “antioligárquico-nacionalista”,<br />

por las capas medias nuevas que se reclamaron herederas<br />

del primer González Prada.<br />

El desarrollo de las luchas obreras convergió, después de la guerra,<br />

con las luchas iniciales de las capas medias intelectuales por la democratización<br />

de la educación y en esa coyuntura, ya bajo el impacto de la onda de<br />

expansión internacional del socialismo, producto de las luchas europeas y<br />

de la Revolución Rusa, en 1918 surgieron los primeros brotes de una versión<br />

pequeño-burguesa del socialismo, influyendo sobre algunos intelectuales<br />

y obreros.<br />

En cambio, el positivismo liberal cedía, en ese mismo momento, su<br />

puesto rector en la ideología burguesa en favor del idealismo bergsoniano,<br />

acogido entusiastamente por los representantes intelectuales de las<br />

fracciones burguesas que perdían terreno en la lucha por la hegemonía 30 ,<br />

y esa tendencia fue consolidándose en la década siguiente, como reacción<br />

frente al régimen leguiísta que había llegado al poder enarbolando los señuelos<br />

del progreso y de la modernización, caros al positivismo, que utilizaba<br />

desde el poder a algunos de los intelectuales positivistas, pero que, al<br />

mismo tiempo, rebajaba los ideales positivistas a una función de taparrabo<br />

de una política de venalidad, de corrupción, de arribismo y despotismo.<br />

Esa situación ayuda a explicar por qué, en la década siguiente, el idea-<br />

30. Principalmente Deustua y Belaúnde, ya citados. Y José de la Riva Agüero; los dos últimos<br />

prologuistas y comentadores de la tesis de Mariano Iberico, La filosofía de Enrique<br />

Bergson, presentada en San Marcos en 1916. Iberico fue diputado por la derecha y por la<br />

izquierda intelectual en el Perú, antes de 1930. En 1926, Mariátegui le publicó, en su Editorial<br />

Minerva, El nuevo absoluto, en el cual Iberico defendía el vitalismo bergsoniano<br />

como base filosófica del socialismo, desde que éste tenía una vocación redentora y en “su<br />

profundo sentido, es una voluntad religiosa”, posición que fue explícitamente comentada<br />

y apoyada por Mariátegui en “25 años de sucesos extranjeros”, publicado ese mismo<br />

año, incorporado después en Historia de la crisis mundial (v. 8 de las Obras completas, en<br />

adelante OC).<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XXXII


lismo vitalista de inspiración bergsoniana será utilizado contra el positivismo,<br />

simultáneamente desde la derecha y desde la izquierda.<br />

<strong>LA</strong>S PRINCIPALES ETAPAS <strong>DE</strong> MARIÁTEGUI<br />

Ese complejo escenario histórico fue el que produjo a Mariátegui y que<br />

desde 1918 en adelante fue también en parte su producto. Pues nadie<br />

como él, en el Perú, fue simultáneamente tan hijo de su tiempo, como de<br />

su propia fuerza para dominarlo.<br />

Al caracterizar su etapa anterior a su viaje a Europa en 1919 como su<br />

“edad de piedra”, Mariátegui estableció una separación de su historia vital<br />

en dos grandes etapas. Y, de modo general, esa división es admisible 31 .<br />

No hay duda, en efecto, de que su estancia europea fue crucial para el<br />

desarrollo de Mariátegui en todos los órdenes de su experiencia personal.<br />

Allí hizo su primer aprendizaje marxista, decidió consagrar su vida al socialismo<br />

revolucionario en el Perú, encontró a la compañera de su vida y<br />

universalizó su horizonte de ideas y emociones. Es cierto, igualmente, que<br />

de entonces arranca lo fundamental de su obra y de su influencia en la historia<br />

peruana.<br />

No obstante, fue también el propio Mariátegui quien se encargó de<br />

recordar el significado de su labor anterior a esa fecha, particularmente en<br />

los años inmediatamente previos 32 . Y, en verdad, si la experiencia europea<br />

maduró y redefinió sus opciones personales, fue sobre la base de una<br />

orientación establecida ya, en lo fundamental, antes. Si bien son perceptibles<br />

rupturas significativas entre ambas etapas, particularmente en su<br />

pensamiento político, en otros planos se trata más bien de afirmamientos<br />

y desarrollos.<br />

31. Ese juicio de Mariátegui ha influido en sus herederos familiares, que hasta ahora no<br />

publican sus escritos anteriores a 1919, en las llamadas OC, y en sus biógrafos como Rouillon,<br />

ya citado. Diego Messeguer ha trazado recientemente, en un extenso estudio sobre<br />

Mariátegui, una periodización más próxima a la realidad. Véase de Diego Messeguer,<br />

José Carlos Mariátegui y su pensamiento revolucionario, Lima, IEP, 1974.<br />

32. En comunicación enviada a la Primera Conferencia de Partidos Comunistas de América<br />

Latina, en junio de 1929, Mariátegui señala: “el tratado de Mariátegui con los tópicos<br />

nacionales no es, como algunos creen, posterior a su regreso de Europa ... no hay que olvi-<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

XXXIII


Por eso, aunque no se trata aquí de reconstruir su biografía, es necesario,<br />

especialmente para el lector no peruano, sumarizar brevemente las<br />

principales etapas del desarrollo del pensamiento mariateguiano.<br />

REPLIEGUE FÍSICO Y AVENTURA INTELECTUAL:<br />

1894-1914<br />

Mariátegui era el segundo de tres hijos sobrevivientes, de un inestable matrimonio<br />

entre Francisco Javier Mariátegui, limeño, de familia terrateniente<br />

encumbrada, nieto de un conocido ideólogo liberal del mismo<br />

nombre, y de María Amalia Lachira, campesina del pueblo de Sayan, en la<br />

sierra Norte de Lima. No conoció a su padre 33 .<br />

Cuando tenía ocho años, en 1902, a su pobreza material y a la ausencia<br />

paterna, le sobrevino una enfermedad que dejó baldada para siempre su<br />

pierna izquierda, inmovilizándolo durante una larga convalecencia.<br />

En el ambiente religioso de su familia, su enfermedad reforzó probablemente<br />

en el niño Mariátegui su adhesión religiosa, dando lugar al desarrollo<br />

de inclinaciones místicas. Y, al mismo tiempo, el repliegue forzoso<br />

consigo mismo le permitió iniciar la lectura de la pequeña biblioteca dejada<br />

por su padre antes de eclipsarse del todo del hogar, y comenzar su formación<br />

autodidacta procurándose ávidamente material de lectura. Su inquietud<br />

desatada lo llevará poco después a estudiar francés por su cuenta.<br />

Por la misma época comenzaría también a escribir sus primeros versos 34 ,<br />

de contenido místico-religioso.<br />

Esa experiencia infantil, de pobreza y de ausencias, de enfermedad y<br />

de inactividad física, de soledad y de melancolía, de religiosidad y de poética<br />

mística, de inquietas e interrogadoras lecturas, es sin duda fundamendar<br />

que a los catorce o quince años, empezó a trabajar en el periodismo y que, por consiguiente,<br />

a partir de esa edad tuvo contacto con los acontecimientos y cosas del país, aunque<br />

para enjuiciarlos carecía de puntos de vista sistemáticos”. En esa carta consigna su<br />

revista Nueva Época y su periódico La Razón, así como su participación en la huelga obrera<br />

de 1919. Véase el texto respectivo en Ricardo Martínez de la Torre, Apuntes para una<br />

interpretación marxista de la historia del Perú, 4 v., t. II, p. 403.<br />

33. Rouillon, La edad de piedra, cit.<br />

34. Op. cit., p. 70.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XXXIV


tal para la comprensión de la obra adulta mariateguiana. Cómo no ver allí<br />

el origen de los resortes emocionales que atravesarán permanentemente<br />

una parte de su desarrollo, y en especial esa tensión de agonista entre una<br />

concepción metafísica de la existencia, alimento de una voluntad heroica<br />

de acción, y las implicaciones necesarias de la adhesión al marxismo, que<br />

caracterizan gran parte de su pensamiento.<br />

<strong>DE</strong>L COLONIALISMO A <strong>LA</strong> CRÍTICA SOCIAL Y POLÍTICA:<br />

1914-1919<br />

Mariátegui entró como obrero alcanza-rejones al periódico La Prensa, en<br />

1909, y fue subiendo de posición hasta que en 1913 asumió la redacción<br />

del periódico y a partir de 1914 comenzó a publicar con el seudónimo de<br />

Juan Croniqueur.<br />

Juan Croniqueur, autodidacta de vasta y varia lectura, principalmente<br />

literaria, espíritu crítico aún sin derrotero y temperamento artístico, estación<br />

de un viaje hacia la identidad social y personal, peregrina un tiempo,<br />

entre los 20 y 23 años, entre la influencia de D’Annunzio y el esteticismo,<br />

la incursión por el mundo de la sociedad oligárquica, en su calidad de cronista<br />

hípico y social (hasta llegó a dirigir El Turf), la crónica literaria, retiros<br />

espirituales y poesía místico-sensual, y todavía, el mismo año de la Revolución<br />

Rusa, organiza con otros periodistas de la bohemia provinciana<br />

de Lima, una sesión de danza en el cementerio para Norka Ruskaya, con el<br />

consiguiente escándalo de la beatería limeña.<br />

Mariátegui, pues, estaba entonces principalmente ocupado en explorar<br />

sus posibilidades de encontrar un lugar en el establishment social y cultural.<br />

Eran, sin embargo, los años de la crisis y de la guerra mundial, del<br />

encrespamiento de las luchas de clases en Europa, y en el Perú la etapa de<br />

intensificación de las luchas obreras, del creciente descontento de las nuevas<br />

capas medias, y la agudización del debate y del conflicto político dentro<br />

de las clases oligárquicas. Hasta 1916 no parecen haber registros del<br />

impacto de esos procesos en Mariátegui. Y no obstante, fue en el curso de<br />

esa etapa y sobre todo después de esa fecha, que fue despertando en él la<br />

preocupación por las cuestiones políticas y sociales, agudizándose su mi-<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

XXXV


ada crítica de la sociedad, lo que irá apareciendo inclusive en sus crónicas<br />

de tono levemente irónico sobre temas banales.<br />

En 1916, con César Falcón, Félix del Valle y bajo la dirección de<br />

Abraham Valdelomar, sus compañeros de La Prensa, funda la revista Colónida,<br />

de la que se publicarán cuatro números y en los cuales Mariátegui<br />

colabora con su producción literaria. Años después, sostendrá que cuando<br />

colabora en Colónida era aún un “literato inficionado de decadentismo<br />

y bizantinismo finiseculares” 35 . Eso era aún en efecto. A pesar de ello, Colónida<br />

representaba ya el ingreso, aunque vacilante y confuso, de un nuevo<br />

estado mental que portaba una generación intelectual heredera de las<br />

enseñanzas de González Prada, que aprendía a rechazar la presencia de la<br />

engolada mentalidad señorial y su academicismo. Y la actitud crítica en la<br />

literatura, pronto se extenderá, en Mariátegui y su generación, a la crítica<br />

de la sociedad y del Estado.<br />

No en vano Valdelomar había sido secretario de Billinghurst durante<br />

su campaña a la presidencia de la República, que pudo triunfar sobre los<br />

hombros de una inmensa movilización popular anticivilista. Y Mariátegui,<br />

a la sazón, ya había conocido a González Prada y era amigo de su hijo,<br />

poeta también, Alfredo González Prada. Y en ese mismo año, Mariátegui<br />

publica en La Prensa, un artículo comentando irónicamente una conferencia<br />

de Riva Agüero, y defendiendo el modernismo literario contra el<br />

academicismo. Riva Agüero ya era, en ese momento, uno de los más destacados<br />

intelectuales de los grupos más señoriales de la coalición oligárquica<br />

en el poder, y que ya en 1915 había fundado el Partido Nacional Democrático<br />

y el movimiento “futurista”, como parte de una orientación de<br />

abandono del positivismo y de repliegue en un idealismo reaccionario de<br />

raíz bergsoniana. Enjuiciando una década después ese movimiento “futurista”,<br />

Mariátegui lo señalará como un movimiento de “restauración colonialista<br />

y civilista en el pensamiento y en la literatura del Perú” 36 .<br />

Fue, sin embargo, otro hecho lo que contribuyó a despertar su interés<br />

político y al abandono de la negación de la política que era una de las mar-<br />

35. Carta a Samuel Glusberg, en OC, t. II, contracarátula.<br />

36. 7 ensayos, Lima, 1968, 13 a ed., p. 216.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XXXVI


cas de la experiencia colónida. A mediados de 1916, la oposición leguiísta<br />

contra el régimen de José Pardo (1915-1919), y con la participación de las<br />

corrientes que apoyaron a Billinghurst, fundó un nuevo periódico, El<br />

Tiempo, y Mariátegui renunció a La Prensa para incorporarse al nuevo diario.<br />

Allí fue encargado de la crónica parlamentaria, que ejerció hasta 1919.<br />

A pesar de que en los dos años siguientes, Mariátegui todavía intensificará<br />

sus incursiones en el mundo oligárquico, escribiendo crónicas sociales<br />

e hípicas, y mantendrá su adhesión religiosa escribiendo sobre temas<br />

costumbristas y religiosos (inclusive ganó en 1917 el premio de la<br />

Municipalidad de Lima, por su artículo “La Procesión tradicional”), la<br />

concurrencia a los debates parlamentarios fue, seguramente, una puerta<br />

de entrada a la observación y a la reflexión sobre los problemas políticosociales<br />

del país y del mundo, tan intensamente agitados en esos mismos años.<br />

El Parlamento peruano de esos años era el escenario en que se debatían<br />

las opciones ideológicas y los conflictos políticos dentro de la coalición<br />

dominante, poco antes de la derrota de las fracciones más señorialistas,<br />

tres años después, con el golpe de Leguía. Eran también los años de la<br />

prédica wilsoniana, cuyos ecos resonaban también en el Perú, junto con<br />

los de las tempestades políticas europeas, particularmente el triunfo de la<br />

Revolución Rusa, y los primeros impactos de la Revolución Mexicana,<br />

mientras se extendían las luchas obreras y la influencia del anarquismo y el<br />

anarco-sindicalismo, y los jóvenes de las nuevas capas medias intelectuales<br />

iniciaban su enfrentamiento a la educación oligárquica en la Universidad.<br />

En la redacción de El Tiempo convergían las corrientes positivistas liberales,<br />

de leguiístas y billinghuristas, y más débilmente la influencia del<br />

gonzález-pradismo y las primeras ideas socializantes.<br />

La influencia de esta atmósfera puede registrarse en la creciente ironía<br />

de las crónicas de Mariátegui, en la nueva seguridad de su prosa de<br />

tono polémico, presumiblemente también en la medida en que su conocimiento<br />

de la fauna oligárquica, en su calidad de cronista de publicaciones<br />

como El Turf y Lulú, le iba revelando una realidad que ya era capaz de mirar<br />

como indeseable.<br />

Por ello, desde 1917, la casi totalidad de su producción de periodista<br />

en El Tiempo, aparece ya consagrada exclusivamente a los temas de la po-<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

XXXVII


lítica nacional y ahora observada ya también desde fuera de los debates<br />

parlamentarios. El periodismo comienza en Mariátegui a convertirse en<br />

un vehículo de expresión de una nueva mirada crítica de la sociedad,<br />

como para varios de sus compañeros de redacción, y principalmente César<br />

Falcón, Félix del Valle y otros, ganados según parece antes que Mariátegui<br />

al interés por las luchas sociales y las ideas socialistas, y que probablemente<br />

ejercieron una importante influencia sobre él en esos años.<br />

Como la orientación de El Tiempo ya les resulta muy moderada, a mediados<br />

de 1918 todos ellos se agrupan para publicar la revista Nuestra<br />

Época, como vocero de una tendencia socializante, inspirada en las ideas y<br />

en el modelo de la revista España, que en ese país dirigía Luis Araquistain<br />

y donde colaboraba una parte de la generación del 98. Unamuno entre ellos.<br />

La orientación ideológica y vital de José Carlos Mariátegui comienza<br />

a definirse. Y no tardará en pagar sus primeras consecuencias. Tras la publicación<br />

en esa revista de su artículo “Malas tendencias: el deber del ejército<br />

y del Estado”, defendiendo la idea de emplear más los recursos fiscales<br />

en la promoción de la educación y del trabajo, en lugar de armas, un<br />

grupo de oficiales llegará hasta la redacción de El Tiempo, en cuyos talleres<br />

se imprimía Nuestra Época, y maltrata físicamente al indefenso y débil<br />

autor.<br />

Poco después, los redactores de Nuestra Época y otros de la misma<br />

tendencia se agrupan en el Comité Organizador del Partido Socialista.<br />

Uno de los miembros más influyentes, Luis Ulloa, propone convertir ese grupo<br />

en partido, lo que Mariátegui y Falcón rechazan, apartándose del grupo.<br />

Las inevitables dificultades resultantes de esos hechos, con los directores<br />

de El Tiempo, empujan finalmente a Mariátegui y Falcón a fundar el<br />

periódico La Razón, en mayo de 1919. Es el año y el mes de la gran huelga<br />

obrera por las ocho horas y el abaratamiento de las subsistencias, y, al mismo<br />

tiempo, del movimiento abierto de los estudiantes de San Marcos, por<br />

la reforma universitaria, secuencia del movimiento de Córdoba, del año<br />

anterior. Es también el año del golpe de Leguía.<br />

La Razón apoya enérgicamente ambos movimientos, obrero y universitario,<br />

y de cierto modo toma parte en la campaña leguiísta. El gobierno<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XXXVIII


de Pardo apresa a los dirigentes de la huelga obrera, pero poco después<br />

Leguía, y ante la extensión de la misma, se ve obligado a liberarlos. La gran<br />

manifestación obrera que celebra ese hecho, llegará hasta las puertas del<br />

periódico, aclamando a Mariátegui, que tuvo que pronunciar un discurso<br />

desde el balcón del local.<br />

Mariátegui ha entrado, finalmente, en la lucha política al lado del naciente<br />

proletariado, orientándose hacia el socialismo. Sus ideas socialistas,<br />

en ese momento, corresponden aún, en rigor, a una orientación democrática<br />

radicalizada por elementos socializantes. Pero está formada la<br />

base de su posterior afirmación socialista revolucionaria; y el piso emocional<br />

de su temperatura de combate, está liberado de sus afanes de esnobismo<br />

aristocratizante y esteticista.<br />

Al arreciar el movimiento de los estudiantes reformistas, chocando<br />

con el rápido repliegue del régimen de Leguía desde su inicial prédica democrática<br />

hacia el despotismo pro imperialista que fue su marca, manteniéndose<br />

la movilización obrera, La Razón se enfrenta críticamente a Leguía,<br />

hasta ser considerado por éste como un peligro para su régimen.<br />

Después de la publicación de un editorial que denunciaba “el tinglado de<br />

la patria nueva”, en agosto de ese año, se prohíbe la circulación del periódico.<br />

Leguía, a través de un emisario relacionado con Mariátegui, ofrece a<br />

Mariátegui y a Falcón optar entre la cárcel o un viaje a Europa en calidad de<br />

agentes de propaganda del gobierno peruano. Era en realidad, un poco disimulado<br />

destierro. Ambos optaron por el viaje a Europa. Se dice que ese gesto<br />

de Leguía se debió al hecho de estar casado con una parienta de Mariátegui,<br />

por la rama paterna 37 . Y en esas gestiones familiares, sin duda influía el<br />

hecho de ser ya Mariátegui un escritor e intelectual de renombre en el país.<br />

En octubre de 1919, Mariátegui partió con destino a Europa. Después<br />

de una breve escala en Nueva York, llegó a Francia primero y fue a<br />

fines de ese año a radicarse en Italia. Tenía 25 años.<br />

37. Rouillon, op. cit., pp. 308-310. Transcribe la resolución gubernamental que autoriza<br />

al Consulado Peruano en Génova, a pagar a Mariátegui un salario por su labor de “agente<br />

de propaganda periodística en Italia”, a partir de enero de 1920.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

XXXIX


<strong>LA</strong> EXPERIENCIA EUROPEA Y EL APRENDIZAJE<br />

MARXISTA: 1919-1923<br />

Mariátegui testimonió el impacto emocional e intelectual de su breve estadía<br />

en la capital francesa. Con su experiencia de periodista parlamentario,<br />

no dejó de asistir a algunas sesiones de la Cámara de diputados. Pero fueron,<br />

sobre todo, el contacto personal con el grupo Clarté y principalmente<br />

con Henri Barbusse y Romain Rolland, y su asistencia a los mítines obreros<br />

de Belleville, lo que retendrá en su memoria.<br />

Antes de salir del Perú había ya leído L’Enfer y leyó Le Feu apenas llegado<br />

a París. Poco después conoció personalmente a Barbusse en las oficinas<br />

de Clarté. El impacto debió ser recíproco y se estableció una relación<br />

duradera. Barbusse no lo olvidó y su huella fue intensa en Mariátegui 38 .<br />

De su contacto con el proletariado parisino en los mítines de Belleville,<br />

guardará una imagen impregnada de uno de los temas recurrentes de<br />

la obra mariateguiana posterior, la emoción religiosa: “Mis mejores recuerdos<br />

son los mítines de Belleville, donde sentí en su más alta intensidad<br />

el calor religioso de las nuevas multitudes”, dirá más tarde a uno de sus<br />

biógrafos 39 .<br />

A pesar de que París era la meca de la peregrinación europea de la<br />

mayor parte de los intelectuales y artistas latinoamericanos del período,<br />

Mariátegui escogió Italia como sede de su experiencia europea. ¿Por qué<br />

Italia? Según Bazán, Mariátegui recordaba que “en París, su metro, su clima<br />

húmedo y los grises impertérritos de su cielo llegaron a quebrantar mi<br />

salud. Me dirigí sin más hacia el sur. Hacia Italia, de donde me llamaba un<br />

viejo amigo mío, peruano” 40 .<br />

Dada la salud quebradiza de Mariátegui, esa explicación es segura-<br />

38. Armando Bazán, Mariátegui y su tiempo, Santiago, 1939, consigna que Barbusse se<br />

refería a Mariátegui como “una nouvelle lumière de l’Amerique, un specimen nouveau de<br />

l’homme americain” (p. 14).<br />

39. Bazán, op. cit., p. 71. En la edición de 1969, v. 20 de las OC de Mariátegui, ese texto ha<br />

sido cambiado por el siguiente: “mis mejores recuerdos son los mítines de Belleville, donde<br />

sentí en su más alta intensidad la emoción social revolucionaria de las nuevas multitudes”<br />

(p. 56), lo que es evidentemente una falsificación contra el espíritu de Mariátegui.<br />

40. Bazán, 1939, p. 71.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XL


mente real. Pero no fue quizás la más importante. Después de todo, él<br />

estaba habituado a los “grises impertérritos” y a la humedad de Lima. Estuardo<br />

Núñez 41 ha esclarecido bien que no fue circunstancial enteramente<br />

la opción italiana de Mariátegui, demostrando la influyente presencia<br />

de la cultura italiana en el Perú, a comienzos del siglo XX, y la relativa familiaridad<br />

que Mariátegui y sus amigos más cercanos ya tenían con ella.<br />

Valdelomar, que había ejercido notable influencia en la orientación inicial<br />

de las actividades literarias y estéticas de Mariátegui, ya había residido en<br />

Italia en la preguerra y publicó también unas Cartas de Italia, como lo hará<br />

después Mariátegui, aunque sobre una temática totalmente distinta. Y un<br />

personaje como Riva Agüero, tan antitéticamente opuesto a Mariátegui,<br />

social e ideológicamente, coincidió con éste en Italia y juntos caminaron<br />

en Roma, y no dejó de proclamar su adhesión a Italia, aunque por motivos<br />

políticos distintos. Riva Agüero se hará fascista.<br />

Y puesto que la estadía en Italia tuvo una influencia tan decisiva en la<br />

formación de Mariátegui, en particular en el modo en que comenzó su<br />

encuentro con el marxismo, es oportuno señalar que el idealismo neohegeliano<br />

y el actualismo, de Croce y Gentile, ya estaban presentes en la atmósfera<br />

intelectual peruana desde comienzos de la segunda década de<br />

este siglo, inspirando, junto con Bergson, una de las corrientes filosóficas<br />

que, en ese entonces, debatía los problemas de la cultura y de la educación<br />

en el Perú. Alejandro Deustua, tan influyente en esos años en la oposición<br />

contra el positivismo, había publicado La cultura superior en Italia ya en<br />

1912 42 , que el propio Mariátegui cita en sus 7 ensayos 43 .<br />

Cuando Mariátegui llega a Italia, al fin del año 1919, el país estaba sacudido<br />

por una grave crisis económica, sobre cuyo piso se enfrentaban las<br />

masas obreras y los capitalistas, poniendo en crisis el liberalismo tanto<br />

como el socialismo, entre cuyas brechas ascendía el fascismo. A ello se<br />

añadía un sentimiento de frustración, porque las expectativas de expansión<br />

hacia los Balcanes habían sido bloqueadas por los resultados de la<br />

41. Estuardo Núñez, Prólogo a Cartas de Italia, v. 15 de las OC.<br />

42. Alejandro Deustua, La cultura superior en Italia, Lima, Ediciones Rosay, 1912.<br />

43. 7 ensayos, p. 22.<br />

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XLI


Paz de Versalles. Y ese sentimiento nacional de frustración, que sobre<br />

todo la pequeña burguesía italiana destilaba, era uno de los alimentos de<br />

la propaganda nacionalista y fascista, y en cuyo clima habían brotado los<br />

oropeles de la prédica de D’Annunzio, su famosa marcha sobre Fiume y<br />

su Constitución 44 , que tanta resonancia tendrían en el crecimiento del fascismo.<br />

Mariátegui encontró aún el eco de la Constitución d’annunziana y<br />

apenas llegado, es sobre ese tema que escribió (“El Estatuto del estado libre<br />

de Fiume”), en su calidad de corresponsal de El Tiempo, de Lima, en<br />

cuyas páginas publicará sus observaciones europeas 45 . Como Bazán recuerda<br />

46 , el poético inicio de la Constitución, no dejó de impactar en Mariátegui,<br />

d’annunziano en sus primeros pasos de escritor: “La vida es bella<br />

y digna de ser bellamente vivida”, reclamaba el poeta y Mariátegui lo recordará<br />

años más tarde, señalando que en ese proyecto de Constitución<br />

existen elementos de comunismo, de filiación utópica 47 .<br />

En su copiosa producción periodística como corresponsal de El Tiempo,<br />

puede notarse la apasionada avidez con que Mariátegui vigila la política<br />

italiana y europea en general, preocupado por los signos históricos de la coyuntura<br />

más bien que en una interpretación teórica, como se reafirmará<br />

después, ya en el Perú, al ordenar en un panorama global su visión de la crisis<br />

europea: “Pienso que no es posible aprehender en una teoría el entero<br />

panorama del mundo contemporáneo. Que no es posible, sobre todo, fijar<br />

en una teoría su movimiento. Tenemos que explorarlo y conocerlo, episodio<br />

por episodio, faceta por faceta. Nuestro juicio y nuestra imaginación se<br />

sentirán siempre en retardo respecto de la totalidad del fenómeno” 48 .<br />

Es, sin embargo, en esos mismos años que está iniciando su formación<br />

marxista y absorbiendo la atmósfera política e intelectual del debate marxista<br />

en Italia, y asistiendo como testigo privilegiado a las ocupaciones<br />

obreras de las fábricas, a las vacilaciones y a las luchas internas del Partido<br />

44. Véase de Robert Paris, Les Origines du Fascisme, Paris, Flammarion, 1968, pp. 64-66.<br />

45. Estuardo Núñez, op. cit.<br />

46. Bazán, op. cit., p. 72.<br />

47. La escena contemporánea, OC, t. 1, p. 22.<br />

48. Op. cit., Prólogo.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XLII


Socialista Italiano y al nacimiento del Partido Comunista Italiano, en el<br />

Congreso de Livorno (1921), donde quizás pudo conocer a Gramsci 49 . De<br />

allí, sin duda, no obstante el carácter periodístico de su indagación de la<br />

escena europea, que sobre todo a partir de 1921 se aprecia la seguridad de<br />

su orientación y de su evaluación de los acontecimientos políticos, la crisis<br />

de la democracia liberal y de su ideología, la crisis de la socialdemocracia y<br />

el significado del fascismo, que son los temas dominantes de sus crónicas<br />

50 .<br />

En particular, su evaluación del fascismo y de los factores que le dieron<br />

origen y que impulsaron su ascenso al poder, por la impotencia del liberalismo<br />

y la crisis interna de la socialdemocracia italiana, cuya mayoría<br />

adhería a una orientación reformista. Como lo señala uno de sus comentaristas<br />

51 , Mariátegui es una importante fuente para el estudio de la vida política<br />

italiana de esa etapa.<br />

El año de 1921 parece haber sido el punto de llegada a una nueva etapa,<br />

no solamente personal, sino del pensamiento político de Mariátegui,<br />

pues entonces ya se considera un marxista: “desposé una mujer y algunas<br />

ideas”, afirmará más tarde acerca de su experiencia en ese momento.<br />

La atmósfera cultural e ideológica italiana de esos años, muy influida<br />

por la obra de los filósofos neohegelianos y actualistas como Croce y Gentile,<br />

el primero de los cuales contaba con la admiración de muchos de los<br />

ideólogos marxistas más importantes del debate italiano de ese momento<br />

y al que Mariátegui conoció personalmente, enmarcó e impregnó de<br />

modo importante el desarrollo de los estudios de éste y, presumiblemente,<br />

el modo de su encuentro con el marxismo. Y, en particular, su relación con<br />

Piero Gobetti, antiguo gentiliano, seguidor de Croce, y liberal radicaliza-<br />

49. No existe información concreta y eficiente acerca de las posibles relaciones personales<br />

entre Mariátegui y Gramsci. Su viuda afirma que se conocieron. En todo caso, es probable<br />

que Mariátegui haya visto a Gramsci en Livorno, con ocasión del Congreso del Partido<br />

Socialista de Italia, y probablemente lo leyera en L’Ordine Nuovo, que se publicaba<br />

ya cuando Mariátegui residía en Italia.<br />

50. Recopiladas principalmente en Cartas de Italia (t. 15, OC), La escena contemporánea<br />

(t. 1, OC), El alma matinal (t. 3, OC), principalmente.<br />

51. Antonio Melis, “Mariátegui primer marxista de América”, Mariátegui, tres estudios,<br />

Lima, Biblioteca Amauta, 1971.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

XLIII


do que colaboraba en L’Ordine Nuovo, la revista del ala comunista del socialismo<br />

italiano, ejerció un impacto reconocido y evidenciado por Mariátegui<br />

muchas veces en su obra posterior. Asimismo, en Italia fue donde él<br />

se familiarizó con la obra de Sorel, que tanta presencia llegó a tener en su<br />

concepción filosófica personal. Algunos, como Robert Paris, han sugerido<br />

también que el aire de movimiento épico y heroico que el mussolinismo<br />

fungía incorporar a la atmósfera emocional italiana, habría tenido<br />

alguna parte en la evolución del sentido mítico-heroico presente en la<br />

concepción mariateguiana de la existencia y atribuible también a algunos<br />

revolucionarios italianos formados en ese período 52 .<br />

Italia, pues, fue una estación decisiva en la formación de Mariátegui,<br />

intelectual, política y emocionalmente, llegando a ser un permanente<br />

punto de referencia de su visión de los problemas. Recorrió sus principales<br />

ciudades, se familiarizó con su acervo histórico y cultural, se vinculó a<br />

algunas de las figuras del primer plano intelectual y político del país, reorganizó<br />

su tesitura personal sobre el mundo y pudo adquirir allí las bases<br />

de su prodigioso y vital aliento de agonista.<br />

A comienzos de 1922, poco antes de abandonar Italia, acordó con algunos<br />

peruanos su decisión de iniciar la acción socialista en el Perú.<br />

Entre marzo de 1922 y marzo de 1923, Mariátegui recorrió Alemania,<br />

Austria, Hungría, Checoslovaquia y, brevemente otra vez, Francia. De ese<br />

periplo da cuenta en sus crónicas, impactado por la crisis social y política del<br />

continente, afirmándose en su adhesión a la necesidad de una revolución socialista,<br />

su rechazo del reformismo socialdemócrata y la para él declinación y<br />

crisis final de la democracia liberal y de la cultura occidental, ya bajo la evidente<br />

influencia de sus lecturas de Spengler 53 . No pudo llegar a Rusia, como era,<br />

obviamente, su gran deseo, por las dificultades de salud de su mujer y de su<br />

hijo. Pero estaba seguro de que Alemania sería pronto el segundo país soviéti-<br />

52. Robert Paris, “El marxismo latinoamericano de Mariátegui”, compilado en volumen<br />

del mismo título, Buenos Aires, Ediciones Crisis, 1973. De este autor, véase también:<br />

“Mariátegui, un ‘sorelisme’ ambigue”, en Aportes, N o 22, 1977, pp. 178 y ss.; “Mariátegui<br />

et Gobetti”, Bolletino, Milano, Centro di Studio Piero Gobetti, marzo 1967; y su “Preface”<br />

a la edición francesa de los 7 ensayos, París, Maspero.<br />

53. Bazán, op. cit.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XLIV


co de Europa, estimulado por la atmósfera política de las calles de Berlín y las<br />

huelgas renanas 54 . En marzo de 1923, se embarcó de regreso al Perú.<br />

<strong>DE</strong> REGRESO EN EL PERÚ: DOS ETAPAS<br />

En la labor de Mariátegui en el Perú, desde el 18 de marzo en que llega,<br />

hasta el 16 de abril de 1930, fecha de su muerte, pueden reconocerse dos<br />

etapas principales:<br />

1–. 1923-1928. Cuando Mariátegui llega al Perú, el movimiento de la<br />

reforma universitaria y el movimiento obrero ya han avanzado en la relación<br />

iniciada con motivo de las huelgas de 1919 y la iniciación de la lucha<br />

por la reforma universitaria. Acordadas por el Congreso de Estudiantes<br />

del Cuzco en 1920, bajo la presidencia de Haya de la Torre, ya están en<br />

funciones las Universidades Populares González Prada, cuyo propósito<br />

era desarrollar la formación intelectual de los obreros, permitiendo también<br />

la formación de lo que González Prada había reclamado antes, un<br />

Frente Único de Trabajadores Manuales e Intelectuales.<br />

Entretanto, el gobierno de Leguía, tras un breve inicio populista, ya<br />

ha hecho ostensible su viraje hacia el despotismo y hacia el entreguismo a<br />

la dominación imperialista norteamericana. Y ese movimiento de obreros<br />

y estudiantes, está enfrentado a esa política. Un mes después de la llegada<br />

de Mariátegui, oponiéndose a una ceremonia de consagración del Perú al<br />

“Corazón de Jesús”, decretada por Leguía, una tumultuosa manifestación<br />

de obreros y estudiantes se enfrenta, el 23 de mayo, a la represión policial,<br />

muriendo un obrero y un estudiante. Durante esa manifestación, el dinamismo<br />

y la oratoria de Haya de la Torre lo llevan al comando de la movilización<br />

55 . Mariátegui no quiso participar en ese acto, por considerarlo ineficaz<br />

y circunstancial. Haya y sus seguidores, considerarán después, que<br />

esa manifestación fue el bautismo político del Frente Único de Trabajadores<br />

Manuales e Intelectuales, que daría origen al APRA.<br />

Poco después, sin embargo, Haya invitó a Mariátegui a participar en<br />

las Universidades Populares González Prada. Y en junio de ese año, Ma-<br />

54. Bazán, ibid.<br />

55. Jorge Basadre, Perú, problema y posibilidad, Lima, 1931.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

XLV


iátegui inicia un ciclo de conferencias sobre la crisis mundial 56 , con lo<br />

cual comienza su propaganda socialista entre los obreros, y el debate, cauteloso<br />

al comienzo, con el anarcosindicalismo dominante entre los obreros<br />

politizados hasta entonces.<br />

Y cuando en octubre de ese año, el gobierno de Leguía pasa a una represión<br />

sistemática contra los líderes de ese movimiento y Haya y otros<br />

son deportados, Mariátegui asume la dirección de Claridad, la revista que<br />

bajo dirección de Haya venía iniciando el debate ideológico contra el régimen<br />

de Leguía. Y, al mismo tiempo, comienza a colaborar en Variedades, y<br />

en Mundial, revistas de orientación liberal, donde sus temas dominantes<br />

serán, por varios años, el fascismo y la Revolución Rusa, las principales figuras<br />

de la política europea y las tendencias de la literatura y el arte europeo.<br />

Mientras procura no enfrentar abiertamente al régimen de Leguía, de<br />

otro lado, sin embargo, se dedica a intensificar sus contactos con los obreros,<br />

y es encarcelado por breve tiempo, en enero de 1924. Aún está tratando<br />

de no chocar abiertamente con las corrientes anarco-sindicalistas y con<br />

la naciente influencia democrático-nacionalista en el medio obrero, como<br />

aparece de su mensaje a los obreros por el 1 o de mayo de 1924 57 , donde<br />

insiste en que “somos todavía pocos para dividirnos” y llama a orientarse<br />

por un programa de Frente Único, siguiendo claramente las decisiones<br />

del III y IV Congreso de la III Internacional 58 , sobre el Frente Único Proletario<br />

entre los revolucionarios y el frente Único Antimperialista con las<br />

corrientes nacionalistas, aunque la idea del partido y la autonomía política<br />

del socialismo revolucionario sobre esa base, en lo cual insisten también<br />

las resoluciones de la III Internacional antes de 1924, no están presentes.<br />

A fines de mayo de 1924, recrudece su antigua enfermedad y se le<br />

amputa su pierna derecha, hasta entonces no afectada. Desde entonces<br />

quedará fijado a una silla de ruedas. Su inagotable coraje le permitirá sobreponerse<br />

a ello, y mantener una activa producción periodística e intelectual<br />

en plena convalecencia y hacer aún más intensa su actividad posterior 59 .<br />

56. Historia de la crisis mundial, t. 8, OC.<br />

57. Martínez de la Torre, op. cit., p. 46.<br />

58. Traducidas al español en “Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista”,<br />

Cuadernos de pasado y presente, N o 47, Buenos Aires, 1973.<br />

59. Bazán, op. cit., p. 104.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XLVI


Funda la Editorial Minerva para publicar una serie de libros nacionales<br />

y extranjeros destinados a desarrollar la atmósfera intelectual y anímica que<br />

permita romper la influencia ideológica oligárquica sobre la nueva generación<br />

de intelectuales y artistas. En 1925 publica su colección de ensayos sobre<br />

la Escena contemporánea, y comienza a estudiar concretamente la historia<br />

económica-social y política peruana y su realidad de entonces, y para<br />

poder tener una tribuna propia para todo ese vasto proyecto, funda en 1926<br />

la revista Amauta, tan central en su influencia sobre su tiempo peruano y latinoamericano.<br />

Amauta fue, durante esa etapa, vehículo de debate con la<br />

ideología oligárquica, en frente único con el nacionalismo democrático radical<br />

del APRA y Haya de la Torre, y antena alerta a todos los movimientos<br />

intelectuales y artísticos de su tiempo, dentro y fuera del Perú.<br />

2–. A partir de 1928, hasta su muerte, la labor de Mariátegui es marcada,<br />

ante todo, por el desarrollo y maduración de su pensamiento político y<br />

sus trabajos de organización sindical y política del proletariado peruano.<br />

En el primer terreno, definido ya el APRA como una alternativa distinta<br />

y opuesta a la III Internacional en América Latina, mientras al propio<br />

tiempo la orientación de ésta sufre un brusco viraje después de la derrota<br />

de la revolución china en 1927, Mariátegui entra en polémica con el APRA<br />

y decide la creación del Partido Socialista del Perú, rompiendo con el<br />

APRA y con Haya de la Torre 60 . Paralelamente polemiza con el revisionismo<br />

de Henri De Man, escribiendo su Defensa del marxismo y el mismo<br />

año de 1928 publica sus 7 ensayos.<br />

Al propio tiempo, organiza la Confederación General de Trabajadores<br />

del Perú y comienza la publicación del periódico Labor para los fines<br />

de la propaganda socialista entre los obreros.<br />

El año siguiente, 1929, marca el comienzo de una etapa crucial en el<br />

desarrollo del pensamiento revolucionario de Mariategui, que su muerte<br />

interrumpirá. En efecto, su designación como miembro del Consejo General<br />

de la Liga contra el Imperialismo, organismo de la III Internacional,<br />

en el segundo congreso de Berlín, a comienzos del año, formaliza su vinculación<br />

orgánica con la III Internacional. En tal calidad, su grupo es invi-<br />

60. Martínez de la Torre, op. cit., pp. 272 y ss.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

XLVII


tado al Congreso Constituyente de la Confederación Sindical Latinoamericana<br />

de Montevideo, en mayo, y a la Primera Conferencia Comunista<br />

Latinoamericana de Buenos Aires, en junio del mismo año.<br />

Imposibilitado por su enfermedad de concurrir a estos dos eventos de<br />

la III Internacional, Mariátegui envía con una delegación documentos sobre<br />

el problema indígena, la situación política y las tareas sindicales del<br />

movimiento obrero, para la reunión de Montevideo, y Punto de vista antimperialista<br />

y El problema de las razas en América Latina, escrito en colaboración<br />

con Hugo Pesce, para la reunión de Buenos Aires. Y, especialmente<br />

en esta última, su posición política expresada en esos documentos,<br />

así como su concepción del partido y del carácter y el programa estratégico<br />

de la revolución peruana, entran en fuerte polémica con la dirección<br />

oficial de la III Internacional en esa reunión 61 , iniciándose así una etapa en<br />

la cual, al mismo tiempo, Mariátegui y su Partido Socialista del Perú entran<br />

a formar parte de la III Internacional, y abren una polémica fundamental<br />

con la dirección oficial de aquella.<br />

Las dificultades políticas de Mariátegui con el despotismo de Leguía<br />

se hacen más graves. Al ser clausurado su periódico Labor, decide, a fines<br />

de año, preparar su viaje a Buenos Aires, para ir a establecerse allí, contando<br />

con las previas gestiones de Waldo Frank y de Samuel Glusberg. Pero<br />

el empeoramiento de su salud se lo impedirá. Su actividad no cesa, sin embargo,<br />

hasta su muerte el 16 de abril de 1930.<br />

Las banderas rojas de los sindicatos obreros, La Internacional en miles<br />

de voces, acompañaron su féretro. El proletariado organizado rindió<br />

homenaje a su primer dirigente socialista revolucionario, y después los intelectuales<br />

de América a uno de sus adelantados.<br />

EL <strong>DE</strong>BATE SOBRE EL PENSAMIENTO<br />

Y <strong>LA</strong> OBRA <strong>DE</strong> MARIÁTEGUI<br />

Mariátegui muere en un momento crucial de la historia peruana, cuando<br />

los conflictos sociales acumulados desde comienzos de siglo estallan, bajo<br />

61. Op. cit., pp. 402 y ss.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XLVIII


el impacto local de la crisis económica internacional, en la más grave crisis<br />

política antes de la actual. Durante ella, revolución y contrarrevolución<br />

dominaron la escena nacional por primera vez de manera abierta, hasta la<br />

derrota de los movimientos revolucionarios 62 . El proletariado peruano y<br />

el movimiento revolucionario no pudieron contar con la lucidez de su<br />

conductor, mientras la dirección del partido que él organizara era asumida,<br />

precisamente, por la tendencia contra la cual él había iniciado una polémica<br />

fundamental y que ahora abandonaba lo medular del pensamiento<br />

de Mariátegui, a la sombra de su propio nombre.<br />

La disputa por su herencia teórica y política y el debate sobre su pensamiento,<br />

se iniciaron inmediatamente después de su muerte, entre el nacionalismo<br />

radical aprista de esos años y los seguidores de la III Internacional,<br />

terciando en ella los portavoces intelectuales de la coalición oligárquica<br />

63 .<br />

Empero, después de la derrota del movimiento popular revolucionario,<br />

y consolidado nuevamente el poder oligárquico, a través de sucesivas<br />

dictaduras militares y civiles, el pensamiento de Mariátegui fue virtualmente<br />

enterrado durante casi treinta años, hasta que el nuevo desarrollo<br />

de las luchas de clases en el Perú y en el mundo, y la crisis política de la dirección<br />

del movimiento comunista oficial, lo han devuelto al primer plano<br />

del debate político actual en el Perú, sobre todo desde la década pasada.<br />

62. Véase de Aníbal Quijano, El Perú en la crisis de los años treinta, ya citado.<br />

63. En la revista Claridad, de Buenos Aires, se publicaron, de la parte aprista, de Manuel<br />

Seoane, “Contraluces de Mariátegui”; de Luis E. Heysen, “Mariátegui, bolchevique<br />

d’annunziano”; de Carlos M. Cox, “Reflexiones sobre José Carlos Mariátegui”; fueron<br />

contestados por Armando Bazán, “La defensa de Amauta”; por Juan Vargas, “En defensa<br />

de José Carlos Mariátegui”; y con un interesante debate sobre “Aprismo y Marxismo”,<br />

de Jorge Núñez Valdivia. Todos estos artículos están compilados en El marxismo latinoamericano<br />

de Mariátegui, Buenos Aires, 1973. Escritores liberales como Sanín Cano,<br />

Jesualdo y otros tomaron parte en esos homenajes en Claridad, Repertorio Americano y<br />

otras publicaciones. Sus artículos están incorporados al t. 10 de las OC. Por su parte, los<br />

adláteres peruanos del fascismo mussoliniano, se dedicaron a atacar a Mariátegui. Riva-<br />

Agüero publicó su “Origen, desarrollo e influencia del fascismo en el Perú”, Revista de la<br />

Universidad Católica de Lima, t. V, N o 30, haciendo un encendido elogio del fascismo;<br />

Raúl Ferrero publicó Marxismo y nacionalismo, Lima, 1934, que es la pieza ideológica<br />

más destacada del fascismo peruano. Y desde la tienda católica reaccionaria, V.A. Belaúnde<br />

publicaba La realidad nacional, ya citado, y Mario Alzamora Valdez, El marxismo<br />

filosófico, Lima, 1934.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

XLIX


Si bien es verdad que la derrota del movimiento revolucionario fue<br />

determinante en ese entierro, fue también la derrota de la dirección revolucionaria<br />

del proletariado y del socialismo revolucionario frente al<br />

APRA, un factor importante, que gravitó en el posterior desarrollo del<br />

pensamiento social y político peruano hasta no hace mucho, oscureciendo<br />

la memoria política de una clase obrera que, sin embargo, se había<br />

orientado resueltamente por la línea de Mariátegui, en los años inmediatamente<br />

anteriores a la muerte del Amauta, pero que después de la derrota<br />

de los años treinta fue cayendo bajo la influencia dominante del aprismo,<br />

que ya declinante llegó aún hasta mediados de los años sesenta.<br />

La responsabilidad central en ese retroceso político del proletariado<br />

peruano, debe cargarse ante todo a la orientación errónea e inconducente<br />

que los seguidores de la III Internacional stalinista imprimieron al pensamiento<br />

y a la práctica políticos del Partido Comunista Peruano (nombre y<br />

carácter que el Partido Socialista del Perú, fundado por Mariátegui, asumió<br />

a su muerte), distintos y opuestos en aspectos esenciales respecto de<br />

las líneas principales del programa estratégico que Mariátegui había comenzado<br />

a desarrollar, en polémicas con la dirección oficial de la III Internacional,<br />

en el último año antes de morir.<br />

También, sin duda, la ignorancia acerca del pensamiento y la acción<br />

mariateguianos, para la mayor parte de los miembros de las generaciones<br />

siguientes dentro y fuera de la clase obrera, durante toda esa etapa, fue<br />

mantenida por el hecho de que sus herederos familiares iniciaron con<br />

mucho retardo (1959), la publicación de la producción periodística, literaria,<br />

sociológica y política de Mariátegui, hasta el punto de que los textos<br />

políticos más importantes y en especial los de su polémica con la dirección<br />

latinoamericana oficial de la III Internacional, no fueron publicados dentro<br />

de la serie de sus Obras Completas, sino en 1969 y aun así de modo incompleto,<br />

ya que solamente en las rápidas reediciones posteriores se ha<br />

ido exhumando otros materiales para el volumen respectivo 64 . Y aún no<br />

64. En la edición de 1977, han sido incorporados dos nuevos materiales, que precisan la<br />

visión mariateguiana acerca de la presencia y papel del capitalismo en el Perú. Pero aún<br />

faltan otros textos. Ya Moretic observó en 1970, que en las llamadas Obras completas, no<br />

han sido incluidos artículos de los cuatro que Mariátegui escribió sobre Trotzky, que tra-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

L


aparece uno de sus textos fundamentales 65 , ni se ha vuelto a publicar los<br />

textos correspondientes a su “edad de piedra”, hasta 1919. Irónico destino<br />

para quien fundó una editorial, cuyo prestigio actual proviene, precisamente,<br />

del masivo interés por la obra mariateguiana y que obliga a sucesivas<br />

reediciones de cada uno de los volúmenes que se vienen publicando.<br />

<strong>LA</strong>S CUATRO CARAS <strong>DE</strong> UN MITO<br />

En la ya extensa y engamada investigación sobre Mariátegui, no son todavía<br />

numerosos los esfuerzos de una reconquista crítica de lo que en su<br />

pensamiento sigue teniendo la vigencia de una genuina y fecunda matriz<br />

teórica para el proletariado revolucionario del Perú actual.<br />

Su copiosa y en gran parte inorgánica producción, y las importantes<br />

diferencias registrables en la evolución de su pensamiento, entre las varias<br />

etapas y los diversos planos de su reflexión, han dado lugar a varios y contrapuestos<br />

intentos de recuperación mistificatoria de matices y áreas particulares<br />

de la obra mariateguiana, para distintos intereses político-sociales.<br />

Y esa parcelación de una obra compleja y con frecuencia incongruente,<br />

ha ido enmalezando de tal modo el camino del reencuentro de Mariátegui,<br />

que es lícito decir que de ese boscaje de varias visiones separadas, es la<br />

imagen de un mito lo que surge para ocupar el lugar de la historia.<br />

Cuatro son, principalmente, los rostros que se entrecruzan para componer<br />

ese mito:<br />

1–. El que han procurado armar los representantes de las corrientes<br />

reformistas socializantes de las capas medias intelectuales, adversas al<br />

tan de la separación de éste del gobierno, de su expulsión del partido y de su exilio: “El<br />

partido bolchevique y Trotzky” (Variedades, 31-1-1925); “Trotzky y la oposición comunista”<br />

(Variedades, 25-11-1928), y “El exilio de Trotzky” (Variedades, 25-11-1919). En<br />

los dos primeros, Mariátegui apoya cautamente a Trotzky, pero en el último justifica el<br />

exilio. Véase de Yerko Moretic, José Carlos Mariátegui, Santiago, 1970, p. 153.<br />

65. Mariátegui consideraba el libro sobre política e ideología peruanas, como “la exposición<br />

de sus puntos de vista sobre la revolución socialista en el Perú”. Conforme lo iba escribiendo<br />

fue enviándolo a su amigo César Falcón para que lo editara en España, durante<br />

1928 y 1929. Falcón nunca dio cuenta de los envíos. Ya a su regreso al Perú, muerto Mariátegui,<br />

afirmó no haberlo recibido nunca. Martínez de la Torre, op. cit., p. 404. Puede<br />

medirse la significación de esa pérdida.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

LI


marxismo y al socialismo revolucionario, y que actúan en la política peruana,<br />

desde mediados de los años cincuenta, fungiendo de ala izquierda<br />

humanista de los últimos intentos reformistas, desde Belaúnde a Velasco.<br />

Dentro de esta vertiente, unos, como Salazar Bondy, oponiéndose,<br />

desde una posición influida por el Merleau-Ponti de Les Aventures de la<br />

Dialectique y Humanisme et Terreur, al “marxismo dogmático” (en realidad<br />

a la versión de la burocracia dirigente del movimiento comunista oficial),<br />

han tratado de encontrar en Mariátegui lo que sería un “marxismo<br />

abierto”, resaltando como demostración presunta la presencia del bergsonismo<br />

en su postura antipositivista, la idea del mito, de origen soreliano,<br />

en su concepción del mundo, y la huella del humanismo idealista del neohegeliano<br />

Croce o de Gobetti en la ideología mariateguiana 66 .<br />

Otros, como Hernando Aguirre Gamio para demostrar que no hay<br />

que ser marxista para ser socialista, han buscado recomponer un Mariátegui<br />

que casi no era marxista o lo era de manera adjetiva, puesto que no sólo<br />

reconocía el valor del sentimiento religioso sino partía de él, admitía su<br />

creencia en Dios, y hacía explícita su concepción metafísica de la existencia,<br />

fundada en la idea soreliana del mito y en la centralidad de la voluntad<br />

agonista del individuo, tan cara a Unamuno, en la historia 67 . Así, Aguirre<br />

Gamio cree haber encontrado las bases para emparentar la ideología mariateguiana<br />

y el misticismo irracionalista de un Berdiaev.<br />

2–. Junto a aquellos, los representantes de las corrientes hoy democrático-burguesas<br />

como el APRA y nacionalistas, el “velasquismo”, cada<br />

uno por sus propias necesidades en la arena actual de la lucha de clases en<br />

el Perú, se esfuerzan hoy día en recuperar a Mariátegui para su propio lote.<br />

El APRA, desde la muerte de Mariátegui, ha navegado entre dos<br />

aguas, por distintas necesidades en distintos momentos, con relación a la<br />

obra mariateguiana.<br />

En un primer momento, apenas muerto el Amauta, el APRA se establecía<br />

en el Perú y el aprismo en varios otros países de América Latina,<br />

como una corriente democrático-nacionalista radical, que se proclamaba<br />

66. Augusto Salazar Bondy, Historia de las ideas en el Perú contemporáneo, Lima, Moncloa<br />

Editores, 1965 (2 v.). Véase t. II, pp. 311-337.<br />

67. Hernando Aguirre Gamio, Mariátegui, destino polémico, Lima, 1975.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

LII


como la más idónea alternativa de la revolución latinoamericana, inspirada<br />

en el marxismo, en contra de la III Internacional, en ese momento en<br />

pleno viraje hacia su postura de ultraizquierda de comienzos de los años<br />

treinta. Era necesario para el APRA, por eso, recalcar la adhesión de Mariátegui<br />

a la III Internacional y diferenciarse nítidamente de su posición.<br />

Y esa fue la intención de los artículos con que los dirigentes apristas en el<br />

exilio, participaron en los homenajes necrológicos a Mariátegui, en Claridad<br />

y otras revistas. Algunos, como Cox y Seoane, reconocieron las altas<br />

calidades humanas e intelectuales del hombre, pero ubicándolo alejado<br />

de la realidad. Otros, como Heysen, llevando su encono personal hasta<br />

calificarlo como “bolchevique d’annunziano”, mientras citaba la frase de<br />

Haya, según la cual “Mariátegui ha hecho del problema de la tierra el renegar<br />

el fascismo. Pero el fascismo no puede renegar a D’Annunzio” 68 .<br />

Sin embargo, ya a fines de los años 50, conforme las masas populares<br />

peruanas comenzaban confusamente su descontento con el APRA, al ir<br />

depurándose el contenido de clase de la política aprista asumiendo los intereses<br />

de la burguesía modernizante y renunciando a su radicalismo nacionalista,<br />

los intelectuales apristas comenzaron a sentir la necesidad de<br />

una nueva legitimación, a través de la recuperación aprista de Mariátegui.<br />

Chang Rodríguez 69 fue el primero en sostener que aquél no dejó de ser<br />

aprista ideológicamente hasta su muerte, y que sólo las intrigas de los<br />

agentes de la III Internacional, aprovechándose de la enfermedad de los<br />

últimos meses de Mariátegui, lo llevaron a romper con Haya y con el<br />

APRA. Consecuentemente, trató de demostrar que el pensamiento mariateguiano<br />

es, fundamentalmente, heredero en línea recta del de González<br />

Prada, como el de Haya, por supuesto.<br />

Actualmente, esa tentación aprista es casi una urgencia. Tras la experiencia<br />

del militarismo reformista en el Perú y del militarismo fascistoide<br />

en los demás países del cono sur, el APRA asume una postura socialdemócrata<br />

como alternativa a la una y a la otra. Esa posición, en las presentes<br />

circunstancias peruanas, no es ya la bandera de un intento de revolución<br />

68. Véase El marxismo latinoamericano de Mariátegui, citado.<br />

69. Eugenio Chang-Rodríguez, La literatura política de González Prada, Mariátegui y<br />

Haya de la Torre, México, 1957, pp. 127-203.<br />

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LIII


antimperialista, sino la de una consolidación de la democracia burguesa<br />

bajo las condiciones establecidas de una asociación entre el capital monopólico<br />

internacional y el reducido capital monopólico interno, depurada<br />

ya del sueño velasquista de pretensión de la hegemonía del capital estatal.<br />

Pero no se trata de una empresa con fáciles ganancias. Las masas obreras<br />

están terminando de emanciparse del liderazgo aprista y se orientan hacia<br />

el socialismo revolucionario, en cuya dirección gravitan también grandes<br />

sectores de las otras capas dominadas. Dada esta situación, no es sorprendente<br />

que el APRA haya vuelto a exhibir en su prensa el recuerdo de sus<br />

preliminares impregnaciones marxistas, ni que como aval frente a esas<br />

masas, la recuperación de Mariátegui comience a ser un tópico recurrente<br />

en la propaganda aprista. De lo último, el reciente libro de Luis Alberto<br />

Sánchez 70 es un claro ejemplo, aunque también de la torsión mental que<br />

esta tentativa no puede dejar de implicar aun para sus propios autores en<br />

su actual ubicación.<br />

Y no ha faltado, desde luego, en el apogeo del “velasquismo”, la apelación,<br />

con propósito de legitimación frente a las masas, a la inevitable cita<br />

del “ni calco ni copia” de Mariátegui, para contrabandear la obra de ese<br />

régimen como una opción revolucionaria original, “ni capitalista ni comunista”,<br />

o de la frase “peruanicemos el Perú” que Mariátegui adoptara,<br />

para cohonestar, con el apoyo del PCP, un nacionalismo parcial e inconsecuente<br />

como toda una revolución 71 .<br />

3–. Del otro lado, los seguidores y voceros del movimiento comunista<br />

fiel a la dirección moscovita, dentro y fuera del Perú han comenzado, desde<br />

hace algunos años, a desplegar un enérgico esfuerzo de divulgación de<br />

su particular memoria de la vida y la obra de Mariátegui, buscando imponer,<br />

a un público ya sospechoso e inquieto por demasiadas razones, una<br />

figura de cuyo pensamiento son resaltados solamente ciertos rasgos y ele-<br />

70. Luis Alberto Sánchez, Apuntes para una biografía del Apra, Lima, Mosca Azul Editores,<br />

1978.<br />

71. Discurso del general Juan Velasco Alvarado, al inaugurar el VI Congreso Latinoamericano<br />

de Industriales, publicado en El Peruano, 6 de abril de 1971. Véase también el comentario<br />

elogioso de Jorge del Prado, secretario general del Partido Comunista Peruano,<br />

en “La ideología de Mariátegui”, compilado en el volumen Vigencia de José Carlos Mariátegui,<br />

Lima, 1972, p. 4.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

LIV


mentos que permiten presentarlo como el anticipado teórico de la actual<br />

ideología y de la práctica del Partido Comunista Peruano y como fiel intérprete<br />

de la dirección de la III Internacional staliniana.<br />

Del conjunto del pensamiento mariateguiano se minimiza, a veces<br />

hasta el ridículo, los elementos de filiación no marxista y la huella de influencias<br />

recibidas y depuradas en diversas etapas de su formación 72 . De<br />

la relación con el APRA y con Haya de la Torre, se rescata el certero valor<br />

de su polémica, pero no se examina ni se explica su etapa de colaboración<br />

por varios años 73 . De sus relaciones con la III Internacional, se recalca su<br />

adhesión y se pasa por alto su polémica final o se la minimiza 74 . Inclusive,<br />

la fundación por Mariátegui de un Partido Socialista del Perú, como partido<br />

no exclusivamente obrero pero bajo la dirección de una línea proletaria,<br />

y de una célula comunista, se la explica por las dificultades del clima<br />

represivo de entonces, para hacer pasar con naturalidad el actual Partido<br />

Comunista como el fundado por Mariátegui, a pesar de los documentos<br />

conocidos del debate sobre el carácter del partido 75 . Y, en fin, de la concepción<br />

mariateguiana de la naturaleza particular de la formación social<br />

peruana, dentro del mundo capitalista, así como de las líneas centrales de<br />

un programa estratégico específico para aquella, dentro de la revolución<br />

socialista internacional, se escamotea todo aquello que no concurra al<br />

apoyo de la línea de una “revolución antimperialista y antifeudal” del actual<br />

PCP, contra los textos explícitos de Mariátegui 76 . A la antigua y grosera<br />

acusación de “populista”, que todos reconocen ahora como parte del<br />

72. Del Prado, op. cit.; Adalbert Dessau, Literatura y sociedad en las obras de José Carlos<br />

Mariátegui, Mariátegui, tres estudios, Lima, Biblioteca Amauta, 1971; sin embargo, otros<br />

como Álvaro Mosquera, han eludido esa tentación y debaten críticamente esas influencias<br />

en la obra de Mariátegui. Véase su “Aproximación al estudio de la ideología de Mariátegui”,<br />

Vigencia de José Carlos Mariátegui, citado.<br />

73. Del Prado, op. cit., Manfred Kossok, “José Carlos Mariátegui y su aporte al desarrollo<br />

de las ideas marxistas en el Perú”, en Mariátegui, tres estudios, Lima, Biblioteca Amauta,<br />

1971.<br />

74. Ibidem; Semionov-Shulgovsky, “El papel de Mariátegui en la formación del Partido<br />

Comunista del Perú”, El marxismo latinoamericano de Mariátegui, citado.<br />

75. Ibidem.<br />

76. Del Prado, op. cit.; Semionov-Shulgovsky, op. cit.; José Martínez, “Mariátegui y la<br />

Revolución Peruana”, Vigencia de José Carlos Mariátegui, ya citado.<br />

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LV


ambiente staliniano de los años treinta 77 , le sustituye así la adjudicación de<br />

teórico de la revolución en dos etapas, una democrático-burguesa, nacionalista<br />

además en el caso peruano, y otra socialista, que no obstante sus<br />

orígenes mencheviques, sirve tan bien a la línea política del PC peruano,<br />

desde mediados de los años treinta.<br />

Es verdad que, no tan urgidos como rusos o peruanos por esa construcción<br />

sobre Mariátegui, otros estudiosos europeos como Melis no han<br />

dejado de reconocer el valor del esfuerzo mariateguiano de “situar los rasgos<br />

específicos de una formación económico-social en un modelo general<br />

de desarrollo histórico” 78 , pero no han llevado esa comprobación al análisis<br />

de las implicaciones políticas de tal esfuerzo, para el carácter del proceso<br />

revolucionario peruano. Por lo demás, en su trabajo hay anotaciones de<br />

interés sobre la relación entre Mariátegui y la historia italiana y sobre los<br />

paralelos posibles entre aquél y Gramsci, que todavía requieren de mayor<br />

documentación. Y del mismo modo, en Dessau pueden encontrarse contribuciones<br />

útiles para el examen de las ideas mariateguianas sobre las relaciones<br />

entre literatura y sociedad 79 .<br />

Empero, no solamente los ideólogos e historiadores pro-soviéticos<br />

son los que tratan ahora de una reapropiación de Mariátegui. Después de<br />

la división del Partido Comunista Peruano, entre los seguidores de la dirección<br />

rusa y los de la china, a comienzos de la década pasada, no podía<br />

faltar en el debate sobre Mariátegui el esfuerzo de los “prochinos”, para<br />

convertirlo en teórico de la revolución de la “nueva democracia” y de la<br />

“liberación nacional”, y de la revolución en dos etapas 80 , o de su más reciente<br />

versión peruana “revolución nacional democrática popular” 81 .<br />

4–. Y para no faltar en esta liza, una parte de los trotzkistas han comenzado<br />

su propia polémica con Mariátegui, acusándolo de ser responsable<br />

de la ampliación y la consolidación del APRA en la dirección de las ma-<br />

77. Tanto Dessau como Semionov-Shulgovsky, reconocen que esas acusaciones corresponden<br />

al ambiente político stalinista durante ese período.<br />

78. Melis, op. cit.<br />

79. Dessau, op. cit.<br />

80. Véase el folleto Retomemos a Mariátegui y reconstituyamos su partido, Lima, 1975.<br />

81. Véase “Mariátegui es del pueblo y no de la burguesía”, separata de la revista Crítica<br />

marxista-leninista (mimeo), Lima, s/f.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

LVI


sas peruanas, por haber tardado, en obediencia a las consignas de la III Internacional,<br />

en romper su colaboración con el APRA y en comenzar la organización<br />

del partido del proletariado, llegando a calificarlo de nacionalista<br />

“hostil al marxismo” 82 , lo que supone el completo olvido de su<br />

contribución esencial al estudio de la historia social y la sociedad peruana,<br />

y de sus fundamentales ideas sobre el carácter y las modalidades de la revolución<br />

peruana, que lo llevaron al final de su vida a polemizar dentro de<br />

la III Internacional, y que constituyen, precisamente, el piso sobre el cual<br />

Mariátegui se levanta entre los más importantes marxistas latinoamericanos.<br />

Ya puede, pues, apreciarse que no es sencilla tarea para los estudiosos<br />

de Mariátegui, abrirse paso entre esta densa mitificación y mistificación<br />

que de su pensamiento y de su acción política, sobre todo, se ha venido<br />

acumulando y cuyo tiempo de perduración puede no ser corto.<br />

No es, sin embargo, casual que así suceda. Primero, porque es la más<br />

completa demostración de la importancia de Mariátegui en el actual debate<br />

peruano y en alguna medida en el internacional. Segundo, porque en<br />

su producción intelectual como en su acción política, no son inexistentes<br />

las bases para todas y cada una de esas tentativas de recuperación o de negación<br />

parcelaria de la obra revolucionaria del Amauta.<br />

El pensamiento de Mariátegui fue desarrollándose en el curso de una<br />

frenética exploración personal del horizonte histórico de su tiempo, ramificándose<br />

en una insólita riqueza de facetas y en diversos planos, y fue<br />

madurando sobre todo a medida en que fue concretándose su condición<br />

de dirigente revolucionario del proletariado peruano, y conforme éste, en<br />

gran parte bajo su influencia, comenzaba a alzarse a un piso nuevo de organización<br />

y de conciencia.<br />

Aunque no ha sido consecuente con la metodología implícita en su afirmación,<br />

es un acierto de Jorge del Prado señalar que “la personalidad de Mariátegui<br />

fue desarrollándose simultáneamente que la personalidad de la<br />

clase obrera” peruana 83 . Pero ello implica la necesidad de aproximarse a<br />

82. En “Mariátegui y el trotzkismo”, publicado en la revista Comunismo, año II, N o III,<br />

septiembre de 1974, pp. 24 y ss.<br />

83. Jorge del Prado, “José Carlos Mariátegui y su época”, en Unidad, semanario del PSP,<br />

15 de abril de 1965, p. 4.<br />

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LVII


su estudio no como a un compendio sistemático y cerrado, lo que suele<br />

hacerse, sino como a un proceso que, como el de cualquier hombre abrasado<br />

por la pasión del conocimiento y de la acción, va haciéndose y rehaciéndose<br />

en todo o en parte, en función de la atmósfera en que vive en<br />

cada momento, de las herencias ideológicas y emocionales recibidas, de<br />

las necesidades particulares de la polémica en cada situación, de la disponibilidad<br />

o no de ideas y de conocimientos dentro del horizonte de la reflexión<br />

de su tiempo, lo que pocos ensayan. Y mucho más el de un hombre<br />

como Mariátegui, autodidacto desde las bases de su formación, en lucha<br />

sin tregua contra la adversidad física y el tiempo. Lo esencial de su obra<br />

fue hecho en siete años, y no de modo sistemático, sino frente a las necesidades<br />

polémicas y vitales de esos tensos años.<br />

Contra esa manera de conocer, conspira, inclusive, la forma en que<br />

han sido compilados y editados los trabajos de Mariátegui, por afinidades<br />

temáticas, con frecuencia establecidas arbitrariamente por los editores o<br />

compiladores, más bien que por su lugar en las etapas del desarrollo de la<br />

formación de su autor.<br />

Por todo ello, desafortunadamente, nos faltan aún estudios organizados<br />

dentro de esa perspectiva, que permitan seguir el movimiento de su<br />

reflexión y las razones de sus búsquedas y perplejidades, en lugar del habitual<br />

ordenamiento de citas, cosechables para muy distintas razones en una<br />

producción por igual copiosa y no sistemática.<br />

Y estas páginas no pueden, tampoco, por su carácter y por sus límites,<br />

escapar a esas dificultades. Pues no se trata aquí de otra cosa sino de marcar<br />

ciertas señales necesarias para la exploración del territorio mariateguiano,<br />

que como pocos en América Latina debe ser hoy día urgente y plenamente<br />

explorado y reconocido.<br />

MARIÁTEGUI EN <strong>LA</strong> FUNDACIÓN <strong>DE</strong>L MARXISMO<br />

EN AMÉRICA <strong>LA</strong>TINA<br />

Mariátegui no fue, ciertamente, ni el primero, ni el único que, antes de<br />

1930, contribuyó a la introducción del marxismo en América Latina, y a la<br />

educación y organización políticas de la clase obrera de estos países den-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

LVIII


tro del socialismo revolucionario. En la misma época, actuaban Recabarren<br />

en Chile, Codovilla y Ponce en Argentina, Mella en Cuba, Pereyra en<br />

Brasil, y las primeras ideas marxistas ya habían comenzado antes a circular,<br />

en pequeños cenáculos, en México, a través de Rhodakanaty y otros.<br />

Inclusive, algunos de ellos pudieron, quizás, acceder a un conocimiento<br />

intelectual del marxismo más elaborado que el de Mariátegui 84 .<br />

¿Por qué, entonces, cuando todos los demás sólo pueden ser estudiados<br />

ante todo por razones históricas, Mariátegui sigue vigente? ¿Por qué,<br />

no obstante las insuficiencias y las incongruencias de su formación de<br />

pensador marxista, ocupa aún un lugar decisivo en nuestro actual debate?<br />

Algunos, como Dessau, contestan que fue el atraso del desarrollo histórico<br />

del Perú y de la mayor parte de los países latinoamericanos, lo que<br />

favoreció a Mariátegui para lograr una obra “de resultados relevantes<br />

para todos los países latinoamericanos”, ya que en otros, como Argentina<br />

y Chile, “los pensadores progresistas y revolucionarios se veían obligados<br />

a renovar y adaptar tradiciones estancadas o cubiertas por procesos históricos<br />

ulteriores”, como, según Dessau, habrían sido los casos de Ingenieros<br />

y de Ponce 85 . Y añade que “además, tienen (las enseñanzas de Mariátegui)<br />

la particularidad de que él concibió su obra desde el principio como<br />

una empresa de trascendencia nacional orientada a la vez a organizar a la<br />

clase obrera y a orientar a sus aliados” 86 .<br />

Sin embargo, el hecho de que el sedimento ideológico liberal o socialista<br />

fuera en el Perú menor que en otros países, puede otorgar a Mariátegui<br />

una nitidez mayor a su gloria de fundador, pero ¿de qué modo responde<br />

por la originalidad, no meramente cronológica, y por la perdurable<br />

validez de su contribución al marxismo y a la revolución en América Lati-<br />

84. Por ejemplo, Jaime Labastida sostiene que Aníbal Ponce logró una formación marxista<br />

teóricamente más consistente que la de Mariátegui, no obstante reconocer que Ponce<br />

no intentó la investigación crítica de la historia y la sociedad argentinas. Pero este es, precisamente,<br />

el problema. Porque ¿cómo se demuestra la profundidad real de la asimilación<br />

del instrumental teórico y metodológico marxista, si no se lo lleva al descubrimiento<br />

de una realidad histórica concreta? Véase de Jaime Labastida, Introducción a humanismo<br />

y revolución, selección de ensayos de Aníbal Ponce, México, Siglo XXI, 1973, 2 a ed.<br />

85. Dessau, op. cit., p. 72.<br />

86. Op. cit., p. 73.<br />

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LIX


na? ¿De qué modo podía favorecer a esa calidad de su obra, el tener que<br />

lidiar con el atraso histórico-social e intelectual del medio peruano de esa<br />

época? ¿No concibieron Recabarren o Mella su propia obra como “una<br />

empresa de trascendencia nacional”?<br />

Más certero y perspicaz, Melis señala en Mariátegui “su propósito de<br />

situar los rasgos específicos de una formación económico-social en un<br />

modelo de desarrollo histórico, lo cual es lo único que confiere un valor<br />

auténticamente científico al marxismo, más allá de toda interpretación<br />

deformadora en el sentido del historicismo idealista” 87 . En otros términos,<br />

es el marxismo de Mariátegui y menos el atraso o adelanto relativos<br />

del Perú y otros países, lo que da cuenta del valor y de la vigencia de su obra.<br />

Esa es, en verdad, la respuesta. Si Mariátegui fue capaz de dejar una<br />

obra en la cual los revolucionarios de América Latina y de otros países,<br />

pueden aún encontrar y reconstruir una matriz de indiscutible fecundidad<br />

para las tareas de hoy, se debe ante todo al hecho de haber sido, entre<br />

todos los que contribuyeron a la implantación del marxismo en la América<br />

Latina de su tiempo, el que más profunda y certeramente logró apropiarse<br />

–y no importa si de modo más intuitivo que sistemático y elaborado,<br />

o cruzado con preocupaciones metafísicas– aquello que, como Melis<br />

apunta, “confiere un valor auténticamente científico (revolucionario,<br />

pues, A.Q.) al marxismo”. Esto es, su calidad de marco y punto de partida<br />

para investigar, conocer, explicar, interpretar y cambiar una realidad histórica<br />

concreta, desde dentro de ella misma. En lugar de ceñirse a la “aplicación”<br />

del aparato conceptual marxista como una plantilla clasificatoria<br />

y nominadora, adobada de retórica ideológica, sobre una realidad social<br />

determinada, como durante tanto tiempo fue hecho entre nosotros, lo<br />

mismo por los herederos de la retina eurocentrista que por los seguidores<br />

de la “ortodoxia” de la burocracia oficial del movimiento comunista, después<br />

de Lenin.<br />

Más allá de las limitaciones de su formación, en una vida corta y como<br />

pocas dura, sujeta también a las limitaciones del horizonte de ideas y de<br />

conocimientos de su tiempo sobre los problemas específicos de la historia<br />

87. Melis, op. cit., p. 30.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

LX


peruana y latinoamericana: más allá de nuestros acuerdos y desacuerdos<br />

con sus formulaciones concretas, como investigador y como dirigente político<br />

del proletariado revolucionario, es por aquellas razones que Mariátegui<br />

tiene hoy el sitial de un fundador y de un guía actual para el marxismo<br />

en América Latina.<br />

Es, por eso, desde esta perspectiva y en función de ella, que debe hacerse<br />

el debate de su pensamiento y de su acción, y el balance de los elementos<br />

que concurrieron a su desarrollo. En particular, de aquellos de origen no<br />

marxista que llegaron a tener presencia destacada en su formación intelectual<br />

y emocional, como la concepción, en muchos aspectos metafísica, que<br />

atravesaba su fascinada avidez por explorar todos los ámbitos de la experiencia<br />

humana sobre la tierra, o su admiración por figuras que hoy nadie<br />

admira, como Sorel, o su frecuente referencia a Dios y al sentido religioso de<br />

su vocación política. Nada añade a Mariátegui la minimización inútil de esos<br />

elementos en su pensamiento, como unos procuran, ni le rebaja destacarlos<br />

por sobre todos los demás, como otros hacen. No está en ellos, ni el valor<br />

ejemplar de su vida, ni lo perdurable de su lugar histórico entre nosotros.<br />

LOS PROBLEMAS EN EL MARXISMO <strong>DE</strong> MARIÁTEGUI<br />

A partir de esas consideraciones, dos áreas de problemas pueden señalarse,<br />

principalmente, en el modo mariateguiano de asumir el marxismo:<br />

1–. La no resuelta tensión entre una concepción del marxismo como<br />

teoría de la sociedad y de la historia, y método de interpretación y acción<br />

revolucionaria, de un lado, y filosofía de la historia, apta para recibir las<br />

aguas de otras vertientes filosóficas que contribuyeran a la permanencia<br />

de la voluntad de acción revolucionaria, de otro lado.<br />

2–. Vinculada a la anterior, la insistencia en la centralidad de la voluntad<br />

individual como fundamento de la acción histórica, y por ello en la necesidad<br />

de un alimento de fe y de fundamento metafísico para la restauración<br />

de una moral humana despojada de los lastres de la conciencia<br />

burguesa.<br />

En el primer plano, son muchos los pasajes de su varia producción<br />

escrita donde esa tensión está presente, aunque como tensión teórica ob-<br />

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LXI


jetiva, más bien que como tensión psicológica o subjetivamente percibida<br />

por Mariátegui. Pero es sobre todo en Defensa del marxismo 88 , escrita en<br />

su madurez (1928), contra el revisionismo de Henri de Man (Más allá del<br />

marxismo), a donde hay que acudir para tomar su más ordenada y explícita<br />

reflexión sobre ese problema.<br />

En esos ensayos, Mariátegui aparece preocupado fundamentalmente<br />

con problemas de carácter ético-filosóficos, más bien que con problemas<br />

de carácter epistemológico o metodológico, o sobre éstos sólo por implicación,<br />

en particular sobre el problema del determinismo y la voluntad, o<br />

del materialismo y la producción de valores espirituales.<br />

Posada señala, a propósito de ese texto, que “Mariátegui no plantea<br />

en su obra una problemática metodológica y ella carece de un conjunto de<br />

conceptos filosóficos estructurados. El marxismo era para él fruto exclusivamente<br />

de la confrontación, no fruto de la ciencia y de una práctica teórica.<br />

Mariátegui representa en Latinoamérica la tesis de que el marxismo<br />

se define como tal en la controversia, descalificándose así implícitamente<br />

su valor como teoría” 89 . Pero, si lo primero es en gran medida cierto, lo<br />

último es mucho más el testimonio de la presencia, en Posada, de esa infección<br />

althuseriana que distingue entre “práctica teórica” y “práctica<br />

política”, como dos cuestiones separadas, lo que no son sino, tan mal llamadas<br />

de ese modo, dos momentos de una misma práctica.<br />

Lo cierto es, sin embargo, que Mariátegui sostiene que “El materialismo<br />

histórico no es, precisamente, el materialismo metafísico o filosófico,<br />

ni es una filosofía de la historia, dejada atrás por el progreso científico.<br />

Marx no tenía por qué crear más que un método de interpretación histórica<br />

de la sociedad actual” 90 . (El subrayado es mío, A.Q.).<br />

No se plantea, pues, el aparato epistemológico que funda ese “método<br />

de interpretación histórica”, ni parece distinguir que, además de método,<br />

y de interpretación, el marxismo es una teoría de la sociedad, es decir,<br />

con la capacidad de dar cuenta de las leyes que mueven la sociedad y de los<br />

88. Defensa del marxismo, vol. 5 de las OC.<br />

89. Francisco Posada, Los orígenes del pensamiento marxista en Latinoamérica. Política y<br />

cultura en José Carlos Mariátegui, Madrid, 1968, p. 21.<br />

90. Op. cit., p. 36.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

LXII


elementos que concurren a la constitución de esas leyes, y de donde nace<br />

su poder explicativo y de interpretación.<br />

“Vana es toda tentativa –afirma más adelante– de catalogarla (a la crítica<br />

marxista) como una simple teoría científica, mientras obre en la historia<br />

como evangelio y método de un movimiento de masas. Porque “el materialismo<br />

histórico –habla de nuevo Croce– surgió de la necesidad de<br />

darse cuenta de una determinada configuración social, no ya de un propósito<br />

de investigación de los factores de la vida histórica; y se formó en la cabeza<br />

de políticos y revolucionarios, no ya de fríos y acompasados sabios<br />

de biblioteca” 91 . (Subrayado mío, A.Q.).<br />

Mariátegui se apoya en Croce, admitiendo la idea contenida en la frase<br />

subrayada, extraña y aun adversa a la naturaleza del marxismo, para relievar<br />

de éste solamente su dimensión de método de interpretación y de<br />

acción, idea que aparece reiterada en otros pasajes de este y otros textos.<br />

En refuerzo de su opinión según la cual “Marx no tenía por qué crear<br />

más que un método de interpretación histórica de la sociedad actual”, Mariátegui<br />

parece levantar el problema de la necesidad de una filosofía de la historia<br />

para completar la obra de Marx, y para ello apela a otras fuentes filosóficas.<br />

“Si Marx –dice Mariátegui– no pudo basar su plan político ni su concepción<br />

histórica en la biología de De Vries, ni en la psicología de Freud,<br />

ni en la física de Einstein; ni más ni menos que Kant en su elaboración filosófica<br />

tuvo que contentarse con la física newtoniana y la ciencia de su<br />

tiempo: el marxismo –o sus intelectuales– en su curso posterior, no ha pasado<br />

de asimilar lo más sustancial y activo de la especulación filosófica e<br />

histórica posthegeliana o post-racionalista. Georges Sorel, tan influyente<br />

en la formación espiritual de Lenin, ilustró el movimiento revolucionario<br />

socialista –con un talento que Henri de Man no ignora, aunque en su volumen<br />

omita toda cita del autor de Reflexiones sobre la violencia– a la luz de<br />

la filosofía bergsoniana, continuando a Marx que, cincuenta años antes, lo<br />

había ilustrado a la luz de la filosofía de Hegel, Fichte y Feuerbach” 92 .<br />

Y añade inmediatamente: “Vitalismo, activismo, pragmatismo, relativismo,<br />

ninguna de estas corrientes filosóficas, en lo que podían aportar a<br />

91. Ibid., pp. 36-37.<br />

92. Ibid., pp. 38-39.<br />

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LXIII


la revolución, han quedado al margen del movimiento intelectual marxista.<br />

William James no es ajeno a la teoría de los mitos sociales de Sorel, tan<br />

señaladamente influida, de otra parte, por Wilfredo Pareto” 93 .<br />

De ese modo, una curiosa amalgama de tendencias filosóficas, todas<br />

no solamente ajenas sino opuestas al marxismo, ingresan a componer una<br />

suerte de filosofía de la historia, que para Mariátegui no sólo no contradice,<br />

sino complementa y enriquece, o como él dice “ilustra”, al marxismo.<br />

No ignora Mariátegui que la base epistemológica del marxismo es<br />

materialista y dialéctica: “La concepción materialista de Marx nace, dialécticamente,<br />

como antítesis de la concepción idealista de Hegel. Y esta<br />

misma relación no aparece muy clara a críticos tan sagaces como Croce” 94 .<br />

No obstante, no es tampoco seguro que la epistemología dialéctica y materialista,<br />

y no solamente un método de interpretación histórica materialista<br />

por reconocer una base material en la historia, sea lo que Mariátegui<br />

está poniendo de relieve en esa afirmación. Porque vuelve a citar a Croce<br />

(“éste es uno de los representantes más autorizados de la filosofía idealista,<br />

cuyo dictamen parecerá a todos más decisivo que cualquier deploración<br />

jesuita de la inteligencia pequeño burguesa”), respaldando su idea de<br />

que la denominación de materialista cumplía en Marx y Engels la función<br />

de subrayar que la cuestión social no es una cuestión moral. La larga cita<br />

de Croce continúa: “Y, finalmente, no carece en esto de eficacia la denominación<br />

de ‘materialismo’, que hace pensar en seguida en el interés bien<br />

entendido y en el cálculo de los placeres. Pero es evidente que la idealidad<br />

y lo absoluto de la moral, en el sentido filosófico de tales palabras, son presupuesto<br />

del socialismo” 95 .<br />

Es sin duda por esas oscilaciones, que Robert Paris ha creído ver en la<br />

Defensa del marxismo, una “tentativa de espiritualización del marxismo”<br />

coincidente con la de Gentile, aunque su adhesión posterior al fascismo<br />

hace de Croce una autoridad mayor, con la mediación de Gobetti 96 .<br />

No es eso tan claro. Mariátegui se opone explícitamente a toda espiri-<br />

93. Ibid, p. 39.<br />

94. Ibid, p. 36.<br />

95. Ibid, pp. 47-48.<br />

96. Paris, El marxismo latinoamericano de Mariátegui, ya citado, p. 14.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

LXIV


tualización del marxismo: “la primera posición falsa en esta meditación<br />

–dice refiriéndose a ello– es la de suponer que una concepción materialista<br />

del universo no sea apta para producir grandes valores espirituales” 97 .<br />

No se trata, por tanto, de una espiritualización. El problema es otro: la<br />

dialéctica materialista, como epistemología y como método, parece excluida<br />

como problema del debate, para ser reemplazada por otro, materialismo<br />

y valores espirituales, un problema ético-metafísico.<br />

Un sesgo equivalente guía la discusión sobre el problema del determinismo.<br />

Vuelve el problema moral a dominar el planteamiento, trátese del<br />

carácter voluntarista del socialismo, sin perjuicio de su “fondo determinista”,<br />

o de la “moral de productores” que es el sello de un proletariado<br />

cuando ingresa a la historia como clase social, y del sentido heroico y creador<br />

del socialismo:<br />

“El carácter voluntarista del socialismo no es, en verdad, menos evidente,<br />

aunque sí menos entendido por la crítica, que su fondo determinista.<br />

Para valorarlo, basta, sin embargo, seguir el desarrollo del movimiento<br />

proletario, desde la acción de Marx y Engels en Londres, en los orígenes<br />

de la I Internacional, hasta su actualidad, dominada por el primer experimento<br />

de Estado socialista: la URSS. En ese proceso, cada palabra, cada<br />

acto del marxismo tiene un acento de fe, de voluntad, de convicción heroica<br />

y creadora, cuyo impulso sería absurdo buscar en un mediocre y pasivo<br />

sentimiento determinista” 98 .<br />

Aquí, sin embargo, bajo la cara externa de problema ético-filosófico,<br />

Mariátegui maneja una intuición certera: el lugar fundamental de la praxis<br />

en la determinación de la historia, y la relación esencial entre la acción de<br />

los condicionamientos objetivos (externos a la conciencia) y la acción<br />

consciente, como integrantes de las mismas leyes de movimiento de la sociedad,<br />

como momentos recíprocamente activos en la constitución de la<br />

praxis global de la sociedad. Y ese problema surge más claramente aún,<br />

bajo esa luz, cuando sostiene: “En la lucha de clases, donde residen todos<br />

los elementos de lo sublime y heroico de su ascensión, el proletariado<br />

97. Defensa del marxismo, p. 85.<br />

98. Ibid., p. 58.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

LXV


debe elevarse a una ‘moral de productores’, muy distante y muy distinta<br />

de la ‘moral de los esclavos’ de que oficiosamente se empeñan en proveerlo<br />

sus gratuitos profesores de moral, horrorizados de su materialismo” 99 .<br />

La conciencia ocupa su lugar exacto en la praxis, y ésta en la determinación<br />

de la historia.<br />

3–. Aquella necesidad que Mariátegui sentía de una filosofía de la historia,<br />

en la cual cupieran al mismo tiempo la obra de Marx y todas las otras<br />

vertientes filosóficas “en lo que podían aportar a la revolución”, asume en<br />

su pensamiento la forma de una lucha contra el positivismo, para lo cual se<br />

afirma en una concepción según la cual la acción humana requiere bases<br />

metafísicas, y en particular la acción revolucionaria, pues sólo la fe permite<br />

sobrepasar un “pasivo determinismo” y galvanizar la voluntad de acción<br />

y sostener el heroísmo.<br />

Esa concepción se emparenta al existencialismo que, con la difusión<br />

de la obra de Heidegger y de Kierkegaard y la vuelta de Nietzsche, dominó<br />

una gran parte del debate filosófico inmediatamente posterior a la Segunda<br />

Guerra Mundial, impregnando también el propio debate marxista<br />

a través de la obra de Jean-Paul Sartre. Mariátegui conoció la obra de Nietzsche<br />

y no es sorprendente, por todo eso, que sea una cita de ese autor que<br />

encabece los 7 ensayos y que su huella, y especialmente la de su Zaratustra,<br />

se registre en diversos pasajes de la producción mariateguiana.<br />

“Los revolucionarios, como los fascistas, se proponen por su parte vivir<br />

peligrosamente. En los revolucionarios, como en los fascistas, se advierte<br />

análogo impulso romántico, análogo humor quijotesco”, sostiene<br />

Mariátegui en 1925 100 , tras citar un trozo de un discurso de Mussolini, en<br />

el cual el nietzscheano “vive peligrosamente” y las reminiscencias del pórtico<br />

de la Constitución d’annunziana de Fiume, son explícitas.<br />

Y más adelante, en el mismo texto, afirma “La vida, más que pensamiento,<br />

quiere ser hoy acción, esto es, combate. El hombre contemporáneo<br />

tiene necesidad de fe. Y la única fe, que puede ocupar su yo profundo,<br />

es una fe combativa. No volverán, quién sabe hasta cuándo, los tiempos de<br />

99. Ibid., pp. 60-61.<br />

100. El alma matinal, v. 3, OC, p. 17.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

LXVI


vivir con dulzura. La dulce vida pre-bélica no generó sino escepticismo y<br />

nihilismo. Y de la crítica de este escepticismo y nihilismo, nace la ruda, la<br />

fuerte, la perentoria necesidad de una fe y de un mito que mueva a los<br />

hombres a vivir peligrosamente” 101 .<br />

Proclamando que “ni la razón ni la ciencia pueden satisfacer toda la<br />

necesidad de infinito que hay en el hombre” y que “únicamente el mito<br />

posee la preciosa virtud de llenar su yo profundo”, llega a decir Mariátegui<br />

que el hombre “como la filosofía lo define, es un animal metafísico. No se<br />

vive fecundamente sin una concepción metafísica de la vida. El mito mueve<br />

al hombre en la historia. Sin un mito la existencia del hombre no tiene<br />

ningún sentido histórico. La historia la hacen los hombres poseídos e iluminados<br />

por una creencia, por una esperanza superhumana; los demás<br />

hombres son el coro anónimo del drama” 102 . Nietzsche, otra vez.<br />

Pareciera, así, que Mariátegui se hunde en un misticismo irracionalista;<br />

contra la razón y la ciencia, opone el mito y la fe. Contra la idea marxista<br />

según la cual es la lucha de clases la que mueve la historia, recurre a la idea<br />

del superhombre nietzscheano. Y todavía, más adelante, afirma que<br />

“Hace algún tiempo que se constata el carácter religioso, místico, metafísico<br />

del socialismo” 103 .<br />

No es así, exactamente. Mariátegui enfrenta un doble enemigo: el escepticismo<br />

nihilista, el “alma desencantada” (Ortega y Gasset), y al mismo<br />

tiempo, el positivismo y el cientificismo de esa raíz, entre cuyos polos<br />

está desgarrada la inteligencia burguesa entre las dos crisis y las dos guerras.<br />

Citando un poema (La danza delante del arca) de Henri Frank, observa<br />

que a pesar de la “voluntad de creer” del poeta, “el arca está vacía” y<br />

que el poeta tiene que partir en busca de Dios, como la demostración de<br />

que la cultura burguesa está en crisis y que el escepticismo es infecundo.<br />

Pero, de otro lado, “los filósofos nos aportan una verdad análoga a la de<br />

los poetas. La filosofía contemporánea ha barrido el mediocre edificio<br />

positivista. Ha esclarecido y demarcado los modestos confines de la ra-<br />

101. Ibid., pp. 17-18.<br />

102. Ibid., pp. 18-19.<br />

103. Ibid., p. 22.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

LXVII


zón. Y ha formulado las actuales teorías del mito y de la acción. Inútil es,<br />

según estas teorías, buscar una verdad absoluta. La verdad de hoy no será<br />

la verdad de mañana. Una verdad es válida sólo para una época. Contentémonos<br />

con una verdad relativa” 104 .<br />

Y en la lucha contemporánea, esa es para Mariátegui la ventaja del<br />

proletariado sobre la burguesía: el primero tiene una postura afirmativa;<br />

contra el escepticismo y el nihilismo, tiene una fe y un mito. Contra el positivismo,<br />

es, además, relativista. La burguesía, en cambio, es prisionera<br />

de la negación escéptica o de su chato positivismo 105 . Para él, pues, es, sobre<br />

esa base, que la voluntad de acción revolucionaria adquiere un fundamento<br />

seguro: el mito. Y la lucha contra el conformismo y la mediocridad<br />

burguesas, tiene dos caras: “el pesimismo de la realidad y el optimismo del<br />

ideal”, según la frase tomada de Vasconcelos y que evoca, como todo el<br />

mundo advierte, la que Gramsci adoptara 106 de Romain Rolland.<br />

Así como en su debate con Henri de Man, los problemas del materialismo<br />

y el determinismo son colocados por Mariátegui dentro de una<br />

perspectiva ético-filosófica, aquí la lucha contra el positivismo encuentra,<br />

también, la misma ubicación, en el mismo plano que el problema del conformismo<br />

y el escepticismo nihilista, las cuestiones metodológicas están<br />

ausentes, y los fundamentos epistemológicos del debate marxista contra<br />

el positivismo, no se plantean, y son reemplazados por la metafísica: “lo<br />

metafísico –insiste– ha recuperado su antiguo rol en el mundo después del<br />

fracaso de la experiencia positivista. Todos sabemos que el propio positivismo<br />

cuando ahondó su especulación se tornó metafísico” 107 .<br />

No hay, pues, duda de que Mariátegui ensambló en su formación intelectual,<br />

una concepción del marxismo como “método de interpretación<br />

histórica y de acción” y una filosofía de la historia de explícito contenido<br />

metafísico y religioso.<br />

104. Ibid., pp. 20-21.<br />

105. Ibid., p. 22.<br />

106. Ibid., p. 28.<br />

107. Ibid., p. 146.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

LXVIII


<strong>LA</strong>S FUENTES <strong>DE</strong>L MARXISMO Y <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> FILOSOFÍA <strong>DE</strong><br />

<strong>LA</strong> HISTORIA MARIATEGUIANOS<br />

Dessau afirma que “resulta evidente que Mariátegui se ocupó relativamente<br />

poco de la economía política marxista que, sin embargo, es uno de<br />

los tres elementos fundamentales del marxismo-leninismo. Parece que<br />

este hecho, que no puede tener que ver con la poca accesibilidad de los<br />

textos, porque El Capital ya existía traducido a idiomas que Mariátegui<br />

sabía leer, se debe en primer lugar a que los teóricos italianos, incluso<br />

Gramsci, no prestaron mucha atención a la economía política marxista,<br />

concentrándose más en la filosofía y en la teoría política y prestando mucha<br />

atención a los problemas espirituales y culturales, lo que estaba en<br />

consonancia con las preocupaciones del propio Mariátegui” 108 .<br />

En la misma línea, Messeguer cree que “Mariátegui se acercó al marxismo”<br />

a través de Croce y Labriola, y que recibió un “marxismo filtrado a<br />

través de Sorel, Gramsci, Clarté, los líderes rusos y aun autores no marxistas<br />

como A. Tilgher, P. Gobetti y B. Croce” 109 .<br />

Y Paris, que es sin duda quien más detenidamente ha investigado las<br />

fuentes de la formación intelectual de Mariátegui en Europa, aporta una<br />

evidencia consistente sobre la influencia del bergsonismo soreliano y del<br />

neohegelianismo de Gentile, Croce y Gobetti, en la filosofía de la historia<br />

mariateguiana 110 .<br />

No está, sin embargo, establecido suficientemente a través de cuáles<br />

textos fue Mariátegui asimilando el marxismo, y de qué forma gravitaron<br />

en ese aprendizaje las influencias verificadas. Como advierte Paris, si bien<br />

Mariátegui se apoyó numerosas veces en la autoridad de Croce en su polémica<br />

con De Man, especialmente, no dejó de hacer explícito en ningún<br />

momento su reconocimiento de la posición liberal y no marxista de Croce,<br />

lo mismo que la de Gobetti. Por ello, el neohegelianismo crociano o su<br />

versión radicalizada en Gobetti, aparece en Mariátegui más bien como un<br />

108. Dessau, op. cit., p. 83.<br />

109. Messeguer, op. cit., pp. 136-141.<br />

110. Paris, op. cit.<br />

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LXIX


constante punto de referencia y como una atmósfera que envuelve de<br />

modo “latente” (Paris), su reflexión sobre la historia y la filosofía. Es cierto,<br />

sin embargo, que Croce medió –como lo demuestra Paris– en el conocimiento<br />

de Mariátegui acerca de Labriola y que la huella de su lectura,<br />

particularmente del Materialismo Storico ed Economia marxistica de Croce,<br />

es registrable en el modo mariateguiano de ensamblar la “metodología<br />

marxista de interpretación histórica” en una filosofía de la historia.<br />

En cambio la influencia de Sorel, y a través de él, principalmente, del<br />

Bergson de La evolución creadora, es mucho más directa en Mariátegui y<br />

éste no ocultó su inmensa admiración por el ideólogo del “sindicalismo<br />

revolucionario”. De él toma la idea del mito social como fundamento de la<br />

fe y de la acción revolucionaria de las multitudes, así como antídoto contra<br />

el escepticismo de los intelectuales y alimento esencial de una concepción<br />

metafísica de la existencia. Reflexiones sobre la violencia, de Sorel,<br />

ocupa un lugar tan privilegiado en la admiración de Mariátegui y son tantas<br />

veces las citas de este autor a las que recurre como apoyo y autorizada<br />

palabra, que Dessau ha podido decir que pareciera que “conoció más a<br />

Sorel que a Lenin” 111 .<br />

Para Mariátegui, Sorel es “uno de los más altos representantes del<br />

pensamiento francés del siglo XX” 112 , y Reflexiones sobre la violencia,<br />

“representan por su magnitud y consecuencias históricas, otro de los libros<br />

del nuevo siglo” 113 , poco después de afirmar que La evolución creadora,<br />

de Bergson, a cuyo conocimiento y admiración llegó a través de Sorel,<br />

“constituye, en todo caso, un acontecimiento mucho más considerable<br />

que la creación del reino servio-croata-sloveno, conocido también con el<br />

nombre de Yugoslavia” 114 . Y no titubea en repetir una afirmación del periódico<br />

Journal de Genéve, recogida en el artículo del propio Sorel, “Pour<br />

Lenine”, según la cual aquél tuvo una influencia muy grande en la “formación<br />

espiritual” de Lenin 115 . Y todavía en los 7 ensayos lo coloca junto a<br />

111. Dessau, op. cit., p. 83.<br />

112. El alma matinal, p. 23.<br />

113. Historia de la crisis mundial, p. 200.<br />

114. Op. cit., p. 198.<br />

115. Defensa del marxismo, pp. 17-19.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

LXX


Marx, ya que para Mariátegui “(la civilización) de Marx y de Sorel es una<br />

civilización industrial” y Sorel es un “economista moderno” 116 .<br />

En su combate contra el positivismo, Mariátegui apela ante todo a la<br />

autoridad de Bergson-Sorel: “superando las bases racionalistas y positivistas<br />

del socialismo de su época, Sorel encuentra en Bergson y los pragmatistas,<br />

ideas que vigorizan el pensamiento socialista, restituyéndolo a la<br />

misión revolucionaria de la cual lo habían gradualmente alejado el aburguesamiento<br />

intelectual y espiritual de los partidos y de sus parlamentarios,<br />

que se satisfacían en el campo filosófico con el historicismo más chato<br />

y el evolucionismo más pávido...” 117 .<br />

Cincuenta años después, sorprende en un hombre como Mariátegui<br />

esa desaforada admiración a un pensamiento tan confuso y prescindible<br />

como el de Sorel. Sorprende aún más que crea en la gran influencia de<br />

Sorel sobre Lenin, a pesar de conocer y citar el Materialismo y empiriocriticismo<br />

del último, donde Sorel es vapuleado como “confusionista bien<br />

conocido” y una de esas personas que “no pueden pensar más que contrasentidos”<br />

118 , y donde Lenin se dedica a demoler prolijamente todas aquellas<br />

corrientes filosóficas que, como las que Sorel defiende, encarnan la<br />

hostilidad reaccionaria al marxismo. Por lo demás, como hace bien en<br />

anotarlo Paris 119 , las obras que contienen ya todo el fundamento del “leninismo”,<br />

fueron publicadas por Lenin antes de la aparición de Reflexiones<br />

sobre la violencia.<br />

Sin embargo, la sorpresa no debe ser mucha, si se recuerda que en la<br />

atmósfera del debate ideológico italiano durante los años de la estadía de<br />

Mariátegui, Sorel tenía una presencia importante y que, en general, en<br />

Europa, el llamado sindicalismo revolucionario, cuyo ideólogo más conocido<br />

era aquél, llegó en los años de la primera postguerra a tener una influencia<br />

amplia entre obreros e intelectuales revolucionarios.<br />

116. 7 ensayos, pp. 52 y 66.<br />

117. Defensa del marxismo, p. 17.<br />

118. Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, Moscú, Ediciones en Lenguas Extranjeras,<br />

1948, p. 336.<br />

119. Paris, op. cit., p. 19.<br />

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LXXI


Mariátegui habría conocido a Sorel en Italia, por sus vinculaciones con<br />

Croce. Pero quizás también conocía, leyendo el Ordine Nuovo, que el propio<br />

Gramsci no ocultaba su deferente consideración para con Sorel, no obstante<br />

su explícita condenación del “sindicalismo revolucionario” y su advertencia<br />

de que no había en Sorel un método consistente que pudiera usarse<br />

con resultados siempre eficaces 120 . A pesar de lo cual, Gramsci elogiaba en<br />

Sorel haber heredado “un poco de las virtudes de sus dos maestros: la áspera<br />

lógica de Marx y la conmovida y plebeya elocuencia de Proudhon”, por lo<br />

cual “su palabra no puede dejar indiferentes a los obreros turineses” 121 .<br />

Y Gramsci no podía, sin embargo, ignorar que la apología soreliana<br />

de la violencia no desembocaba en la destrucción del capitalismo y de la<br />

burguesía, sino que estaba explícitamente concebida como un mecanismo<br />

de utilización de la lucha de clases y de su violencia, para galvanizar de<br />

nuevo la voluntad de la burguesía, impidiendo su apoltronamiento, para<br />

alcanzar el “perfeccionamiento histórico de la sociedad capitalista”. Mariátegui,<br />

tampoco.<br />

En efecto, Sorel sostenía que “La violencia proletaria no solamente<br />

puede asegurar la revolución futura, sino mucho más aún parece ser el<br />

único medio del cual disponen las sociedades europeas, embotadas por el<br />

humanitarismo, para recuperar su antigua energía. Esta violencia fuerza<br />

al capitalismo a preocuparse únicamente de su función material y tiende a<br />

devolverle las cualidades belicosas que antes poseía. Una clase obrera<br />

creciente y sólidamente organizada puede forzar a la clase capitalista a<br />

mantenerse ardiente en la lucha industrial; si frente a una burguesía hambrienta<br />

de riquezas y de conquista, se yergue un proletariado unido y revolucionario,<br />

la sociedad capitalista alcanzará su perfección histórica”.<br />

“Así la violencia proletaria ha devenido un factor esencial al marxismo.<br />

Agreguemos, una vez más, que ella tendrá por efecto, si es conducida<br />

convenientemente, de suprimir el socialismo parlamentario, que no podrá<br />

más pasar como dirigente de las clases obreras y como guardián del<br />

orden” 122 .<br />

120. Gramsci, L’Ordine Nuovo, Milano, Einaudi, 3 a ed., 1954, p. 146.<br />

121. Gramsci, op. cit., pp. 460-461.<br />

122. Georges Sorel, Reflexions sur la Violence, Paris, Marcel Rivière, 3 a ed., 1936, p. 120.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

LXXII


Sorel estaba, pues, interesado menos en la revolución socialista del<br />

proletariado, cuanto en la destrucción del orden burgués liberal y socialdemócrata.<br />

Nada sorprende, en consecuencia, que enfatizara el sindicalismo<br />

y no la lucha por el Estado como estrategia revolucionaria, y que fuera<br />

el fascismo mussoliniano el que mejor entendiera el mensaje soreliano.<br />

Es obvio que ni Gramsci ni Mariátegui podían compartir esa entraña<br />

contrarrevolucionaria que la fraseología revolucionaria soreliana encerraba.<br />

No obstante no disimularon su aprecio por el maestro del “sindicalismo<br />

revolucionario”. Pero lo que en el primero era una muy consciente y<br />

discriminadora atención al sorelismo, en Mariátegui aparece como una<br />

admiración tan grande que lo lleva a ponerlo en la estantería marxista<br />

nada menos que junto al propio Marx. Y aunque parece probable que no<br />

conociera la obra teórica de Rosa Luxemburgo, por ejemplo, y la del propio<br />

Engels quizás principalmente a través de Croce, no hay modo de justificar<br />

hoy esa admiración.<br />

De todos modos, lo que resulta demostrable es que esas influencias en<br />

la formación intelectual y espiritual de Mariátegui, provienen en una medida<br />

principal del hecho de que su aprendizaje marxista fue realizado<br />

dentro de la particular atmósfera italiana de comienzos de los años veinte.<br />

Eso, no obstante, no equivale a decir, como Messeguer, que Mariátegui<br />

recibió solamente un “marxismo filtrado” por Croce, Sorel o Gobetti.<br />

Mariátegui conoció de primera mano varias de las obras más importantes<br />

de Marx, Lenin, Kautsky, Hilferding, Trotzky, Bujarin, a los cuales<br />

cita en sus principales trabajos. Y aunque es dudoso como medida de lo<br />

que un hombre lee, el registro de su biblioteca, Vanden 123 ha podido establecer<br />

que la biblioteca personal de Mariátegui contenía todas esas obras,<br />

anotadas y subrayadas por su dueño.<br />

Surge, entonces, la pregunta necesaria acerca de por qué Mariátegui<br />

acordaba un lugar tan prominente en su pensamiento a la obra de Croce,<br />

Gobetti y, especialmente, de Sorel, y a través de éste, a la influencia del<br />

bergsonismo y del pragmatismo, y en menor medida del Unamuno de<br />

123. Harry Vanden, Mariátegui, influencias en su formación ideológica, Lima, Biblioteca<br />

Amauta, 1975.<br />

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LXXIII


Agonía del cristianismo y Sentimiento trágico de la vida. Y otra aún más difícil:<br />

¿en qué medida todas esas influencias están presentes en su obra de<br />

investigador de la historia social y política peruana, y de teórico de la revolución<br />

socialista en América Latina?<br />

Sobre la primera, no soy el primero en sospechar que la angustia mariateguiana,<br />

su necesidad de una concepción heroica de la existencia y de<br />

fundamentos metafísicos para su voluntad de acción revolucionaria, tienen<br />

mucho que ver con el pasado de inclinaciones místico-religiosas y estéticas<br />

del Mariátegui anterior al viaje a Europa, y cuyo confrontamiento<br />

con el materialismo marxista no pudo ser resuelto a través de una discusión<br />

en el terreno epistemológico y metodológico, dadas las insuficiencias<br />

implicadas en su formación enteramente autodidacta, y encontró un cauce<br />

ético-filosófico de solución que, no por ser teóricamente inconsistente,<br />

era menos eficaz psicológicamente en el Mariátegui maduro. A ello contribuyó<br />

mucho el carácter mismo del debate ideológico italiano y el predominio<br />

de las cuestiones culturales y políticas, pero sobre esa base de la<br />

propia formación de Mariátegui.<br />

Cuando a su regreso de Europa, Mariátegui encuentra el positivismo<br />

rebajado a la ideología del corrupto arribismo del período de Leguía, su<br />

convicción de que el positivismo era responsable del reformismo parlamentario<br />

de la social-democracia, y de la crisis del liberalismo, que se habían<br />

revelado impotentes para contener el fascismo el uno, y para desarrollar<br />

la revolución socialista la otra, quedará fortalecida. Y, a pesar de que la<br />

más reaccionaria inteligencia peruana se apoyaba en el vitalismo bergsoniano<br />

contra el positivismo, él se sentirá justificado en el uso del mismo<br />

bebedero ideológico para combatir al positivismo y a Leguía. Lo que le<br />

parecía importante no era el origen y la relación de esas ideas con el marxismo,<br />

sino su eficacia, en un determinado momento histórico, para<br />

coadyuvar a la causa de la revolución moviendo a las mentes fuera del conformismo<br />

que, en el Perú, era naturalmente equivalente a sostener el orden<br />

oligárquico-imperialista.<br />

De allí, por ejemplo, la adopción de la idea del mito social, como instrumento<br />

para movilizar a las masas indias, que no estaban en condiciones<br />

de acceder a un plano más elaborado del conocimiento de la teoría revolu-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

LXXIV


cionaria; “el vulgo no sutiliza tanto”, dirá una vez, para sostener la necesidad<br />

del mito. Se equivoca, por eso, Paris, al sostener que la adhesión de<br />

Mariátegui a Sorel y a su idea del mito social, era sólo una expresión del<br />

recóndito reconocimiento que aquél tenía, de que en las condiciones peruanas<br />

la idea misma de una revolución socialista era un mito, al cual tenía<br />

que aferrarse para continuar actuando y difundiendo el socialismo 124 . Sería<br />

necio decir que toda esa ideología que en Mariátegui enmarcaba al<br />

marxismo, era sólo exterior e instrumental, o que el lugar que tenía en su<br />

pensamiento fuera superficial o pequeño. No; estaba en la capa más honda<br />

de la tensión emocional del hombre. Pero es necesario, también reconocer<br />

que él hacía de esa ideología un uso particular y consciente; piso<br />

emocional y ético para mover el ánimo y la conducta propia y ajena hacia<br />

la revolución socialista.<br />

Por todo eso, carecen igualmente de asidero real la idea acuñada por<br />

Salazar Bondy, sobre un “marxismo abierto” que en Mariátegui sería la<br />

alternativa a un “marxismo dogmático”, o la aún más peregrina pretensión<br />

de Aguirre Gamio sobre un Mariátegui ideólogo de un socialismo religioso<br />

pariente del de Berdiaev. Es más correcto señalar que no todo en el<br />

pensamiento mariateguiano era marxista y que en su polémica contra el<br />

revisionismo y el positivismo, son las cuestiones ético-filosóficas las que<br />

tienen primacía sobre las epistemológicas y metodológicas, acerca de las<br />

cuales su formación era insuficiente.<br />

Robert Paris ha señalado que esos problemas y en especial la impronta<br />

soreliana en el pensamiento de Mariátegui, “hace que resulte tan ambiguo<br />

el aparato conceptual de los 7 ensayos, así como tan difícil en todo<br />

momento la clarificación política e ideológica de este mismo período” 125 .<br />

Y Posada parece retener a duras penas la tentación de tirar el niño junto<br />

con el agua sucia, afirmando que Mariátegui corresponde “más bien a la<br />

fase de gestación del marxismo en América Latina…, no consciente de la<br />

especificidad teórica de la filosofía marxista” 126 , sin duda porque él mis-<br />

124. Paris, op. cit., pp. 33-34.<br />

125. Paris, op. cit., p. 21.<br />

126. Posada, op. cit., p. 14.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

LXXV


mo estaba más interesado en la “práctica teórica” autónoma, ajena al marxismo.<br />

Lo que hoy nos asombra en la obra mariateguiana es que a pesar de<br />

sus ambigüedades conceptuales y de la insuficiencia de su formación teórica,<br />

haya logrado hacer los descubrimientos teóricos más importantes de<br />

la investigación marxista de su tiempo en y sobre América Latina, que<br />

constituyen puntos de partida necesarios para la crítica revolucionaria actual<br />

de nuestra sociedad. Porque es por eso que la obra de Mariátegui es<br />

importante en la historia del Perú o de América Latina, y no porque en ella<br />

se encuentren todas esas ambigüedades, o por cuanta admiración tenía<br />

por Sorel o Croce o Unamuno. Y no es acaso muy grande el riesgo de decir<br />

que, de algún modo, sus descubrimientos marxistas de la realidad fundamental<br />

del Perú de su tiempo, fueron la conquista de una mentalidad cuya<br />

autonomía y osadía intelectual, eran apoyadas inclusive en esos elementos,<br />

teóricamente espurios y, sin embargo, psicológicamente eficaces para<br />

permitir que no se plegara simplemente a una adhesión acrítica a las “ortodoxias”<br />

burocráticas.<br />

Porque fue la enhiesta voluntad de acción revolucionaria del hombre,<br />

y no importa si alimentada por una concepción metafísica de la existencia<br />

individual, lo que le permitió llevar a la práctica lo que está implicado en la<br />

XI Tesis sobre Feuerbach, por debajo de su apariencia de reclamo ético:<br />

quien quiera conocer la realidad ha de saber que sólo puede lograrlo en<br />

combate con ella, metiéndose dentro de ella, para transformarla. O renunciar<br />

al conocimiento profundo y contentarse con el de su apariencia.<br />

Y eso es lo que, más allá de la connotación voluntarista a la que todos<br />

aluden, otorga su más pleno sentido a su admirativo elogio de la frase de<br />

Lenin, en boca de Unamuno: “Tanto peor para la realidad”.<br />

<strong>LA</strong> CONTRIBUCIÓN MARXISTA <strong>DE</strong> MARIÁTEGUI<br />

AL <strong>DE</strong>SCUBRIMIENTO <strong>DE</strong> AMÉRICA <strong>LA</strong>TINA<br />

Lo fundamental de la producción mariateguiana sobre los problemas peruanos,<br />

con implicaciones sobre toda América Latina, está contenida en<br />

sus 7 ensayos y en las recopilaciones que forman los volúmenes de Ideolo-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

LXXVI


gía y política, Peruanicemos al Perú, Temas de educación, Temas de nuestra<br />

América, y en los documentos sobre la organización y debate del Partido<br />

Socialista del Perú, reproducidos por Martínez de la Torre en sus Apuntes<br />

para una interpretación marxista de la historia del Perú” 127 .<br />

Desaparecido hasta hoy el único libro orgánico que Mariátegui produjo,<br />

sobre la evolución política e ideológica del Perú, anunciada en la<br />

“Advertencia” de los 7 ensayos, junto a éstos, son los materiales que están<br />

reunidos en Ideología y política los de mayor significación política, y en<br />

especial Punto de vista antimperialista, escrito casi un año antes de su<br />

muerte y expresión del punto más alto de su madurez política. Debe esperarse<br />

una mayor difusión de estos materiales fuera del Perú, ya que conociendo<br />

solamente los 7 ensayos no puede obtenerse una cabal apreciación<br />

de la originalidad y del valor de la contribución marxista de su autor.<br />

El conjunto de sus investigaciones sobre la historia económico-social<br />

y política del Perú, de sus trabajos editoriales y culturales, así como su acción<br />

de organizador sindical y político y los lineamientos de una perspectiva<br />

estratégica de la revolución peruana, que alcanzó a trazar antes de su<br />

muerte, dan cuenta de que, desde su regreso y en especial desde 1925,<br />

Mariátegui se enfrentó a los problemas peruanos a través de una triple<br />

polémica. Esta fue desenvolviéndose conforme avanzaba en el reconocimiento<br />

de la realidad peruana y latinoamericana, y maduraba su vinculación<br />

política concreta con el movimiento obrero y con el entero movimiento<br />

popular.<br />

Esa triple polémica lo enfrentó, sucesivamente, a los ideólogos del orden<br />

oligárquico-imperialista, al nacionalismo democrático aprista, entonces<br />

radicalizado con elementos socializantes y marxizantes, y a la dirección<br />

oficial de la III Internacional en América Latina.<br />

No es mi propósito aquí, en el marco de un ensayo introductorio, presentar<br />

y discutir cada uno de los elementos de esa polémica y en cada una<br />

de sus etapas, sino aquello que, en mi opinión, constituye lo más original y<br />

de ese modo más valioso y perdurable de su contribución a nuestro conocimiento<br />

de la realidad concreta del Perú.<br />

127. Martínez de la Torre, op. cit., t. II.<br />

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LXXVII


<strong>LA</strong> NATURALEZA ESPECÍFICA <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> FORMACIÓN<br />

SOCIAL <strong>PERUANA</strong><br />

Al enjuiciar la evolución de la economía peruana desde la Primera Guerra<br />

Mundial, Mariátegui constata que con la implantación de la industria moderna,<br />

el dominio del capital financiero, y la definición de la disputa hegemónica<br />

entre Estados Unidos e Inglaterra en favor del primero, se ha acelerado<br />

la inserción de la economía peruana en el orden capitalista<br />

internacional, y que eso se traduce, además, en un “reforzamiento de la<br />

hegemonía de la costa en la economía peruana”, porque en esa región es<br />

donde más plenamente se implanta el capitalismo, en la industria y en los<br />

latifundios capitalistas.<br />

Como consecuencia, verifica que se produce “el desenvolvimiento de<br />

una clase capitalista, dentro de la cual cesa de prevalecer como antes la<br />

antigua aristocracia. La propiedad agraria conserva su potencial; pero declina<br />

la de los apellidos virreinales. Se constata el robustecimiento de la<br />

burguesía” 128 .<br />

Sobre esa base y dentro de esa perspectiva, concluye: “Apuntaré una<br />

constatación final: la de que en el Perú actual coexisten tres economías<br />

diferentes. Bajo el régimen de economía feudal nacido de la Conquista<br />

subsisten en la sierra algunos residuos vivos todavía de la economía comunista<br />

indígena. En la costa, sobre un suelo feudal, crece una economía burguesa<br />

que, por lo menos en su desarrollo mental, da la impresión de una<br />

economía retardada” 129 .<br />

En otros términos, tres modos de producción coexisten en el Perú.<br />

Pero, bajo la “hegemonía de la costa”, esto es, del capitalismo, aunque éste<br />

da “la impresión de una economía retardada”, es decir, en nuestra jerga<br />

actual, subdesarrollada, es por eso que se “robustece la burguesía”, ya<br />

diferenciada como clase aparte de la “antigua aristocracia”, o sea de los<br />

terratenientes señoriales, y éstos “dejan de prevalecer como antes”. A la<br />

hegemonía del capital en la economía, corresponde la hegemonía de la<br />

burguesía en la sociedad.<br />

128. 7 ensayos, pp. 23-24.<br />

129. Ibid., p. 24.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

LXXVIII


Más adelante observa que los sectores capitalistas (minería, comercio,<br />

transportes), están en manos del capital extranjero, y que la burguesía<br />

criolla carece de los atributos empresariales de la europea o norteamericana:<br />

“El capitalista, o mejor el propietario, criollo, tiene el concepto de la<br />

renta antes que el de la producción. El sentimiento de aventura, el ímpetu<br />

de la creación, el poder organizador, que caracterizan al capitalista auténtico,<br />

son entre nosotros casi desconocidos” 130 .<br />

Esa condición de la burguesía criolla, es el resultado de dos determinaciones.<br />

Su relación con el capital extranjero, con el cual se “han contentado<br />

con servir de intermediarios” 131 , de un lado, y su relación con los rezagos<br />

feudales en la costa capitalista y el predominio del feudalismo en la sierra 132 .<br />

Con genial perspicacia, afirma: “En el Perú, contra el sentido de la<br />

emancipación republicana, se ha encargado al espíritu del feudo –antítesis<br />

y negación del espíritu del burgo– la creación de una economía capitalista”<br />

133 .<br />

Este enfoque del carácter de la economía peruana, como compleja y<br />

contradictoria articulación entre capital y precapital, bajo la hegemonía<br />

del primero, del mismo modo como todavía se articulan “feudalismo” y<br />

“comunismo indígena”, en la sierra, ambos bajo el capital, produciendo<br />

efectos no solamente sobre la lógica del desenvolvimiento económico<br />

sino también sobre la mentalidad de las clases, es el hallazgo básico de la<br />

investigación mariateguiana, y de donde se derivarán sus desarrollos sobre<br />

el carácter y las perspectivas de la revolución peruana.<br />

Aparte del debate, hasta hoy inacabado, sobre el problema del “feudalismo<br />

colonial” y del “comunismo incaico”, que eran visiones compartidas<br />

ampliamente con las corrientes democrático-nacionalistas y Haya<br />

de la Torre 134 , quien desde 1923 venía sosteniendo en el exilio esas tesis,<br />

ese enfoque mariateguiano era el único que en toda América Latina podía,<br />

en ese momento, dar cuenta de la especificidad profunda, de la originali-<br />

130. Ibid., p. 29.<br />

131. Ibid., p. 26.<br />

132. Ibid., pp. 25-29.<br />

133. Ibid., p. 29.<br />

134. Haya de la Torre, Obras completas, Lima, Editorial Mejía Baca, 1977, t. I, pp. 67 y 85.<br />

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LXXIX


dad del proceso histórico de estas formaciones sociales dentro de su común<br />

pertenencia a la legalidad general del orden capitalista imperialista.<br />

Era el único enfoque que no era ni un invento de la realidad, ni una mera<br />

“aplicación” exterior de las categorías marxistas a nuestra realidad.<br />

Y fue desde esta base que Mariátegui pudo después diferenciarse nítidamente<br />

del APRA y de Haya de la Torre, no obstante sus amplias y abiertas<br />

coincidencias sobre numerosos otros aspectos del debate sobre el orden<br />

oligárquico-imperialista, como lo testimonian los mismos 7 ensayos si<br />

se los confronta con la producción de Haya de la Torre, anterior en este<br />

debate. Y, asimismo, en ese enfoque se fundará inmediatamente después<br />

su polémica contra la orientación oficial de la III Internacional, al ingresar<br />

ésta en su viraje posterior al fracaso de su intervención en la revolución<br />

china, en 1927.<br />

Él podía no tener suficiente formación metodológica, tener una parte<br />

de su pensamiento sujeto a la influencia de ideólogos no marxistas; eso,<br />

como se ve, no impidió que elaborara un enfoque en el cual la teoría materialista<br />

de la historia y su fundamento dialéctico, están en la práctica plenamente<br />

presentes. Y la investigación actual no ha hecho sino confirmar<br />

este descubrimiento fundamental de Mariátegui, como he procurado<br />

mostrarlo en las primeras páginas de este texto.<br />

Mariátegui logra poner de manifiesto cómo, a pesar de sus diferencias<br />

profundas, los tres modos vigentes de producción concurren a la configuración<br />

de una misma y unitaria estructura económico-social, sobre la base<br />

de su articulación recíproca bajo la lógica hegemónica del capital.<br />

Esa concepción contrasta inequívocamente con la visión dualista elaborada<br />

por Haya, y adoptada más tarde por los seguidores de la propia III<br />

Internacional y los ideólogos del modernismo desarrollista, tan en boga<br />

hasta no hace mucho en América Latina.<br />

Y, al mismo tiempo, en esa concepción mariateguiana estaba y está,<br />

necesariamente, implicada una oposición fundamental a la idea de una<br />

secuencia, derivada de un razonamiento lógico abstracto pero en modo<br />

alguno dialéctico marxista, entre una etapa revolucionaria antifeudal previa<br />

a una anticapitalista, como la experiencia europea sugería y aún sigue<br />

sugiriendo a muchos, en la medida en que las luchas de clases que eran<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

LXXX


determinadas por esta particular cambiación histórica, no podían desenvolverse,<br />

en tanto que revolucionarias, de otro modo que afectando no<br />

solamente al conjunto de esa estructura, sino a su eje articulador y dominante<br />

en primer término; esto es, al capitalismo. Y en tanto que dentro de<br />

este capitalismo era el capital monopólico imperialista el dominante, el<br />

ataque al capital era, al mismo tiempo y no en dos tiempos, un ataque al<br />

imperialismo y al capitalismo como tal.<br />

No hay que ser muy perspicaz, tras el largo y fatigoso camino recorrido<br />

por el debate latinoamericano de las dos últimas décadas, para ver que<br />

la teoría de la revolución por etapas es heredera y tributaria entrañable de<br />

la teoría dualista de nuestras formaciones sociales, entre un sector feudal y<br />

otro capitalista, que sólo tienen en común un territorio jurídicamente delimitado<br />

por un país o un continente.<br />

Unidad de elementos contradictorios, en una determinada y concreta<br />

situación histórica, donde se combinan desiguales niveles de desarrollo, interpenetrándose<br />

y condicionándose constantemente y donde no se puede<br />

destruir uno de sus elementos sin afectar el conjunto y a la inversa, es la visión<br />

categóricamente marxista y dialéctica que nos entrega Mariátegui como formulación<br />

específica y como postura epistemológico-metodológica.<br />

Es verdad, sin embargo, y sería ocioso negarlo, que esa concepción no<br />

llegó a ser plena y sistemáticamente elaborada por Mariátegui, y aparece<br />

en buena medida intuida y poco consolidada.<br />

De otro lado es notorio que la mayor atención de Mariátegui se concentra<br />

en el análisis del sector no capitalista de la economía, como tema<br />

dominante de su investigación y de su reflexión económico-social. Eso no<br />

indica, no obstante, sino el hecho de que el problema del campesinado era<br />

obviamente el tema central de todo el debate político de la época en el<br />

Perú, cubierto en abrumador predominio por las corrientes democráticonacionalistas<br />

que Haya acaudillaba, mientras que la figura marxista de<br />

Mariátegui fue, durante la mayor parte del período, solitaria. Y, de otro<br />

lado, el hecho demostrable de que el propio pensamiento mariateguiano<br />

compartía en amplia medida muchas de las concepciones ambientes, lo<br />

que sin duda era facilitado porque hasta 1928 Haya estaba en su fase ideológica<br />

más radical y bajo una apreciable influencia marxista.<br />

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LXXXI


A pesar de eso, es también demostrable que aun dentro de esa común<br />

perspectiva, la base del enfoque mariateguiano lleva a diferencias sustantivas<br />

en la teorización del problema campesino y del feudalismo. Aparte<br />

del hecho de que el dualismo no está presente en Mariátegui, mientras que<br />

para Haya y sus seguidores lo que existía en la estructura económica de la<br />

sierra era un feudalismo total, de origen colonial, Mariátegui coloca el<br />

problema en otra perspectiva. Lo que él observa en la sierra como predominante,<br />

y como rezagos en la costa capitalista, es un “semi-feudalismo”<br />

en la economía, y un “gamonalismo” como forma específica de la dominación<br />

política local de los terratenientes 135 .<br />

¿Por qué “semi-feudal”? Mariátegui no ofrece una respuesta directa.<br />

“Las expresiones de la feudalidad sobreviviente –afirma– son dos: latifundio<br />

y servidumbre” 136 . Pero, al mismo tiempo, plantea que “la hora de<br />

ensayar en el Perú el método liberal, la fórmula individualista, ha pasado<br />

ya” 137 . ¿Por qué? Porque la liquidación de la feudalidad hace ya parte,<br />

para él, del problema de la liquidación del conjunto del orden vigente,<br />

dominado por el capital, como acaba de señalarlo inmediatamente antes.<br />

En otros términos, la feudalidad existente en la sierra es tal feudalismo<br />

sólo si se lo considera separadamente de su lugar en el conjunto de la<br />

estructura económica del país. Tomado dentro de este conjunto, es decir,<br />

articulado al capital y bajo su dominio, es “semifeudal”. Si la solución del<br />

problema del campesinado indio y del problema agrario es la destrucción<br />

de la feudalidad, eso no puede realizarse sino dentro del proceso global de<br />

la revolución anticapitalista. Ni antes, ni después, como enfáticamente<br />

sostiene al discutir el problema del indio en particular 138 .<br />

Por ello, la lucha del proletariado contra el capital, en la costa, es indesligable<br />

de la del campesinado contra la feudalidad. Y ambas son la<br />

base de la revolución socialista indoamericana, como sostendría después.<br />

La misma diferente perspectiva entre Haya y Mariátegui se encuentra<br />

a propósito del problema de la “comunidad indígena” y de su lugar en el<br />

135. 7 ensayos, pp. 44 y ss.<br />

136. Ibid., p. 43.<br />

137. Ibid., p. 44.<br />

138. Ibid., p. 32.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

LXXXII


proceso revolucionario. Ambos compartían la tesis del carácter “comunista<br />

primitivo” de la sociedad incaica, de la cual procedía la “comunidad<br />

indígena”, como elemento superviviente de ese “comunismo incaico”.<br />

Haya había formulado esa tesis poco antes de Mariátegui, siguiendo a Von<br />

Hanstein, Ernesto Quesada y Tomás Joyce 139 e insistirá en ella en artículos<br />

publicados en la propia Amauta, en 1926 y 1928 140 . Inclusive, en una carta<br />

a Gabriel del Mazo, en junio de 1925, Haya propone una solución del problema<br />

indígena o campesino, que eliminando el feudalismo revierta la tierra<br />

a la comunidad, “como se trata ahora de hacerlo en Rusia. Colectivismo<br />

o Socialismo”, y añade líneas más adelante, que “la nueva comuna rusa<br />

–ya lo ha dicho Montandon en Clarté– es la vieja comunidad incaica modernizada”<br />

141 .<br />

Empero, mientras que en Haya esa solución colectivista del problema<br />

agrario hace parte de un desarrollo capitalista, en un régimen de capitalismo<br />

de Estado, para Mariátegui esa misma fórmula de resolver el problema<br />

agrario e indígena hace parte de una perspectiva socialista de reorganización<br />

de la entera sociedad peruana.<br />

Después de la muerte de Mariátegui, Miroshevsky publicó en 1942<br />

una crítica a Mariátegui en Dialéctica, la revista del Partido Comunista de<br />

Cuba 142 acusándolo de “populista” y “representante de la democracia revolucionaria”<br />

primero y después de “propagandista del socialismo pequeño<br />

burgués” y de la “revolución campesina socialista”, por sostener<br />

que la “comunidad indígena” podía ser el punto de partida para una reorganización<br />

socialista de la estructura agraria, dentro de una revolución<br />

socialista en el Perú. Ese artículo era un eco algo tardío de la polémica entre<br />

Mariátegui y la III Internacional stalinista, en 1929.<br />

Mariátegui estaba limitado por el horizonte del conocimiento científico<br />

de su tiempo acerca del problema de la sociedad incaica, y en coinci-<br />

139. Haya de la Torre, op. cit., pp. 59 y ss.<br />

140. Ibid., pp. 115 y ss.<br />

141. Ibid., p. 84.<br />

142. V. Miroshevsky, El populismo en el Perú. Papel de Mariátegui en la historia del pensamiento<br />

social latinoamericano. Publicado originalmente en Moscú, y reproducido en<br />

Dialéctica, revista del Partido Comunista Cubano, La Habana, Cuba, N o 1, mayo-junio,<br />

1942.<br />

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LXXXIII


dencia con Haya de la Torre, Castro Pozo 143 , Valcárcel 144 , y dentro de la<br />

clásica esquematización de la evolución histórica en cinco modos de producción<br />

del marxismo de esa época, antes del redescubrimiento del concepto<br />

de modo de producción asiático en Marx, admitió la tesis del carácter<br />

comunista primitivo de la sociedad incaica, aunque reconociendo el<br />

despotismo teocrático del Estado inca, y en ese sentido yendo más lejos<br />

que la simplificación de Engels sobre la “barbarie media” en que habría<br />

estado esa sociedad, que todavía hoy repiten con ingenuidad algunos comentaristas<br />

peruanos de esas tesis de Mariátegui 145 .<br />

Eso, sin embargo, en nada apoya la banal tergiversación que Miroshevsky<br />

fabrica sobre el lugar que Mariátegui plantea para el destino de la<br />

“comunidad indígena” en el proceso de la revolución socialista peruana,<br />

pues aquí vuelve a encontrarse una de las más originales y valiosas contribuciones<br />

del Amauta para el problema de la revolución peruana en ese período,<br />

y que coinciden, sin que él lo supiera, con algunas ideas de Lenin<br />

sobre el problema del pasaje al socialismo de sociedades en que todavía<br />

quedaban amplios sectores precapitalistas.<br />

En efecto, en el informe presentado en nombre de la Comisión sobre<br />

el problema nacional y colonial, al Segundo Congreso de la Internacional<br />

Comunista, en 1920, Lenin sostenía que “La Internacional comunista<br />

debe establecer y justificar, en el plano teórico, el principio de que con la<br />

ayuda del proletariado de los países avanzados, los países atrasados pueden<br />

arribar al régimen soviético y, pasando por ciertas etapas de desarro-<br />

143. Hildebrando Castro Pozo, Nuestra comunidad indígena, Lima, 1919 y Del ayllu al<br />

cooperativismo socialista, Lima, 1934.<br />

144. Luis Eduardo Valcárcel, De la vida incaica, Lima, 1925; Del ayllu al imperio, Lima,<br />

1926 y Tempestad en los Andes, Lima, 1927, publicado en la Editorial Minerva, de Mariátegui,<br />

con prólogo de éste.<br />

145. Véase la reciente compilación Los modos de producción en el Perú, Lima, 1977.<br />

146. Lenin, Oeuvres, t. XXXI, p. 252. En el Congreso de la Internacional Comunista, de<br />

1920, Lenin polemizando con N. Roy, delegado hindú, sostenía que “el campesinado sujeto<br />

a dominación semifeudal podría asimilar plenamente la organización soviética” bajo<br />

conducción política comunista en una línea proletaria, aun si no era posible un movimiento<br />

puramente proletario. Citado en Garaudy, Le Problème Chinoise, Paris, Ed. Seghers,<br />

1967, pp. 77-84.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

LXXXIV


llo, al comunismo, evitando el estadio capitalista” 146 , desechando así enérgica<br />

y nítidamente esa suerte de “economismo” que sostiene que no es<br />

posible saltar la etapa capitalista bajo ninguna condición histórica, tan<br />

cara a los mencheviques, al revisionismo de Bernstein (Conditions du Socialisme)<br />

y al stalinismo después.<br />

Por lo demás, esas tesis leninistas provenían directamente de Marx y<br />

Engels, quienes en el Prefacio a la traducción rusa del Manifiesto, en 1882,<br />

señalaban que: “En Rusia, junto a la especulación capitalista que se desarrolla<br />

febrilmente y de la propiedad agraria burguesa en plena formación,<br />

más de la mitad de la tierra es propiedad comunal de los campesinos. Se<br />

trata, por tanto, de saber si [en] la comunidad campesina rusa, esta forma<br />

ya descompuesta de la antigua propiedad comunal de la tierra, pasará directamente<br />

a la forma comunista superior de la propiedad agraria, o bien<br />

ella debe seguir primero el mismo proceso de disolución que ha sufrido en<br />

el curso del desarrollo histórico de Occidente”.<br />

“La única respuesta que se puede dar hoy día a esta cuestión es la siguiente:<br />

si la Revolución Rusa da la señal de una revolución obrera en Occidente,<br />

y si las dos se complementan, la propiedad comunal actual de<br />

Rusia podrá servir de punto de partida a una evolución comunista” 147 .<br />

Mariátegui redescubría, en suelo peruano y por su cuenta, ideas con<br />

una ya larga e ilustre historia en el desarrollo de la teoría revolucionaria<br />

marxista, precisamente porque venía de hacer aquel descubrimiento fundamental<br />

ya señalado, como la base de todo su enfoque teórico acerca del<br />

carácter de la sociedad peruana y de sus perspectivas revolucionarias. Y<br />

era lo que, en sus propios términos, puede ser calificado como “determinismo<br />

pávido” y “positivismo chato”, infectando profundamente la nueva<br />

“ortodoxia” burocrática de la III Internacional stalinista, el único e ineficaz<br />

respaldo a la torpe argumentación de Miroshevsky en representación<br />

de esa dirección.<br />

147. Marx-Engels, Prefacio a la edición rusa del Manifiesto comunista citado en Garaudy,<br />

op. cit., p. 58.<br />

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LXXXV


<strong>LA</strong> CRÍTICA MARIATEGUIANA <strong>DE</strong>L APRA<br />

Y <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> DIRECCIÓN <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> III INTERNACIONAL<br />

Aunque con fundamentales diferencias en las bases de sus respectivos enfoques,<br />

tal como queda señalado, las coincidencias ideológicas y políticas<br />

entre Mariátegui y la corriente nacionalista democrática que lideraba Haya<br />

de la Torre, fueron relativamente amplias en tanto que durante la etapa entre<br />

1923 y 1928, el debate ideológico peruano estaba centrado básicamente<br />

en el esclarecimiento de la sobrevivencia de los elementos de origen colonial<br />

en la sociedad vigente y en el carácter oligárquico del Estado y de la<br />

cultura. Y Mariátegui tomó parte activa en las tareas intelectuales y políticas<br />

del frente único que entonces constituía el APRA, entre las capas medias<br />

nuevas que emergían y el naciente proletariado y el campesinado.<br />

El carácter de Amauta, la revista de Mariátegui, correspondió a ese<br />

contexto, en su pluralidad ideológica unificada por su connotación antioligárquica<br />

y nacionalista, dentro de la cual la propaganda socialista de<br />

Mariátegui tenía un lugar destacado, pero sin una nítida diferenciación.<br />

Eso se prolongará, aunque en una línea de creciente depuración, hasta el<br />

N o 17 de septiembre de 1928, en que Mariátegui anuncia, en el célebre<br />

editorial “Aniversario y balance”, la definición socialista de la revista.<br />

Del mismo modo, en tanto que los 7 ensayos fueron publicados desde<br />

1926 en Amauta, y aparecieron como volumen solamente en 1928, puede<br />

apreciarse que, no obstante las diferencias básicas de enfoque, son muchos<br />

los aspectos específicos en los cuales se puede registrar coincidencias<br />

entre el pensamiento de Haya y el de Mariátegui, particularmente en todo<br />

aquello que se refiere a los problemas de la colonia y al carácter oligárquico<br />

de la cultura. Es útil comparar, en ese sentido, la producción de ambos<br />

hasta 1927, en que las diferencias comienzan a precisarse y sistematizarse.<br />

Aquella ubicación de Mariátegui dentro de una política poco diferenciada<br />

en un frente único democrático-nacionalista radicalizado que encarnaba<br />

el APRA, no correspondía solamente a la gradual maduración y<br />

depuración de su propio enfoque sobre la realidad concreta, sino también<br />

coincidía ostensiblemente con la orientación política que, después de la<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

LXXXVI


muerte de Lenin, la dirección stalinista había conseguido imponer en la<br />

III Internacional.<br />

Apoyándose formalmente en las resoluciones del II, III y IV Congreso<br />

de la Internacional, la dirección stalinista había terminado por enfatizar<br />

las coincidencias circunstanciales sobre las diferencias y la necesaria autonomía<br />

política, como señalan aquellas resoluciones, en la política de frente<br />

único antimperialista. Esa política era conducida principalmente en<br />

Asia y en particular en el caso de China, donde se condujo al Partido Comunista<br />

hasta su integración y casi disolución dentro del Kuo Min Tang,<br />

hasta su fracaso, que culminaría con las masacres de Shangai en marzo de<br />

1927 y el baño de sangre de la heroica “Comuna de Cantón” del proletariado<br />

chino, en diciembre del mismo año, bajo las balas del ejército del<br />

Kuo Min Tang conducido por Chiang-Kaishek.<br />

Y puesto que Haya de la Torre definía entonces al APRA como el Kuo<br />

Min Tang latinoamericano, Mariátegui pudo sentirse justificado no solamente<br />

en su participación dentro del APRA, sino en la cautela y lentitud de<br />

la diferenciación y autonomización política frente a la corriente democrático-nacionalista<br />

predominante dentro de ese frente único. A pesar de que<br />

sus tareas de organizador sindical y su propaganda socialista fueron intensas<br />

y reales, es también efectivo que solamente al final de esa etapa, Mariátegui<br />

se concentró en la polémica diferenciadora y en la organización política<br />

autónoma de la corriente socialista dentro del frente, en 1928.<br />

Hasta comienzos de 1927, la dirección de la III Internacional estaba<br />

aún claramente interesada en atraer a su órbita al APRA y presumiblemente<br />

en ganar la adhesión del propio Haya de la Torre. Pero al hacerse claro<br />

el fracaso de la política con el Kuo Min Tang en China, y la cada vez más<br />

definida actitud de Haya como alternativa latinoamericana a la III Internacional,<br />

la ruptura será inevitable. Todavía, sin embargo, Haya es invitado<br />

al Congreso Antimperialista de Bruselas, en febrero de 1927, un mes<br />

antes de la masacre de Shangai, y a pesar de la enérgica oposición de algunos<br />

dirigentes comunistas latinoamericanos, Mella principalmente, la<br />

conducta de la dirección de la Internacional aún es ambigua frente a Haya<br />

y al APRA. Pero, a partir de entonces, los campos son claramente demarcados<br />

y opuestos.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

LXXXVII


De su lado, Haya entra en una acelerada actividad de organizador y<br />

propagandista del APRA como alternativa a la III Internacional, y ya no<br />

como frente único sino como un Partido donde deben integrarse los componentes<br />

de ese frente, bajo la dirección de las clases medias, y bajo un<br />

comando férreamente centralizado. Y frente a eso, los dirigentes de los<br />

partidos comunistas ya formados como tales en América Latina, lo combaten<br />

resueltamente, Mella sale a la palestra con su folleto ¿Qué es el<br />

APRA?, a comienzos de 1928 en México. Y Mariátegui, aunque todavía da<br />

cabida en el mismo momento al artículo definitorio de Haya “Sobre el<br />

papel de las clases medias”, en Amauta, comienza un intercambio polémico<br />

con Haya y con los grupos apristas en el exilio, lo que lleva a la ruptura<br />

final y a la formación del Partido Socialista del Perú, en el segundo semestre<br />

de 1928, paralelamente a la definición socialista de Amauta.<br />

La polémica exige a Mariátegui sistematizar y depurar su enfoque de<br />

la realidad peruana y latinoamericana y su pensamiento político concreto,<br />

cuyas bases últimas ya eran formuladas desde 1926. Y es entonces cuando<br />

Mariátegui pone en juego su excepcional perspicacia para penetrar la realidad<br />

específica, históricamente determinada, de la realidad peruana y latinoamericana,<br />

alzándose como el más fecundo y profundo teórico y dirigente<br />

marxista revolucionario de su tiempo en América Latina.<br />

César Germaná, en un lúcido estudio recientemente publicado 148 , ha<br />

contrastado sistemáticamente el pensamiento mariateguiano y el de<br />

Haya, para demostrar la validez original y la vigencia del primero, confirmada<br />

enteramente en la experiencia histórica desde la crisis de los años<br />

treinta hasta hoy.<br />

Empero, no es solamente contra el APRA y contra Haya que Mariátegui<br />

endereza su crítica revolucionaria. En el curso de esa polémica, no<br />

puede dejar de hacer el balance crítico de la experiencia de la dirección<br />

oficial de la III Internacional, dentro y fuera de América Latina, y en especial<br />

en China. Y, como consecuencia, es llevado a polemizar con esa dirección,<br />

tanto sobre el problema de las especificidades históricas de las for-<br />

148. César Germaná, “La polémica Haya-Mariátegui. Reforma o Revolución en el Perú”,<br />

Cuadernos de Sociedad y Política, Lima, N o 2, 1977, colección dirigida por Aníbal Quijano.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

LXXXVIII


maciones sociales latinoamericanas, dentro del orden imperialista internacional,<br />

como, y más claramente, sobre el carácter de la revolución y del<br />

partido, con ocasión de la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana,<br />

en junio de 1929, en Buenos Aires.<br />

El eje de la polémica contra el APRA y contra Haya, así como con la<br />

dirección de la III Internacional stalinista, es el carácter específico del imperialismo<br />

en América Latina, y su papel ordenador en las tendencias de<br />

las luchas de clases. Sobre esa base, en ambos frentes de su polémica,<br />

avanza hasta descubrir el carácter específico, en ese período, de la revolución<br />

en estos países y el del partido destinado a su dirección.<br />

EL CARÁCTER <strong>DE</strong>L IMPERIALISMO Y SUS<br />

IMPLICACIONES SOBRE <strong>LA</strong> LUCHA <strong>DE</strong> C<strong>LA</strong>SES<br />

Frente al APRA y Haya de la Torre, Mariátegui pone de relieve el contenido<br />

de clase del imperialismo, como más significativo que su contenido nacional,<br />

y como determinante del propio rol del problema nacional dentro<br />

del imperialismo, y sobre cuya base solamente puede aprehenderse la naturaleza<br />

y el movimiento histórico concreto de las luchas de clases en<br />

América Latina.<br />

Para el APRA y para Haya de la Torre, el imperialismo se define por<br />

dos rasgos básicos: 1) el carácter extranjero del origen y de la propiedad<br />

del capital invertido en nuestros países; 2) en tanto que es sólo a través de<br />

esa inversión que el capitalismo aparece en éstos, tal capitalismo es incipiente.<br />

Consiguientemente, el imperialismo es, contrariamente a lo que<br />

Lenin afirma, la primera fase del capitalismo entre nosotros y, en esa condición,<br />

un primer y necesario paso progresivo contra la feudalidad de origen<br />

colonial 149 .<br />

149. V.R. Haya de la Torre, El antimperialismo y el Apra, Lima, 1972, pp. 18-19. François<br />

Bourricaud, en un libro escrito más bien con simpatía hacia el APRA y Haya de la Torre,<br />

no ha podido dejar de observar que “tal ideología se construyó sobre la base de abruptas<br />

antítesis” y que el “peso del esquema dualista” explica a qué “peligros de rigidez expone<br />

al Apra antes de librarlo a los riesgos del oportunismo cuando Víctor Raúl Haya de la<br />

Torre quiera imprimir más flexibilidad a su acción”. Véase Poder y sociedad en el Perú<br />

contemporáneo, Buenos Aires, Ediciones Sur, 1967, p. 139.<br />

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LXXXIX


Aparte de la tesis de que el imperialismo implica en América Latina la<br />

constitución de una dualidad histórica entre capitalismo y feudalismo,<br />

entre los que sólo es común el territorio geográfico y jurídico (país), que<br />

recorre toda su obra, en Haya el imperialismo asume así un carácter ambiguo:<br />

al mismo tiempo es la dominación extranjera, indeseada, y la iniciación<br />

del progreso, deseado y necesario.<br />

Para Mariátegui, en cambio, no solamente no hay tal dualismo, como<br />

ya quedó demostrado antes, sino que el imperialismo es, ante todo, capital<br />

monopólico en expansión internacional, y su emergencia constituye la internacionalización<br />

de la estructura del capital, en tanto que relación social<br />

de producción. Es decir, es sobre todo el carácter de clase de la dominación<br />

imperialista lo que así se pone al descubierto: capital monopólico,<br />

explotador del trabajo; burguesía monopolista, explotadora de la clase<br />

obrera. Y solamente a partir de ello, puede ubicarse apropiadamente la<br />

relación nacional: burguesía extranjera sobre trabajador peruano o latinoamericano<br />

150 .<br />

De esa manera, en pleno acuerdo con Lenin, citado explícitamente, la<br />

penetración imperialista en América Latina, es la de la última fase del capitalismo<br />

y no de su primera, como Haya quiere para resaltar su “originalidad”<br />

frente a Lenin.<br />

Debido a ello, y no tanto por lo extranjero de su origen y control, el<br />

capital que penetra en América Latina no puede operar como el capital<br />

competitivo operó en las fases previas del desarrollo capitalista en Europa<br />

o en Estados Unidos: “La época de la libre concurrencia en la economía<br />

capitalista ha terminado en todos los campos y aspectos. Estamos en la<br />

época de los monopolios, vale decir de los imperios. Los países latinoamericanos<br />

llegan con retardo a la competencia capitalista. Los primeros<br />

puestos están asignados. El destino de estos países, dentro del orden capitalista,<br />

es el de simples colonias” 151 , afirma Mariátegui.<br />

En consecuencia, cuanto más se expanda el capitalismo y se modernice<br />

en nuestros países, tanto mayor será la presencia del capital monopólico y<br />

150. Ideología y política, v. 13, OC, p. 160.<br />

151. Ibid., pp. 82 y 248.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XC


del imperialismo que en él se funda: “A medida que crezca su capitalismo,<br />

y en consecuencia, la penetración imperialista, tiene que acentuarse ese<br />

carácter (semicolonial) de su economía” dice ya en las primeras líneas de<br />

Punto de vista antimperialista 152 .<br />

En el período que Mariátegui estudia el capital imperialista, que domina<br />

en nuestra economía está, por su articulación con el mercado externo,<br />

interesado casi exclusivamente en acumular en la producción exportable<br />

de materias primas, en su comercialización y financiamiento. No<br />

tiene necesidad de ampliar rápidamente ni el mercado interno de bienes<br />

de producción industrial interna, ni el de mano de obra libre. No sólo no<br />

necesita, sino que requiere no enfrentarse conflictivamente con los intereses<br />

de los terratenientes gamonales 153 .<br />

De ello no se deriva, sin embargo, la inevitabilidad de la permanencia<br />

de esa asociación de intereses entre la burguesía imperialista y los terratenientes<br />

gamonales, para todo el tiempo. Aquí Mariátegui se enfrenta simultáneamente<br />

al pensamiento aprista, según el cual es necesaria la alianza<br />

con el capital interno y la burguesía interna nacionalista para enfrentar<br />

esa alianza imperialista terrateniente, y a la dirección de la III Internacional,<br />

para la cual, lo revelaba la experiencia en China y la aplicación<br />

menchevique de las tesis leninistas de los anteriores congresos de la Internacional,<br />

la alianza con la burguesía progresista y nacionalista es imprescindible,<br />

inclusive bajo su comando, para la lucha antimperialista y antifeudal.<br />

Mariátegui se pregunta: “¿Los intereses del capitalismo imperialista<br />

coinciden necesaria y fatalmente en nuestros países con los intereses feudales<br />

y semifeudales de la clase terrateniente? ¿La lucha contra la feudalidad<br />

se identifica forzada y completamente con la lucha antimperialista?”.<br />

Y responde luego: “Ciertamente, el capitalismo usa el poder de la clase<br />

feudal, en tanto que la considera la clase políticamente dominante. Pero<br />

sus intereses económicos no son los mismos. La pequeña burguesía, sin<br />

exceptuar a la más demagógica, si atenúa en la práctica sus impulsos más<br />

152. Ibid., p. 86.<br />

153. 7 ensayos, pp. 78-80.<br />

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XCI


marcadamente nacionalistas, puede llegar a la misma estrecha alianza con<br />

el capitalismo imperialista. El capital financiero se sentirá más seguro, si el<br />

poder está en manos de la clase más numerosa, que satisfaciendo ciertas<br />

reivindicaciones apremiosas y estorbando la orientación clasista de las<br />

masas, está en mejores condiciones que la vieja y odiada clase feudal de<br />

defender los intereses del capitalismo, de ser su custodio y su ujier. La<br />

creación de la pequeña propiedad, la expropiación de los latifundios, la<br />

liquidación de los privilegios feudales, no son contrarios a los intereses del<br />

imperialismo de modo inmediato. Por el contrario, en la medida en que<br />

los rezagos de la feudalidad entraban el desenvolvimiento de una economía<br />

capitalista, ese movimiento de liquidación de la feudalidad, coincide<br />

con las exigencias del crecimiento capitalista, promovido por las inversiones<br />

y los técnicos del imperialismo: que desaparezcan los grandes latifundios,<br />

que en su lugar se constituya una economía agraria basada en lo que<br />

la demagogia burguesa llama la ‘democratización’ de la propiedad del<br />

suelo, que los viejos aristócratas se vean desplazados por una burguesía y<br />

una pequeña burguesía más poderosa e influyente –y por lo mismo más<br />

apta para garantizar la paz social– nada de esto es contrario a los intereses<br />

del imperialismo” 154 .<br />

¿Mariátegui profeta del ulterior destino aprista y “velasquista”, de las<br />

experiencias peronistas y democristianas? Nada de eso. Es el más lúcido y<br />

penetrante análisis marxista revolucionario de las tendencias centrales del<br />

movimiento histórico de las formaciones sociales latinoamericanas, lo que<br />

esta notable formulación pone en evidencia, enfrentando al aprismo y, al<br />

propio tiempo, haciendo el balance crítico de las implicaciones de la política<br />

de la III Internacional en el Asia, para América Latina, en plena Conferencia<br />

Comunista Latinoamericana de Buenos Aires, en 1929.<br />

Señalando las diferencias específicas entre el papel del imperialismo<br />

en Centroamérica y en Suramérica, y aludiendo implícitamente al problema<br />

del imperialismo en Asia, Mariátegui sostiene que para los países de<br />

América del Sur, por su estructura y por su política, el imperialismo no<br />

supone el mismo problema colonial que para los otros, y que en conse-<br />

154. Ideología y política, pp. 92-93.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XCII


cuencia no se trata aquí de una política de liberación nacional como interés<br />

percibido por la burguesía o la pequeña burguesía, y que justifique<br />

aliarse y subordinarse a ella en la lucha revolucionaria.<br />

Sitúa así, desde dentro de las determinaciones históricas concretas de<br />

las formaciones sociales latinoamericanas del Sur, el papel político de las<br />

burguesías nacionales respecto del imperialismo, y los límites inevitables<br />

en la oposición pequeño burguesa al imperialismo, ciega para el contenido<br />

de clase de esta dominación.<br />

A través de la crítica al APRA, Mariátegui se enfrenta a la línea política<br />

central de la III Internacional stalinista, sosteniendo la inviabilidad histórica<br />

de una burguesía con sentido nacional y progresista: “Pretender que en<br />

esta capa social prenda un sentimiento de nacionalismo revolucionario,<br />

parecido al que en condiciones distintas representa un factor en la lucha<br />

antimperialista en los países semicoloniales avasallados por el imperialismo,<br />

en los últimos decenios en Asia, sería un grave error” 155 . Y haciendo<br />

explícita su crítica a la dirección de la Internacional, aclara: “Ya en nuestra<br />

discusión con los dirigentes del aprismo, reprobando su tendencia a proponer<br />

a la América Latina un Kuo Min Tang, como modo de evitar la imitación<br />

europeísta y acomodar la acción revolucionaria a una apreciación<br />

exacta de nuestra propia realidad, sosteníamos hace más de un año la siguiente<br />

tesis” 156 , la que alude a la importancia de los factores culturales, en<br />

la común defensa, por parte de burgueses y trabajadores, de la nacionalidad<br />

avasallada en países donde dentro de una cultura común se diferencian<br />

las clases sociales y sus subculturas, al contrario de lo que ocurre en el<br />

Perú y los países andinos, donde una oposición cultural agudiza el conflicto<br />

de clases y lleva a la burguesía a robustecer su identificación con los intereses<br />

extranjeros, con los cuales ya está asociado en la economía.<br />

Contra la tesis aprista de la necesidad de la dirección de las clases medias<br />

en el frente revolucionario antimperialista, Mariátegui se apoya en la<br />

experiencia mexicana reciente para demostrar la necesaria inconsecuencia<br />

del nacionalismo de la pequeña burguesía en la lucha contra el impe-<br />

155. Ibid., pp. 85-86.<br />

156. Ibid., p. 86.<br />

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XCIII


ialismo, porque en nuestros países, por sobre el problema nacional, “el<br />

factor clasista es más decisivo, está más desarrollado” y “No hay razón<br />

para recurrir a vagas fórmulas populistas tras de las cuales no pueden dejar<br />

de prosperar tendencias reaccionarias” como ocurrió en México 157 .<br />

Porque, aclara Mariátegui, “¿qué cosa puede oponer a la penetración<br />

capitalista la más demagógica pequeña burguesía? Nada, sino palabras.<br />

Nada, sino una temporal borrachera nacionalista. El asalto del poder por<br />

el antimperialismo, como movimiento demagógico populista, si fuese<br />

posible, no representaría nunca la conquista del poder por las masas proletarias,<br />

por el socialismo. La revolución socialista encontraría su más encarnizado<br />

y peligroso enemigo –peligro por su confusionismo, por su demagogia–<br />

en la pequeña burguesía afirmada en el poder, ganado mediante<br />

sus voces de orden” 158 .<br />

De esa manera, desde dentro de las determinaciones históricas concretas,<br />

específicas, que mueven a las formaciones sociales latinoamericanas<br />

del Sur y del Norte, a partir del modo en que se implanta el capital<br />

imperialista, en articulación con el precapital, y sobre la base de la previa historia<br />

colonial que escindió la cultura peruana y otras, en un conflicto cultural<br />

radical, Mariátegui desoculta el papel ordenador del capital monopólico<br />

imperialista, en la economía y en el contenido y orientación concreta de<br />

los intereses y de los movimientos de las clases sociales, para demostrar la<br />

incorrección científica y su correlato político oportunista, en toda política<br />

que, como la del APRA y la de la dirección stalinista de la III Internacional,<br />

pretenda apoyarse solamente en el problema nacional planteado por la<br />

dominación imperialista, subordinando a ello el problema de clase.<br />

EL CARÁCTER <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> REVOLUCIÓN:<br />

“SOCIALISMO INDOAMERICANO”<br />

“La misma palabra Revolución, en esta América de las pequeñas revoluciones,<br />

se presta bastante al equívoco. Tenemos que reivindicarla rigurosa<br />

e intransigentemente. Tenemos que restituirle su sentido estricto y cabal.<br />

157. Ibid., p. 92.<br />

158. Ibid., p. 91.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XCIV


La revolución latinoamericana, será, nada más y nada menos, que una etapa,<br />

una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente, la revolución<br />

socialista. A esta palabra se puede agregar, según los casos, todos los<br />

adjetivos que queráis: ‘antimperialista’, ‘agrarista’, ‘nacionalista-revolucionaria’.<br />

El socialismo los supone, los antecede, los abarca a todos” 159 .<br />

Esta rotunda afirmación que Mariátegui estampa en el editorial de la<br />

nueva etapa de Amauta al romper con el APRA, en 1928, destaca dos de los<br />

elementos cruciales de la concepción política de su madurez. En primer<br />

término, acorde con su enfoque de que el orden capitalista es una totalidad,<br />

toda revolución socialista en cualquiera de sus partes, es parte de la<br />

revolución mundial contra el capitalismo, y no se enclaustra en una remisión<br />

solamente a los problemas internos de un país. En algún sentido, anticipa<br />

lo que, acaso, habría sido su posición sobre el “socialismo en un solo<br />

país”, que en ese momento estaba ya en el aire. En segundo lugar, como<br />

toda revolución profunda y genuina, la de América Latina no puede sino<br />

estar destinada, en primer término, a dar cuenta y a resolver los problemas<br />

específicos de su realidad, en el momento y en el contexto concreto en que<br />

tiene lugar. De allí, la referencia al problema antimperialista, como solución<br />

de clase del problema nacional, y al problema agrario, que tal como<br />

ya lo establecía en sus 7 ensayos, aparece como el problema medular del<br />

período y no puede tener solución efectiva sino dentro del desarrollo de<br />

una transición socialista. El socialismo latinoamericano “supone” la solución<br />

de esos problemas, porque sólo en él son “abarcados” realmente, y<br />

por ello es la perspectiva estratégica de la revolución socialista y no de<br />

otra, la que está antes de todo, la que “antecede” a todo.<br />

Ambos elementos son reiterados, un año después en la Primera Conferencia<br />

Comunista Latinoamericana de Buenos Aires: “En conclusión,<br />

somos antimperialistas porque somos marxistas, porque somos revolucionarios,<br />

porque oponemos al capitalismo el socialismo como sistema<br />

antagónico llamado a sucederlo, porque en la lucha contra los imperialismos<br />

extranjeros cumplimos nuestros deberes de solidaridad con las masas<br />

revolucionarias de Europa” 160 .<br />

159. Ibid., pp. 247-248.<br />

160. Ibid., p. 95.<br />

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XCV


Más cerca de Perón y de Haya que de Marx, Ramos comenta este texto:<br />

“cada palabra es un error”, sostiene en su confusión 161 , plegándose a la<br />

acusación aprista acerca del europeísmo de Mariátegui. Y, a su turno, los<br />

jefes del Partido Comunista Peruano, no ocultan su esfuerzo por encajar a<br />

Mariátegui la idea de una revolución en dos etapas, contra las explícitas<br />

afirmaciones de su “guía” 162 , para oponerse a esa misma acusación.<br />

Mariátegui continúa enfrentando, hoy, el nacionalismo democrático<br />

burgués y pequeño burgués y, al mismo tiempo, el oportunismo reformista-burocrático<br />

del movimiento comunista oficial.<br />

En ese momento, Haya y los apristas sostenían que el único modo de<br />

rescatar la realidad específica de América Latina en una estrategia revolucionaria,<br />

era basarse en el problema nacional y no en el problema de clase<br />

para enfrentar al imperialismo. La revolución era en su carácter esencial y<br />

específico, una revolución antimperialista en ese sentido. Sólo un Estado<br />

antimperialista, fundado en una alianza nacional de clases nacionalistas,<br />

podía resolver al mismo tiempo las dos cuestiones de fondo: la necesidad<br />

del capital, que tal Estado podía controlar en beneficio del desarrollo nacional;<br />

y la emancipación nacional, al producir la integración nacional y<br />

liberarla de la dominación imperialista. Además, esa perspectiva estratégica<br />

era la única que permitiría el siguiente paso al socialismo. A su modo,<br />

Haya se plegaba, en el fondo, a la tesis de las dos etapas de la revolución y<br />

a la del carácter antifeudal y antimperialista de su primera etapa, por lo<br />

cual ésta tenía que estar bajo la dirección de las clases medias y sostener el<br />

capital 163 .<br />

De su lado, la dirección de la III Internacional, equipada con las tesis<br />

sobre la Cuestión China, de Stalin, había puesto en práctica de modo consistente<br />

una política no muy distinta en la fundamental. Y antes de 1930,<br />

aun después del fracaso de esa experiencia china, estaba aún empeñada en<br />

la orientación antimperialista y no socialista en América Latina, organi-<br />

161. Jorge Abelardo Ramos, “La discusión sobre Mariátegui”, en El marxismo latinoamericano<br />

de Mariátegui, ya citado, p. 157.<br />

162. Jorge de Prado, op. cit.; y José Martínez, op. cit.<br />

163. Haya de la Torre, Sobre el papel de las clases medias, Obras completas, t. 1, pp. 171-175;<br />

El antimperialismo y el APRA, ya citado.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XCVI


zando las Ligas Antimperialistas, aunque inmediatamente después, en<br />

plena crisis internacional del 30, viraría intempestivamente hacia una política<br />

ultraizquierdista, cuyas primeras puntas estaban ya en el debate de la<br />

Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, de junio de 1929.<br />

Mariátegui se enfrentaba, pues, a ambas direcciones, cuando en su<br />

texto presentado a esa Conferencia y que no fue aprobado, declara: “El<br />

antimperialismo, para nosotros, no constituye, ni puede constituir, por sí<br />

solo un programa político, un movimiento de masas apto para la conquista<br />

del poder. El antimperialismo, admitido que pudiese movilizar al lado<br />

de las masas obreras y campesinas, a la burguesía y a la pequeña burguesía<br />

nacionalistas (ya hemos negado terminantemente esta posibilidad) no<br />

anula el antagonismo entre las clases, no suprime su diferencia de intereses”<br />

164 , reclamando una estrategia socialista.<br />

En América Latina, insiste Mariátegui, esa línea es inconducente a la<br />

revolución de los explotados. América Latina no es Asia, y sólo los países<br />

centroamericanos pueden aquí ser escenario de una estrategia revolucionaria<br />

de “liberación nacional” sin, al mismo tiempo, liberación de clase.<br />

En el resto, “el factor clasista es más decisivo” por el carácter del desarrollo<br />

capitalista y de la dominación nacional imperialista.<br />

Varias décadas después, en combate con su propia y específica realidad,<br />

Amílcar Cabral descubrirá exactamente lo mismo: “Una de las distinciones<br />

importantes entre la situación colonial y neocolonial reside en<br />

las perspectivas de la lucha. En el caso colonial (en el que la “Nación-Clase”<br />

combate contra las fuerzas de represión de la burguesía del país colonizador)<br />

puede conducir, al menos en apariencia, a una solución nacionalista<br />

(revolución nacional): la Nación conquista su independencia y adopta, en<br />

hipótesis, la estructura económica que más le conviene. El caso neocolonial<br />

(en que las clases trabajadoras y sus aliados, luchan simultáneamente<br />

contra la burguesía imperialista y la clase dirigente nativa) no se resuelve<br />

por una solución nacionalista; exige la destrucción de la estructura capitalista<br />

implantada por el imperialismo en el territorio nacional, y postula<br />

justamente una solución socialista. Esta distinción resulta principalmen-<br />

164. Ideología y política, p. 90.<br />

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XCVII


te, de la diferencia de nivel de las fuerzas productivas en los dos casos, y de<br />

la consiguiente agravación de la lucha de clases” 165 .<br />

Empero, ¿de qué socialismo hablaba Mariátegui? Los apristas habían<br />

difundido contra él la acusación de europeísta, porque postulaba una solución<br />

socialista de los problemas peruanos y latinoamericanos, lo que, en<br />

opinión de Haya y sus seguidores, equivalía a tratar la realidad latinoamericana<br />

como si fuera de la Europa, donde el capitalismo estaba ya plenamente<br />

establecido y el proletariado era una clase numerosa y madura, apta<br />

para dirigir el proceso de una revolución socialista, mientras que en América<br />

Latina, la nacionalidad estaba aún en formación, la feudalidad era<br />

dominante, el capitalismo estaba “en su primera fase”, y el proletariado<br />

era una clase en incipiente constitución. Por ello los apristas reclamaban<br />

un amplio frente social y político dirigido por las clases medias, para contender<br />

con esa realidad y resolver aquellos problemas, tal como la experiencia<br />

mexicana y china demostraban como la más viable alternativa.<br />

Una visión superficial y parcelaria de la realidad, daba a esa prédica aprista<br />

una persuasiva apariencia de realismo.<br />

El propio Mariátegui, antes de 1927, había expresado con frecuencia<br />

su apoyo y su esperanza en los procesos de México y de China, donde las<br />

corrientes y organizaciones socialistas combatían bajo la dirección de la<br />

burguesía y pequeña burguesía nacionalistas y revolucionarias. Pero, de<br />

un lado, su propia investigación de la realidad latinoamericana bajo la dominación<br />

imperialista, con sus específicos rasgos, era ya una base teórica<br />

cuyo desarrollo y depuración sistemática conducía a una opción diferente.<br />

Y, de otro lado, la orientación que comenzaba a tomar el proceso mexicano,<br />

y la desastrosa experiencia del Kuo Min Tang chino y de la política<br />

allí seguida por la III Internacional, se constituían como lecciones que en<br />

convergencia con su propio enfoque de la situación latinoamericana, reforzaban<br />

su opción socialista revolucionaria.<br />

Él no podía, sin embargo, desconocer que la visión aprista de la realidad<br />

latinoamericana no era descaminada en todas y cada una de sus partes,<br />

aunque las bases de esa visión fueran radicalmente equivocadas. En<br />

165. Amílcar Cabral, “L’Arme de la Téorie”, Partisans, N o 6-7, 1966.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

XCVIII


efecto, aunque moviéndose dentro una tendencia de creciente subordinación<br />

a la hegemonía del capital, los rezagos serviles y semiserviles aprisionaban<br />

aún a una inmensa mayoría de la población trabajadora, situando el<br />

problema agrario y campesino en una perspectiva totalmente diferente de<br />

la europea. Los terratenientes gamonales tenían una presencia muy grande<br />

en el orden político, no solamente en el caciquismo local, sino en el<br />

seno del propio Estado central. El proletariado era realmente una minoría,<br />

y aunque de extraordinaria combatividad y militancia, su educación<br />

socialista y su organización política no hacían más que comenzar, principalmente<br />

bajo la acción del propio Mariátegui. Y estaba también allí el<br />

problema nacional, en su doble dimensión: la dominación imperialista y<br />

la desintegración social y política interna.<br />

No obstante, su investigación demostraba que no había, ni podría haber<br />

más adelante, una clase burguesa nacionalista con interés y con capacidad<br />

de disputar revolucionariamente a la burguesía imperialista el dominio<br />

nacional. Y que, aun cuando bajo determinadas condiciones no<br />

existentes en el Perú y en la mayor parte de América Latina, eso pudiera<br />

ocurrir, México y China demostraban los límites cortos de una política<br />

puramente nacionalista y democrática, que no incluyera desde la partida<br />

la posibilidad de destrucción del capital como tal. Aunque la pequeña<br />

burguesía podía llegar más lejos en su verbalismo, en la práctica no iba<br />

tampoco más allá del capitalismo nacional. Y en esa medida, todos los<br />

problemas de fondo, nacionales y sociales, no quedaban resueltos, ni siquiera<br />

dentro de los límites de resolución que el propio capitalismo moderno<br />

permitía. En la era del imperialismo, la generalización y desarrollo<br />

del capitalismo en nuestros países, no podía implicar sino la modificación<br />

de los términos de la dominación, pero al mismo tiempo su ampliación y<br />

su profundización. Esas eran las conclusiones presentadas en Punto de<br />

vista antimperialista y en El problema de las razas en América Latina, a la<br />

Conferencia Comunista de Buenos Aires.<br />

Por todo ello, Mariátegui levanta contra el nacionalismo aprista, el<br />

socialismo, pero, al mismo tiempo, la orientación oficial de la III Internacional,<br />

tras el fracaso de su política en China, iniciaba un viraje hacia una<br />

política de la cual las alianzas con los movimientos nacionalistas pequeño<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

XCIX


urgueses serán excluidas, el lugar acordado a los problemas sociales del<br />

campesinado antes, será sustituido por los problemas nacionales supuestos<br />

de esas masas, como bases de una política que con el nombre de proletaria<br />

era, en el fondo, obrerista y burocrática. Las primeras puntas de ese<br />

viraje están ya activas en el debate de Buenos Aires, en 1929, y se harán<br />

predominantes luego, hasta mediados de los años treinta. Y, frente a esas<br />

opciones, Mariátegui levanta como la opción revolucionaria que nace de<br />

la realidad concreta, lo que él denomina el “socialismo indoamericano”.<br />

“Profesamos abiertamente el concepto de que nos toca crear el socialismo<br />

indo-americano, de que nada es tan absurdo como copiar literalmente<br />

fórmulas europeas, de que nuestra praxis debe corresponder a la<br />

realidad que tenemos delante”, afirma Mariátegui ya en 1928, en una carta<br />

escrita a los grupos del APRA en el exilio, definiendo posiciones con<br />

Haya 166 . Y el mismo año, al presentar la nueva etapa de Amauta ya desprendida<br />

del APRA y definida como socialista, reitera: “No queremos,<br />

ciertamente, que el socialismo sea en América ni calco ni copia. Debe ser<br />

creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en<br />

nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He ahí una misión<br />

digna de una generación nueva” 167 .<br />

¿Cómo concebía Mariátegui el “socialismo indoamericano”?<br />

EL <strong>DE</strong>BATE <strong>DE</strong> BUENOS AIRES:<br />

CARÁCTER <strong>DE</strong>L PARTIDO Y <strong>DE</strong>L PROGRAMA<br />

El Secretariado Latino de la III Internacional, ya desde 1927, había urgido<br />

al grupo de Mariátegui en Lima a organizar inmediatamente un Partido<br />

Comunista, integrante de la Internacional, para oponerse a la influencia<br />

aprista entre los obreros, una vez que se produjo la ruptura entre la Internacional<br />

y el APRA en el Congreso Antimperialista de Bruselas 168 .<br />

No obstante, Mariátegui y su grupo demoraron un año, antes de decidir<br />

la organización de un partido diferente del APRA, y, significativamente,<br />

166. Martínez de la Torre, op. cit., t. II, p. 300.<br />

167. Ideología y política, pp. 246-253.<br />

168. Martínez de la Torre, op. cit., pp. 392-396.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

C


al hacerlo, acordaron fundar no un partido comunista, sino el Partido Socialista<br />

del Perú, cuyo Comité Organizador quedó constituido el 7 de octubre<br />

de 1928, con Mariátegui como su secretario general. El año previo<br />

transcurrió entre la activa correspondencia del debate interno del APRA, y<br />

la maduración y depuración del pensamiento del propio Mariátegui.<br />

La explicación de esa decisión, diferente de la que la III Internacional<br />

recomendaba con apremio, se encuentra en los textos preparatorios para<br />

el programa del Partido Socialista del Perú, y en los documentos enviados<br />

a la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana (El problema de las<br />

razas en América Latina y Punto de vista antimperialista) en junio de 1929,<br />

en Buenos Aires, y en el debate que sobre ellos y el carácter del partido y<br />

del programa se suscitó en esa reunión, entre la dirección latinoamericana<br />

de la Internacional y la delegación enviada por Mariátegui y su Partido<br />

Socialista del Perú.<br />

En los documentos de la fundación del Partido Socialista y de la elaboración<br />

de su programa, el partido es definido con un doble carácter: de<br />

un lado, sus bases sociales son las masas obreras y el campesinado; de otro<br />

lado, su dirección es proletaria 169 .<br />

“La organización de los obreros y campesinos, con carácter netamente<br />

clasista, constituye el objeto de nuestro esfuerzo y nuestra propaganda<br />

y la base de la lucha contra el imperialismo extranjero y la burguesía nacional”,<br />

reza el artículo primero del documento de fundación. Y más adelante,<br />

en el artículo 3, se reitera y precisa: “La lucha política exige la creación<br />

de un partido de clase, en cuya formación y orientamiento se esforzará tenazmente<br />

por hacer prevalecer sus puntos de vista revolucionarios clasistas.<br />

De acuerdo con las condiciones concretas actuales del Perú, el Comité<br />

concurrirá a la constitución de un partido socialista, basado en las masas<br />

obreras y campesinas organizadas”.<br />

Y, de su lado, el documento preparatorio del programa del partido, se<br />

abre con una declaración doctrinal según la cual, reconociendo el carácter<br />

internacional de la economía y el del movimiento revolucionario del proletariado,<br />

“el Partido Socialista adapta su praxis a las circunstancias concre-<br />

169. Op. cit., pp. 397-402.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

CI


tas del país; pero obedece a una amplia visión de clase y las mismas circunstancias<br />

nacionales están subordinadas al ritmo de la historia mundial”.<br />

Reiterando su concepción del imperialismo, en una ajustada línea leninista,<br />

Mariátegui afirma que “La praxis del socialismo marxista en este<br />

período es la del marxismo-leninismo. El marxismo-leninismo es el método<br />

revolucionario de la etapa del imperialismo y de los monopolios. El<br />

Partido Socialista del Perú lo adopta como su método de lucha”.<br />

Con ese método marxista-leninista en el análisis de la realidad peruana,<br />

Mariátegui descubre que “bajo el régimen burgués enfeudado a los<br />

intereses imperialistas, coludido con la feudalidad gamonalista y clerical,<br />

y las taras y rezagos de la feudalidad colonial”, no es posible la solución de<br />

los problemas sociales ni de los problemas nacionales del país. “La emancipación<br />

de la economía del país es posible únicamente por la acción de las<br />

masas proletarias, solidarias con la lucha antimperialista mundial. Sólo la<br />

acción proletaria puede estimular primero y realizar después las tareas de<br />

la revolución democrático-burguesa que el régimen burgués es incompetente<br />

para desarrollar y cumplir”.<br />

Casi medio siglo después, los jefes del actual Partido Comunista Peruano,<br />

han hecho el esfuerzo de encontrar en ese último párrafo la justificación<br />

de su propia tesis de las dos etapas separadas de un proceso revolucionario<br />

conducente al socialismo 170 . Pero no advierten la contradicción<br />

que eso significa con la contraposición que Mariátegui establece entre la<br />

necesidad de resolver las “tareas democrático-burguesas”, y la incapacidad<br />

estructural del “régimen burgués”, para cumplirlas.<br />

Pero el movimiento del razonamiento mariateguiano se precisa en seguida:<br />

“El socialismo encuentra lo mismo en la subsistencia de las comunidades<br />

que en las grandes empresas agrícolas, los elementos de una solución<br />

socialista de la cuestión agraria, solución que tolerará en parte la<br />

explotación de la tierra por los pequeños agricultores ahí donde el yanaconazgo<br />

o la pequeña propiedad recomiendan dejar a la gestión individual,<br />

en tanto que se avanza en la gestión colectiva de la agricultura, las<br />

zonas donde ese género de explotación prevalece. Pero esto, lo mismo<br />

170. Del Prado, op. cit.; José Martínez, op. cit.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

CII


que el estímulo que se preste al libre resurgimiento del pueblo indígena, a<br />

la manifestación creadora de sus fuerzas y espíritu nativos, no significa en<br />

lo absoluto una romántica y antihistórica tendencia de reconstrucción o<br />

resurrección del socialismo incaico, que correspondió a condiciones históricas<br />

completamente superadas y del cual sólo quedan como factor<br />

aprovechable, dentro de una técnica de producción perfectamente científica,<br />

los hábitos de cooperación y de socialismo de los campesinos indígenas.<br />

El socialismo presupone la técnica, la ciencia, la etapa capitalistas; y<br />

no puede importar el menor retroceso en la adquisición de las conquistas<br />

de la civilización moderna, sino por lo contrario la máxima y metódica<br />

aceleración de la incorporación de esas conquistas en la vida nacional”.<br />

Y más adelante: “Cumplida su etapa democrático-burguesa, la revolución<br />

deviene en sus objetivos y en su doctrina revolución proletaria. El<br />

partido del proletariado, capacitado por la lucha para el ejercicio del poder<br />

y el desarrollo de su propio programa, realiza en esa etapa las tareas de<br />

la organización y defensa del orden socialista”.<br />

No hay información disponible acerca del conocimiento o no, que<br />

Mariátegui podía haber tenido de las Tesis de Abril, de Lenin, o del debate<br />

acerca de la revolución permanente. Por eso mismo, lo que es notable<br />

en el despliegue del razonamiento mariateguiano, es la nitidez de su concepción<br />

acerca del proceso de la revolución socialista como una transición.<br />

Esto es, durante la cual se articulan de modo necesario las tareas y los<br />

problemas que corresponden a la revolución democrática que la burguesía<br />

ya es inapta para realizar bajo su dominio, y los que corresponden al<br />

socialismo, como socialización de los recursos de producción y de la apropiación<br />

de los productos, una vez que las masas logran levantar como Estado<br />

sus organizaciones de poder, en todo tipo de formación social donde<br />

el capital se presente aún articulado con el pre-capital, pero ya bajo su hegemónico<br />

dominio. Y, precisamente, el descubrimiento sustantivo de<br />

Mariátegui, al investigar las modalidades específicas de implantación del<br />

capital monopolista y sus implicaciones sobre los intereses y el movimiento<br />

de las clases sociales, en el Perú, era lo que conducía a considerar o interpretar<br />

la formación social peruana en ese específico sentido.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

CIII


Y no se trata, como puede apreciarse de sus textos, de una idea simplista<br />

de proceso “ininterrumpido”, como hoy se estila decir, entre una<br />

etapa democrático-burguesa diferenciada y separada y previa a una etapa<br />

socialista. Cuando Mariátegui señala que “cumplida su etapa democrático-burguesa,<br />

la revolución deviene en sus objetivos y en su doctrina revolución<br />

proletaria”, se cuida bien de precisar en seguida: “En esa etapa (el<br />

partido del proletariado) realiza las tareas de organización y defensa del<br />

orden socialista”.<br />

En otros términos, al mismo tiempo en que están llevándose a cabo las<br />

“tareas” democrático-burguesas, están ya en curso las tareas específicamente<br />

socialistas, dentro de un mismo y único proceso, durante el cual ese<br />

proceso va depurándose en su contenido de clase, “deviene” proletaria<br />

conforme madura la transición. Así, las “tareas democrático-burguesas”<br />

asumen, desde la partida, en el proceso, un sentido tendencial no burgués,<br />

pues están enmarcadas y condicionadas por el carácter socialista del<br />

proceso global.<br />

Por eso y para eso, la dirección proletaria de la revolución es la piedra<br />

de toque. Y ello sólo puede ser asegurado por un partido cuya dirección<br />

sea proletaria. Pero, en las condiciones concretas del Perú, señala Mariátegui,<br />

eso no supone un partido obrero, sino uno de base social más amplia,<br />

y en el caso peruano, obrera y campesina fundamentalmente. Es, por<br />

lo tanto, el carácter de clase de su línea política estratégica, de su dirección<br />

(no sólo de sus dirigentes), lo que define el carácter de clase del partido.<br />

¿Qué tipo de poder político, cuál estructura de Estado, implica esa<br />

revolución, ese “socialismo indoamericano”? Mariátegui no tuvo tiempo<br />

de desarrollar su teoría hasta lograr una respuesta precisa. Pero el movimiento<br />

de su razonamiento, el carácter del partido y de la revolución,<br />

apuntan evidentemente a un poder de las masas explotadas todas, bajo la<br />

dirección del proletariado; es decir, de una línea proletaria de dirección.<br />

En las condiciones peruanas de la época, la gran mayoría de las masas explotadas<br />

eran aún campesinas, y la clase obrera una reducida minoría. En<br />

tales condiciones, la dictadura del proletariado es, al comienzo, la dirección<br />

proletaria de un poder estatal de base social más amplia, donde el<br />

campesinado tiene un lugar fundamental. Pero, en su “devenir” va depu-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

CIV


ándose, convirtiéndose en sus objetivos y en su programa, proletaria<br />

cada vez más. Es decir, el carácter de clase del Estado revolucionario va<br />

depurándose en un sentido de acentuación del carácter proletario del poder,<br />

conforme va depurándose la estructura social básica de la sociedad en<br />

la transición socialista.<br />

Ese concepto de la dictadura del proletariado, ya había sido enfatizado<br />

por Lenin en el II Congreso de la III Internacional, en el debate con N.<br />

Roy, y en un sentido claro está implicado ya en el proceso de la propia<br />

Revolución Rusa, como el mismo Lenin lo esclarece en su polémica con<br />

Kautsky, en La Revolución proletaria y el renegado Kautsky, que Mariátegui<br />

ciertamente conocía.<br />

Era exactamente el mismo momento en el cual Mao recogía críticamente<br />

la experiencia de la revolución china hasta 1927, a partir de su célebre<br />

Informe sobre la encuesta en Hunan. El desarrollo de la reflexión de<br />

Mao, lo lleva a caracterizar la revolución china en esa etapa, como “antimperialista<br />

y antifeudal”, es decir, nacional y democrática. Pero su realización<br />

ya no puede ser la obra de la burguesía, sino la de un amplio movimiento<br />

de masas, donde el campesinado, por su volumen y su lugar en la<br />

sociedad china, desempeñaría un rol fundamental, pero bajo la dirección<br />

del proletariado. Y también en Mao, dadas esas condiciones de la sociedad<br />

china, esa dirección proletaria no era concebida tanto como la dirección<br />

física de la clase obrera china, minoritaria y diezmada bajo la represión<br />

de Kuo Min Tang, sino la de una línea política que asume los intereses<br />

del proletariado chino e internacional, en el partido comunista. Única garantía<br />

de que la revolución comenzada de ese modo, se desenvolviera sin<br />

interrupción hacia el socialismo. Mao llamó a ese proceso como algo sui<br />

generis, una “nueva democracia” 171 , fase de transición al socialismo. El<br />

paralelo con el razonamiento de Mariátegui señala las convergencias y las<br />

171. Mao Tse-tung, La Nouvelle Démocratie, Paris, Editions Sociales, 1951. Acerca del<br />

debate sobre los problemas de la revolución china, véase también de Stalin, Obras, v. 9,<br />

Moscú, Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1954, pp. 209 y ss. y v. 10, pp. 10-39; de Trotsky,<br />

León Trotsky en China, Nueva York, Monad Press, 1976; de Stuart Schram, The Political<br />

Thought of Mao Tse-tung, London, Pall Mall Press, 1964; Helene Carrere d’Encausse<br />

et Stuart Schram, Le Marxisme et l’Asie, Armand Colin, 1965; y de Garaudy, op. cit.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

CV


diferencias de fondo. Es Mariátegui que alcanza una precisión teórica más<br />

limpia e históricamente verificada. La propia revolución china, tras la<br />

conquista del poder por el Partido Comunista bajo la dirección de Mao, es<br />

una demostración de ello: combinación, desde la partida, de las tareas democráticas<br />

y las socialistas, inclusive en el campo. Así, las tareas democráticas<br />

son “nuevas”, sui generis, esto es, no propiamente burguesas, porque<br />

hacen parte de un proceso global de contenido tendencialmente socialista<br />

en el largo plazo, y ya parcialmente socialista en el corto.<br />

La delegación enviada por Mariátegui y el Partido Socialista del Perú,<br />

a la Primera Conferencia de los Partidos Comunistas de América Latina,<br />

de Buenos Aires, llevaba esa perspectiva estratégica sobre la revolución<br />

peruana y latinoamericana. Los dos textos centrales que esa delegación<br />

llevaba, fueron escritos por Mariátegui: El problema de las razas en América<br />

Latina y Punto de vista antimperialista, además de los documentos sobre<br />

el Partido Socialista del Perú.<br />

La dirección oficial de la III Internacional en esa Conferencia, debatió<br />

y criticó con dureza esos planteamientos, y no fue aprobado el documento<br />

principal, Punto de vista antimperialista 172 .<br />

Frente a la posición mariateguiana de que el problema del campesinado<br />

indígena era de carácter económico-social y político (servidumbre y<br />

semiservidumbre, caciquismo gamonal, bajo dominio imperialista), Codovilla<br />

y otros respondieron con el planteamiento de la “autodeterminación<br />

nacional” de los campesinos quechuas y aymaras. Así, ofrecían al<br />

campesinado una salida “nacional”, y los problemas de su explotación de<br />

clase le eran escamoteados.<br />

Frente al planteamiento mariateguiano sobre el carácter del partido,<br />

como organización política de base social obrera y campesina, bajo dirección<br />

política proletaria, la dirección oficial de la III Internacional staliniana,<br />

insiste en el carácter obrero del partido, pues según ellos es en la composición<br />

social, ante todo, donde reside el carácter proletario del partido.<br />

Frente al problema del carácter de clase de la revolución, esa dirección<br />

insiste en lo “antimperialista y antifeudal”. No obstante, contra Ma-<br />

172. Martínez de la Torre, op. cit., pp. 402-485.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

CVI


iátegui, se opone a toda táctica de alianzas con los movimientos nacionalista-democráticos<br />

pequeño-burgueses, como el APRA, apelando a la experiencia<br />

china.<br />

Sin embargo, el Partido Socialista del Perú logró mantenerse, aunque<br />

en una posición especial, dentro de la III Internacional. Pero, apenas<br />

muerto Mariátegui, la III Internacional envió al grupo dirigente de ese<br />

partido, un largo documento 173 , en el cual se reiteran las tesis oficiales de<br />

esa dirección internacional, y se urge a cambiar el nombre del partido por<br />

el Partido Comunista Peruano y a someterse a la disciplina de la III Internacional.<br />

Coincidiendo con ello, llega a Lima Eudocio Ravines, miembro importante<br />

de la dirección latinoamericana de la Internacional stalinista, y<br />

en el debate con la dirección del Partido Socialista del Perú, logra imponer<br />

las directivas de la Internacional. En la reunión del 20 de mayo de<br />

1930, y tras la separación de algunos miembros de la dirección del Partido<br />

Socialista, y con la oposición de Martínez de la Torre, quien defendía las<br />

posiciones de Mariátegui, habiendo sido su más cercano colaborador antes<br />

de su muerte, el partido se convierte en el Partido Comunista Peruano,<br />

miembro de la III Internacional. Martínez de la Torre renunciaría después 174 .<br />

Eudocio Ravines, elegido secretario general del Partido Comunista<br />

peruano, asume inmediatamente la tarea de “liquidación del Amautismo”<br />

175 , esto es, la ideología mariateguiana. No muchos años después, Ravines<br />

pasaría con armas y bagajes al servicio del imperialismo y de la fracción<br />

más reaccionaria de la burguesía peruana.<br />

En la crisis política que estallaba en el Perú en ese preciso momento,<br />

173. Ibid., pp. 497-508.<br />

174. Ibid., pp. 508-519.<br />

175. En la sesión del 20 de septiembre de 1962, en la Cámara de Diputados del Perú, Sandro<br />

Mariátegui, hijo mayor de José Carlos y en ese momento diputado del partido Acción<br />

Popular, de Belaúnde, tras declarar que “me molesta que el nombre de mi padre se mencione<br />

en un debate de carácter político” (!), afirmó que Eudocio Ravines “alentaba a sus<br />

huestes” con el slogan de “Hay que liquidar el amautismo”. Citado en Sánchez, op. cit., p.<br />

190. También Romualdo Valle, en su “Prólogo” a figuras y aspectos de la vida mundial (v.<br />

17, OC), consigna que “Hay que acabar con el amautismo” era el slogan de Ravines, op.<br />

cit., p. 12.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

CVII


gran parte de las capas medias y populares eran organizadas y lideradas<br />

por el APRA y por Haya de la Torre, orientándose hacia un nacionalismo<br />

democrático radical. De su lado, los sindicatos obreros urbanos y mineros,<br />

agrupados en la Confederación General de Trabajadores, fundada<br />

por Mariátegui, pasaron a ser dirigidos por el Partido Comunista. Dieron<br />

una heroica lucha, bajo la represión más severa, contra la dictadura oligárquico-militar.<br />

Pero la dirección de la III Internacional estaba ya, en ese<br />

momento, en pleno curso de su período ultraizquierdista, que duraría<br />

hasta mediados de esa década. Bajo su disciplina, el Partido Comunista<br />

peruano, condenaba al APRA como fascista, rechazando de ese modo<br />

toda convergencia táctica con el más importante movimiento de masas<br />

bajo orientación “antimperialista y antifeudal”, de las capas medias. Llamaba<br />

a los campesinos a luchar por la “autodeterminación de las nacionalidades<br />

quechua y aymara”, más bien que por la tierra y la liquidación del<br />

latifundio y la servidumbre. Y por todo ello, el heroico movimiento obrero<br />

dirigido por el partido, fue quedando aislado políticamente, lo mismo<br />

que el movimiento popular democrático-nacionalista dirigido por el<br />

APRA, facilitándose así la represión y la derrota de ambos movimientos.<br />

Tras esa derrota, el campo para el enraizamiento de la influencia<br />

aprista en el seno de las masas populares del Perú, incluidas las masas<br />

obreras hasta entonces dirigidas hacia el socialismo, quedaba pavimentado<br />

por un largo período. Por su parte, la dictadura militar oligárquica, logró<br />

la destrucción de la Confederación General de Trabajadores, ilegalizando<br />

todo el movimiento sindical y político de las masas.<br />

Pasada esa etapa ultraizquierdista de la III Internacional staliniana,<br />

ésta amparó en América Latina el predominio ideológico del “browderismo”<br />

(Earl Browder era el líder del Partido Comunista de los Estados<br />

Unidos), que significó la aplicación mecánica, y en el caso peruano reaccionaria,<br />

de una política destinada a la colaboración con las burguesías<br />

nacionales y progresistas (que eran, según Mariátegui, inexistentes e inviables<br />

en el Perú), en una línea “antimperialista y antifeudal” y para una<br />

estrategia revolucionaria en dos etapas. La ya dudosa táctica de los “frentes<br />

populares” en Europa, encontraba así en América Latina una corres-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

CVIII


pondencia política que, en el caso peruano, tenía casi nada en común con<br />

el pensamiento de Mariátegui y con la realidad.<br />

Inútil ejercitarse en el “ifismo”, preguntándose cuál habría sido la posición<br />

y la práctica políticas de Mariátegui frente a esos vaivenes de la línea<br />

general de esa Internacional. En China, Mao siguió, con éxito, una conducta<br />

pragmática: pertenencia y autonomía, en la III Internacional bajo<br />

Stalin.<br />

ESCRITURA Y CRÍTICA LITERARIA EN MARIÁTEGUI<br />

Yo no tengo competencia para discutir con profundidad y acaso ni siquiera<br />

con propiedad, este tema. Sólo quiero apuntar un par de ideas.<br />

La primera, es que Mariátegui, con Vallejo y Eguren, es uno de los tres<br />

más importantes escritores del movimiento que se inicia bajo el estímulo y<br />

la obra de Valdelomar, en el Perú. A Vallejo y a Eguren, lo emparenta la<br />

tensión metafísica de su visión personal de la historia 176 , presente en la escritura<br />

mariateguiana, a través de esa particular intensidad emocional registrable<br />

en la nerviosa concisión de la frase. Y que, se me ocurre, no puede<br />

ser atribuida únicamente a su largo ejercicio de periodista, ni puede ser<br />

calibrada solamente como un atuendo técnico externo, en quien sostenía<br />

que era el espíritu y no la técnica meramente lo que expresa los cambios en<br />

la sensibilidad estética de un período. Y aunque hoy su lenguaje ha envejecido<br />

en parte, esa intensidad emocional de agonista, la concisión de la<br />

frase, la economía de palabras de su escritura, mantienen vigentes la modernidad<br />

actual de su prosa.<br />

La segunda, es que la postura estética que se va elaborando en sus<br />

muy numerosos artículos y ensayos de crítica literaria, puede ser mirada<br />

en dos planos. Uno, referido a sus juicios sobre el proceso de la literatura<br />

peruana, contenidos en sus 7 ensayos. En ellos, Mariátegui aparece inten-<br />

176. Mariátegui sostiene que: “mi concepción estética se unimisma, en la intimidad de mi<br />

conciencia, con mis convicciones morales, políticas y religiosas, y que, sin dejar de ser<br />

concepción estrictamente estética, no puede operar independientemente o diversamente”,<br />

7 ensayos, p. 182.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

CIX


tando menos un enfoque clasista del fenómeno literario, que empeñado<br />

en acelerar y ampliar la emancipación de la producción literaria peruana<br />

de su tiempo, del andamiaje mental oligárquico y colonialista. Inclusive su<br />

esbozo de periodización del proceso literario peruano, en colonial, cosmopolita<br />

y nacional, y no en períodos marcados por regímenes de clase,<br />

así lo demuestran. En ese sentido, la posición de Mariátegui hace parte de<br />

un movimiento ideológico nacionalista-democrático, en cuyo seno surge<br />

la estética que ha dominado la crítica y la historia literarias del Perú, desde<br />

los años 20 de este siglo, como lo apunta Mirko Lauer 177 , al iniciar el enjuiciamiento<br />

de la obra histórica y crítica de Luis Alberto Sánchez, la principal<br />

de todo este período.<br />

El otro, concierne al parentesco de la obra crítico-literaria de Mariátegui,<br />

con las posiciones antiburguesas y antiburocráticas surgidas en el<br />

debate posterior al dominio danoviano del “realismo socialista”. En particular,<br />

con el “realismo crítico” lukacsiano 178 , y la más reciente, anticipada<br />

en mucho por la obra de Mariátegui, discusión sobre lo “real maravilloso”<br />

o “realismo mágico”, tan actual en la crítica y la producción literaria narrativa<br />

de América Latina, y de la cual García Márquez, Carpentier, Rulfo o<br />

Arguedas, suelen ser considerados como principales exponentes.<br />

Contra lo colonial y lo oligárquico en el Perú, Mariátegui opuso el<br />

cosmopolitismo, el regionalismo y el indigenismo, en busca de la afirmación<br />

del carácter nacional de nuestra literatura. Contra lo burgués en Europa<br />

(lo burocrático estaba aún en brote no percibido), opuso el realismo<br />

como antídoto del encubrimiento; pero, al mismo tiempo, contra el realismo<br />

chato de la literatura burguesa y populista, sostuvo la libertad imaginativa.<br />

Lo “real maravilloso”, como camino al descubrimiento de la realidad<br />

global más profunda. El “realismo crítico”, como desocultamiento de<br />

la dominación dentro de esa realidad.<br />

Antena universal y creadora, para él la información abierta, la crítica y<br />

la libertad estéticas son los alimentos de un arte de vanguardia. Sin perder<br />

177. Mirko Lauer, Luis Alberto Sánchez. Notas sobre el pensamiento burgués en la crítica<br />

literaria peruana, Lima, 1978 (mimeo).<br />

178. Véase de Georges Lukács, La Signification Présente du Realisme Critique, Paris, Gallimard,<br />

1960.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

CX


de vista que en todo nacimiento magmático son numerosos los riesgos de<br />

impurezas y desorientaciones, defendió enfáticamente la libertad de experimentación<br />

artística y literaria, a condición de su autenticidad, de que<br />

no se encerrara en un formalismo tecnicista o en la pura negación. Y contra<br />

las fáciles tentaciones de encasillar la perspectiva de una clase revolucionaria<br />

en la cultura, dentro de los cortos moldes de un régimen político<br />

determinado o en el dudoso gusto de una burocracia, se apoyó en una<br />

perspectiva histórica de largo plazo y en la fecundidad creadora de las<br />

masas en el movimiento de la historia.<br />

Por todo ello, también en este terreno, Mariátegui es una fuente necesaria<br />

para el actual debate sobre estas cuestiones en América Latina 179 .<br />

A PARTIR <strong>DE</strong> MARIÁTEGUI<br />

A casi ya cincuenta años de su muerte, Mariátegui sigue siendo la experiencia<br />

intelectual fundamental del Perú del siglo XX.<br />

Hoy día, en el Perú y en América Latina toda, con la solitaria excepción<br />

de Cuba, el capitalismo y a través de éste la dominación imperialista<br />

se han generalizado y profundizado. El proletariado está pasando plenamente<br />

al primer plano del escenario político, conquistando la dirección<br />

179. No obstante que en la obra publicada de Mariátegui, cerca de un cuarenta por ciento<br />

está dedicado a la crítica literaria y a la reflexión sobre las relaciones entre sociedad y literatura,<br />

este aspecto de su labor es, en general, poco conocido y estudiado. La gran atención<br />

que prestó a esos problemas, muestra que no se trata sólo de un tributo a sus inclinaciones<br />

literarias, sino de su convicción sobre la importancia política de primer orden que<br />

esos problemas tienen, en la lucha ideológica por el surgimiento de una cultura nueva en<br />

el curso de la revolución socialista. En ese sentido, su obra se asemeja a la de Trotsky, crítico<br />

literario y teórico de la crítica literaria, cuya orientación siguió Mariátegui, y se emparenta<br />

con la visión gramsciana del lugar de estas cuestiones en la lucha revolucionaria.<br />

Aparte de las referencias que se encuentran en muchas de las historias literarias de América<br />

Hispana, como las de Bazin, Henríquez Ureña, Zum Felde, Anderson Imbert, el único<br />

estudio específico que conozco es el de Yerko Moretic, José Carlos Mariátegui. Su vida<br />

e ideario. Su concepción del realismo, Santiago, Chile, 1970. Véase Partes III y IV. También<br />

hay indicaciones útiles en Dessau, op. cit., que lo considera “fundador de la ciencia<br />

literaria marxista en América Latina”. Puede verse también, de Augusto Tamayo Vargas,<br />

“El proceso de la literatura”, Presencia y proyección de los 7 ensayos, Lima, Editorial<br />

Amauta, 1976.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

CXI


de las masas explotadas. Bajo su influencia, una nueva inteligencia revolucionaria<br />

pugna por liberarse de las apariencias realistas de las quimeras<br />

desarrollistas burguesas y pequeño-burguesas, y de sus andaderas neopositivistas,<br />

así como del reformismo obrero-burocrático internacionalmente<br />

en crisis.<br />

Lo que Mariátegui alcanzó a descubrir como tendencias profundas<br />

del movimiento histórico de nuestras formaciones sociales, es ahora una<br />

situación consolidada. Históricamente victorioso de su combate contra el<br />

ambiguo nacionalismo democrático aprista y contra el dogmatismo oportunista<br />

de la dirección stalinista en la III Internacional, el tiempo de Mariátegui<br />

es hoy más presente que nunca y más fecunda su voz.<br />

El proletariado peruano puede enorgullecerse legítimamente de haber<br />

nacido al socialismo revolucionario y de poder madurar, todavía, bajo<br />

las enseñanzas de un Amauta de esa talla, rescatando su primera y más<br />

perdurable lección: conocer y transformar la realidad desde dentro de ella<br />

misma. En este camino, el reencuentro con Mariátegui es un punto de partida.<br />

Aníbal Quijano<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

CXII


TREINTA AÑOS <strong>DE</strong>SPUÉS: OTRO REENCUENTRO<br />

Notas para otro debate<br />

“JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI: reencuentro y debate” 1 abrió las cuestiones<br />

principales sobre las cuales se ha concentrado en las últimas décadas<br />

el debate sobre la obra mariateguiana. Esas cuestiones fueron producidas<br />

confrontando a dos de las más profundas instancias de la crisis histórica<br />

de la que no terminamos de salir.<br />

En primer término, la crisis del “materialismo histórico”, como fue<br />

denominada desde fines del siglo XIX la versión eurocentrista de la herencia<br />

intelectual y política de Marx. Dicha versión comenzó a ser producida<br />

con la hibridación de los elementos más eurocéntricos de aquella<br />

herencia con el positivismo spenceriano, hegemónico en el pensamiento<br />

liberal “progresista” en el tramonto entre los siglos XIX y XX y durante el<br />

auge de la social-democracia en el movimiento socialista 2 . En el debate<br />

respecto de ese positivismo dentro de la social-democracia, las fracciones<br />

más críticas se orientaron hacia un cierto regreso al movimiento hegeliano,<br />

cuya perspectiva histórico-teleológica, implicada en la idea de un macro-sujeto<br />

histórico, permitía legitimar la perspectiva de evolucionismo<br />

unilineal y unidireccional de la secuencia de los “modos de producción”.<br />

Tras la imposición del despotismo burocrático en Rusia bajo el estalinis-<br />

1. Fue escrito en 1978, a instancias de Ángel Rama, y se publicó en 1979, como prólogo a<br />

la edición de los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana de esta colección en la<br />

Biblioteca Ayacucho.<br />

2. Ver de Theodore Shanin, The Late Marx, New York, Monthly Review Press, 1983.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

CXIII


mo, desde mediados de los años 20 del siglo XX, esas hibridaciones fueron<br />

codificadas en un corpus sistémico, desnaturalizando las propuestas<br />

teóricas de Marx –es decir, propuestas de una perspectiva de conocimiento,<br />

de cuestiones de indagación y de debate, un movimiento consistente y<br />

al mismo tiempo heterogéneo de reflexión y de investigación– en una doctrina<br />

–esto es, un corpus de formulaciones sistémicamente organizadas<br />

como definitivas e indiscutibles– que fue difundida como “el marxismo”<br />

o más ceñidamente como “marxismo-leninismo”. Después de la Segunda<br />

Guerra Mundial, esa doctrina fue sometida a una lectura estructuralista y<br />

fue así administrada con sus manuales y cánones de procedimiento político,<br />

una suerte de “vulgata marxista” 3 como fue nombrada por los críticos<br />

del poder imperante y estudiosos radicales del legado de Marx y de la<br />

historia de los movimientos de la sociedad.<br />

Al comenzar el tramo final del siglo XX, los límites eurocéntricos del<br />

“materialismo histórico”, o “marxismo-leninismo”, se hacían más perceptibles<br />

y aún más distorsionantes del conocimiento y de las prácticas políticas<br />

asociadas, cuanto más instrumentales para las necesidades tecnocráticas<br />

y políticas del despotismo burocrático que regía el llamado “campo<br />

socialista”. De ese modo, el “materialismo histórico” se asociaba más cercana<br />

y profundamente a las tendencias de tecnocratización instrumental<br />

del conjunto del eurocentrismo, precisamente en el mismo período en el<br />

cual, en su condición de modo hegemónico de producción de subjetividad<br />

–imaginario, memoria histórica, conocimiento– dentro del patrón de<br />

poder colonial /moderno y del capitalismo mundial en especial, asociaba<br />

sus tendencias a las nuevas necesidades de informatización, de acumulación<br />

financiera, y de reducción del espacio democrático dentro del actual<br />

poder.<br />

En ese contexto, el “materialismo histórico” no sólo perdía rápidamente<br />

espacio en el nuevo debate intelectual y político que la crisis mundial<br />

producía, entre los defensores y los críticos del patrón imperante de<br />

3. En América Latina, quizá el primero en denominarla de ese modo fue Francisco Oliveira,<br />

el conocido científico social brasileño, en un debate organizado por el Consejo Latinoamericano<br />

de Ciencias Sociales (C<strong>LA</strong>CSO), en Montevideo, 1986.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

CXIV


poder mundial. Sobre todo, perdía atractivo y legitimidad entre los nuevos<br />

movimientos sociales y políticos que se producían, en especial desde<br />

los años 60 y comienzos de los 70 del siglo XX, tratando de subvertir ese<br />

poder (desde el “centro”, como en el Mayo 1968, en Francia, o en el Otoño<br />

Caliente de 1969, en Italia) y/o buscando contener la agresión imperial/colonial<br />

en Viet-Nam, Argelia, África y América Latina, en medio del<br />

turbión de lo que se demostraría pronto como la más profunda y duradera<br />

crisis histórica de los quinientos años del patrón de poder mundial<br />

imperante 4 .<br />

En segundo término, se confrontaba la crisis del propio despotismo<br />

burocrático, expresada en dos dimensiones principales. De un lado, la<br />

erosión rápida del “campo socialista”, organizado después de la Segunda<br />

Guerra Mundial en torno de la hegemonía de la llamada Unión Soviética,<br />

en particular con los países de Europa del Este. De otro lado, la deslegitimación<br />

y la conflictividad crecientes del despotismo burocrático, no obstante<br />

haber sido rebautizado como “socialismo realmente existente” frente<br />

a la crítica de las nuevas generaciones y de los nuevos movimientos revolucionarios.<br />

En rigor, reiterar el pleonasmo de tales apellidos no logró<br />

sino hacer más patente la ilegitimidad del uso del término socialismo, en<br />

particular desde los años 30 del siglo XX, para nombrar esa específica<br />

configuración de poder que se fue haciendo cada vez más ajena a las aspiraciones<br />

y a las luchas por la liberación de los miembros de nuestra especie,<br />

de toda forma de control impuesto sobre las dimensiones centrales de<br />

la existencia social 5 . En otros términos, en lugar de velar la profundización<br />

de la crisis en el “campo socialista”, tales apellidos hicieron finalmente<br />

perceptible para una amplia mayoría, que en esa configuración de<br />

poder se había impuesto, bajo el nombre de socialismo, una real aliena-<br />

4. Esa atmósfera intelectual, intersubjetiva en general, durante la crisis, fue agudamente<br />

expresada en el debate producido con la publicación de Hegemony and Socialist Strategy,<br />

de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (Londres, Verso, 1985) seguida casi inmediatamente<br />

de Retreat from Class, de Ellen Meiksins Wood (Londres, Verso, 1986).<br />

5. Sobre el debate dentro del movimiento revolucionario mundial, respecto de esas cuestiones,<br />

aquí es pertinente mencionar sobre todo dos estudios. El de Rudolph Bahro, Die<br />

Alternative (Frankfurt, Europaische Verlagansalt, 1977); y de Charles Betterlheim, Les<br />

Luttes de Classes en URSS… (Paris, Seuil/Maspero, 1974, 1977, 1982, 3 v.).<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

CXV


ción de las aspiraciones de liberación social y de las luchas de los dominados/explotados/reprimidos<br />

del mundo que habían sido originalmente<br />

cobijadas en ese nombre.<br />

En efecto, no se trataba ya solamente de conflictos enconados entre<br />

tendencias políticas asociadas a regímenes “socialistas” rivales, como ocurrió<br />

primero entre “stalinistas” y “titoístas” y luego entre “pro-chinos” y<br />

“moscovitas”, sino, mucho más profunda y decisivamente, de las sucesivas<br />

y crecientes revueltas dentro de cada uno de los países de tal “campo<br />

socialista”, de movimientos de trabajadores, de estudiantes y de intelectuales,<br />

llamados “disidentes”, luchando contra el despotismo burocrático.<br />

Unos, orientándose hacia una democratización radical del poder, organizando<br />

instituciones de control social de la autoridad pública, y otros<br />

hacia una liberalización, por lo menos, del “socialismo realmente existente”.<br />

Todos fueron víctimas de sangrientas represiones ejecutadas por la<br />

URSS, en la llamada República Democrática Alemana, en Hungría, en<br />

Polonia, en Checoeslovaquia, en Rumania, así como en la propia URSS y<br />

en China. Ese fue, como bien se sabe, el cauce que condujo a la desintegración<br />

de dicho “campo socialista” y finalmente a la súbita implosión de<br />

la llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).<br />

En ese contexto, en torno de la obra mariateguiana era pues indispensable,<br />

no solamente tratar de salir de las prisiones de la “vulgata marxista”<br />

que exaltaba el nombre de José Carlos Mariátegui, dentro y fuera<br />

del Perú, mientras defendía el “socialismo realmente existente” en su discurso<br />

y en su práctica políticos, sino también, y sobre todo, abrir el debate<br />

de una perspectiva alternativa de conocimiento, de algún modo ya implicada<br />

en el legado mariateguiano, y que permitiera, precisamente, hacer<br />

perceptibles sus elementos y sus instancias más fértiles, para ayudarnos a<br />

trabajar, de nuevo, una crítica radical del poder vigente.<br />

Es en ese sentido que en: “José Carlos Mariátegui: reencuentro y debate”<br />

fueron abiertas y planteadas las siguientes cuestiones principales: 1)<br />

la necesidad de una desmistificación del legado intelectual de Mariátegui<br />

y de una desmitificación de su figura política, primero frente a la en verdad<br />

variopinta gama intelectual y política asociada al “materialismo histórico”,<br />

en defensa o en crítica del “socialismo realmente existente”: “mos-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

CXVI


covitas”, “pro-chinos” de varias denominaciones, “rumanos”; los aún más<br />

numerosos grupos rivales de linaje “trotskista”; y también social-demócratas<br />

(incluidos los apristas de ese momento), social-liberales y socialcristianos;<br />

2) la heterogeneidad del lugar y de la trayectoria de la escritura<br />

mariateguiana en el debate marxista, en particular en torno de las relaciones<br />

entre la materialidad y la inter-subjetividad de las relaciones sociales y<br />

en torno de las relaciones históricas entre los “modos de producción”, en<br />

especial respecto del caso específico de la realidad peruana; 3) la subversión<br />

teórica crucial que implicaba que en el propio momento de intentar<br />

emplear la perspectiva y las categorías de la secuencia evolutiva unilineal<br />

y unidireccional de los “modos de producción”, eje del “materialismo<br />

histórico”, para interpretar la realidad peruana, Mariátegui llegara a la<br />

conclusión de que en el Perú de su tiempo dichos “modos de producción”<br />

actuaban estructuralmente asociados, conformando así una compleja<br />

y específica configuración de poder en un mismo momento y en un<br />

mismo espacio históricos; 4) la propuesta mariateguiana del “socialismo<br />

indoamericano”como una especificidad histórica, cuyo sentido no podría<br />

ser aprehendido sino en relación con aquel descubrimiento teórico; 5) en<br />

fin, su consiguiente y paralela contienda teórica y política con el APRA y<br />

con el estalinismo hegemónico en la Tercera Internacional Comunista.<br />

Como cabe a los límites de un texto de introducción, tales cuestiones<br />

fueron allí apenas planteadas. Desde entonces mucha tinta ha corrido en el<br />

territorio mariateguiano. De una parte, la obra escrita de Mariátegui comenzó<br />

a ser difundida más allá de los 7 ensayos 6 . Y pronto se desarrolló la publi-<br />

6. Casi coincidiendo con la final desintegración del “campo socialista”, fueron publicadas<br />

dos compilaciones de textos de Mariátegui, con finalidades, contenido y organización muy<br />

diferentes. Una, antológica, hecha por Alberto Flores Galindo y Ricardo Portocarrero, con<br />

el título de Invitación a la Vida Heroica, Lima,1989. Y otra hecha por Aníbal Quijano, Textos<br />

básicos, Lima-México, Fondo de Cultura Económica, 1991, dividida en secciones destinadas<br />

a mostrar las instancias básicas del movimiento de la reflexión mariateguiana, su<br />

perspectiva implícita de producción de conocimiento, y las principales áreas de cuestiones<br />

filosóficas y sociológico-políticas. El prólogo de ese volumen y los de cada sección, me permitieron<br />

hacer explícitas mis propuestas sobre los momentos de subversión mariateguiana<br />

contra el eurocentrismo dominante en el “materialismo histórico” y que permiten explicar,<br />

precisamente, que el estudio de esa obra no tenga sólo un valor histórico, y, sobre todo, su<br />

excepcional fecundidad para el nuevo debate mundial sobre la producción de conocimiento<br />

y la crítica radical del poder mundial vigente.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

CXVII


cación sistemática de la obra entera. En las décadas recientes han sido publicados<br />

virtualmente todos los escritos de Mariátegui. Con tales nuevas fuentes,<br />

no ha cesado de crecer la lista de publicaciones sobre su vida y su<br />

obra, sobre todo desde las conmemoraciones del primer cincuentenario<br />

de su muerte (1930-1980) y del primer centenario de su nacimiento (1894-<br />

1994). Aunque la mayoría de dichas publicaciones aún está destinada, principalmente,<br />

a enriquecer la documentación histórica de la trayectoria personal,<br />

intelectual y política de Mariátegui, comienza a ser más sistemática la exploración<br />

de los ámbitos específicos de su pensamiento en relación con el debate<br />

actual sobre las cuestiones implicadas en ellos, entre otras las cuestiones de<br />

“género”, de lo “indígena”, las de “raza” y “nación”, sobre las “vanguardias”<br />

estéticas, sobre las anécdotas vitales de su ruptura con el mundo oligárquico,<br />

sobre América Latina y sobre la propuesta de “socialismo indoamericano” 7 .<br />

Buena parte de dichos estudios han sido presentados en numerosas reuniones<br />

internacionales destinadas a debatir la herencia mariateguiana y han sido<br />

recogidos en volúmenes colectivos 8 . Y por supuesto, continúa la indagación<br />

acerca de la ubicación de dicho legado en “el marxismo” 9 .<br />

7. Entre otros, de Sara Beatriz Guardia, José Carlos Mariátegui. Una visión de género,<br />

Lima, Ed. Minerva, 2005. De Fernanda Beigel, El itinerario y la brújula: el vanguardismo<br />

estético-político de Mariátegui, Buenos Aires, Biblos 2003. De Horacio Tarcus, Mariátegui<br />

en la Argentina o las políticas culturales de Samuel Glusberg, Buenos Aires, Ed. El Cielo<br />

por Asalto, 2001. De Gerardo Leibner, El mito del socialismo indígena en Mariátegui,<br />

Lima, Universidad Católica del Perú, 1999. De William W. Stein, Dance in the Cemetery,<br />

New York-Oxford, University Press of America, 1997. De César Germaná, El socialismo<br />

indoamericano de José Carlos Mariátegui, Lima, Amauta, 1995. De Alfonso Castrillón<br />

Vizcarra, José Carlos Mariátegui, crítico de arte, Lima, Universidad de San Marcos, Cuadernos<br />

de Reflexión y Crítica, N o 6, 1993. De José Aricó, Marx y América Latina, Lima,<br />

Centro de Estudios para el Desarrollo y la Participación, 1980.<br />

8. De los volúmenes colectivos, deben ser citados el de José Aricó, Mariátegui y los orígenes<br />

del marxismo latinoamericano, México, Pasado y Presente, 1978; de Roland Forgues,<br />

ed., Mariátegui y Europa. El otro descubrimiento, Lima, Amauta, 1993, y Mariátegui. Una<br />

verdad siempre renovada, Lima, Amauta, 1994; Manuel Monereo, comp., Mariátegui<br />

(1884-1994). Encuentro Internacional: un marxismo para el siglo XXI, Madrid, Talasa,<br />

1995; Gonzalo Portocarrero, Eduardo Cáceres y Rafael Tapia, eds., La aventura de Mariátegui.<br />

Nuevas perspectivas, Lima, Universidad Católica del Perú, 1995; David Sobrevilla,<br />

ed., El marxismo de José Carlos Mariátegui, Lima, Amauta, 1995; y, por supuesto, los<br />

trabajos que fueron publicados en el Anuario Mariateguiano entre 1989 y 1999, y a cuya<br />

co-dirección, con Antonio Melis, me incorporé a la muerte de uno de sus fundadores, el<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

CXVIII


TREINTA AÑOS <strong>DE</strong>SPUÉS<br />

Lo que, sin duda, caracteriza el tiempo transcurrido en estos tres últimos<br />

decenios, es el más profundo y significativo cambio histórico que haya<br />

ocurrido con el patrón de poder mundial, desde la llamada “Revolución<br />

Industrial”. En otros términos, se trata nada menos que de su ingreso en<br />

un nuevo período histórico. Este cambio consiste en la total re-configuración<br />

del actual patrón de poder, en un complejo proceso que está en curso<br />

y que tuvo sus inicios con el estallido de la crisis mundial capitalista a<br />

mediados de 1973.<br />

Dicha re-configuración del actual patrón de poder consiste, ante todo,<br />

en la profundización y en la aceleración de sus tendencias centrales en la<br />

disputa por el control de la existencia social. Aquí es pertinente destacar,<br />

primero, la re-concentración mundial del control de la autoridad política,<br />

el Estado ante todo, y, en segundo lugar, la re-concentración mundial del<br />

control del trabajo 10 .<br />

En la primera de tales dimensiones del proceso, se trata de la formación<br />

de un Bloque Imperial Mundial y de la erosión continua de la autonomía de<br />

los Estados cuyo proceso de nacionalización y democratización no pudo<br />

ser consolidado, o era precario e incipiente, debido a la colonialidad del<br />

historiador Alberto Tauro del Pino, a quien se debe gran parte del rescate, investigación y<br />

publicación de la obra mariateguiana.<br />

9. Entre los más influyentes, de Alberto Flores Galindo, “La agonía de Mariátegui”, José<br />

Carlos Mariátegui, Obras completas, Lima, Fundación Andina/Sur, 1994, t. 2; Carlos<br />

Franco, Del marxismo eurocéntrico al marxismo latinoamericano, Lima, CE<strong>DE</strong>P, 1981;<br />

Osvaldo Fernández Díaz, Mariátegui y la experiencia del otro, Lima, Amauta, 1994; Francis<br />

Guibal, Vigencia de Mariátegui, Lima, Amauta, 1999; Michael Lowy, “Marxisme et<br />

romantisme chez José Carlos Mariátegui”, Actuel Marx (Paris), N o 25 (1999); Antonio<br />

Melis, Leyendo a Mariátegui, Lima, Amauta, 1999; David Sobrevilla, El marxismo de José<br />

Carlos Mariátegui, Lima, Universidad de Lima, 2005.<br />

10. Véase sobre esta cuestión “Colonialidad del poder, globalización y democracia”, Aníbal<br />

Quijano, Tendencias básicas de nuestra era, Caracas, Instituto de Estudios Internacionales<br />

Pedro Gual, 2001. La versión más reciente, con algunas pocas revisiones, está en<br />

revista San Marcos (Lima), N o 25 (2006), pp. 51-104. Véase también: “¿Entre la Guerra<br />

Santa y la Cruzada?”, América Latina en Movimiento (A<strong>LA</strong>I), (Quito), N o 341 (2001),<br />

pp. 12-22.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

CXIX


poder actual. Eso implica la erosión continua del espacio político público y<br />

de la democracia liberal, tanto en el “centro” como en la “periferia”. En<br />

conjunto, se trata de un proceso de des-democratización y des-nacionalización<br />

del Estado y de la sociedad dentro del patrón de poder y a escala<br />

planetaria. En otros términos, de un imperialismo global en cuyo extremo,<br />

si la tendencia no es contenida o derrotada, se arriesga una re-colonización<br />

global. Irak, Afganistán, o más recientemente Somalía, como antes en la ex<br />

Yugoeslavia, así como la gradual expansión de las bases militares de Estados<br />

Unidos en América Latina, son claros ejemplos de esos riesgos.<br />

En la segunda dimensión, se trata, de un lado, del predominio definitivo<br />

de los niveles hiper-tecnologizados del capital, en los cuales se reduce<br />

la necesidad y el interés de asalariar la fuerza de trabajo, mientras en los<br />

niveles inferiores se requiere, en cambio, de la re-expansión de la plusvalía<br />

absoluta en las relaciones con el trabajo asalariado (de su “flexibilización”<br />

y de su “precarización”, en términos del empirismo de la sociología<br />

del trabajo). Todo lo cual lleva a la expansión del des-empleo asalariado y<br />

a la reducción del nivel salarial promedio a escala mundial. Y de ese modo,<br />

a la re-expansión de las formas no-salariales del trabajo, la esclavitud, la<br />

servidumbre y la reciprocidad. Todo ese conjunto es ahora el capitalismo<br />

mundial y está asociado a la hegemonía de la acumulación financiera, cuya<br />

prolongada duración, a diferencia de los anteriores momentos de crisis<br />

capitalista, remite a la novedad de sus fuentes en la actual estructura mundial<br />

de acumulación y de control del trabajo. La más visible implicación<br />

de esos procesos es la continua y extrema polarización social a escala planetaria<br />

y “global”.<br />

Esas tendencias han llevado a la re-concentración imperialista del<br />

control de la autoridad política y del trabajo, a escala geográficamente<br />

planetaria, afectando al conjunto de la población en un proceso conjunto<br />

de crisis y de cambio. Esto es, sometiéndola en su totalidad a un único<br />

patrón de poder, que ahora se conoce como el “sistema-mundo colonial/<br />

moderno” 11 . Así se ha producido la mayor concentración hasta hoy histó-<br />

11. A ese respecto, de Aníbal Quijano e Immanuel Wallerstein, “Americanity as a Concept<br />

or the Americas in the Modern World-System”, International Social Science Journal<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

CXX


icamente conocida del control mundial del poder. Y es eso lo que está<br />

implicado en lo que se nombra como “globalización” 12 . El nuevo patrón<br />

de poder que fue producido durante la conquista y destrucción del mundo<br />

histórico pre-colonial de lo que hoy llamamos América, ha ingresado<br />

en un período y en un proceso de crisis y de transición que es, probablemente,<br />

el más profundo y decisivo en sus 500 años de historia.<br />

Empero, lo que sus agentes publicitarios presentan como una suerte<br />

de fenómeno “natural”, que no depende de los intereses, de la voluntad o<br />

de las opiniones de la gente, y al cual, por eso, no tiene sentido criticar,<br />

mucho menos oponerse, es obviamente un producto de las luchas dentro<br />

del patrón de poder, entre sus dominadores y sus dominados, y de las<br />

luchas por el control mundial entre sus dominadores. El problema es que<br />

esas luchas llevaron, en primer término, a la más profunda derrota histórica<br />

de los trabajadores y a todos los dominados/explotados/reprimidos<br />

del mundo 13 . Y del mismo modo a la derrota y desintegración de los principales<br />

rivales del bloque imperialista, por la desintegración final del “campo<br />

socialista”, la incorporación de China al reino del capitalismo o a lo<br />

que Boris Kagarlitzky ha denominado un “estalinismo de mercado”, y la<br />

desintegración de virtualmente todos los regímenes, organizaciones, movimientos<br />

políticos asociados al “campo socialista”, en todo el mundo,<br />

con la solitaria excepción de Cuba.<br />

La derrota arrastró también a prácticamente la totalidad de las tendencias,<br />

organizadas o no, de los críticos radicales del patrón mundial de<br />

(Paris), N o 134 (1992), pp. 549-556. De Aníbal Quijano, “Colonialidad y modernidad/racionalidad”,<br />

Los conquistados, Heraclio Bonilla; comp., Bogotá, Tercer Mundo/<br />

F<strong>LA</strong>CSO, 1992; “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”, Colonialidad<br />

del saber, eurocentrismo y ciencias sociales, Edgardo M. Lander; comp., Buenos Aires,<br />

UNESCO/C<strong>LA</strong>CSO, 2000; y “Don Quijote y los molinos de viento en América Latina”,<br />

Revista de Estudios Avanzados (São Paulo), v. 19 N o 55 (2005), pp. 9-31.<br />

12. Mis propuestas en este debate pueden ser encontradas, principalmente, en “Colonialidad<br />

del poder, globalización y democracia”, antes citado, y en “El nuevo imaginario<br />

anticapitalista”, América Latina en Movimiento (Quito), N o 351 (2002), pp. 14-22.<br />

13. He propuesto algunas cuestiones para ese debate en “El trabajo al final del siglo XX”,<br />

Pensée Sociale Critique pour le XXI e Siècle. Mélanges en l’honneur de Samir Amin, Paris,<br />

Forum du Tiers-Monde, L’Harmattan, 2003.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

CXXI


poder, tanto del bloque imperialista como del “campo socialista”, ya que<br />

perdieron lugar en el debate mundial, en la medida en que el poder dejó<br />

de ser, por más de dos décadas, una cuestión mayor en la investigación<br />

científica y en el debate respectivo, excepto como un dato empírico de la<br />

realidad. En conjunto, la derrota de los explotados/dominados/reprimidos<br />

y de los rivales y antagonistas políticos del actual patrón de poder,<br />

produjo un virtual eclipse mundial del horizonte histórico que desde el<br />

siglo XVIII, en particular desde la emergencia de la idea del socialismo<br />

como democratización radical y global de las relaciones sociales, en todos<br />

sus ámbitos o dimensiones decisivas, iluminaba el a veces sinuoso y laberíntico<br />

camino de liberación del poder, de todo poder 14 .<br />

Esa victoria total del bloque imperialista no implica, en modo alguno,<br />

su invencibilidad, ni su indefinida reproducción. Lejos de eso, la crisis del<br />

patrón de poder entero no ha hecho sino hacerse más profunda y más rápida<br />

en este período. Pero, en cambio, hizo más perceptibles que nunca<br />

los límites y las distorsiones de la perspectiva de conocimiento implicada<br />

en el “marxismo-leninismo”, cada vez más tributaria de las tendencias de<br />

tecnocratización del eurocentrismo en el ya largo período de dominio de<br />

la acumulación financiera en la transición del capital y del conjunto del<br />

patrón de poder colonial/moderno, al cual domina y del cual depende.<br />

En otros términos, de su creciente incapacidad de permitir el conocimiento<br />

efectivo, radical y global, de la realidad y, en esa misma medida, de su<br />

incapacidad de orientar certera y eficazmente las luchas de las víctimas<br />

del actual patrón de poder. De ese modo operó como un elemento decisivo<br />

en la determinación de la derrota de las luchas revolucionarias en el<br />

mundo en ese período. La victoria del capitalismo mundial pudo ser tan<br />

14. Sobre las implicaciones de ese proceso para el nuevo debate mis propuestas en “El<br />

regreso del futuro y las cuestiones de conocimiento”, Hueso Húmero (Lima), N o 38<br />

(2001); y en “El nuevo imaginario anticapitalista”, América Latina en Movimiento<br />

(A<strong>LA</strong>I) (Quito), N o 351 (2002).<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

CXXII


completa, que sus intelectuales y políticos sintieron que era final y definitiva,<br />

que era “el fin de la historia” 15 .<br />

Durante un no tan corto tiempo, la crisis del “materialismo histórico”,<br />

la desintegración del “campo socialista”, y la imposición mundial de<br />

lo que se conoce como la “globalización del neoliberalismo”, produjeron<br />

el desalojo de la investigación y en el debate mundial la crítica del poder<br />

existente, virtualmente a escala mundial. Así, la ideología del poder dominante<br />

se estableció como una suerte de sentido común global. El llamado<br />

postmodernismo ha sido una de las más extendidas versiones de esa nueva<br />

subalternización del pensamiento social mundial, porque fue un modo<br />

eficaz de expresar, de una parte, la incomodidad creciente de la inteligencia<br />

mundial y en particular de sus tendencias socialistas, con las distorsiones<br />

eurocéntricas del “materialismo histórico”. Por eso fue también el<br />

vehículo que cobijó una extendida desmoralización, precisamente, de<br />

quienes más “ortodoxamente” la habían practicado, ya que allí podían<br />

encontrar argumentos para proclamar su rechazo a esa perspectiva y sentirse,<br />

por fin, legitimados en su abandono de las luchas de los dominados/<br />

explotados/reprimidos contra el poder.<br />

El tiempo de esa derrota está terminando. Desde comienzos de la década<br />

final del siglo XX, emergió la resistencia contra las tendencias más<br />

brutales de esa “globalización”, con las revueltas de los trabajadores en<br />

los países antes llamados “los tigres asiáticos” y con la exitosa rebelión<br />

contra una de las más sangrientas y prolongadas satrapías impuestas por<br />

el imperialismo de Estados Unidos, en Indonesia. Esa resistencia comenzó<br />

su “globalización” con las masivas protestas juveniles en Estados Unidos,<br />

Francia, Alemania, Suiza, desde comienzos de la centuria actual e<br />

inició su proceso de desarrollo con la constitución del Foro Social Mundial<br />

que se congrega anualmente desde el 2001, precisamente como el<br />

primer ágora “global” de este nuevo movimiento, y en su contexto están<br />

15. Hay una numerosa escritura desde la publicación del famoso texto de Fukuyama. Mis<br />

propuestas en ese debate se encuentran en “El fin de cual historia?”, Análisis Político<br />

(Bogotá), N o 32 (1997), pp. 27-34.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

CXXIII


ya activas tendencias y propuestas que se orientan a un tránsito de la resistencia<br />

a las alternativas contra el entero patrón de poder globalizado. Un<br />

horizonte nuevo está, en fin, instaurándose en el camino de las nuevas<br />

luchas contra el poder. Señala, así, un nuevo período histórico de las luchas<br />

por el poder y de las luchas contra el poder 16 . Y América Latina es<br />

hoy, sin duda, tanto el espacio central de este movimiento, como uno de<br />

sus momentos y modos básicos y específicos 17 .<br />

EN EL UMBRAL <strong>DE</strong> OTRO HORIZONTE<br />

Este es, pues, un mundo profunda y sistemáticamente diferente del que<br />

conocimos apenas hace 30 años. Y es tiempo ahora de decir, sin ambages,<br />

que en América Latina y más allá, el movimiento de la reflexión mariateguiana<br />

es, precisamente, el punto de partida de las nuevas perspectivas de<br />

producción de conocimiento, cuya indagación está ya en el centro del<br />

debate actual 18 .<br />

Así como no hay tal cosa como “el marxismo”, sino un debate desde y<br />

en torno de la heterogénea herencia teórica de Marx, ocurre exactamente<br />

lo mismo con el debate acerca de Mariátegui. Hemos tardado mucho,<br />

empantanados en el debate sobre “el marxismo” y el “socialismo real-<br />

16. En esa perspectiva, “El nuevo imaginario anticapitalista”, loc. cit.<br />

17. He discutido esas cuestiones en “El laberinto de América Latina: ¿Hay otras salidas?”,<br />

Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales (Caracas), v. 10 N o 1 (2004).<br />

También: “El ‘Movimiento indígena’ y las cuestiones pendientes en América Latina”,<br />

Política Externa (São Paulo), v. 12 N o 12 (2004), pp. 77-97; reproducido en español en<br />

diversas publicaciones, i.e. Argumentos (México), N o 50 (2006), pp. 51-81.También puede<br />

verse “Estamos comenzando a producir otro horizonte histórico”, Revista de Sociología<br />

(Lima), v. 14 N os 16-17 (2006), pp. 13-29.<br />

18. Me refiero, principalmente, al debate en torno de la colonialidad del poder, la transmodernidad<br />

y el moderno/colonial sistema-mundo, la producción de otra democracia,<br />

sobre todo lo cual ya existe y sigue creciendo una amplia literatura, que reúne los nombres<br />

de Immanuel Wallerstein, Enrique Dussel, Aníbal Quijano, Walter Mignolo,<br />

Boaventura de Sousa Santos, Ramón Grosfoguel, Edgardo Lander, Agustín Lao-Montes,<br />

Catherine Walsh, Fernando Coronil, Santiago Castro-Gómez, Kelvin Santiago, Sylvia<br />

Winter, Ifi Amadiume, Fernando Buscaglia, entre muchos otros.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

CXXIV


mente existente”, y sobre el respectivo lugar de Mariátegui, en admitir<br />

todas las implicaciones de los cruciales movimientos de ruptura con el<br />

eurocentrismo en el pensamiento mariateguiano; es decidir –como reclamaba<br />

en 1985 el historiador Jean Ellenstein a sus camaradas del Partido<br />

Comunista Francés– “ir hasta el fondo de nuestras previas sospechas”.<br />

En su más reciente estudio, El marxismo de José Carlos Mariátegui<br />

(Lima, Fondo Editorial de la Universidad de Lima, 2005), David Sobrevilla<br />

rechaza mi idea de que en el territorio mariateguiano están implicados<br />

muchos de los elementos centrales de una racionalidad alternativa. En el<br />

prólogo, Antonio Melis no dejó de insistir, sin embargo, en que esa hipótesis<br />

mía es “fecunda y no arbitraria”. Tiene razón Sobrevilla si se refiere<br />

a que en Mariátegui no se encuentran esos términos, ni señales formales<br />

de que se hubiera propuesto encontrar o producir ninguna racionalidad<br />

alternativa 19 . Y es quizá cierto también, que esos no son los más eficaces<br />

términos para dar cuenta de los momentos y zonas de ruptura de la reflexión<br />

mariateguiana con el eurocentrismo dominante en el “materialismo<br />

histórico”, ni del activo debate actual contra el eurocentrismo y por la<br />

reconstitución de modos diferentes de producción de subjetividad, o más<br />

generalmente, de un nuevo universo de subjetividades, de imaginario, de<br />

memoria histórica, de conocimiento. Pues no se trata de encontrar una<br />

racionalidad alternativa universal que reemplace al eurocentrismo.<br />

Lo que probablemente está activo en la historia actual es un proceso<br />

heterogéneo y complejo. En primer término, la desmitificación del eurocentrismo<br />

por el desocultamiento de sus más distorsionantes procedimientos<br />

cognitivos e intelectuales y de su condición de un provincianismo intelectual<br />

que impuso su hegemonía mundial como un instrumento de<br />

dominación en la colonialidad del poder mundial. En segundo término,<br />

la reconstitución de otras racionalidades reprimidas, inclusive parcial o<br />

totalmente eliminadas bajo el dominio del eurocentrismo y del entero pa-<br />

19. He sugerido esa idea en varios textos, i.e.: “Prólogo”, Textos básicos, México, FCE,<br />

1991; “El sueño dogmático”, Mariátegui o la experiencia del otro, Osvaldo Fernández<br />

Díaz, Lima, Amauta, 1994; y “El precio de la racionalidad”, Gaceta Sanmarquina (Lima),<br />

N o 22 (1994), p. 4.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

CXXV


trón de poder colonial/moderno. En fin, como vengo insistiendo desde<br />

hace tiempo, de la constitución de un universo de intersubjetividad cuyo<br />

fondo de significaciones común a todos, sin perjuicio de las propias y<br />

específicas racionalidades de cada grupo o identidad histórica, permita la<br />

comunicación mundial, las transferencias de elementos, los conflictos inclusive,<br />

o, para cada uno, las opciones posibles por plurales y heterogéneas<br />

orientaciones cognitivas 20 .<br />

Empero, sin esas tensas rupturas que dan cuenta de la excepcional<br />

perspicacia de Mariátegui, sin duda habríamos tardado mucho más 21 . Aquí,<br />

apenas unas pocas señales. La primera y decisiva de esas rupturas tiene<br />

lugar, precisamente, en los 7 ensayos y asume el carácter de toda una subversión<br />

epistémica y teórica 22 , puesto que es producida dentro de la propia<br />

perspectiva formalmente admitida por Mariátegui, el “materialismo<br />

histórico” y la perspectiva de una secuencia evolutiva de “modos de producción”<br />

y en el mismo intento de emplearla: “Apuntaré una constatación<br />

final: la de que en el Perú actual coexisten elementos de tres economías<br />

diferentes. Bajo el régimen de economía feudal nacido de la Conquista,<br />

subsisten en la sierra algunos residuos vivos todavía de la economía<br />

comunista indígena. En la costa, sobre un suelo feudal, crece una<br />

economía burguesa que, por lo menos en su desarrollo mental, da la impresión<br />

de una economía retardada”(B.A., p. 15).<br />

20. Hay ahora una vasta literatura de este nuevo debate. Sobre mis propias e inacabadas<br />

propuestas, remito a “Dominación y cultura”, Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales<br />

(Santiago), N o 1 (1971). Reproducido en el volumen del mismo título, Lima, Mosca<br />

Azul Editores, 1980, pp. 17-43. También: Modernidad, identidad y utopía en América Latina,<br />

Lima, Ediciones Sociedad y Política, 1988. Y “Colonialidad del poder, eurocentrismo<br />

y clasificación social”, Festschrift Immanuel Wallerstein, Journal of World Systems<br />

Research (Colorado), v. 7 N o 2 (2000), pp. 342-388, Special Issue, Giovanni Arrighi and<br />

Walter L. Goldfrank; eds.<br />

21. En unas breves notas para una nueva publicación de 7 ensayos, sería pertinente abrir<br />

un debate sobre las implicaciones de todos esos movimientos de ruptura con el eurocentrismo<br />

en la obra de Mariátegui. Pueden ser útil para esos propósitos, Textos básicos, José<br />

Carlos Mariátegui, prólogo, selección y notas de Aníbal Quijano, México, Fondo de Cultura<br />

Económica, 1991.<br />

22. Sobre la propuesta de subversión epistémica y cultural, mi texto “Colonialidad del<br />

poder, cultura y conocimiento en América Latina”, Anuario Mariateguiano (Lima), v. 9<br />

N o 9 (1998), pp. 113-22.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

CXXVI


Esa perspectiva rompe, primero, con la idea eurocéntrica de totalidad<br />

y con el evolucionismo, que presuponen una unidad continua y homogénea,<br />

aunque contradictoria, y que se mueve en el tiempo de modo<br />

igualmente continuo y homogéneo hasta transformarse en otra unidad<br />

análoga. Esa idea de totalidad ha sido, es, parte de una de las vertientes<br />

del eurocentrismo, sea “orgánica” como en el “materialismo histórico”,<br />

“sistémica”, como en el “estructural-funcionalismo”, metafísico-filosófica<br />

como en la idea absoluta hegeliana, o metafísico-teológica como en las<br />

tres religiones provenientes del Medio Oriente, en las cuales todo se relaciona<br />

con todo puesto que todo fue creado por una entidad omnipotente.<br />

Permite, al mismo tiempo, deshacerse del rechazo general a toda idea de<br />

totalidad, como en el viejo empirismo británico y en el nuevo postmodernismo,<br />

y que excluye de ese modo la cuestión del poder. Y abre, en fin, el<br />

debate sobre la totalidad como un campo de relaciones o unidad de heterogéneos,<br />

discontinuos y contradictorios elementos en una misma configuración<br />

histórico-estructural 23 .<br />

Esa idea de totalidad es epistémica y teóricamente indispensable para<br />

producir explicación y sentido a lo que Mariátegui observa y descubre,<br />

precisamente, en la Evolución económica del Perú. Sin esa subversión epistémica,<br />

el tratamiento mariateguiano de las relaciones entre la dimensión<br />

intersubjetiva y la dimensión material de la existencia social, no podría ser<br />

cabalmente entendida: “En el Perú, contra el sentido de la emancipación<br />

republicana, se ha encargado al espíritu del feudo –antítesis y negación<br />

del espíritu del burgo– la creación de la economía capitalista” (B.A., p.<br />

19).<br />

Esa subversión epistémica y teórica original, podría reconocerse como<br />

la fuente de la producción de la idea latinoamericana de heterogeneidad<br />

histórico-estructural, como un modo históricamente constitutivo de toda<br />

existencia social, rompiendo de ese modo con el dualismo radical del cartesianismo,<br />

que está en el origen mismo del eurocentrismo, y con las pro-<br />

23. He discutido estas cuestiones en “Colonialidad del poder, eurocentrismo y clasificación<br />

social”, Festschrift Immanuel Wallerstein, loc. cit.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

CXXVII


pensiones positivistas al reduccionismo y al evolucionismo. Y sin ese nuevo<br />

punto de partida, no podríamos explicar el nuevo debate teórico y<br />

político, dentro y fuera de América Latina, sobre el carácter y la historia<br />

del actual poder mundial, en especial el activo debate en torno de la propuesta<br />

teórica de colonialidad y des/colonialidad del poder.<br />

Asimismo, sin la ruptura mariateguiana respecto del lugar de la “raza”<br />

y del “factor clase” en el proceso de “nacionalización” del Estado y de<br />

democratización de la sociedad, no podríamos entender, ni explicar, ni<br />

encontrar el sentido de los actuales “movimientos indígenas” en América<br />

Latina en particular, y su significación sobre las cuestiones del moderno<br />

Estado-Nación, sobre la democracia y sobre la identidad en América Latina<br />

24 .<br />

Y, en fin, sin la insistencia mariateguiana en el lugar necesario de la<br />

“comunidad indígena” en la trayectoria de toda revolución socialista en<br />

estas tierras, en la especificidad, pues, del “socialismo indoamericano”,<br />

contra el evolucionismo positivista incrustado en el “materialismo histórico”,<br />

el nuevo imaginario revolucionario que se va constituyendo en el<br />

nuevo horizonte histórico, tardaría mucho más en madurar, en hacerse<br />

perceptible como un proceso de producción democrática de una sociedad<br />

democrática, aprendiendo a vivir con Estado y sin Estado, con mercado<br />

y sin mercado, al mismo tiempo, frente a las tendencias de hiperfetichización<br />

del mercado, asociadas a una re-medievalización de la subjetividad,<br />

que el capitalismo mundial ya está tratando de imponer, para<br />

perpetuar la globalización de toda la población del mundo bajo un único<br />

patrón de poder.<br />

Es pues ahora el tiempo de reconocer que sin esos momentos de subversión<br />

teórica contra el eurocentrismo, en el movimiento de la reflexión<br />

mariateguiana, la investigación actual no hubiera podido llegar en medio<br />

de la crisis actual, a percibir que el entero patrón de poder mundial es,<br />

precisamente, una configuración histórica específica, en la cual uno de los<br />

ejes constitutivos es la idea de “raza”, como el fundamento de todo un<br />

24. Ver en ese sentido “El movimiento indígena y las cuestiones pendientes en América<br />

Latina”, Argumentos (México), N o 19 (2006), pp. 51-81.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

CXXVIII


nuevo sistema de dominación social, del cual el eurocentrismo es uno de<br />

los más eficaces instrumentos; y el otro eje es la articulación de todos los<br />

“modos de producción” en una única estructura de producción de mercaderías<br />

para el mercado mundial, precisamente como Mariátegui alcanzó<br />

a percibir en la economía peruana de su tiempo, como un momento de<br />

subversión epistémica y teórica en el marco del propio “materialismo histórico”.<br />

Esa configuración específica, histórico-estructuralmente heterogénea,<br />

es el núcleo de lo que hoy se discute sobre la colonialidad del poder.<br />

Es en ese sentido específico que el debate mariateguiano requiere ser<br />

replanteado en sus perspectivas y en sus finalidades, confrontando las<br />

actuales tendencias del poder mundial y las opciones alternativas de los<br />

dominados/explotados/reprimidos del mundo. Porque es en el movimiento<br />

de la reflexión de Mariátegui donde, sin duda, están contenidos algunos<br />

de los elementos centrales de la renovación del debate epistémico,<br />

teórico y político que está en curso. Eso no supone, obviamente, que haya<br />

dejado de ser pertinente e importante, continuar como hasta aquí, explorando<br />

el territorio mariateguiano ante todo en relación con la historia y<br />

las perspectivas previas de conocimiento.<br />

A.Q.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

CXXIX


CRITERIO <strong>DE</strong> ESTA EDICIÓN<br />

La presente edición sigue a la de los 7 ensayos de interpretación de la realidad<br />

peruana preparada por la Biblioteca Amauta (1968).<br />

Las notas de José Carlos Mariátegui están colocadas a pie de página e<br />

identificadas con asteriscos; las notas al libro escritas por Elizabeth Garrels<br />

se encuentran al final del texto de Mariátegui y señaladas con números<br />

arábigos. Esta nueva edición tiene después del prólogo una adenda, “Treinta<br />

años después, otro reencuentro”, preparada por Aníbal Quijano, y en<br />

la bibliografía se han asentado referencias de reciente data.<br />

B.A.<br />

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CXXXI


7 ENSAYOS<br />

<strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong><br />

<strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong>


Ich will keinen Autor mehr lesen, dem man anmerkt,<br />

er wollte ein Buch machen; sondern nur jene,<br />

deren, Gedanken unversehens ein Buch werden.<br />

Nietzsche, Der Wanderer und sein Schatten 1 .


ADVERTENCIA<br />

REÚNO en este libro, organizados y anotados en siete ensayos, los escritos<br />

que he publicado en Mundial 2 y Amauta 3 sobre algunos aspectos sustantivos<br />

de la realidad peruana. Como La escena contemporánea 4 , no es éste, pues,<br />

un libro orgánico. Mejor así. Mi trabajo se desenvuelve según el querer de<br />

Nietzsche, que no amaba al autor contraído a la producción intencional, deliberado<br />

de un libro, sino a aquél cuyos pensamientos formaban un libro espontánea<br />

e inadvertidamente. Muchos proyectos de libro visitan mi vigilia;<br />

pero sé por anticipado que sólo realizaré los que un imperioso mandato vital<br />

me ordene. Mi pensamiento y mi vida constituyen una sola cosa, un único<br />

proceso. Y si algún mérito espero y reclamo que me sea reconocido es el de<br />

–también conforme un principio de Nietzsche– meter toda mi sangre en mis<br />

ideas.<br />

Pensé incluir en este volumen un ensayo sobre la evolución política e<br />

ideológica del Perú. Mas, a medida que avanzo en él, siento la necesidad de<br />

darle desarrollo y autonomía en un libro aparte 5 . El número de páginas de<br />

estos 7 ensayos me parece ya excesivo, tanto que no me consiente completar<br />

algunos trabajos como yo quisiera y debiera. Por otra parte, está bien que<br />

aparezcan antes de mi nuevo estudio. De este modo, el público que me lea se<br />

habrá familiarizado oportunamente con los materiales y las ideas de mi especulación<br />

política e ideológica.<br />

Volveré a estos temas cuantas veces me lo indique el curso de mi investigación<br />

y mi polémica. Tal vez hay en cada uno de estos ensayos el esquema, la<br />

intención de un libro autónomo. Ninguno de estos ensayos está acabado: no<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

5


lo estarán mientras yo viva y piense y tenga algo que añadir a lo por mí escrito,<br />

vivido y pensado.<br />

Toda esta labor no es sino una contribución a la crítica socialista de los<br />

problemas y la historia del Perú. No faltan quienes me suponen un europeizante<br />

6 , ajeno a los hechos y a las cuestiones de mi país. Que mi obra se encargue<br />

de justificarme, contra esta barata e interesada conjetura. He hecho en<br />

Europa mi mejor aprendizaje 7 . Y creo que no hay salvación para Indo-América<br />

sin la ciencia y el pensamiento europeos u occidentales. Sarmiento que<br />

es todavía uno de los creadores de la argentinidad 8 , fue en su época un europeizante.<br />

No encontró mejor modo de ser argentino.<br />

Otra vez repito que no soy un crítico imparcial y objetivo. Mis juicios se<br />

nutren de mis ideales, de mis sentimientos, de mis pasiones. Tengo una declarada<br />

y enérgica ambición: la de concurrir a la creación del socialismo peruano.<br />

Estoy lo más lejos posible de la técnica profesoral y del espíritu universitario.<br />

Es todo lo que debo advertir lealmente al lector a la entrada de mi libro.<br />

Lima, 1928.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

6


ESQUEMA <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> EVOLUCIÓN ECONÓMICA<br />

I. <strong>LA</strong> ECONOMÍA COLONIAL<br />

EN EL P<strong>LA</strong>NO de la economía se percibe mejor que en ningún otro hasta<br />

qué punto la Conquista escinde la historia del Perú. La Conquista aparece<br />

en este terreno, más netamente que en cualquiera otro, como una solución<br />

de continuidad. Hasta la Conquista se desenvolvió en el Perú una economía<br />

que brotaba espontánea y libremente del suelo y la gente peruanos.<br />

En el Imperio de los Inkas, agrupación de comunas agrícolas y sedentarias,<br />

lo más interesante era la economía. Todos los testimonios históricos<br />

coinciden en la aserción de que el pueblo inkaico –laborioso, disciplinado,<br />

panteísta y sencillo– vivía con bienestar material. Las subsistencias<br />

abundaban; la población crecía. El Imperio ignoró radicalmente el problema<br />

de Malthus. La organización colectivista, regida por los Inkas, había<br />

enervado en los indios el impulso individual; pero había desarrollado<br />

extraordinariamente en ellos, en provecho de este régimen económico, el<br />

hábito de una humilde y religiosa obediencia a su deber social. Los Inkas<br />

sacaban toda la utilidad social posible de esta virtud de su pueblo, valorizaban<br />

el vasto territorio del Imperio construyendo caminos, canales, etc.,<br />

lo extendían sometiendo a su autoridad tribus vecinas. El trabajo colectivo,<br />

el esfuerzo común, se empleaban fructuosamente en fines sociales.<br />

Los conquistadores españoles destruyeron, sin poder naturalmente<br />

reemplazarla, esta formidable máquina de producción. La sociedad indígena,<br />

la economía inkaica, se descompusieron y anonadaron completamente<br />

al golpe de la Conquista. Rotos los vínculos de su unidad, la nación<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

7


se disolvió en comunidades dispersas. El trabajo indígena cesó de funcionar<br />

de un modo solidario y orgánico. Los conquistadores no se ocuparon<br />

casi sino de distribuirse y disputarse el pingüe botín de guerra. Despojaron<br />

los templos y los palacios de los tesoros que guardaban; se repartieron<br />

las tierras y los hombres, sin preguntarse siquiera por su porvenir como<br />

fuerzas y medios de producción.<br />

El Virreinato señala el comienzo del difícil y complejo proceso de formación<br />

de una nueva economía. En este período, España se esforzó por<br />

dar una organización política y económica a su inmensa colonia. Los españoles<br />

empezaron a cultivar el suelo y a explotar las minas de oro y plata.<br />

Sobre las ruinas y los residuos de una economía socialista, echaron las bases<br />

de una economía feudal.<br />

Pero no envió España al Perú, como del resto no envió tampoco a sus<br />

otras posesiones, una densa masa colonizadora. La debilidad del imperio<br />

español residió precisamente en su carácter y estructura de empresa militar<br />

y eclesiástica más que política y económica. En las colonias españolas<br />

no desembarcaron como en las costas de Nueva Inglaterra grandes bandadas<br />

de pioneers. A la América Española no vinieron casi sino virreyes,<br />

cortesanos, aventureros, clérigos, doctores y soldados. No se formó, por<br />

esto, en el Perú una verdadera fuerza de colonización. La población de<br />

Lima estaba compuesta por una pequeña corte, una burocracia, algunos<br />

conventos, inquisidores, mercaderes, criados y esclavos* 9 . El pioneer español<br />

carecía, además, de aptitud para crear núcleos de trabajo. En lugar<br />

de la utilización del indio, parecía perseguir su exterminio. Y los coloni-<br />

* Comentando a Donoso Cortés, el malogrado crítico italiano Piero Gobetti califica a<br />

España como “un pueblo de colonizadores, de buscadores de oro, no ajeno a hacerse de<br />

esclavos en caso de desventura”. Hay que rectificar a Gobetti que considera colonizadores<br />

a quienes no fueron sino conquistadores. Pero es imposible no meditar el juicio siguiente:<br />

“El culto de la corrida es un aspecto de este amor de la diversión y de este catolicismo<br />

del espectáculo y de la forma: es natural que el énfasis decorativo constituya el ideal<br />

del haraposo que se da el aire del señor y que no puede seguir ni la pedagogía anglosajona<br />

del heroísmo serio y testarudo, ni la tradición francesa de la fineza. El ideal español de la<br />

señorilidad confina con la holgazanería y por esto comprende como campo propicio y<br />

como símbolo la idea de la corte”.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

8


zadores no se bastaban a sí mismos para crear una economía sólida y orgánica.<br />

La organización colonial fallaba por la base. Le faltaba cimiento demográfico.<br />

Los españoles y los mestizos eran demasiado pocos para explotar,<br />

en vasta escala, las riquezas del territorio. Y, como para el trabajo<br />

de las haciendas de la costa se recurrió a la importación de esclavos negros,<br />

a los elementos y características de una sociedad feudal se mezclaron<br />

elementos y características de una sociedad esclavista.<br />

Sólo los jesuitas, con su orgánico positivismo, mostraron acaso, en el<br />

Perú como en otras tierras de América, aptitud de creación económica.<br />

Los latifundios que les fueron asignados prosperaron. Los vestigios de su<br />

organización restan como una huella duradera. Quien recuerde el vasto<br />

experimento de los jesuitas en el Paraguay, donde tan hábilmente aprovecharon<br />

y explotaron la tendencia natural de los indígenas al comunismo 10 ,<br />

no puede sorprenderse absolutamente de que esta congregación de hijos<br />

de San Íñigo de Loyola, como los llama Unamuno, fuese capaz de crear en<br />

el suelo peruano los centros de trabajo y producción que los nobles, doctores<br />

y clérigos, entregados en Lima a una vida muelle y sensual, no se ocuparon<br />

nunca de formar.<br />

Los colonizadores se preocuparon casi únicamente de la explotación<br />

del oro y la plata peruanos. Me he referido más de una vez a la inclinación<br />

de los españoles a instalarse en la tierra baja. Y a la mezcla de respeto y de<br />

desconfianza que les inspiraron siempre los Andes, de los cuales no llegaron<br />

jamás a sentirse realmente señores. Ahora bien. Se debe, sin duda, al<br />

trabajo de las minas la formación de las poblaciones criollas de la sierra.<br />

Sin la codicia de los metales encerrados en las entrañas de los Andes, la<br />

conquista de la sierra hubiese sido mucho más incompleta.<br />

Estas fueron las bases históricas de la nueva economía peruana. De la<br />

economía colonial –colonial desde sus raíces– cuyo proceso no ha terminado<br />

todavía. Examinemos ahora los lineamientos de una segunda etapa.<br />

La etapa en que una economía feudal deviene, poco a poco, economía burguesa.<br />

Pero sin cesar de ser, en el cuadro del mundo, una economía colonial.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

9


II. <strong>LA</strong>S BASES ECONÓMICAS <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> REPÚBLICA<br />

Como la primera, la segunda etapa de esta economía arranca de un hecho<br />

político y militar. La primera etapa nace de la Conquista. La segunda etapa<br />

se inicia con la Independencia. Pero, mientras la Conquista engendra<br />

totalmente el proceso de la formación de nuestra economía colonial, la<br />

Independencia aparece determinada y dominada por ese proceso.<br />

He tenido ya –desde mi primer esfuerzo marxista por fundamentar en<br />

el estudio del hecho económico la historia peruana– ocasión de ocuparme<br />

en esta faz de la revolución de la Independencia, sosteniendo la siguiente<br />

tesis: “Las ideas de la Revolución Francesa y de la Constitución norteamericana<br />

encontraron un clima favorable a su difusión en Sud-América, a<br />

causa de que en Sud-América existía ya aunque fuese embrionariamente,<br />

una burguesía que, a causa de sus necesidades e intereses económicos,<br />

podía y debía contagiarse del humor revolucionario de la burguesía europea.<br />

La Independencia de Hispano-América no se habría realizado, ciertamente,<br />

si no hubiese contado con una generación heroica, sensible a la<br />

emoción de su época, con capacidad y voluntad para actuar en estos pueblos<br />

una verdadera revolución. La Independencia, bajo este aspecto, se<br />

presenta como una empresa romántica. Pero esto no contradice la tesis de<br />

la trama económica de la revolución emancipadora. Los conductores, los<br />

caudillos, los ideólogos de esta revolución, no fueron anteriores ni superiores<br />

a las premisas y razones económicas de este acontecimiento. El hecho<br />

intelectual y sentimental no fue anterior al hecho económico” 11 .<br />

La política de España obstaculizaba y contrariaba totalmente el desenvolvimiento<br />

económico de las colonias al no permitirles traficar con<br />

ninguna otra nación y reservarse como metrópoli, acaparándolo exclusivamente,<br />

el derecho de todo comercio y empresa en sus dominios.<br />

El impulso natural de las fuerzas productoras de las colonias pugnaba<br />

por romper este lazo. La naciente economía de las embrionarias formaciones<br />

nacionales de América necesitaba imperiosamente, para conseguir su<br />

desarrollo, desvincularse de la rígida autoridad y emanciparse de la medieval<br />

mentalidad del rey de España. El hombre de estudio de nuestra<br />

época no puede dejar de ver aquí el más dominante factor histórico de la<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

10


evolución de la independencia sudamericana, inspirada y movida, de<br />

modo demasiado evidente, por los intereses de la población criolla y aun<br />

de la española, mucho más que por los intereses de la población indígena.<br />

Enfocada sobre el plano de la historia mundial, la independencia sudamericana<br />

se presenta decidida por las necesidades del desarrollo de la civilización<br />

occidental o, mejor dicho, capitalista. El ritmo del fenómeno<br />

capitalista tuvo en la elaboración de la independencia una función menos<br />

aparente y ostensible, pero sin duda mucho más decisiva y profunda que<br />

el eco de la filosofía y la literatura de los enciclopedistas. El imperio británico<br />

destinado a representar tan genuina y trascendentalmente los intereses<br />

de la civilización capitalista, estaba entonces en formación. En Inglaterra,<br />

sede del liberalismo y el protestantismo, la industria y la máquina<br />

preparaban el porvenir del capitalismo, esto es del fenómeno material del<br />

cual aquellos dos fenómenos, político el uno, religioso otro, aparecen en<br />

la historia como la levadura espiritual y filosófica 12 . Por esto le tocó a Inglaterra<br />

–con esa clara conciencia de su destino y su misión históricas a<br />

que debe su hegemonía en la civilización capitalista–, jugar un papel primario<br />

en la independencia de Sud-América. Y, por esto, mientras el primer<br />

ministro de Francia, de la nación que algunos años antes les había<br />

dado el ejemplo de su gran revolución, se negaba a reconocer a estas jóvenes<br />

repúblicas sudamericanas que podían enviarle “junto con sus productos<br />

sus ideas revolucionarias”*, Mr. Canning, traductor y ejecutor fiel del<br />

interés de Inglaterra, consagraba con ese reconocimiento el derecho de<br />

estos pueblos a separarse de España y, anexamente, a organizarse republicana<br />

y democráticamente. A Mr. Canning, de otro lado, se habían adelantado<br />

prácticamente los banqueros de Londres que con sus préstamos –no<br />

por usurarios menos oportunos y eficaces–, habían financiado la fundación<br />

de las nuevas repúblicas 13 .<br />

El imperio español tramontaba por no reposar sino sobre bases militares<br />

y políticas y, sobre todo, por representar una economía superada.<br />

* “Si Europa es obligada a reconocer los gobiernos de hecho de América –decía el vizconde<br />

de Chateaubriand– toda su política debe tender a hacer nacer monarquías en el nuevo<br />

mundo, en lugar de estas repúblicas que nos enviarán sus principios con los productos de<br />

su suelo”.<br />

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11


España no podía abastecer abundantemente a sus colonias sino de<br />

eclesiásticos, doctores y nobles. Sus colonias sentían apetencia de cosas<br />

más prácticas y necesidad de instrumentos más nuevos. Y, en consecuencia,<br />

se volvían hacia Inglaterra, cuyos industriales y cuyos banqueros, colonizadores<br />

de nuevo tipo, querían a su turno enseñorearse en estos mercados,<br />

cumpliendo su función de agentes de un imperio que surgía como<br />

creación de una economía manufacturera y librecambista.<br />

El interés económico de las colonias de España y el interés económico<br />

del Occidente capitalista se correspondían absolutamente, aunque de<br />

esto, como ocurre frecuentemente en la historia, no se diesen exacta cuenta<br />

los protagonistas históricos de una ni otra parte.<br />

Apenas estas naciones fueron independientes, guiadas por el mismo<br />

impulso natural que las había conducido a la revolución de la Independencia,<br />

buscaron en el tráfico con el capital y la industria de Occidente los<br />

elementos y las relaciones que el incremento de su economía requería. Al<br />

Occidente capitalista empezaron a enviar los productos de su suelo y su<br />

subsuelo. Y del Occidente capitalista empezaron a recibir tejidos, máquinas<br />

y mil productos industriales. Se estableció así un contacto continuo y<br />

creciente entre la América del Sur y la civilización occidental. Los países<br />

más favorecidos por este tráfico fueron, naturalmente, a causa de su mayor<br />

proximidad a Europa, los países situados sobre el Atlántico. La Argentina<br />

y el Brasil, sobre todo, atrajeron a su territorio capitales e inmigrantes<br />

europeos en gran cantidad. Fuertes y homogéneos aluviones<br />

occidentales aceleraron en estos países la transformación de la economía<br />

y la cultura que adquirieron gradualmente la función y la estructura de la<br />

economía y la cultura europeas. La democracia burguesa y liberal pudo<br />

ahí echar raíces seguras 14 , mientras en el resto de la América del Sur se lo<br />

impedía la subsistencia de tenaces y extensos residuos de feudalidad.<br />

En este período, el proceso histórico general del Perú entra en una<br />

etapa de diferenciación y desvinculación del proceso histórico de otros<br />

pueblos de Sud-América. Por su geografía, unos estaban destinados a<br />

marchar más de prisa que otros. La independencia los había mancomunado<br />

en una empresa común para separarlos más tarde en empresas indivi-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

12


duales. El Perú se encontraba a una enorme distancia de Europa. Los barcos<br />

europeos, para arribar a sus puertos, debían aventurarse en un viaje<br />

larguísimo. Por su posición geográfica, el Perú resultaba más vecino y más<br />

cercano al Oriente. Y el comercio entre el Perú y Asia comenzó como era<br />

lógico a tornarse considerable. La costa peruana recibió aquellos famosos<br />

contingentes de inmigrantes chinos destinados a sustituir en las haciendas<br />

a los esclavos negros, importados por el Virreinato, cuya manumisión 15<br />

fue también en cierto modo una consecuencia del trabajo de transformación<br />

de una economía feudal en economía más o menos burguesa. Pero el<br />

tráfico con Asia, no podía concurrir eficazmente a la formación de la nueva<br />

economía peruana. El Perú emergido de la Conquista, afirmado en la<br />

Independencia, había menester de las máquinas, de los métodos y de las<br />

ideas de los europeos, de los occidentales.<br />

III. EL PERÍODO <strong>DE</strong>L GUANO Y <strong>DE</strong>L SALITRE<br />

El capítulo de la evolución de la economía peruana que se abre con el descubrimiento<br />

de la riqueza del guano y del salitre y se cierra con su pérdida<br />

16 , explica totalmente una serie de fenómenos políticos de nuestro proceso<br />

histórico que una concepción anecdótica y retórica más bien que<br />

romántica de la historia peruana, se ha complacido tan superficialmente<br />

en desfigurar y contrahacer. Pero este rápido esquema de interpretación<br />

no se propone ilustrar ni enfocar esos fenómenos sino fijar o definir algunos<br />

rasgos sustantivos de la formación de nuestra economía para percibir<br />

mejor su carácter de economía colonial. Consideremos sólo el hecho<br />

económico.<br />

Empecemos por constatar que al guano y al salitre, sustancias humildes<br />

y groseras, les tocó jugar en la gesta de la República un rol que había<br />

parecido reservado al oro y a la plata en tiempos más caballerescos y menos<br />

positivistas. España nos quería y nos guardaba como país productor<br />

de metales preciosos. Inglaterra nos prefirió como país productor de guano<br />

y salitre. Pero este diferente gesto no acusaba, por supuesto, un móvil<br />

diverso. Lo que cambiaba no era el móvil; era la época. El oro del Perú<br />

perdía su poder de atracción en una época en que, en América, la vara del<br />

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13


pioneer descubría el oro de California 17 . En cambio el guano y el salitre<br />

–que para anteriores civilizaciones hubieran carecido de valor pero que<br />

para una civilización industrial adquirían un precio extraordinario– constituían<br />

una reserva casi exclusivamente nuestra 18 . El industrialismo europeo<br />

u occidental –fenómeno en pleno desarrollo– necesitaba abastecerse<br />

de estas materias en el lejano litoral del sur del Pacífico. A la explotación<br />

de los dos productos no se oponía, de otro lado, como a la de otros productos<br />

peruanos, el estado rudimentario y primitivo de los transportes terrestres.<br />

Mientras que para extraer de las entrañas de los Andes el oro, la<br />

plata, el cobre, el carbón, se tenía que salvar ásperas montañas y enormes<br />

distancias, el salitre y el guano yacían en la costa casi al alcance de los barcos<br />

que venían a buscarlos.<br />

La fácil explotación de este recurso natural dominó todas las otras<br />

manifestaciones de la vida económica del país. El guano y el salitre ocuparon<br />

un puesto desmesurado en la economía peruana. Sus rendimientos se<br />

convirtieron en la principal renta fiscal. El país se sintió rico. El Estado<br />

usó sin medida de su crédito. Vivió en el derroche, hipotecando su porvenir<br />

a la finanza inglesa 19 .<br />

Esta es a grandes rasgos toda la historia del guano y del salitre para el<br />

observador que se siente puramente economista. Lo demás, a primera vista,<br />

pertenece al historiador. Pero, en este caso, como en todos, el hecho<br />

económico es mucho más complejo y trascendental de lo que parece.<br />

El guano y el salitre, ante todo, cumplieron la función de crear un activo<br />

tráfico con el mundo occidental en un período en que el Perú, mal situado<br />

geográficamente, no disponía de grandes medios de atraer a su suelo<br />

las corrientes colonizadoras y civilizadoras que fecundaban ya otros<br />

países de la América indo-ibera. Este tráfico colocó nuestra economía<br />

bajo el control del capital británico al cual, a consecuencia de las deudas<br />

contraídas con la garantía de ambos productos, debíamos entregar más<br />

tarde la administración de los ferrocarriles 20 , esto es, de los resortes mismos<br />

de la explotación de nuestros recursos.<br />

Las utilidades del guano y del salitre crearon en el Perú, donde la propiedad<br />

había conservado hasta entonces un carácter aristocrático y feudal,<br />

los primeros elementos sólidos de capital comercial y bancario. Los<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

14


profiteurs directos e indirectos de las riquezas del litoral empezaron a<br />

constituir una clase capitalista. Se formó en el Perú una burguesía, confundida<br />

y enlazada en su origen y su estructura con la aristocracia, formada<br />

principalmente por los sucesores de los encomenderos y terratenientes<br />

de la colonia, pero obligada por su función a adoptar los principios fundamentales<br />

de la economía y la política liberales. Con este fenómeno –al cual<br />

me refiero en varios pasajes de los estudios que componen este libro–, se<br />

relacionan las siguientes constataciones: “En los primeros tiempos de la<br />

Independencia, la lucha de facciones y jefes militares aparece como una<br />

consecuencia de la falta de una burguesía orgánica. En el Perú, la revolución<br />

hallaba menos definidos, más retrasados que en otros pueblos hispanoamericanos,<br />

los elementos de un orden liberal burgués. Para que este<br />

orden funcionase más o menos embrionariamente tenía que constituirse<br />

una clase capitalista vigorosa. Mientras esta clase se organizaba, el poder<br />

estaba a merced de los caudillos militares. El gobierno de Castilla 21 marcó<br />

la etapa de solidificación de una clase capitalista. Las concesiones del Estado<br />

22 y los beneficios del guano y del salitre crearon un capitalismo y una<br />

burguesía. Y esta clase, que se organizó luego en el ‘civilismo’ 23 , se movió<br />

muy pronto a la conquista total del poder” 24 .<br />

Otra faz de este capítulo de la historia económica de la República es la<br />

afirmación de la nueva economía como economía prevalentemente costeña.<br />

La búsqueda del oro y de la plata obligó a los españoles, –contra su tendencia<br />

a instalarse en la costa–, a mantenter y ensanchar en la sierra sus<br />

puestos avanzados. La minería –actividad fundamental del régimen económico<br />

implantado por España en el territorio sobre el cual prosperó antes<br />

una sociedad genuina y típicamente agraria–, exigió que se estableciesen<br />

en la sierra las bases de la Colonia. El guano y el salitre vinieron a<br />

rectificar esta situación. Fortalecieron el poder de la costa. Estimularon la<br />

sedimentación del Perú nuevo en la tierra baja. Y acentuaron el dualismo<br />

y el conflicto que hasta ahora constituyen nuestro mayor problema histórico.<br />

Este capítulo del guano y del salitre no se deja, por consiguiente, aislar<br />

del desenvolvimiento posterior de nuestra economía. Están ahí las raíces y<br />

los factores del capítulo que ha seguido. La guerra del Pacífico, consecuencia<br />

del guano y del salitre, no canceló las otras consecuencias del des-<br />

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15


cubrimiento y la explotación de estos recursos, cuya pérdida nos reveló<br />

trágicamente el peligro de una prosperidad económica apoyada o cimentada<br />

casi exclusivamente sobre la posesión de una riqueza natural, expuesta<br />

a la codicia y al asalto de un imperialismo extranjero o a la decadencia<br />

de sus aplicaciones por efecto de las continuas mutaciones producidas<br />

en el campo industrial por los inventos de la ciencia. Caillaux nos habla<br />

con evidente actualidad capitalista, de la inestabilidad económica e industrial<br />

que engendra el progreso científico*.<br />

En el período dominado y caracterizado por el comercio del guano y<br />

del salitre, el proceso de la transformación de nuestra economía, de feudal<br />

en burguesa, recibió su primera enérgica propulsión. Es, a mi juicio, indiscutible<br />

que, si en vez de una mediocre metamorfosis de la antigua clase<br />

dominante, se hubiese operado el advenimiento de una clase de savia y<br />

elan nuevos, ese proceso habría avanzado más orgánica y seguramente.<br />

La historia de nuestra postguerra lo demuestra. La derrota –que causó,<br />

con la pérdida de los territorios del salitre, un largo colapso de las fuerzas<br />

productoras– no trajo como una compensación, siquiera en este orden de<br />

cosas, una liquidación del pasado.<br />

IV. CARÁCTER <strong>DE</strong> NUESTRA ECONOMÍA ACTUAL<br />

El último capítulo de la evolución de la economía peruana es el de nuestra<br />

postguerra. Este capítulo empieza con un período de casi absoluto colapso<br />

de las fuerzas productoras.<br />

La derrota no sólo significó para la economía nacional la pérdida de<br />

sus principales fuentes: el salitre y el guano. Significó, además, la paralización<br />

de las fuerzas productoras nacientes, la depresión general de la producción<br />

y del comercio, la depreciación de la moneda nacional, la ruina<br />

del crédito exterior. Desangrada, mutilada, la nación sufría una terrible<br />

anemia.<br />

El poder volvió a caer, como después de la Independencia, en manos<br />

de los jefes militares 26 , espiritual y orgánicamente inadecuados para diri-<br />

* J. Caillaux, Oú va la France? Oú va l’Europe?, pp. 234 a 239 25 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

16


gir un trabajo de reconstrucción económica. Pero, muy pronto, la capa<br />

capitalista formada en los tiempos del guano y del salitre, reasumió su función<br />

y regresó a su puesto 27 . De suerte que la política de reorganización de<br />

la economía del país se acomodó totalmente a sus intereses de clase. La<br />

solución que se dio al problema monetario 28 , por ejemplo, correspondió<br />

típicamente a un criterio de latifundistas o propietarios, indiferentes no<br />

sólo al interés del proletariado sino también al de la pequeña y media burguesía,<br />

únicas capas sociales a las cuales podía damnificar la súbita anulación<br />

del billete.<br />

Esta medida y el contrato Grace fueron, sin duda, los actos más sustantivos<br />

y más característicos de una liquidación de las consecuencias económicas<br />

de la guerra, inspirada por los intereses y los conceptos de la plutocracia<br />

terrateniente.<br />

El contrato Grace, que ratificó el predominio británico en el Perú,<br />

entregando los ferrocarriles del Estado a los banqueros ingleses que hasta<br />

entonces habían financiado la República y sus derroches, dio al mercado<br />

financiero de Londres las prendas y las garantías necesarias para nuevas<br />

inversiones en negocios peruanos. En la restauración del crédito del Estado<br />

no se obtuvieron los resultados inmediatos. Pero inversiones prudentes<br />

y seguras empezaron de nuevo a atraer al capital británico. La economía<br />

peruana, mediante el reconocimiento práctico de su condición de<br />

economía colonial, consiguió alguna ayuda para su convalecencia. La terminación<br />

del ferrocarril a La Oroya 29 abrió al tránsito y al tráfico internacionales,<br />

el departamento de Junín, permitiendo la explotación en vasta<br />

escala de su riqueza minera.<br />

La política económica de Piérola se ajustó plenamente a los mismos<br />

intereses. El caudillo demócrata, que durante tanto tiempo agitara estruendosamente<br />

a las masas contra la plutocracia, se esmeró en hacer una<br />

administración “civilista”. Su método tributario, su sistema fiscal, disipan<br />

todos los equívocos que pueden crear su fraseario y su metafísica. Lo que<br />

confirma el principio de que en el plano económico se percibe siempre<br />

con más claridad que en el político el sentido y el contorno de la política,<br />

de sus hombres y de sus hechos.<br />

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17


Las fases fundamentales de este capítulo en que nuestra economía,<br />

convaleciente de la crisis post-bélica, se organiza lentamente sobre bases<br />

menos pingües, pero más sólidas que las del guano y del salitre, pueden ser<br />

concretadas esquemáticamente en los siguientes hechos:<br />

1 o La aparición de la industria moderna. El establecimiento de fábricas,<br />

usinas, transportes, etc., que transforman, sobre todo, la vida de la<br />

costa. La formación de un proletariado industrial 30 con creciente y natural<br />

tendencia a adoptar un ideario clasista, que siega una de las antiguas fuentes<br />

del proselitismo caudillista y cambia los términos de la lucha política.<br />

2 o La función del capital financiero. El surgimiento de bancos nacionales<br />

que financian diversas empresas industriales y comerciales, pero<br />

que se mueven dentro de un ámbito estrecho, enfeudados a los intereses<br />

del capital extranjero y de la gran propiedad agraria; y el establecimiento<br />

de sucursales de bancos extranjeros que sirven los intereses de la finanza<br />

norteamericana e inglesa 31 .<br />

3 o El acortamiento de las distancias y el aumento del tráfico entre el<br />

Perú y Estados Unidos y Europa. A consecuencia de la apertura del canal<br />

de Panamá 32 que mejora notablemente nuestra posición geográfica, se<br />

acelera el proceso de incorporación del Perú en la civilización occidental.<br />

4 o La gradual superación del poder británico por el poder norteamericano.<br />

El canal de Panamá, más que a Europa, parece haber aproximado<br />

el Perú a los Estados Unidos. La participación del capital norteamericano<br />

en la explotación del cobre y del petróleo peruanos, que se convierten en<br />

dos de nuestros mayores productos, proporciona una ancha y durable<br />

base al creciente predominio yanqui. La exportación a Inglaterra que en<br />

1898 constituía el 56,7% de la explotación total, en 1923 no llegaba sino al<br />

33,2%. En el mismo período la exportación a los Estados Unidos subía<br />

del 9,5 al 39,7%. Y este movimiento se acentuaba más aún en la importación,<br />

pues mientras la de Estados Unidos en dicho período de veinticinco<br />

años pasaba del 10,0 al 38,9%, la de la Gran Bretaña bajaba del 44,7% al<br />

19,6%*.<br />

* Extracto Estadístico del Perú. En los años 1924 a 26, el comercio con Estados Unidos ha<br />

seguido aventajando más y más al comercio con la Gran Bretaña. El porcentaje de la im-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

18


5 o El desenvolvimiento de una clase capitalista, dentro de la cual cesa<br />

de prevalecer como antes la antigua aristocracia 33 . La propiedad agraria<br />

conserva su potencia; pero declina la de los apellidos virreinales. Se constata<br />

el robustecimiento de la burguesía.<br />

6 o La ilusión del caucho 34 . En los años de su apogeo el país cree haber<br />

encontrado El Dorado en la montaña, que adquiere temporalmente un<br />

valor extraordinario en la economía y, sobre todo, en la imaginación del<br />

país. Afluyen a la montaña muchos individuos de “la fuerte raza de los<br />

aventureros”. Con la baja del caucho, tramonta esta ilusión bastante tropical<br />

en su origen y en sus características*.<br />

7 o Las sobreutilidades del período europeo. El alza de los productos peruanos<br />

causa un rápido crecimiento de la fortuna privada nacional. Se opera<br />

un reforzamiento de la hegemonía de la costa en la economía peruana 35 .<br />

8 o La política de los empréstitos. El restablecimiento del crédito peruano<br />

en el extranjero ha conducido nuevamente al Estado a recurrir a los<br />

préstamos para la ejecución de su programa de obras públicas**.<br />

También en esta función, Norteamérica ha reemplazado a la Gran<br />

Bretaña. Pletórico de oro, el mercado de Nueva York es el que ofrece las<br />

mejores condiciones. Los banqueros yanquis estudian directamente las<br />

posibilidades de colocación de capital en préstamos a los Estados latinoamericanos.<br />

Y cuidan, por supuesto, de que sean invertidos con beneficio<br />

para la industria y el comercio norteamericanos 36 .<br />

Me parece que éstos son los principales aspectos de la evolución económica<br />

del Perú en el período que comienza con nuestra postguerra. No<br />

portación de la Gran Bretaña descendía en 1926 al 15,6 de las importaciones totales y el<br />

de la exportación a 28,5. En tanto, la importación de Estados Unidos alcanzaba un porcentaje<br />

de 46,2, que compensaba con exceso el descenso del porcentaje de la exportación<br />

a 34,5.<br />

* Véase en el sexto estudio de este volumen sobre Regionalismo y Centralismo, la nota 4.<br />

** La deuda exterior del Perú, conforme el Extracto Estadístico de 1926, subía al 31 de<br />

diciembre de ese año a Lp. 10.341.906. Posteriormente se ha colocado en Nueva York un<br />

empréstito de 50 millones de dólares, en virtud de la ley que autoriza al Ejecutivo a la<br />

emisión del Empréstito Nacional Peruano, a un tipo no menor del 86% y con un interés<br />

no mayor del 6%, con destino a la cancelación de los empréstitos anteriores, contratados<br />

con un interés del 71/2<br />

al 8%.<br />

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19


cabe en esta serie de sumarios apuntes un examen prolijo de las anteriores<br />

comprobaciones o proposiciones. Me he propuesto solamente la definición<br />

esquemática de algunos rasgos esenciales de la formación y el desarrollo<br />

de la economía peruana.<br />

Apuntaré una constatación final: la de que en el Perú actual coexisten<br />

elementos de tres economías diferentes. Bajo el régimen de economía feudal<br />

nacido de la Conquista subsisten en la sierra algunos residuos vivos<br />

todavía de la economía comunista indígena. En la costa, sobre un suelo<br />

feudal, crece una economía burguesa que, por lo menos en su desarrollo<br />

mental, da la impresión de una economía retardada.<br />

V. ECONOMÍA AGRARIA Y <strong>LA</strong>TIFUNDISMO FEUDAL<br />

El Perú, mantiene, no obstante el incremento de la minería, su carácter de<br />

país agrícola. El cultivo de la tierra ocupa a la gran mayoría de la población<br />

nacional. El indio, que representa las cuatro quintas partes de ésta, es tradicional<br />

y habitualmente agricultor. Desde 1925, a consecuencia del descenso<br />

de los precios del azúcar y el algodón y de la disminución de las cosechas,<br />

las exportaciones de la minería han sobrepasado largamente a las<br />

de la agricultura. La exportación de petróleo y sus derivados, en rápido<br />

ascenso, influye poderosamente en este suceso. (De Lp. 1.387.778 en<br />

1916 se ha elevado a Lp. 7.421.128 en 1926). Pero la producción agropecuaria<br />

no está representada sino en una parte por los productos exportados:<br />

algodón, azúcar y derivados, lanas, cueros, gomas. La agricultura y<br />

ganadería nacionales proveen al consumo nacional, mientras los productos<br />

mineros son casi íntegramente exportados. Las importaciones de sustancias<br />

alimenticias y bebidas alcanzaron en 1925 a Lp. 4.148.311. El más<br />

grueso renglón de estas importaciones, corresponde al trigo, que se produce<br />

en el país en cantidad muy insuficiente aún. No existe estadística<br />

completa de la producción y el consumo nacionales. Calculando un consumo<br />

diario de 50 centavos de sol por habitante en productos agrícolas y<br />

pecuarios del país se obtendrá un total de más de Lp. 84.000.000 sobre la<br />

población de 4.609.999 que arroja el cómputo de 1896. Si se supone una<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

20


población de 5.000.000 de habitantes, el valor del consumo nacional sube<br />

a Lp. 91.250.000. Estas cifras atribuyen una enorme primacía a la producción<br />

agropecuaria en la economía del país.<br />

La minería, de otra parte, ocupa a un número reducido aún de trabajadores.<br />

Conforme al Extracto Estadístico, en 1926 trabajaban en esta industria<br />

28.592 obreros. La industria manufacturera emplea también un<br />

contingente modesto de brazos *. Sólo las haciendas de caña de azúcar<br />

ocupaban en 1926 en sus faenas de campo 22.367 hombres y 1.173 mujeres.<br />

Las haciendas de algodón de la costa, en la campaña de 1922-23, la<br />

última a que alcanza la estadística publicada, se sirvieron de 40.557 braceros;<br />

y las haciendas de arroz, en la campaña 1924-25, de 11.332.<br />

La mayor parte de los productos agrícolas y ganaderos que se consumen<br />

en el país proceden de los valles y planicies de la sierra. En las haciendas<br />

de la costa, los cultivos alimenticios están por debajo del mínimum<br />

obligatorio que señala una ley expedida en el período 37 en que el alza del<br />

algodón y el azúcar incitó a los terratenientes a suprimir casi totalmente<br />

aquellos cultivos, con grave efecto en el encarecimiento de las subsistencias.<br />

La clase terrateniente no ha logrado transformarse en una burguesía<br />

capitalista, patrona de la economía nacional **. La minería, el comercio,<br />

los transportes, se encuentran en manos del capital extranjero. Los latifundistas<br />

se han contentado con servir de intermediarios a éste, en la producción<br />

de algodón y azúcar. Este sistema económico, ha mantenido en la<br />

agricultura, una organización semifeudal que constituye el más pesado<br />

lastre del desarrollo del país.<br />

La supervivencia de la feudalidad en la costa, se traduce en la languidez<br />

y pobreza de su vida urbana. El número de burgos y ciudades de la<br />

costa, es insignificante. Y la aldea propiamente dicha, no existe casi sino<br />

en los pocos retazos de tierra donde la campiña enciende todavía la alegría<br />

de sus parcelas en medio del agro feudalizado.<br />

* El Extracto Estadístico del Perú no consigna ningún dato sobre el particular. La Estadística<br />

Industrial del Perú del Ing. Carlos P. Jiménez (1922) tampoco ofrece una cifra general.<br />

** Las condiciones en que se desenvuelve la vida agrícola del país, son estudiadas en el<br />

ensayo sobre el problema de la tierra, pp. 39 a 85 de este volumen.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

21


En Europa, la aldea desciende del feudo disuelto*. En la costa peruana<br />

la aldea no existe casi, porque el feudo, más o menos intacto, subsiste<br />

todavía. La hacienda –con su casa más o menos clásica, la ranchería generalmente<br />

miserable, y el ingenio y sus colcas 39 –, es el tipo dominante de<br />

agrupación rural. Todos los puntos de un itinerario están señalados por<br />

nombres de haciendas. La ausencia de la aldea, la rareza del burgo, prolonga<br />

el desierto dentro del valle, en la tierra cultivada y productiva.<br />

Las ciudades, conforme a una ley de geografía económica, se forman<br />

regularmente en los valles, en el punto donde se entrecruzan sus caminos.<br />

En la costa peruana, valles ricos y extensos, que ocupan un lugar conspicuo<br />

en la estadística de la producción nacional, no han dado vida hasta<br />

ahora a una ciudad. Apenas si en sus cruceros o sus estaciones, medra a<br />

veces un burgo, un pueblo estagnado, palúdico, macilento, sin salud rural<br />

y sin traje urbano. Y, en algunos casos, como en el del valle de Chicama, el<br />

latifundio ha empezado a sofocar a la ciudad. La negociación capitalista se<br />

torna más hostil a los fueros de la ciudad que el castillo o el dominio feudal.<br />

Le disputa su comercio, la despoja de su función.<br />

Dentro de la feudalidad europea los elementos de crecimiento, los<br />

factores de vida del burgo, eran, a pesar de la economía rural, mucho mayores<br />

que dentro de la semifeudalidad criolla. El campo necesitaba de los<br />

servicios del burgo, por clausurado que se mantuviese. Disponía, sobre<br />

todo de un remanente de productos de la tierra que tenía que ofrecerle.<br />

Mientras tanto, la hacienda costeña produce algodón o caña para mercados<br />

lejanos. Asegurado el transporte de estos productos, su comunicación<br />

con la vecindad no le interesa, sino secundariamente. El cultivo de frutos<br />

alimenticios, cuando no ha sido totalmente extinguido por el cultivo de<br />

algodón o la caña, tiene por objeto abastecer al consumo de la hacienda.<br />

* La aldea no es –escribe Lucien Romier– como el burgo o la ciudad, el producto de un<br />

agrupamiento: es el resultado de la desmembración de un antiguo dominio, de una señoría,<br />

de una tierra laica o eclesiástica en torno de un campanario. El origen unitario de la<br />

aldea transparece en varias supervivencias: tal el “espíritu de campanario”, tales las rivalidades<br />

inmemoriales entre las parroquias. Explica el hecho tan impresionante de que las<br />

rutas antiguas no atraviesen las aldeas: las respetan como propiedades privadas y abordan<br />

de preferencia sus confines” (Explication de Notre Temps) 38 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

22


El burgo, en muchos valles, no recibe nada del campo ni posee nada en el<br />

campo. Vive, por esto, en la miseria, de uno que otro oficio urbano, de los<br />

hombres que suministra al trabajo de las haciendas, de su fatiga triste de<br />

estación por donde pasan anualmente muchos miles de toneladas de frutos<br />

de la tierra. Una porción de campiña, con sus hombres libres, con su<br />

comunidad hacendosa, es un raro oasis en una sucesión de feudos deformados,<br />

con máquinas y rieles, sin los timbres de la tradición señorial.<br />

La hacienda, en gran número de casos, cierra completamente sus<br />

puertas a todo comercio con el exterior: los “tambos” 40 tienen la exclusiva<br />

del aprovisionamiento de su población. Esta práctica que, por una parte,<br />

acusa el hábito de tratar al peón como una cosa y no como una persona,<br />

por otra parte, impide que los pueblos tengan la función que garantizaría<br />

su subsistencia y desarrollo, dentro de la economía rural de los valles. La<br />

hacienda, acaparando con la tierra y las industrias anexas, el comercio y<br />

los transportes, priva de medios de vida al burgo, lo condena a una existencia<br />

sórdida y exigua.<br />

Las industrias y el comercio de las ciudades están sujetos a un contralor,<br />

reglamentos, contribuciones municipales. La vida y los servicios comunales<br />

se alimentan de su actividad. El latifundio, en tanto, escapa a estas<br />

reglas y tasas. Puede hacer a la industria y comercio urbano una competencia<br />

desleal. Está en actitud de arruinarlos.<br />

El argumento favorito de los abogados de la gran propiedad es el de la<br />

imposibilidad de crear, sin ella, grandes centros de producción. La agricultura<br />

moderna –se arguye–, requiere costosas maquinarias, ingentes inversiones,<br />

administración experta. La pequeña propiedad no se concilia<br />

con estas necesidades. Las exportaciones de azúcar y algodón establecen<br />

el equilibrio de nuestra balanza comercial.<br />

Mas los cultivos, los “ingenios” 41 y las exportaciones de que se enorgullecen<br />

los latifundistas, están muy lejos de constituir su propia obra. La<br />

producción de algodón y azúcar ha prosperado al impulso de créditos<br />

obtenidos con este objeto, sobre la base de tierras apropiadas y mano de<br />

obra barata. La organización financiera de estos cultivos, cuyo desarrollo<br />

y cuyas utilidades están regidas por el mercado mundial, no es un resultado<br />

de la previsión ni la cooperación de los latifundistas. La gran propie-<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

23


dad no ha hecho sino adaptarse al impulso que le ha venido de fuera. El<br />

capitalismo extranjero, en su perenne búsqueda de tierras, brazos y mercados,<br />

ha financiado y dirigido el trabajo de los propietarios, prestándoles<br />

dinero con la garantía de sus productos y de sus tierras. Ya muchas propiedades<br />

cargadas de hipotecas han empezado a pasar a la administración<br />

directa de las firmas exportadoras.<br />

La experiencia más vasta y típica de la capacidad de los terratenientes<br />

del país, nos la ofrece el departamento de La Libertad. Las grandes haciendas<br />

de sus valles se encontraban en manos de su aristocracia latifundista.<br />

El balance de largos años de desarrollo capitalista se resume en los<br />

hechos notorios: la concentración de la industria azucarera de la región en<br />

dos grandes centrales, la de Cartavio y la de Casa Grande 42 , extranjeras<br />

ambas; la absorción de las negociaciones nacionales por estas dos empresas,<br />

particularmente por la segunda; el acaparamiento del propio comercio<br />

de importación por esta misma empresa; la decadencia comercial de<br />

la ciudad de Trujillo y la liquidación de la mayor parte de sus firmas importadoras*.<br />

Los sistemas provinciales, los hábitos feudales de los antiguos grandes<br />

propietarios de La Libertad no han podido resistir a la expansión de<br />

las empresas capitalistas extranjeras. Estas no deben su éxito exclusivamente<br />

a sus capitales: lo deben también a su técnica, a sus métodos, a su<br />

disciplina. Lo deben a su voluntad de potencia. Lo deben, en general, a<br />

todo aquello que ha faltado a los propietarios locales, algunos de los cuales<br />

habrían podido hacer lo mismo que la empresa alemana ha hecho, si<br />

hubiesen tenido condiciones de capitanes de industria.<br />

Pesan sobre el propietario criollo la herencia y educación españolas,<br />

que le impiden percibir y entender netamente todo lo que distingue al capitalismo<br />

de la feudalidad. Los elementos morales, políticos, psicológicos<br />

del capitalismo no parecen haber encontrado aquí su clima *. El capitalis-<br />

* Alcides Spelucín ha expuesto recientemente, en un diario de Lima, con mucha objetividad<br />

y ponderación, las causas y etapas de esta crisis. Aunque su crítica recalca sobre todo<br />

la acción invasora del capitalismo extranjero, la responsabilidad del capitalismo local<br />

–por absentismo, por imprevisión y por inercia– es a la postre la que ocupa el primer término<br />

43 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

24


ta, o mejor el propietario, criollo, tiene el concepto de la renta antes que el<br />

de la producción. El sentimiento de aventura, el ímpetu de creación, el<br />

poder organizador, que caracterizan al capitalista auténtico, son entre nosotros<br />

casi desconocidos.<br />

La concentración capitalista ha estado precedida por una etapa de libre<br />

concurrencia. La gran propiedad moderna no surge, por consiguiente, de<br />

la gran propiedad feudal, como los terratenientes criollos se imaginan<br />

probablemente. Todo lo contrario, para que la gran propiedad moderna<br />

surgiese, fue necesario el fraccionamiento, la disolución de la gran propiedad<br />

feudal. El capitalismo es un fenómeno urbano: tiene el espíritu de<br />

burgo industrial, manufacturero, mercantil. Por esto, uno de sus primeros<br />

actos fue la liberación de la tierra, la destrucción del feudo. El desarrollo<br />

de la ciudad necesitaba nutrirse de la actividad libre del campesino.<br />

En el Perú, contra el sentido de la emancipación republicana, se ha<br />

encargado al espíritu del feudo –antítesis y negación del espíritu del burgo–<br />

la creación de una economía capitalista.<br />

* El capitalismo no es sólo una técnica; es además un espíritu. Este espíritu, que en los<br />

países anglo-sajones alcanza su plenitud, entre nosotros es exiguo, incipiente, rudimentario.<br />

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25


EL PROBLEMA <strong>DE</strong>L INDIO<br />

SU NUEVO P<strong>LA</strong>NTEAMIENTO<br />

TODAS <strong>LA</strong>S TESIS sobre el problema indígena, que ignoran o eluden a<br />

éste como problema económico-social, son otros tantos estériles ejercicios<br />

teoréticos –y a veces sólo verbales–, condenados a un absoluto descrédito.<br />

No las salva a algunas su buena fe. Prácticamente, todas no han<br />

servido sino para ocultar o desfigurar la realidad del problema. La crítica<br />

socialista lo descubre y esclarece, porque busca sus causas en la economía<br />

del país y no en su mecanismo administrativo, jurídico o eclesiástico, ni en<br />

su dualidad o pluralidad de razas, ni en sus condiciones culturales y morales.<br />

La cuestión indígena arranca de nuestra economía. Tiene sus raíces en<br />

el régimen de propiedad de la tierra. Cualquier intento de resolverla con<br />

medidas de administración o policía, con métodos de enseñanza o con<br />

obras de vialidad, constituye un trabajo superficial o adjetivo, mientras<br />

subsista la feudalidad de los “gamonales”* 44 .<br />

El “gamonalismo” invalida inevitablemente toda ley u ordenanza de<br />

protección indígena. El hacendado, el latifundista, es un señor feudal.<br />

* En el prólogo de Tempestad en los Andes de Valcárcel 45 , vehemente y beligerante evangelio<br />

indigenista, he explicado así mi punto de vista:<br />

“La fe en el resurgimiento indígena no proviene de un proceso de ‘occidentalización’<br />

material de la tierra quechua. No es la civilización, no es el alfabeto del blanco, lo que levanta<br />

el alma del indio. Es el mito 46 , es la idea de la revolución socialista. La esperanza indígena<br />

es absolutamente revolucionaria. El mismo mito, la misma idea, son agentes decisivos<br />

del despertar de otros viejos pueblos, de otras viejas razas en colapso: hindúes,<br />

chinos, etc. La historia universal tiende hoy como nunca a regirse por el mismo cuadrante.<br />

¿Por qué ha de ser el pueblo inkaico, que construyó el más desarrollado y armónico<br />

sistema comunista, el único insensible a la emoción mundial? La consanguinidad del<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

26


Contra su autoridad, sufragada por el ambiente y el hábito, es impotente<br />

la ley escrita. El trabajo gratuito está prohibido por la ley y, sin embargo, el<br />

trabajo gratuito, y aun el trabajo forzado, sobreviven en el latifundio. El<br />

movimiento indigenista con las corrientes revolucionarias mundiales es demasiado evidente<br />

para que precise documentarla. Yo he dicho ya que he llegado al entendimiento y a<br />

la valorización justa de lo indígena por la vía del socialismo. El caso de Valcárcel demuestra<br />

lo exacto de mi experiencia personal. Hombre de diversa formación intelectual, influido<br />

por sus gustos tradicionalistas, orientado por distinto género de sugestiones y estudios,<br />

Valcárcel resuelve políticamente su indigenismo en socialismo. En este libro nos<br />

dice, entre otras cosas, que ‘el proletariado indígena espera su Lenin’. No sería diferente<br />

el lenguaje de un marxista.<br />

La reivindicación indígena carece de concreción histórica mientras se mantiene en un<br />

plano filosófico o cultural. Para adquirirla –esto es para adquirir realidad, corporeidad–<br />

necesita convertirse en reivindicación económica y política. El socialismo nos ha enseñado<br />

a plantear el problema indígena en nuevos términos. Hemos dejado de considerarlo<br />

abstractamente como problema étnico o moral para reconocerlo concretamente como<br />

problema social, económico y político. Y entonces lo hemos sentido, por primera vez,<br />

esclarecido y demarcado.<br />

Los que no han roto todavía el cerco de su educación liberal burguesa y, colocándose en<br />

una posición abstractista y literaria, se entretienen en barajar los aspectos raciales del<br />

problema, olvidan que la política y, por tanto la economía, lo dominan fundamentalmente.<br />

Emplean un lenguaje pseudo-idealista para escamotear la realidad disimulándola bajo<br />

sus atributos y consecuencias. Oponen a la dialéctica revolucionaria un confuso galimatías<br />

crítico, conforme al cual la solución del problema indígena no puede partir de una<br />

reforma o hecho político porque a los efectos inmediatos de éste escaparía una compleja<br />

multitud de costumbres y vicios que sólo pueden transformarse a través de una evolución<br />

lenta y normal.<br />

La historia, afortunadamente, resuelve todas las dudas y desvanece todos los equívocos.<br />

La Conquista fue un hecho político. Interrumpió bruscamente el proceso autónomo de la<br />

nación quechua, pero no implicó una repentina sustitución de las leyes y costumbres de<br />

los nativos por las de los conquistadores. Sin embargo, ese hecho político abrió, en todos<br />

los órdenes de cosas, así espirituales como materiales, un nuevo período. El cambio de<br />

régimen bastó para mudar desde sus cimientos la vida del pueblo quechua. La Independencia<br />

fue otro hecho político. Tampoco correspondió a una radical transformación de<br />

la estructura económica y social del Perú; pero inauguró, no obstante, otro período de<br />

nuestra historia, y si no mejoró prácticamente la condición del indígena, por no haber<br />

tocado casi la infraestructura económica colonial, cambió su situación jurídica 47 , y franqueó<br />

el camino de su emancipación política y social. Si la República no siguió este camino,<br />

la responsabilidad de la omisión corresponde exclusivamente a la clase que usufructuó<br />

la obra de los libertadores tan rica potencialmente en valores y principios creadores.<br />

El problema indígena no admite ya la mistificación a que perpetuamente lo ha sometido<br />

una turba de abogados y literatos, consciente o inconscientemente mancomunados con<br />

los intereses de la casta latifundista. La miseria moral y material de la raza indígena apare-<br />

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27


juez, el subprefecto, el comisario, el maestro, el recaudador, están enfeudados<br />

a la gran propiedad. La ley no puede prevalecer contra los gamonales.<br />

El funcionario que se obstinase en imponerla, sería abandonado y sacrificado<br />

por el poder central, cerca del cual son siempre omnipotentes las<br />

influencias del gamonalismo, que actúan directamente o a través del parlamento,<br />

por una y otra vía con la misma eficacia.<br />

El nuevo examen del problema indígena, por esto, se preocupa mucho<br />

menos de los lineamientos de una legislación tutelar que de las consecuencias<br />

del régimen de propiedad agraria. El estudio del Dr. José A. Encinas<br />

(Contribución a una legislación tutelar indígena) inicia en 1918 48 esta<br />

ce demasiado netamente como una simple consecuencia del régimen económico y social<br />

que sobre ella pesa desde hace siglos. Este régimen sucesor de la feudalidad colonial, es el<br />

‘gamonalismo’. Bajo su imperio, no se puede hablar seriamente de redención del indio.<br />

El término ‘gamonalismo’ no designa sólo una categoría social y económica: la de los latifundistas<br />

o grandes propietarios agrarios. Designa todo un fenómeno. El gamonalismo<br />

no está representado sólo por los gamonales propiamente dichos. Comprende una larga<br />

jerarquía de funcionarios, intermediarios, agentes, parásitos, etc. El indio alfabeto se<br />

transforma en un explotador de su propia raza porque se pone al servicio del gamonalismo.<br />

El factor central del fenómeno es la hegemonía de la gran propiedad semifeudal en la<br />

política y el mecanismo del Estado. Por consiguiente, es sobre este factor sobre el que se<br />

debe actuar si se quiere atacar en su raíz un mal del cual algunos se empeñan en no contemplar<br />

sino las expresiones episódicas o subsidiarias.<br />

Esa liquidación del gamonalismo, o de la feudalidad, podía haber sido realizada por la<br />

República dentro de los principios liberales y capitalistas. Pero por las razones que llevo<br />

ya señaladas estos principios no han dirigido efectiva y plenamente nuestro proceso histórico.<br />

Saboteados por la propia clase encargada de aplicarlos, durante más de un siglo<br />

han sido impotentes para redimir al indio de una servidumbre que constituía un hecho<br />

absolutamente solidario con el de la feudalidad. No es el caso de esperar que hoy, que estos<br />

principios están en crisis en el mundo, adquieran repentinamente en el Perú una insólita<br />

vitalidad creadora.<br />

El pensamiento revolucionario, y aun el reformista, no puede ser ya liberal sino socialista.<br />

El socialismo aparece en nuestra historia no por una razón de azar, de imitación o de<br />

moda, como espíritus superficiales suponen, sino como una fatalidad histórica. Y sucede<br />

que mientras, de un lado, los que profesamos el socialismo propugnamos lógicamente y<br />

coherentemente la reorganización del país sobre bases socialistas y –constatando que el<br />

régimen económico y político que combatimos se ha convertido gradualmente en una<br />

fuerza de colonización del país por los capitalismos imperialistas extranjeros–, proclamamos<br />

que éste es un instante de nuestra historia en que no es posible ser efectivamente nacionalista<br />

y revolucionario sin ser socialista, de otro lado no existe en el Perú, como no ha<br />

existido nunca, una burguesía progresista, con sentido nacional, que se profese liberal y<br />

democrática y que inspire su política en los postulados de su doctrina”.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

28


tendencia, que de entonces a hoy no ha cesado de acentuarse*. Pero por el<br />

carácter mismo de su trabajo, el Dr. Encinas no podía formular en él un<br />

programa económico-social. Sus proposiciones dirigidas a la tutela de la<br />

propiedad indígena, tenían que limitarse a este objetivo jurídico. Esbozando<br />

las bases del Home Stead 49 indígena, el Dr. Encinas recomienda la<br />

distribución de tierras del Estado y de la Iglesia. No menciona absolutamente<br />

la expropiación de los gamonales latifundistas. Pero su tesis se distingue<br />

por una reiterada acusación de los efectos del latifundismo, que<br />

sale inapelablemente condenado de esta requisitoria**, que en cierto<br />

modo preludia la actual crítica económico-social de la cuestión del indio.<br />

Esta crítica repudia y descalifica las diversas tesis que consideran la<br />

cuestión como uno u otro de los siguientes criterios unilaterales y exclusivos:<br />

administrativo, jurídico, étnico, moral, educacional, eclesiástico.<br />

La derrota más antigua y evidente es, sin duda, la de los que reducen la<br />

protección de los indígenas a un asunto de ordinaria administración. Desde<br />

los tiempos de la legislación colonial española, las ordenanzas sabias y<br />

* González Prada, que ya en uno de sus primeros discursos de agitador intelectual había<br />

dicho que formaban el verdadero Perú los millones de indios de los valles andinos, en el<br />

capítulo “Nuestros indios” incluido en la última edición de Horas de lucha 50 , tiene juicios<br />

que lo señalan como el precursor de una nueva conciencia social: “Nada cambia más<br />

pronto ni más radicalmente la psicología del hombre que la propiedad: al sacudir la esclavitud<br />

del vientre, crece en cien palmos. Con sólo adquirir algo el individuo asciende algunos<br />

peldaños en la escala social, porque las clases se reducen a grupos clasificados por el<br />

monto de la riqueza. A la inversa del globo aerostático, sube más el que más pesa. Al que<br />

diga: la escuela, respóndasele: la escuela y el pan. La cuestión del indio, más que pedagógica,<br />

es económica, es social”.<br />

** “Sostener la condición económica del indio –escribe Encinas– es el mejor modo de<br />

elevar su condición social. Su fuerza económica se encuentra en la tierra, allí se encuentra<br />

toda su actividad. Retirarlo de la tierra es variar, profunda y peligrosamente, ancestrales<br />

tendencias de la raza. No hay como el trabajo de la tierra para mejorar sus condiciones<br />

económicas. En ninguna otra parte, ni en ninguna otra forma puede encontrar mayor<br />

fuente de riqueza como en la tierra” (Contribución a una legislación tutelar indígena, p.<br />

39). Encinas, en otra parte, dice: “Las instituciones jurídicas relativas a la propiedad tienen<br />

su origen en las necesidades económicas. Nuestro Código Civil no está en armonía<br />

con los principios económicos, porque es individualista en lo que se refiere a la propiedad.<br />

La ilimitación del derecho de propiedad ha creado el latifundio con detrimento de<br />

la propiedad indígena. La propiedad del suelo improductivo ha creado la enfeudación<br />

de la raza y su miseria” (p. 13).<br />

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29


prolijas, elaboradas después de concienzudas encuestas, se revelan totalmente<br />

infructuosas. La fecundidad de la República, desde las jornadas de<br />

la Independencia, en decretos, leyes y providencias encaminadas a amparar<br />

a los indios contra la exacción y el abuso, no es de las menos considerables.<br />

El gamonal de hoy, como el “encomendero” de ayer, tiene sin embargo<br />

muy poco que temer de la teoría administrativa. Sabe que la práctica es<br />

distinta.<br />

El carácter individualista de la legislación de la República ha favorecido,<br />

incuestionablemente, la absorción de la propiedad indígena por el latifundismo.<br />

La situación del indio, a este respecto, estaba contemplada<br />

con mayor realismo por la legislación española. Pero la reforma jurídica<br />

no tiene más valor práctico que la reforma administrativa, frente a un feudalismo<br />

intacto en su estructura económica. La apropiación de la mayor<br />

parte de la propiedad comunal e individual indígena está ya cumplida 51 .<br />

La experiencia de todos los países que han salido de su evo-feudal, nos demuestra,<br />

por otra parte, que sin la disolución del feudo no ha podido funcionar,<br />

en ninguna parte, un derecho liberal.<br />

La suposición de que el problema indígena es un problema étnico, se<br />

nutre del más envejecido repertorio de ideas imperialistas. El concepto de<br />

las razas inferiores sirvió al Occidente blanco para su obra de expansión y<br />

conquista. Esperar la emancipación indígena de un activo cruzamiento de<br />

la raza aborigen con inmigrantes blancos, es una ingenuidad antisociológica,<br />

concebible sólo en la mente rudimentaria de un importador de carneros<br />

merinos. Los pueblos asiáticos, a los cuales no es inferior en un<br />

ápice el pueblo indio, han asimilado admirablemente la cultura occidental,<br />

en lo que tiene de más dinámico y creador, sin transfusiones de sangre<br />

europea. La degeneración del indio peruano es una barata invención de<br />

los leguleyos de la mesa feudal.<br />

La tendencia a considerar el problema indígena como un problema<br />

moral, encarna una concepción liberal, humanitaria, ochocentista, iluminista,<br />

que en el orden político de Occidente anima y motiva las “ligas de<br />

los Derechos del Hombre”. Las conferencias y sociedades antiesclavistas,<br />

que en Europa han denunciado más o menos infructuosamente los críme-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

30


nes de los colonizadores, nacen de esta tendencia, que ha confiado siempre<br />

con exceso en sus llamamientos al sentido moral de la civilización.<br />

González Prada no se encontraba exento de su esperanza 52 cuando escribía<br />

que la “condición del indígena puede mejorar de dos maneras: o el<br />

corazón de los opresores se conduele al extremo de reconocer el derecho<br />

de los oprimidos, o el ánimo de los oprimidos adquiere la virilidad suficiente<br />

para escarmentar a los opresores”*. La Asociación Pro-Indígena<br />

(1909-1917) representó, ante todo, la misma esperanza, aunque su verdadera<br />

eficacia estuviera en los fines concretos e inmediatos de defensa del<br />

indio que le asignaron sus directores, orientación que debe mucho, seguramente,<br />

al idealismo práctico, característicamente sajón, de Dora Mayer**.<br />

El experimento está ampliamente cumplido, en el Perú y en el mundo.<br />

La prédica humanitaria no ha detenido ni embarazado en Europa el<br />

imperialismo ni ha bonificado sus métodos. La lucha contra el imperialismo,<br />

no confía ya sino en la solidaridad y en la fuerza de los movimientos de<br />

emancipación de las masas coloniales. Este concepto preside en la Europa<br />

contemporánea una acción antimperialista, a la cual se adhieren espíritus<br />

liberales como Albert Einstein y Romain Rolland, y que por tanto no puede<br />

ser considerada de exclusivo carácter socialista.<br />

* González Prada, “Nuestros indios”, Horas de lucha, 2 a ed.<br />

** Dora Mayer de Zulen resume así el carácter del experimento Pro-Indígena: “En fría<br />

concreción de datos prácticos, la Asociación Pro-Indígena significa para los historiadores<br />

lo que Mariátegui supone un experimento de rescate de la atrasada y esclavizada raza<br />

indígena por medio de un cuerpo protector extraño a ella, que gratuitamente y por vías<br />

legales ha procurado servirle como abogado en sus reclamos ante los Poderes del Estado”.<br />

Pero, como aparece en el mismo interesante balance de la Pro-Indígena, Dora Mayer<br />

piensa que esta asociación trabajó, sobre todo, por la formación de un sentido de responsabilidad.<br />

“Dormida estaba –anota– a los cien años de la emancipación republicana<br />

del Perú, la conciencia de los gobernantes, la conciencia de los gamonales, la conciencia<br />

del clero, la conciencia del público ilustrado y semi ilustrado, respecto a sus obligaciones<br />

para con la población que no sólo merecía un filantrópico rescate de vejámenes inhumanos,<br />

sino a la cual el patriotismo peruano debía un resarcimiento de honor nacional, porque<br />

la raza incaica había descendido a escarnio de propios y extraños”. El mejor resultado<br />

de la Pro-Indígena resulta sin embargo, según el leal testimonio de Dora Mayer, su<br />

influencia en el despertar indígena. “Lo que era deseable que sucediera, estaba sucediendo;<br />

que los indígenas mismos, saliendo de la tutela de las clases ajenas concibieran los<br />

medios de su reivindicación” 53 .<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

31


En el terreno de la razón y la moral, se situaba hace siglos, con mayor<br />

energía, o al menos mayor autoridad, la acción religiosa. Esta cruzada no<br />

obtuvo, sin embargo, sino leyes y providencias muy sabiamente inspiradas.<br />

La suerte de los indios no varió sustancialmente. González Prada,<br />

que como sabemos no consideraba estas cosas con criterio propia o sectariamente<br />

socialista, busca la explicación de este fracaso en la entraña económica<br />

de la cuestión: “No podía suceder de otro modo: oficialmente se<br />

ordenaba la explotación; se pretendía que humanamente se cometieran<br />

iniquidades o equitativamente se consumaran injusticias. Para extirpar<br />

los abusos, habría sido necesario abolir los repartimientos y las mitas, en<br />

dos palabras, cambiar todo el régimen colonial. Sin las faenas del indio<br />

americano se habrían vaciado las arcas del tesoro español”*. Más evidentes<br />

posibilidades de éxito que la prédica liberal tenía, con todo, la prédica<br />

religiosa. Esta apelaba al exaltado y operante catolicismo español mientras<br />

aquélla intentaba hacerse escuchar del exiguo y formal liberalismo<br />

criollo.<br />

Pero hoy la esperanza en una solución eclesiástica es indiscutiblemente<br />

la más rezagada y antihistórica de todas. Quienes la representan no se<br />

preocupan siquiera, como sus distantes –¡tan distantes!– maestros, de<br />

obtener una nueva declaración de los derechos del indio, con adecuadas<br />

autoridades y ordenanzas, sino de encargar al misionero la función de<br />

mediar entre el indio y el gamonal**. La obra que la Iglesia no pudo realizar<br />

en un orden medioeval, cuando su capacidad espiritual e intelectual<br />

podía medirse por frailes como el padre de Las Casas, ¿con qué elementos<br />

contaría para prosperar ahora? Las misiones adventistas, bajo este aspec-<br />

* Obra citada.<br />

** “Sólo el misionero –escribe el señor José León y Bueno, uno de los líderes de la ‘Acción<br />

Social de la Juventud’– puede redimir y restituir al indio. Siendo el intermediario incansable<br />

entre el gamonal y el colono, entre el latifundista y el comunero, evitando las arbitrariedades<br />

del Gobernador que obedece sobre todo al interés político del cacique criollo;<br />

explicando con sencillez la lección objetiva de la naturaleza e interpretando la vida en<br />

su fatalidad y en su libertad; condenando el desborde sensual de las muchedumbres en las<br />

fiestas; segando la incontinencia en sus mismas fuentes y revelando a la raza su misión<br />

excelsa, puede devolver al Perú su unidad, su dignidad y su fuerza” (Boletín de la A.S.J.,<br />

mayo de 1928) 54 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

32


to, han ganado la delantera al clero católico, cuyos claustros convocan<br />

cada día menor suma de vocaciones de evangelización.<br />

El concepto de que el problema del indio es un problema de educación,<br />

no aparece sufragado ni aun por un criterio estricta y autónomamente<br />

pedagógico. La pedagogía tiene hoy más en cuenta que nunca los factores<br />

sociales y económicos. El pedagogo moderno sabe perfectamente que<br />

la educación no es una mera cuestión de escuela y métodos didácticos. El<br />

medio económico social condiciona inexorablemente la labor del maestro.<br />

El gamonalismo es fundamentalmente adverso a la educación del indio:<br />

su subsistencia tiene en el mantenimiento de la ignorancia del indio el<br />

mismo interés que en el cultivo de su alcoholismo*. La escuela moderna<br />

–en el supuesto de que, dentro de las circunstancias vigentes, fuera posible<br />

multiplicarla en proporción a la población escolar campesina–, es<br />

incompatible con el latifundio feudal. La mecánica de la servidumbre,<br />

anularía totalmente la acción de la escuela, si esta misma, por un milagro<br />

inconcebible dentro de la realidad social, consiguiera conservar, en la atmósfera<br />

del feudo, su pura misión pedagógica. La más eficiente y grandiosa<br />

enseñanza normal no podría operar estos milagros. La escuela y el<br />

maestro están irremisiblemente condenados a desnaturalizarse bajo la<br />

presión del ambiente feudal, inconciliable con la más elemental concepción<br />

progresista o evolucionista de las cosas. Cuando se comprende a medias<br />

esta verdad, se descubre la fórmula salvadora en los internados indígenas.<br />

Mas la insuficiencia clamorosa de esta fórmula se muestra en toda<br />

su evidencia, apenas se reflexiona en el insignificante porcentaje de la población<br />

escolar indígena que resulta posible alojar en estas escuelas.<br />

La solución pedagógica, propugnada por muchos con perfecta buena<br />

fe, está ya hasta oficialmente descartada. Los educacionistas son, repito,<br />

los que menos pueden pensar en independizarla de la realidad económico-social.<br />

No existe, pues, en la actualidad, sino como una sugestión vaga<br />

e informe, de la que ningún cuerpo y ninguna doctrina se hace responsable.<br />

* Es demasiado sabido que la producción –y también el contrabando– de aguardiente de<br />

caña, constituye uno de los más lucrativos negocios de los hacendados de la Sierra. Aun<br />

los de la Costa, explotan en cierta escala este filón. El alcoholismo del peón y del colono<br />

resulta indispensable a la prosperidad de nuestra gran propiedad agrícola.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

33


El nuevo planteamiento consiste en buscar el problema indígena en el<br />

problema de la tierra.<br />

SUMARIA REVISIÓN HISTÓRICA*<br />

La población del imperio inkaico, conforme a cálculos prudentes, no era<br />

menor de diez millones. Hay quienes la hacen subir a doce y aun a quince<br />

millones. La Conquista fue, ante todo, una tremenda carnicería. Los conquistadores<br />

españoles, por su escaso número, no podían imponer su dominio<br />

sino aterrorizando a la población indígena, en la cual produjeron<br />

una impresión supersticiosa las armas y los caballos de los invasores, mirados<br />

como seres sobrenaturales. La organización política y económica de<br />

la Colonia, que siguió a la Conquista, no puso término al exterminio de la<br />

raza indígena. El Virreinato estableció un régimen de brutal explotación.<br />

La codicia de los metales preciosos, orientó la actividad económica española<br />

hacia la explotación de las minas que, bajo los inkas, habían sido trabajadas<br />

en muy modesta escala, en razón de no tener el oro y la plata sino<br />

aplicaciones ornamentales y de ignorar los indios, que componían un pueblo<br />

esencialmente agrícola, el empleo del hierro. Establecieron los españoles,<br />

para la explotación de las minas y los “obrajes” 55 , un sistema abrumador<br />

de trabajos forzados y gratuitos, que diezmó la población<br />

aborigen. Esta no quedó así reducida sólo a un estado de servidumbre<br />

–como habría acontecido si los españoles se hubiesen limitado a la explotación<br />

de las tierras conservando el carácter agrario del país– sino, en<br />

gran parte, a un estado de esclavitud. No faltaron voces humanitarias y civilizadoras<br />

que asumieron ante el rey de España la defensa de los indios.<br />

El padre de Las Casas sobresalió eficazmente en esta defensa. Las Leyes<br />

* Esta “Sumaria revisión histórica” fue escrita por J.C.M. a pedido de la Agencia Tass de<br />

Nueva York, traducida y publicada en la revista The Nation (vol. 128, 16 de enero de<br />

1929, con el título “The New Perú”). Reproducida en Labor (año I, N o 1, 1928) con el título<br />

“Sobre el problema indígena. Sumaria revisión histórica”, fue precedida por una<br />

Nota de Redacción, escrita por el autor, en la que señala que estos apuntes “complementan<br />

en cierta forma el capítulo sobre el problema del indio de 7 ensayos de interpretación<br />

de la realidad peruana”. Por este motivo los hemos agregado al presente ensayo. (Nota de<br />

la Biblioteca Amauta, 1968).<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

34


de Indias 56 se inspiraron en propósitos de protección de los indios, reconociendo<br />

su organización típica en “comunidades”. Pero, prácticamente,<br />

los indios continuaron a merced de una feudalidad despiadada que<br />

destruyó la sociedad y la economía inkaicas, sin sustituirlas con un orden<br />

capaz de or-ganizar progresivamente la producción. La tendencia de los<br />

españoles a establecerse en la Costa ahuyentó de esta región a los aborígenes<br />

a tal punto que se carecía de brazos para el trabajo. El Virreinato quiso<br />

resolver este problema mediante la importación de esclavos negros, gente<br />

que resultó adecuada al clima y las fatigas de los valles o llanos cálidos de la<br />

costa, e inaparente, en cambio, para el trabajo de las minas, situadas en la<br />

sierra fría. El esclavo negro reforzó la dominación española que a pesar de<br />

la despoblación indígena, se habría sentido de otro modo demográficamente<br />

demasiado débil frente al indio, aunque sometido, hostil y enemigo.<br />

El negro fue dedicado al servicio doméstico y a los oficios. El blanco se<br />

mezcló fácilmente con el negro, produciendo este mestizaje uno de los tipos<br />

de población costeña con características de mayor adhesión a lo español<br />

y mayor resistencia a lo indígena.<br />

La revolución de la independencia no constituyó, como se sabe, un<br />

movimiento indígena. La promovieron y usufructuaron los criollos y aun<br />

los españoles de las colonias. Pero aprovechó el apoyo de la masa indígena.<br />

Y, además, algunos indios ilustrados como Pumacahua 57 tuvieron en<br />

su gestación parte importante. El programa liberal de la revolución comprendía<br />

lógicamente la redención del indio, consecuencia automática de<br />

la aplicación de sus postulados igualitarios. Y, así, entre los primeros actos<br />

de la República, se contaron varias leyes y decretos favorables a los indios.<br />

Se ordenó el reparto de tierras, la abolición de los trabajos gratuitos, etc.;<br />

pero no representando la revolución en el Perú el advenimiento de una<br />

nueva clase dirigente, todas estas disposiciones quedaron sólo escritas,<br />

faltas de gobernantes capaces de actuarlas. La aristocracia latifundista de<br />

la Colonia, dueña del poder, conservó intacto sus derechos feudales sobre<br />

la tierra y, por consiguiente, sobre el indio. Todas las disposiciones aparentemente<br />

enderezadas a protegerla, no han podido nada contra la feudalidad<br />

subsistente hasta hoy.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

35


El Virreinato aparece menos culpable que la República. Al Virreinato<br />

le corresponde, originalmente, toda la responsabilidad de la miseria y la<br />

depresión de los indios. Pero, en ese tiempo inquisitorial, una gran voz<br />

cristiana, la de fray Bartolomé de Las Casas, defendió vibrantemente a los<br />

indios contra los métodos brutales de los colonizadores. No ha habido en<br />

la República un defensor tan eficaz y tan porfiado de la raza aborigen.<br />

Mientras el Virreinato era un régimen medioeval y extranjero, la República<br />

es formalmente un régimen peruano y liberal. Tiene, por consiguiente,<br />

la República deberes que no tenía el Virreinato. A la República le<br />

tocaba elevar la condición del indio. Y contrariando este deber, la República<br />

ha pauperizado al indio, ha agravado su depresión y ha exasperado<br />

su miseria. La República ha significado para los indios la ascensión de una<br />

nueva clase dominante que se ha apropiado sistemáticamente de sus tierras.<br />

En una raza de costumbre y de alma agrarias, como la raza indígena,<br />

este despojo ha constituido una causa de disolución material y moral. La<br />

tierra ha sido siempre toda la alegría del indio. El indio ha desposado la<br />

tierra. Siente que “la vida viene de la tierra” y vuelve a la tierra. Por ende,<br />

el indio puede ser indiferente a todo, menos a la posesión de la tierra que<br />

sus manos y su aliento labran y fecundan religiosamente. La feudalidad<br />

criolla se ha comportado, a este respecto, más ávida y más duramente que<br />

la feudalidad española. En general, en el “encomendero” español había<br />

frecuentemente algunos hábitos nobles de señorío. El “encomendero”<br />

criollo 58 tiene todos los defectos del plebeyo y ninguna de las virtudes del<br />

hidalgo. La servidumbre del indio, en suma, no ha disminuido bajo la República.<br />

Todas las revueltas, todas las tempestades del indio, han sido<br />

ahogadas en sangre. A las reivindicaciones desesperadas del indio les ha<br />

sido dada siempre una respuesta marcial. El silencio de la puna ha guardado<br />

luego el trágico secreto de estas respuestas. La República ha restaurado,<br />

en fin, bajo el título de conscripción vial 59 , el régimen de las “mitas” 60 .<br />

La República, además, es responsable de haber aletargado y debilitado<br />

las energías de la raza. La causa de la redención del indio se convirtió<br />

bajo la República, en una especulación demagógica de algunos caudillos.<br />

Los partidos criollos la inscribieron en su programa. Disminuyeron así en<br />

los indios la voluntad de luchar por sus reivindicaciones.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

36


En la sierra, la región habitada principalmente por los indios, subsiste<br />

apenas modificada en sus lineamientos, la más bárbara y omnipotente<br />

feudalidad. El dominio de la tierra coloca en manos de los gamonales, la<br />

suerte de la raza indígena, caída en un grado extremo de depresión y de<br />

ignorancia. Además de la agricultura, trabajada muy primitivamente, la<br />

sierra peruana presenta otra actividad económica: la minería, casi totalmente<br />

en manos de dos grandes empresas norteamericanas. En las minas<br />

rige el salariado; pero la paga es ínfima, la defensa de la vida del obrero<br />

casi nula, la ley de accidentes de trabajo burlada. El sistema del “enganche”<br />

61 , que por medio de anticipos falaces esclaviza al obrero, coloca a los<br />

indios a merced de estas empresas capitalistas. Es tanta la miseria a que<br />

los condena la feudalidad agraria, que los indios encuentran preferible,<br />

con todo, la suerte que les ofrecen las minas.<br />

La propagación en el Perú de las ideas socialistas ha traído como consecuencia<br />

un fuerte movimiento de reivindicación indígena. La nueva generación<br />

peruana siente y sabe que el progreso del Perú será ficticio, o por<br />

lo menos no será peruano, mientras no constituya la obra y no signifique el<br />

bienestar de la masa peruana que en sus cuatro quintas partes es indígena<br />

y campesina. Este mismo movimiento se manifiesta en el arte y en la literatura<br />

nacionales en los cuales se nota una creciente revalorización de las<br />

formas y asuntos autóctonos, antes depreciados por el predominio de un<br />

espíritu y una mentalidad coloniales españolas. La literatura indigenista<br />

parece destinada a cumplir la misma función que la literatura “mujikista”<br />

62 en el período pre-revolucionario ruso. Los propios indios empiezan<br />

a dar señales de una nueva conciencia. Crece día a día la articulación entre<br />

los diversos núcleos indígenas antes incomunicados por las enormes distancias.<br />

Inició esta vinculación, la reunión periódica de congresos indígenas<br />

63 , patrocinada por el Gobierno, pero como el carácter de sus reivindicaciones<br />

se hizo pronto revolucionario, fue desnaturalizada luego con la<br />

exclusión de los elementos avanzados y a la leva de representaciones apócrifas.<br />

La corriente indigenista presiona ya la acción oficial. Por primera<br />

vez el Gobierno se ha visto obligado a aceptar y proclamar puntos de vista<br />

indigenistas, dictando algunas medidas que no tocan los intereses del gamonalismo<br />

y que resultan por esto ineficaces. Por primera vez también el<br />

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37


problema indígena, escamoteado antes por la retórica de las clases dirigentes,<br />

es planteado en sus términos sociales y económicos, identificándosele<br />

ante todo con el problema de la tierra. Cada día se impone, con más<br />

evidencia, la convicción de que este problema no puede encontrar su solución<br />

en una fórmula humanitaria. No puede ser la consecuencia de un<br />

movimiento filantrópico. Los patronatos de caciques y de rábulas son una<br />

befa. Las ligas del tipo de la extinguida Asociación Pro-Indígena son<br />

una voz que clama en el desierto. La Asociación Pro-Indígena no llegó en<br />

su tiempo a convertirse en un movimiento. Su acción se redujo gradualmente<br />

a la acción generosa, abnegada, nobilísima, personal de Pedro S.<br />

Zulen y Dora Mayer. Como experimento, el de la Asociación Pro-Indígena<br />

sirvió para contrastar, para medir, la insensibilidad moral de una generación<br />

y de una época.<br />

La solución del problema del indio tiene que ser una solución social.<br />

Sus realizadores deben ser los propios indios. Este concepto conduce a<br />

ver en la reunión de los congresos indígenas un hecho histórico. Los congresos<br />

indígenas, desvirtuados en los últimos años por el burocratismo,<br />

no representaban todavía un programa; pero sus primeras reuniones señalaron<br />

una ruta comunicando a los indios en las diversas regiones. A los<br />

indios les falta vinculación nacional. Sus protestas han sido siempre regionales.<br />

Esto ha contribuido, en gran parte, a su abatimiento. Un pueblo de<br />

cuatro millones de hombres, consciente de su número, no desespera nunca<br />

de su porvenir. Los mismos cuatro millones de hombres, mientras no<br />

sean sino una masa inorgánica, una muchedumbre dispersa, son incapaces<br />

de decidir su rumbo histórico.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

38


EL PROBLEMA <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> TIERRA<br />

EL PROBLEMA AGRARIO Y EL PROBLEMA <strong>DE</strong>L INDIO<br />

QUIENES desde puntos de vista socialistas estudiamos y definimos el problema<br />

del indio, empezamos por declarar absolutamente superados los<br />

puntos de vista humanitarios o filantrópicos, en que, como una prolongación<br />

de la apostólica batalla del padre de Las Casas, se apoyaba la antigua<br />

campaña pro-indígena. Nuestro primer esfuerzo tiende a establecer su carácter<br />

de problema fundamentalmente económico. Insurgimos primeramente,<br />

contra la tendencia instintiva –y defensiva– del criollo o “misti” 64 ,<br />

a reducirlo a un problema exclusivamente administrativo, pedagógico, étnico<br />

o moral, para escapar a toda costa del plano de la economía. Por esto,<br />

el más absurdo de los reproches que se nos pueden dirigir es el de lirismo<br />

o literaturismo. Colocando en primer plano el problema económico-social,<br />

asumimos la actitud menos lírica y menos literaria posible. No nos<br />

contentamos con reivindicar el derecho del indio a la educación, a la cultura,<br />

al progreso, al amor y al cielo. Comenzamos por reivindicar, categóricamente,<br />

su derecho a la tierra. Esta reivindicación perfectamente materialista,<br />

debería bastar para que no se nos confundiese con los herederos o<br />

repetidores del verbo evangélico del gran fraile español, a quien, de otra parte,<br />

tanto materialismo no nos impide admirar y estimar fervorosamente.<br />

Y este problema de la tierra –cuya solidaridad con el problema del indio<br />

es demasiado evidente– tampoco nos avenimos a atenuarlo o adelgazarlo<br />

oportunistamente. Todo lo contrario. Por mi parte, yo trato de plantearlo<br />

en términos absolutamente inequívocos y netos.<br />

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39


El problema agrario se presenta, ante todo, como el problema de la liquidación<br />

de la feudalidad en el Perú. Esta liquidación debía haber sido<br />

realizada ya por el régimen demo-burgués formalmente establecido por la<br />

revolución de la independencia. Pero en el Perú no hemos tenido en cien<br />

años de república, una verdadera clase burguesa, una verdadera clase capitalista.<br />

La antigua clase feudal –camuflada o disfrazada de burguesía republicana–<br />

ha conservado sus posiciones. La política de desamortización<br />

de la propiedad agraria iniciada por la revolución de la independencia<br />

–como una consecuencia lógica de su ideología–, no condujo al desenvolvimiento<br />

de la pequeña propiedad. La vieja clase terrateniente no había<br />

perdido su predominio. La supervivencia de un régimen de latifundistas<br />

produjo, en la práctica, el mantenimiento del latifundio. Sabido es que la<br />

desamortización atacó más bien a la comunidad. Y el hecho es que durante<br />

un siglo de república, la gran propiedad agraria se ha reforzado y engrandecido<br />

a despecho del liberalismo teórico de nuestra Constitución y de<br />

las necesidades prácticas del desarrollo de nuestra economía capitalista.<br />

Las expresiones de la feudalidad sobreviviente son dos: latifundio y<br />

servidumbre. Expresiones solidarias y consustanciales, cuyo análisis nos<br />

conduce a la conclusión de que no se puede liquidar la servidumbre, que<br />

pesa sobre la raza indígena, sin liquidar el latifundio.<br />

Planteado así el problema agrario del Perú, no se presta a deformaciones<br />

equívocas. Aparece en toda su magnitud de problema económico-social<br />

–y por tanto político– del dominio de los hombres que actúan en este<br />

plano de hechos e ideas. Y resulta vano todo empeño de convertirlo, por<br />

ejemplo, en un problema técnico-agrícola del dominio de los agrónomos.<br />

Nadie ignora que la solución liberal de este problema sería, conforme<br />

a la ideología individualista, el fraccionamiento de los latifundios para<br />

crear la pequeña propiedad. Es tan desmesurado el desconocimiento, que<br />

se constata a cada paso, entre nosotros, de los principios elementales del<br />

socialismo, que no será nunca obvio ni ocioso insistir en que esta fórmula<br />

–fraccionamiento de los latifundios en favor de la pequeña propiedad–<br />

no es utopista, ni herética, ni revolucionaria, ni bolchevique, ni vanguardista,<br />

sino ortodoxa, constitucional, democrática, capitalista y burguesa.<br />

Y que tiene su origen en el ideario liberal en que se inspiran los estatutos<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

40


constitucionales de todos los Estados demoburgueses. Y que en los países<br />

de la Europa Central y Oriental –donde la crisis bélica trajo por tierra las<br />

últimas murallas de la feudalidad, con el consenso del capitalismo de Occidente<br />

que desde entonces opone precisamente a Rusia este bloque de<br />

países anti-bolcheviques– en Checoslovaquia, Rumania, Polonia, Bulgaria,<br />

etc., se han sancionado leyes agrarias que limitan, en principio, la propiedad<br />

de la tierra, al máximum de 500 hectáreas.<br />

Congruentemente con mi posición ideológica, yo pienso que la hora<br />

de ensayar en el Perú el método liberal, la fórmula individualista, ha pasado<br />

ya. Dejando aparte las razones doctrinales, considero fundamentalmente<br />

este factor incontestable y concreto que da un carácter peculiar a<br />

nuestro problema agrario: la supervivencia de la comunidad y de elementos<br />

de socialismo práctico en la agricultura y la vida indígenas.<br />

Pero quienes se mantienen dentro de la doctrina demo-liberal –si<br />

buscan de veras una solución al problema del indio, que redima a éste,<br />

ante todo, de su servidumbre–, pueden dirigir la mirada a la experiencia<br />

checa o rumana, dado que la mexicana, por su inspiración y su proceso,<br />

les parece un ejemplo peligroso. Para ellos es aún tiempo de propugnar la<br />

fórmula liberal. Si lo hicieran, lograrían, al menos, que en el debate del<br />

problema agrario provocado por la nueva generación, no estuviese del todo<br />

ausente el pensamiento liberal, que, según la historia escrita, rige la<br />

vida del Perú desde la fundación de la República.<br />

COLONIALISMO-FEUDALISMO<br />

El problema de la tierra esclarece la actitud vanguardista o socialista, ante<br />

las supervivencias del Virreinato. El “perricholismo” literario 65 no nos interesa<br />

sino como signo o reflejo del colonialismo económico. La herencia<br />

colonial que queremos liquidar no es, fundamentalmente, la de “tapadas”<br />

66 y celosías, sino la del régimen económico feudal, cuyas expresiones<br />

son el gamonalismo, el latifundio y la servidumbre. La literatura colonialista<br />

–evocación nostálgica del virreinato y de sus fastos–, no es para mí<br />

sino el mediocre producto de un espíritu engendrado y alimentado por<br />

ese régimen. El Virreinato no sobrevive en el “perricholismo” de algunos<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

41


trovadores y algunos cronistas. Sobrevive en el feudalismo, en el cual se<br />

asienta, sin imponerle todavía su ley, un capitalismo larvado e incipiente.<br />

No renegamos, propiamente, la herencia española; renegamos la herencia<br />

feudal.<br />

España nos trajo el Medioevo: inquisición, feudalidad, etc. Nos trajo<br />

luego, la Contrarreforma: espíritu reaccionario, método jesuítico, casuismo<br />

escolástico. De la mayor parte de estas cosas nos hemos ido liberando,<br />

penosamente, mediante la asimilación de la cultura occidental, obtenida a<br />

veces a través de la propia España. Pero de su cimiento económico, arraigado<br />

en los intereses de una clase cuya hegemonía no canceló la revolución<br />

de la independencia, no nos hemos liberado todavía. Los raigones de<br />

la feudalidad están intactos. Su subsistencia es responsable, por ejemplo,<br />

del retardamiento de nuestro desarrollo capitalista.<br />

El régimen de propiedad de la tierra determina el régimen político y<br />

administrativo de toda nación. El problema agrario –que la República no<br />

ha podido hasta ahora resolver–, domina todos los problemas de la nuestra.<br />

Sobre una economía semifeudal no pueden prosperar ni funcionar<br />

instituciones democráticas y liberales.<br />

En lo que concierne al problema indígena, la subordinación al problema<br />

de la tierra resulta más absoluta aún, por razones especiales. La raza<br />

indígena es una raza de agricultores. El pueblo inkaico era un pueblo de<br />

campesinos, dedicados ordinariamente a la agricultura y el pastoreo. Las<br />

industrias, las artes, tenían un carácter doméstico y rural. En el Perú de los<br />

Inkas era más cierto que en pueblo alguno el principio de que “la vida viene<br />

de la tierra”. Los trabajos públicos, las obras colectivas, más admirables<br />

del Tawantinsuyo 67 , tuvieron un objeto militar, religioso o agrícola.<br />

Los canales de irrigación de la sierra y de la costa, los andenes y terrazas de<br />

cultivo de los Andes, quedan como los mejores testimonios del grado de<br />

organización económica alcanzado por el Perú inkaico. Su civilización se<br />

caracterizaba, en todos sus rasgos dominantes, como una civilización<br />

agraria. “La tierra –escribe Valcárcel estudiando la vida económica del<br />

Tawantinsuyo– en la tradición regnícola, es la madre común: de sus entrañas<br />

no sólo salen los frutos alimenticios, sino el hombre mismo. La tierra<br />

depara todos los bienes. El culto de la Mama Pacha es par de la heliolatría,<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

42


y como el sol no es de nadie en particular, tampoco el planeta lo es. Hermanados<br />

los dos conceptos en la ideología aborigen, nació el agrarismo,<br />

que es propiedad comunitaria de los campos y religión universal del astro<br />

del día”*.<br />

Al comunismo inkaico –que no puede ser negado ni disminuido por<br />

haberse desenvuelto bajo el régimen autocrático de los Inkas– se le designa<br />

por esto como comunismo agrario. Los caracteres fundamentales de la<br />

economía inkaica –según César Ugarte, que define en general los rasgos<br />

de nuestro proceso con suma ponderación–, eran los siguientes: “Propiedad<br />

colectiva de la tierra cultivable por el ayllu o conjunto de familias<br />

emparentadas, aunque dividida en lotes individuales intransferibles; propiedad<br />

colectiva de las aguas, tierras de pasto y bosques por la marca o<br />

tribu, o sea la federación de ayllus establecidos alrededor de una misma aldea;<br />

cooperación común en el trabajo; apropiación individual de las cosechas<br />

y frutos”**.<br />

La destrucción de esta economía –y por ende de la cultura que se nutría<br />

de su savia– es una de las responsabilidades menos discutibles del coloniaje,<br />

no por haber constituido la destrucción de las formas autóctonas,<br />

sino por no haber traído consigo su sustitución por formas superiores. El<br />

régimen colonial desorganizó y aniquiló la economía agraria inkaica, sin<br />

reemplazarla por una economía de mayores rendimientos. Bajo una aristocracia<br />

indígena, los nativos componían una nación de diez millones de<br />

hombres, con un Estado eficiente y orgánico cuya acción arribaba a todos<br />

los ámbitos de su soberanía; bajo una aristocracia extranjera los nativos se<br />

redujeron a una dispersa y anárquica masa de un millón de hombres, caídos<br />

en la servidumbre y el “felahísmo” 70 .<br />

El dato demográfico es, a este respecto, el más fehaciente y decisivo.<br />

Contra todos los reproches que –en el nombre de conceptos liberales,<br />

esto es moderno, de libertad y justicia–, se puedan hacer al régimen inkaico,<br />

está el hecho histórico –positivo, material–, de que aseguraba la subsistencia<br />

y el crecimiento de una población que, cuando arribaron al Perú<br />

* Luis E. Valcárcel, Del Ayllu al Imperio, p. 166 68 .<br />

** César Antonio Ugarte, Bosquejo de la historia económica del Perú, p. 9 69 .<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

43


los conquistadores, ascendía a diez millones y que, en tres siglos de dominio<br />

español, descendió a un millón. Este hecho condena al coloniaje y no<br />

desde los puntos de vista abstractos o teóricos o morales –o como quiera<br />

calificárseles– de la justicia, sino desde los puntos de vista prácticos, concretos<br />

y materiales de la utilidad. El coloniaje, impotente para organizar<br />

en el Perú al menos una economía feudal, injertó en ésta elementos de economía<br />

esclavista.<br />

<strong>LA</strong> POLÍTICA <strong>DE</strong>L COLONIAJE: <strong>DE</strong>SPOB<strong>LA</strong>CIÓN<br />

Y ESC<strong>LA</strong>VITUD<br />

Que el régimen colonial español resultara incapaz de organizar en el Perú<br />

una economía de puro tipo feudal se explica claramente. No es posible<br />

organizar una economía sin claro entendimiento y segura estimación, sino<br />

de sus principios, al menos de sus necesidades. Una economía indígena,<br />

orgánica, nativa, se forma sola. Ella misma determina espontáneamente<br />

sus instituciones. Pero una economía colonial se establece sobre bases en<br />

parte artificiales y extranjeras, subordinada al interés del colonizador. Su<br />

desarrollo regular depende de la aptitud de éste para adaptarse a las condiciones<br />

ambientales o para transformarlas.<br />

El colonizador español carecía radicalmente de esta aptitud. Tenía<br />

una idea, un poco fantástica, del valor económico de los tesoros de la naturaleza,<br />

pero no tenía casi idea alguna del valor económico del hombre.<br />

La práctica de exterminio de la población indígena y de destrucción<br />

de sus instituciones –en contraste muchas veces con las leyes y providencias<br />

de la metrópoli– empobrecía y desangraba al fabuloso país ganado<br />

por los conquistadores para el rey de España, en una medida que éstos no<br />

eran capaces de percibir y apreciar. Formulando un principio de la economía<br />

de su época, un estadista sudamericano del siglo XIX debía decir más<br />

tarde, impresionado por el espectáculo de un continente semidesierto:<br />

“Gobernar es poblar” 71 . El colonizador español, infinitamente lejano de<br />

este criterio, implantó en el Perú un régimen de despoblación.<br />

La persecución y esclavizamiento de los indios deshacía velozmente<br />

un capital subestimado en grado inverosímil por los colonizadores: el ca-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

44


pital humano. Los españoles se encontraron cada día más necesitados de<br />

brazos para la explotación y aprovechamiento de las riquezas conquistadas.<br />

Recurrieron entonces al sistema más antisocial y primitivo de colonización:<br />

el de la importación de esclavos. El colonizador renunciaba así,<br />

de otro lado, a la empresa para la cual antes se sintió apto el conquistador:<br />

la de asimilar al indio. La raza negra traída por él le tenía que servir, entre<br />

otras cosas, para reducir el desequilibrio demográfico entre el blanco y el<br />

indio.<br />

La codicia de los metales preciosos –absolutamente lógica en un siglo<br />

en que tierras tan distantes casi no podían mandar a Europa otros productos–,<br />

empujó a los españoles a ocuparse preferentemente en la minería. Su<br />

interés pugnaba por convertir en un pueblo minero al que, bajo sus Inkas<br />

y desde sus más remotos orígenes, había sido un pueblo fundamentalmente<br />

agrario. De este hecho nació la necesidad de imponer al indio la<br />

dura ley de la esclavitud. El trabajo del agro, dentro de un régimen naturalmente<br />

feudal, hubiera hecho del indio un siervo vinculándolo a la tierra.<br />

El trabajo de las minas y las ciudades, debía hacer de él un esclavo. Los<br />

españoles establecieron, con el sistema de las “mitas”, el trabajo forzado,<br />

arrancando al indio de su suelo y de sus costumbres.<br />

La importación de esclavos negros que abasteció de braceros y domésticos<br />

a la población española de la costa, donde se encontraba la sede y<br />

corte del Virreinato, contribuyó a que España no advirtiera su error económico<br />

y político 72 . El esclavismo se arraigó en el régimen, viciándolo y<br />

enfermándolo.<br />

El profesor Javier Prado, desde puntos de vista que no son naturalmente<br />

los míos, arribó en su estudio sobre el estado social del Perú del<br />

coloniaje a conclusiones que contemplan precisamente un aspecto de este<br />

fracaso de la empresa colonizadora: “Los negros –dice– considerados<br />

como mercancía comercial, e importados a la América, como máquinas<br />

humanas de trabajo, debían regar la tierra con el sudor de su frente; pero<br />

sin fecundarla, sin dejar frutos provechosos. Es la liquidación constante,<br />

siempre igual que hace la civilización en la historia de los pueblos: el esclavo<br />

es improductivo en el trabajo, como lo fue en el Imperio Romano y<br />

como lo ha sido en el Perú; y es en el organismo social un cáncer que va<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

45


corrompiendo los sentimientos y los ideales nacionales. De esta suerte ha<br />

desaparecido el esclavo en el Perú, sin dejar los campos cultivados; y después<br />

de haberse vengado de la raza blanca, mezclando su sangre con la de<br />

ésta, y rebajando en ese contubernio el criterio moral e intelectual, de los<br />

que fueron al principio sus crueles amos, y más tarde sus padrinos, sus<br />

compañeros y sus hermanos”*.<br />

La responsabilidad de que se puede acusar hoy al coloniaje, no es la de<br />

haber traído una raza inferior –éste era el reproche esencial de los sociólogos<br />

de hace medio siglo–, sino la de haber traído con los esclavos, la esclavitud,<br />

destinada a fracasar como medio de explotación y organización<br />

económicos de la colonia, a la vez que a reforzar un régimen fundado sólo<br />

en la conquista y en la fuerza.<br />

El carácter colonial de la agricultura de la costa, que no consigue aún<br />

liberarse de esta tara, proviene en gran parte del sistema esclavista. El latifundista<br />

costeño no ha reclamado nunca, para fecundar sus tierras, hombres<br />

sino brazos. Por esto, cuando le faltaron los esclavos negros, les buscó<br />

un sucedáneo en los coolíes chinos. Esta otra importación típica de un<br />

régimen de “encomenderos”, contrariaba y entrababa como la de los negros<br />

la formación regular de una economía liberal congruente con el orden<br />

político establecido por la revolución de la independencia. César<br />

Ugarte lo reconoce en su estudio ya citado sobre la economía peruana,<br />

afirmando resueltamente que lo que el Perú necesitaba no eran “brazos”<br />

sino “hombres”**.<br />

EL COLONIZADOR ESPAÑOL<br />

La incapacidad del coloniaje para organizar la economía peruana sobre<br />

sus naturales bases agrícolas, se explica por el tipo de colonizador que nos<br />

tocó. Mientras en Norteamérica la colonización depositó los gérmenes de<br />

un espíritu y una economía que se plasmaban entonces en Europa y a los<br />

cuales pertenecía el porvenir, a la América española trajo los efectos y los<br />

* Javier Prado, “Estado social del Perú durante la dominación española”, en Anales Universitarios<br />

del Perú, t. XXII, pp. 125 y 126 73 .<br />

** Ugarte, op. cit., p. 64.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

46


métodos de un espíritu y una economía que declinaba ya y a los cuales no<br />

pertenecía sino el pasado. Esta tesis puede parecer demasiado simplista a<br />

quienes consideran sólo su aspecto de tesis económica y, supérstites, aunque<br />

lo ignoren, del viejo escolasticismo retórico, muestran esa falta de aptitud<br />

para entender el hecho económico que constituye el defecto capital<br />

de nuestros aficionados a la historia. Me complace por esto encontrar en<br />

el reciente libro de José Vasconcelos, Indología, un juicio que tiene el valor<br />

de venir de un pensador a quien no se puede atribuir ni mucho marxismo<br />

ni poco hispanismo. “Si no hubiese tantas otras causas de orden moral y<br />

de orden físico –escribe Vasconcelos–, que explican perfectamente el espectáculo<br />

aparentemente desesperado del enorme progreso de los sajones<br />

en el norte y el lento paso desorientado de los latinos del sur, sólo la<br />

comparación de los dos sistemas, de los dos regímenes de propiedad, bastaría<br />

para explicar las razones del contraste. En el Norte no hubo reyes<br />

que estuviesen disponiendo de la tierra ajena como de cosa propia. Sin<br />

mayor gracia de parte de sus monarcas y más bien, en cierto estado de rebelión<br />

moral contra el monarca inglés, los colonizadores del norte fueron<br />

desarrollando un sistema de propiedad privada en el cual cada quien pagaba<br />

el precio de su tierra y no ocupaba sino la extensión que podía cultivar.<br />

Así fue que en lugar de encomiendas hubo cultivos. Y en vez de una<br />

aristocracia guerrera y agrícola, con timbres de turbio abolengo real, abolengo<br />

cortesano de abyección y homicidio, se desarrolló una aristocracia<br />

de la aptitud que es lo que se llama democracia, una democracia que en<br />

sus comienzos no reconoció más preceptos que los del lema francés: libertad,<br />

igualdad, fraternidad. Los hombres del norte fueron conquistando la<br />

selva virgen, pero no permitían que el general victorioso en la lucha contra<br />

los indios se apoderase, a la manera antigua nuestra, ‘hasta donde alcanza<br />

la vista’. Las tierras recién conquistadas no quedaban tampoco a merced<br />

del soberano para que las repartiese a su arbitrio y crease nobleza de doble<br />

condición moral: lacayuna ante el soberano e insolente y opresora del más<br />

débil. En el Norte, la República coincidió con el gran movimiento de expansión<br />

y la República apartó una buena cantidad de las tierras buenas,<br />

creó grandes reservas sustraídas al comercio privado, pero no las empleó<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

47


en crear ducados, ni en premiar servicios patrióticos, sino que las destinó<br />

al fomento de la instrucción popular. Y así, a medida que una población<br />

crecía, el aumento del valor de las tierras bastaba para asegurar el servicio<br />

de la enseñanza. Y cada vez que se levantaba una nueva ciudad en medio<br />

del desierto no era el régimen de concesión, el régimen de favor el que primaba,<br />

sino el remate público de los lotes en que previamente se subdividía<br />

el plano de la futura urbe. Y con la limitación de que una sola persona no<br />

pudiera adquirir muchos lotes a la vez. De este sabio, de este justiciero régimen<br />

social procede el gran poderío norteamericano. Por no haber procedido<br />

en forma semejante, nosotros hemos ido caminando tantas veces<br />

para atrás”*.<br />

La feudalidad es, como resulta del juicio de Vasconcelos, la tara que<br />

nos dejó el coloniaje. Los países que, después de la Independencia, han<br />

conseguido curarse de esa tara son los que han progresado; los que no lo<br />

han logrado todavía, son los retardados. Ya hemos visto cómo a la tara de<br />

la feudalidad, se juntó la tara del esclavismo.<br />

El español no tenía las condiciones de colonización del anglosajón. La<br />

creación de los EE.UU. se presenta como la obra del pioneer. España después<br />

de la epopeya de la Conquista no nos mandó casi sino nobles, clérigos<br />

y villanos. Los conquistadores eran de una estirpe heroica; los colonizadores,<br />

no. Se sentían señores, no se sentían pioneers. Los que pensaron<br />

que la riqueza del Perú eran sus metales preciosos, convirtieron a la minería,<br />

con la práctica de las mitas, en un factor de aniquilamiento del capital<br />

humano y de decadencia de la agricultura. En el propio repertorio civilista<br />

encontramos testimonios de acusación. Javier Prado escribe que “el estado<br />

que presenta la agricultura en el virreinato del Perú es del todo lamentable<br />

debido al absurdo sistema económico mantenido por los españoles”,<br />

y que de la despoblación del país era culpable su régimen de<br />

explotación**.<br />

El colonizador, que en vez de establecerse en los campos se estableció<br />

en las minas, tenía la psicología del buscador de oro. No era, por consi-<br />

* José Vasconcelos, Indología 74 .<br />

** Javier Prado, op. cit., p. 37.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

48


guiente, un creador de riqueza. Una economía, una sociedad, son la obra<br />

de los que colonizan y vivifican la tierra; no de los que precariamente extraen<br />

los tesoros de su subsuelo. La historia del florecimiento y decadencia<br />

de no pocas poblaciones coloniales de la sierra, determinados por el<br />

descubrimiento y el abandono de minas prontamente agotadas o relegadas,<br />

demuestra ampliamente entre nosotros esta ley histórica.<br />

Tal vez las únicas falanges de verdaderos colonizadores que nos envió<br />

España fueron las misiones de jesuitas y dominicos. Ambas congregaciones,<br />

especialmente la de jesuitas, crearon en el Perú varios interesantes<br />

núcleos de producción. Los jesuitas asociaron en su empresa los factores<br />

religioso, político y económico, no en la misma medida que en el Paraguay,<br />

donde realizaron su más famoso y extenso experimento, pero sí de<br />

acuerdo con los mismos principios.<br />

Esta función de las congregaciones no sólo se conforma con toda la<br />

política de los jesuitas en la América española, sino con la tradición misma<br />

de los monasterios en el Medio Evo. Los monasterios tuvieron en la sociedad<br />

medioeval, entre otros, un rol económico. En una época guerrera y<br />

mística, se encargaron de salvar la técnica de los oficios y las artes, disciplinando<br />

y cultivando elementos sobre los cuales debía constituirse más tarde<br />

la industria burguesa. Jorge Sorel es uno de los economistas modernos<br />

que mejor remarca y define el papel de los monasterios en la economía<br />

europea, estudiando a la orden benedictina como el prototipo del monasterio-empresa<br />

industrial. “Hallar capitales –apunta Sorel– era en ese<br />

tiempo un problema muy difícil de resolver; para los monjes era asaz simple.<br />

Muy rápidamente las donaciones de ricas familias les prodigaron<br />

grandes cantidades de metales preciosos; la acumulación primitiva resultaba<br />

muy facilitada. Por otra parte los conventos gastaban poco y la estricta<br />

economía que imponían las reglas recuerda los hábitos parsimoniosos<br />

de los primeros capitalistas. Durante largo tiempo los monjes estuvieron<br />

en grado de hacer operaciones excelentes para aumentar su fortuna”. Sorel<br />

nos expone cómo “después de haber prestado a Europa servicios eminentes<br />

que todo el mundo reconoce, estas instituciones declinaron rápidamente”<br />

y cómo los benedictinos “cesaron de ser obreros agrupados en<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

49


un taller casi capitalista y se convirtieron en burgueses retirados de los negocios,<br />

que no pensaban sino en vivir en una dulce ociosidad en la campiña”*.<br />

Este aspecto de la colonización, como otros muchos de nuestra economía,<br />

no ha sido aún estudiado. Me ha correspondido a mí, marxista<br />

convicto y confeso, su constatación. Juzgo este estudio, fundamental para<br />

la justificación económica de las medidas que, en la futura política agraria,<br />

concernirán a los fundos de los conventos y congregaciones, porque establecerá<br />

concluyentemente la caducidad práctica de su dominio y de los títulos<br />

reales en que reposaba.<br />

<strong>LA</strong> “COMUNIDAD” BAJO EL COLONIAJE<br />

Las leyes de Indias amparaban la propiedad indígena y reconocían su organización<br />

comunista. La legislación relativa a las “comunidades” indígenas,<br />

se adaptó a la necesidad de no atacar las instituciones ni las costumbres<br />

indiferentes al espíritu religioso y al carácter político del Coloniaje.<br />

El comunismo agrario del ayllu, una vez destruido el Estado Inkaiko, no<br />

era incompatible con el uno ni con el otro. Todo lo contrario. Los jesuitas<br />

aprovecharon precisamente el comunismo indígena en el Perú, en México<br />

y en mayor escala aún en el Paraguay, para sus fines de catequización. El<br />

régimen medioeval, teórica y prácticamente, conciliaba la propiedad feudal<br />

con la propiedad comunitaria.<br />

El reconocimiento de las comunidades y de sus costumbres económicas<br />

por las leyes de Indias, no acusa simplemente sagacidad realista de la<br />

política colonial sino se ajusta absolutamente a la teoría y la práctica feudal.<br />

Las disposiciones de las leyes coloniales sobre la comunidad, que<br />

mantenían sin inconveniente el mecanismo económico de ésta, reformaban,<br />

en cambio, lógicamente, las costumbres contrarias a la doctrina católica<br />

(la prueba matrimonial, etc.) y tendían a convertir la comunidad en<br />

una rueda de su maquinaria administrativa y fiscal. La comunidad podía<br />

y debía subsistir, para la mayor gloria y provecho del rey y de la Iglesia.<br />

Sabemos bien que esta legislación en gran parte quedó únicamente<br />

escrita. La propiedad indígena no pudo ser suficientemente amparada,<br />

* Georges Sorel, Introduction a L’Economie Moderne, pp. 120 y 130 75 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

50


por razones dependientes de la práctica colonial. Sobre este hecho están<br />

de acuerdo todos los testimonios. Ugarte hace las siguientes constataciones:<br />

“Ni las medidas previsoras de Toledo, ni las que en diferentes oportunidades<br />

trataron de ponerse en práctica, impidieron que una gran parte<br />

de la propiedad indígena pasara legal o ilegalmente a manos de los españoles<br />

o criollos. Una de las instituciones que facilitó este despojo disimulado<br />

fue la de las ‘encomiendas’. Conforme al concepto legal de la institución,<br />

el encomendero era un encargado del cobro de los tributos y de la<br />

organización y cristianización de sus tributarios. Pero en la realidad de las<br />

cosas, era un señor feudal, dueño de vidas y haciendas, pues disponía de<br />

los indios como si fueran árboles del bosque y muertos ellos o ausentes, se<br />

apoderaba por uno u otro medio de sus tierras. En resumen, el régimen<br />

agrario colonial determinó la sustitución de una gran parte de las comunidades<br />

agrarias indígenas por latifundios de propiedad individual, cultivados<br />

por los indios bajo una organización feudal. Estos grandes feudos,<br />

lejos de dividirse con el transcurso del tiempo, se concentraron y consolidaron<br />

en pocas manos a causa de que la propiedad inmueble estaba sujeta<br />

a innumerables trabas y gravámenes perpetuos que la inmovilizaron tales<br />

como los mayorazgos, las capellanías, las fundaciones, los patronatos y<br />

demás vinculaciones de la propiedad”*.<br />

La feudalidad dejó análogamente subsistentes las comunas rurales en<br />

Rusia, país con el cual es siempre interesante el paralelo, porque a su proceso<br />

histórico se aproxima el de estos países agrícolas y semifeudales, mucho<br />

más que al de los países capitalistas de Occidente. Eugéne Schkaff,<br />

estudiando la evolución del mir 76 en Rusia, escribe: “Como los señores<br />

respondían por los impuestos, quisieron que cada campesino tuviera más<br />

o menos la misma superficie de tierra para que cada uno contribuyera con<br />

su trabajo a pagar los impuestos; y para que la efectividad de éstos estuviera<br />

asegurada, establecieron la responsabilidad solidaria. El gobierno la<br />

extendió a los demás campesinos. Los repartos tenían lugar cuando el número<br />

de siervos había variado. El feudalismo y el absolutismo transformaron<br />

poco a poco la organización comunal de los campesinos en instrumentos<br />

de explotación. La emancipación de los siervos no aportó, bajo<br />

* Ugarte, op. cit., p. 24.<br />

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51


este aspecto, ningún cambio”*. Bajo el régimen de propiedad señorial, el<br />

mir ruso, como la comunidad peruana, experimentó una completa desnaturalización.<br />

La superficie de tierras disponibles para los comuneros resultaba<br />

cada vez más insuficiente y su repartición cada vez más defectuosa.<br />

El mir no garantizaba a los campesinos la tierra necesaria para su<br />

sustento; en cambio garantizaba a los propietarios la provisión de brazos<br />

indispensables para el trabajo de sus latifundios. Cuando en 1861 se abolió<br />

la servidumbre, los propietarios encontraron el modo de subrogarla<br />

reduciendo los lotes concedidos a sus campesinos a una extensión que no<br />

les consintiese subsistir de sus propios productos. La agricultura rusa<br />

conservó, de este modo, su carácter feudal. El latifundista empleó en su<br />

provecho la reforma. Se había dado cuenta ya de que estaba en su interés<br />

otorgar a los campesinos una parcela, siempre que no bastara para la subsistencia<br />

de él y de su familia. No había medio más seguro para vincular el<br />

campesino a la tierra, limitando al mismo tiempo, al mínimo, su emigración.<br />

El campesino se veía forzado a prestar sus servicios al propietario,<br />

quien contaba para obligarlo al trabajo en su latifundio –si no hubiese bastado<br />

la miseria a que lo condenaba la ínfima parcela– con el dominio de<br />

prados, bosques, molinos, aguas, etc.<br />

La convivencia de “comunidad” y latifundio en el Perú está, pues,<br />

perfectamente explicada, no sólo por las características del régimen del<br />

Coloniaje, sino también por la experiencia de la Europa feudal. Pero la<br />

comunidad, bajo este régimen, no podía ser verdaderamente amparada<br />

sino apenas tolerada. El latifundista le imponía la ley de su fuerza despótica<br />

sin control posible del Estado. La comunidad sobrevivía, pero dentro<br />

de un régimen de servidumbre. Antes había sido la cédula misma del Estado<br />

que le aseguraba el dinamismo necesario para el bienestar de sus<br />

miembros. El coloniaje la petrificaba dentro de la gran propiedad, base de<br />

un Estado nuevo, extraño a su destino.<br />

El liberalismo de las leyes de la República, impotente para destruir la<br />

feudalidad y para crear el capitalismo, debía, más tarde, negarle el amparo<br />

formal que le había concedido el absolutismo de las leyes de la Colonia.<br />

* Eugéne Schkaff, La Question Agraire en Russie, p. 118 77 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

52


<strong>LA</strong> REVOLUCIÓN <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> IN<strong>DE</strong>PEN<strong>DE</strong>NCIA<br />

Y <strong>LA</strong> PROPIEDAD AGRARIA<br />

Entremos a examinar ahora cómo se presenta el problema de la tierra bajo<br />

la República. Para precisar mis puntos de vista sobre este período, en lo<br />

que concierne a la cuestión agraria, debo insistir en un concepto que ya he<br />

expresado respecto al carácter de la revolución de la independencia en el<br />

Perú. La revolución encontró al Perú retrasado en la formación de su burguesía.<br />

Los elementos de una economía capitalista eran en nuestro país<br />

más embrionarios que en otros países de América donde la revolución<br />

contó con una burguesía menos larvada, menos incipiente.<br />

Si la revolución hubiese sido un movimiento de las masas indígenas o<br />

hubiese representado sus reivindicaciones, habría tenido necesariamente<br />

una fisonomía agrarista. Está ya bien estudiado cómo la Revolución Francesa<br />

benefició particularmente a la clase rural, en la cual tuvo que apoyarse<br />

para evitar el retorno del antiguo régimen. Este fenómeno, además, parece<br />

peculiar en general así a la revolución burguesa como a la revolución<br />

socialista, a juzgar por las consecuencias mejor definidas y más estables<br />

del abatimiento de la feudalidad en la Europa central y del zarismo en<br />

Rusia. Dirigidas y actuadas principalmente por la burguesía urbana y el<br />

proletariado urbano, una y otra revolución han tenido como inmediatos<br />

usufructuarios a los campesinos. Particularmente en Rusia, ha sido ésta la<br />

clase que ha cosechado los primeros frutos de la revolución bolchevique,<br />

debido a que en ese país no se había operado aún una revolución burguesa<br />

que a su tiempo hubiera liquidado la feudalidad y el absolutismo e instaurado<br />

en su lugar un régimen demo-liberal.<br />

Pero, para que la revolución demo-liberal haya tenido estos efectos,<br />

dos premisas han sido necesarias: la existencia de una burguesía consciente<br />

de los fines y los intereses de su acción y la existencia de un estado de<br />

ánimo revolucionario en la clase campesina y, sobre todo, su reivindicación<br />

del derecho a la tierra en términos incompatibles con el poder de la<br />

aristocracia terrateniente. En el Perú, menos todavía que en otros países<br />

de América, la revolución de la independencia no respondía a estas pre-<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

53


misas. La revolución había triunfado por la obligada solidaridad continental<br />

de los pueblos que se rebelaban contra el dominio de España y porque<br />

las circunstancias políticas y económicas del mundo trabajaban a su<br />

favor. El nacionalismo continental de los revolucionarios hispanoamericanos<br />

se juntaba a esa mancomunidad forzosa de sus destinos, para nivelar<br />

a los pueblos más avanzados en su marcha al capitalismo con los más<br />

retrasados en la misma vía.<br />

Estudiando la revolución argentina y, por ende, la americana, Echeverría<br />

clasifica las clases en la siguiente forma: “La sociedad americana –dice–<br />

estaba dividida en tres clases opuestas en intereses, sin vínculo alguno de<br />

sociabilidad moral y política. Componían la primera los togados, el clero y<br />

los mandones; la segunda los enriquecidos por el monopolio y el capricho<br />

de la fortuna; la tercera los villanos, llamados ‘gauchos’ y ‘compadritos’ en<br />

el Río de la Plata, ‘cholos’ en el Perú, ‘rotos’ en Chile, ‘léperos’ en México.<br />

Las castas indígenas y africanas eran esclavas y tenían una existencia extrasocial.<br />

La primera gozaba sin producir y tenía el poder y fuero del hidalgo;<br />

era la aristocracia compuesta en su mayor parte de españoles y de<br />

muy pocos americanos. La segunda gozaba, ejerciendo tranquilamente su<br />

industria y comercio, era la clase media que se sentaba en los cabildos; la<br />

tercera, única productora por el trabajo manual, componíase de artesanos<br />

y proletarios de todo género. Los descendientes americanos de las dos primeras<br />

clases que recibían alguna educación en América o en la Península,<br />

fueron los que levantaron el estandarte de la revolución”*.<br />

La revolución americana, en vez del conflicto entre la nobleza terrateniente<br />

y la burguesía comerciante, produjo en muchos casos su colaboración,<br />

ya por la impregnación de ideas liberales que acusaba la aristocracia,<br />

ya porque ésta en muchos casos no veía en esa revolución sino un movimiento<br />

de emancipación de la corona de España. La población campesina,<br />

que en el Perú era indígena, no tenía en la revolución una presencia<br />

directa, activa. El programa revolucionario no representaba sus reivindicaciones.<br />

* Esteban Echeverría, Antecedentes y primeros pasos de la revolución de Mayo 78 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

54


Mas este programa se inspiraba en el ideario liberal. La revolución no<br />

podía prescindir de principios que consideraban existentes reivindicaciones<br />

agrarias, fundadas en la necesidad práctica y en la justicia teórica de<br />

liberar el dominio de la tierra de las trabas feudales. La República insertó<br />

en su estatuto estos principios. El Perú no tenía una clase burguesa que los<br />

aplicase en armonía con sus intereses económicos y su doctrina política y<br />

jurídica. Pero la República –porque éste era el curso y el mandato de la<br />

historia– debía constituirse sobre principios liberales y burgueses. Sólo<br />

que las consecuencias prácticas de la revolución en lo que se relacionaba<br />

con la propiedad agraria, no podían dejar de detenerse en el límite que les<br />

fijaban los intereses de los grandes propietarios.<br />

Por esto, la política de desvinculación de la propiedad agraria, impuesta<br />

por los fundamentos políticos de la República, no atacó al latifundio.<br />

Y –aunque en compensación las nuevas leyes ordenaban el reparto de<br />

tierras a los indígenas– atacó, en cambio, en el nombre de los postulados<br />

liberales, a la “comunidad”.<br />

Se inauguró así un régimen que, cualesquiera que fuesen sus principios,<br />

empeoraba en cierto grado la condición de los indígenas en vez de<br />

mejorarla. Y esto no era culpa del ideario que inspiraba la nueva política y<br />

que, rectamente aplicado, debía haber dado fin al dominio feudal de la<br />

tierra convirtiendo a los indígenas en pequeños propietarios.<br />

La nueva política abolía formalmente las “mitas”, encomiendas, etc.<br />

Comprendía un conjunto de medidas que significaban la emancipación<br />

del indígena como siervo. Pero como, de otro lado, dejaba intactos el poder<br />

y la fuerza de la propiedad feudal, invalidaba sus propias medidas de<br />

protección de la pequeña propiedad y del trabajador de la tierra.<br />

La aristocracia terrateniente, si no sus privilegios de principio, conservaba<br />

sus posiciones de hecho. Seguía siendo en el Perú la clase dominante.<br />

La revolución no había realmente elevado al poder a una nueva clase.<br />

La burguesía profesional y comerciante era muy débil para gobernar.<br />

La abolición de la servidumbre no pasaba, por esto, de ser una declaración<br />

teórica. Porque la revolución no había tocado el latifundio. Y la servidumbre<br />

no es sino una de las caras de la feudalidad, pero no la feudalidad misma.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

55


POLÍTICA AGRARIA <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> REPÚBLICA<br />

Durante el período de caudillaje militar que siguió a la revolución de la<br />

independencia, no pudo lógicamente desarrollarse, ni esbozarse siquiera,<br />

una política liberal sobre la propiedad agraria. El caudillaje militar era el<br />

producto natural de un período revolucionario que no había podido crear<br />

una nueva clase dirigente. El poder, dentro de esta situación, tenía que ser<br />

ejercido por los militares de la revolución que, de un lado gozaban del<br />

prestigio marcial de sus laureles de guerra y, de otro lado, estaban en grado<br />

de mantenerse en el gobierno por la fuerza de las armas. Por supuesto,<br />

el caudillo no podía sustraerse al influjo de los intereses de clase o de las<br />

fuerzas históricas en contraste. Se apoyaba en el liberalismo inconsistente<br />

y retórico del demos urbano o el conservatismo colonialista de la casta terrateniente.<br />

Se inspiraba en la clientela de tribunos y abogados de la democracia<br />

citadina o de literatos y rectores de la aristocracia latifundista.<br />

Porque, en el conflicto de intereses entre liberales y conservadores, faltaba<br />

una directa y activa reivindicación campesina que obligase a los primeros<br />

a incluir en su programa la redistribución de la propiedad agraria.<br />

Este problema básico habría sido advertido y apreciado de todos modos<br />

por un estadista superior. Pero ninguno de nuestros caciques militares<br />

de este período lo era.<br />

El caudillaje militar, por otra parte, parece orgánicamente incapaz de<br />

una reforma de esta envergadura que requiere ante todo un avisado criterio<br />

jurídico y económico. Sus violencias producen una atmósfera adversa<br />

a la experimentación de los principios de un derecho y de una economía<br />

nuevas. Vasconcelos observa a este respecto lo siguiente: “En el orden<br />

económico es constantemente el caudillo el principal sostén del latifundio.<br />

Aunque a veces se proclamen enemigos de la propiedad, casi no hay<br />

caudillo que no remate en hacendado. Lo cierto es que el poder militar<br />

trae fatalmente consigo el delito de apropiación exclusiva de la tierra; llámese<br />

el soldado, caudillo, rey o emperador: despotismo y latifundio son<br />

términos correlativos. Y es natural, los derechos económicos, lo mismo<br />

que los políticos, sólo se pueden conservar y defender dentro de un régimen<br />

de libertad. El absolutismo conduce fatalmente a la miseria de los<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

56


muchos y al boato y al abuso de los pocos. Sólo la democracia a pesar de<br />

todos sus defectos ha podido acercarnos a las mejores realizaciones de la<br />

justicia social, por lo menos la democracia antes de que degenere en los<br />

imperialismos de las repúblicas demasiado prósperas que se ven rodeadas<br />

de pueblos en decadencia. De todas maneras, entre nosotros el caudillo y<br />

el gobierno de los militares han cooperado al desarrollo del latifundio. Un<br />

examen siquiera superficial de los títulos de propiedad de nuestros grandes<br />

terratenientes, bastaría para demostrar que casi todos deben su haber,<br />

en un principio, a la merced de la Corona española, después a concesiones<br />

y favores ilegítimos acordados a los generales influyentes de nuestras falsas<br />

repúblicas. Las mercedes y las concesiones se han acordado, a cada<br />

paso, sin tener en cuenta los derechos de poblaciones enteras de indígenas<br />

o de mestizos que carecieron de fuerza para hacer valer su dominio”*.<br />

Un nuevo orden jurídico y económico no puede ser, en todo caso, la<br />

obra de un caudillo sino de una clase. Cuando la clase existe, el caudillo<br />

funciona como su intérprete y su fiduciario. No es ya su arbitrio personal,<br />

sino un conjunto de intereses y necesidades colectivas lo que decide su<br />

política. El Perú carecía de una clase burguesa capaz de organizar un Estado<br />

fuerte y apto. El militarismo representaba un orden elemental y provisorio,<br />

que apenas dejase de ser indispensable, tenía que ser sustituido por<br />

un orden más avanzado y orgánico. No era posible que comprendiese ni<br />

considerase siquiera el problema agrario. Problemas rudimentarios y momentáneos<br />

acaparaban su limitada acción. Con Castilla rindió su máximo<br />

fruto el caudillaje militar. Su oportunismo sagaz, su malicia aguda, su espíritu<br />

mal cultivado, su empirismo absoluto, no le consintieron practicar<br />

hasta el fin una política liberal. Castilla se dio cuenta de que los liberales<br />

de su tiempo constituían un cenáculo, una agrupación, mas no una clase.<br />

Esto le indujo a evitar con cautela todo acto seriamente opuesto a los intereses<br />

y principios de la clase conservadora. Pero los méritos de su política<br />

* Vasconcelos, conferencia sobre “El Nacionalismo en la América Latina”, en Amauta N o<br />

4, p. 15. Este juicio, exacto en lo que respecta a las relaciones entre caudillaje militar y<br />

propiedad agraria en América, no es igualmente válido para todas las épocas y situaciones<br />

históricas. No es posible suscribirlo sin esta precisa reserva 79 .<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

57


esiden en lo que tuvo de reformadora y progresista. Sus actos de mayor<br />

significación histórica, la abolición de la esclavitud de los negros y de la<br />

contribución de indígenas, representan su actitud liberal.<br />

Desde la promulgación del Código Civil 80 se entró en el Perú en un<br />

período de organización gradual. Casi no hace falta remarcar que esto<br />

acusaba entre otras cosas la decadencia del militarismo. El Código, inspirado<br />

en los mismos principios que los primeros decretos de la República<br />

sobre la tierra, reforzaba y continuaba la política de desvinculación y movilización<br />

de la propiedad agraria. Ugarte, registrando las consecuencias<br />

de este progreso de la legislación nacional en lo que concierne a la tierra,<br />

anota que el Código “confirmó la abolición legal de las comunidades indígenas<br />

y de las vinculaciones de dominio; innovando la legislación precedente,<br />

estableció la ocupación como uno de los modos de adquirir los<br />

inmuebles sin dueño; en las reglas sobre sucesiones, trató de favorecer la<br />

pequeña propiedad”*.<br />

Francisco García Calderón atribuye al Código Civil efectos que en<br />

verdad no tuvo o que, por lo menos, no revistieron el alcance radical y absoluto<br />

que su optimismo les asigna: “La constitución –escribe– había destruido<br />

los privilegios y la ley civil dividía las propiedades y arruinaba la<br />

igualdad de derecho en las familias. Las consecuencias de esta disposición<br />

eran, en el orden político, la condenación de toda oligarquía, de toda aristocracia<br />

de los latifundios; en el orden social, la ascensión de la burguesía<br />

y del mestizaje”. “Bajo el aspecto económico, la participación igualitaria<br />

de las sucesiones favoreció la formación de la pequeña propiedad antes<br />

entrabada por los grandes dominios señoriales”**.<br />

Esto estaba sin duda en la intención de los codificadores del derecho<br />

en el Perú. Pero el Código Civil no es sino uno de los instrumentos de la<br />

política liberal y de la práctica capitalista. Como lo reconoce Ugarte, en la<br />

legislación peruana “se ve el propósito de favorecer la democratización de<br />

la propiedad rural, pero por medios puramente negativos aboliendo las trabas<br />

más bien que prestando a los agricultores una protección positiva”***.<br />

* Ugarte, op. cit., p. 57.<br />

** Le Pérou Contemporaine, pp. 98 y 99 81 .<br />

*** Ugarte, op. cit., p. 58.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

58


En ninguna parte la división de la propiedad agraria, o mejor, su redistribución,<br />

ha sido posible sin leyes especiales de expropiación que han<br />

transferido el dominio del suelo a la clase que lo trabaja.<br />

No obstante el Código, la pequeña propiedad no ha prosperado en el<br />

Perú. Por el contrario, el latifundio se ha consolidado y extendido. Y la<br />

propiedad de la comunidad indígena ha sido la única que ha sufrido las<br />

consecuencias de este liberalismo deformado.<br />

<strong>LA</strong> GRAN PROPIEDAD Y EL PO<strong>DE</strong>R POLÍTICO<br />

Los dos factores que se opusieron a que la revolución de la independencia<br />

planteara y abordara en el Perú el problema agrario –extrema incipiencia<br />

de la burguesía urbana y situación extrasocial, como la define Echeverría,<br />

de los indígenas–, impidieron más tarde que los gobiernos de la República<br />

desarrollasen una política dirigida en alguna forma a una distribución<br />

menos desigual e injusta de la tierra.<br />

Durante el período del caudillaje militar, en vez de fortalecerse el<br />

demos urbano, se robusteció la aristocracia latifundista. En poder de extranjeros<br />

el comercio y la finanza, no era posible económicamente el surgimiento<br />

de una vigorosa burguesía urbana. La educación española,<br />

extraña radicalmente a los fines y necesidades del industrialismo y del<br />

capitalismo, no preparaba comerciantes ni técnicos sino abogados, literatos,<br />

teólogos, etc. Éstos, a menos de sentir una especial vocación por el jacobinismo<br />

o la demagogia, tenían que constituir la clientela de la casta<br />

propietaria. El capital comercial, casi exclusivamente extranjero, no podía<br />

a su vez hacer otra cosa que extenderse y asociarse con esta aristocracia<br />

que, por otra parte, tácita o explícitamente, conservaba su predominio<br />

político. Fue así como la aristocracia terrateniente y sus alliés resultaron<br />

usufructuarios de la política fiscal y de la explotación del guano y del salitre.<br />

Fue así también como esta casta, forzada por su rol económico, asumió<br />

en el Perú la función de clase burguesa, aunque sin perder sus resabios<br />

y prejuicios coloniales y aristocráticos. Fue así, en fin, como las categorías<br />

burguesas urbanas –profesionales, comerciantes– concluyeron por<br />

ser absorbidas por el civilismo.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

59


El poder de esta clase –civilista o “neogodos”– procedía en buena<br />

cuenta de la propiedad de la tierra. En los primeros años de la Independencia,<br />

no era precisamente una clase de capitalistas sino una clase de propietarios.<br />

Su condición de clase propietaria –y no de clase ilustrada– le<br />

había consentido solidarizar sus intereses con los de los comerciantes y<br />

prestamistas extranjeros y traficar a este título con el Estado y la riqueza<br />

pública. La propiedad de la tierra, debida al Virreinato, le había dado bajo<br />

la República la posesión del capital comercial. Los privilegios de la colonia<br />

habían engendrado los privilegios de la República.<br />

Era, por consiguiente, natural e instintivo en esta clase el criterio más<br />

conservador respecto al dominio de la tierra. La subsistencia de la condición<br />

extrasocial de los indígenas, de otro lado, no oponía a los intereses<br />

feudales del latifundismo las reivindicaciones de masas campesinas conscientes.<br />

Estos han sido los factores principales del mantenimiento y desarrollo<br />

de la gran propiedad. El liberalismo de la legislación republicana, inerte<br />

ante la propiedad feudal, se sentía activo sólo ante la propiedad comunitaria.<br />

Si no podía nada contra el latifundio, podía mucho contra la “comunidad”.<br />

En un pueblo de tradición comunista, disolver la “comunidad” no<br />

servía a crear la pequeña propiedad. No se transforma artificialmente a<br />

una sociedad. Menos aún a una sociedad campesina, profundamente adherida<br />

a su tradición y a sus instituciones jurídicas. El individualismo no<br />

ha tenido su origen en ningún país ni en la Constitución del Estado ni en el<br />

Código Civil. Su formación ha tenido siempre un proceso a la vez más<br />

complicado y más espontáneo. Destruir las comunidades no significaba<br />

convertir a los indígenas en pequeños propietarios y ni siquiera en asalariados<br />

libres, sino entregar sus tierras a los gamonales y a su clientela. El<br />

latifundista encontraba así, más fácilmente, el modo de vincular el indígena<br />

al latifundio.<br />

Se pretende que el resorte de la concentración de la propiedad agraria<br />

en la costa ha sido la necesidad de los propietarios de disponer pacíficamente<br />

de suficiente cantidad de agua. La agricultura de riego, en valles<br />

formados por ríos de escaso caudal, ha determinado, según esta tesis, el<br />

florecimiento de la gran propiedad y el sofocamiento de la media y la pe-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

60


queña. Pero esta es una tesis especiosa y sólo en mínima parte exacta. Porque<br />

la razón técnica o material que superestima, únicamente influye en<br />

la concentración de la propiedad desde que se han establecido y desarrollado<br />

en la costa vastos cultivos industriales. Antes de que esto prosperara,<br />

antes de que la agricultura de la costa adquiriera una organización capitalista,<br />

el móvil de los riesgos era demasiado débil para decidir la concentración<br />

de la propiedad. Es cierto que la escasez de las aguas de regadío, por<br />

las dificultades de su distribución entre múltiples regantes, favorece a la<br />

gran propiedad. Mas no es cierto que ésta sea el origen de que la propiedad<br />

no se haya subdividido. Los orígenes del latifundio costeño se remontan<br />

al régimen colonial. La despoblación de la costa, a consecuencia de la<br />

práctica colonial, he ahí, a la vez que una de las consecuencias, una de las<br />

razones del régimen de la gran propiedad. El problema de los brazos, el<br />

único que ha sentido el terrateniente costeño, tiene todas sus raíces en el<br />

latifundio. Los terratenientes quisieron resolverlo con el esclavo negro en<br />

los tiempos de la colonia, con el coolí chino en los de la república. Vano<br />

empeño. No se puebla ya la tierra con esclavos. Y sobre todo, no se la fecunda.<br />

Debido a su política, los grandes propietarios tienen en la costa<br />

toda la tierra que se puede poseer; pero en cambio, no tienen hombres<br />

bastantes para vivificarla y explotarla. Esta es la defensa de la gran propiedad.<br />

Mas es también su miseria y su tara.<br />

La situación agraria de la sierra demuestra, por otra parte, lo artificioso<br />

de la tesis antecitada. En la sierra no existe el problema del agua. Las<br />

lluvias abundantes permiten al latifundista, como al comunero, los mismos<br />

cultivos. Sin embargo, también en la sierra se constata el fenómeno<br />

de concentración de la propiedad agraria. Este hecho prueba el carácter<br />

esencialmente político-social de la cuestión.<br />

El desarrollo de cultivos industriales, de una agricultura de exportación,<br />

en las haciendas de la costa, aparece íntegramente subordinado a la<br />

colonización económica de los países de América Latina por el capitalismo<br />

occidental. Los comerciantes y prestamistas británicos se interesaron<br />

por la explotación de estas tierras cuando comprobaron la posibilidad de<br />

dedicarlas con ventaja a la producción de azúcar primero y de algodón<br />

después. Las hipotecas de la propiedad agraria las colocaban, en buena<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

61


parte, desde época muy lejana, bajo el control de las firmas extranjeras.<br />

Los hacendados, deudores a los comerciantes, prestamistas extranjeros,<br />

servían de intermediarios, casi de “yanacones” 82 , al capitalismo anglosajón<br />

para asegurarle la explotación de campos cultivados a un costo mínimo<br />

por braceros esclavizados y miserables, curvados sobre la tierra bajo<br />

el látigo de los “negreros” coloniales.<br />

Pero en la costa el latifundio ha alcanzado un grado más o menos<br />

avanzado de técnica capitalista, aunque su explotación repose aún sobre<br />

prácticas y principios feudales. Los coeficientes de producción de algodón<br />

y caña corresponden al sistema capitalista. Las empresas cuentan con<br />

capitales poderosos y las tierras son trabajadas con máquinas y procedimientos<br />

modernos. Para el beneficio de los productos funcionan poderosas<br />

plantas industriales. Mientras tanto, en la sierra las cifras de producción<br />

de las tierras de latifundio no son generalmente mayores a las de<br />

tierras de la comunidad. Y, si la justificación de un sistema de producción<br />

está en sus resultados, como lo quiere un criterio económico objetivo, este<br />

solo dato condena en la sierra de manera irremediable el régimen de propiedad<br />

agraria.<br />

<strong>LA</strong> “COMUNIDAD” BAJO <strong>LA</strong> REPÚBLICA<br />

Hemos visto ya cómo el liberalismo formal de la legislación republicana<br />

no se ha mostrado activo sino frente a la “comunidad” indígena. Puede<br />

decirse que el concepto de propiedad individual casi ha tenido una función<br />

antisocial en la República a causa de su conflicto con la subsistencia<br />

de la “comunidad”. En efecto, si la disolución y expropiación de ésta<br />

hubiese sido decretada y realizada por un capitalismo en vigoroso y autónomo<br />

crecimiento, habría aparecido como una imposición del progreso<br />

económico. El indio entonces habría pasado de un régimen mixto de comunismo<br />

y servidumbre a un régimen de salario libre. Este cambio lo habría<br />

desnaturalizado un poco; pero lo habría puesto en grado de organizarse<br />

y emanciparse como clase, por la vía de los demás proletariados del<br />

mundo. En tanto, la expropiación y absorción graduales de la “comunidad”<br />

por el latifundismo, de un lado lo hundía más en la servidumbre y de<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

62


otro destruía la institución económica y jurídica que salvaguardaba en<br />

parte el espíritu y la materia de su antigua civilización*.<br />

Durante el período republicano, los escritores y legisladores nacionales<br />

han mostrado una tendencia más o menos uniforme a condenar la “comunidad”<br />

como un rezago de una sociedad primitiva o como una supervivencia<br />

de la organización colonial. Esta actitud ha respondido en unos<br />

casos al interés del gamonalismo terrateniente y en otros al pensamiento<br />

individualista y liberal que dominaba automáticamente una cultura demasiado<br />

verbalista y extática.<br />

Un estudio del doctor M.V. Villarán 85 , uno de los intelectuales que<br />

con más aptitud crítica y mayor coherencia doctrinal representa este pensamiento<br />

en nuestra primera centuria, señaló el principio de una revisión<br />

prudente de sus conclusiones respecto a la “comunidad” indígena. El<br />

doctor Villarán mantenía teóricamente su posición liberal, propugnando<br />

en principio la individualización de la propiedad, pero prácticamente<br />

aceptaba la protección de las comunidades contra el latifundismo, reconociéndoles<br />

una función a la que el Estado debía su tutela.<br />

Mas la primera defensa orgánica y documentada de la “comunidad”<br />

indígena tenía que inspirarse en el pensamiento socialista y reposar en un<br />

estudio concreto de su naturaleza, efectuado conforme a los métodos de<br />

investigación de la sociología y la economía modernas. El libro de Hildebrando<br />

Castro Pozo, Nuestra comunidad indígena, así lo comprueba. Castro<br />

Pozo, en este interesante estudio, se presenta exento de preconceptos<br />

* Si la evidencia histórica del comunismo inkaiko no apareciese incontestable, la comunidad,<br />

órgano específico de comunismo, bastaría para despejar cualquier duda. El “despotismo”<br />

de los Inkas ha herido, sin embargo, los escrúpulos liberales de algunos espíritus<br />

de nuestro tiempo. Quiero reafirmar aquí la defensa que hice del comunismo inkaico<br />

objetando la tesis de su más reciente impugnador, Augusto Aguirre Morales, autor de la<br />

novela El pueblo del Sol 83 .<br />

El comunismo moderno es una cosa distinta del comunismo inkaico. Esto es lo primero<br />

que necesita aprender y entender el hombre de estudio que explora el Tawantinsuyo.<br />

Uno y otro comunismo son un producto de diferentes experiencias humanas. Pertenecen<br />

a distintas épocas históricas. Constituyen la elaboración de disímiles civilizaciones. La de<br />

los inkas fue una civilización agraria. La de Marx y Sorel es una civilización industrial. En<br />

aquélla el hombre se sometía a la naturaleza. En ésta la naturaleza se somete a veces al<br />

hombre. Es absurdo, por ende, confrontar las formas y las instituciones de uno y otro co-<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

63


liberales. Esto le permite abordar el problema de la “comunidad” con una<br />

mente apta para valorarla y entenderla. Castro Pozo, no sólo nos descubre<br />

que la “comunidad” indígena, malgrado los ataques del formalismo liberal<br />

puesto al servicio de un régimen de feudalidad, es todavía un organismunismo.<br />

Lo único que puede confrontarse es su incorpórea semejanza esencial, dentro<br />

de la diferencia esencial y material de tiempo y de espacio. Y para esta confrontación hace<br />

falta un poco de relativismo histórico. De otra suerte se corre el riesgo cierto de caer en los<br />

clamorosos errores en que ha caído Víctor Andrés Belaúnde en una tentativa de ese género 84 .<br />

Los cronistas de la conquista y de la colonia miraron el panorama indígena con ojos medioevales.<br />

Su testimonio indudablemente no puede ser aceptado, sin beneficio de inventario.<br />

Sus juicios corresponden inflexiblemente a sus puntos de vista españoles y católicos.<br />

Pero Aguirre Morales es, a su turno, víctima del falaz punto de vista. Su posición en el estudio<br />

del imperio inkaico no es una posición relativista. Aguirre considera y examina el<br />

imperio con apriorismos liberales e individualistas. Y piensa que el pueblo inkaico fue un<br />

pueblo esclavo e infeliz porque careció de libertad.<br />

La libertad individual es un aspecto del complejo fenómeno liberal. Una crítica realista<br />

puede definirla como la base jurídica de la civilización capitalista. (Sin el libre arbitrio no<br />

habría libre tráfico, ni libre concurrencia, ni libre industria). Una crítica idealista puede<br />

definirla como una adquisición del espíritu humano en la edad moderna. En ningún caso,<br />

esta libertad cabía en la vida inkaica. El hombre del Tawantinsuyo no sentía absolutamente<br />

ninguna necesidad de libertad individual. Así como no sentía absolutamente, por<br />

ejemplo, ninguna necesidad de libertad de imprenta. La libertad de imprenta puede servirnos<br />

para algo a Aguirre Morales y a mí; pero los indios podían ser felices sin conocerla<br />

y aun sin concebirla. La vida y el espíritu del indio no estaban atormentados por el afán de<br />

especulación y de creación intelectuales. No estaban tampoco subordinados a la necesidad<br />

de comerciar, de contratar, de traficar. ¿Para qué podría servirle, por consiguiente, al<br />

indio esta libertad inventada por nuestra civilización? Si el espíritu de la libertad se reveló<br />

al quechua, fue sin duda en una fórmula o, más bien, en una emoción diferente de la fórmula<br />

liberal, jacobina e individualista de la libertad. La revelación de la libertad, como la<br />

revelación de Dios, varía con las edades, los pueblos y los climas. Consustanciar la idea<br />

abstracta de la libertad con las imágenes concretas de una libertad con gorro frigio –hija<br />

del Protestantismo y del Renacimiento y de la Revolución Francesa– es dejarse coger por<br />

una ilusión que depende tal vez de un mero, aunque no desinteresado, astigmatismo filosófico<br />

de la burguesía y de su democracia.<br />

La tesis de Aguirre, negando el carácter comunista de la sociedad inkaica, descansa íntegramente<br />

en un concepto erróneo. Aguirre parte de la idea de que autocracia y comunismo<br />

son dos términos inconciliables. El régimen inkaico –constata– fue despótico y teocrático;<br />

luego –afirma– no fue comunista.<br />

Mas el comunismo no supone, históricamente, libertad individual ni sufragio popular. La<br />

autocracia y el comunismo son incompatibles en nuestra época; pero no lo fueron en sociedades<br />

primitivas. Hoy un orden nuevo no puede renunciar a ninguno de los progresos<br />

morales de la sociedad moderna. El socialismo contemporáneo –otras épocas han tenido<br />

otros tipos de socialismo que la historia designa con diversos nombres– es la antítesis del<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

64


mo viviente, sino que, a pesar del medio hostil dentro del cual vegeta sofocada<br />

y deformada, manifiesta espontáneamente evidentes posibilidades<br />

de evolución y desarrollo.<br />

liberalismo; pero nace de su entraña y se nutre de su experiencia. No desdeña ninguna de<br />

sus conquistas intelectuales. No escarnece y vilipendia sino sus limitaciones. Aprecia y<br />

comprende todo lo que en la idea liberal hay de positivo: condena y ataca sólo lo que en<br />

esta idea hay de negativo y temporal.<br />

Teocrático y despótico fue, ciertamente, el régimen inkaico. Pero este es un rasgo común<br />

de todos los regímenes de la antigüedad. Todas las monarquías de la historia se han apoyado<br />

en el sentimiento religioso de sus pueblos. El divorcio del poder temporal y del poder<br />

espiritual es un hecho nuevo. Y más que un divorcio es una separación de cuerpos.<br />

Hasta Guillermo de Hohenzollern los monarcas han invocado su derecho divino.<br />

No es posible hablar de tiranía abstractamente. Una tiranía es un hecho concreto. Y es<br />

real sólo en la medida en que oprime la voluntad de un pueblo o en que contraría y sofoca<br />

su impulso vital. Muchas veces, en la antigüedad, un régimen absolutista y teocrático ha<br />

encarnado y representado, por el contrario, esa voluntad y ese impulso. Éste parece haber<br />

sido el caso del imperio inkaico. No creo en la obra taumatúrgica de los Inkas. Juzgo evidente<br />

su capacidad política; pero juzgo no menos evidente que su obra consistió en construir<br />

el imperio con los materiales humanos y los elementos morales allegados por los siglos.<br />

El ayllu –la comunidad–, fue la célula del imperio. Los Inkas hicieron la unidad,<br />

inventaron el imperio; pero no crearon la célula. El Estado jurídico organizado por los<br />

Inkas reprodujo, sin duda, el Estado natural pre-existente. Los Inkas no violentaron<br />

nada. Está bien que se exalte su obra; no que se desprecie y disminuya la gesta milenaria y<br />

multitudinaria de la cual esa obra no es sino una expresión y una consecuencia.<br />

No debe empequeñecer, ni mucho menos negar, lo que en esa obra pertenece a la masa.<br />

Aguirre, literato individualista, se complace en ignorar en la historia a la muchedumbre.<br />

Su mirada de romántico busca exclusivamente al héroe.<br />

Los vestigios de la civilización inkaica declaran unánimemente, contra la requisitoria de<br />

Aguirre Morales. El autor de El pueblo del Sol invoca el testimonio de los millares de huacos<br />

que han desfilado ante sus ojos. Y bien esos huacos 86 dicen que el arte inkaico fue un<br />

arte popular. Y el mejor documento de la civilización inkaica es, acaso, su arte. La cerámica<br />

estilizada sintetista de los indios no puede haber sido producida por un pueblo grosero<br />

y bárbaro.<br />

James George Frazer, –muy distante espiritual y físicamente de los cronistas de la colonia–,<br />

escribe: “Remontando el curso de la historia, se encontrará que no es por un puro<br />

accidente que los primeros grandes pasos hacia la civilización han sido hechos bajo gobiernos<br />

despóticos y teocráticos como los de la China, del Egipto, de Babilonia, de México,<br />

del Perú, países en todos los cuales el jefe supremo exigía y obtenía la obediencia servil<br />

de sus súbditos por su doble carácter de rey y de dios. Sería apenas una exageración decir<br />

que en esa época lejana el despotismo es el más grande amigo de la humanidad y, por paradojal<br />

que esto parezca, de la libertad. Pues después de todo, hay más libertad, en el<br />

mejor sentido de la palabra –libertad de pensar nuestros pensamientos y de modelar<br />

nuestros destinos– bajo el despotismo más absoluto y la tiranía más opresora que bajo la<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

65


Sostiene Castro Pozo, que “el ayllu o comunidad, ha conservado su<br />

natural idiosincrasia, su carácter de institución casi familiar en cuyo seno<br />

continuaron subsistentes, después de la conquista, sus principales factores<br />

constitutivos”*.<br />

En esto se presenta, pues, de acuerdo con Valcárcel, cuyas proposiciones<br />

respecto del ayllu, parecen a algunos excesivamente dominadas<br />

por su ideal de resurgimiento indígena.<br />

¿Qué son y cómo funcionan las “comunidades” actualmente? Castro<br />

Pozo cree que se les puede distinguir conforme a la siguiente clasificación:<br />

“Primero: Comunidades agrícolas; Segundo: Comunidades agrícolas ganaderas;<br />

Tercero: Comunidades de pastos y aguas; y Cuarto: Comunidades<br />

de usufructuación. Debiendo tenerse en cuenta que en un país como<br />

el nuestro, donde una misma institución adquiere diversos caracteres, según<br />

el medio en que se ha desarrollado, ningún tipo de los que en esta clasificación<br />

se presume se encuentra en la realidad, tan preciso y distinto de<br />

los otros que, por sí solo, pudiera objetivarse en un modelo. Todo lo contrario,<br />

en el primer tipo de las comunidades agrícolas se encuentran caracteres<br />

correspondientes a los otros y en éstos, algunos concernientes a<br />

aparente libertad de la vida salvaje, en la cual la suerte del individuo, de la cuna a la tumba,<br />

es vaciada en el molde rígido de las costumbres hereditarias” (The Golden Bough, Part I) 87 .<br />

Aguirre Morales dice que en la sociedad inkaica se desconocía el robo por una simple falta<br />

de imaginación para el mal. Pero no se destruye con una frase de ingenioso humorismo<br />

literario un hecho social que prueba, precisamente, lo que Aguirre se obstina en negar: el<br />

comunismo inkaico. El economista francés Charles Gide piensa que, más exacta que la<br />

célebre fórmula de Proudhon, es la siguiente fórmula: “El robo es la propiedad”. En la<br />

sociedad inkaica no existía el robo porque no existía la propiedad. O, si se quiere, porque<br />

existía una organización socialista de la propiedad.<br />

Invalidemos y anulemos, si hace falta, el testimonio de los cronistas de la colonia. Pero es<br />

el caso que la teoría de Aguirre busca amparo, justamente, en la interpretación, medioeval<br />

en su espíritu, de esos cronistas, de la forma de distribución de las tierras y de los productos.<br />

Los frutos del suelo no son atesorables. No es verosímil, por consiguiente, que las dos terceras<br />

partes fuesen acaparadas para el consumo de los funcionarios y sacerdotes del imperio.<br />

Mucho más verosímil es que los frutos que se supone reservados para los nobles y el<br />

Inka, estuviesen destinados a constituir los depósitos del Estado.<br />

Y que representasen, en suma, un acto de providencia social, peculiar y característico en<br />

un orden socialista.<br />

* Castro Pozo, Nuestra comunidad indígena 88 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

66


aquél; pero como el conjunto de factores externos ha impuesto a cada uno<br />

de estos grupos un determinado género de vida en sus costumbres, usos y<br />

sistemas de trabajo, en sus propiedades e industrias, priman los caracteres<br />

agrícolas, ganaderos, ganaderos en pastos y aguas comunales o sólo los<br />

dos últimos y los de falta absoluta o relativa de propiedad de las tierras y la<br />

usufructuación de éstas por el ayllu que, indudablemente, fue su único<br />

propietario”*.<br />

Estas diferencias se han venido elaborando no por evolución o degeneración<br />

natural de la antigua “comunidad”, sino al influjo de una legislación<br />

dirigida a la individualización de la propiedad y, sobre todo, por<br />

efecto de la expropiación de las tierras comunales en favor del latifundismo.<br />

Demuestran, por ende, la vitalidad del comunismo indígena que impulsa<br />

invariablemente a los aborígenes a variadas formas de cooperación<br />

y asociación. El indio, a pesar de las leyes de cien años de régimen republicano,<br />

no se ha hecho individualista. Y esto no proviene de que sea refractario<br />

al progreso como pretende el simplismo de sus interesados detractores.<br />

Depende, más bien, de que el individualismo, bajo un régimen feudal,<br />

no encuentra las condiciones necesarias para afirmarse y desarrollarse. El<br />

comunismo, en cambio, ha seguido siendo para el indio su única defensa.<br />

El individualismo no puede prosperar, y ni siquiera existe efectivamente,<br />

sino dentro de un régimen de libre concurrencia. Y el indio no se ha sentido<br />

nunca menos libre que cuando se ha sentido solo.<br />

Por esto, en las aldeas indígenas donde se agrupan familias entre las<br />

cuales se han extinguido los vínculos del patrimonio y del trabajo comunitario,<br />

subsisten aún, robustos y tenaces, hábitos de cooperación y solidaridad<br />

que son la expresión empírica de un espíritu comunista. La “comunidad”<br />

corresponde a este espíritu. Es su órgano. Cuando la expropiación y<br />

el reparto parecen liquidar la “comunidad”, el socialismo indígena encuentra<br />

siempre el medio de rehacerla, mantenerla o subrogarla. El trabajo<br />

y la propiedad en común son reemplazados por la cooperación en el trabajo<br />

individual. Como escribe Castro Pozo: “la costumbre ha quedado<br />

reducida a las mingas o reuniones de todo el ayllu para hacer gratuitamen-<br />

* Ibid., pp. 16 y 17.<br />

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te un trabajo en el cerco, acequia o casa de algún comunero, el cual quehacer<br />

efectúan al son de arpas y violines, consumiendo algunas arrobas de<br />

aguardiente de caña, cajetillas de cigarros y mascadas de coca”. Estas costumbres<br />

han llevado a los indígenas a la práctica –incipiente y rudimentaria<br />

por supuesto– del contrato colectivo de trabajo, más bien que del contrato<br />

individual. No son los individuos aislados los que alquilan su trabajo<br />

a un propietario o contratista; son mancomunadamente todos los hombres<br />

útiles de la “parcialidad”.<br />

<strong>LA</strong> “COMUNIDAD” Y EL <strong>LA</strong>TIFUNDIO<br />

La defensa de la “comunidad” indígena no reposa en principios abstractos<br />

de justicia ni en sentimentales consideraciones tradicionalistas, sino<br />

en razones concretas y prácticas de orden económico y social. La propiedad<br />

comunal no representa en el Perú una economía primitiva a la que<br />

haya reemplazado gradualmente una economía progresiva fundada de la<br />

propiedad individual. No; las “comunidades” han sido despojadas de sus<br />

tierras en provecho del latifundio feudal o semifeudal, constitucionalmente<br />

incapaz de progreso técnico*.<br />

En la costa, el latifundio ha evolucionado –desde el punto de vista de<br />

los cultivos–, de la rutina feudal a la técnica capitalista, mientras la comunidad<br />

indígena ha desaparecido como explotación comunista de la sierra.<br />

Pero en la sierra, el latifundio ha conservado íntegramente su carácter feudal,<br />

oponiendo una resistencia mucho mayor que la “comunidad” al desenvolvimiento<br />

de la economía capitalista. La “comunidad”, en efecto,<br />

cuando se ha articulado, por el paso de un ferrocarril, con el sistema comercial<br />

y las vías de transporte centrales, ha llegado a transformarse espontáneamente,<br />

en una cooperativa. Castro Pozo, que como jefe de la sección<br />

de asuntos indígenas del Ministerio de Fomento acopió abundantes<br />

* Escrito este trabajo, encuentro en el libro de Haya de la Torre Por la emancipación de la<br />

América Latina 89 , conceptos que coinciden absolutamente con los míos sobre la cuestión<br />

agraria en general y sobre la comunidad indígena en particular. Partimos de los mismos<br />

puntos de vista, de manera que es forzoso que nuestras conclusiones sean también las<br />

mismas.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

68


datos sobre la vida de las comunidades, señala y destaca el sugestivo caso<br />

de la parcialidad de Muquiyauyo, de la cual dice que representa los caracteres<br />

de las cooperativas de producción, consumo y crédito. “Dueña de<br />

una magnífica instalación o planta eléctrica en las orillas del Mantaro, por<br />

medio de la cual proporciona luz y fuerza motriz, para pequeñas industrias<br />

a los distritos de Jauja, Concepción, Mito, Muqui, Sincos, Huaripampa<br />

y Muquiyauyo, se ha transformado en la institución comunal por<br />

excelencia; en la que no se ha relajado sus costumbres indígenas, y antes<br />

bien han aprovechado de ellas para llevar a cabo la obra de la empresa;<br />

han sabido disponer del dinero que poseían empleándolo en la adquisición<br />

de las grandes maquinarias y ahorrado el valor de la mano de obra<br />

que la ‘parcialidad’ ha ejecutado, lo mismo que si se tratara de la construcción<br />

de un edificio comunal: por mingas en las que hasta las mujeres y niños han<br />

sido elementos útiles en el acarreo de los materiales de construcción”*.<br />

La comparación de la ‘comunidad’ y el latifundio como empresa de<br />

producción agrícola, es desfavorable para el latifundio. Dentro del régimen<br />

capitalista, la gran propiedad sustituye y desaloja a la pequeña propiedad<br />

agrícola por su aptitud para intensificar la producción mediante el<br />

empleo de una técnica avanzada de cultivo. La industrialización de la agricultura,<br />

trae aparejada la concentración de la propiedad agraria. La gran<br />

propiedad aparece entonces justificada por el interés de la producción,<br />

identificado, teóricamente por lo menos, con el interés de la sociedad.<br />

Pero el latifundio no tiene el mismo efecto, ni responde, por consiguiente,<br />

a una necesidad económica. Salvo los casos de las haciendas de caña –que<br />

se dedican a la producción de aguardiente con destino a la intoxicación y<br />

embrutecimiento del campesino indígena–, los cultivos de los latifundios<br />

serranos, son generalmente los mismos de las comunidades. Y las cifras de<br />

la producción no difieren. La falta de estadística agrícola no permite establecer<br />

con exactitud las diferencias parciales; pero todos los datos disponibles<br />

autorizan a sostener que los rendimientos de los cultivos de las<br />

comunidades, no son, en su promedio, inferiores a los cultivos de los latifundios.<br />

La única estadística de producción de la sierra, la del trigo, sufra-<br />

* Castro Pozo, op. cit., pp. 66 y 67.<br />

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ga esta conclusión. Castro Pozo, resumiendo los datos de esta estadística<br />

en 1917-18, escribe lo siguiente: “La cosecha resultó, término medio, en<br />

450 y 580 kilos por cada hectárea para la propiedad comunal e individual,<br />

respectivamente. Si se tiene en cuenta que las mejores tierras de producción<br />

han pasado a poder de los terratenientes, pues la lucha por aquéllas<br />

en los departamentos del sur ha llegado hasta el extremo de eliminar al<br />

poseedor indígena por la violencia o masacrándolo, y que la ignorancia<br />

del comunero lo lleva de preferencia a ocultar los datos exactos relativos<br />

al monto de la cosecha, disminuyéndola por temor de nuevos impuestos o<br />

exacciones de parte de las autoridades políticas subalternas o recaudadores<br />

de éstos; se colegirá fácilmente que la diferencia en la producción por<br />

hectárea a favor del bien de la propiedad individual no es exacta y que razonablemente,<br />

se la debe dar por no existente, por cuanto los medios de<br />

producción y de cultivo, en una y otras propiedades, son idénticos”*.<br />

En la Rusia feudal del siglo pasado, el latifundio tenía rendimientos<br />

mayores que los de la pequeña propiedad. Las cifras en hectolitros y por<br />

hectárea eran las siguientes: para el centeno, 11,5 contra 9,4; para el trigo:<br />

11 contra 9,1; para la avena: 15,4 contra 12,7; para la cebada: 11,5 contra<br />

10,5; para las patatas: 92,3 contra 72**.<br />

El latifundio de la sierra peruana resulta, pues, por debajo del execrado<br />

latifundio de la Rusia zarista como factor de producción.<br />

La “comunidad”, en cambio, de una parte acusa capacidad efectiva<br />

de desarrollo y transformación y de otra parte se presenta como un sistema<br />

de producción que mantiene vivos en el indio los estímulos morales<br />

necesarios para su máximo rendimiento como trabajador. Castro Pozo<br />

hace una observación muy justa cuando escribe que “la comunidad indígena<br />

conserva dos grandes principios económicos sociales que hasta el presente<br />

ni la ciencia sociológica ni el empirismo de los grandes industrialistas han<br />

podido resolver satisfactoriamente: el contrato múltiple del trabajo y la rea-<br />

* Ibid., p. 434.<br />

** Schkaff, op. cit., p. 188.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

70


lización de éste con menor desgaste fisiológico y en un ambiente de agradabilidad,<br />

emulación y compañerismo”*.<br />

Disolviendo o relajando la “comunidad”, el régimen del latifundio<br />

feudal, no sólo ha atacado una institución económica sino también, y sobre<br />

todo, una institución social que defiende la tradición indígena, que<br />

conserva la función de la familia campesina y que traduce ese sentimiento<br />

jurídico popular al que tan alto valor asignan Proudhon y Sorel**.<br />

EL RÉGIMEN <strong>DE</strong> TRABAJO.<br />

SERVIDUMBRE Y SA<strong>LA</strong>RIADO<br />

El régimen de trabajo está determinado principalmente, en la agricultura,<br />

por el régimen de propiedad. No es posible, por tanto, sorprenderse de<br />

que en la misma medida en que sobrevive en el Perú el latifundio feudal,<br />

sobreviva también, bajo diversas formas y con distintos nombres, la servi-<br />

* Castro Pozo, op. cit., p. 47. El autor tiene observaciones muy interesantes sobre los elementos<br />

espirituales de la economía comunitaria. “La energía, perseverancia e interés<br />

–apunta– con que un comunero siega, gavilla el trigo o la cebada, quipicha (quipichar: cargar<br />

a la espalda. Costumbre indígena extendida en toda la sierra. Los cargadores, fleteros<br />

y estibadores de la costa, cargan sobre el hombro) y desfila, a paso ligero, hacia la era alegre,<br />

corriéndole una broma al compañero o sufriendo la del que va detrás halándole el<br />

extremo de la manta, constituyen una tan honda y decisiva diferencia, comparados con la<br />

desidia, frialdad, laxitud del ánimo y, al parecer, cansancio, con que prestan sus servicios<br />

los yanacones, en idénticos trabajos u otros de la misma naturaleza; que a primera vista<br />

salta el abismo que diversifica el valor de ambos estados psicofísicos, y la primera interrogación<br />

que se insinúa al espíritu, es la de ¿qué influencia ejerce en el proceso del trabajo<br />

su objetivación y finalidad concreta e inmediata?”.<br />

** Sorel, que tanta atención ha dedicado a los conceptos de Proudhon y Le Play sobre el<br />

rol de la familia en la estructura y el espíritu de la sociedad, ha considerado con buida y<br />

sagaz penetración “la parte espiritual del medio económico”. Si algo ha echado de menos<br />

en Marx, ha sido un insuficiente espíritu jurídico, aunque haya convenido en que este aspecto<br />

de la producción no escapaba al dialéctico de Treves. “Se sabe –escribe en su Introduction<br />

à L’Economie Moderne– que la observación de las costumbres de las familias de la<br />

plana sajona impresionó mucho a Le Play en el comienzo de sus viajes y ejerció una influencia<br />

decisiva sobre su pensamiento. Me he preguntado si Marx no había pensado en<br />

estas antiguas costumbres cuando ha acusado al capitalismo de hacer del proletario un<br />

hombre sin familia”. Con relación a las observaciones de Castro Pozo, quiero recordar<br />

otro concepto de Sorel: “El trabajo depende, en muy vasta medida, de los sentimientos<br />

que experimentan los obreros ante su tarea”.<br />

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71


dumbre. La diferencia entre la agricultura de la costa y la agricultura de la<br />

sierra, aparece menor en lo que concierne al trabajo que en lo que respecta<br />

a la técnica. La agricultura de la costa ha evolucionado con más o menos<br />

prontitud hacia una técnica capitalista en el cultivo del suelo y la transformación<br />

y comercio de los productos. Pero, en cambio, se ha mantenido<br />

demasiado estacionaria en su criterio y conducta respecto al trabajo.<br />

Acerca del trabajador, el latifundio colonial no ha renunciado a sus hábitos<br />

feudales sino cuando las circunstancias se lo han exigido de modo perentorio.<br />

Este fenómeno se explica, no sólo por el hecho de haber conservado<br />

la propiedad de la tierra los antiguos señores feudales, que han adoptado,<br />

como intermediarios del capital extranjero, la práctica, mas no el espíritu<br />

del capitalismo moderno. Se explica además por la mentalidad colonial de<br />

esta casta de propietarios, acostumbrados a considerar el trabajo con el<br />

criterio de esclavistas y “negreros”. En Europa, el señor feudal encarnaba,<br />

hasta cierto punto, la primitiva tradición patriarcal, de suerte que respecto<br />

de sus siervos se sentía naturalmente superior, pero no étnica ni nacionalmente<br />

diverso. Al propio terrateniente aristócrata de Europa le ha sido<br />

dable aceptar un nuevo concepto y una nueva práctica en sus relaciones<br />

con el trabajador de la tierra. En la América colonial, mientras tanto, se ha<br />

opuesto a esta evolución, la orgullosa y arraigada convicción del blanco,<br />

de la inferioridad de los hombres de color.<br />

En la costa peruana, el trabajador de la tierra, cuando no ha sido el<br />

indio, ha sido el negro esclavo, el coolí chino, mirados, si cabe, con mayor<br />

desprecio. En el latifundista costeño, han actuado a la vez los sentimientos<br />

del aristócrata medioeval y del colonizador blanco, saturados de prejuicios<br />

de raza.<br />

El yanaconazgo y el “enganche” no son la única expresión de la subsistencia<br />

de métodos más o menos feudales en la agricultura costeña. El<br />

ambiente de la hacienda se mantiene íntegramente señorial. Las leyes del<br />

Estado no son válidas en el latifundio, mientras no obtienen el consenso<br />

tácito o formal de los grandes propietarios. La autoridad de los funcionarios<br />

políticos o administrativos, se encuentra de hecho sometida a la autoridad<br />

del terrateniente en el territorio de su dominio. Este considera prác-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

72


ticamente a su latifundio fuera de la potestad del Estado, sin preocuparse<br />

mínimamente de los derechos civiles de la población que vive dentro de<br />

los confines de su propiedad. Cobra arbitrios, otorga monopolios, establece<br />

sanciones contrarias siempre a la libertad de los braceros y de sus<br />

familias. Los transportes, los negocios y hasta las costumbres están sujetas<br />

al control del propietario dentro de la hacienda. Y con frecuencia las rancherías<br />

que alojan a la población obrera, no difieren grandemente de los<br />

galpones que albergaban a la población esclava.<br />

Los grandes propietarios costeños no tienen legalmente este orden de<br />

derechos feudales o semifeudales; pero su condición de clase dominante y<br />

el acaparamiento ilimitado de la propiedad de la tierra en un territorio<br />

sin industrias y sin transportes les permite prácticamente un poder casi<br />

incontrolable. Mediante el “enganche” y el yanaconazgo, los grandes propietarios<br />

resisten al establecimiento del régimen del salario libre, funcionalmente<br />

necesario en una economía liberal y capitalista. El “enganche”,<br />

que priva al bracero del derecho de disponer de su persona y su trabajo,<br />

mientras no satisfaga las obligaciones contraídas con el propietario, desciende<br />

inequívocamente del tráfico semiesclavista de coolíes; el yanaconazgo<br />

es una variedad del sistema de servidumbre a través del cual se ha<br />

prolongado la feudalidad hasta nuestra edad capitalista en los pueblos<br />

política y económicamente retardados. El sistema peruano del yanaconazgo<br />

se identifica, por ejemplo, con el sistema ruso del polovnischestvo<br />

dentro del cual los frutos de la tierra, en unos casos, se dividían en partes<br />

iguales entre el propietario y el campesino y en otros casos este último no<br />

recibía sino una tercera parte*.<br />

La escasa población de la costa representa para las empresas agrícolas<br />

una constante amenaza de carencia o insuficiencia de brazos. El yanaconazgo<br />

vincula a la tierra a la poca población regnícola, que sin esta mínima<br />

garantía de usufructo de tierra, tendería a disminuir y emigrar. El “enganche”<br />

asegura a la agricultura de la costa el concurso de los braceros de la<br />

sierra que, si bien encuentran en las haciendas costeñas un suelo y un medio<br />

extraño, obtienen al menos un trabajo mejor remunerado.<br />

* Schkaff, op. cit., p. 135.<br />

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73


Esto indica que, a pesar de todo y aunque no sea sino aparente o parcialmente*<br />

la situación del bracero en los fundos de la costa es mejor que<br />

en los feudos de la sierra, donde el feudalismo mantiene intacta su omnipotencia.<br />

Los terratenientes costeños, se ven obligados a admitir, aunque<br />

sea restringido y atenuado, el régimen del salario y del trabajo libres. El carácter<br />

capitalista de sus empresas los constriñe a la concurrencia. El bracero<br />

conserva, aunque sólo sea relativamente, su libertad de emigrar así<br />

como de rehusar su fuerza de trabajo al patrón que lo oprime demasiado.<br />

La vecindad de puertos y ciudades; la conexión con las vías modernas de<br />

tráfico y comercio, ofrecen, de otro lado, al bracero, la posibilidad de escapar<br />

a su destino rural y de ensayar otro medio de ganar su subsistencia.<br />

Si la agricultura de la costa hubiera tenido otro carácter, más progresista,<br />

más capitalista, habría tendido a resolver de manera lógica, el problema<br />

de los brazos sobre el cual tanto se ha declamado. Propietarios más<br />

avisados, se habrían dado cuenta de que, tal como funciona hasta ahora, el<br />

latifundio es un agente de despoblación y de que, por consiguiente, el problema<br />

de los brazos constituye una de sus más claras y lógicas consecuencias**.<br />

En la misma medida en que progresa en la agricultura de la costa la<br />

técnica capitalista, el salariado reemplazaba al yanaconazgo. El cultivo<br />

científico –empleo de máquinas, abonos, etc.– no se aviene con un régimen<br />

de trabajo peculiar de una agricultura rutinaria y primitiva. Pero el<br />

factor demográfico –el “problema de los brazos”–, opone una resistencia<br />

seria a este proceso de desarrollo capitalista. El yanaconazgo y sus variedades<br />

sirven para mantener en los valles una base demográfica que garantice<br />

a las negociaciones el mínimo de brazos necesarios para las labores<br />

permanentes. El jornalero inmigrante no ofrece las mismas seguridades<br />

* No hay que olvidar, por lo que toca a los braceros serranos, el efecto extenuante de la<br />

costa cálida e insalubre en el organismo del indio de la sierra, presa segura del paludismo,<br />

que lo amenaza y predispone a la tuberculosis. Tampoco hay que olvidar el profundo apego<br />

del indio a sus lares y a su naturaleza. En la costa se siente un exilado, un mitimae.<br />

** Una de las constataciones más importantes a que este tópico conduce es la de la íntima<br />

solidaridad de nuestro problema agrario con nuestro problema demográfico. La concentración<br />

de las tierras en manos de los gamonales constituye un freno, un cáncer de la demografía<br />

nacional. Sólo cuando se haya roto esa traba del progreso peruano, se habrá<br />

adoptado realmente el principio sud-americano: “Gobernar es poblar”.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

74


de continuidad en el trabajo que el colono nativo o el yanacón regnícola.<br />

Este último, representa, además, el arraigo de una familia campesina, cuyos<br />

hijos mayores se encontrarán más o menos forzados a alquilar sus brazos<br />

al hacendado.<br />

La constatación de este hecho, conduce ahora a los propios grandes<br />

propietarios a considerar la conveniencia de establecer muy gradual y<br />

prudentemente, sin sombra de ataque a sus intereses, colonias o núcleos<br />

de pequeños propietarios. Una parte de las tierras irrigadas en el Imperial<br />

90 han sido reservadas así a la pequeña propiedad. Hay el propósito de<br />

aplicar el mismo principio en las otras zonas donde se realizan trabajos de<br />

irrigación. Un rico propietario inteligente y experimentado que conversaba<br />

conmigo últimamente, me decía que la existencia de la pequeña propiedad,<br />

al lado de la gran propiedad, era indispensable a la formación de<br />

una población rural, sin la cual la explotación de la tierra, estará siempre a<br />

merced de las posibilidades de la inmigración o del “enganche”. El programa<br />

de la Compañía de Subdivisión Agraria, es otra de las expresiones<br />

de una política agraria tendiente al establecimiento paulatino de la pequeña<br />

propiedad*.<br />

Pero, como esta política evita sistemáticamente la expropiación, o,<br />

más precisamente, la expropiación en vasta escala por el Estado, por razón<br />

de utilidad pública o justicia distributiva, y sus restringidas posibilidades<br />

de desenvolvimiento, están por el momento circunscritas a pocos<br />

valles, no resulta probable que la pequeña propiedad reemplace oportuna<br />

* El proyecto concebido por el Gobierno con objeto de crear la pequeña propiedad agraria<br />

se inspira en el criterio económico liberal y capitalista. En la costa su aplicación, subordinada<br />

a la expropiación de fundos y a la irrigación de tierras eriazas, puede corresponder<br />

aun a posibilidades más o menos amplias de Colonización 91 . En la sierra sus<br />

efectos serían mucho más restringidos y dudosos. Como todas las tentativas de dotación<br />

de tierras, que registra nuestra historia republicana, se caracteriza por su prescindencia<br />

del valor social de la “comunidad” y por su timidez ante el latifundista cuyos intereses salvaguarda<br />

con expresivo celo. Estableciendo el pago de la parcela al contado o en 20 anualidades,<br />

resulta inaplicable en las regiones de sierra donde no existe todavía una economía<br />

comercial monetaria. El pago, en estos casos, debería ser estipulado no en dinero sino<br />

en productos. El sistema del Estado de adquirir fundos para repartirlos entre los indios<br />

manifiesta un extremado miramiento por los latifundistas, a los cuales ofrece la ocasión<br />

de vender fundos poco productivos o mal explotados, en condiciones ventajosas.<br />

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75


y ampliamente al yanaconazgo en su función demográfica. En los valles a<br />

los cuales el “enganche” de braceros de la sierra no sea capaz de abastecer<br />

de brazos, en condiciones ventajosas para los hacendados, el yanaconazgo<br />

subsistirá, pues, por algún tiempo, en sus diversas variedades, junto con el<br />

salariado.<br />

Las formas de yanaconazgo, aparcería o arrendamiento, varían en la<br />

costa y en la sierra según las regiones, los usos o los cultivos. Tienen también<br />

diversos nombres. Pero en su misma variedad se identifican en general<br />

con los métodos precapitalistas de explotación de la tierra observados<br />

en otros países de agricultura semifeudal. Verbigracia, en la Rusia zarista.<br />

El sistema del otrabotki ruso presentaba todas las variedades del arrendamiento<br />

por trabajo, dinero o frutos existentes en el Perú. Para comprobarlo<br />

no hay sino que leer lo que acerca de ese sistema escribe Schkaff en su<br />

documentado libro sobre la cuestión agraria en Rusia: “Entre el antiguo<br />

trabajo servil en que la violencia o la coacción juegan un rol tan grande y el<br />

trabajo libre en que la única coacción que subsiste es una coacción puramente<br />

económica, aparece todo un sistema transitorio de formas extremadamente<br />

variadas que unen los rasgos de la barchtchina y del salariado.<br />

Es el otrabototschnaía sistema. El salario es pagado sea en dinero en caso<br />

de locación de servicios, sea en productos, sea en tierra; en este último<br />

caso (otrabotki en el sentido estricto de la palabra) el propietario presta su<br />

tierra al campesino a guisa de salario por el trabajo efectuado por éste en<br />

los campos señoriales”. “El pago del trabajo, en el sistema de otrabotki, es<br />

siempre inferior al salario de libre alquiler capitalista. La retribución en<br />

productos hace a los propietarios más independientes de las variaciones<br />

de precios observadas en los mercados del trigo y del trabajo. Encuentran<br />

en los campesinos de su vecindad una mano de obra más barata y gozan así<br />

de un verdadero monopolio local”. “El arrendamiento pagado por el<br />

campesino reviste formas diversas: a veces, además de su trabajo, el campesino<br />

debe dar dinero y productos. Por una deciatina que recibirá, se<br />

comprometerá a trabajar una y media deciatina de tierra señorial, a dar<br />

diez huevos y una gallina. Entregará también el estiércol de su ganado,<br />

pues todo, hasta el estiércol, se vuelve objeto de pago. Frecuentemente<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

76


aún el campesino se obliga “a hacer todo lo que exigirá el propietario”, a<br />

transportar las cosechas, a cortar la leña, a cargar los fardos”*.<br />

En la agricultura de la sierra se encuentran particular y exactamente<br />

estos rasgos de propiedad y trabajo feudal. El régimen del salario libre no<br />

se ha desarrollado ahí. El hacendado no se preocupa de la productividad<br />

de las tierras. Sólo se preocupa de su rentabilidad. Los factores de la producción<br />

se reducen para él casi únicamente a dos: la tierra y el indio. La<br />

propiedad de la tierra le permite explotar ilimitadamente la fuerza de trabajo<br />

del indio. La usura practicada sobre esta fuerza de trabajo –que se<br />

traduce en la miseria del indio–, se suma a la renta de la tierra, calculada al<br />

tipo usual de arrendamiento. El hacendado se reserva las mejores tierras y<br />

reparte las menos productivas entre sus braceros indios, quienes se obligan<br />

a trabajar de preferencia y gratuitamente las primeras y a contentarse<br />

para su sustento con los frutos de las segundas. El arrendamiento del suelo<br />

es pagado por el indio en trabajo o frutos, muy rara vez en dinero (por<br />

ser la fuerza del indio lo que mayor valor tiene para el propietario), más<br />

comúnmente en formas combinadas o mixtas. Un estudio del doctor Ponce<br />

de León de la Universidad del Cuzco, que entre otros informes tengo<br />

a la vista, y que revista con documentación de primera mano todas las variedades<br />

de arrendamiento y yanaconazgo en ese vasto departamento,<br />

presenta un cuadro bastante objetivo –a pesar de las conclusiones del autor,<br />

respetuosas de los privilegios de los propietarios–, de la explotación<br />

feudal. He aquí algunas de sus constataciones: “En la provincia de Paucartambo<br />

el propietario concede el uso de sus terrenos a un grupo de indígenas<br />

con la condición de que hagan todo el trabajo que requiere el cultivo<br />

de los terrenos de la hacienda, que se ha reservado el dueño o patrón.<br />

Generalmente trabajan tres días alternativos por semana durante todo el<br />

año. Tienen además los arrendatarios o ‘yanaconas’ como se les llama en<br />

esta provincia, la obligación de acarrear en sus propias bestias la cosecha<br />

del hacendado a esta ciudad sin remuneración; y la de servir de pongos 92<br />

en la misma hacienda o más comúnmente en el Cuzco, donde preferentemente<br />

residen los propietarios”. “Cosa igual ocurre en Chumbivilcas. Los<br />

* Schkaff, op. cit., pp. 133, 134 y 135.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

77


arrendatarios cultivan la extensión que pueden, debiendo en cambio trabajar<br />

para el patrón cuantas veces lo exija. Esta forma de arrendamiento<br />

puede simplificarse así: el propietario propone al arrendatario: utiliza la<br />

extensión de terreno que ‘puedas’, con la condición de trabajar en mi provecho<br />

siempre que yo lo necesite”. “En la provincia de Anta el propietario<br />

cede el uso de sus terrenos en las siguientes condiciones: el arrendatario<br />

pone de su parte el capital (semilla, abonos) y el trabajo necesario para que<br />

el cultivo se realice hasta sus últimos momentos (cosecha). Una vez concluido,<br />

el arrendatario y el propietario se dividen por partes iguales todos<br />

los productos. Es decir que cada uno de ellos recoge el 50 por ciento de la<br />

producción, sin que el propietario haya hecho otra cosa que ceder el uso<br />

de sus terrenos sin abonarlos siquiera. Pero no es esto todo. El aparcero<br />

está obligado a concurrir personalmente a los trabajos del propietario, si<br />

bien con la remuneración acostumbrada de 25 centavos diarios”*.<br />

La confrontación entre estos datos y los de Schkaff, basta para persuadir<br />

de que ninguna de las sombrías fases de la propiedad y el trabajo<br />

precapitalista falta en la sierra feudal.<br />

“COLONIALISMO” <strong>DE</strong> NUESTRA AGRICULTURA COSTEÑA<br />

El grado de desarrollo alcanzado por la industrialización de la agricultura,<br />

bajo un régimen y una técnica capitalistas, en los valles de la costa, tiene su<br />

principal factor en el interesamiento del capital británico y norteamericano<br />

en la producción peruana de azúcar y algodón. De la extensión de estos<br />

cultivos no es un agente primario la aptitud industrial ni la capacidad capitalista<br />

de los terratenientes. Estos dedican sus tierras a la producción de<br />

algodón y caña financiados o habilitados por fuertes firmas exportadoras.<br />

Las mejores tierras de los valles de la costa están sembradas de algodón<br />

y caña, no precisamente porque sean apropiadas sólo a estos cultivos,<br />

sino porque únicamente ellos importan, en la actualidad, a los comerciantes<br />

ingleses y yanquis. El crédito agrícola –subordinado absolutamente a<br />

* Francisco Ponce de León, Sistemas de arrendamiento de terrenos del cultivo en el departamento<br />

del Cuzco y el problema de la tierra 93 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

78


los intereses de estas firmas, mientras no se establezca el Banco Agrícola<br />

Nacional–, no impulsa ningún otro cultivo. Los de frutos alimenticios,<br />

destinados al mercado interno, están generalmente en manos de pequeños<br />

propietarios y arrendatarios. Sólo en los valles de Lima, por la vecindad<br />

de mercados urbanos de importancia, existen fundos extensos dedicados<br />

por sus propietarios a la producción de frutos alimenticios. En las<br />

haciendas algodoneras o azucareras, no se cultiva estos frutos, en muchos<br />

casos, ni en la medida necesaria para el abastecimiento de la propia población<br />

rural.<br />

El mismo pequeño propietario, o pequeño arrendatario, se encuentra<br />

empujado al cultivo del algodón por esta corriente que tan poco tiene en<br />

cuenta las necesidades particulares de la economía nacional. El desplazamiento<br />

de los tradicionales cultivos alimenticios por el del algodón en las<br />

campiñas de la costa donde subsiste la pequeña propiedad, ha constituido<br />

una de las causas más visibles del encarecimiento de las subsistencias en<br />

las poblaciones de la costa.<br />

Casi únicamente para el cultivo del algodón, el agricultor encuentra<br />

facilidades comerciales. Las habilitaciones están reservadas, de arriba<br />

abajo, casi exclusivamente al algodonero. La producción de algodón no<br />

está regida por ningún criterio de economía nacional. Se produce para el<br />

mercado mundial, sin un control que prevea en el interés de esta economía,<br />

las posibles bajas de los precios derivados de períodos de crisis industrial<br />

o de superproducción algodonera.<br />

Un ganadero me observaba últimamente que, mientras sobre una cosecha<br />

de algodón el crédito que se puede conseguir no está limitado sino<br />

por las fluctuaciones de los precios, sobre un rebaño o un criadero, el crédito<br />

es completamente convencional o inseguro. Los ganaderos de la costa<br />

no pueden contar con préstamos bancarios considerables para el desarrollo<br />

de sus negocios. En la misma condición, están todos los agricultores<br />

que no pueden ofrecer como garantía de sus empréstitos, cosechas de algodón<br />

o caña de azúcar.<br />

Si las necesidades del consumo nacional estuviesen satisfechas por la<br />

producción agrícola del país, este fenómeno no tendría ciertamente tanto<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

79


de artificial. Pero no es así. El suelo del país no produce aún todo lo que la<br />

población necesita para su subsistencia. El capítulo más alto de nuestras<br />

importaciones es el de “víveres y especias”: Lp. 3.620.235, en el año 1924.<br />

Esta cifra, dentro de una importación total de dieciocho millones de libras,<br />

denuncia uno de los problemas de nuestra economía. No es posible<br />

la supresión de todas nuestras importaciones de víveres y especias, pero sí<br />

de sus más fuertes renglones. El más grueso de todos es la importación de<br />

trigo y harina, que en 1924 ascendió a más de doce millones de soles.<br />

Un interés urgente y claro de la economía peruana exige, desde hace<br />

mucho tiempo, que el país produzca el trigo necesario para el pan de su<br />

población. Si este objetivo hubiese sido alcanzado, el Perú no tendría ya<br />

que seguir pagando al extranjero doce o más millones de soles al año por el<br />

trigo que consumen las ciudades de la costa.<br />

¿Por qué no se ha resuelto este problema de nuestra economía? No es<br />

sólo porque el Estado no se ha preocupado aún de hacer una política de<br />

subsistencia. Tampoco es, repito, porque el cultivo de la caña y el de algodón<br />

son los más adecuados al suelo y al clima de la costa. Uno solo de los<br />

valles, uno solo de los llanos interandinos –que algunos kilómetros de ferrocarriles<br />

y caminos abrirían al tráfico– puede abastecer superabundantemente<br />

de trigo, cebada, etc., a toda la población del Perú. En la misma<br />

costa, los españoles cultivaron trigo en los primeros tiempos de la colonia,<br />

hasta el cataclismo que mudó las condiciones climatéricas del litoral 94 . No<br />

se estudió posteriormente en forma científica y orgánica, la posibilidad de<br />

establecer ese cultivo. Y el experimento practicado en el Norte, en tierras<br />

del “Salamanca”, demuestra que existen variedades de trigo resistentes a<br />

las plagas que atacan en la costa este cereal y que la pereza criolla, hasta<br />

este experimento, parecía haber renunciado a vencer*.<br />

El obstáculo, la resistencia a una solución, se encuentra en la estructura<br />

misma de la economía peruana. La economía del Perú, es una economía<br />

* Los experimentos recientemente practicados, en distintos puntos de la Costa, por la<br />

Comisión Impulsora del Cultivo del Trigo, han tenido, según se anuncia, éxito satisfactorio.<br />

Se ha obtenido apreciables rendimientos de la variedad “Kappli Emmer”, –inmune a<br />

la “roya”– aun en las “lomas”.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

80


colonial. Su movimiento, su desarrollo, están subordinados a los intereses<br />

y a las necesidades de los mercados de Londres y de Nueva York. Estos<br />

mercados miran en el Perú un depósito de materias primas y una plaza<br />

para sus manufacturas. La agricultura peruana obtiene, por eso, créditos y<br />

transportes sólo para los productos que puede ofrecer con ventaja en los<br />

grandes mercados. La finanza extranjera se interesa un día por el caucho,<br />

otro día por el algodón, otro día por el azúcar. El día en que Londres puede<br />

recibir un producto a mejor precio y en cantidad suficiente de la India<br />

o del Egipto, abandona instantáneamente a su propia suerte a sus proveedores<br />

del Perú. Nuestros latifundistas, nuestros terratenientes, cualesquiera<br />

que sean las ilusiones que se hagan de su independencia, no actúan<br />

en realidad sino como intermediarios o agentes del capitalismo extranjero.<br />

PROPOSICIONES FINALES<br />

A las proposiciones fundamentales, expuestas ya en este estudio, sobre los<br />

aspectos presentes de la cuestión agraria en el Perú, debo agregar las siguientes:<br />

1 o El carácter de la propiedad agraria en el Perú se presenta como una<br />

de las mayores trabas del propio desarrollo del capitalismo nacional. Es<br />

muy elevado el porcentaje de las tierras, explotadas por arrendatarios<br />

grandes o medios, que pertenecen a terratenientes que jamás han manejado<br />

sus fundos. Estos terratenientes, por completo extraños y ausentes de<br />

la agricultura y de sus problemas, viven de su renta territorial sin dar ningún<br />

aporte de trabajo ni de inteligencia a la actividad económica del país.<br />

Corresponden a la categoría del aristócrata o del rentista, consumidor<br />

improductivo. Por sus hereditarios derechos de propiedad perciben un<br />

arrendamiento que se puede considerar como un canon feudal. El agricultor<br />

arrendatario corresponde, en cambio, con más o menos propiedad,<br />

al tipo de jefe de empresa capitalista. Dentro de un verdadero sistema capitalista,<br />

la plusvalía obtenida por su empresa debería beneficiar a este industrial<br />

y al capital que financiase sus trabajos. El dominio de la tierra por<br />

una clase de rentistas, impone a la producción la pesada carga de sostener<br />

una renta que no está sujeta a los eventuales descensos de los productos<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

81


agrícolas. El arrendamiento no encuentra, generalmente en este sistema,<br />

todos los estímulos indispensables para efectuar los trabajos de perfecta<br />

valorización de las tierras y de sus cultivos e instalaciones. El temor a un<br />

aumento de la locación, al vencimiento de su escritura, lo induce a una<br />

gran parsimonia en las inversiones. La ambición del agricultor arrendatario<br />

es, por supuesto, convertirse en propietario; pero su propio empeño<br />

contribuye al encarecimiento de la propiedad agraria en provecho de los<br />

latifundistas. Las condiciones incipientes del crédito agrícola en el Perú<br />

impiden una más intensa expropiación capitalista de la tierra para esta<br />

clase de industriales. La explotación capitalista e industrialista de la tierra,<br />

que requiere para su libre y pleno desenvolvimiento de la eliminación<br />

de todo canon feudal, avanza por esto en nuestro país con suma lentitud.<br />

Hay aquí un problema, evidente no sólo para un criterio socialista sino<br />

también para un criterio capitalista. Formulando un principio que integra<br />

el programa agrario de la burguesía liberal francesa, Edouard Herriot<br />

afirma que “la tierra exige la presencia real”*. No está demás remarcar que<br />

a este respecto el Occidente no aventaja por cierto al Oriente, puesto que<br />

la ley mahometana establece, como lo observa Charles Gide, que “la tierra<br />

pertenece al que la fecunda y vivifica”.<br />

2 o El latifundismo subsistente en el Perú se acusa, de otro lado, como<br />

la más grave barrera para la inmigración blanca. La inmigración que podemos<br />

esperar es, por obvias razones, de campesinos provenientes de Italia,<br />

de Europa Central y de los Balkanes. La población urbana occidental<br />

emigra en mucha menor escala y los obreros industriales saben, además,<br />

que tienen muy poco que hacer en la América Latina. Y bien. El campesino<br />

europeo no viene a América para trabajar como bracero, sino en los<br />

casos en que el alto salario le consiente ahorrar largamente. Y éste no es el<br />

caso del Perú. Ni el más miserable labrador de Polonia o de Rumania<br />

aceptaría el tenor de vida de nuestros jornaleros de las haciendas de caña o<br />

algodón. Su aspiración es devenir pequeño propietario. Para que nuestros<br />

campos estén en grado de atraer esta inmigración, es indispensable que<br />

puedan brindarle tierras dotadas de viviendas, animales y herramientas y<br />

* Herriot, Créer 95 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

82


comunicadas con ferrocarriles y mercados. Un funcionario o propagandista<br />

del fascismo, que visitó el Perú hace aproximadamente tres años,<br />

declaró en los diarios locales que nuestro régimen de gran propiedad era<br />

incompatible con un programa de colonización e inmigración capaz de<br />

atraer al campesino italiano.<br />

3 o El enfeudamiento de la agricultura de la costa a los intereses de los<br />

capitales y los mercados británicos y americanos, se opone no sólo a que se<br />

organice y desarrolle de acuerdo con las necesidades específicas de la economía<br />

nacional –esto es asegurando primeramente el abastecimiento de la<br />

población– sino también a que ensaye y adopte nuevos cultivos. La mayor<br />

empresa acometida en este orden en los últimos años –la de las plantaciones<br />

de tabaco de Tumbes– ha sido posible sólo por la intervención del Estado.<br />

Este hecho abona mejor que ningún otro la tesis de que la política<br />

liberal del laissez faire, que tan pobres frutos ha dado en el Perú, debe ser<br />

definitivamente reemplazada por una política social de nacionalización<br />

de las grandes fuentes de riqueza.<br />

4 o La propiedad agraria de la costa, no obstante los tiempos prósperos<br />

de que ha gozado, se muestra hasta ahora incapaz de atender los problemas<br />

de la salubridad rural, en la medida que el Estado exige y que es,<br />

desde luego, asaz modesta. Los requerimientos de la Dirección de Salubridad<br />

Pública a los hacendados, no consiguen aún el cumplimiento de<br />

las disposiciones vigentes contra el paludismo. No se ha obtenido siquiera<br />

un mejoramiento general de las rancherías. Está probado que la población<br />

rural de la costa arroja los más altos índices de mortalidad y morbilidad<br />

del país. (Exceptúase naturalmente los de las regiones excesivamente<br />

mórbidas de la selva). La estadística demográfica del distrito rural de Pativilca<br />

acusaba hace tres años una mortalidad superior a la natalidad. Las<br />

obras de irrigación, como lo observa el ingeniero Sutton a propósito de la<br />

de Olmos, comportan posiblemente la más radical solución del problema<br />

de las paludes o pantanos. Pero, sin las obras de aprovechamiento de las<br />

aguas sobrantes del río Chancay realizadas en Huacho por el señor Antonio<br />

Grana 96 , a quien se debe también un interesante plan de colonización,<br />

y sin las obras de aprovechamiento de las aguas del subsuelo practicadas<br />

en Chiclín y alguna otra negociación del Norte, la acción del capital priva-<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

83


do en la irrigación de la costa peruana resultaría verdaderamente insignificante<br />

en los últimos años.<br />

5 o En la sierra, el feudalismo agrario sobreviviente se muestra del todo<br />

inepto como creador de riqueza y de progreso. Excepción hecha de las<br />

negociaciones ganaderas que exportan lana y alguna otra, en los valles y<br />

planicies serranos el latifundio tiene una producción miserable. Los rendimientos<br />

del suelo son ínfimos; los métodos de trabajo, primitivos. Un<br />

órgano de la prensa local decía una vez que en la sierra peruana el gamonal<br />

aparece relativamente tan pobre como el indio. Este argumento –que resulta<br />

completamente nulo dentro de un criterio de relatividad– lejos de<br />

justificar al gamonal, lo condena inapelablemente. Porque para la economía<br />

moderna –entendida como ciencia objetiva y concreta– la única justificación<br />

del capitalismo y de sus capitanes de industria y de finanzas está<br />

en su función de creadores de riqueza. En el plano económico, el señor<br />

feudal o gamonal es el primer responsable del poco valor de sus dominios.<br />

Ya hemos visto cómo este latifundista no se preocupa de la productividad<br />

sino de la rentabilidad de la tierra. Ya hemos visto también cómo, a pesar<br />

de ser sus tierras las mejores, sus cifras de producción no son mayores que<br />

las obtenidas por el indio, con su primitivo equipo de labranza, en sus<br />

magras tierras comunales. El gamonal, como factor económico, está pues,<br />

completamente descalificado.<br />

6 o Como explicación de este fenómeno se dice que la situación económica<br />

de la agricultura de la sierra depende absolutamente de las vías de<br />

comunicación y transporte. Quienes así razonan no entienden sin duda la<br />

diferencia orgánica, fundamental, que existe entre una economía feudal o<br />

semifeudal y una economía capitalista. No comprenden que el tipo patriarcal<br />

primitivo de terrateniente feudal es sustancialmente distinto del<br />

tipo del moderno jefe de empresa. De otro lado el gamonalismo y el latifundismo<br />

aparecen también como un obstáculo hasta para la ejecución<br />

del propio programa vial que el Estado sigue actualmente. Los abusos e<br />

intereses de los gamonales se oponen totalmente a una recta aplicación de<br />

la ley de conscripción vial. El indio la mira instintivamente como una arma<br />

del gamonalismo. Dentro del régimen inkaico, el servicio vial debidamen-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

84


te establecido sería un servicio público obligatorio, del todo compatible<br />

con los principios del socialismo moderno; dentro del régimen colonial de<br />

latifundio y servidumbre, el mismo servicio adquiere el carácter odioso de<br />

una “mita”.<br />

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85


EL PROCESO <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> INSTRUCCIÓN PÚBLICA<br />

<strong>LA</strong> HERENCIA COLONIAL Y <strong>LA</strong>S INFLUENCIAS<br />

FRANCESA Y NORTEAMERICANA<br />

TRES INFLUENCIAS se suceden en el proceso de la instrucción en la República:<br />

la influencia o, mejor, la herencia española, la influencia francesa<br />

y la influencia norteamericana. Pero sólo la española logra en su tiempo<br />

un dominio completo. Las otras dos se insertan mediocremente en el cuadro<br />

español, sin alterar demasiado sus líneas fundamentales.<br />

La historia de la instrucción pública en el Perú se divide así en los tres<br />

períodos que señalan estas tres influencias*. Los límites de cada período<br />

no son muy precisos. Pero en el Perú este es un defecto común a casi todos<br />

los fenómenos y a casi todas las cosas. Hasta en los hombres rara vez se<br />

observa un contorno neto, un perfil categórico. Todo aparece siempre un<br />

poco borroso, un poco confuso.<br />

En el proceso de la instrucción pública, como en otros aspectos de<br />

nuestra vida, se constata la superposición de elementos extranjeros combinados,<br />

insuficientemente aclimatados. El problema está en las raíces<br />

mismas de este Perú hijo de la conquista. No somos un pueblo que asimila<br />

las ideas y los hombres de otras naciones, impregnándolas de su sentimiento<br />

y su ambiente, y que de esta suerte enriquece, sin deformarlo, su<br />

espíritu nacional. Somos un pueblo en el que conviven, sin fusionarse aún,<br />

sin entenderse todavía, indígenas y conquistadores. La República se sien-<br />

* La participación de educadores belgas, alemanes, italianos, ingleses, etc., en el desarrollo<br />

de nuestra educación pública, es episódica y contingente y no implica una orientación<br />

de nuestra política educacional.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

86


te y hasta se confiesa solidaria con el Virreinato. Como el Virreinato, la<br />

República es el Perú de los colonizadores, más que de los regnícolas. El<br />

sentimiento y el interés de las cuatro quintas partes de la población no juegan<br />

casi ningún rol en la formación de la nacionalidad y de sus instituciones.<br />

La educación nacional, por consiguiente, no tiene un espíritu nacional:<br />

tiene más bien un espíritu colonial y colonizador. Cuando en sus programas<br />

de instrucción pública el Estado se refiere a los indios, no se refiere a<br />

ellos como a peruanos iguales a todos los demás. Los considera como una<br />

raza inferior. La República no se diferencia en este terreno del Virreinato.<br />

España nos legó, de otro lado, un sentido aristocrático y un concepto<br />

eclesiástico y literario de la enseñanza. Dentro de este concepto, que cerraba<br />

las puertas de la Universidad a los mestizos, la cultura era un privilegio<br />

de casta. El pueblo no tenía derecho a la instrucción. La enseñanza tenía<br />

por objeto formar clérigos y doctores.<br />

La revolución de la independencia, alimentada de ideología jacobina,<br />

produjo temporalmente la adopción de principios igualitarios. Pero este<br />

igualitarismo verbal no tenía en mira, realmente, sino al criollo. Ignoraba<br />

al indio. La República, además, nacía en la miseria. No podía permitirse el<br />

lujo de una amplia política educacional.<br />

La generosa concepción de Condorcet 97 no se contó entre los pensamientos<br />

tomados en préstamo por nuestros liberales a la gran Revolución.<br />

Prácticamente subsistió, en esta como en casi todas las cosas, la mentalidad<br />

colonial. Disminuida la efervescencia de la retórica y el sentimiento<br />

liberales, reapareció netamente el principio de privilegio. El gobierno de<br />

1831, que declaró la gratuidad de la enseñanza 98 , fundaba esta medida<br />

que no llegó a actuarse, en “la notoria decadencia de las fortunas particulares<br />

que había reducido a innumerables padres de familia a la amarga situación<br />

de no serles posible dar a sus hijos educación ilustrada, malográndose<br />

muchos jóvenes de talento”*. Lo que preocupaba a ese gobierno, no<br />

era la necesidad de poner este grado de instrucción al alcance del pueblo.<br />

Era, según sus propias palabras, la urgencia de resolver un problema de<br />

las familias que habían sufrido desmedro en su fortuna.<br />

* Circular del ministro don Matías León, fechada el 19 de abril de 1831.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

87


La persistencia de la orientación literaria y retórica se manifiesta con<br />

la misma acentuación. Felipe Barreda y Laos señala como fundaciones típicas<br />

de los primeros lustros de la República las siguientes: el Colegio de la<br />

Trinidad de Huancayo, la Escuela de Filosofía y Latinidad de Huamachuco<br />

y las Cátedras de Filosofía, de Teología Dogmática y de Jurisprudencia<br />

del Colegio de Moquegua*.<br />

En el culto de las humanidades se confundían los liberales, la vieja<br />

aristocracia terrateniente y la joven burguesía urbana. Unos y otros se<br />

complacían en concebir las universidades y los colegios como unas fábricas<br />

de gente de letras y de leyes. Los liberales no gustaban menos de la retórica<br />

que los conservadores. No había quien reclamase una orientación<br />

práctica dirigida a estimular el trabajo, a empujar a los jóvenes al comercio<br />

y la industria. (Menos aún había quien reclamase una orientación democrática,<br />

destinada a franquear el acceso a la cultura a todos los individuos).<br />

La herencia española no era exclusivamente una herencia psicológica<br />

e intelectual. Era ante todo, una herencia económica y social. El privilegio de<br />

la educación persistía por la simple razón de que persistía el privilegio<br />

de la riqueza y de la casta. El concepto aristocrático y literario de la educación<br />

correspondía absolutamente a un régimen y a una economía feudales.<br />

La revolución de la independencia no había liquidado en el Perú este<br />

régimen y esta economía**. No podía, por ende, haber cancelado sus<br />

ideas peculiares sobre la enseñanza.<br />

El Dr. Manuel Vicente Villarán, que representa en el proceso y el debate<br />

de la instrucción pública peruana el pensamiento demoburgués, deplorando<br />

esta herencia, dijo en su discurso sobre las profesiones liberales<br />

hace un cuarto de siglo: “El Perú debería ser por mil causas económicas y<br />

sociales, como han sido los Estados Unidos, tierra de labradores, de colonos,<br />

de mineros, de comerciantes, de hombres de trabajo; pero las fatalidades<br />

de la historia y la voluntad de los hombres han resuelto otra cosa,<br />

convirtiendo al país en centro literario, patria de intelectuales y semillero<br />

* “Las reformas de la Instrucción Pública”, discurso pronunciado en la apertura del año<br />

universitario de 1919. En la Revista Universitaria de 1919 99 .<br />

** Véase en este volumen los estudios sobre la economía nacional y el problema de la tierra.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

88


de burócratas. Pasemos la vista en torno de la sociedad y fijemos la atención<br />

en cualquiera familia: será una gran fortuna si logramos hallar entre<br />

sus miembros algún agricultor, comerciante, industrial o marino; pero es<br />

indudable que habrá en ella algún abogado o médico, militar o empleado,<br />

magistrado o político, profesor o literato, periodista o poeta. Somos un<br />

pueblo donde ha entrado la manía de las naciones viejas y decadentes, la<br />

enfermedad de hablar y de escribir y no de obrar, de ‘agitar palabras y no<br />

cosas’, dolencia lamentable que constituye un signo de laxitud y de flaqueza.<br />

Casi todos miramos con horror las profesiones activas que exigen<br />

voluntad enérgica y espíritu de lucha, porque no queremos combatir, sufrir,<br />

arriesgar y abrirnos paso por nosotros mismos hacia el bienestar y la<br />

independencia. ¡Qué pocos se deciden a soterrarse en la montaña, a vivir<br />

en las punas, a recorrer nuestros mares, a explorar nuestros ríos, a irrigar<br />

nuestros campos, a aprovechar los tesoros de nuestras minas! Hasta las<br />

manufacturas y el comercio, con sus riesgos y preocupaciones, nos atemorizan,<br />

y en cambio contemplamos engrosar año por año la multitud de los<br />

que anhelan a todo precio la tranquilidad, la seguridad, el semirreposo de<br />

los empleos públicos y las profesiones literarias. En ello somos estimulados,<br />

empujados por la sociedad entera. Todas las preferencias de los padres<br />

de familia son para los abogados, los doctores, los oficinistas, los literatos<br />

y los maestros. Así es que el saber se halla triunfante, la palabra y la<br />

pluma están en su edad de oro, y si el mal no es corregido pronto, el Perú<br />

va a ser como la China, la tierra prometida de los funcionarios y de los<br />

letrados”*.<br />

El estudio de la historia de la civilización capitalista, esclarece ampliamente<br />

las causas del estado social peruano, considerado por el doctor Villarán<br />

en el párrafo copiado.<br />

España es una nación rezagada en el proceso capitalista. Hasta ahora,<br />

España no ha podido emanciparse del Medioevo. Mientras en Europa<br />

Central y Oriental, han sido abatidos como consecuencia de la guerra los<br />

últimos bastiones de la feudalidad, en España se mantienen todavía en<br />

pie, defendidos por la monarquía. Quienes ahondan hoy en la historia de<br />

* M.V. Villarán, Estudios sobre educación nacional, pp. 8 y 9 100 .<br />

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89


España, descubren que a este país le ha faltado una cumplida revolución<br />

liberal y burguesa. En España el tercer estado no ha logrado nunca una<br />

victoria definitiva. El capitalismo aparece cada vez más netamente como<br />

un fenómeno consustancial y solidario con el liberalismo y con el protestantismo.<br />

Esta no es, propiamente, un principio ni una teoría, sino más<br />

bien, una observación experimental, empírica. Se constata que los pueblos<br />

en los cuales el capitalismo –industrialismo y maquinismo– ha alcanzado<br />

todo su desarrollo, son los pueblos anglosajones –liberales y protestantes*.<br />

Sólo en estos países la civilización capitalista se ha desarrollado<br />

plenamente. España es entre las naciones latinas la que menos ha sabido<br />

adaptarse al capitalismo y al liberalismo. La famosa decadencia española,<br />

a la cual exegetas románticos atribuyen los más diversos y extraños orígenes,<br />

consiste simplemente en esta incapacidad. El clamor por la europeización<br />

de España ha sido un clamor por su asimilación a la Europa demoburguesa<br />

y capitalista. Lógicamente, las colonias formadas por España en<br />

América tenían que resentirse de la misma debilidad. Se explica perfectamente<br />

el que las colonias de Inglaterra, nación destinada a la hegemonía<br />

en la edad capitalista, recibiesen los fermentos y las energías espirituales y<br />

materiales de un apogeo, mientras las colonias de España, nación encadenada<br />

a la tradición de la edad aristocrática, recibían los gérmenes y las taras<br />

de una decadencia.<br />

El español trajo a la empresa de la colonización de América su espíritu<br />

medioeval. Fue sólo un conquistador; no fue realmente un colonizador.<br />

Cuando España terminó de mandarnos conquistadores, empezó a mandarnos<br />

únicamente virreyes, clérigos y doctores.<br />

Se piensa ahora que España experimentó su revolución burguesa en<br />

América. Su clase liberal y burguesa, sofocada en la metrópoli, se organizó<br />

en las colonias. La revolución española por esto se cumplió en las colonias<br />

y no en la metrópoli. En el proceso histórico abierto por esta revolución,<br />

les tocó en consecuencia la mejor parte a los países donde los elementos de<br />

esa clase liberal y burguesa y de una economía congruente, eran más vita-<br />

* Es interesante y expresivo el que los reaccionarios franceses proclamen a Francia nación<br />

burguesa, más bien que capitalista.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

90


les y sólidos. En el Perú eran demasiado incipientes. Aquí, sobre los residuos<br />

dispersos, sobre los materiales disueltos de la economía y la sociedad<br />

inkaicas, el Virreinato había edificado un régimen aristocrático y feudal<br />

que reproducía, con sus vicios y sin sus raíces, el de la decaída metrópoli.<br />

La responsabilidad del estado social denunciado por el doctor Villarán<br />

en su discurso académico de 1900, corresponde, pues, fundamentalmente,<br />

a la herencia española. El doctor Villarán lo admitió en su tesis<br />

aunque su filiación civilista no le consentía excesiva independencia mental<br />

frente a una clase, como la representada por su partido, que tan inequívocamente<br />

desciende del Virreinato y se siente heredera de sus privilegios.<br />

“La América –escribía el doctor Villarán–, no era colonia de trabajo<br />

y poblamiento sino de explotación. Los colonos españoles venían a buscar<br />

la riqueza fácil, ya formada, descubierta, que se obtiene sin la doble<br />

pena del trabajo y el ahorro, esa riqueza que es la apetecida por el aventurero,<br />

por el noble, por el soldado, por el soberano. Y en fin, ¿para qué trabajar<br />

si no era necesario? ¿No estaban allí los indios? ¿No eran numerosos,<br />

mansos, diligentes, sobrios, acostumbrados a la tierra y al clima?<br />

Ahora bien, el indio siervo produjo al rico ocioso y dilapidador. Pero lo<br />

peor de todo fue que una fuerte asociación de ideas se estableció entre el<br />

trabajo y la servidumbre, porque de hecho no había trabajador que no<br />

fuera siervo. Un instinto, una repugnancia natural manchó toda labor pacífica<br />

y se llegó a pensar que trabajar era malo y deshonroso. Este instinto<br />

nos ha sido legado por nuestros abuelos como herencia orgánica. Tenemos,<br />

pues, por raza y nacimiento, el desdén al trabajo, el amor a la adquisición<br />

del dinero sin esfuerzo propio, la afición a la ociosidad agradable, el<br />

gusto a las fiestas y la tendencia al derroche”*.<br />

Los Estados Unidos, son la obra del pioneer, el puritano y el judío, espíritus<br />

poseídos de una poderosa voluntad de potencia y orientados además<br />

hacia fines utilitarios y prácticos. En el Perú se estableció, en cambio,<br />

una raza que en su propio suelo no pudo ser más que una raza indolente y<br />

soñadora, pésimamente dotada para las empresas del industrialismo y del<br />

* Ibid., p. 27.<br />

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91


capitalismo. Los descendientes de esta raza, por otra parte, más que sus<br />

virtudes heredaron sus defectos.<br />

Esta tesis de la deficiencia de la raza española para liberarse del Medioevo<br />

y adaptarse a un siglo liberal y capitalista resulta cada día más corroborada<br />

por la interpretación científica de la historia*. Entre nosotros,<br />

demasiado inclinados siempre a un idealismo ramplón en la historiografía,<br />

se afirma ahora un criterio realista a este respecto. César A. Ugarte –en<br />

su Bosquejo de la historia económica del Perú– escribe lo que sigue: “¿Cuál<br />

fue el contingente de energías que dio al Perú la nueva raza? La sicología<br />

del pueblo español del siglo XVI no era la más apropiada para el desenvolvimiento<br />

económico de una tierra abrupta e inexplorada. Pueblo guerrero<br />

y caballeresco, que acababa de salir de ocho siglos de lucha por la reconquista<br />

de su suelo y que se hallaba en pleno proceso de unificación<br />

política, carecía en el siglo XVI de las virtudes económicas, especialmente<br />

de la constancia para el trabajo y del espíritu del ahorro. Sus prejuicios<br />

nobiliarios y sus aficiones burocráticas le alejaban de los campos y de las<br />

industrias por juzgarlas ocupaciones de esclavos y villanos. La mayor parte<br />

de los conquistadores y descubridores del siglo XVI, era gente desvalida;<br />

pero no les inspiraba el móvil de encontrar una tierra libre y rica para<br />

prosperar en ella con su esfuerzo paciente; guiábalos sólo la codicia de riquezas<br />

fáciles y fabulosas y el espíritu de aventura para alcanzar gloria y<br />

poderío. Y si al lado de esta masa ignorante y aventurera, venían algunos<br />

hombres de mayor cultura y valía, impulsaba a éstos la fe religiosa y el propósito<br />

de catequizar a los naturales”**.<br />

El espíritu religioso en sí, a mi juicio, no fue un obstáculo para la organización<br />

económica de las colonias. Más espíritu religioso hubo en los<br />

puritanos de la Nueva Inglaterra. De él sacó precisamente Norteamérica<br />

la savia espiritual de su engrandecimiento económico. En cuanto a religiosidad,<br />

la colonización española no pecó de exceso***.<br />

* España es el país de la Contrarreforma, y por ende el Estado antiliberal y antimoderno<br />

por excelencia.<br />

** C.A. Ugarte, Bosquejo de la historia económica del Perú 101 .<br />

*** Véase el ensayo sobre el factor religioso.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

92


La República, que heredó del Virreinato, esto es, de un régimen feudal<br />

y aristocrático, sus instituciones y métodos de instrucción pública,<br />

buscó en Francia los modelos de la reforma de la enseñanza tan luego<br />

como, esbozada la organización de una economía y una clase capitalista, la<br />

gestión del nuevo Estado adquirió cierto impulso progresista y cierta aptitud<br />

ordenadora.<br />

De este modo, a los vicios originales de la herencia española se añadieron<br />

los defectos de la influencia francesa que, en vez de venir a atenuar y<br />

corregir el concepto literario y retórico de la enseñanza trasmitido a la<br />

República por el Virreinato, vino más bien a acentuarlo y complicarlo.<br />

La civilización capitalista no ha logrado en Francia, como en Inglaterra,<br />

Alemania y Estados Unidos, un cabal desarrollo, entre otras razones,<br />

por lo inadecuado del sistema educacional francés. Todavía no se ha resuelto<br />

en esa nación –de la cual hemos copiado anacrónicamente tantas<br />

cosas–, problemas fundamentales como el de la escuela única primaria y<br />

el de la enseñanza técnica.<br />

Estudiando detenidamente esta cuestión en su obra Créer, Herriot<br />

hace las siguientes constataciones: “En verdad, conscientemente o no,<br />

hemos permanecido fieles a ese gusto de la cultura universal que parecía a<br />

nuestros padres el mejor medio de alcanzar la distinción del espíritu. El<br />

francés ama la idea general sin saber siempre lo que entiende por ese término.<br />

Nuestra prensa, nuestra elocuencia, se nutren de lugares comunes”*.<br />

“En pleno siglo XX no tenemos aún un plan de educación nacional.<br />

Las experiencias políticas a las que hemos estado condenados han reaccionado<br />

cada una a su manera sobre la enseñanza. Si se le mira desde un poco de<br />

altura, la mediocridad del esfuerzo tentado aparece lamentable”**.<br />

Y, más adelante, después de recordar que Renán atribuía en parte la<br />

responsabilidad de las desventuras de 1870 a una instrucción pública cerrada<br />

a todo progreso, convencida de haber dejado que el espíritu de Francia se<br />

malograse en la nulidad, Herriot agrega: “Los hombres de 1848 habían<br />

concebido para nuestro país un programa de instrucción que no ha sido<br />

* Édouard Herriot, Créer, p. 95 102 .<br />

** Ibid., p. 125.<br />

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93


jamás ejecutado y ni siquiera comprendido. Nuestro maestro Constantino<br />

Pecqueur, lamentaba que la instrucción pública no fuese aún organizada<br />

socialmente, que el privilegio de nacimiento se prolongase en la educación<br />

de los niños”*.<br />

Herriot, cuya ponderación democrática no puede ser contestada,<br />

suscribe a este respecto juicios sustentados por los Compagnons de l’Université<br />

Nouvelle 103 y otros propugnadores de una radical reforma de la enseñanza.<br />

Conforme a su esquema de la Historia de la Instrucción Pública<br />

de Francia, la revolución tuvo un amplio y nuevo ideario educacional.<br />

“Con un vigor y una decisión de espíritu remarcables, Condorcet reclamaba<br />

para todos los ciudadanos todas las posibilidades de instrucción, la<br />

gratuidad de todos los grados, la triple cultura de las facultades físicas, intelectuales<br />

y morales”. Pero después de Condorcet, vino Napoleón. “La<br />

obra de 1808 –escribe Herriot–, es la antítesis del esfuerzo de 1792. En<br />

adelante los dos principios antagónicos no cesarán de luchar. Los encontraremos,<br />

así al uno como al otro, en la base de nuestras instituciones tan<br />

mal coordinadas todavía. Napoleón se ocupó sobre todo de la enseñanza<br />

secundaria que debía darle a sus funcionarios y oficiales. Nosotros lo estimamos<br />

en gran parte responsable de la larga ignorancia de nuestro pueblo<br />

en el curso del siglo XIX. Los hombres de 1793 habían tenido otras esperanzas.<br />

Hasta en los colegios y los liceos, nada que pueda despertar la libertad<br />

de la inteligencia; hasta en la enseñanza superior, ninguna parte<br />

para el culto desinteresado de la ciencia o las letras. La tercera República<br />

ha podido desprender a las universidades de esta tutela y volver a la tradición<br />

de los pretendidos sectarios que crearon la Escuela Normal, el Conservatorio<br />

de Artes y Oficios o el Instituto. Pero no ha podido romper<br />

completamente con la concepción estrecha tendiente a aislar la cooperación<br />

universitaria del resto de la nación. Ha conservado del Imperio una<br />

afición exagerada a los grados, un respeto excesivo por los procedimientos<br />

que habían constituido la fuerza pero también el peligro de la educación<br />

de los jesuitas”**.<br />

* Ibid., p. 127.<br />

** Ibid., pp. 120, 123 y 124.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

94


Esta es, según un estadista demoliberal de la burguesía francesa, la situación<br />

de la enseñanza en la nación de la cual, con desorientación deplorable<br />

hemos importado métodos y textos durante largos años. Le debemos<br />

este desacierto a la aristocracia virreinal que, disfrazada de burguesía<br />

republicana, ha mantenido en la República los fueros y los principios de<br />

orden colonial. Esta clase quiso para sus hijos, ya que no la educación<br />

acremente dogmática de los colegios reales de la Metrópoli, la educación<br />

elegantemente conservadora de los colegios jesuitas de la Francia de la<br />

restauración.<br />

El Dr. M.V. Villarán, propugnador de la orientación norteamericana,<br />

denunció en 1908, en su tesis sobre la influencia extranjera en la educación,<br />

el error de inspirarse en Francia. “Con toda su admirable intelectualidad<br />

–decía–, ese país no ha podido aún modernizar, democratizar y<br />

unificar suficientemente su sistema y sus métodos de educación. Los escritores<br />

franceses de más nota son los primeros en reconocerlo”*. Se apoya<br />

el doctor Villarán en la opinión de Taine, de autoridad incontestable<br />

para los intelectuales civilistas a quienes le tocaba dirigirse.<br />

La influencia francesa no está aún liquidada. Quedan aún de ella demasiados<br />

rezagos en los programas y, sobre todo, en el espíritu de la enseñanza<br />

secundaria y superior. Pero su ciclo ha concluido con la adopción<br />

de modelos norteamericanos que caracteriza las últimas reformas. Su balance,<br />

pues, puede ser hecho. Ya sabemos por anticipado que arroja un<br />

pasivo enorme. Hay que poner en su cuenta la responsabilidad del predominio<br />

de las profesiones liberales. Impotente para preparar una clase dirigente<br />

apta y sana, la enseñanza ha tenido en el Perú, para un criterio rigurosamente<br />

histórico el vicio fundamental de su incongruencia con las<br />

necesidades de la evolución de la economía nacional y de su olvido de la<br />

existencia del factor indígena. Vale decir, el mismo vicio que encontramos<br />

en casi todo proceso político de la República.<br />

El período de reorganización económica del país sobre bases civilistas,<br />

inaugurado en 1895 por el gobierno de Piérola, trajo un período de revi-<br />

* M.V. Villarán, op. cit., p. 74 104 .<br />

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95


sión del régimen y métodos de la enseñanza. Recomenzaba el trabajo de<br />

formación de una economía capitalista interrumpido por la guerra del 79<br />

y sus consecuencias y, por tanto, se planteaba el problema de adaptar gradualmente<br />

la instrucción pública a las necesidades de esta economía en<br />

desenvolvimiento.<br />

El Estado, que en sus tiempos de miseria o falencia abandonó obligadamente<br />

la enseñanza primaria a los municipios, reasumió este servicio.<br />

Con la fundación de la Escuela Normal de Preceptores 105 se preparó el<br />

cimiento de la escuela primaria pública o, mejor, popular, que hasta entonces<br />

no era sino rutinarismo y diletantismo criollos. Con el restablecimiento<br />

de la Escuela de Artes y Oficios 106 se diseñó una ruta en orden a la<br />

enseñanza técnica.<br />

Este período se caracteriza en la historia de la instrucción pública por<br />

su progresivo orientamiento hacia el modelo anglosajón. La reforma de la<br />

segunda enseñanza en 1902 fue el primer paso en tal sentido. Pero, limitada<br />

a un solo plano de la enseñanza, constituyó un paso falso. El régimen<br />

civilista restablecido por Piérola no supo ni pudo dar una dirección segura<br />

a su política educacional. Sus intelectuales, educados en un gárrulo e<br />

hinchado verbalismo o en un erudicionismo linfático y académico, no tenían<br />

sino una mediocre habilidad de tinterillos. Sus caciques o capataces,<br />

cuando se elevaban sobre el nivel mental de un mero traficante de coolíes<br />

y caña de azúcar, permanecían demasiado adheridos a los más caducos<br />

prejuicios aristocráticos.<br />

El doctor M.V. Villarán, aparece desde 1900 como el preconizador de<br />

una reforma coherente con el embrionario desarrollo capitalista del país.<br />

Su discurso de ese año sobre las profesiones liberales, fue la primera requisitoria<br />

eficaz contra el concepto literario y aristocrático de la enseñanza<br />

trasmitido a la República por el Virreinato. Ese discurso condenaba al<br />

gaseoso y arcaico idealismo extranjero que hasta entonces había prevalecido<br />

en la enseñanza pública –reducida a la educación de los jóvenes “decentes”–,<br />

en el nombre de una concepción francamente materialista, o sea<br />

capitalista, del progreso. Y concluía con la aserción de que era “urgente<br />

rehacer el sistema de nuestra educación en forma tal que produzca pocos<br />

diplomados y literatos y en cambio eduque hombres útiles, creadores de<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

96


iqueza”. “Los grandes pueblos europeos –agregaba–, reforman hoy sus<br />

planes de instrucción adoptando generalmente el tipo de la educación<br />

yanqui, porque comprenden que las necesidades de la época exigen ante<br />

todo, hombres de empresa, y no literatos ni eruditos, y porque todos esos<br />

pueblos se hallan empeñados más o menos en la gran obra humana de extender<br />

a todas partes su comercio, su civilización y su raza. Así también<br />

nosotros, siguiendo el ejemplo de las grandes naciones de Europa, debemos<br />

enmendar el equivocado rumbo que hemos dado a la educación nacional,<br />

a fin de producir hombres prácticos, industriosos y enérgicos, porque<br />

ellos son los que necesita la Patria para hacerse rica y por lo mismo<br />

fuerte”*.<br />

La reforma de 1920 señala la victoria de la orientación preconizada<br />

por el doctor Villarán y, por tanto, el predominio de la influencia norteamericana.<br />

De un lado, la ley orgánica de enseñanza, en convencional vigor<br />

desde ese año, tiene su origen en un proyecto elaborado primero por<br />

una comisión que presidió Villarán y asesoró un técnico yanqui, el doctor<br />

Bard, destilado y refinado luego por otra comisión que encabezó también<br />

el doctor Villarán y rectificado finalmente por el doctor Bard, en su calidad<br />

de jefe de la misión norteamericana traída por el Gobierno para reorganizar<br />

la instrucción pública. De otro lado, la aplicación de los principios<br />

de la misma ley, fue confiada por algún tiempo a este equipo de técnicos<br />

yanquis.<br />

La importación del método norteamericano no se explica, fundamentalmente,<br />

por el cansancio del verbalismo latinista, sino por el impulso espiritual<br />

que determinaban la afirmación y el crecimiento de una economía<br />

capitalista. Este proceso histórico –que en el plano político produjo la caída<br />

de la oligarquía representativa de la casta feudal a causa de su ineptitud<br />

para devenir clase capitalista–, en el plano educacional impuso la definitiva<br />

adopción de una reforma pedagógica inspirada en el ejemplo de la nación<br />

de más próspero desarrollo industrial.<br />

Se aborda, pues, con la reforma de 1920, una empresa congruente con<br />

el rumbo de la evolución histórica del país. Pero, como el movimiento po-<br />

* Ibid., p. 33.<br />

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lítico que canceló el dominio del viejo civilismo aristocrático, el movimiento<br />

educacional –paralelo y solidario a aquél– estaba destinado a detenerse.<br />

La ejecución de un programa demoliberal, resultaba en la práctica<br />

entrabada y saboteada por la subsistencia de un régimen de feudalidad en<br />

la mayor parte del país. No es posible democratizar la enseñanza de un<br />

país sin democratizar su economía y sin democratizar, por ende, su superestructura<br />

política.<br />

En un pueblo que cumple conscientemente su proceso histórico, la<br />

reorganización de la enseñanza tiene que estar dirigida por sus propios<br />

hombres. La intervención de especialistas extranjeros no puede rebasar<br />

los límites de una colaboración.<br />

Por estas razones, fracasó el experimento de la misión norteamericana.<br />

Por estas razones, sobre todo, la nueva ley orgánica quedó más bien<br />

como un programa teórico, que como una pauta de acción.<br />

Ni la organización ni la existencia de la enseñanza se conforman a la<br />

ley orgánica. El contraste, la distancia entre la ley y la práctica no pueden<br />

ser atenuados en sus puntos capitales. El doctor Bouroncle en un estudio<br />

que nadie supondrá inspirado en propósitos negativos ni polémicos,<br />

apunta varias de las fallas y remiendos que se han sucedido en la accidentada<br />

historia de esta reforma. “Un ligero análisis –escribe– de las actuales<br />

disposiciones legales y reglamentarias en materia de instrucción nos hace<br />

ver el gran número de las que no han tenido ni podían tener aplicación en<br />

la práctica. En primer término, la organización de la Dirección General y<br />

del Consejo Nacional de enseñanza ha sido reformada a mérito de una<br />

autorización legislativa, suprimiéndose las direcciones regionales que<br />

eran las entidades ejecutivas con mayores atribuciones técnicas y administrativas<br />

en el ramo. Las direcciones y secciones han sido modificadas y los<br />

planes de estudio de enseñanza primaria y secundaria han tenido que ser<br />

revisados. Las distintas clases de escuelas consideradas en la ley no se han<br />

tomado en cuenta y los exámenes y títulos preceptorales han necesitado<br />

ya una total reforma. Las categorías de escuelas no se han considerado, ni<br />

tampoco la complicada clasificación de los colegios que preconizó el reglamento<br />

de enseñanza secundaria. La Junta examinadora nacional ha<br />

sido reemplazada en sus funciones por la Dirección de Exámenes y Estu-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

98


dios y el sistema total ha sido modificado. Y por último, la enseñanza superior,<br />

la que con más detalles organiza la ley, ha dado sólo parcial cumplimiento<br />

a sus mandatos. La Universidad de Escuelas Técnicas fracasó a las<br />

primeras tentativas de organización y las Escuelas Superiores de Agricultura,<br />

Ciencias Pedagógicas, Artes Industriales y Comercio, no han sido<br />

fundadas. El plan de estudios para la Universidad de San Marcos no ha<br />

tenido total aplicación y el Centro Estudiantil Universitario, para cuya dirección<br />

se contrató personal especial, no ha podido ni siquiera crearse. Y<br />

si examinamos los actuales reglamentos de enseñanza primaria y secundaria<br />

veremos asimismo un sinnúmero de disposiciones reformadas o sin<br />

aplicación. Pocas leyes y reglamentos de los que se han dado en el Perú,<br />

han tenido tan pronta y diversa modificación al extremo de que los preceptos<br />

reformatorios y aquellos que no se aplican están hoy en mayor número<br />

en la práctica escolar que los que aún se conservan en vigencia en la<br />

ley y sus reglamentos”*.<br />

Esta es la crítica ponderada y prudente de un funcionario a quien<br />

mueve, como es natural, un espíritu de colaboración; pero no hacen falta<br />

otras constataciones, ni aun la de que no se consigue todavía dedicar a la<br />

enseñanza primaria el 10 por ciento de los ingresos fiscales ordenado por<br />

la ley, para declarar la quiebra de la reforma de 1920 **. Por otra parte,<br />

esta declaración ha sido implícitamente pronunciada por el Consejo Nacional<br />

de Enseñanza al acometer la revisión de la Ley Orgánica.<br />

A los que en este debate ocupamos una posición ideológica revolucionaria,<br />

nos toca constatar, ante todo, que la quiebra de la reforma de 1920,<br />

no depende de ambición excesiva ni de idealismo ultramoderno de sus<br />

postulados. Bajo muchos aspectos, esa reforma se presenta restringida en<br />

su aspiración y conservadora en su alcance. Mantiene en la enseñanza, sin<br />

la menor atenuación sustancial, todos los privilegios de clase y de fortuna.<br />

No franquea los grados superiores de la enseñanza a los niños selecciona-<br />

* Estudio del Dr. Bouroncle sobre “Cien años de política educacional” publicado en La<br />

Prensa 107 el 9 de diciembre de 1924.<br />

** En 1926 los egresos fiscales del presupuesto sumaron Lp. 10.518.960, correspondiendo<br />

a la instrucción Lp. 1.000.184, pero sólo Lp. 859.807 a la primaria.<br />

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99


dos por la escuela primaria, pues no encarga absolutamente a ésta dicha<br />

selección. Confina a los niños de la clase proletaria en la instrucción primaria<br />

dividida, sin ningún fin selectivo, en común y profesional, y conserva<br />

a la escuela primaria privada, que separa desde la niñez, con rígida barrera,<br />

a las clases sociales y hasta a sus categorías. Establece únicamente la<br />

gratuidad de la primera enseñanza sin sentar por lo menos el principio de<br />

que el acceso a la instrucción secundaria, que el Estado ofrece a un pequeño<br />

porcentaje con su antiguo sistema de becas, está reservado expresamente<br />

a los mejores. La ley orgánica, en cuanto a las becas, se expresa en<br />

términos extremadamente vagos, además de que no reconoce prácticamente<br />

el derecho de ser sostenidos por el Estado sino a los estudiantes que<br />

han ingresado ya a los colegios de segunda enseñanza. Dice, en efecto, el<br />

artículo 254: “Por disposición reglamentaria, podrá exonerarse de derechos<br />

de enseñanza y de pensión en los internados de los colegios nacionales,<br />

como premio, a los jóvenes pobres, que se distingan por su capacidad,<br />

moralidad y dedicación al estudio. Estas becas serán otorgadas por el director<br />

regional a propuesta de la Junta de Profesores del Colegio respectivo”*.<br />

Tantas limitaciones impiden considerar la reforma de 1920 aun como<br />

la reforma democrática, propugnada por el doctor Villarán en nombre de<br />

principios demoburgueses.<br />

<strong>LA</strong> REFORMA UNIVERSITARIA:<br />

I<strong>DE</strong>OLOGÍA Y REIVINDICACIONES<br />

El movimiento estudiantil que se inició con la lucha de los estudiantes<br />

de Córdoba 108 , por la reforma de la Universidad, señala el nacimiento de<br />

la nueva generación latinoamericana. La inteligente compilación de documentos<br />

de la reforma universitaria en la América Latina realizada por<br />

Gabriel del Mazo, cumpliendo un encargo de la Federación Universitaria<br />

de Buenos Aires, ofrece una serie de testimonios fehacientes de la<br />

unidad espiritual de este movimiento**. El proceso de la agitación uni-<br />

* Ley Orgánica de Enseñanza de 1920, Edición Oficial, p. 84.<br />

** Publicaciones del Círculo Médico Argentino y Centro de Estudiantes de Medicina. La<br />

Reforma Universitaria, 6 t., 1926-27.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

100


versitaria en la Argentina, Uruguay, Chile, Perú, etc., acusa el mismo<br />

origen y el mismo impulso. La chispa de la agitación es casi siempre un<br />

incidente secundario; pero la fuerza que la propaga y la dirige viene de<br />

ese estado de ánimo, de esa corriente de ideas que se designa –no sin<br />

riesgo de equívoco– con el nombre de “nuevo espíritu”. Por esto, el anhelo<br />

de la reforma se presenta, con idénticos caracteres, en todas las universidades<br />

latinoamericanas. Los estudiantes de toda la América Latina,<br />

aunque movidos a la lucha por protestas peculiares de su propia vida,<br />

parecen hablar el mismo lenguaje.<br />

De igual modo, este movimiento se presenta íntimamente conectado<br />

con la recia marejada postbélica. Las esperanzas mesiánicas, los sentimientos<br />

revolucionarios, las pasiones místicas propias de la postguerra,<br />

repercutían particularmente en la juventud universitaria de Latinoamérica.<br />

El concepto difuso y urgente de que el mundo entraba en un ciclo nuevo,<br />

despertaba en los jóvenes la ambición de cumplir una función heroica<br />

y de realizar una obra histórica. Y, como es natural, en la constatación de<br />

todos los vicios y fallas del régimen económico social vigente, la voluntad<br />

y el anhelo de renovación encontraban poderosos estímulos. La crisis<br />

mundial invitaba a los pueblos latinoamericanos, con insólito apremio, a<br />

revisar y resolver sus problemas de organización y crecimiento. Lógicamente,<br />

la nueva generación sentía estos problemas con una intensidad y<br />

un apasionamiento que las anteriores generaciones no habían conocido.<br />

Y mientras la actitud de las pasadas generaciones, como correspondía al<br />

ritmo de su época, había sido evolucionista –a veces con un evolucionismo<br />

completamente pasivo– la actitud de la nueva generación era espontáneamente<br />

revolucionaria.<br />

La ideología del movimiento estudiantil careció, al principio, de homogeneidad<br />

y autonomía. Acusaba demasiado la influencia de la corriente<br />

wilsoniana. Las ilusiones demoliberales y pacifistas que la predicación<br />

de Wilson puso en boga en 1918-19 circulaban entre la juventud latinoamericana<br />

como buena moneda revolucionaria. Este fenómeno se explica<br />

perfectamente. También en Europa no sólo las izquierdas burguesas sino<br />

los viejos partidos socialistas reformistas aceptaron como nuevas las ideas<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

101


demoliberales elocuentes y apostólicamente remozadas por el presidente<br />

norteamericano.<br />

Únicamente a través de la colaboración cada día más estrecha con los<br />

sindicatos obreros, de la experiencia del combate contra las fuerzas conservadoras<br />

y de la crítica concreta de los intereses y principios en que se<br />

apoya el orden establecido, podían alcanzar las vanguardias universitarias<br />

una definida orientación ideológica.<br />

Este es el concepto de los más autorizados portavoces de la nueva generación<br />

estudiantil, al juzgar los orígenes y las consecuencias de la lucha<br />

por la Reforma. Todos convienen en que este movimiento, que apenas ha<br />

formulado su programa, dista mucho de proponerse objetivos exclusivamente<br />

universitarios y en que, por su estrecha y creciente relación con el<br />

avance de las clases trabajadoras y con el abatimiento de viejos privilegios<br />

económicos, no puede ser entendido sino como uno de los aspectos de<br />

una profunda renovación latinoamericana. Así Palcos, aceptando íntegramente<br />

las últimas consecuencias de la lucha empeñada, sostiene que<br />

“mientras subsista el actual régimen social, la Reforma no podrá tocar las<br />

raíces recónditas del problema educacional”. “Habrá llenado su objeto<br />

–agrega– si depura a las universidades de los malos profesores, que toman<br />

el cargo como un empleo burocrático; si permite –como sucede en otros<br />

países– que tengan acceso al profesorado todos los capaces de serlo, sin<br />

excluirlos por sus convicciones sociales, políticas o filosóficas; si neutraliza<br />

en parte, por lo menos, el chauvinismo y fomenta en los educandos el<br />

hábito de las investigaciones y el sentimiento de la propia responsabilidad.<br />

En el mejor de los casos, la Reforma rectamente entendida y aplicada,<br />

puede contribuir a evitar que la Universidad sea, como es en rigor en todos<br />

los países, como lo fue en la misma Rusia –país donde se daba, sin<br />

embargo, como en ninguna otra parte, una intelectualidad avanzada que<br />

en la hora de la acción saboteó escandalosamente a la revolución– una Bastilla<br />

de la reacción, esforzándose por ganar las alturas del siglo”*.<br />

No coinciden rigurosamente –y esto es lógico– las diversas interpretaciones<br />

del significado del movimiento. Pero, con excepción de las que<br />

* La Reforma Universitaria, t. I, p. 55.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

102


proceden del sector reaccionario, interesado en limitar los alcances de la<br />

Reforma, localizándola en la universidad y la enseñanza, todas las que se<br />

inspiran sinceramente en sus verdaderos ideales, la definen como la afirmación<br />

del “espíritu nuevo”, entendido como espíritu revolucionario.<br />

Desde sus puntos de vista filosóficos, Ripa Alberdi se inclinaba a considerar<br />

esta afirmación como una victoria del idealismo novecentista sobre<br />

el positivismo del siglo XIX. “El renacimiento del espíritu argentino<br />

–decía– se opera por virtud de las jóvenes generaciones, que al cruzar por<br />

los campos de la filosofía contemporánea han sentido aletear en su frente<br />

el ala de la libertad”. Mas el propio Ripa Alberdi se daba cuenta de que el<br />

objeto de la reforma era capacitar a la Universidad para el cumplimiento<br />

de “esa función social que es la razón misma de su existencia”*.<br />

Julio V. González, que ha reunido en dos volúmenes sus escritos de la<br />

campaña universitaria 109 , arriba a conclusiones más precisas: “La Reforma<br />

Universitaria –escribe– acusa el aparecer de una nueva generación que<br />

llega desvinculada de la anterior, que trae sensibilidad distinta e ideales<br />

propios y una misión diversa para cumplir. No es aquella un hecho simple<br />

o aislado, si los hay; está vinculada en razón de causa a efecto con los últimos<br />

acontecimientos de que fuera teatro nuestro país, como consecuencia<br />

de los producidos en el mundo. Significaría incurrir en una apreciación<br />

errónea hasta lo absurdo considerar a la Reforma Universitaria como<br />

un problema de aulas y, aun así, radicar toda su importancia en los efectos<br />

que pudiera surtir exclusivamente en los círculos de cultura. Error semejante<br />

llevaría sin remedio a una solución del problema que no consultaría<br />

la realidad en que él está planteado. Digámoslo claramente entonces: la<br />

Reforma Universitaria es parte de una cuestión que el desarrollo material<br />

y moral de nuestra sociedad ha impuesto a raíz de la crisis producida por<br />

la guerra” **.<br />

González señala en seguida la guerra europea, la Revolución Rusa y el<br />

advenimiento del radicalismo al poder 110 como los factores decisivos de la<br />

Reforma en la Argentina.<br />

* Ibid., p. 44.<br />

** Ibid., pp. 58 y 86.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

103


José Luis Lanuza indica otro factor: la evolución de la clase media. La<br />

mayoría de los estudiantes pertenecen a esta clase en todas sus gradaciones.<br />

Y bien. Una de las consecuencias sociales y económicas de la guerra<br />

es la proletarización de la clase media. Lanuza sostiene la siguiente tesis:<br />

“Un movimiento colectivo estudiantil de tan vastas proyecciones sociales<br />

como la Reforma Universitaria no hubiera podido estallar antes de la guerra<br />

europea. Se sentía la necesidad de renovar los métodos de estudio y se<br />

ponía de manifiesto el atraso de la Universidad respecto a las corrientes<br />

contemporáneas del pensamiento universal desde la época de Alberdi, en<br />

la que empieza a desarrollarse nuestra industria embrionaria. Pero entonces<br />

la clase media universitaria se mantenía tranquila con sus títulos de<br />

privilegio. Desgraciadamente para ella, esta holgura disminuye a medida<br />

que crece la gran industria, se acelera la diferenciación de las clases y sobreviene<br />

la proletarización de los intelectuales. Las maestros, los periodistas<br />

y empleados de comercio se organizan gremialmente. Los estudiantes<br />

no podían escapar al movimiento general” *.<br />

Mariano Hurtado de Mendoza coincide sustancialmente, con las observaciones<br />

de Lanuza. “La Reforma Universitaria –escribe– es antes que<br />

nada y por sobre todo, un fenómeno social que resulta de otro más general<br />

y extenso, producido a consecuencia del grado de desarrollo económico<br />

de nuestra sociedad. Fuera entonces error estudiarla únicamente bajo la<br />

faz universitaria, como problema de renovación del gobierno de la Universidad,<br />

o bajo la faz pedagógica, como ensayo de aplicación de nuevos<br />

métodos de investigación en la adquisición de la cultura. Incurriríamos<br />

también en error si la consideráramos, como el resultado exclusivo de una<br />

corriente de ideas nuevas provocadas por la gran guerra y por la Revolución<br />

Rusa, o como la obra de la nueva generación que aparece y ‘llega desvinculada<br />

de la anterior, que trae sensibilidad distinta e ideales propios y<br />

una misión diversa por cumplir’”. Y, precisando su concepto, agrega más<br />

adelante: “La Reforma Universitaria no es más que una consecuencia del<br />

fenómeno general de proletarización de la clase media que forzosamente<br />

ocurre cuando una sociedad capitalista llega a determinadas condiciones<br />

* Ibid., p. 125.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

104


de su desarrollo económico. Significa esto que en nuestra sociedad se está<br />

produciendo el fenómeno de proletarización de la clase media y que la<br />

Universidad, poblada en su casi totalidad por ésta, ha sido la primera en<br />

sufrir sus efectos, porque era el tipo ideal de institución capitalista”*.<br />

Es, en todo caso, un hecho uniformemente observado la formación, al<br />

calor de la Reforma, de núcleos de estudiantes que, en estrecha solidaridad<br />

con el proletariado, se han entregado a la difusión de avanzadas ideas<br />

sociales y al estudio de las teorías marxistas. El surgimiento de las universidades<br />

populares, concebidas con un criterio bien diverso del que inspiraba<br />

en otros tiempos tímidos tanteos de extensión universitaria, se ha<br />

efectuado en toda la América Latina en visible concomitancia con el movimiento<br />

estudiantil. De la Universidad han salido, en todos los países latinoamericanos,<br />

grupos de estudiosos de economía y sociología que han<br />

puesto sus conocimientos al servicio del proletariado, dotando a éste, en<br />

algunos países, de una dirección intelectual de que antes había generalmente<br />

carecido. Finalmente, los propagandistas y fautores más entusiastas<br />

de la unidad política de la América Latina son, en gran parte, los antiguos<br />

líderes de la Reforma Universitaria que conservan así su vinculación<br />

continental, otro de los signos de la realidad de la “nueva generación”.<br />

Cuando se confronta este fenómeno con el de las universidades de la<br />

China y del Japón, se comprueba su rigurosa justificación histórica. En el<br />

Japón, la Universidad ha sido la primera cátedra de socialismo. En la China,<br />

por razones obvias, ha tenido una función todavía más activa en la formación<br />

de una nueva conciencia nacional. Los estudiantes chinos componen<br />

la vanguardia del movimiento nacionalista revolucionario que, dando<br />

a la inmensa nación asiática una nueva alma y una nueva organización, le<br />

asigna una influencia considerable en los destinos del mundo. En este<br />

punto se muestran concordes los observadores occidentales de más reconocida<br />

autoridad intelectual.<br />

Pero no me propongo aquí, el estudio de todas las consecuencias y<br />

relaciones de la Reforma Universitaria con los grandes problemas de la<br />

evolución política de la América Latina. Constatada la solidaridad del<br />

* Ibid., p. 130.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

105


movimiento estudiantil con el movimiento histórico general de estos pueblos,<br />

tratemos de examinar y definir sus rasgos propios y específicos.<br />

¿Cuáles son las proposiciones o postulados fundamentales de la Reforma?<br />

El Congreso Internacional de Estudiantes de México de 1921 propugnó:<br />

1 o la participación de los estudiantes en el gobierno de las universidades;<br />

2 o la implantación de la docencia libre y la asistencia libre. Los<br />

estudiantes de Chile declararon su adhesión a los siguientes principios: 1 o<br />

autonomía de la Universidad, entendida como institución de los alumnos,<br />

profesores y diplomados; 2 o reforma del sistema docente, mediante el establecimiento<br />

de la docencia libre y, por consiguiente, de la asistencia libre<br />

de los alumnos a las cátedras, de suerte que en caso de enseñar dos<br />

maestros una misma materia la preferencia del alumnado consagre libremente<br />

la excelencia del mejor; 3 o revisión de los métodos y del contenido<br />

de los estudios; y 4 o extensión universitaria, actuada como medio de vinculación<br />

efectiva de la Universidad con la vida social. Los estudiantes de<br />

Cuba concretaron en 1923 sus reivindicaciones en esta fórmula: a) una<br />

verdadera democracia universitaria; b) una verdadera renovación pedagógica<br />

y científica; c) una verdadera popularización de la enseñanza. Los<br />

estudiantes de Colombia reclamaron, en su programa de 1924, la organización<br />

de la Universidad sobre bases de independencia, de participación<br />

de los estudiantes en su gobierno y de nuevos métodos de trabajo. “Que al<br />

lado de la cátedra –dice ese programa– funcione el seminario, se abran<br />

cursos especiales, se creen revistas. Que al lado del maestro titular haya<br />

profesores agregados y que la carrera del magisterio exista sobre bases<br />

que aseguren su porvenir y den acceso a cuantos sean dignos de tener una<br />

silla en la Universidad”. Los estudiantes de vanguardia de la Universidad<br />

de Lima, leales a los principios proclamados en 1919 y 1923, sostuvieron<br />

en 1926 las siguientes plataformas: defensa de la autonomía de las universidades;<br />

participación de los estudiantes en la dirección y orientación de<br />

sus respectivas universidades o escuelas especiales; derecho de voto por<br />

los estudiantes en la elección de rectores de las universidades; renovación<br />

de los métodos pedagógicos; voto de honor de los estudiantes en la provisión<br />

de las cátedras; incorporación a la universidad de los valores extrau-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

106


niversitarios; socialización de la cultura: universidades populares, etc.<br />

Los principios sostenidos por los estudiantes argentinos son, probablemente,<br />

más conocidos, por su extensa influencia en el movimiento estudiantil<br />

de América desde su primera enunciación en la Universidad de<br />

Córdoba. Prácticamente, además, son a grandes rasgos los mismos que<br />

proclaman los estudiantes de las demás universidades latinoamericanas.<br />

Resulta de esta rápida revisión que como postulados cardinales de la<br />

Reforma Universitaria puede considerarse: primero, la intervención de los<br />

alumnos en el gobierno de las universidades y segundo, el funcionamiento<br />

de cátedras libres, al lado de las oficiales, con idénticos derechos, a cargo<br />

de enseñantes de acreditada capacidad en la materia.<br />

El sentido y el origen de estas dos reivindicaciones nos ayudan a esclarecer<br />

la significación de la Reforma.<br />

POLÍTICA Y ENSEÑANZA UNIVERSITARIA<br />

EN <strong>LA</strong> AMÉRICA <strong>LA</strong>TINA<br />

El régimen económico y político determinado por el predominio de las<br />

aristocracias coloniales –que en algunos países hispanoamericanos subsiste<br />

todavía aunque en irreparable y progresiva disolución– ha colocado<br />

por mucho tiempo las universidades de la América Latina bajo la tutela de<br />

estas oligarquías y de su clientela. Convertida la enseñanza universitaria<br />

en un privilegio del dinero, si no de la casta, por lo menos de una categoría<br />

social absolutamente ligada a los intereses de uno y otra, las universidades<br />

han tenido una tendencia inevitable a la burocratización académica. Era<br />

éste un destino al cual no podían escapar ni aun bajo la influencia episódica<br />

de alguna personalidad de excepción.<br />

El objeto de las universidades parecía ser, principalmente, el de proveer<br />

de doctores o rábulas a la clase dominante. El incipiente desarrollo, el<br />

mísero radio de la instrucción pública, cerraban los grados superiores de<br />

la enseñanza a las clases pobres. (La misma enseñanza elemental no llegaba<br />

–como no llega ahora– sino a una parte del pueblo). Las universidades,<br />

acaparadas intelectual y materialmente por una casta generalmente desprovista<br />

de impulso creador, no podían aspirar siquiera a una función más<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

107


alta de formación y selección de capacidades. Su burocratización las conducía,<br />

de un modo fatal, al empobrecimiento espiritual y científico.<br />

Este no era un fenómeno exclusivo ni peculiar del Perú. Entre nosotros<br />

se ha prolongado más por la supervivencia obstinada de una estructura<br />

económica semifeudal. Pero, aun en los países que más prontamente se<br />

han industrializado y democratizado, como la República Argentina, a la<br />

Universidad es a donde ha arribado más tarde esa corriente de progreso y<br />

transformación. El Dr. Florentino V. Sanguinetti resume así la historia de<br />

la Universidad de Buenos Aires antes de la Reforma: “Durante la primera<br />

parte de la vida argentina, movió modestas iniciativas de cultura y formó<br />

núcleos urbanos que dieron a la montonera el pensamiento de la unidad<br />

política y del orden institucional. Su provisión científica era muy escasa,<br />

pero bastaba para las necesidades del medio y para imponer las conquistas<br />

lentas y sordas del genio civil. Afirmada más tarde nuestra organización<br />

nacional, la Universidad aristocrática y conservadora, creó un nuevo<br />

tipo social: el doctor. Los doctores constituyeron el patriciado de la segunda<br />

república, substituyendo poco a poco a las charreteras y a los caciques<br />

rurales, en el manejo de los negocios, pero salían de las aulas sin la<br />

jerarquía intelectual necesaria para actuar con criterio orgánico en la enseñanza<br />

o para dirigir el despertar improvisado de las riquezas que rendían<br />

la pampa y el trópico. A lo largo de los últimos cincuenta años, nuestra<br />

nobleza agropecuaria fue desplazada, primero, del campo económico<br />

por la competencia progresista del inmigrante, técnicamente más capaz,<br />

y luego del campo político por el advenimiento de los partidos de clase<br />

media. Necesitando entonces escenario para mantener su influencia, se<br />

apoderó de la Universidad que fue pronto un órgano de casta, cuyos directores<br />

vitalicios turnaban los cargos de mayor relieve y cuyos docentes,<br />

reclutados por leva hereditaria, impusieron una verdadera servidumbre<br />

educacional de huella estrecha y sin filtraciones renovadoras”*.<br />

El movimiento de la Reforma tenía lógicamente que atacar, ante todo,<br />

esta estratificación conservadora de las Universidades. La provisión arbitraria<br />

de las cátedras, el mantenimiento de profesores ineptos, la exclu-<br />

* Ibid., pp. 140 y 141.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

108


sión de la enseñanza de los intelectuales independientes y renovadores, se<br />

presentaban claramente como simples consecuencias de la docencia oligárquica.<br />

Estos vicios no podían ser combatidos sino por medio de la intervención<br />

de los estudiantes en el gobierno de las universidades y el establecimiento<br />

de las cátedras y la asistencia libres, destinadas a asegurar la<br />

eliminación de los malos profesores a través de una concurrencia leal con<br />

hombres más aptos para ejercer su magisterio.<br />

Toda la historia de la Reforma registra invariablemente estas dos reacciones<br />

de las oligarquías conservadoras: primera, su solidaridad recalcitrante<br />

con los profesores incompetentes, tachados por los alumnos, cuando<br />

ha habido de por medio un interés familiar oligárquico; y segunda, su<br />

resistencia, no menos tenaz, a la incorporación en la docencia de valores<br />

no universitarios o simplemente independientes. Las dos reivindicaciones<br />

sustantivas de la Reforma resultan así inconfutablemente dialécticas,<br />

pues no arrancan de puras concepciones doctrinales sino de las reales y<br />

concretas enseñanzas de la acción estudiantil.<br />

Las mayorías docentes adoptaron una actitud de rígida e impermeable<br />

intransigencia contra los grandes principios de la Reforma Universitaria,<br />

el primero de los cuales había quedado proclamado teóricamente desde<br />

el Congreso Estudiantil de Montevideo y así en la Argentina como en el<br />

Perú, lograron el reconocimiento oficial debido a favorables circunstancias<br />

políticas, cambiadas las cuales se inició, por parte de los elementos<br />

conservadores de la docencia, un movimiento de reacción, que en el Perú<br />

ha anulado ya prácticamente casi todos los triunfos de la Reforma, mientras<br />

en la Argentina encuentra la oposición vigilante del alumnado, según<br />

lo demuestran las recientes agitaciones contra las tentativas reaccionarias.<br />

Pero no es posible la realización de los ideales de la Reforma sin la recta<br />

y leal aceptación de los dos principios aquí esclarecidos. El voto de los<br />

alumnos –aunque no esté destinado sino a servir de contralor moral de la<br />

política de los profesores– es el único impulso de vida, el solo elemento de<br />

progreso de la Universidad, en la que de otra suerte prevalecerían sin remedio<br />

fuerzas de estancamiento y regresión. Sin esta premisa, el segundo<br />

de los postulados de la Reforma –las cátedras libres– no puede absolutamente<br />

cumplirse. Más aún, la “leva hereditaria”, de que nos habla con tan<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

109


evidente exactitud el Dr. Sanguinetti, torna a ser el sistema de reclutamiento<br />

de nuevos catedráticos. Y el mismo progreso científico pierde su<br />

principal estímulo, ya que nada empobrece tanto el nivel de la enseñanza y<br />

de la ciencia como la burocratización oligárquica.<br />

<strong>LA</strong> UNIVERSIDAD <strong>DE</strong> LIMA<br />

En el Perú, por varias razones, el espíritu de la Colonia ha tenido su hogar<br />

en la Universidad. La primera razón es la prolongación o supervivencia,<br />

bajo la República, del dominio de la vieja aristocracia colonial.<br />

Pero este hecho no ha sido desentrañado sino desde que la ruptura<br />

con el criterio colonialista –vale decir con la historiografía “civilista”– ha<br />

consentido a la nueva generación enjuiciar libremente la realidad peruana.<br />

Ha sido necesaria, para su entendimiento cabal, la quiebra de la antigua<br />

casta, denunciada por el carácter de “secesión” que quiso asumir el<br />

cambio de gobierno de 1919.<br />

Cuando el doctor V.A. Belaúnde calificó a la Universidad como “el<br />

lazo de unión entre la República y la Colonia” –con la mira de enaltecerla<br />

cual único y esencial órgano de continuidad histórica– tenía casi el aire de<br />

hacer un descubrimiento valioso. La clase dirigente había sabido hasta<br />

entonces mantener la ilusión intelectual de la República distinta e independiente<br />

de la Colonia, no obstante una instintiva inclinación al culto<br />

nostálgico de lo virreinal, que traicionaba con demasiada evidencia su verdadero<br />

sentimiento. La Universidad que, según un concepto de clisé, era<br />

el alma mater nacional, había sido siempre oficialmente definida como la<br />

más alta cátedra de los principios e ideales de la República.<br />

Mientras tanto, tal vez con la sola excepción del instante en que Gálvez<br />

y Lorente, la tiñeron de liberalismo, restableciendo y continuando la<br />

orientación ideológica de Rodríguez de Mendoza 111 , la Universidad había<br />

seguido fiel a su tradición escolástica, conservadora y española.<br />

El divorcio entre la obra universitaria y la realidad nacional, constatado<br />

melancólicamente por Belaúnde –pero que no lo había embarazado<br />

para gratificar a la Universidad con el título de encarnación única y sagrada<br />

de la continuidad histórica patria– ha dependido exclusivamente del<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

110


divorcio, no menos cierto aunque menos reconocido, entre la vieja clase<br />

dirigente y el pueblo peruano. Belaúnde escribía lo que sigue: “Un triste<br />

destino se ha cernido sobre nuestra Universidad y ha determinado que llene<br />

principalmente un fin profesional y tal vez de snobismo científico; pero<br />

no un fin educativo y mucho menos un fin de afirmación de la conciencia<br />

nacional. Al recorrer rápidamente la historia de la Universidad desde su<br />

origen hasta la fecha se destaca este rasgo desagradable y funesto: su falta<br />

de vinculación con la realidad nacional, con la vida de nuestro medio, con<br />

las necesidades y aspiraciones del país”*. La investigación de Belaúnde no<br />

podía ir más allá. Vinculado por su educación y su temperamento a la casta<br />

feudal, adherente al partido que acaudillaba uno de sus más genuinos<br />

representantes 113 , Belaúnde tenía que detenerse en la constatación del<br />

desacuerdo, sin buscar sus razones profundas. Más aún: tenía que contentarse<br />

con explicárselo como la consecuencia de un “triste destino”.<br />

La verdad era que la Colonia sobrevivía en la Universidad porque sobrevivía<br />

también –a pesar de la revolución de la Independencia y de la<br />

república demoliberal– en la estructura económico-social del país, retardando<br />

su evolución histórica y enervando su impulso biológico. Y que,<br />

por esto, la Universidad no cumplía una función progresista y creadora en<br />

la vida peruana, a cuyas necesidades profundas y a cuyas corrientes vitales<br />

resultaba no sólo extraña sino contraria. La casta de terratenientes coloniales<br />

que, a través de un agitado período de caudillaje militar, asumió el<br />

poder en la República, es el menos nacional, el menos peruano de los factores<br />

que intervienen en la historia del Perú independiente. El “triste destino”<br />

de la Universidad no ha dependido de otra cosa.<br />

Después del período de influencia de Gálvez y Lorente, la Universidad<br />

permaneció, hasta el período de agitación estudiantil de 1919, pesadamente<br />

dominada por el espíritu de la Colonia. En 1894, el discurso académico<br />

del doctor Javier Prado sobre “El estado social del Perú durante<br />

la dominación española” que, dentro de su prudencia y equilibrio, intentaba<br />

una revisión del criterio colonialista, pudo ser el punto de partida de<br />

una acción que acercase más el trabajo universitario a nuestra historia y a<br />

* V.A. Belaúnde, La vida universitaria, p. 3 112 .<br />

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111


nuestro pueblo. Pero el doctor Prado, estrechamente mancomunado con<br />

los intereses y sentimientos que este movimiento habría contrastado por<br />

fuerza, prefirió encabezar una corriente de mediocre positivismo que,<br />

bajo el signo de Taine, pretendió justificar doctrinalmente la función del<br />

civilismo dotándolo de un pensamiento político en apariencia moderno, y<br />

que no consiguió siquiera imprimir a la Universidad, entregada al diletantismo<br />

verbalista y dogmático, la orientación científica que ahora mismo se<br />

echa de menos en ella. Más tarde, en 1900, otro discurso académico, el del<br />

doctor M.V. Villarán sobre las profesiones liberales en el Perú, tuvo también<br />

la íntima significación de una ponderada requisitoria contra el colonialismo<br />

de la Universidad, responsable por los prejuicios aristocráticos<br />

que alimentaba y mantenía, de una superproducción de doctores y letrados.<br />

Pero igualmente este discurso, como todas las reacciones episódicas<br />

del civilismo, estaba destinado a no agitar sino muy superficialmente las<br />

aguas de esta quieta palude intelectual.<br />

La generación arbitrariamente llamada “futurista” 114 debió ser, cronológicamente,<br />

la que iniciara la renovación de los métodos y el espíritu<br />

de la Universidad. A ella pertenecían los estudiantes –catedráticos luego–<br />

que representaron al Perú en el Congreso Estudiantil de Montevideo y<br />

que organizaron el Centro Universitario, echando las bases de una solidaridad<br />

que en la lucha por la Reforma había de concretar sus formas y sus<br />

fines. Mas la dirección de Riva Agüero –por boca de quien habló explícitamente<br />

el espíritu colonialista en su tesis sobre literatura peruana 115 –,<br />

orientaba en un sentido conservador y tradicionalista a esa generación<br />

universitaria que, de otro lado, por sus orígenes y vinculaciones, aparecía<br />

con la misión de marcar una reacción contra el movimiento literario gonzález-pradista<br />

116 y de restablecer la hegemonía intelectual del civilismo,<br />

atacada, particularmente en provincias, por la espontánea popularidad<br />

de la literatura radical.<br />

REFORMA Y REACCIÓN<br />

El movimiento estudiantil peruano de 1919 recibió sus estímulos ideológicos<br />

de la victoriosa insurrección de los estudiantes de Córdoba y de la<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

112


elocuente admonición del profesor Alfredo L. Palacios 117 . Pero, en su origen,<br />

constituyó principalmente un amotinamiento de los estudiantes contra<br />

algunos catedráticos de calificada y ostensible incapacidad. Los que<br />

extendían y elevaban los objetivos de esta agitación, –transformando en<br />

repudio del viejo espíritu de la Universidad el que, en un principio, había<br />

sido sólo repudio de los malos profesores y de la disciplina arcaica– estaban<br />

en minoría en el estudiantado. El movimiento contaba con el apoyo<br />

de estudiantes de espíritu ortodoxamente civilista, quienes seguían a los<br />

propugnadores de la Reforma tanto porque convenían en la evidente<br />

ineptitud de los maestros tachados como porque creían participar en una<br />

algarada escolar más o menos inocua.<br />

Esto revela que si la oligarquía docente, mostrándose celosa de su<br />

prestigio intelectual, hubiera realizado a tiempo en la Universidad el mínimum<br />

de mejoramiento y modernización de la enseñanza necesario para<br />

no correr el riesgo de una situación de escandalosa insolvencia, habría logrado<br />

mantener fácilmente la intangibilidad de sus posiciones por algunos<br />

años más.<br />

La crisis que tan desairadamente afrontó en 1919, fue precipitada por<br />

el prolongamiento irritante de un estado de visible desequilibrio entre el<br />

nivel de la cátedra y el avance general de nuestra cultura en más de un aspecto.<br />

Este desequilibrio se hacía particularmente detonante en el plano<br />

literario y artístico. La generación “futurista” que, reaccionando contra la<br />

generación “radical” romántica y extrauniversitaria, trabajaba por reforzar<br />

el poder espiritual de la Universidad, concentrando en sus aulas todas<br />

las fuerzas de dirección de la cultura nacional, no supo, no quiso o no<br />

pudo reemplazar oportunamente en la docencia de la Facultad de Letras,<br />

la más vulnerable, a los viejos catedráticos retrasados e incompetentes. El<br />

contraste entre la enseñanza de letras en esta Facultad y el progreso de la<br />

sensibilidad y la producción literarias del país, se tornó clamoroso cuando<br />

el surgimiento de una nueva generación 118 , en abierta ruptura con el academicismo<br />

y el conservatismo de nuestros paradójicos “futuristas”, señaló<br />

un instante de florecimiento y renovación de la literatura nacional. La<br />

juventud que frecuentaba los cursos de letras de la Universidad, había adquirido<br />

fuera, espontáneamente, un gusto y una educación estéticas bas-<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

113


tantes para advertir el atraso y la ineptitud de sus varios catedráticos.<br />

Mientras esta juventud, como vulgo, como público, había superado en sus<br />

lecturas la estación del “modernismo”, la cátedra universitaria estaba todavía<br />

prisionera del criterio y los preceptos de la primera mitad del Ochocientos<br />

español. La orientación historicista y literaria del grupo que presidió<br />

el movimiento de 1919 en San Marcos concurría a un procesamiento<br />

más severo y a una condena más indignada e inapelable de los catedráticos<br />

acusados de atrasados y anacrónicos.<br />

De la Facultad de Letras, la revisión se propagó a las otras facultades,<br />

donde también el interés y la rutina oligárquicas mantenían profesores sin<br />

autoridad. Pero la primera brecha fue abierta en la Facultad de Letras; y,<br />

hasta algún tiempo después, la lucha estuvo dirigida contra los “malos<br />

profesores” más bien que contra los “malos métodos”.<br />

La ofensiva del estudiantado empezó con la formación de un cuadro<br />

de tachas, en el cual se omitieron cuidadosamente todas las que pudieran<br />

parecer sospechosas de parcialidad o apasionamiento. El criterio que informó<br />

en esa época el movimiento de reforma fue un criterio de valoración<br />

de la idoneidad magistral, exento de móviles ideológicos.<br />

La solidaridad del rector y el consejo con los profesores tachados<br />

constituyó una de las resistencias que ahondaron el movimiento. El estudiantado<br />

insurgente comenzó a comprender que el carácter oligárquico<br />

de la docencia y la burocratización y estancamiento de la enseñanza, eran<br />

dos aspectos del mismo problema. Las reivindicaciones estudiantiles se<br />

ensancharon y precisaron.<br />

El primer congreso nacional de estudiantes, reunido en el Cuzco, en<br />

marzo de 1920, indicó, sin embargo, que el movimiento pro reforma carecía<br />

aún de un programa bien orientado y definido. El voto de mayor<br />

trascendencia de ese Congreso es el que dio vida a las universidades populares<br />

119 destinadas a vincular a los estudiantes revolucionarios con el proletariado<br />

y a dar un vasto alcance a la agitación estudiantil.<br />

Y, más tarde, en 1921, la actitud de los estudiantes ante el conflicto<br />

entre la Universidad y el Gobierno 120 , demostró que reinaba todavía en la<br />

juventud universitaria una desorientación profunda. Más aún: el entusiasmo<br />

con que una parte de ella se constituía en claque de catedráticos re-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

114


accionarios, cautivada por una retórica oportunista y democrática –bajo<br />

la cual se trataba de hacer pasar el contrabando ideológico de las supersticiones<br />

y nostalgias del espíritu colonial– acusaba una recalcitrante reverencia<br />

de la mayoría a sus viejos dómines.<br />

Era evidente, empero, que la derrota sufrida por el civilismo tradicional<br />

había colaborado al triunfo alcanzado en 1919 por las reivindicaciones<br />

estudiantiles con el decreto del 20 de setiembre que establecía las cátedras<br />

libres y la representación de los alumnos en el consejo universitario y con<br />

las leyes 4.002 y 4.004, en virtud de las cuales el gobierno declaró vacantes<br />

las cátedras ocupadas por los profesores tachados.<br />

Reabierta la Universidad –después de un período de receso que fortaleció<br />

los vínculos existentes entre la docencia y una parte de los estudiantes–<br />

las conquistas de la Reforma resultaron escamoteadas, en gran parte,<br />

por la nueva organización. Pero, en cambio, el “nuevo espíritu” tenía ya<br />

mayor arraigo en la masa estudiantil. Y en las nuevas jornadas de la juventud<br />

iba a notarse menos confusionismo ideológico que en las anteriores a<br />

la clausura.<br />

La reanudación de las labores universitarias en 1922 bajo el rectorado<br />

del doctor M.V. Villarán, significó, en primer lugar, el compromiso entre<br />

el gobierno y los profesores que ponía término al conflicto que el año anterior<br />

condujo al receso de la Universidad. La ley orgánica de enseñanza<br />

promulgada en 1920 por el Ejecutivo, en uso de la autorización que recibió<br />

del Congreso en octubre de 1919, –cuando éste votó la ley N o 4.004<br />

sancionando el principio de la participación de los alumnos en el gobierno<br />

de la Universidad– sirvió de base al avenimiento. Esta ley reconocía a la<br />

Universidad una autonomía que dejaba satisfecha a la docencia, más inclinada<br />

que antes por obvias razones a un temperamento transaccional, y<br />

que el Gobierno inducido igualmente a aceptar una fórmula de normalización,<br />

se allanaba a ratificar en todas sus partes.<br />

Como es natural, el compromiso ponía en peligro las conquistas del<br />

estudiantado, ganadas en buena parte al amparo de la situación que aquél<br />

venía a resolver aunque no fuera sino temporalmente. Y, en efecto, muy<br />

pronto se advirtió una mal disimulada tentativa de anular poco a poco las<br />

reformas de 1919. Algunos catedráticos restablecieron el abolido régimen<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

115


de las listas. Pero esta tentativa encontró alerta a los estudiantes, en cuyo<br />

ánimo tuvieron profunda resonancia primero el Congreso Estudiantil de<br />

México y luego el fervoroso mensaje de las juventudes del Sur de que fuera<br />

portador Haya de la Torre 121 .<br />

El nuevo rector que, al asumir sus funciones, había hecho con la moderación<br />

propia de su espíritu, siempre en cuidadoso equilibrio, una profesión<br />

de fe reformista y hasta una crítica de las disposiciones de la ley de<br />

enseñanza que sustituía la libre asociación de los alumnos con un “centro<br />

estudiantil universitario” de organización extrañamente autoritaria y burocrática,<br />

coherente con estas declaraciones, comprendió en seguida la<br />

conveniencia de emplear también con el estudiantado la política del compromiso,<br />

evitando toda destemplada veleidad reaccionaria que pudiese<br />

excitar imprudentemente la beligerancia estudiantil. El rectorado del<br />

doctor Villarán, sobreponiéndose a los conflictos locales provocados por<br />

catedráticos conservadores, señaló así un período de colaboración entre<br />

la docencia y los alumnos. El apoyo dispensado a la inteligente y renovadora<br />

acción de Zulen en la Biblioteca 122 y la atención prestada a la opinión<br />

y sentimiento del estudiantado, consultados frecuentemente sin exageradas<br />

aprensiones ideológicas, granjearon a la política del rector extensas<br />

simpatías. El decano de la Facultad de Medicina, doctor Gastañeta, que<br />

adoptó la misma línea de conducta, inspirando sus actos en un sagaz espíritu<br />

de cooperación con los estudiantes, obtuvo un consenso aún más entusiasta.<br />

Y la labor de algunos catedráticos jóvenes contribuyó a mejorar<br />

las relaciones entre profesores y estudiantes.<br />

Esta política impidió la renovación de la lucha por la reforma. De un<br />

lado, los profesores se mostraron dispuestos a la actuación solícita de un<br />

programa progresista, renunciando, en todo caso, a propósitos reaccionarios.<br />

De otro lado, los estudiantes se declararon prontos a una experiencia<br />

colaboracionista que a muchos les parecía indispensable para la defensa<br />

de la autonomía y aun de la subsistencia de la Universidad.<br />

El 23 de mayo 123 reveló el alcance social e ideológico del acercamiento<br />

de las vanguardias estudiantiles a las clases trabajadoras. En esa fecha<br />

tuvo su bautizo histórico la nueva generación que, con la colaboración de<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

116


circunstancias excepcionalmente favorables, entró a jugar un rol en el desarrollo<br />

mismo de nuestra historia, elevando su acción del plano de las inquietudes<br />

estudiantiles al de las reivindicaciones colectivas o sociales.<br />

Este hecho reanimó e impulsó en las aulas las corrientes de revolución<br />

universitaria, acarreando el predominio de la tendencia izquierdista en la<br />

Federación de Estudiantes, reorganizada poco tiempo después y, sobre<br />

todo, en las asambleas estudiantiles que alcanzaron entonces un tono máximo<br />

de animación y vivacidad.<br />

Pero las conquistas de la Reforma, aparte de la supresión de las listas,<br />

se reducían en verdad a un contralor no formalizado del estudiantado en<br />

el orientamiento o, más bien, la administración de la enseñanza. Estaba<br />

formalmente admitido el principio de la representación de los estudiantes<br />

en el consejo universitario; mas el alumnado, que disponía entonces del<br />

recurso de las asambleas para manifestar su opinión frente a cada problema,<br />

descuidó la designación de delegados permanentes, prefiriendo una<br />

influencia plebiscitaria y espontánea de las masas estudiantiles en las deliberaciones<br />

del consejo. Y aunque encabezaba a estas masas una vanguardia<br />

singularmente aguerrida y dinámica, sea porque las contingencias de<br />

la lucha contra la reacción interna y externa acaparaban demasiado su<br />

atención, sea porque su propia conciencia pedagógica no se encontraba<br />

todavía bien formada, es lo cierto que no empleó la acción de las asambleas,<br />

de ambiente más tumultuario que doctrinal, en reclamar y conseguir<br />

mejores métodos. Se contentó, a este respecto, con modestos ensayos<br />

y gaseosas promesas destinadas a disiparse apenas se adormeciera o relajara<br />

en las aulas el espíritu vanguardista.<br />

La reforma universitaria –como reforma de la enseñanza– a pesar de<br />

la nueva ley orgánica y de la mejor disposición de una parte de la docencia,<br />

había adelantado, en consecuencia, muy poco. Lo que escribe Alfredo<br />

Palacios sobre parecida fase de la Reforma en Argentina, puede aplicarse<br />

a nuestra Universidad. “El movimiento general que determina la reforma<br />

universitaria, en su primera etapa –dice Palacios– se concretó sólo a la injerencia<br />

estudiantil en el gobierno de la Universidad y a la asistencia libre.<br />

Faltaba lo más importante: la renovación de los métodos de enseñanza y<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

117


la intensificación de los estudios, y esto era de muy difícil realización en las<br />

Facultades de Jurisprudencia, que habían permanecido petrificadas en<br />

criterios viejos. Su enseñanza había conducido a extremos insospechados.<br />

Puras teorías, puras abstracciones; nada de ciencias de observación<br />

y de experimento. Se creyó siempre que de esos institutos debía salir la élite<br />

social destinada a ser “clase gobernante”; que de allí debía surgir el financista,<br />

el diplomático, el literato, el político… Salieron, en cambio, con<br />

una ignorancia enciclopédica, precoces utilitarios, capaces de todas las artimañas<br />

para enredar pleitos, y que en la vida fueron sostén de todas las<br />

injusticias. Los estudiantes se concretaban a escuchar lecciones orales sin<br />

curiosidad alguna, sin ánimo de investigar, sin pasión por la búsqueda<br />

tenaz, sin laboratorios que despertaran las energías latentes, que fortalecieran<br />

el carácter, que disciplinaran la voluntad y que ejercitaran la inteligencia”*.<br />

Por haber carecido nuestra universidad de directores como el doctor<br />

Palacios, capaces de comprender la renovación requerida en los estudios<br />

por el movimiento de reforma y de consagrarse a realizarla con pasión y<br />

optimismo, este movimiento quedó detenido en el Perú, en la etapa a que<br />

pudieron llevarlo el impulso y el esfuerzo estudiantiles.<br />

Los años 1924 a 27 han sido desfavorables para el movimiento de reforma<br />

universitaria en el Perú. La expulsión de 26 universitarios de la Universidad<br />

de Trujillo en noviembre de 1923, preludió una ofensiva reaccionaria<br />

que, poco tiempo después, movilizó en la Universidad de Lima a todas las<br />

fuerzas conservadoras contra los postulados de 1919 y 1923. Las medidas<br />

de represión empleadas por el Gobierno contra los estudiantes de vanguardia<br />

de San Marcos, libraron a la docencia de la vigilante presencia de<br />

la mayor parte de quienes mantenían alerta y despierto en el alumnado, el<br />

espíritu de la Reforma. La muerte de dos jóvenes maestros, Zulen y Borja y<br />

García, redujo a un número exiguo a los profesores de aptitud renovadora.<br />

El alejamiento del doctor Villarán 125 trajo el abandono de su tendencia<br />

* Alfredo L. Palacios, La universidad nueva 124 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

118


a la cooperación con el alumnado. El rectorado quedó en una situación<br />

de interinidad, con todas las consecuencias de inhibición y esterilidad<br />

anexas a un régimen provisorio.<br />

Esta conjunción de contingencias adversas tenía que producir inevitablemente<br />

el resurgimiento del viejo espíritu conservador y oligárquico.<br />

Decaídos los estímulos de progreso y reforma, la enseñanza recayó en su<br />

antigua rutina. Los representantes típicos de la mentalidad civilista restauraron<br />

su pasada absoluta hegemonía. El expediente de la interinidad,<br />

aplicado cada día con mayor extensión, sirvió para disimular temporalmente<br />

el restablecimiento del conservatismo en las posiciones de donde<br />

fuera desalojado en parte por la oleada reformista.<br />

En las elecciones de delegados de 1926, se bosquejó una concentración<br />

de las izquierdas estudiantiles. Las plataformas electorales sostenidas<br />

por el grupo, que prevaleció en la nueva federación, reafirmaban todos los<br />

postulados esenciales de la Reforma*. Pero nuevamente la represión vino<br />

en auxilio de los intereses conservadores.<br />

El fenómeno característico de este período reaccionario parece ser el<br />

apoyo que en él han venido a prestar a los elementos conservadores de la<br />

Universidad, las mismas fuerzas que, obedeciendo al impulso histórico<br />

que determinó su victoria sobre el “civilismo” tradicional, decidieron en<br />

1919 el triunfo de la Reforma.<br />

No son éstos, sin embargo, los únicos factores de la crisis del movimiento<br />

universitario. La juventud no está totalmente exenta de responsabilidad.<br />

Sus propias insurrecciones nos enseñan que es, en su mayoría,<br />

una juventud que procede por fáciles contagios de entusiasmo. Este, en<br />

verdad, es un defecto de que se ha acusado siempre al hispanoamericano.<br />

Vasconcelos, en un reciente artículo, escribe: “El principal defecto de<br />

nuestra raza es la inconstancia. Incapaces de perdurar en el esfuerzo no<br />

podemos por lo mismo desarrollar un plan ni llevar adelante un propósito”.<br />

Y, más adelante, agrega: “En general hay que desconfiar de los entusiastas.<br />

Entusiasta es un adjetivo al cual le debemos más daños que a todo<br />

el resto del vocabulario de los calificativos. Con el noble vocablo estusias-<br />

* Véase el N o 3 de Amauta (noviembre de 1926) 126 .<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

119


mo se ha acostumbrado encubrir nuestro defecto nacional: buenos para<br />

comenzar y para prometer; malos para terminar y para cumplir”*.<br />

Pero más que la versatilidad y la inconstancia de los alumnos, obran<br />

contra el avance de la Reforma, la vaguedad y la imprecisión del programa<br />

y el carácter de este movimiento en la mayoría de ellos. Los fines de la Reforma<br />

no están suficientemente esclarecidos, no están cabalmente entendidos.<br />

Su debate y su estudio adelantan lentamente. La reacción carece de<br />

fuerzas para sojuzgar intelectual y espiritualmente a la juventud. A sus victorias<br />

no se les puede atribuir sino un valor contingente. Los factores históricos<br />

de la Reforma, en cambio, continúan actuando sobre el espíritu<br />

estudiantil, en el cual se mantiene intacto, por consiguiente, a pesar de<br />

sus momentáneos oscurecimientos, el anhelo que animó a la juventud en<br />

las jornadas de 1919 a 1923.<br />

Si el movimiento renovador se muestra precariamente detenido en las<br />

universidades de Lima, prospera, en cambio, en la Universidad del Cuzco,<br />

donde la élite del profesorado acepta y sanciona los principios sustentados<br />

por los alumnos. Testimonio de esto es el anteproyecto de reorganización<br />

de la Universidad del Cuzco formulado por la comisión que con<br />

este encargo nombró el Gobierno al declarar en receso dicho instituto 127 .<br />

Este proyecto, suscrito por los profesores, señores Fortunado L. Herrera,<br />

José Gabriel Cosio, Luis E. Valcárcel, J. Uriel García, Leandro Pareja,<br />

Alberto Araníbar P. y J.S. García Rodríguez, constituye incontestablemente<br />

el más importante documento oficial producido hasta ahora<br />

sobre la reforma universitaria en el Perú. A nombre de la docencia universitaria,<br />

no se había hablado todavía, entre nosotros, con tanta altura. La<br />

comisión de la universidad cuzqueña ha roto la tradición de rutina y mediocridad<br />

a que tan sumisamente se ciñen, por lo general, las comisiones<br />

oficiales. Su plan mira a la completa transformación de la Universidad del<br />

Cuzco en un gran centro de cultura con aptitud para presidir e impulsar<br />

eficientemente el desarrollo social y económico de la región andina. Y, al<br />

mismo tiempo, incorpora en su Estatuto los postulados cardinales de la<br />

Reforma Universitaria en Hispano-América.<br />

* En Repertorio Americano, t. XV, p. 145 (1927).<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

120


Entre las “ponencias básicas” de la comisión, se cuentan las siguientes:<br />

creación de la docencia libre como cooperante del profesorado titular;<br />

adopción del sistema de seminarios y conservatorios; supresión del<br />

examen de fin de año como prueba definitiva; consagración absoluta del<br />

catedrático universitario a su misión educativa; participación de los alumnos<br />

y ex alumnos en la elección de las autoridades universitarias; representación<br />

del estudiantado en el consejo universitario y en el de cada facultad;<br />

democratización de la enseñanza*.<br />

El dictamen concede, por otra parte, especial atención a la necesidad<br />

de organizar la Universidad en modo de darle, en todos sus aspectos, una<br />

amplia aplicación práctica y una completa orientación científica. La Universidad<br />

del Cuzco aspira a ser un verdadero centro de investigaciones<br />

científicas, puesto íntegramente al servicio del mejoramiento social.<br />

Para comprobar el creciente conflicto entre los postulados cardinales de<br />

la Reforma Universitaria –tales como los han formulado y suscrito las<br />

asambleas estudiantiles de los diversos países hispanoamericanos– y la situación<br />

de la Universidad de Lima, basta la confrontación de estos postulados<br />

con los respectivos aspectos de la enseñanza y del funcionamiento<br />

de la Universidad. Ensayemos esquemáticamente esta confrontación.<br />

Intervención de los estudiantes en el gobierno de la Universidad. La reacción<br />

pugna por restablecer el viejo y rígido concepto de la disciplina,<br />

entendida como acatamiento absoluto del criterio y la autoridad de la docencia.<br />

El consejo de decanos –o el rector en su nombre– rehúsa frecuentemente<br />

su permiso a las asambleas destinadas a expresar la opinión de los<br />

estudiantes. El derecho de los estudiantes de reunirse a deliberar en los<br />

claustros está, por primera vez, sujeto a suspensión. Las designaciones de<br />

delegados estudiantiles que no son gratas a la docencia, no obtiene su reconocimiento.<br />

El último comité de la Federación de Estudiantes se encontró<br />

en la imposibilidad de funcionar, y hasta de constituirse plenamente,<br />

por falta del V o B o del Consejo. La crisis de la Federación depende así<br />

* En la Revista Universitaria del Cuzco, N o 56, 1927.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

121


de un factor extraño a la situación estudiantil. El sentimiento del estudiantado<br />

ha perdido no sólo su influencia en las deliberaciones del Consejo<br />

sino también los medios de manifestarse libre y disciplinadamente. La<br />

representación estudiantil en el gobierno de la Universidad, dentro de<br />

esta situación, sería una farsa.<br />

Renovación de los métodos pedagógicos. Si se exceptúa las innovaciones<br />

introducidas en la enseñanza por uno que otro catedrático, la subsistencia<br />

de los viejos métodos aparece absoluta. Hace poco, un alto funcionario<br />

de Educación Pública, el doctor Luis E. Galván, se preguntaba en<br />

un artículo: ¿Qué hace nuestra Universidad por la investigación científica?*.<br />

A pesar de sus sentimientos de adhesión a San Marcos, el doctor<br />

Galván se veía precisado a darse una respuesta totalmente desfavorable.<br />

Los métodos y los estudios no han cambiado sino en la mínima proporción<br />

debida a la espontánea iniciativa de los pocos profesores con sentido<br />

austero de su responsabilidad. En muy contados cursos se ha salido de la<br />

rutina de la lección oral. El espíritu dogmático mantiene casi intactas sus<br />

posiciones. Algunas reformas iniciadas en el período de 1922-24 han sido<br />

detenidas o malogradas. Esta es, por ejemplo, la suerte que ha tenido la<br />

obra de Zulen en la biblioteca.<br />

Reforma del sistema docente. La docencia libre, que aún no ha sido<br />

absolutamente ensayada, no encuentra un ambiente adecuado para su experimentación.<br />

Los intereses oligárquicos que dominan en la enseñanza<br />

se oponen al funcionamiento de la cátedra libre. En la provisión de las cátedras<br />

continúa aplicándose el viejo criterio de la “leva hereditaria” denunciado<br />

por el doctor Sanguinetti en la antigua universidad de Buenos Aires.<br />

Todas las conquistas formales de 1919 se encuentran de este modo,<br />

frustradas. El porcentaje de maestros ineptos, no es menor ahora seguramente,<br />

a pesar de la depuración, elemental y moderada, que consiguieron<br />

entonces los estudiantes. La Facultad de Letras, de la cual partió en 1919<br />

el grito de reforma, se presenta prácticamente como la que menos ha ganado<br />

en cuanto a métodos y docencia.<br />

* En Amauta, N o 7 (marzo de 1927).<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

122


La propia pauta de reforma establecida por la Ley Orgánica de 1920<br />

está todavía, en su mayor parte, por aplicar. No se advierte por parte del<br />

Consejo Universitario, ningún efectivo propósito de avanzar en la ejecución<br />

del programa trazado por dicha ley*.<br />

En la formación del tipo de maestro exclusivamente consagrado a la<br />

enseñanza, tampoco se ha avanzado nada. El maestro universitario sigue<br />

siendo entre nosotros un diletante que concede un lugar muy subsidiario<br />

en su espíritu y en su actividad a su misión de educador. Este es, ciertamente,<br />

en gran parte, un problema económico. La enseñanza universitaria<br />

permanecerá entregada al diletantismo mientras no se asegure a los<br />

profesores capaces de dedicarse absolutamente a la investigación y al estudio,<br />

el mínimum de renta indispensable para un mediano tenor de vida.<br />

Pero, aun dentro de sus actuales medios económicos, la Universidad debería<br />

ya empezar a buscarle una solución a este problema que no será solucionado<br />

automáticamente por una partida del presupuesto universitario<br />

* En prensa esta obra, el Gobierno ha dictado, en uso de una expresa autorización legislativa,<br />

un nuevo Estatuto de la Enseñanza Universitaria, que entra en vigencia en el año de<br />

estudios de 1928, abierto, por este motivo, con retardo. Esta reforma concierne casi exclusivamente<br />

a la organización de la enseñanza universitaria, colocada bajo la autoridad<br />

de un consejo superior que preside el Ministro de Instrucción. El carácter, el concepto de<br />

esta enseñanza no ha sido tocado: no podría serlo sino dentro de una reforma integral de<br />

la educación que hiciese de la enseñanza universitaria el grado superior de la instrucción<br />

profesional, reservándola a los capaces, seleccionados con independencia de todo privilegio<br />

económico. La reforma, que es, sobre todo, administrativa, se inspira, tendencialmente,<br />

en los mismos principios de la ley de 1920 aunque adopte, en ciertos puntos, otra<br />

técnica. El discurso del Presidente de la República, al inaugurar el año universitario, asigna<br />

a la reforma la misión de adecuar la enseñanza universitaria a las necesidades prácticas<br />

de la nación, en este siglo de industrialismo y acentuando esta afirmación, condena explícitamente<br />

la orientación de los propugnadores de una cultura abstractista, clásica, exenta<br />

de preocupaciones utilitarias. Pero el rectorado de la nueva era de la Universidad –que en<br />

sus aspectos esenciales se parece a la vieja– ha sido encargado al Dr. Deustua 128 que, si es<br />

entre nosotros un tipo de estudioso y universitario concienzudo, es además el más conspicuo<br />

de los patrocinadores de la tendencia de la cual hace justicia sumaria el discurso presidencial.<br />

Esta contradicción no se explicaría fácilmente en ninguno de aquellos países<br />

donde ideológica y doctrinalmente se tiene el hábito de la coherencia. El Perú, ya lo sabemos,<br />

no es de esos países. El Estatuto –cuya apreciación general no cabe en esta breve<br />

nota–, establece los medios de crear la carrera universitaria, la docencia especializada. En<br />

este sentido, es un instrumento legal de transformación técnica de la enseñanza. La eficacia<br />

de este instrumento depende de su aplicación.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

123


si faltan como hasta hoy los estímulos morales de la investigación científica<br />

y la especialización docente.<br />

La crisis de las universidades menores reproduce, en escenarios pequeños,<br />

la crisis de San Marcos. A la más deficiente y anémica de todas, la<br />

Universidad de Trujillo, le ha pertenecido la iniciativa reaccionaria, como<br />

ya hemos visto. La expulsión de veintiséis alumnos, revela en el espíritu<br />

de esa Universidad el más recalcitrante reaccionarismo, por ser precisamente<br />

la falta de estudiantes una de sus preocupaciones específicas. Para<br />

que la Universidad no vea desiertas sus aulas, el profesorado de Trujillo<br />

tiene que dedicarse todos los años, según se me refiere, a una curiosa labor<br />

de reclutamiento, en la que se invocan razones de localismo con el objeto<br />

de inducir a los padres de familia a no enviar a sus hijos a las Universidades<br />

de Lima. Si no obstante la exigüidad de su alumnado, la docencia de Trujillo<br />

se decidió a perder veintiséis estudiantes, es fácil suponer hasta qué<br />

extremos de intransigencia puede llegar su cerrado conservatismo. La<br />

Universidad de Arequipa ha sido tradicionalmente de las más impermeables<br />

a toda tendencia de modernización. La atmósfera conservadora de la<br />

ciudad la preserva de inquietudes extrañas a su reposo. El elemento renovador,<br />

que en los últimos años ha dado algunas señales simpáticas de crecimiento<br />

y agitación, se encuentra aún en minoría. Sólo la Universidad del<br />

Cuzco se esfuerza vigorosamente por transformarse. Me he referido ya al<br />

proyecto de reorganización presentado al Gobierno por sus principales<br />

catedráticos, y que, evidentemente, constituye el bosquejo más avanzado<br />

de reforma universitaria en el Perú.<br />

El concepto de la Reforma, en tanto, ha ganado cada día más precisión y<br />

firmeza en las vanguardias estudiantiles hispanoamericanas. La definición<br />

del problema de la educación pública a que ha arribado la vanguardia<br />

de La Plata, así lo demuestra. He aquí los términos de su declaración:<br />

“1.– El problema educacional no es sino una de las fases del problema social;<br />

por ello no puede ser solucionado aisladamente. 2.– La cultura de<br />

toda sociedad es la expresión ideológica de los intereses de la clase dominante.<br />

La cultura de la sociedad actual es por lo tanto, la expresión ideológica<br />

de los intereses de la clase capitalista. 3.– La última guerra imperialista,<br />

rompiendo el equilibrio de la economía burguesa, ha puesto en crisis<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

124


su cultura correlativa. 4.– Esta crisis sólo puede superarse con el advenimiento<br />

de una cultura socialista”*.<br />

Mientras el mensaje de la nueva generación, confusamente anunciado<br />

desde 1918 por la insurrección de Córdoba, alcanza en la Argentina tan<br />

nítida y significativa expresión revolucionaria, en nuestro panorama universitario<br />

se multiplican –como creo haberlo puntualizado en este estudio–<br />

los signos de reacción. La Reforma Universitaria sigue amenazada,<br />

por el empeño de la vieja casta docente en restaurar plenamente su dominio.<br />

I<strong>DE</strong>OLOGÍAS EN CONTRASTE<br />

En la etapa de tanteos prácticos y escarceos teóricos, que condujo lentamente<br />

a la importación de sistemas y técnicos norteamericanos, el doctor<br />

Deustua representó la reacción del viejo espíritu aristocrático, más o menos<br />

ornamentada de idealismo moderno. El doctor Villarán formulaba en<br />

un lenguaje positivista el programa del civilismo burgués y, por ende, demoliberal;<br />

el doctor Deustua encarnaba, bajo un indumento universitario<br />

y filosófico de factura moderna, la mentalidad del civilismo feudal, de los<br />

encomenderos virreinales. (Por algo se designaba con el nombre de civilismo<br />

histórico a una fracción del partido civil).<br />

El verdadero sentido del diálogo Deustua-Villarán escapó a los glosadores<br />

y al auditorio de la época. Los sedicentes e ineptos partidos populares<br />

de entonces no supieron tomar posición doctrinal alguna frente a este<br />

debate. El pierolismo 129 no era capaz de otra cosa que de una declamación<br />

monótona contra los impuestos y empréstitos –que estaban lejos de constituir<br />

toda la política económica del civilismo– aparte de las periódicas<br />

pláticas y proclamas de su califa sobre los conceptos de libertad, orden, patria,<br />

ciudadanía, etc. El pretendido liberalismo no se diferenciaba del pierolismo,<br />

al cual por otra parte andaba acoplado, nada más que en un esporádico<br />

anticlericalismo masónico y una vaga y romántica reivindicación<br />

federalista. (La pobreza ideológica, la ramplonería intelectual de esta<br />

oposición sin más prestancia que la gloria trasnochada de su caudillo, per-<br />

* Revista Sagitario de La Plata, N o 2, 1925.<br />

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125


mitió al civilismo acaparar el debate de uno de los más sustantivos problemas<br />

nacionales).<br />

Sólo ahora, por lo demás, es históricamente posible esclarecer el sentido<br />

de esa polémica universitaria, frente a la cual Francisco García Calderón<br />

quiso asumir una de esas posiciones 130 , eclécticas y conciliadoras hasta<br />

lo infinito, en las cuales es maestro su prudentísimo y un poco escéptico<br />

criticismo.<br />

La posición ideológica del doctor Deustua en el debate de la instrucción<br />

pública ostentaba todos los atributos ornamentales necesarios para<br />

impresionar el temperamento huecamente retórico y declamatorio de nuestra<br />

gente intelectual. El doctor Deustua se presentaba en sus metafísicas<br />

disertaciones sobre la educación como un asertor de idealismo frente al<br />

positivismo de sus mesurados y complacientes contradictores. Y éstos, en<br />

vez de desnudar de su paramento filosófico el espíritu antidemocrático y<br />

antisocial de la concepción del doctor Deustua, preferían declarar su respetuoso<br />

acatamiento de los altos ideales que movían a este catedrático.<br />

Fácil habría sido sin embargo demostrar que las ideas educacionales<br />

del doctor Deustua no representaban, en el fondo, una corriente de idealismo<br />

contemporáneo, sino la vieja mentalidad aristocrática de la casta latifundista.<br />

Pero nadie se encargó de esclarecer el verdadero sentido de la<br />

resistencia del doctor Deustua a una reforma más o menos democrática de<br />

la enseñanza. El verbalismo universitario se perdía en los complicados caminos<br />

de la abstrusa doctrina del reaccionario profesor civilista. El debate,<br />

por otra parte, se desenvolvía exclusivamente dentro del partido civil,<br />

en el cual se contrastaban dos espíritus, el de la feudalidad y el del capitalismo,<br />

deformado y enervado el segundo por el primero.<br />

Para identificar el pensamiento del doctor Deustua y percibir su fondo<br />

medioeval y aristocrático, basta estudiar los prejuicios y supersticiones<br />

de que está nutrido. El doctor Deustua sustenta ideas antagónicas no sólo<br />

a los principios de la nueva educación, sino al espíritu mismo de la civilización<br />

capitalista. Su concepción del trabajo, por ejemplo, está en abierta<br />

pugna con la que desde hace mucho tiempo rige el progreso humano. En<br />

uno de sus estudios de filosofía de la educación, el doctor Deustua expre-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

126


saba sobre el trabajo el mismo concepto desdeñoso de los que en otros<br />

tiempos no consideraban carreras nobles y dignas sino las de las armas y<br />

las letras.<br />

“Valor y trabajo, moralidad y egoísmo –escribía– son inseparables en<br />

el proceso integral de la voluntad, pero su rol, muy diferente en el tal proceso,<br />

lo es también ante el proceso de la educación. El valor libertad educa;<br />

la educación consiste en la realización de valores; pero el trabajo no<br />

educa; el trabajo enriquece, ilustra, da destreza con el hábito; pero está<br />

encadenado a móviles egoístas que constituyen la esclavitud del alma; el<br />

mismo móvil de la vocación por el trabajo que introduce en él la felicidad<br />

y la alegría, es egoísta como los demás; la libertad no nace de él; la libertad<br />

se la comunica el valor moral y estético. La ciencia misma que en cierto<br />

modo educa disciplinando la actividad cognoscitiva, ordenándola con el<br />

método deductivo o favoreciendo su función intuitiva con sus inducciones,<br />

el llamado valor lógico no lleva al trabajo ese elemento de libertad que<br />

constituye la esencia de la personalidad humana. Puede el trabajo contribuir<br />

a la expansión del espíritu mediante la riqueza material que produce:<br />

pero esa expansión puede ser muchas veces signo del impulso ciego del<br />

egoísmo; podría decirse que lo es en la generalidad de los casos; y entonces<br />

no significa verdadera libertad; libertad interior, libertad moral o estética;<br />

la libertad que constituye el fin y el contenido de la educación”*.<br />

Este concepto del trabajo, aunque sostenido por el doctor Deustua<br />

hace unos pocos lustros, es absolutamente medioeval, netamente aristocrático.<br />

La civilización occidental reposa totalmente sobre el trabajo. La<br />

sociedad lucha por organizarse como una sociedad de trabajadores, de<br />

productores. No puede, por tanto, considerar el trabajo como una servidumbre.<br />

Tiene que exaltarlo y ennoblecerlo.<br />

Y en esto no es posible ver un sentimiento interesado y exclusivo de la<br />

Civilización de Occidente. Tanto las investigaciones de la ciencia, como<br />

las intuiciones del espíritu, nos iluminan plenamente. El destino del hom-<br />

* “A propósito de un cuestionario sobre la reforma de la ley de instrucción”. Colección<br />

de artículos, 1914. Imp. M.A. Dávila, p. 56. Véase también La cultura superior en Italia,<br />

Lima, 1912, E. Rosay impresor, pp. 145 y ss.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

127


e es la creación. Y el trabajo es creación, vale decir liberación. El hombre<br />

se realiza en su trabajo.<br />

Debemos al esclavizamiento del hombre por la máquina y a la destrucción<br />

de los oficios por el industrialismo, la deformación del trabajo en<br />

sus fines y en su esencia. La requisitoria de los reformadores, desde John<br />

Ruskin hasta Rabindranath Tagore, reprocha vehementemente al capitalismo,<br />

el empleo embrutecedor de la máquina. El maquinismo, y sobre<br />

todo el taylorismo 131 , han hecho odioso el trabajo. Pero sólo porque lo han<br />

degradado y rebajado, despojándolo de su virtud de creación.<br />

Pierre Hamp, que ha escrito en libros admirables la epopeya del trabajo<br />

–La peine des hommes– ha dicho al respecto, palabras de rigurosa<br />

verdad: “La grandeza del hombre se reduce a hacer bien su oficio. El viejo<br />

amor al oficio, malgrado la sociedad, es la salud social. La habilidad de las<br />

manos del hombre no carece nunca de orgullo, ni siquiera en las labores<br />

más bajas. Si el desdén del trabajo existiera en cada uno, como lo sienten<br />

las gentes de manos blancas y si los obreros no continuasen en su oficio<br />

más que por coacción, sin encontrar en su obra ninguna complacencia del<br />

espíritu, la haraganería y la corrupción aniquilarían al pueblo desesperado”*.<br />

Tiene que ser éste también el principio que adopte una sociedad heredera<br />

del espíritu y la tradición de la sociedad inkaica en la que el ocio era<br />

un crimen y el trabajo, cumplido amorosamente, la más alta virtud. El arcaico<br />

pensamiento del doctor Deustua, descartado de su ideología hasta<br />

por nuestra burguesía pávida y desorientada, desciende en cambio, en línea<br />

recta, de esa sociedad virreinal que un prudente “civilista” como el<br />

doctor Javier Prado nos describió como una sociedad de sensual molicie.<br />

No sólo su concepto del trabajo denuncia el sentimiento aristocrático<br />

y reaccionario del doctor Deustua y precisa su posición ideológica en el<br />

debate de la instrucción pública. Son, ante todo, sus conceptos fundamentales<br />

de la enseñanza los que definen su tesis como una tesis de inspiración<br />

feudalista.<br />

El doctor Deustua, en sus estudios, no se preocupaba casi sino de la<br />

educación de las clases elevadas o dirigentes. Todo el problema de la edu-<br />

* F. Lefevre, Une heure avec, Deuxième serie, p. 172 132 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

128


cación nacional residía para él en la educación de la élite. Y, por supuesto,<br />

esta élite no era otra que la del privilegio hereditario. Por consiguiente, todos<br />

sus desvelos, todas sus premuras estaban dedicadas a la enseñanza<br />

universitaria.<br />

Ninguna actitud puede ser más contraria y adversa que ésta al pensamiento<br />

educacional moderno. El doctor Villarán, desde puntos de vista<br />

ortodoxamente burgueses, oponía con razón a la tesis del doctor Deustua<br />

el ejemplo de los Estados Unidos, recordando que “la escuela primaria<br />

fue allí la premisa y antecedente histórico de la secundaria; y el college, el<br />

precursor de la Universidad”*. Hoy podríamos oponerle, desde puntos<br />

de vista más nuestros, el ejemplo de México, país que, como dice Pedro<br />

Henríquez Ureña, no entiende hoy la cultura a la manera del siglo XIX.<br />

“No se piensa en la cultura reinante –escribe Henríquez Ureña– en la época<br />

del capital disfrazado de liberalismo, cultura de diletantes exclusivistas,<br />

huerto cerrado donde se cultivan flores artificiales, torre de marfil<br />

donde se guardaba la ciencia muerta en los museos. Se piensa en la cultura<br />

social, ofrecida y dada realmente a todos y fundada en el trabajo: aprender<br />

es no sólo aprender a conocer sino igualmente aprender a hacer. No debe<br />

haber alta cultura, porque será falsa y efímera, donde no haya cultura popular”**.<br />

¿Necesito decir que suscribo totalmente este concepto en abierto<br />

conflicto con el pensamiento del doctor Deustua?<br />

El problema de la educación era situado por el doctor Deustua en un<br />

terreno puramente filosófico. La experiencia enseña que, en este terreno,<br />

con desdeñosa prescindencia de los factores de la realidad y de la historia,<br />

es imposible no sólo resolverlo sino conocerlo. El doctor Deustua se manifiesta<br />

indiferente a las relaciones de la enseñanza y de la economía. Más<br />

aún, respecto a la economía muestra una incomprensión de idealista absoluto.<br />

Su recetario, por esto, además de antidemocrático y antisocial, resulta<br />

antihistórico. El problema de la enseñanza no puede ser bien comprendido<br />

en nuestro tiempo, si no es considerado un problema económico y<br />

como un problema social. El error de muchos reformadores ha estado en<br />

* M.V. Villarán, op. cit., p. 52.<br />

** P. Henríquez Ureña, Utopía de América 133 .<br />

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129


su método abstractamente idealista, en su doctrina exclusivamente pedagógica.<br />

Sus proyectos han ignorado el íntimo engranaje que hay entre la<br />

economía y la enseñanza y han pretendido modificar ésta, sin conocer las<br />

leyes de aquélla. Por ende, no han acertado a reformar nada sino en la<br />

medida que las menospreciadas, o simplemente ignoradas leyes económico-sociales,<br />

les han consentido. El debate entre clásicos y modernos en la<br />

enseñanza no ha estado menos regido por el ritmo del desarrollo capitalista<br />

que el debate entre conservadores y liberales en la política. Los programas<br />

y los sistemas de educación pública, en la edad que ahora declina, han<br />

dependido de los intereses de la economía burguesa. La orientación realista<br />

o moderna ha sido impuesta, ante todo, por las necesidades del industrialismo.<br />

No en balde el industrialismo es el fenómeno peculiar y sustantivo<br />

de esta civilización que, dominada por sus consecuencias, reclama<br />

de la escuela más técnicos que ideólogos y más ingenieros que rectores.<br />

La orientación anticientífica y antieconómica, en el debate de la enseñanza,<br />

pretende representar un idealismo superior; pero se trata de una<br />

metafísica de reaccionarios, opuesta y extraña a la dirección de la historia<br />

y que, por consiguiente, carece de todo valor concreto como fuerza de renovación<br />

y elevación humanas. Los abogados y literatos procedentes de<br />

las aulas de humanidades, preparados por una enseñanza retórica, pseudoidealista,<br />

han sido siempre mucho más inmorales que los técnicos provenientes<br />

de las facultades e institutos de ciencias. Y la actividad práctica<br />

y teorética o estética de estos últimos ha seguido el rumbo de la economía<br />

y de la civilización mientras que la actividad práctica, teorética o estética<br />

de los primeros lo ha contrastado frecuentemente al influjo de los más vulgares<br />

intereses o sentimientos conservadores. Esto aparte de que el valor<br />

de la ciencia como estímulo de la especulación filosófica no puede ser desconocido<br />

ni subestimado. La atmósfera de ideas de esta civilización debe<br />

a la ciencia mucho más seguramente que a las humanidades.<br />

La solidaridad de la economía y la educación se revela concretamente<br />

en las ideas de los educadores que verdaderamente se han propuesto renovar<br />

la escuela. Pestalozzi, Froebel, etc., que han trabajado realmente<br />

por una renovación, han tenido en cuenta que la sociedad moderna tiende<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

130


a ser, fundamentalmente, una sociedad de productores. La Escuela del<br />

Trabajo representa un sentido nuevo de la enseñanza, un principio peculiar<br />

de una civilización de trabajadores. El Estado capitalista se ha guardado<br />

de adoptarlo y actuarlo plenamente. Se ha limitado a incorporar en la<br />

enseñanza primaria (enseñanza de clase) el “trabajo manual educativo”.<br />

Ha sido en Rusia donde la Escuela del Trabajo ha sido elevada al primer<br />

plano en la política educacional. En Alemania la tendencia a ensayarla se<br />

ha apoyado principalmente en el predominio social-democrático de la<br />

época de la revolución.<br />

Y la reforma más sustancial ha brotado así en el campo de la enseñanza<br />

primaria, mientras que, dominadas por el espíritu conservador de sus<br />

rectores, la enseñanza secundaria y la universitaria, constituyen aún un<br />

terreno poco propicio a todo intento de renovación radical y poco sensible<br />

a la nueva realidad económica.<br />

Un concepto moderno de la escuela coloca en la misma categoría el<br />

trabajo manual y el trabajo intelectual. La vanidad de los rancios humanistas,<br />

alimentada de romanismo y aristocratismo, no puede avenirse con<br />

esta nivelación. En oposición al ideario de estos hombres de letras, la Escuela<br />

del Trabajo es un producto genuino, una concepción fundamental<br />

de una civilización creada por el trabajo y para el trabajo.<br />

En el discurso de este estudio no me he propuesto esclarecer sino los fundamentales<br />

lineamientos ideológicos y políticos del proceso de la instrucción<br />

pública en el Perú. He prescindido de su aspecto técnico que, además<br />

de no ser de mi competencia, se encuentra subordinado a principios<br />

teóricos y a necesidades políticas y económicas.<br />

He constatado, por ejemplo, que la herencia española o colonial no<br />

consistía en un método pedagógico sino en un régimen económico-social.<br />

La influencia francesa se insertó, más tarde, en este cuadro, con la complacencia<br />

así de quienes miraban en Francia la patria de la libertad jacobina y<br />

republicana como de quienes se inspiraban en el pensamiento y la práctica<br />

de la restauración. La influencia norteamericana se impuso finalmente,<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

131


como una consecuencia de nuestro desarrollo capitalista al mismo tiempo<br />

que de la importación de capitales, técnicos e ideas yanquis.<br />

Bajo el conflicto de ideologías y de las influencias, se percibe claramente,<br />

en el último período, el contraste entre una creciente afirmación<br />

capitalista y la obstinada reacción feudalista y aristocrática, propugnadora<br />

la primera en la enseñanza de una orientación práctica, defensora la<br />

segunda de una orientación pseudoidealista.<br />

Con el nacimiento de una corriente socialista y la aparición de una<br />

conciencia de clase en el proletariado urbano, interviene ahora en el debate<br />

un factor nuevo que modifica sustancialmente sus términos. La fundación<br />

de las universidades populares “González Prada”, la adhesión de la<br />

juventud universitaria al principio de la socialización de la cultura, el ascendiente<br />

de un nuevo ideario educacional sobre los maestros, etc., interrumpen<br />

definitivamente el erudito y académico diálogo entre el espíritu<br />

demo-liberal-burgués y el espíritu latifundista y aristocrático*.<br />

El balance de la primera centuria de la República se cierra, en orden a<br />

la educación pública, con un enorme pasivo. El problema del analfabetismo<br />

indígena está casi intacto. El Estado no consigue hasta hoy difundir la<br />

escuela en todo el territorio de la república. La desproporción entre sus<br />

medios y el tamaño de la empresa, es enorme. Para la actuación del modesto<br />

programa de educación popular, que autoriza el presupuesto, se carece<br />

de número suficiente de maestros. El porcentaje de normalistas en el<br />

personal de la enseñanza primaria alcanza a menos del 20 por ciento. Los<br />

rendimientos actuales de las Escuelas Normales no consienten demasiadas<br />

ilusiones sobre las posibilidades de resolver este problema en un plazo<br />

más o menos corto. La carrera de maestros de primera enseñanza, sujeta<br />

todavía en el Perú a los vejámenes y las contaminaciones del gamonalismo<br />

y el caciquismo más estólidos y prepotentes, es una carrera de miseria. No<br />

les está aún asegurada a los maestros una estabilidad siquiera relativa. La<br />

* Expresivas del orientamiento renovador de los normalistas son las publicaciones aparecidas<br />

en Lima y provincias en los últimos años: La Revista Peruana de Educación, Lima,<br />

1926; Revista del Maestro y Revista de Educación, Tarma; Ideario Pedagógico, Arequipa;<br />

El Educador Andino, Puno.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

132


queja de un representante a congreso, acostumbrado a encontrar a los<br />

maestros en su sumiso séquito de capituleros, pesa en el criterio oficial<br />

más que la foja de servicios de un maestro recto y digno.<br />

El problema del analfabetismo del indio resulta ser, en fin, un problema<br />

mucho mayor, que desborda del restringido marco de un plan meramente<br />

pedagógico. Cada día se comprueba más que alfabetizar no es educar.<br />

La escuela elemental no redime moral y socialmente al indio. El primer<br />

paso real hacia su redención, tiene que ser el de abolir su servidumbre*.<br />

Esta es la tesis que sostienen en el Perú los autores de una renovación,<br />

entre los cuales se cuentan, en primera fila, muchos educadores jóvenes,<br />

cuyos puntos de vista aparecen ya distantes de los que, en mesurada aunque<br />

categórica oposición a la ideología colonial, sustentó hace veinticinco<br />

años el doctor M.V. Villarán con los mediocres resultados que hemos visto<br />

al examinar la génesis y desenvolvimiento de la reforma de 1920.<br />

* El Ministro de Instrucción, Dr. Oliveira, en un discurso pronunciado en el Congreso en<br />

la legislatura de 1927, ha reconocido la vinculación del problema de la educación indígena<br />

y el problema de la tierra, aceptando una realidad eludida invariablemente por sus<br />

predecesores en ese cargo.<br />

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133


EL FACTOR RELIGIOSO<br />

I. <strong>LA</strong> RELIGIÓN <strong>DE</strong>L TAWANTINSUYO<br />

HAN TRAMONTADO definitivamente los tiempos de apriorismo anticlerical,<br />

en que la crítica “librepensadora” se contentaba con una estéril y sumaria<br />

ejecución de todos los dogmas e iglesias, a favor del dogma y la iglesia<br />

de un “libre pensamiento” ortodoxamente ateo, laico y racionalista. El<br />

concepto de religión ha crecido en extensión y profundidad. No reduce<br />

ya la religión a una iglesia y un rito. Y reconoce a las instituciones y sentimientos<br />

religiosos una significación muy diversa de la que ingenuamente<br />

le atribuían, con radicalismo incandescente, gentes que identificaban religiosidad<br />

y “oscurantismo”.<br />

La crítica revolucionaria no regatea ni contesta ya a las religiones, y ni<br />

siquiera a las iglesias, sus servicios a la humanidad ni su lugar en la historia.<br />

Waldo Frank, pensador y artista de espíritu tan penetrante y moderno,<br />

no nos ha asombrado, por esto, cuando nos ha explicado el fenómeno<br />

norteamericano descifrando, atentamente, su origen y factores religiosos.<br />

El pioneer, el puritano y el judío, han sido, según la luminosa versión de<br />

Frank, los creadores de los Estados Unidos. El pioneer desciende del puritano:<br />

más aún, lo realiza. Porque en la raíz de la protesta puritana, Frank<br />

distingue principalmente voluntad de potencia. “El puritano –escribe–<br />

había comenzado por desear el poder en Inglaterra: este deseo lo había<br />

impulsado hacia la austeridad, de la cual había pronto descubierto las dulzuras.<br />

He aquí que descubría luego un poder sobre sí mismo, sobre los<br />

otros, sobre el mundo tangible. Una tierra virgen y hostil demandaba to-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

134


das las fuerzas que podía aportarle; y, mejor que ninguna otra, la vida frugal,<br />

la vida de renunciamiento, le permitía disponer de esas fuerzas”*.<br />

El colonizador anglosajón no encontró en el territorio norteamericano<br />

ni una cultura avanzada ni una población potente. El cristianismo y su<br />

disciplina no tuvieron, por ende, en Norteamérica una misión evangelizadora.<br />

Distinto fue el destino del colonizador ibero, además de ser diverso<br />

el colonizador mismo. El misionero debía catequizar en México, el Perú,<br />

Colombia, Centroamérica, a una numerosa población, con instituciones y<br />

prácticas religiosas arraigadas y propias.<br />

Como consecuencia de este hecho, el factor religioso ofrece, en estos<br />

pueblos, aspectos más complejos. El culto católico se superpuso a los ritos<br />

indígenas, sin absorberlos más que a medias. El estudio del sentimiento<br />

religioso en la América española tiene, por consiguiente, que partir de los<br />

cultos encontrados por los conquistadores.<br />

La labor no es fácil. Los cronistas de la Colonia no podían considerar<br />

estas concepciones y prácticas religiosas sino como un conjunto de supersticiones<br />

bárbaras. Sus versiones deforman y empañan la imagen del<br />

culto aborigen. Uno de los más singulares ritos mexicanos –el que revela<br />

que en México se conocía y aplicaba la idea de transustanciación– era para<br />

los españoles una simple treta del demonio.<br />

Pero, por mucho que la crítica moderna no se haya puesto aún de<br />

acuerdo respecto a la mitología peruana, se dispone de suficientes elementos<br />

para saber su puesto en la evolución religiosa de la humanidad.<br />

La religión inkaica carecía de poder espiritual para resistir al Evangelio.<br />

Algunos historiadores deducen de algunas constataciones filológicas<br />

y arqueológicas el parentesco de la mitología inkaica con la indostana.<br />

Pero su tesis reposa en similitudes mitológicas, esto es formales; no propiamente<br />

espirituales o religiosas. Los rasgos fundamentales de la religión<br />

inkaica son su colectivismo teocrático y su materialismo. Estos rasgos la<br />

diferencian, sustancialmente, de la religión indostana, tan espiritualista<br />

en su esencia. Sin arribar a la conclusión de Valcárcel de que el hombre del<br />

Tawantinsuyo carecía virtualmente de la idea del “más allá”, o se conducía<br />

* Waldo Frank, Our America 134 .<br />

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135


como si así fuera, no es posible desconocer lo exiguo y sumario de su metafísica.<br />

La religión del quechua era un código moral antes que una concepción<br />

metafísica, hecho que nos aproxima a la China mucho más que a<br />

la India. El Estado y la Iglesia se identificaban absolutamente; la religión y<br />

la política reconocían los mismos principios y la misma autoridad. Lo religioso<br />

se resolvía en lo social. Desde este punto de vista, es evidente entre la<br />

religión del Inkario y las de Oriente la misma oposición que James George<br />

Frazer constata entre éstas y la civilización greco-romana. “La sociedad,<br />

en Grecia y en Roma –escribe Frazer– se fundaba sobre la concepción de<br />

la subordinación del individuo a la sociedad, del ciudadano al Estado; colocaba<br />

la seguridad de la república como fin dominante de conducta, por<br />

encima de la seguridad del individuo, sea en este mundo, sea en el mundo<br />

futuro. Los ciudadanos, educados desde la infancia en este ideal altruista,<br />

consagraban su vida al servicio del Estado y estaban prontos a sacrificarla<br />

por el bien público. Retrocediendo ante el sacrificio supremo, sabían muy<br />

bien que obraban bajamente prefiriendo su existencia personal a los intereses<br />

nacionales. La propagación de las religiones orientales cambió todo<br />

esto: inculcó la idea de que la comunión del alma con Dios y su salud eterna<br />

eran los únicos fines por los cuales valía la pena de vivir, fines en comparación<br />

de los cuales la prosperidad y aun la existencia del Estado resultaban<br />

insignificantes”*.<br />

Identificada con el régimen social y político, la religión inkaica no<br />

pudo sobrevivir al Estado inkaico. Tenía fines temporales más que fines<br />

espirituales. Se preocupaba del reino de la tierra antes que del reino del<br />

cielo. Constituía una disciplina social más que una disciplina individual.<br />

El mismo golpe hirió de muerte la teocracia y la teogonía. Lo que tenía que<br />

subsistir de esta religión, en el alma indígena, había de ser, no una concepción<br />

metafísica, sino los ritos agrarios, las prácticas mágicas y el sentimiento<br />

panteísta**.<br />

* James George Frazer, The Golden Bough 135 .<br />

** Antero Peralta insurge en un artículo publicado en el N o 15 de Amauta 136 contra la<br />

idea, corrientemente admitida, de que el indio es panteísta. Peralta parte de la constatación<br />

de que el panteísmo del indio no es asimilable a ninguno de los sistemas panteístas<br />

conocidos por la historia de la filosofía. Habría que observar a Peralta, cuyo aporte a la<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

136


De todas las versiones que tenemos sobre los mitos y ceremonias<br />

inkaicas, se desprende que la religión quechua era en el imperio mucho<br />

más que la religión del Estado (en el sentido que esta confesión posee en<br />

nuestro evo). La iglesia tenía el carácter de una institución social y política.<br />

La iglesia era el Estado mismo. El culto estaba subordinado a los intereses<br />

sociales y políticos del Imperio. Este lado de la religión inkaica se<br />

delinea netamente en el miramiento con que trataron los inkas a los símbolos<br />

religiosos de los pueblos sometidos o conquistados. La iglesia inkaica<br />

se preocupaba de avasallar a los dioses de éstos, más que de perseguirlos<br />

y condenarlos. El Templo del Sol se convirtió así en el templo de una<br />

religión o una mitología un tanto federal. El quechua, en materia religiosa,<br />

no se mostró demasiado catequista ni inquisidor. Su esfuerzo, naturalmente<br />

dirigido a la mejor unificación del Imperio, tendía, en este interés, a<br />

la extirpación de los ritos crueles y de las prácticas bárbaras; no a la propagación<br />

de una nueva y única verdad metafísica. Para los inkas se trataba no<br />

tanto de sustituir como de elevar la religiosidad de los pueblos anexados a<br />

su Imperio.<br />

La religión del Tawantinsuyo, por otro lado, no violentaba ninguno<br />

de los sentimientos ni de los hábitos de los indios. No estaba hecha de<br />

complicadas abstracciones, sino de sencillas alegorías. Todas sus raíces se<br />

alimentaban de los instintos y costumbres espontáneos de una nación<br />

constituida por tribus agrarias, sana y ruralmente panteístas, más propensas<br />

a la cooperación que a la guerra. Los mitos inkaicos reposaban sobre la<br />

primitiva y rudimentaria religiosidad de los aborígenes, sin contrariarla<br />

sino en la medida en que la sentían ostensiblemente inferior a la cultura<br />

inkaica o peligrosa para el régimen social y político del Tawantinsuyo. Las<br />

tribus del Imperio más que en la divinidad de una religión o un dogma,<br />

creían simplemente en la divinidad de los Inkas.<br />

Los aspectos de la religión de los antiguos peruanos que más interesa<br />

esclarecer son, por esto –antes que los misterios o símbolos de su metafíinvestigación<br />

de los elementos y características de la religiosidad del indio confirma su<br />

aptitud y vocación de estudioso, que su limitación previa del empleo de la palabra “panteísmo”<br />

peca de arbitraria. Por mi parte, creo que queda claramente expresado que atribuyo<br />

al indio del Tawantinsuyo sentimiento panteísta y no una filosofía panteísta.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

137


sica y de su mitología muy embrionarias–, sus elementos naturales: animismo,<br />

magia, totems y tabúes. Es ésta una investigación que debe conducirnos<br />

a conclusiones seguras sobre la evolución moral y religiosa de los<br />

indios.<br />

La especulación abstracta sobre los dioses inkaicos ha empujado frecuentemente<br />

a la crítica a deducir de la correspondencia o afinidad de<br />

ciertos símbolos o nombres el probable parentesco de la raza quechua con<br />

razas que, espiritual y mentalmente, resultan distintas y diversas. Por el<br />

contrario, el estudio de los factores primarios de su religión sirve para<br />

constatar la universalidad o semi-universalidad de innumerables ritos y<br />

creencias mágicas y, por consiguiente, lo aventurado de buscar en este terreno<br />

las pruebas de una hipotética comunidad de orígenes. El estudio<br />

comparado de las religiones ha hecho en los últimos tiempos enormes<br />

progresos, que impiden servirse de los antiguos puntos de partida para<br />

decidir respecto a la particularidad o el significado de un culto. James<br />

George Frazer, a quien se deben en gran parte estos progresos, sostiene<br />

que, en todos los pueblos, la edad de la magia ha precedido a la edad de la<br />

religión; y demuestra la análoga o idéntica aplicación de los principios de<br />

“similitud”, “simpatía” y “contacto”, entre pueblos totalmente extraños<br />

entre sí*.<br />

Los dioses inkaicos reinaron sobre una muchedumbre de divinidades<br />

menores que, anteriores a su imperio y arraigadas en el suelo y el alma indios,<br />

como elementos instintivos de una religiosidad primitiva, estaban<br />

destinadas a sobrevivirles. El “animismo” indígena poblaba el territorio<br />

del Tawantinsuyo de genios o dioses locales, cuyo culto ofrecía a la evangelización<br />

cristiana una resistencia mucho mayor que el culto inkaico del<br />

Sol o del dios Kon 137 . El “totemismo”, consustancial con el ayllu y la tribu,<br />

más perdurables que el Imperio, se refugiaba no sólo en la tradición sino<br />

en la sangre misma del indio. La magia, identificada como arte primitivo<br />

de curar a los enfermos, con necesidades e impulsos vitales, contaba con<br />

arraigo bastante para subsistir por mucho tiempo bajo cualquiera creencia<br />

religiosa.<br />

* Frazer, op. cit.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

138


Estos elementos naturales o primitivos de religiosidad se avenían perfectamente<br />

con el carácter de la monarquía y el Estado inkaicos. Más aún:<br />

estos elementos exigían la divinidad de los Inkas y de su gobierno. La teocracia<br />

inkaica se explica en todos sus detalles por el estado social indígena;<br />

no es menester la fácil explicación de la sabiduría taumatúrgica de los<br />

Inkas. (Colocarse en este punto de vista es adoptar el de la plebe vasalla<br />

que se quiere, precisamente, desdeñar y rebajar). Frazer, que tan magistralmente<br />

ha estudiado el origen mágico de la realeza, analiza y clasifica<br />

varios tipos de reyes-sacerdotes, dioses humanos, etc., más o menos próximos<br />

a nuestros Inkas. “Entre los indios de América –escribe refiriéndose particularmente<br />

a este caso– los progresos más considerables hacia la civilización<br />

han sido efectuados bajos los gobiernos monárquicos y teocráticos<br />

de México y del Perú, pero sabemos demasiado pocas cosas de la historia<br />

primitiva de estos países para decir si los predecesores de sus reyes divinizados<br />

fueron o no hombres-medicina. Podría encontrarse la huella de tal<br />

sucesión en el juramento que pronunciaban los reyes mexicanos al ascender<br />

al trono; juraban hacer brillar al sol, caer la lluvia de las nubes, correr<br />

los ríos y producir a la tierra frutos en abundancia. Lo cierto es que en la<br />

América aborigen, el hechicero y el curandero, nimbado de una aureola<br />

de misterio, de respeto y de temor, era un personaje considerable y que<br />

pudo muy bien convertirse en jefe o rey en muchas tribus, aunque nos falten<br />

pruebas positivas, para afirmar este último punto”. El autor de The<br />

Golden Bough, extrema su prudencia, por insuficiencia de material histórico;<br />

pero llega siempre a esta conclusión: “En la América del Sur, la magia<br />

parece haber sido la ruta que condujo al trono”. Y, en otro capítulo, precisa<br />

más aún su concepto: “La pretensión de poderes divinos y sobrenaturales<br />

que nutrieron los monarcas de grandes imperios históricos como el<br />

Egipto, México y el Perú no provenía simplemente de una vanidad complaciente<br />

ni era la expresión de una vil lisonja; no era sino una supervivencia<br />

y una extensión de la antigua costumbre salvaje de deificar a los reyes<br />

durante su vida. Los Inkas del Perú, por ejemplo, que se decían hijos del<br />

Sol, eran reverenciados como dioses; se les consideraba infalibles y nadie<br />

pensaba dañar a la persona, el honor, los bienes del monarca o de un<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

139


miembro de su familia. Contrariamente a la opinión general, los Inkas no<br />

veían su enfermedad como un mal. Era, a sus ojos, una mensajera de su<br />

padre el Sol que los llamaba a reposar cerca de él en el cielo”*.<br />

El pueblo inkaico ignoró toda separación entre la religión y la política,<br />

toda diferencia entre Estado e Iglesia. Todas sus instituciones, como<br />

todas sus creencias, coincidían estrictamente con su economía de pueblo<br />

agrícola y con su espíritu de pueblo sedentario. La teocracia descansaba<br />

en lo ordinario y lo empírico; no en la virtud taumatúrgica de un profeta ni<br />

de su verbo. La religión era el Estado.<br />

Vasconcelos que subestima un poco las culturas autóctonas de América<br />

piensa que, sin un libro magno, sin un código sumo, estaban condenadas<br />

a desaparecer por su propia inferioridad. Estas culturas, sin duda, intelectualmente,<br />

no habían salido aún del todo de la edad de la magia. Por<br />

lo que toca a la cultura inkaica, bien sabemos además que fue la obra de<br />

una raza mejor dotada para la creación artística que para la especulación<br />

intelectual. Si nos ha dejado, por eso, un magnífico arte popular, no ha<br />

dejado un RigVeda ni un Zend-Avesta 138 . Esto hace más admirable todavía<br />

su organización social y política. La religión no era sino uno de los aspectos<br />

de esta organización, a la que no podía, por ende, sobrevivir.<br />

II. <strong>LA</strong> CONQUISTA CATÓLICA<br />

He dicho ya que la Conquista fue la última cruzada y que con los conquistadores<br />

tramontó la grandeza española. Su carácter de cruzada define a la<br />

Conquista como empresa esencialmente militar y religiosa. La realizaron<br />

en comandita soldados y misioneros. El triunvirato de la conquista del<br />

Perú habría estado incompleto sin Hernando de Luque 139 . Tocaba a un<br />

clérigo el papel de letrado y mentor de la compañía. Luque representaba<br />

la Iglesia y el Evangelio. Su presencia resguardaba los fueros del dogma y<br />

daba una doctrina a la aventura. En Cajamarca, el verbo de la conquista<br />

fue el padre Valverde 140 . La ejecución de Atahualpa, aunque obedeciese<br />

sólo al rudimentario maquiavelismo político de Pizarro, se revistió de ra-<br />

* Frazer, op. cit.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

140


zones religiosas. Virtualmente, aparece como la primera condena de la<br />

Inquisición en el Perú.<br />

Después de la tragedia de Cajamarca, el misionero continuó dictando<br />

celosamente su ley a la Conquista. El poder espiritual inspiraba y manejaba<br />

al poder temporal. Sobre las ruinas del Imperio, en el cual Estado e<br />

Iglesia se consustanciaban, se esboza una nueva teocracia, en la que el latifundio,<br />

mandato económico, debía nacer de la “encomienda”, mandato<br />

administrativo, espiritual y religioso. Los frailes tomaron solemne posesión<br />

de los templos inkaicos. Los dominicos se instalaron en el templo del<br />

Sol, acaso por cierta predestinación de orden tomista, maestra en el arte<br />

escolástico de reconciliar al cristianismo con la tradición pagana*. La<br />

Iglesia tuvo así parte activa, directa, militante en la Conquista.<br />

Pero si se puede decir que el colonizador de la América sajona fue el<br />

pioneer puritano, no se puede decir igualmente que el colonizador de la<br />

América española fue el cruzado, el caballero. El conquistador era de esta<br />

estirpe espiritual; el colonizador no. La razón está al alcance de cualquiera:<br />

el puritano representaba un movimiento en ascensión, la Reforma protestante;<br />

el cruzado, el caballero, personificaba una época que concluía, el<br />

Medioevo católico. Inglaterra siguió enviando puritanos a sus colonias,<br />

mucho tiempo después de que España no tenía ya cruzados que mandar a<br />

las suyas. La especie estaba agotada. La energía espiritual de España –solicitada<br />

por la reacción contra la Reforma precisamente– daba vida a un<br />

extraordinario renacimiento religioso, destinado a gastar su magnífica<br />

potencia en una intransigente reafirmación ortodoxa: la Contrarreforma.<br />

“La verdadera Reforma española –escribe Unamuno– fue la mística, y<br />

ésta, que tan poco se preocupó de la Reforma protestante, fue en España<br />

el más fuerte valladar contra ella. Santa Teresa hizo acaso tanto como San<br />

Ignacio de Loyola, la contrarreforma, por medio de la reforma española”**.<br />

La conquista consumió los últimos cruzados. Y el cruzado de la conquista,<br />

en la gran mayoría de los casos, no era ya propiamente el de las cru-<br />

* Los más celosos custodios de la tradición latina y del orden romano, –más paganos que<br />

cristianos– se amparan en Santo Tomás como en la más firme ciudadela del pensamiento<br />

católico.<br />

** Unamuno, La mística española 141 .<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

141


zadas, sino sólo su prolongación espiritual. El noble no estaba ya para<br />

empresas de caballería. La extensión y riqueza de los dominios de España<br />

le aseguraba una existencia cortesana y gaudente. El cruzado de la conquista,<br />

cuando fue hidalgo, fue pobre. En otros casos, provenía del Estado<br />

llano.<br />

Venidos de España a ocupar tierras para su rey –en quien los misioneros<br />

reconocían ante todo un fiduciario de la Iglesia Romana– los conquistadores<br />

parecen impulsados a veces por un vago presentimiento que los<br />

sucederían hombres sin su grandeza y audacia. Un confuso y oscuro instinto<br />

los mueve a rebelarse contra la Metrópoli. Acaso en el mismo heroico<br />

arranque de Cortés, cuando manda quemar sus naves, asoma indescifrable<br />

esta intuición. En la rebelión de Gonzalo Pizarro 142 , alienta una<br />

trágica ambición, una desesperada e impotente nostalgia. Con su derrota,<br />

termina la obra y la raza de los conquistadores. Concluye la Conquista;<br />

comienza el Coloniaje. Y si la Conquista es una empresa militar y religiosa,<br />

el Coloniaje no es sino una empresa política y eclesiástica. La inaugura un<br />

hombre de iglesia, don Pedro de la Gasea 143 . El eclesiástico reemplaza al<br />

evangelizador. El virreinato, molicie y ocio sensual, traería después al Perú<br />

nobles letrados y doctores escolásticos, gente ya toda de otra España, la<br />

de la Inquisición y de la decadencia.<br />

Durante el coloniaje, a pesar de la Inquisición y la Contrarreforma, la<br />

obra civilizadora es, sin embargo, en su mayor parte, religiosa y eclesiástica.<br />

Los elementos de educación y de cultura se concentraban exclusivamente<br />

en manos de la Iglesia. Los frailes contribuyeron a la organización<br />

virreinal no sólo con la evangelización de los infieles y la persecución de<br />

las herejías, sino con la enseñanza de artes y oficios y el establecimiento<br />

de cultivos y obrajes. En tiempos en que la Ciudad de los Virreyes se reducía<br />

a unos cuantos rústicos solares, los frailes fundaron aquí la primera<br />

universidad de América 144 . Importaron con sus dogmas y sus ritos, semillas,<br />

sarmientos, animales domésticos y herramientas. Estudiaron las costumbres<br />

de los naturales, recogieron sus tradiciones, allegaron los primeros<br />

materiales de su historia. Jesuitas y dominicos, por una suerte de<br />

facultad de adaptación y asimilación que caracteriza sobre todo a los je-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

142


suitas, captaron no pocos secretos de la historia y el espíritu indígenas. Y<br />

los indios, explotados en las minas, en los obrajes y en las “encomiendas”<br />

encontraron en los conventos, y aun en los curatos, sus más eficaces defensores.<br />

El padre de Las Casas, en quien florecían las mejores virtudes del<br />

misionero, del evangelizador, tuvo precursores y continuadores.<br />

El catolicismo, por su liturgia suntuosa, por su culto patético, estaba<br />

dotado de una aptitud tal vez única para cautivar a una población que no<br />

podía elevarse súbitamente a una religiosidad espiritual y abstractista. Y<br />

contaba, además, con su sorprendente facilidad de aclimatación a cualquier<br />

época o clima histórico. El trabajo, empezado muchos siglos atrás<br />

en Occidente, de absorción de antiguos mitos y de apropiación de fechas<br />

paganas, continuó en el Perú. El culto de la Virgen encontró en el lago Titicaca<br />

–de donde parecía nacer la teocracia inkaica– su más famoso santuario.<br />

Emilio Romero, inteligente y estudioso escritor, tiene interesantes<br />

observaciones sobre este aspecto de la sustitución de los dioses inkaicos<br />

por las efigies y ritos católicos. “Los indios vibraban de emoción –escribe–<br />

ante la solemnidad del rito católico. Vieron la imagen del Sol en los<br />

rutilantes bordados de brocados de las casullas y de las capas pluviales; y<br />

los colores del iris en los roquetes de finísimos hilos de seda en fondos<br />

violáceos. Vieron tal vez el símbolo de los quipus 145 en las borlas moradas<br />

de los abates y en los cordones de los descalzos… Así se explica el furor<br />

pagano con que las multitudes indígenas cuzqueñas vibraban de espanto<br />

ante la presencia del Señor de los Temblores en quien veían la imagen tangible<br />

de sus recuerdos y sus adoraciones, muy lejos el espíritu del pensamiento<br />

de los frailes. Vibraba el paganismo indígena en las fiestas religiosas.<br />

Por eso, lo vemos llevar sus ofrendas a las iglesias, los productos de sus<br />

rebaños, las primicias de sus cosechas. Más tarde, ellos mismos levantaban<br />

sus aparatosos altares del Corpus Christi llenos de espejos con marcos<br />

de plata repujada, sus grotescos santos y a los pies de los altares las primicias<br />

de los campos. Brindaban frente a los santos con honda nostalgia la<br />

misma jora de las libaciones del Cápac Raymi 146 ; y finalmente, entre los<br />

alaridos de su devoción que para los curas españoles eran gritos de penitencia<br />

y para los indios gritos pánicos, bailaban las estrepitosas cachampas<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

143


y las gimnásticas kashuas ante la sonrisa petrificada y vidriosa de los<br />

santos”*.<br />

La exterioridad, el paramento del catolicismo, sedujeron fácilmente a<br />

los indios. La evangelización, la catequización, nunca llegaron a consumarse<br />

en su sentido profundo, por esta misma falta de resistencia indígena.<br />

Para un pueblo que no había distinguido lo espiritual de lo temporal,<br />

el dominio político comprendía el dominio eclesiástico. Los misioneros<br />

no impusieron el Evangelio; impusieron el culto, la liturgia, adecuándolos<br />

sagazmente a las costumbres indígenas. El paganismo aborigen subsistió<br />

bajo el culto católico.<br />

Este fenómeno no era exclusivo de la catequización del Tawantinsuyo.<br />

La catolicidad se caracteriza, históricamente, por el mimetismo con<br />

que, en lo formal, se ha amoldado siempre al medio. La Iglesia Romana<br />

puede sentirse legítima heredera del Imperio Romano en lo que concierne<br />

a la política de colonización y asimilación de los pueblos sometidos a su<br />

poder. La indagación del origen de las grandes fechas del calendario gregoriano<br />

ha revelado a los investigadores asombrosas sustituciones. Frazer<br />

analizándolas, escribe: “Consideradas en su conjunto, las coincidencias<br />

de las fiestas cristianas con las fiestas paganas son demasiado precisas y<br />

demasiado numerosas para ser accidentales. Constituyen la marca del<br />

compromiso que la Iglesia, en la hora de su triunfo, se halló forzada a hacer<br />

con sus rivales, vencidos, pero todavía peligrosos. El protestantismo<br />

inflexible de los primeros misioneros, con su ardiente denunciación del<br />

paganismo, había cedido el lugar a la política más flexible, a la tolerancia<br />

más cómoda, a la ancha caridad de eclesiásticos avisados que se percataban<br />

bien de que, si el cristianismo debía conquistar al mundo, no podría<br />

hacerlo sino aflojando un poco los principios demasiado rígidos de su<br />

fundador, ensanchando un poco la puerta estrecha que conduce a la salud.<br />

Bajo este aspecto, se podría trazar un paralelo muy instructivo entre<br />

la historia del cristianismo y la historia del budismo”**. Este compromiso,<br />

en su origen, se extiende del catolicismo a toda la cristiandad; pero se<br />

* “El Cuzco católico” en Amauta, N o 10, diciembre de 1927 147 .<br />

** Frazer, op. cit.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

144


presenta como virtud o facultad romana, tanto por su carácter de compromiso<br />

puramente formal (en el orden dogmático o teológico la catolicidad<br />

ha sido en cambio intransigente), como por el hecho de que en la evangelización<br />

de los americanos y otros pueblos, sólo la Iglesia Romana continuó<br />

empleándolo sistemática y eficazmente. La Inquisición, desde este<br />

punto de vista, adquiere la fisonomía de un fenómeno interno de la religión<br />

católica: su objeto fue la represión de la herejía interior; la persecución<br />

de los herejes, no de los infieles.<br />

Pero esta facultad de adaptación es, al mismo tiempo, la fuerza y la<br />

debilidad de la Iglesia Romana. El espíritu religioso, no se templa sino en<br />

el combate, en la agonía. “El cristianismo, la cristiandad –dice Unamuno–<br />

desde que nació en San Pablo no fue una doctrina, aunque se expresara<br />

dialécticamente: fue vida, lucha, agonía. La doctrina era el Evangelio, la<br />

Buena Nueva. El cristianismo, la cristiandad, fue una preparación para<br />

la muerte y la resurrección, para la vida eterna”*. La pasividad con que los<br />

indios se dejaron catequizar, sin comprender el catecismo, enflaqueció<br />

espiritualmente al catolicismo en el Perú. El misionero no tuvo que velar<br />

por la pureza del dogma; su misión se redujo a servir de guía moral, de<br />

pastor eclesiástico a una grey rústica y sencilla, sin inquietud espiritual<br />

ninguna.<br />

Como en lo político, en lo religioso, al período heroico de la Conquista<br />

siguió el período virreinal –administrativo y burocrático. Francisco<br />

García Calderón enjuicia así, en conjunto, esta época: “Si la conquista fue<br />

el reino de esfuerzo, la época colonial es un largo período de extenuación<br />

moral”**. La primera etapa, simbolizada por el misionero, corresponde<br />

espiritualmente a la del florecimiento de la mística en España. En la mística,<br />

en la Contrarreforma, como lo sostiene Unamuno, España gastó la<br />

fuerza espiritual que otros pueblos gastaron en la Reforma. Unamuno define<br />

de este modo a los místicos: “Repelen la vana ciencia y buscan saber<br />

de finalidad pragmática, conocer para amar y obrar y gozar de Dios, no<br />

para conocer tan sólo. Son, sabiéndolo o no, anti-intelectualistas y esto los<br />

* Unamuno, L’Agonie du Christianisme 148 .<br />

** F. García Calderón, Le Pérou Contemporain 149 .<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

145


separa de un Eckart, verbigracia. Propenden al voluntarismo. Lo que buscan<br />

es saber total e integral, una sabiduría en que el conocer, el sentir y el<br />

querer se aúnen y aun fundan en lo posible. Amamos la verdad porque es<br />

bella, y porque la amamos, creemos, según el padre Ávila. En esta sabiduría<br />

sustancial se mejen y cuajan, por así decirlo, la verdad, la bondad y la<br />

belleza. Es, pues, natural que este misticismo culminare en una mujer, de<br />

espíritu menos analítico que el del hombre, y en quien se dan en más íntimo<br />

consorcio, o mejor en una más primitiva indiferenciación, las facultades<br />

anímicas”*.<br />

Ya sabemos que en España esta llamarada espiritual, de la cual surgió<br />

la Contrarreforma, encendió el alma de Santa Teresa, de San Ignacio y de<br />

otros grandes místicos; pero que luego se agotó y concluyó, trágica y fúnebremente,<br />

en las hogueras de la Inquisición. Pero en España contaba,<br />

para reavivar su fuerza, con la lucha contra la herejía, contra la Reforma.<br />

Allá podía ser todavía, por algún tiempo, vivo y enérgico resplandor.<br />

Aquí, fácilmente superpuesto el culto católico al sentimiento pagano de<br />

los indios, el catolicismo perdió su vigor moral. “Una gran santa –observa<br />

García Calderón– como Rosa de Lima, está bien lejos de tener la fuerte personalidad<br />

y la energía creadora de Santa Teresa, la gran española”**.<br />

En la costa, en Lima sobre todo, otro elemento vino a enervar la energía<br />

espiritual del catolicismo. El esclavo negro prestó al culto católico su<br />

sensualismo fetichista, su oscura superstición. El indio, sanamente panteísta<br />

y materialista, había alcanzado el grado ético de una gran teocracia;<br />

el negro, mientras tanto, trasudaba por todos sus poros el primitivismo de<br />

la tribu africana. Javier Prado anota lo siguiente: “Entre los negros, la religión<br />

cristiana era convertida en culto supersticioso e inmoral”. Embriagados<br />

completamente por el abuso del licor, excitados por estímulos de sensualidad<br />

y libertinaje, propios de su raza, iban primero los negros bozales<br />

y después los criollos danzando con movimientos obscenos y gritos salvajes,<br />

en las populares fiestas de diablos y gigantes, moros y cristianos, con las que,<br />

frecuentemente, con aplauso general, acompañaban a las procesiones”***.<br />

* Unamuno, La mística española 150 .<br />

** García Calderón, op. cit.<br />

*** Javier Prado, Estado social del Perú durante la dominación española 151 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

146


Los religiosos gastaban lo mejor de su energía en sus propias querellas<br />

internas, o en la caza del hereje, si no en una constante y activa rivalidad<br />

con los representantes del poder temporal. Hasta en el fervor apostólico<br />

del padre de Las Casas, el profesor Prado cree encontrar el estímulo de<br />

esta rivalidad. Pero, en este caso, al menos, el celo eclesiástico era usado en servicio<br />

de una causa noble y justa que, hasta mucho tiempo después de la emancipación<br />

política del país, no volvería a encontrar tan tenaces defensores.<br />

Si el suntuoso culto y la majestuosa liturgia disponían de un singular<br />

poder de sugestión para imponerse al paganismo indígena, el catolicismo<br />

español, como concepción de la vida y disciplina del espíritu, carecía de<br />

aptitud para crear en sus colonias elementos de trabajo y de riqueza. Este<br />

es, como lo he observado en mi estudio sobre la economía peruana, el lado<br />

más débil de la colonización española. Mas, del recalcitrante medioevalismo<br />

de España, causante de su floja y morosa evolución hacia el capitalismo,<br />

sería arbitrario y extremado suponer exclusivamente responsable al<br />

catolicismo que, en otros países latinos, supo aproximarse sagazmente a<br />

los principios de la economía capitalista. Las congregaciones, especialmente<br />

la de los jesuitas, operaron en el terreno económico, más diestramente<br />

que la administración civil y sus fiduciarios. La nobleza española,<br />

despreciaba el trabajo y el comercio; la burguesía, muy retardada en su<br />

proceso, estaba contagiada de principios aristocráticos. Pero, en general,<br />

la experiencia de Occidente revela la solidaridad entre capitalismo y protestantismo,<br />

de modo demasiado concreto. El protestantismo aparece en<br />

la historia, como la levadura espiritual del proceso capitalista. La reforma<br />

protestante contenía la esencia, el germen del Estado liberal. El protestantismo<br />

y el liberalismo correspondieron, como corriente religiosa y<br />

tendencia política respectivamente, al desarrollo de los factores de la<br />

economía capitalista. Los hechos abonan esta tesis. El capitalismo y el industrialismo<br />

no han fructificado en ninguna parte como en los pueblos<br />

protestantes. La economía capitalista ha llegado a su plenitud sólo en Inglaterra,<br />

Estados Unidos y Alemania. Y, dentro de estos Estados, los pueblos<br />

de confesión católica han conservado instintivamente gustos y hábitos<br />

rurales y medioevales. (Baviera católica es también campesina). Y en<br />

cuanto a los estados católicos, ninguno ha alcanzado un grado superior de<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

147


industrialización. Francia –que no puede ser juzgada por el mercado financiero<br />

cosmopolita de París ni por el Comité des Forges– es más agrícola<br />

que industrial. Italia –aunque su demografía la ha empujado por la vía del<br />

trabajo industrial que ha creado los centros capitalistas de Milán, Turín y<br />

Genova– mantiene su inclinación agraria. Mussolini se complace frecuentemente<br />

en el elogio de Italia campesina y provinciana y en uno de sus discursos<br />

últimos ha recalcado su aversión a un urbanismo y un industrialismo<br />

excesivos, por su influjo depresivo sobre el factor demográfico.<br />

España, el país más clausurado en su tradición católica –que arrojó de su<br />

suelo al judío– presenta la más retrasada y anémica estructura capitalista,<br />

con la agravante de que su incipiencia industrial y financiera no ha estado<br />

al menos compensada por una gran prosperidad agrícola, acaso porque,<br />

mientras el terrateniente italiano heredó de sus ascendientes romanos, un<br />

arraigado sentimiento agrario, el hidalgo español se aferró al prejuicio de<br />

las profesiones nobles. El diálogo entre la carrera de las armas y la de las<br />

letras no reconoció en España más primacía que la de la carrera eclesiástica.<br />

La primera etapa de la emancipación de la burguesía es, según Engels,<br />

la reforma protestante. “La reforma de Calvino –escribe el célebre autor<br />

del Anti-Dühring– respondía a las necesidades de la burguesía más avanzada<br />

de la época. Su doctrina de la predestinación era la expresión religiosa<br />

del hecho de que, en el mundo comercial de la competencia, el éxito y el<br />

fracaso no dependen ni de la actividad ni de la habilidad del hombre, sino<br />

de circunstancias no subordinadas a su control”*. La rebelión contra<br />

Roma de las burguesías más evolucionadas y ambiciosas condujo a la institución<br />

de iglesias nacionales destinadas a evitar todo conflicto entre lo<br />

temporal y lo espiritual, entre la Iglesia y el Estado. El libre examen encerraba<br />

el embrión de todos los principios de la economía burguesa: libre<br />

concurrencia, libre industria, etc. El individualismo, indispensable para<br />

el desenvolvimiento de una sociedad basada en estos principios, recibía<br />

de la moral y de la práctica protestante los mejores estímulos.<br />

Marx ha esclarecido varios aspectos de las relaciones entre protestantismo<br />

y capitalismo. Singularmente aguda es la siguiente observación: “El<br />

* F. Engels, Socialismo utópico y socialismo científico 152 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

148


sistema de la moneda es esencialmente católico, el del crédito eminentemente<br />

protestante. Lo que salva es la fe: la fe en el valor monetario considerado<br />

como el alma de la mercadería, la fe en el sistema de producción y<br />

su ordenamiento predestinado, la fe en los agentes de la producción que<br />

personifican el capital, el cual tiene el poder de aumentar por sí mismo el<br />

valor. Pero así como el protestantismo no se emancipa casi de los fundamentos<br />

del catolicismo, así el sistema del crédito no se eleva sobre la base<br />

del sistema de la moneda”*.<br />

Y no sólo los dialécticos del materialismo histórico constatan esta<br />

consanguinidad de los dos grandes fenómenos. Hoy mismo, en una época<br />

de reacción, así intelectual como política, un escritor español, Ramiro de<br />

Maeztu descubre la flaqueza de su pueblo en su falta de sentido económico.<br />

Y he aquí cómo entiende los factores morales del capitalismo yanqui:<br />

“Su sentido del poder lo deben, en efecto, los norteamericanos a la tesis<br />

calvinista de que Dios, desde toda eternidad, ha destinado unos hombres<br />

a la salvación y otros a la muerte eterna; que esa salvación se conoce en el<br />

cumplimiento de los deberes de cada hombre en su propio oficio, de lo<br />

cual se deduce que la prosperidad consiguiente al cumplimiento de esos<br />

deberes es signo de la posesión de la divina gracia, por lo que hace falta<br />

conservarla a todo trance, lo que implica la moralización de la manera de<br />

gastar el dinero. Estos postulados teológicos no son actualmente más que<br />

historia. El pueblo de los Estados Unidos continúa progresando, pero a la<br />

manera de una piedra lanzada por un brazo que ya no existe para renovar<br />

la fuerza del proyectil, cuando ésta se agote”**. Los neoescolásticos se<br />

empeñan en contestar o regatear a la Reforma este influjo en el desarrollo<br />

capitalista, pretendiendo que en el tomismo estaban ya formulados los<br />

principios de la economía burguesa***. Sorel ha reconocido a Santo Tomás<br />

los servicios prestados a la civilización occidental por el realismo con<br />

que trabajó por apoyar el dogma en la ciencia. Ha hecho resaltar particularmente<br />

su concepto de que “La ley humana no puede cambiar la natura-<br />

* Karl Marx, El capital 153 .<br />

** Ramiro de Maeztu, “Rodó y el poder”, en Repertorio Americano, t. VII, N o 6 (1926).<br />

*** René Johannet, Eloge du bourgeois français 154 .<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

149


leza jurídica de las cosas, naturaleza que deriva de su contenido económico”*.<br />

Pero si el catolicismo, con Santo Tomás, arribó a este grado de<br />

comprensión de la economía, la Reforma forjó las armas morales de la<br />

revolución burguesa, franqueando la vía al capitalismo. La concepción<br />

neoescolástica se explica fácilmente. El neotomismo es burgués; pero no<br />

capitalista. Porque así como socialismo no es la misma cosa que proletariado,<br />

capitalismo no es exactamente la misma cosa que burguesía. La<br />

burguesía es la clase, el capitalismo es el orden, la civilización, el espíritu<br />

que de esta clase ha nacido. La burguesía es anterior al capitalismo. Existió<br />

mucho antes que él, pero sólo después ha dado su nombre a toda una<br />

edad histórica.<br />

Dos caminos tiene el sentimiento religioso según un juicio de Papini<br />

–de sus tiempos de pragmatista–: el de la posesión y el de la renuncia**. El<br />

protestantismo, desde su origen, escogió resueltamente el primero. En el<br />

impulso místico del puritanismo, Waldo Frank acertadamente advierte,<br />

ante todo, voluntad de potencia. En su explicación de Norte América nos<br />

dice cómo “la disciplina de la Iglesia organizó e hizo marchar a los hombres<br />

contra las dificultades materiales de una América indomada; cómo el<br />

renunciamiento a los placeres de los sentidos produjo máxima energía<br />

disponible para la caza del poder y de la riqueza; cómo estos sentidos,<br />

mortificados por principios ascéticos, adaptados a las rudas condiciones<br />

de la vida, tomaron su revancha en una lucha hacia la fortuna”. La universidad<br />

norteamericana, bajo estos principios religiosos, proporcionaba a<br />

los jóvenes una cultura “cuyo sentido era la santidad de la propiedad, la<br />

moralidad del éxito”***.<br />

El catolicismo, en tanto, se mantuvo como un constante compromiso<br />

entre los dos términos, posesión y renuncia. Su voluntad de potencia se<br />

tradujo en empresas militares y sobre todo políticas; no inspiró ninguna<br />

gran aventura económica. La América española, por otra parte, no ofrecía<br />

a la catolicidad un ambiente propicio al ascetismo. En vez de mortifica-<br />

* Sorel, Introduction a L’Economie Moderne, p. 289; Santo Tomás, Secunda secundae 155 .<br />

** Papini, Pragmatismo 156 .<br />

*** Waldo Frank, op. cit. 157 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

150


ción, los sentidos no encontraron en este continente sino goce, lasitud y<br />

molicie.<br />

La evangelización de la América española no puede ser enjuiciada como<br />

una empresa religiosa sino como una empresa eclesiástica. Pero, después<br />

de los primeros siglos del cristianismo, la evangelización tuvo siempre<br />

este carácter. Sólo una poderosa organización eclesiástica, apta para movilizar<br />

aguerridas milicias de catequistas y sacerdotes, era capaz de colonizar<br />

para la fe cristiana pueblos lejanos y diversos.<br />

El protestantismo, como ya he apuntado, careció siempre de eficacia<br />

catequista, por una consecuencia lógica de su individualismo, destinado a<br />

reducir al mínimo el marco eclesiástico de la religión. Su propagación en<br />

Europa se debió invariablemente a razones políticas y económicas: los<br />

conflictos entre la Iglesia romana y Estados y monarcas propensos a rebelarse<br />

contra el poder papal y a incorporarse en la corriente secesionista; y<br />

el crecimiento de la burguesía que encontraba en el protestantismo un sistema<br />

más cómodo y se irritaba contra el favor de Roma a los privilegios<br />

feudales. Cuando el protestantismo ha emprendido una obra de catequización<br />

y propaganda, ha adoptado un método en el cual se combina la<br />

práctica eclesiástica con sagaces ensayos de servicio social. En la América<br />

del Norte, el colonizador anglosajón no se preocupó de la evangelización<br />

de los aborígenes. Le tocó colonizar una tierra casi virgen, en áspero combate<br />

con una naturaleza cuya posesión y conquista exigían íntegramente<br />

su energía. Aquí se descubre la íntima diferencia entre las dos conquistas,<br />

la anglosajona y la española: la primera se presenta en su origen y en su proceso,<br />

como una aventura absolutamente individualista, que obligó a los<br />

hombres que la realizaron a una vida de alta tensión. (Individualismo, practicismo<br />

y activismo hasta ahora son los resortes primarios del fenómeno<br />

norteamericano).<br />

La colonización anglosajona no necesitaba una organización eclesiástica.<br />

El individualismo puritano, hacía de cada pioneer un pastor: el pastor<br />

de sí mismo. Al pioneer de Nueva Inglaterra le bastaba su Biblia. (Unamu-<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

151


no llama al protestantismo, “la tiranía de la letra”). La América del Norte<br />

fue colonizada con gran economía de fuerzas y de hombres. El colonizador<br />

no empleó misioneros, predicadores, teólogos ni conventos. Para la<br />

posesión simple y ruda de la tierra, no le hacían falta. No tenía que conquistar<br />

una cultura y un pueblo sino un territorio. La suya, dirán algunos,<br />

no era economía sino pobreza. Tendrán razón; pero a condición de reconocer<br />

que de esta pobreza surgieron el poder y riqueza de los Estados<br />

Unidos.<br />

El sino de la colonización española y católica era mucho más amplio;<br />

su misión, más difícil. Los conquistadores encontraron en estas tierras,<br />

pueblos, ciudades, culturas: el suelo estaba cruzado de caminos y de huellas<br />

que sus pasos no podían borrar. La evangelización tuvo su etapa heroica,<br />

aquella en que España nos envió misioneros en quienes estaba vivo aún<br />

el fuego místico y el ímpetu militar de los cruzados. (“Al mismo tiempo<br />

que los soldados –leo en Julien Luchaire– desembarcaban, en multitud, y<br />

escogidos entre los mejores, los curas y los monjes católicos”)*. Pero<br />

–vencedor el pomposo culto católico del rústico paganismo indígena– la<br />

esclavitud y la explotación del indio y del negro, la abundancia y la riqueza,<br />

relajaron al colonizador. El elemento religioso quedó absorbido y dominado<br />

por el elemento eclesiástico. El clero no era una milicia heroica y<br />

ardiente, sino una burocracia regalona, bien pagada y bien vista. “Vino<br />

entonces –escribe el doctor M.V. Villarán– la segunda edad de la historia<br />

del sacerdocio colonial: la edad de la vida plácida y tranquila en los magníficos<br />

conventos, la edad de las prebendas, de los fructuosos curatos, de la<br />

influencia social, del predominio político, de las lujosas fiestas, que tuvieron<br />

por consecuencias inevitables el abuso y la relajación de costumbres.<br />

En aquella época la carrera por excelencia era el sacerdocio. Profesión<br />

honrosa y lucrativa, los que a ella se dedicaban vivían como grandes y habitaban<br />

palacios; eran el ídolo de los buenos colonos que los amaban, los<br />

respetaban, los temían, los obsequiaban, los hacían herederos y legatarios<br />

de sus bienes. Los conventos eran grandes y había en ellos celda para todos:<br />

las mitras, las dignidades, las canonjías, los curatos, las capellanías,<br />

* Luchaire, L’Église et le seizième siècle 158 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

152


las cátedras, los oratorios particulares, los beneficios de todo orden abundaban.<br />

La piedad de los habitantes era ferviente y ellos proveían con largueza<br />

a la sustentación de los ministros del altar. Así pues, “todo hijo segundo<br />

de buena familia era destinado al sacerdocio”*.<br />

Y esta Iglesia no fue ya siquiera la de la Contrarreforma y la Inquisición.<br />

El Santo Oficio no tenía casi en el Perú herejías que perseguir. Dirigía<br />

más bien su acción contra los civiles en mal predicamento con el clero;<br />

contra las supersticiones y vicios que solapada y fácilmente prosperaban<br />

en un ambiente de sensualidad y de idolatría, cargado de sedimentos mágicos;<br />

y, sobre todo, contra aquello que juzgaba sospechoso de insidiar o<br />

disminuir su poder. Y bajo este último aspecto, la Inquisición se comportaba<br />

más como institución política que religiosa. Está bien averiguado que<br />

en España sirvió los fines del absolutismo antes que los de la Iglesia. “El<br />

Santo Oficio –dice Luchaire– era poderoso, antes que todo, porque el rey<br />

quería que lo fuese; porque tenía la misión de perseguir a los rebeldes políticos<br />

igual que a los innovadores religiosos; el arma no estaba en las manos<br />

del Papa sino en las del rey; el rey las manejaba en su interés tanto<br />

como en el de la Iglesia”**.<br />

La ciencia eclesiástica, por otra parte, en vez de comunicarnos con las<br />

corrientes intelectuales de la época, nos separaba de ellas. El pensamiento<br />

escolástico fue vivo y creador en España, mientras recibió de los místicos<br />

calor y ardimiento. Pero desde que se congeló en fórmulas pedantes y casuistas,<br />

se convirtió en yerto y apergaminado saber de erudito, en anquilosada<br />

y retórica ortodoxia de teólogo español. En la crítica civilista, no escasean<br />

las requisitorias contra esta fase de la obra eclesiástica en el Perú.<br />

“¿Cuál era la ciencia que suministraba el clero? –se pregunta Javier Prado<br />

en su duradero y enjundioso estudio–. Una teología vulgar –se responde–<br />

un dogmatismo formalista, mezcla confusa y abrumadora de las doctrinas<br />

peripatéticas con el ergotismo escolástico. Siempre que la Iglesia no ha<br />

podido suministrar verdaderos conocimientos científicos, ha apelado al<br />

recurso de distraer y fatigar el pensamiento, por medio de una gimnasia<br />

de palabras y fórmulas y de un método vacío, extravagante e infecundo.<br />

* M.V. Villarán, Estudios sobre educación nacional, pp. 10 y 11 159 .<br />

** Luchaire, op. cit.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

153


Aquí, en el Perú, se leía en latín discursos que no se comprendían y que,<br />

sin embargo, se argumentaban en la misma condición; había sabios que<br />

tenían fórmulas para resolver, nuevos Pico de la Mirandola, todas las proposiciones<br />

de las ciencias; aquí se solucionaba lo divino y lo humano por<br />

medio de la religión y de la autoridad del maestro, aunque reinara la mayor<br />

ignorancia no sólo en las ciencias naturales sino también en las filosóficas<br />

y aun en las enseñanzas de Bossuet y Pascal”*.<br />

La lucha de la Independencia –que abrió un nuevo camino y prometió<br />

una nueva aurora a los mejores espíritus– descubrió que donde había<br />

aún religiosidad –esto es misticismo, pasión– era en algunos curas criollos<br />

e indios, entre los cuales, en el Perú como en México, la revolución liberal reclutaría<br />

algunos de sus audaces precursores y de sus grandes tribunos.<br />

III. <strong>LA</strong> IN<strong>DE</strong>PEN<strong>DE</strong>NCIA Y <strong>LA</strong> IGLESIA<br />

La revolución de la Independencia, del mismo modo que no tocó los privilegios<br />

feudales, tampoco tocó los privilegios eclesiásticos. El alto clero<br />

conservador y tradicionalista, se sentía naturalmente fiel al rey y a la Metrópoli;<br />

pero igual que la aristocracia terrateniente, aceptó la República<br />

apenas constató la impotencia práctica de ésta ante la estructura colonial.<br />

La revolución americana, conducida por caudillos romancescos y napoleónicos<br />

y teorizada por tribunos dogmáticos y formalistas, aunque se alimentó<br />

como se sabe, de los principios y emociones de la Revolución Francesa,<br />

no heredó ni conoció su problema religioso.<br />

En Francia como en los otros países donde no prendió la Reforma, la<br />

revolución burguesa y liberal no pudo cumplirse sin jacobinismo y anticlericalismo.<br />

La lucha contra la feudalidad descubría en esos pueblos una<br />

solidaridad comprometedora entre la Iglesia Católica y el régimen feudal.<br />

Tanto por la influencia conservadora de su alto clero como por su resistencia<br />

doctrinal y sentimental a todo lo que en el pensamiento liberal reconocía<br />

de individualismo y nacionalismo protestantes, la Iglesia cometió la<br />

imprudencia de vincularse demasiado a las suertes de la reacción monárquica<br />

y aristocrática.<br />

* Javier Prado, op. cit.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

154


Mas en la América española, sobre todo en los países donde la revolución<br />

se detuvo por mucho tiempo en su fórmula política (independencia y<br />

república), la subsistencia de los privilegios feudales se acompañaba lógicamente<br />

de la de los privilegios eclesiásticos. Por esto en México cuando<br />

la revolución ha atacado a los primeros, se ha encontrado en seguida en<br />

conflicto con los segundos. (En México, por estar en manos de la Iglesia<br />

una gran parte de la propiedad, unos y otros privilegios se presentaban no<br />

sólo política sino materialmente identificados).<br />

Tuvo el Perú un clero liberal y patriota desde las primeras jornadas de<br />

la revolución. Y el liberalismo civil, en muy pocos casos individuales se<br />

mostró intransigentemente jacobino y, en menos casos aún, netamente<br />

antirreligioso. Procedían nuestros liberales, en su mayor parte, de las logias<br />

masónicas, que tan activa función tuvieron en la preparación de la<br />

Independencia, de modo que profesaban casi todos el deísmo que hizo de<br />

la masonería, en los países latinos, algo así como un sucedáneo espiritual y<br />

político de la Reforma.<br />

En la propia Francia, la revolución se mantuvo en buenas relaciones<br />

con la cristiandad, aun durante su estación jacobina. Aulard observa sagazmente<br />

que en Francia la oleada antirreligiosa o anticristiana obedeció<br />

a causas contingentes más bien que doctrinarias. “De todos los acontecimientos<br />

–dice– que condujeron al estado de espíritu del cual salió la tentativa<br />

de descristianización, la insurrección de la Vendée, por su forma clerical,<br />

fue la más importante, la más influyente. Creo poder decir que sin la<br />

Vendée, no habría habido culto de la Razón”*. Recuerda Aulard el deísmo<br />

de Robespierre, quien sostenía que “el ateísmo es aristocrático” mientras<br />

que “la idea de un Ser Supremo que vela por la inocencia oprimida y<br />

castiga al crimen triunfante es completamente popular”. El culto de la<br />

diosa Razón no conservó su impulso vital sino en tanto que fue culto de la<br />

Patria, amenazada e insidiada por la reacción extranjera con el favor del<br />

poder papal. Además, “el culto de la razón –agrega Aulard–, fue casi siempre<br />

deísta y no materialista o ateo”**.<br />

* A. Aulard, Le Christianisme et la révolution française, p. 88 160 .<br />

** Ibid., p. 162.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

155


La Revolución Francesa arribó a la separación de la Iglesia y el Estado.<br />

Napoleón encontró más tarde, en el concordato, la fórmula de la subordinación<br />

de la Iglesia al Estado. Pero los períodos de Restauración comprometieron<br />

su obra, renovando el conflicto entre el clero y la laicidad, en<br />

el cual Lucien Romier cree ver resumida la historia de la República. Romier<br />

parte del supuesto de que la feudalidad estaba ya vencida cuando<br />

vino la revolución. Bajo la Monarquía, según Romier –y en esto lo acompañan<br />

todos los escritores reaccionarios– la burguesía había ya impuesto<br />

su ley. “La victoria contra los señores –dice– estaba conseguida. Los reyes<br />

habían muerto a la feudalidad. Quedaba una aristocracia, pero sin fuerza<br />

propia y que debía todas sus prerrogativas y sus títulos al poder central,<br />

cuerpo de funcionarios galoneados con funciones más o menos hereditarias.<br />

Restos frágiles de una potencia que se derrumbó a la primera oleada<br />

republicana. Cumplida esta destrucción fácilmente, la República no tuvo<br />

sino que mantener el hecho adquirido sin aplicar a esto un esfuerzo especial.<br />

Por el contrario, la Monarquía había fracasado respecto a la Iglesia. A<br />

pesar de la domesticación secular del alto clero, a pesar de un conflicto<br />

con la Curia que renacía de reinado en reinado, a pesar de muchas amenazas<br />

de ruptura, la lucha contra la autoridad romana no había dado al Estado<br />

más poder sobre la religión que en los tiempos de Felipe el Bello. Así, es<br />

contra la Iglesia y el clero ultramontano que la República orientó su principal<br />

esfuerzo por un siglo”*.<br />

En las colonias españolas de la América del Sur, la situación era muy<br />

distinta. En el Perú en particular, la revolución encontraba una feudalidad<br />

intacta. Los choques entre el poder civil y el poder eclesiástico no tenían<br />

ningún fondo doctrinal. Traducían una querella doméstica. Dependían<br />

de un estado latente de competición y de equilibrio, propio de países<br />

donde la colonización sentía ser en gran parte evangelización y donde la<br />

autoridad espiritual tendía fácilmente a prevalecer sobre la autoridad<br />

temporal. La constitución republicana desde el primer momento proclamó<br />

al catolicismo religión nacional. Mantenidos dentro de la tradición española,<br />

carecían estos países de elementos de reforma protestante. El cul-<br />

* Lucien Romier, Explication de Notre Temps, pp. 194 y 195 161 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

156


to de la Razón habría sido más exótico todavía en pueblos de exigua actividad<br />

intelectual y floja y rala cultura filosófica. No existían las razones de<br />

otras latitudes históricas para el Estado laico. Amamantado por la catolicidad<br />

española, el Estado peruano tenía que constituirse como Estado semifeudal<br />

y católico.<br />

La República continuó la política española, en éste como en otros terrenos.<br />

“Por el patronato, por el régimen de diezmos, por los beneficios<br />

eclesiásticos –dice García Calderón– se estableció siguiendo el ejemplo<br />

francés, una constitución civil de la Iglesia. En este sentido la revolución<br />

fue tradicionalista. Los reyes españoles tenían sobre la Iglesia, desde los<br />

primeros monarcas absolutos, un derecho de intervención y protección:<br />

la defensa del culto se convertía en sus manos en una acción civil y legisladora.<br />

La Iglesia era una fuerza social, pero la debilidad de la jerarquía perjudicaba<br />

a sus ambiciones políticas. No podría, como en Inglaterra, realizar<br />

un pacto constitucional y delimitar libremente sus fronteras. El rey<br />

protegía la Inquisición y se mostraba más católico que el Papa: su influencia<br />

tutelar impedía los conflictos, resultaba soberana y única”*. Toca García<br />

Calderón en este juicio, la parte débil, el contraste interno de los Estados<br />

latinoamericanos que no han llegado al régimen de separación. El<br />

Estado Católico no puede hacer, si su catolicismo es viviente y activo, una<br />

política laica. Su concepción aplicada hasta sus últimas consecuencias,<br />

lleva a la teocracia. Desde este punto de vista el pensamiento de los conservadores<br />

ultramontanos como García Moreno 162 aparece más coherente<br />

que el de los liberales moderados, empeñados en armonizar la confesión<br />

católica del Estado con una política laica, liberal y nacional.<br />

El liberalismo peruano, débil y formal en el plano económico y político,<br />

no podía dejar de serlo en el plano religioso. No es exacto, como pretenden<br />

algunos, que a la influencia clerical y eclesiástica haya pugnado<br />

por oponerse una fórmula jacobina. La actitud personal de Vigil 163 –que<br />

es la apasionada actitud de un librepensador salido de los rangos de la<br />

Iglesia– no pertenece propiamente a nuestro liberalismo, que así como no<br />

intentó nunca desfeudalizar el Estado, tampoco intentó laicizarlo. Sobre<br />

* García Calderón, op. cit.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

157


el más representativo y responsable de sus líderes, don José Gálvez 164 ,<br />

escribe fundadamente Jorge Guillermo Leguía: “Su ideología giraba en<br />

torno de dos ideas: Igualitarismo y Moralidad. Yerran, por consiguiente,<br />

quienes, al apreciar sus doctrinas adversas a los diezmos eclesiásticos, afirman<br />

que era jacobino. Gálvez jamás desconoció a la Iglesia ni sus dogmas.<br />

Los respetaba y los creía. Estaba mal informada la abadesa que el 2 de<br />

mayo exclamó, al tener noticia de la funesta explosión de la Torre de la<br />

Merced: ‘¡Qué pólvora tan bien gastada!’. Mal podría ser anticatólico, el<br />

diputado que en el exordio de la Constitución invocaba a Dios trino y<br />

uno. Al arrebatar Gálvez a nuestra Iglesia los gajes que encarnaban una<br />

supervivencia feudal, sólo tenía en mente una reforma económica y democrática;<br />

nunca un objetivo anticlerical. No era Gálvez, según se ha supuesto,<br />

autor de tal iniciativa, ya lanzada por el admirable Vigil”*.<br />

Desde que, forzada por su función de clase gobernante, la aristocracia<br />

terrateniente adoptó ideas y gestos de burguesía, se asimiló parcialmente<br />

los restos de este liberalismo. Hubo en su vida un instante de evolución<br />

–el del surgimiento del Partido Civil– en que una tendencia liberal, expresiva<br />

de su naciente conciencia capitalista, le enajenó las simpatías del<br />

elemento eclesiástico, que coincidió más bien –y no sólo en la redacción<br />

de un periódico– con el pierolismo conservador y plebiscitario. En este<br />

período de nuestra historia, como lo anoto también en otro lugar, la aristocracia<br />

tomó un aire liberal; el demos, por reacción, aunque clamase<br />

contra la argolla traficante, adquirió un tono conservador y clerical. En el<br />

estado mayor civilista figuraban algunos liberales moderados que tendían<br />

a imprimir a la política del Estado una orientación capitalista, desvinculándola<br />

en lo posible de su tradición feudal. Pero el predominio que la<br />

casta feudal mantuvo en el civilismo, junto con el retardamiento que a<br />

nuestro proceso político impuso la guerra, impidió a esos abogados y jurisconsultos<br />

civilistas avanzar en tal dirección. Ante el poder del clero y la<br />

Iglesia, el civilismo, manifestó ordinariamente un pragmatismo pasivo y<br />

un positivismo conservador que, salvo alguna excepción individual, no<br />

cesaron luego de caracterizarlo mentalmente.<br />

* “La Convención de 1856 y don José Gálvez”, Revista de Ciencias Jurídicas y Sociales, N o<br />

1, p. 36.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

158


El movimiento radical –que tuvo a su cargo la tarea de denunciar y<br />

condenar simultáneamente a los tres elementos de la política peruana en<br />

los últimos lustros del siglo veinte: civilismo, pierolismo y militarismo–<br />

constituyó en verdad la primera efectiva agitación anticlerical. Dirigido<br />

por hombres de temperamento más literario o filosófico que político, empleó<br />

sus mejores energías en esta batalla que, si produjo, sobre todo en las<br />

provincias, cierto aumento del indiferentismo religioso –lo que no era una<br />

ganancia–, no amenazó en lo más mínimo la estructura económico-social<br />

en la cual todo el orden que anatematizaba se encontraba hondamente<br />

enraizado. La protesta radical o “gonzález-pradista” careció de eficacia<br />

por no haber aportado un programa económico social. Sus dos principales<br />

lemas –anticentralismo y anticlericalismo–, eran por sí solos insuficientes<br />

para amenazar los privilegios feudales. Únicamente el movimiento<br />

liberal de Arequipa, reivindicado hace poco por Miguel Ángel Urquieta*,<br />

intentó colocarse en el terreno económico-social, aunque este esfuerzo no<br />

pasase de la elaboración de un programa.<br />

En los países sudamericanos donde el pensamiento liberal ha cumplido<br />

libremente su trayectoria, insertado en una normal evolución capitalista<br />

y democrática, se ha llegado –si bien sólo como especulación intelectual–<br />

a la preconización del protestantismo y de la iglesia nacional como<br />

una necesidad lógica del Estado liberal moderno.<br />

Pero, desde que el capitalismo ha perdido su sentido revolucionario,<br />

esta tesis se muestra superada por los hechos**. El socialismo, conforme a<br />

las conclusiones del materialismo histórico –que conviene no confundir<br />

con el materialismo filosófico–, considera a las formas eclesiásticas y<br />

doctrinas religiosas, peculiares e inherentes al régimen económico-social<br />

que las sostiene y produce. Y se preocupa por tanto, de cambiar éste y<br />

no aquéllas. La mera agitación anticlerical es estimada por el socialismo<br />

como un diversivo liberal burgués. Significa en Europa un movimiento<br />

* Véase el artículo “González Prada y Urquieta” en el N o 5 de Amauta (enero de 1927).<br />

** El líder de las YMCA Julio Navarro Monzó, predicador de una nueva Reforma, admite<br />

en su obra El problema religioso en la cultura latinoamericana 165 que: “habiendo tenido<br />

los países latinos la enorme desgracia de haber quedado al margen de la Reforma del siglo<br />

XVI, ahora era ya demasiado tarde para pensar en convertirlos al Protestantismo”.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

159


característico de los pueblos donde la reforma protestante no ha asegurado<br />

la unidad de conciencia civil y religiosa y donde el nacionalismo político<br />

y universalismo romano viven en un conflicto ya abierto, ya latente, que<br />

el compromiso puede apaciguar, pero no cancelar ni resolver.<br />

El protestantismo no consigue penetrar en la América Latina por obra<br />

de su poder espiritual y religioso sino de sus servicios sociales (YMCA, misiones<br />

metodistas de la sierra, etc.). Este y otros signos indican que sus posibilidades<br />

de expansión normal se encuentran agotadas. En los pueblos<br />

latinoamericanos, las perjudica además el movimiento anti-imperialista,<br />

cuyos vigías recelan de las misiones protestantes como de tácitas avanzadas<br />

del capitalismo anglosajón: británico o norteamericano.<br />

El pensamiento racionalista del siglo diecinueve pretendía resolver la<br />

religión en la filosofía. Más realista, el pragmatismo ha sabido reconocer<br />

al sentimiento religioso el lugar del cual la filosofía ochocentista se imaginaba<br />

vanidosamente desalojarlo. Y, como lo anunciaba Sorel, la experiencia<br />

histórica de los últimos lustros ha comprobado que los actuales mitos<br />

revolucionarios o sociales pueden ocupar la conciencia profunda de los<br />

hombres con la misma plenitud que los antiguos mitos religiosos.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

160


REGIONALISMO Y CENTRALISMO<br />

I. PONENCIAS BÁSICAS<br />

¿CÓMO SE P<strong>LA</strong>NTEA, en nuestra época, la cuestión del regionalismo?<br />

En algunos departamentos, sobre todo en los del sur, es demasiado evidente<br />

la existencia de un sentimiento regionalista. Pero las aspiraciones<br />

regionalistas son imprecisas; indefinidas; no se concretan en categóricas y<br />

vigorosas reivindicaciones. El regionalismo no es en el Perú un movimiento,<br />

una corriente, un programa. No es sino la expresión vaga de un malestar<br />

y de un descontento.<br />

Esto tiene su explicación en nuestra realidad económica y social y en<br />

nuestro proceso histórico. La cuestión del regionalismo se plantea, para<br />

nosotros, en términos nuevos. No podemos ya conocerla y estudiarla con<br />

la ideología jacobina o radicaloide del siglo XIX.<br />

Me parece que nos pueden orientar en la exploración del tema del regionalismo<br />

las siguientes proposiciones:<br />

1 a – La polémica entre federalistas y centralistas, es una polémica superada<br />

y anacrónica como la controversia entre conservadores y liberales.<br />

Teórica y prácticamente la lucha se desplaza del plano exclusivamente<br />

político a un plano social y económico. A la nueva generación no le preocupa<br />

en nuestro régimen lo formal –el mecanismo administrativo– sino<br />

lo substancial –la estructura económica.<br />

2 a – El federalismo no aparece en nuestra historia como una reivindicación<br />

popular, sino más bien como una reivindicación del gamonalismo<br />

y de su clientela. No la formulan las masas indígenas. Su proselitismo no<br />

desborda los límites de la pequeña burguesía de las antiguas ciudades coloniales.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

161


3 a – El centralismo se apoya en el caciquismo y el gamonalismo regionales,<br />

dispuestos, intermitentemente, a sentirse o decirse federalistas. La<br />

tendencia federalista recluta sus adeptos entre los caciques o gamonales<br />

en desgracia ante el poder central.<br />

4 a – Uno de los vicios de nuestra organización política es, ciertamente,<br />

su centralismo. Pero la solución no reside en un federalismo de raíz e inspiración<br />

feudales. Nuestra organización política y económica necesita ser<br />

íntegramente revisada y transformada.<br />

5 a – Es difícil definir y demarcar en el Perú regiones existentes históricamente<br />

como tales. Los departamentos descienden de las artificiales intendencias<br />

del Virreinato. No tienen por consiguiente una tradición ni<br />

una realidad genuinamente emanadas de la gente y la historia peruanas.<br />

La idea federalista no muestra en nuestra historia raíces verdaderamente<br />

profundas. El único conflicto ideológico, el único contraste doctrinario<br />

de la primera media centuria de la república es el de conservadores y<br />

liberales, en el cual no se percibe la oposición entre la capital y las regiones<br />

sino el antagonismo entre los “encomenderos” o latifundistas, descendientes<br />

de la feudalidad y la aristocracia coloniales, y el demos mestizo de<br />

las ciudades, heredero de la retórica liberal de la Independencia. Esta lucha<br />

trasciende, naturalmente, al sistema administrativo. La Constitución<br />

conservadora de Huancayo 166 , suprimiendo los municipios, expresa la<br />

posición del conservatismo ante la idea del self government. Pero, así para<br />

los conservadores como para los liberales de entonces, la centralización o<br />

la descentralización administrativa no ocupa el primer plano de la polémica.<br />

Posteriormente, cuando los antiguos “encomenderos” y aristócratas,<br />

unidos a algunos comerciantes enriquecidos por los contratos y negocios<br />

con el Estado, se convierten en clase capitalista, y reconocen que el ideario<br />

liberal se conforma más con los intereses y las necesidades del capitalismo<br />

que el ideario aristocrático, la descentralización encuentra propugnadores<br />

más o menos platónicos lo mismo en uno que en otro de los dos bandos<br />

políticos. Conservadores o liberales, indistintamente, se declaran relativamente<br />

favorables o contrarios a la descentralización. Es cierto que, en<br />

este nuevo período, el conservatismo y el liberalismo, que ya no se desig-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

162


nan siquiera con estos nombres, no corresponden tampoco a los mismos<br />

impulsos de clase. (Los ricos en ese curioso período, devienen un poco liberales,<br />

las masas se vuelven, por el contrario, un poco conservadoras).<br />

Mas, de toda suerte, el caso es que el caudillo civilista Manuel Pardo,<br />

bosqueja una política descentralizadora con la creación en 1873 de los<br />

concejos departamentales y que, años más tarde, el caudillo demócrata<br />

Nicolás de Piérola –político y estadista de mentalidad y espíritu conservadores,<br />

aunque en apariencia insinúen lo contrario sus condiciones de agitador<br />

y demagogo–, inscribe o acepta en la “declaración de principios” de<br />

su partido la siguiente tesis: “Nuestra diversidad de razas, lenguas, clima y<br />

territorio, no menos que el alejamiento entre nuestros centros de población,<br />

reclaman desde luego, como medio de satisfacer nuestras necesidades<br />

de hoy y de mañana, el establecimiento de la forma federativa; pero en<br />

las condiciones aconsejadas por la experiencia de ese régimen en pueblos<br />

semejantes al nuestro y por las peculiares del Perú”*. Después del 95 las<br />

declaraciones anticentralistas se multiplican. El partido liberal de Augusto<br />

Durand se pronuncia a favor de la forma federal. El partido radical no<br />

ahorra ataques ni críticas al centralismo. Y hasta aparece, de repente, como<br />

por ensalmo, un partido federal. La tesis centralista resulta entonces<br />

exclusivamente sostenida por los civilistas que en 1873 se mostraron inclinados<br />

a actuar una política descentralizadora.<br />

Pero toda ésta era una especulación teórica. En realidad, los partidos<br />

no sentían urgencia de liquidar el centralismo. Los federalistas sinceros,<br />

además de ser muy pocos, distribuidos en diversos partidos, no ejercían<br />

influencia efectiva sobre la opinión. No representaban un anhelo popular.<br />

Piérola y el partido demócrata, habían gobernado varios años. Durand y<br />

sus amigos habían compartido con los demócratas, durante algún tiempo,<br />

los honores y las responsabilidades del poder. Ni los unos ni los otros se<br />

habían ocupado, en esa oportunidad, del problema del régimen ni de reformar<br />

la Constitución.<br />

El partido liberal, después del deceso del precario partido federal y de<br />

la disolución espontánea del radicalismo gonzález-pradista, sigue agitan-<br />

* Declaración de Principios del Partido Demócrata, Lima, 1897, p. 14 167 .<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

163


do la bandera del federalismo. Durand se da cuenta de que la idea federalista<br />

–que en el partido demócrata se había agotado en una platónica y<br />

mesurada declaración escrita– puede servirle al partido liberal para robustecer<br />

su fuerza en provincias, atrayéndole a los elementos enemistados<br />

con el poder central. Bajo, o mejor dicho, contra el gobierno de José Pardo,<br />

publica un manifiesto federalista. Pero su política ulterior demuestra,<br />

demasiado claramente, que el partido liberal no obstante su profesión de<br />

fe federalista, sólo esgrime la idea de la federación con fines de propaganda.<br />

Los liberales forman parte del ministerio y de la mayoría parlamentaria<br />

durante el segundo gobierno de Pardo 168 . Y no muestran, ni como ministros<br />

ni como parlamentarios, ninguna intención de reanudar la batalla<br />

federalista.<br />

También Billinghurst –acaso con más apasionada convicción que<br />

otros políticos que usaban esta plataforma– quería la descentralización.<br />

No se le puede reprochar, como a los demócratas y los liberales, su olvido<br />

de este principio en el poder: su experimento gubernamental fue demasiado<br />

breve. Pero, objetiva e imparcialmente, no se puede tampoco dejar<br />

de constatar que con Billinghurst llegó a la presidencia un enemigo del<br />

centralismo sin ningún beneficio para la campaña anticentralista.<br />

A primera vista les parecerá a algunos que esta rápida revisión de la<br />

actitud de los partidos peruanos frente al centralismo, prueba que, sobre<br />

todo, de la fecha de la declaración de principios del partido demócrata a la<br />

del manifiesto federalista del doctor Durand, ha habido en el Perú una<br />

efectiva y definida corriente federalista. Pero sería contentarse con la apariencia<br />

de las cosas. Lo que prueba, realmente, esta revisión, es que la idea<br />

federalista no ha suscitado ni ardorosas y explícitas resistencias ni enérgicas<br />

y apasionadas adhesiones. Ha sido un lema o un principio sin valor y<br />

sin eficacia para, por sí solo, significar el programa de un movimiento o de<br />

un partido.<br />

Esto no convalida ni recomienda absolutamente el centralismo burocrático.<br />

Pero evidencia que el regionalismo difuso del sur del Perú no se<br />

ha concretado, hasta hoy, en una activa e intensa afirmación federalista.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

164


II. REGIONALISMO Y GAMONALISMO<br />

A todos los observadores agudos de nuestro proceso histórico, cualquiera<br />

que sea su punto de vista particular, tiene que parecerles igualmente evidente<br />

el hecho de que las preocupaciones actuales del pensamiento peruano<br />

no son exclusivamente políticas –la palabra “política” tiene en este<br />

caso la acepción de “vieja política” o “política burguesa”– sino, sobre<br />

todo, sociales y económicas. El “problema del indio”, la “cuestión agraria”<br />

interesan mucho más a los peruanos de nuestro tiempo que el “principio<br />

de la autoridad”, la “soberanía popular”, el “sufragio universal”, la<br />

“soberanía de la inteligencia” y demás temas del diálogo entre liberales y<br />

conservadores. Esto no depende de que la mentalidad política de las anteriores<br />

generaciones fuese más abstractista, más filosófica, más universal; y<br />

de que diversa u opuestamente, la mentalidad política de la generación<br />

contemporánea sea –como es– más realista, más peruana. Depende de que<br />

la polémica entre liberales y conservadores se inspiraba, de ambos lados,<br />

en los intereses y en las aspiraciones de una sola clase social. La clase proletaria<br />

carecía de reivindicaciones y de ideología propias. Liberales y conservadores<br />

consideraban al indio desde su plano de clase superior y distinta.<br />

Cuando no se esforzaban por eludir o ignorar el problema del indio, se<br />

empeñaban en reducirlo a un problema filantrópico o humanitario. En<br />

esta época, con la aparición de una ideología nueva que traduce los intereses<br />

y las aspiraciones de la masa –la cual adquiere gradualmente conciencia<br />

y espíritu de clase– surge una corriente o una tendencia nacional que se<br />

siente solidaria con la suerte del indio. Para esta corriente la solución del<br />

problema del indio es la base de un programa de renovación o reconstrucción<br />

peruana. El problema del indio cesa de ser, como en la época del diálogo<br />

de liberales y conservadores, un tema adjetivo o secundario. Pasa a<br />

representar el tema capital.<br />

He aquí, justamente, uno de los hechos que, contra lo que suponen e<br />

insinúan superficiales y sedicentes nacionalistas, demuestra que el programa<br />

que se elabora en la conciencia de esta generación es mil veces más<br />

nacional que el que, en el pasado, se alimentó únicamente de sentimientos<br />

y supersticiones aristocráticas o de conceptos y fórmulas jacobinas. Un<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

165


criterio que sostiene la supremacía del problema del indio, es simultáneamente<br />

muy humano y muy nacional, muy idealista y muy realista. Y su<br />

arraigo en el espíritu de nuestro tiempo está demostrado por la coincidencia<br />

entre la actitud de sus propugnadores de dentro y el juicio de sus críticos<br />

de fuera. Eugenio d’Ors, verbigracia. Este profesor español cuyo pensamiento<br />

es tan estimado y aun superestimado por quienes en el Perú<br />

identifican nacionalismo y conservatismo, ha escrito con motivo del centenario<br />

de Bolivia: “En ciertos pueblos americanos especialmente, creo<br />

ver muy claro cuál debe ser, es, la justificación de la independencia, según<br />

la ley del Buen Servicio; cuáles son, cuáles deben ser el trabajo, la tarea, la<br />

obra, la misión. Creo, por ejemplo, verlos de este modo en su país. Bolivia<br />

tiene, como tiene el Perú, como tiene México, un gran problema local<br />

–que significa a la vez, un gran problema universal. Tiene el problema del<br />

indio; el de la situación del indio ante la cultura. ¿Qué hacer con esta razón?<br />

Se sabe que ha habido, tradicionalmente, dos métodos opuestos.<br />

Que el método sajón ha consistido en hacerla retroceder, en diezmarla,<br />

en, lentamente, exterminarla. El método español, al contrario, intentó la<br />

aproximación, la redención, la mezcla. No quiero decir ahora cuál de los<br />

dos métodos debe preferirse. Lo que hay que establecer con franca entereza<br />

es la obligación de trabajar con uno o con el otro de ellos. Es la imposibilidad<br />

moral de contentarse con una línea de conducta que esquive simplemente<br />

el problema, y tolere la existencia y pululación de los indios al<br />

lado de la población blanca, sin preocuparse de su situación, más que en el<br />

sentido de aprovecharla –egoísta, avara, cruelmente– para las miserables<br />

faenas obscuras de la fatiga y la domesticidad”*.<br />

No me parece esta la ocasión de contradecir el concepto de Eugenio<br />

d’Ors sobre la oposición, respecto del indio, entre el presunto humanitarismo<br />

del método español y la implacable voluntad de exterminio del método<br />

sajón. (Probablemente para Eugenio d’Ors el método español está<br />

representado por el generoso espíritu del padre de Las Casas y no por la<br />

política de la Conquista y del Virreinato totalmente impregnada de prejui-<br />

* Carta de Eugenio d’Ors con motivo del Centenario de la Independencia de Bolivia. En<br />

Repertorio Americano.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

166


cios adversos no sólo al indio sino hasta al mestizo). En la opinión de Eugenio<br />

d’Ors no quiero señalar más que un testimonio reciente de la igualdad<br />

en que interpretan el mensaje de la época los agonistas iluminados y<br />

los espectadores inteligentes de nuestro drama histórico.<br />

Admitida la prioridad del debate del “problema del indio” y de la “cuestión<br />

agraria” sobre cualquier debate relativo al mecanismo del régimen<br />

más que a la estructura del Estado, resulta absolutamente imposible considerar<br />

la cuestión del regionalismo o, más precisamente, de la descentralización<br />

administrativa, desde puntos de vista no subordinados a la necesidad<br />

de solucionar de manera radical y orgánica los dos primeros<br />

problemas. Una descentralización, que no se dirija hacia esta meta, no<br />

merece ya ser ni siquiera discutida.<br />

Y bien, la descentralización en sí misma, la descentralización como<br />

reforma simplemente política y administrativa, no significaría ningún<br />

progreso en el camino de la solución del “problema indio” y del “problema<br />

de la tierra”, que, en el fondo, se reducen a un único problema. Por el<br />

contrario, la descentralización, actuada sin otro propósito que el de otorgar<br />

a las regiones o a los departamentos una autonomía más o menos amplia,<br />

aumentaría el poder del gamonalismo contra una solución inspirada<br />

en el interés de las masas indígenas. Para adquirir esta convicción, basta<br />

preguntarse qué casta, qué categoría, qué clase se opone a la redención del<br />

indio. La respuesta no puede ser sino una y categórica: el gamonalismo, el<br />

feudalismo, el caciquismo. Por consiguiente, ¿cómo dudar de que una<br />

administración regional de gamonales y de caciques, cuanto más autónoma<br />

tanto más sabotearía y rechazaría toda efectiva reivindicación indígena?<br />

No caben ilusiones. Los grupos, las capas sanas de las ciudades no<br />

conseguirían prevalecer jamás contra el gamonalismo en la administración<br />

regional. La experiencia de más de un siglo es suficiente para saber a<br />

qué atenerse respecto a la posibilidad de que, en un futuro cercano, llegue<br />

a funcionar en el Perú un sistema democrático que asegure, formalmente<br />

al menos, la satisfacción del principio jacobino de la “soberanía popular”.<br />

Las masas rurales, las comunidades indígenas, en todo caso, se mantendrían<br />

extrañas al sufragio y a sus resultados. Y, en consecuencia, aunque<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

167


no fuera sino porque los ausentes no tienen nunca razón –“Les absents ont<br />

toujour tort”– los organismos y los poderes que se crearían “electivamente”,<br />

pero sin su voto, no podrían ni sabrían hacerles nunca justicia.<br />

¿Quién tiene la ingenuidad de imaginarse a las regiones –dentro de su realidad<br />

económica y política presente– regidas por el “sufragio universal”?<br />

Tanto el sistema de “concejos departamentales” del presidente Manuel<br />

Pardo como la república federal preconizada en los manifiestos de<br />

Augusto Durand y otros asertores de la federación, no han representado<br />

ni podían representar otra cosa que una aspiración del gamonalismo. Los<br />

“concejos departamentales”, en la práctica, transferían a los caciques del<br />

departamento una suma de funciones que detenta el poder central. La república<br />

federal, aproximadamente, habría tenido la misma función y la<br />

misma eficacia.<br />

Tienen plena razón las regiones, las provincias, cuando condenan el<br />

centralismo, sus métodos y sus instituciones. Tienen plena razón cuando<br />

denuncian una organización que concentra en la capital la administración<br />

de la república. Pero no tienen razón absolutamente cuando, engañadas<br />

por un miraje, creen que la descentralización bastaría para resolver sus<br />

problemas esenciales. El gamonalismo dentro de la república central y<br />

unitaria, es el aliado y el agente de la capital en las regiones y en las provincias.<br />

De todos los defectos, de todos los vicios del régimen central, el gamonalismo<br />

es solidario y responsable. Por ende, si la descentralización no<br />

sirve sino para colocar, directamente, bajo el dominio de los gamonales, la<br />

administración regional y el régimen local, la sustitución de un sistema<br />

por otro no aporta ni promete el remedio de ningún mal profundo.<br />

Luis E. Valcárcel está en el empeño de demostrar “la supervivencia<br />

del Inkario sin el Inka”. He ahí un estudio más trascendente que el de los<br />

superados temas de la vieja política. He ahí también un tema que confirma<br />

la aserción de que las preocupaciones de nuestra época no son superficial<br />

y exclusivamente políticas, sino, principalmente, económicas y sociales.<br />

El empeño de Valcárcel toca en lo vivo de la cuestión del indio y de la tierra.<br />

Busca la solución no en el gamonalismo sino en el ayllu.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

168


III. <strong>LA</strong> REGIÓN EN <strong>LA</strong> REPÚBLICA<br />

Llegamos a uno de los problemas sustantivos del regionalismo: la definición<br />

de las regiones. Me parece que nuestros regionalistas de antiguo tipo<br />

no se lo han planteado nunca seria y realísticamente, omisión que acusa el<br />

abstractismo y la superficialidad de sus tesis. Ningún regionalista inteligente<br />

pretenderá que las regiones están demarcadas por nuestra organización<br />

política, esto es, que las “regiones” son los “departamentos”. El departamento<br />

es un término político que no designa una realidad y menos<br />

aún una unidad económica e histórica. El departamento, sobre todo, es<br />

una convención que no corresponde sino a una necesidad o un criterio<br />

funcional del centralismo. Y no concibo un regionalismo que condene<br />

abstractamente el régimen centralista sin objetar concretamente su peculiar<br />

división territorial. El regionalismo se traduce lógicamente en federalismo.<br />

Se precisa, en todo caso, en una fórmula concreta de descentralización.<br />

Un regionalismo que se contente con la autonomía municipal no es<br />

un regionalismo propiamente dicho. Como escribe Herriot, en el capítulo<br />

que en su libro Créer dedica a la reforma administrativa, “el regionalismo<br />

superpone al departamento y a la comuna un órgano nuevo: la región”*.<br />

Pero este órgano no es nuevo sino como órgano político y administrativo.<br />

Una región no nace del estatuto político de un Estado. Su biología es<br />

más complicada. La región tiene generalmente raíces más antiguas que la<br />

nación misma. Para reivindicar un poco de autonomía de ésta, necesita<br />

precisamente existir como región. En Francia nadie puede contestar el<br />

derecho de la Provenza, de la Alsacia-Lorena, de la Bretaña, etc., a sentirse<br />

y llamarse regiones. No hablemos de España, donde la unidad nacional<br />

es menos sólida, ni de Italia, donde es menos vieja. En España y en Italia<br />

las regiones se diferencian netamente por la tradición, el carácter, la gente<br />

y hasta la lengua.<br />

El Perú según la geografía física, se divide en tres regiones: la costa,<br />

la sierra y la montaña. (En el Perú lo único que se halla bien definido es la<br />

naturaleza). Y esta división no es sólo física. Trasciende a toda nuestra rea-<br />

* Herriot, Créer, t. II, p. 191 169 .<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

169


lidad social y económica. La montaña, sociológica y económicamente, carece<br />

aún de significación. Puede decirse que la montaña, o mejor dicho la<br />

floresta, es un dominio colonial del Estado peruano. Pero la costa y la sierra,<br />

en tanto, son efectivamente las dos regiones en que se distingue y separa,<br />

como el territorio, la población *. La sierra es indígena; la costa es<br />

española o mestiza (como se prefiera calificarla, ya que las palabras “indígena”<br />

y “española” adquieren en este caso una acepción muy amplia). Repito<br />

aquí lo que escribí en un artículo sobre un libro de Valcárcel: “La<br />

dualidad de la historia y del alma peruanas, en nuestra época, se precisa<br />

como un conflicto entre la forma histórica que se elabora en la costa y el<br />

sentimiento indígena que sobrevive en la sierra hondamente enraizado en<br />

la naturaleza. El Perú actual es una formación costeña. La actual peruani-<br />

* El valor de la montaña en la economía peruana –me observa Miguelina Acosta– no puede<br />

ser medido con los datos de los últimos años. Estos años corresponden a un período de<br />

crisis, vale decir a un período de excepción. Las exportaciones de la montaña no tienen<br />

hoy casi ninguna importancia en la estadística del comercio peruano; pero la han tenido y<br />

muy grande, hasta la guerra. La situación actual de Loreto es la de una región que ha sufrido<br />

un cataclismo.<br />

Esta observación es justa. Para apreciar la importancia económica de Loreto es necesario<br />

no mirar sólo a su presente. La producción de la montaña ha jugado hasta hace pocos<br />

años un rol importante en nuestra economía. Ha habido una época en que la montaña<br />

empezó a adquirir el prestigio de un El Dorado. Fue la época en que el caucho apareció<br />

como una ingente riqueza de inconmensurable valor. Francisco García Calderón, en El<br />

Perú Contemporáneo, escribía hace aproximadamente veinte años que el caucho era la<br />

gran riqueza del porvenir. Todos compartieron esta ilusión.<br />

Pero, en verdad, la fortuna del caucho dependía de circunstancias pasajeras. Era una fortuna<br />

contingente, aleatoria. Si no lo comprendimos oportunamente fue por esa facilidad<br />

con que nos entregamos a un optimismo panglossiano cuando nos cansamos demasiado<br />

de un escepticismo epidérmicamente frívolo. El caucho no podía ser razonablemente<br />

equiparado a un recurso mineral, más o menos peculiar o exclusivo de nuestro territorio.<br />

La crisis de Loreto no representa una crisis, más o menos temporal, de sus industrias.<br />

Miguelina Acosta sabe muy bien que la vida industrial de la montaña es demasiado incipiente.<br />

La fortuna del caucho fue la fortuna ocasional de un recurso de la floresta, cuya<br />

explotación dependía, por otra parte, de la proximidad de la zona –no trabajada sino devastada–<br />

a las vías de transporte.<br />

El pasado económico de Loreto no nos demuestra, por consiguiente, nada que invalide<br />

mi aserción en lo que tiene de sustancial. Escribo que económicamente la montaña carece<br />

aún de significación. Y, claro, esta significación tengo que buscarla, ante todo, en el presente.<br />

Además tengo que quererla parangonable o proporcional a la significación de la<br />

sierra y la costa. El juicio es relativo.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

170


dad se ha sedimentado en la tierra baja. Ni el español ni el criollo supieron<br />

ni pudieron conquistar los Andes. En los Andes, el español no fue nunca<br />

sino un pioneer o un misionero. El criollo lo es también hasta que el ambiente<br />

andino extingue en él al conquistador y crea, poco a poco, un indígena”*.<br />

La raza y la lengua indígenas, desalojadas de la costa por la gente y la<br />

lengua españolas, aparecen hurañamente refugiadas en la sierra. Y por<br />

consiguiente en la sierra se conciertan todos los factores de una regionalidad<br />

si no de una nacionalidad. El Perú costeño, heredero de España y de<br />

la conquista, domina desde Lima al Perú serrano; pero no es demográfica<br />

y espiritualmente asaz fuerte para absorberlo. La unidad peruana está por<br />

hacer; y no se presenta como un problema de articulación y convivencia,<br />

dentro de los confines de un Estado único, de varios antiguos pequeños<br />

estados o ciudades libres. En el Perú el problema de la unidad es mucho<br />

más hondo, porque no hay aquí que resolver una pluralidad de tradiciones<br />

locales o regionales sino una dualidad de raza, de lengua y de sentimiento,<br />

nacida de la invasión y conquista del Perú autóctono por una raza<br />

Al mismo concepto de comparación puedo acogerme en cuanto a la significación sociológica<br />

de la montaña. En la sociedad peruana distingo dos elementos fundamentales, dos<br />

fuerzas sustantivas. Esto no quiere decir que no distinga nada más. Quiere decir solamente<br />

que todo lo demás, cuya realidad no niego, es secundario.<br />

Pero prefiero no contentarme con esta explicación. Quiero considerar con la más amplia<br />

justicia las observaciones de Miguelina Acosta. Una de éstas, la esencial, es que de la sociología<br />

de la montaña se sabe muy poco. El peruano de la costa, como el de la sierra, ignora al<br />

de la montaña. En la montaña, o más propiamente hablando, en el antiguo departamento<br />

de Loreto, existen pueblos de costumbres y tradiciones propias, casi sin parentesco con<br />

las costumbres y tradiciones de los pueblos de la costa y de la sierra. Loreto tiene indiscutible<br />

individualidad en nuestra sociología y nuestra historia. Sus capas biológicas no son<br />

las mismas. Su evolución social se ha cumplido diversamente.<br />

A este respecto es imposible no declararse de acuerdo con la doctora Acosta Cárdenas, a<br />

quien toca, sin duda, concurrir al esclarecimiento de la realidad peruana con un estudio<br />

completo de la sociología de Loreto. El debate sobre el tema del regionalismo no puede<br />

dejar de considerar a Loreto como una región. (Es necesario precisar: a Loreto, no a la<br />

“montaña”). El regionalismo de Loreto es un regionalismo que, más de una vez ha afirmado<br />

insurreccionalmente sus reivindicaciones. Y que, por ende, si no ha sabido ser teoría,<br />

ha sabido en cambio ser acción. Lo que a cualquiera le parecerá, sin duda, suficiente<br />

para tenerlo en cuenta.<br />

* En Mundial, septiembre de 1925, a propósito de De la vida inkaica 170 .<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

171


extranjera que no ha conseguido fusionarse con la raza indígena ni eliminarla<br />

ni absorberla.<br />

El sentimiento regionalista, en las ciudades o circunscripciones donde<br />

es más profundo, donde no traduce sólo un simple descontento de una<br />

parte del gamonalismo, se alimenta evidente, aunque inconscientemente,<br />

de ese contraste entre la costa y la sierra. El regionalismo cuando responde<br />

a estos impulsos, más que un conflicto entre la capital y las provincias,<br />

denuncia el conflicto entre el Perú costeño y español y el Perú serrano e<br />

indígena.<br />

Pero, definidas así las regionalidades, o mejor dicho, las regiones, no<br />

se avanza nada en el examen concreto de la descentralización. Por el contrario,<br />

se pierde de vista esta meta, para mirar a una mucho mayor. La sierra<br />

y la costa, geográfica y sociológicamente, son dos regiones; pero no<br />

pueden serlo política y administrativamente. Las distancias interandinas<br />

son mayores que las distancias entre la sierra y la costa. El movimiento espontáneo<br />

de la economía peruana trabaja por la comunicación trasandina.<br />

Solicita la preferencia de las vías de penetración sobre las vías longitudinales.<br />

El desarrollo de los centros productores de la sierra depende de la<br />

salida al mar. Y todo programa positivo de descentralización tiene que<br />

inspirarse, principalmente, en las necesidades y en las direcciones de la<br />

economía nacional. El fin histórico de una descentralización no es secesionista<br />

sino, por el contrario, unionista. Se descentraliza no para separar<br />

y dividir a las regiones sino para asegurar y perfeccionar su unidad dentro<br />

de una convivencia más orgánica y menos coercitiva. Regionalismo no<br />

quiere decir separatismo.<br />

Estas constataciones conducen, por tanto, a la conclusión de que el carácter<br />

impreciso y nebuloso del regionalismo peruano y de sus reivindicaciones<br />

no es sino una consecuencia de la falta de regiones bien definidas.<br />

Uno de los hechos que más vigorosamente sostienen y amparan esta<br />

tesis me parece el hecho de que el regionalismo no sea en ninguna parte<br />

tan sincera y profundamente sentido como en el sur y, más precisamente,<br />

en los departamentos del Cuzco, Arequipa, Puno y Apurímac. Estos departamentos<br />

constituyen la más definida y orgánica de nuestras regiones.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

172


Entre estos departamentos el intercambio y la vinculación mantienen viva<br />

una vieja unidad: la heredada de los tiempos de la civilización inkaica. En<br />

el sur, la “región” reposa sólidamente en la piedra histórica. Los Andes<br />

son sus bastiones.<br />

El sur es fundamentalmente serrano. En el sur, la costa se estrecha. Es<br />

una exigua y angosta faja de tierra, en la cual el Perú costeño y mestizo no<br />

ha podido asentarse fuertemente. Los Andes avanzan hacia el mar convirtiendo<br />

la costa en una estrecha cornisa. Por consiguiente, las ciudades no<br />

se han formado en la costa sino en la sierra. En la costa del sur no hay sino<br />

puertos y caletas. El sur ha podido conservarse serrano, si no indígena, a<br />

pesar de la Conquista, del Virreinato y de la República.<br />

Hacia el norte, la costa se ensancha. Deviene, económica y demográficamente,<br />

dominante. Trujillo, Chiclayo, Piura son ciudades de espíritu y<br />

tonalidad españoles. El tráfico entre estas ciudades y Lima es fácil y frecuente.<br />

Pero lo que más las aproxima a la capital es la identidad de tradición<br />

y de sentimiento.<br />

En un mapa del Perú, mejor que en cualquier confusa o abstracta teoría,<br />

se encuentra así explicado el regionalismo peruano.<br />

El régimen centralista divide el territorio nacional en departamentos;<br />

pero acepta o emplea, a veces, una división más general; la que agrupa los<br />

departamentos en tres grupos: Norte, Centro y Sur. La Confederación<br />

Perú-Boliviana de Santa Cruz 171 , seccionó al Perú en dos mitades. No es,<br />

en el fondo, más arbitraria y artificial que esa demarcación la de la República<br />

centralista. Bajo la etiqueta de Norte, Sur y Centro se reúne departamentos<br />

o provincias que no tienen entre sí ningún contacto. El término<br />

“región” aparece aplicado demasiado convencionalmente.<br />

Ni el Estado ni los partidos han podido nunca, sin embargo, definir<br />

de otro modo las regiones peruanas. El partido demócrata, a cuyo federalismo<br />

teórico ya me he referido, aplicó su principio federalista en su régimen<br />

interior, colocando el comité central sobre tres comités regionales, el<br />

del norte, el del centro y el del sur. (Del federalismo de este partido se podría<br />

decir que era un federalismo de uso interno). Y la reforma constitucional<br />

de 1919 172 , al instituir los congresos regionales sancionó la misma<br />

división.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

173


Pero esta demarcación como la de los departamentos, corresponde<br />

característicamente y exclusivamente a un criterio centralista. Es una opinión<br />

o una tesis centralista. Los regionalistas no pueden adoptarla sin que<br />

su regionalismo aparezca apoyado en premisas y conceptos peculiares de<br />

la mentalidad metropolitana. Todas las tentativas de descentralización<br />

han adolecido, precisamente, de este vicio original.<br />

IV. <strong>DE</strong>SCENTRALIZACIÓN CENTRALISTA<br />

Las formas de descentralización ensayadas en la historia de la república<br />

han adolecido del vicio original de representar una concepción y un diseño<br />

absolutamente centralistas. Los partidos y los caudillos han adoptado<br />

varias veces, por oportunismo, la tesis de la descentralización. Pero, cuando<br />

han intentado aplicarla, no han sabido ni han podido moverse fuera de<br />

la práctica centralista.<br />

Esta gravitación centralista se explica perfectamente. Las aspiraciones<br />

regionalistas no constituían un programa concreto, no proponían un<br />

método definitivo de descentralización o autonomía, a consecuencia de<br />

traducir, en vez de una reivindicación popular, un sentimiento feudalista.<br />

Los gamonales no se preocupaban sino de acrecentar su poder feudal. El<br />

regionalismo era incapaz de elaborar una fórmula propia. No acertaba, en<br />

el mejor de los casos, a otra cosa que a balbucear la palabra federación.<br />

Por consiguiente, la fórmula de descentralización resultaba un producto<br />

típico de la capital.<br />

La capital no ha defendido nunca con mucho ardimiento ni con mucha<br />

elocuencia, en el terreno teórico, el régimen centralista; pero, en el<br />

campo práctico, ha sabido y ha podido conservar intactos sus privilegios.<br />

Teóricamente no ha tenido demasiada dificultad para hacer algunas concesiones<br />

a la idea de la descentralización administrativa. Pero las soluciones<br />

buscadas a este problema han estado vaciadas siempre en los moldes<br />

del criterio y del interés centralistas.<br />

Como el primer ensayo efectivo de descentralización se clasifica el<br />

experimento de los concejos departamentales instituidos por la ley de<br />

municipalidades de 1873. (El experimento federalista de Santa Cruz, de-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

174


masiado breve, queda fuera de este estudio, más que por su fugacidad, por<br />

su carácter de concepción supranacional impuesta por un estadista cuyo<br />

ideal era, fundamentalmente, la unión del Perú y Bolivia).<br />

Los concejos departamentales de 1873 acusaban no sólo en su factura<br />

sino en su inspiración, su espíritu centralista. El modelo de la nueva institución<br />

había sido buscado en Francia, esto es, en la nación del centralismo<br />

a ultranza.<br />

Nuestros legisladores pretendieron adaptar al Perú, como reforma<br />

descentralizadora, un sistema del estatuto de la Tercera República, que<br />

nacía tan manifiestamente aferrada a los principios centralistas del Consulado<br />

y del Imperio.<br />

La reforma del 73 aparece como un diseño típico de descentralización<br />

centralista. No significó una satisfacción a precisas reivindicaciones del<br />

sentimiento regional. Antes bien, los concejos departamentales contrariaban<br />

o desahuciaban todo regionalismo orgánico, puesto que reforzaban la<br />

artificial división política de la república en departamentos, o sea en circunscripciones<br />

mantenidas en vista de las necesidades del régimen centralista.<br />

En su estudio sobre el régimen local, Carlos Concha pretende que “la<br />

organización dada a estos cuerpos, calcada sobre la ley francesa de 1871,<br />

no respondía a la cultura política de la época”*. Este es un juicio específicamente<br />

civilista sobre una reforma civilista también. Los concejos departamentales<br />

fracasaron por la simple razón de que no correspondían<br />

absolutamente a la realidad histórica del Perú. Estaban destinados a<br />

transferir al gamonalismo regional una parte de las obligaciones del poder<br />

central, la enseñanza primaria y secundaria, la administración de justicia,<br />

el servicio de gendarmería y guardia civil. Y el gamonalismo regional no<br />

tenía en verdad mucho interés en asumir todas sus obligaciones, aparte de<br />

no tener ninguna aptitud para cumplirlas. El funcionamiento y el mecanismo<br />

del sistema eran, además, demasiado complicados. Los concejos<br />

constituían una especie de pequeños parlamentos elegidos por los colegios<br />

electorales de cada departamento e integrados de las municipalidades<br />

provinciales. Los grandes caciques vieron naturalmente en estos par-<br />

* Carlos Concha, El régimen local, p. 135 173 .<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

175


lamentos una máquina muy embrollada. Su interés reclamaba una cosa<br />

más sencilla en su composición y en su manejo. ¿Qué podía importarles,<br />

de otro lado, la instrucción pública? Estas preocupaciones fastidiosas estaban<br />

buenas para el poder central. Los concejos departamentales no descansaban,<br />

por tanto, ni en el pueblo, extraño al juego político, sobre todo<br />

en las masas campesinas, ni en los señores feudales y en sus clientelas. La<br />

institución resultaba completamente artificial.<br />

La guerra del 79 decidió la liquidación del experimento. Pero los concejos<br />

departamentales estaban ya fracasados. Prácticamente se había ya<br />

comprobado en sus cortos años de vida, que no podían absorber su misión.<br />

Cuando pasada la guerra, se sintió la necesidad de reorganizar la administración,<br />

no se volvió los ojos a la ley del 73.<br />

La ley del 86, que creó las juntas departamentales, correspondió sin<br />

embargo, a la misma orientación. La diferencia estaba en que esta vez el<br />

centralismo formalmente se preocupaba mucho menos de una descentralización<br />

de fachada. Las juntas funcionaron hasta el 93 bajo la presidencia<br />

de los prefectos. En general, estaban subordinadas totalmente a la autoridad<br />

del poder central.<br />

Lo que realmente se proponía esta apariencia de descentralización no<br />

era el establecimiento de un régimen gradual de autonomía administrativa<br />

de los departamentos. El Estado no creaba las juntas para atender aspiraciones<br />

regionales. De lo que se trataba era de reducir o suprimir la responsabilidad<br />

del poder central en el reparto de los fondos disponibles<br />

para la instrucción y la vialidad. Toda la administración continuaba rígidamente<br />

centralizada. A los departamentos no se les reconocía más independencia<br />

administrativa que la que se podría llamar la autonomía de su<br />

pobreza. Cada departamento debía conformarse, sin fastidio para el poder<br />

central, con las escuelas que le consintiese sostener y los caminos que<br />

lo autorizase a abrir o reparar el producto de algunos arbitrios. Las juntas<br />

departamentales no tenían más objeto que la división por departamentos<br />

del presupuesto de instrucción y de obras públicas.<br />

La prueba de que ésta fue la verdadera significación de las juntas departamentales<br />

nos la proporciona el proceso de su decaimiento y aboli-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

176


ción. A medida que la hacienda pública convaleció de las consecuencias<br />

de la guerra del 79, el poder central comenzó a reasumir las funciones encargadas<br />

a las juntas departamentales. El gobierno tomó íntegramente en<br />

sus manos la instrucción pública. La autoridad del poder central creció en<br />

proporción al desarrollo del presupuesto general de la república. Las entradas<br />

departamentales empezaron a representar muy poca cosa al lado<br />

de las entradas fiscales. Y, como resultado de este desequilibrio, se fortaleció<br />

el centralismo. Las juntas departamentales reemplazadas por el poder<br />

central en las funciones que precariamente les habían sido confiadas, se<br />

atrofiaron progresivamente. Cuando ya no les quedaba sino una que otra<br />

atribución secundaria de revisión de los actos de los municipios y una que<br />

otra función burocrática en la administración departamental, se produjo<br />

su supresión.<br />

La reforma constitucional del 19 no pudo abstenerse de dar una satisfacción,<br />

formal al menos, al sentimiento regionalista. La más trascendente<br />

de sus medidas descentralizadoras –la autonomía municipal– no ha sido<br />

hasta ahora aplicada. Se ha incorporado en la Constitución del Estado el<br />

principio de la autonomía municipal. Pero en el mecanismo y en la estructura<br />

del régimen local no se ha tocado nada. Por el contrario, se ha retrogradado.<br />

El gobierno nombra las municipalidades.<br />

En cambio se ha querido experimentar, sin demora, el sistema de los<br />

congresos regionales. Estos parlamentos del norte, el centro y el sur, son<br />

una especie de hijuelas del parlamento nacional. Se incuban en el mismo<br />

período y en la misma atmósfera eleccionaria. Nacen de la misma matriz y<br />

en la misma fecha. Tienen una misión de legislación subsidiaria y adjetiva.<br />

Sus propios autores están ya seguramente convencidos de que no sirven<br />

de nada. Seis años de experiencia bastan para juzgarlos, en última instancia,<br />

como una parodia absurda de descentralización.<br />

No hacía falta, en realidad, ésta prueba para saber a qué atenerse respecto<br />

a su eficacia. La descentralización a que aspira el regionalismo no es<br />

legislativa sino administrativa. No se concibe la existencia de una dieta o<br />

parlamento regional sin un correspondiente órgano ejecutivo. Multiplicar<br />

las legislaturas no es descentralizar.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

177


Los congresos regionales no han venido siquiera a descongestionar el<br />

congreso nacional. En las dos cámaras se sigue debatiendo menudos temas<br />

locales.<br />

El problema, en suma, ha quedado íntegramente en pie.<br />

V. EL NUEVO REGIONALISMO<br />

He examinado la teoría y la práctica del viejo regionalismo. Me toca formular<br />

mis puntos de vista sobre la descentralización y concretar los términos<br />

en que, a mi juicio, se plantea, para la nueva generación, este problema.<br />

La primera cosa que conviene esclarecer es la solidaridad o el compromiso<br />

a que gradualmente han llegado el gamonalismo regional y el<br />

régimen centralista. El gamonalismo pudo manifestarse más o menos federalista<br />

y anticentralista, mientras se elaboraba o maduraba esta solidaridad.<br />

Pero, desde que se ha convertido en el mejor instrumento, en el más<br />

eficaz agente del régimen centralista, ha renunciado a toda reivindicación<br />

desagradable a sus aliados de la capital.<br />

Cabe declarar liquidada la antigua oposición entre centralistas y federalistas<br />

de la clase dominante, oposición que, como he remarcado en el<br />

curso de mi estudio, no asumió nunca un carácter dramático. El antagonismo<br />

teórico se ha resuelto en un entendimiento práctico. Sólo los gamonales<br />

en disfavor ante el poder central se muestran propensos a una actitud<br />

regionalista que, por supuesto, están resueltos a abandonar apenas<br />

mejore su fortuna política.<br />

No existe ya, en primer plano, un problema de forma de gobierno.<br />

Vivimos en una época en que la economía domina y absorbe a la política<br />

de un modo demasiado evidente. En todos los pueblos del mundo, no se<br />

discute y revisa ya simplemente el mecanismo de la administración sino,<br />

capitalmente, las bases económicas del Estado.<br />

En la sierra subsisten con mucho más arraigo y mucha más fuerza que<br />

el resto de la República, los residuos de la feudalidad española. La necesidad<br />

más angustiosa y perentoria de nuestro progreso es la liquidación de<br />

esa feudalidad que constituye una supervivencia de la Colonia. La reden-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

178


ción, la salvación del indio, he ahí el programa y la meta de la renovación<br />

peruana. Los hombres nuevos quieren que el Perú repose sobre sus naturales<br />

cimientos biológicos. Sienten el deber de crear un orden más peruano,<br />

más autóctono. Y los enemigos históricos y lógicos de este programa<br />

son los herederos de la Conquista, los descendientes de la Colonia. Vale<br />

decir los gamonales. A este respecto no hay equívoco posible.<br />

Por consiguiente, se impone el repudio absoluto, el desahucio radical<br />

de un regionalismo que reconoce su origen en sentimientos e intereses<br />

feudales y que, por tanto, se propone como fin esencial un acrecentamiento<br />

del poder del gamonalismo.<br />

El Perú tiene que optar por el gamonal o por el indio. Este es su dilema.<br />

No existe un tercer camino. Planteado este dilema, todas las cuestiones<br />

de arquitectura del régimen pasan a segundo término. Lo que les importa<br />

primordialmente a los hombres nuevos es que el Perú se pronuncie<br />

contra el gamonal, por el indio.<br />

Como una consecuencia de las ideas y de los hechos que nos colocan<br />

cada día con más fuerza ante este inevitable dilema, el regionalismo empieza<br />

a distinguirse y a separarse en dos tendencias de impulso y dirección<br />

totalmente diversos. Mejor dicho, comienza a bosquejarse un nuevo regionalismo.<br />

Este regionalismo no es una mera protesta contra el régimen<br />

centralista. Es una expresión de la conciencia serrana y del sentimiento<br />

andino. Los nuevos regionalistas son, ante todo, indigenistas. No se les<br />

puede confundir con los anticentralistas de viejo tipo. Valcárcel percibe<br />

intactas, bajo el endeble estrato colonial, las raíces de la sociedad inkaica.<br />

Su obra, más que regional, es cuzqueña, es andina, es quechua. Se alimenta<br />

de sentimiento indígena y de tradición autóctona.<br />

El problema primario, para estos regionalistas, es el problema del indio<br />

y de la tierra. Y en esto su pensamiento coincide del todo con el pensamiento<br />

de los hombres nuevos de la capital. No puede hablarse, en nuestra<br />

época, de contraste entre la capital y las regiones sino de conflicto<br />

entre dos mentalidades, entre dos idearios, uno que declina, otro que asciende;<br />

ambos difundidos y representados así en la sierra como en la costa,<br />

así en la provincia como en la urbe.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

179


Quienes, entre los jóvenes, se obstinen en hablar el mismo lenguaje<br />

vagamente federalista de los viejos, equivocan el camino. A la nueva generación<br />

le toca construir, sobre un sólido cimiento de justicia social, la unidad<br />

peruana.<br />

Suscritos estos principios, admitidos estos fines, toda posible discrepancia<br />

sustancial emanada de egoísmos regionalistas o centralistas, queda<br />

descartada y excluida. La condenación del centralismo se une a la condenación<br />

del gamonalismo. Y estas dos condenaciones se apoyan en una<br />

misma esperanza y un mismo ideal.<br />

La autonomía municipal, el self government, la descentralización administrativa,<br />

no pueden ser regateadas ni discutidas en sí mismas. Pero,<br />

desde los puntos de vista de una integral y radical renovación, tienen que<br />

ser consideradas y apreciadas en sus relaciones con el problema social.<br />

Ninguna reforma que robustezca al gamonal contra el indio, por mucho<br />

que parezca como una satisfacción del sentimiento regionalista, puede<br />

ser estimada como una reforma buena y justa. Por encima de cualquier<br />

triunfo formal de la descentralización y la autonomía, están las reivindicaciones<br />

sustanciales de la causa del indio, inscritas en primer término en el<br />

programa revolucionario de la vanguardia.<br />

VI. EL PROBLEMA <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> CAPITAL<br />

El anticentralismo de los regionalistas se ha traducido muchas veces en<br />

antilimeñismo. Pero no ha salido, a este respecto como a otros, de la protesta<br />

declamatoria. No ha intentado seria y razonadamente el proceso a la<br />

capital, a pesar de que le habrían sobrado motivos para instaurarlo y documentarlo.<br />

Esta era, sin duda, una tarea superior a los fines y a los móviles del regionalismo<br />

gamonalista. El nuevo regionalismo puede y debe asumirla.<br />

Mientras entra en esta fase positiva de su misión, me parece útil completar<br />

mi tentativa de esclarecimiento del viejo tópico “regionalismo y centralismo”,<br />

planteando el problema de la capital. ¿Hasta qué punto el privilegio<br />

de Lima aparece ratificado por la historia y la geografía nacionales? He<br />

aquí una cuestión que conviene dilucidar. La hegemonía limeña reposa a<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

180


mi juicio en un terreno menos sólido del que, por mera inercia mental, se<br />

supone. Corresponde a una época, a un período del desarrollo histórico<br />

nacional. Se apoya en razones susceptibles de envejecimiento y caducidad.<br />

El espectáculo del desarrollo de Lima en los últimos años, mueve a<br />

nuestra impresionista gente limeña a previsiones de delirante optimismo<br />

sobre el futuro cercano de la capital. Los barrios nuevos, las avenidas de<br />

asfalto, recorridas en automóvil, a sesenta u ochenta kilómetros, persuaden<br />

fácilmente a un limeño –bajo su epidérmico y risueño escepticismo, el<br />

limeño es mucho menos incrédulo de lo que parece– de que Lima sigue a<br />

prisa el camino de Buenos Aires o Río de Janeiro.<br />

Estas previsiones parten todas de la impresión física del crecimiento<br />

del área urbana. Se mira sólo la multiplicación de los nuevos sectores urbanos.<br />

Se constata que, según su movimiento de urbanización, Lima quedará<br />

pronto unida con Miraflores y la Magdalena. Las “urbanizaciones”,<br />

en verdad trazan ya, en el papel, la superficie de una urbe de al menos un<br />

millón de habitantes.<br />

Pero en sí mismo el movimiento de urbanización no prueba nada. La<br />

falta de un censo reciente no nos permite conocer con exactitud el crecimiento<br />

demográfico de Lima de 1920 a hoy. El censo de 1920 fijaba en<br />

228.740 el número de habitantes de Lima*. Se ignora la proporción del<br />

aumento de los últimos años. Mas los datos disponibles indican que ni el<br />

aumento por natalidad ni el aumento por inmigración han sido excesivos.<br />

Y, por tanto, resulta demasiado evidente que el crecimiento de la superficie<br />

de Lima supera exorbitantemente al crecimiento de la población. Los<br />

dos procesos, los dos términos no coinciden. El proceso de urbanización<br />

avanza por su propia cuenta.<br />

El optimismo limeño respecto al porvenir próximo de la capital se alimenta,<br />

en gran parte, de la confianza de que ésta continuará usufructuando<br />

largamente las ventajas de un régimen centralista que le asegura sus<br />

privilegios de sede del poder, del placer, de la moda, etc. Pero el desarrollo<br />

de una urbe no es una cuestión de privilegios políticos y administrativos.<br />

Es, más bien, una cuestión de privilegios económicos.<br />

* Extracto estadístico del Perú de 1926, p. 2.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

181


En consecuencia, lo que hay que investigar es si el desenvolvimiento<br />

orgánico de la economía peruana garantiza a Lima la función necesaria<br />

para que su futuro sea el que se predice o, mejor dicho, se augura.<br />

Examinemos rápidamente las leyes de la biología de las urbes y veamos<br />

hasta qué punto se presentan favorables a Lima.<br />

Los factores esenciales de la urbe son tres: el factor natural o geográfico,<br />

el factor económico y el factor político. De estos tres factores, el único<br />

que en el caso de Lima conserva íntegra su potencia es el tercero.<br />

Lucien Romier escribe, estudiando el desarrollo de las ciudades francesas,<br />

lo siguiente: “En tanto que las ciudades secundarias gobiernan los<br />

cambios locales, la formación de las grandes ciudades supone conexiones<br />

y corrientes de valor nacional o internacional: su fortuna depende de una<br />

red de actividades más vastas. Su destino desborda, pues, los cuadros administrativos<br />

y a veces las fronteras; sigue los movimientos generales de la<br />

circulación”*.<br />

Y bien, en el Perú estas conexiones y corrientes de valor nacional e<br />

internacional no se concentran en la capital. Lima no es, geográficamente,<br />

el centro de la economía peruana. No es, sobre todo, la desembocadura de<br />

sus corrientes comerciales.<br />

En un artículo sobre “la capital del esprit”, publicado en una revista<br />

italiana, César Falcón 175 hace inteligentes observaciones sobre este tópico.<br />

Constata Falcón que las razones del estupendo crecimiento de Buenos<br />

Aires son, fundamentalmente, razones económicas y geográficas. Buenos<br />

Aires es el puerto y el mercado de la agricultura y la ganadería argentinas.<br />

Todas las grandes vías de comercio argentino desembocan ahí **. Lima,<br />

en cambio, no puede ser sino una de las desembocaduras de los productos<br />

peruanos. Por diferentes puertos de la larga costa peruana tienen que salir<br />

los productos del norte y del sur.<br />

Todo esto es de una evidencia incontestable. El Callao se mantiene y<br />

se mantendrá por mucho tiempo en el primer puesto de la estadística<br />

aduanera. Pero el aumento de la explotación del territorio y sus recursos<br />

* Lucien Romier, Explication de Notre Temps, p. 50 174 .<br />

** En Le Vie d’Italia dell’America Latina, 1925.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

182


no se reflejará, sin duda, en provecho principal del Callao. Determinará el<br />

crecimiento de varios otros puestos del litoral. El caso de Talara es un<br />

ejemplo. En pocos años, Talara se ha convertido, por el volumen de sus<br />

exportaciones e importaciones en el segundo puerto de la República *.<br />

Los beneficios directos de la industria petrolera escapan completamente<br />

a la capital. Esta industria exporta e importa sin emplear absolutamente,<br />

como intermediario, a la capital ni a su puerto. Otras industrias que nazcan<br />

en la sierra o en la costa tendrán el mismo destino y las mismas consecuencias.<br />

Al echar una ojeada al mapa de cualquiera de las naciones cuya capital<br />

es una gran urbe de importancia internacional, se observará, en primer<br />

término, que la capital es siempre el nudo céntrico de la red de ferrocarriles<br />

y caminos del país. El punto de encuentro y de conexión de todas sus<br />

grandes vías.<br />

Una gran capital se caracteriza, en nuestro tiempo, bajo este aspecto,<br />

como una gran central ferroviaria. En el mapa ferroviario está marcada,<br />

más netamente que en ninguna otra carta, su función de eje y de centro.<br />

Es evidente que el privilegio político determina, en parte, esta organización<br />

de la red ferroviaria de un país. Pero el factor primario de la concentración<br />

no deja de ser, por esto, el factor económico. Todos los núcleos<br />

de producción tienden espontánea y lógicamente a comunicarse con la<br />

capital, máxima estación, supremo mercado. Y el factor económico coincide<br />

con el factor geográfico. La capital no es un producto del azar. Se ha<br />

formado en virtud de una serie de circunstancias que han favorecido su<br />

hegemonía. Mas ninguna de estas circunstancias se habrían dado si geográficamente<br />

el lugar no hubiese aparecido más o menos designado para<br />

este destino.<br />

El hecho político no basta. Se dice que, sin el Papado, Roma habría<br />

muerto en la Edad Media. Puede ser que se diga una cosa muy exacta. No<br />

vale la pena discutir la hipótesis. Pero, de todos modos, no es menos exac-<br />

* Conforme al Extracto estadístico del Perú, las importaciones por el puerto de Talara ascendieron<br />

en 1926 a Lp. 2.453.719 y las exportaciones a Lp. 6.171.983, ocupando el segundo<br />

lugar después de las del Callao.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

183


to que Roma debió a su historia y a su función de capital del mayor imperio<br />

del mundo, el honor y el favor de hospedar al Papado. Y la historia de<br />

la Terza Roma, precisamente, nos enseña la insuficiencia del privilegio<br />

político. No obstante la fuerza de gravitación del Vaticano y el Quirinal,<br />

de la sede de la Iglesia y la sede del Estado, Roma no ha podido prosperar<br />

con la misma velocidad que Milán. (El optimismo del Risorgimento sobre<br />

el porvenir de Roma tuvo, por el contrario, el fracaso de que nos habla la<br />

novela de Emilio Zola 176 . Las empresas urbanizadoras y constructoras que<br />

se entregaron, con gran impulso, a la edificación de un barrio monumental,<br />

se arruinaron en este empeño. Su esfuerzo era prematuro). El desarrollo<br />

económico de la Italia septentrional ha asegurado la preponderancia<br />

de Milán, que debe su crecimiento, en forma demasiado ostensible, a su<br />

rol en el sistema de circulación de esta Italia industrial y comerciante.<br />

La formación de toda gran capital moderna ha tenido un proceso<br />

complejo y natural con hondas raíces en la tradición. La génesis de Lima,<br />

en cambio, ha sido un poco arbitraria. Fundada por un conquistador, por<br />

un extranjero, Lima aparece en su origen como la tienda de un capitán<br />

venido de lejanas tierras. Lima no gana su título de capital, en lucha y en<br />

concurrencia con otras ciudades. Criatura de un siglo aristocrático, Lima<br />

nace con un título de nobleza. Se llama, desde su bautismo, Ciudad de los<br />

Reyes. Es la hija de la Conquista. No la crea el aborigen, el regnícola; la<br />

crea el colonizador, o mejor el conquistador. Luego, el Virreinato la consagra<br />

como la sede del poder español en Sudamérica. Y, finalmente, la revolución<br />

de la independencia, movimiento de la población criolla y española<br />

–no de la población indígena– la proclama capital de la República. Viene<br />

un hecho que amenaza, temporalmente, su hegemonía: la Confederación<br />

Perú-Boliviana. Pero este Estado –que, restableciendo el dominio del<br />

Ande y de la Sierra, tiene algo de instintivo, de subconsciente ensayo de<br />

restauración de Tawantinsuyo– busca su eje demasiado al Sur. Y, entre<br />

otras razones, acaso por ésta, se desploma. Lima, armada de su poder político,<br />

refrenda, después, sus fueros de capital.<br />

No es sólo la riqueza mineral de Junín la que, en esta etapa, inspira la<br />

obra del Ferrocarril Central. Es, más bien o sobre todo, el interés de Lima.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

184


El Perú, hijo de la Conquista, necesita partir del solar del conquistador, de<br />

la sede del Virreinato y la República, para cumplir la empresa de escalar<br />

los Andes. Y, más tarde, cuando salvados los Andes por el ferrocarril se<br />

quiere llegar a la Montaña, se sueña igualmente con una vía que una Iquitos<br />

con Lima. El Presidente del 95 –que en su declaración de principios<br />

había incluido pocos años antes una profesión de fe federalista– pensó sin<br />

duda en Lima, más que en el Oriente, al conceder su favor a la ruta del Pichis.<br />

Esto es, se portó, en esta como en otras cosas, con típico sentimiento<br />

centralista.<br />

Lima debe hasta hoy al Ferrocarril Central una de las mayores fuentes<br />

de su poder económico. Los minerales del departamento de Junín, que,<br />

debido a este ferrocarril, se exportan por el Callao, constituían hasta hace<br />

poco nuestra principal exportación minera. Ahora el petróleo del norte la<br />

supera. Pero esto no indica absolutamente un decrecimiento de la minería<br />

del centro. Y, por la vía central, bajan además los productos de Huánuco,<br />

de Ayacucho, de Huancavelica y de la montaña de Chanchamayo. El movimiento<br />

económico de la capital se alimenta, en gran parte, de esta vía de<br />

penetración. El ferrocarril al Pachitea y el ferrocarril a Ayacucho y el Cuzco<br />

y, en general, todo el diseño de programa ferroviario del Estado, tienden<br />

a convertirla en un gran tronco de nuestro sistema de circulación.<br />

Pero el porvenir de esta vía se presenta asaz amenazado. El Ferrocarril<br />

Central, como es sabido, escala los Andes en uno de sus puntos más<br />

abruptos. El costo de su funcionamiento resulta muy alto. Los fletes son<br />

caros. Por tanto, el ferrocarril que hay en proyecto de construir de Huacho<br />

a Oyón está destinado a convertirse, hasta cierto punto, en un rival de<br />

esta línea. Por esa nueva vía, que transformaría a Huacho en un puerto de<br />

primer orden, saldría al mar una parte considerable de la producción del<br />

centro.<br />

En todo caso, una vía de penetración, ni aun siendo la principal, basta<br />

para asegurar a Lima una función absolutamente dominante en el sistema<br />

de circulación del país.<br />

Aunque el centralismo subsista por mucho tiempo, no se podrá hacer<br />

de Lima el centro de la red de caminos y ferrocarriles. El territorio, la na-<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

185


turaleza, oponen su veto. La explotación de los recursos de la sierra y la<br />

montaña reclama vías de penetración, o sea vías que darán a lo largo de la<br />

costa, diversas desembocaduras a nuestros productos. En la costa, el<br />

transporte marítimo no dejará sentir de inmediato ninguna necesidad de<br />

grandes vías longitudinales. Las vías longitudinales serán interandinas. Y<br />

una ciudad costeña como Lima, no podrá ser la estación central de esta<br />

complicada red que necesariamente, buscará las salidas más baratas y fáciles.<br />

La industria es uno de los factores primarios de la formación de las urbes<br />

modernas. Londres, Nueva York, Berlín, París, deben su hipertrofia, en<br />

primer lugar, a su industria. El industrialismo, constituye un fenómeno<br />

específico de la civilización occidental. Una gran urbe es fundamentalmente<br />

un mercado y una usina. La industria ha creado, primero, la fuerza<br />

de la burguesía y, luego, la fuerza del proletariado. Y, como muchos economistas<br />

observan, la industria en nuestros tiempos no sigue al consumo;<br />

lo precede y lo desborda. No le basta satisfacer la necesidad; le precisa, a<br />

veces, crearla, descubrirla. El industrialismo aparece todopoderoso. Y,<br />

aunque un poco fatigada de mecánica y de artificio, la humanidad se declara<br />

a ratos más o menos dispuesta a la vuelta a la naturaleza, nada augura<br />

todavía la decadencia de la máquina y de la manufactura. Rusia, la metrópoli<br />

de la naciente civilización socialista, trabaja febrilmente por desarrollar<br />

su industria. El sueño de Lenin era la electrificación del país. En suma,<br />

así donde declina una civilización como donde alborea otra, la industria<br />

mantiene intacta su pujanza. Ni la burguesía ni el proletariado pueden<br />

concebir una civilización que no repose en la industria. Hay voces que<br />

predicen la decadencia de la urbe. No hay ninguna que pronostique la<br />

decadencia de la industria.<br />

Sobre el poder del industrialismo nadie discrepa. Si Lima reuniese las<br />

condiciones necesarias para devenir un gran centro industrial, no sería posible<br />

la menor duda respecto a su aptitud para transformarse en una gran<br />

urbe. Pero ocurre precisamente que las posibilidades de la industria en<br />

Lima son limitadas. No sólo porque, en general, son limitadas en el Perú<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

186


–país que por mucho tiempo todavía tiene que contentarse con el rol de<br />

productor de materias primas– sino, de otro lado, porque la formación de<br />

los grandes núcleos industriales tiene también sus leyes. Y estas leyes son,<br />

en la mitad de los casos, las mismas de la formación de las grandes urbes.<br />

La industria crece en las capitales, entre otras cosas, porque éstas son el<br />

centro del sistema de circulación de un país. La capital es la usina porque<br />

es, además, el mercado. Una red centralista de caminos y de ferrocarriles<br />

es tan indispensable a la concentración industrial como la concentración<br />

comercial. Y ya hemos visto en los anteriores artículos hasta qué punto la<br />

geografía física del Perú resulta anticentralista.<br />

La otra causa de gravitación industrial de una ciudad es la proximidad<br />

del lugar de producción de ciertas materias primas. Esta ley rige, sobre<br />

todo, para la industria pesada, la siderurgia. Las grandes usinas metalúrgicas<br />

surgen cerca de las minas destinadas a abastecerlas. La ubicación<br />

de los yacimientos de carbón y de hierro determina este aspecto de la geografía<br />

económica de Occidente.<br />

Y, en estos tiempos de electrificación del mundo, una tercera causa de<br />

gravitación industrial de una localidad es la vecindad de grandes fuentes<br />

de energía hidráulica. La “hulla blanca” puede obrar los mismos milagros<br />

que la hulla negra como creadora de industrialismo y urbanismo.<br />

No es necesario casi ningún esfuerzo de indagación para darse cuenta<br />

de que ninguno de estos factores favorece a Lima. El territorio que la rodea<br />

es pobre como suelo industrial.<br />

Conviene advertir que las posibilidades industriales fundadas en factores<br />

naturales –materias primas, riqueza hidráulica– no tendrían, por<br />

otro lado, valor considerable sino en un futuro lejano. A causa de las deficiencias<br />

de su posición geográfica, de su capital humano y de su educación<br />

técnica, al Perú le está vedado soñar en convertirse, a breve plazo, en un<br />

país manufacturero. Su función en la economía mundial tiene que ser, por<br />

largos años, la de un exportador de materias primas, géneros alimenticios,<br />

etc. En sentido contrario al surgimiento de una importante industria fabril<br />

actúa, además, presentemente, su condición de país de economía colonial,<br />

enfeudada a los intereses comerciales y financieros de las grandes<br />

naciones industriales de Occidente.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

187


Hoy mismo no se nota que el incipiente movimiento manufacturero<br />

del Perú tienda a concentrarse en Lima. La industria textil, por ejemplo,<br />

crece desparramada. Lima posee la mayoría de las fábricas; pero un alto<br />

porcentaje corresponde a las provincias. Es probable, además, que la manufactura<br />

de tejidos de lana, como desde ahora se constata, encuentre<br />

mayores posibilidades de desarrollo en las regiones ganaderas, donde al<br />

mismo tiempo, podrá disponer de mano de obra indígena barata, debido<br />

al menor costo de la vida.<br />

La finanza, la banca, constituye otro de los factores de una gran urbe<br />

moderna. La reciente experiencia de Viena ha enseñado últimamente<br />

todo el valor de este elemento en la vida de una capital. Viena, después de<br />

la guerra, cayó en una gran miseria, a consecuencia de la disolución del<br />

Imperio Austro-Húngaro. Dejó de ser el centro de un gran Estado para<br />

reducirse a ser la capital de un Estado minúsculo. La industria y el comercio<br />

vieneses, anemizados, desangrados, entraron en un período de aguda<br />

postración. Como sede de placer y de lujo, Viena sufrió igualmente una<br />

violenta depresión. Los turistas constataban su agonía. Y bien, lo que en<br />

medio de esta crisis, defendió a Viena de una decadencia más definitiva,<br />

fue su situación de mercado financiero. La balcanización de la Europa<br />

central, que la damnificó tanto comercial como industrialmente, la benefició,<br />

en cambio, financieramente. Viena, por su posición en la geografía<br />

de Europa, aparecía naturalmente designada para un rol sustantivo como<br />

centro de la finanza internacional. Los banqueros internacionales fueron<br />

los profiteurs de la quiebra de la economía austríaca. Cabarets y cafés de<br />

Viena, ensombrecidos y arruinados, se transformaron en oficinas de banca<br />

y de cambio.<br />

Este mismo caso nos dice que un gran mercado financiero tiene que<br />

ser, ante todo, un lugar en que se crucen muchas vías de tráfico internacional.<br />

La capital política y la capital económica no coinciden siempre. He aludido<br />

ya al contraste entre Milán y Roma en la historia de la Italia democrática-liberal.<br />

Los Estados Unidos han evitado este problema con una solu-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

188


ción, que es acaso la más prudente, pero que pertenece típicamente a la<br />

estructura confederal de esa república. Washington, la capital política y<br />

administrativa, es extraña a toda oposición y concurrencia entre Nueva<br />

York, Chicago, San Francisco, etc.<br />

La suerte de la capital está subordinada a los grandes cambios políticos,<br />

como enseña la historia de Europa y de la misma América. Un orden<br />

político no ha podido afirmarse nunca en una sede hostil a su espíritu. La<br />

política europeizante de Pedro el Grande, desplazó de Moscú a Petrogrado<br />

la corte rusa. La revolución bolchevique, presintiendo tal vez su función<br />

en Oriente, se sintió más segura, a pesar de su ideario occidental, en<br />

Moscú y el Kremlin.<br />

En el Perú, el Cuzco, capital del Imperio inkaico, perdió sus fueros<br />

con la conquista española*. Lima fue la capital de la Colonia. Fue también<br />

la capital de la Independencia, aunque los primeros gritos de libertad partieron<br />

de Tacna, del Cuzco, de Trujillo. Es la capital hoy, pero ¿será también<br />

la capital mañana? He aquí una pregunta que no es impertinente<br />

cuando se asciende a un plano de atrevidas y escrutadoras previsiones. La<br />

respuesta depende, probablemente, de que la primacía en la transforma-<br />

* En su libro Por la emancipación de la América Latina 177 (pp. 90 y 91) Haya de la Torre<br />

opone y compara el destino colonial de México al del Perú. “En México –escribe– se han<br />

fundido las razas y la nueva capital fue erigida en el mismo lugar que la antigua. La ciudad<br />

de México y todas sus grandes ciudades están emplazadas en el corazón del país, en las<br />

montañas, sobre las mesetas altísimas que coronan los volcanes. La costa tropical sirve<br />

para comunicarse con el mar. El conquistador de México se fundió con el indio, se unió a<br />

él en el propio corazón de sus sierras y forjó una raza que, aunque no sea absolutamente<br />

una raza en el estricto sentido del vocablo, lo es por la homogeneidad de sus costumbres,<br />

por la tendencia a la definitiva fusión de sangres, por la continuidad sin soluciones violentas<br />

del ambiente nacional. En el Perú no ocurrió eso. El Perú serrano e indígena, el verdadero<br />

Perú, quedó tras de los Andes occidentales. Las viejas ciudades nacionales: Cuzco,<br />

Cajamarca, etc., fueron relegadas. Se fundaron ciudades nuevas y españolas en la costa<br />

tropical donde no llueve nunca, donde no hay cambios de temperatura, donde pudo desarrollarse<br />

ese ambiente andaluz, sensual, de nuestra capital alegre y sumisa”. Es significativo<br />

que estas observaciones –a cuya altura nunca llegaron generalmente las quejas y<br />

alardes del antilimeñismo– provengan de un hijo de Trujillo, esto es de una de “esas ciudades<br />

nuevas y españolas” cuyo predominio le parece responsable de muchas cosas que<br />

execra. Este y otros signos de la revisión actual, merecen ser indicados a la meditación de<br />

los que atribuyen a la sierra la exclusiva del espíritu revolucionario y palingenésico.<br />

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189


ción social y política del Perú toque a las masas rurales indígenas o al proletariado<br />

industrial costeño. El futuro de Lima, en todo caso, es inseparable<br />

de la misión de Lima, vale decir de la voluntad de Lima.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

190


EL PROCESO <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> LITERATURA<br />

I. TESTIMONIO <strong>DE</strong> PARTE<br />

<strong>LA</strong> PA<strong>LA</strong>BRA proceso tiene en este caso su acepción judicial. No escondo<br />

ningún propósito de participar en la elaboración de la historia de la literatura<br />

peruana. Me propongo, sólo, aportar mi testimonio a un juicio que<br />

considero abierto. Me parece que en este proceso se ha oído hasta ahora,<br />

casi exclusivamente, testimonios de defensa, y que es tiempo de que se oiga<br />

también testimonios de acusación. Mi testimonio es convicta y confesamente<br />

un testimonio de parte. Todo crítico, todo testigo, cumple consciente<br />

o inconscientemente, una misión. Contra lo que baratamente pueda sospecharse,<br />

mi voluntad es afirmativa, mi temperamento es de constructor, y<br />

nada me es más antitético que el bohemio puramente iconoclasta y disolvente;<br />

pero mi misión ante el pasado, parece ser la de votar en contra. No<br />

me eximo de cumplirla, ni me excuso por su parcialidad. Pero Gobetti,<br />

uno de los espíritus con quienes siento más amorosa asonancia, escribe en<br />

uno de sus admirables ensayos: “El verdadero realismo tiene el culto de las<br />

fuerzas que crean los resultados, no la admiración de los resultados intelectualísticamente<br />

contemplados a priori. El realista sabe que la historia es un<br />

reformismo, pero también que el proceso reformístico, en vez de reducirse<br />

a una diplomacia de iniciados, es producto de los individuos en cuanto<br />

operen como revolucionarios, a través de netas afirmaciones de contrastantes<br />

exigencias”*.<br />

* Piero Gobetti, Opera Critica, parte prima, p. 88 178 . Gobetti insiste en varios pasajes de<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

191


Mi crítica renuncia a ser imparcial o agnóstica, si la verdadera crítica<br />

puede serlo, cosa que no creo absolutamente. Toda crítica obedece a preocupaciones<br />

de filósofo, de político, o de moralista. Croce ha demostrado<br />

lúcidamente que la propia crítica impresionista o hedonista de Jules Lemaitre,<br />

que se suponía exenta de todo sentido filosófico, no se sustraía<br />

más que la de Saint Beuve, al pensamiento, a la filosofía de su tiempo*.<br />

El espíritu del hombre es indivisible; y yo no me duelo de esta fatalidad,<br />

sino, por el contrario, la reconozco como una necesidad de plenitud<br />

y coherencia. Declaro, sin escrúpulo, que traigo a la exégesis literaria todas<br />

mis pasiones e ideas políticas, aunque, dado el descrédito y degeneración<br />

de este vocablo en el lenguaje corriente, debo agregar que la política<br />

en mí es filosofía y religión.<br />

Pero esto no quiere decir que considere el fenómeno literario o artístico<br />

desde puntos de vista extraestéticos, sino que mi concepción estética se<br />

su obra en esta idea, totalmente concorde con el dialecticismo marxista, que en modo<br />

absoluto excluye esas síntesis a priori tan fácilmente acariciadas por el oportunismo mental<br />

de los intelectuales. Trazando el perfil de Domenico Giuliotti, compañero de Papini<br />

en la aventura intelectual del Dizionario dell uomo salvatico, escribe Gobetti: “A los individuos<br />

tocan las posiciones netas; la conciliación, la transacción es obra de la historia tan<br />

sólo; es un resultado”. (Op. cit., p. 82). Y en el mismo libro, al final de unos apuntes sobre<br />

la concepción griega de la vida, afirma: “El nuevo criterio de la verdad es un trabajo en<br />

armonía con la responsabilidad de cada uno. Estamos en el reino de la lucha (lucha de los<br />

hombres contra los hombres, de las clases contra las clases, de los Estados contra los Estados)<br />

porque solamente a través de la lucha se tiemplan fecundamente las capacidades y<br />

cada uno, defendiendo con intransigencia su puesto, colabora al proceso vital”.<br />

* Benedetto Croce, Nuovi Saggi di Estetica, ensayo sobre la crítica literaria como filosofía,<br />

pp. 205 a 207 179 . El mismo volumen, descalificando con su lógica inexorable las tendencias<br />

estetistas e historicistas en la historiografía artística, ha evidenciado que “la verdadera<br />

crítica de arte es ciertamente crítica estética, pero no porque desdeñe la filosofía<br />

como la crítica pseudoestética, sino porque obra como filosofía o concepción del arte; y<br />

es crítica histórica, pero no porque se atenga a lo extrínseco del arte, como la crítica pseudohistórica,<br />

sino porque, después de haberse valido de los datos históricos para la reproducción<br />

fantástica (y hasta aquí no es todavía historia), obtenida ya la reproducción<br />

fantástica, se hace historia, determinando qué cosa es aquel hecho que ha reproducido en<br />

su fantasía, esto es, caracterizado el hecho merced al concepto y estableciendo cuál es<br />

propiamente el hecho acontecido. De modo que las dos tendencias que están en contraste<br />

en las direcciones inferiores de la crítica, en la crítica coinciden; y ‘crítica histórica del<br />

arte’ y ‘crítica estética’ son lo mismo”.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

192


unimisma, en la intimidad de mi conciencia, con mis concepciones morales,<br />

políticas y religiosas, y que, sin dejar de ser concepción estrictamente<br />

estética, no puede operar independiente o diversamente.<br />

Riva Agüero enjuició la literatura con evidente criterio “civilista”. Su<br />

ensayo sobre “el carácter de la literatura del Perú independiente”* está en<br />

todas sus partes, inequívocamente transido no sólo de conceptos políticos<br />

sino aun de sentimientos de casta. Es simultáneamente una pieza de historiografía<br />

literaria y de reivindicación política.<br />

El espíritu de casta de los “encomenderos” coloniales, inspira sus<br />

esenciales proposiciones críticas que casi invariablemente se resuelven en<br />

españolismo, colonialismo, aristocratismo. Riva Agüero no prescinde de<br />

* Aunque es un trabajo de su juventud, o precisamente por serlo, el Carácter de la literatura<br />

del Perú independiente traduce viva y sinceramente el espíritu y el sentimiento de su<br />

autor. Los posteriores trabajos de crítica literaria de Riva Agüero, no rectifican fundamentalmente<br />

esta tesis. El Elogio del Inca Garcilaso por la exaltación del genial criollo y<br />

de sus Comentarios reales podría haber sido el preludio de una nueva actitud. Pero en realidad,<br />

ni una fuerte curiosidad de erudito por la historia inkaica, ni una fervorosa tentativa<br />

de interpretación del paisaje serrano, han disminuido en el espíritu de Riva Agüero la<br />

fidelidad a la Colonia. La estada en España ha agitado, en la medida que todos saben, su<br />

fondo conservador y virreinal. En un libro escrito en España, El Perú histórico y artístico.<br />

Influencia y descendencia de los montañeses en él (Santander, 1921), manifiesta una consideración<br />

acentuada de la sociedad inkaica; pero en esto no hay que ver sino prudencia y<br />

ponderación de estudioso, en cuyos juicios pesa la opinión de Garcilaso y de los cronistas<br />

más objetivos y cultos. Riva Agüero constata que: “Cuando la Conquista, el régimen social<br />

del Perú entusiasmó a observadores tan escrupulosos como Cieza de León y a hombres<br />

tan doctos como el licenciado Polo de Ondegardo, el oidor Santillan, el jesuita autor<br />

de la Relación Anónima y el P. José de Acosta. Y, ¿quién sabe si en las veleidades socializantes<br />

y de reglamentación agraria del ilustre Mariana y de Pedro de Valencia (el discípulo<br />

de Arias Montano) no influiría, a más de la tradición platónica, el dato contemporáneo<br />

de la organización incaica, que tanto impresionó a cuantos la estudiaron?”. No se exime<br />

Riva Agüero de rectificaciones como la de su primitiva apreciación de Ollantay, reconociendo<br />

haber “exagerado mucho la inspiración castellana de la actual versión en una nota<br />

del ensayo sobre el Carácter de la literatura del Perú independiente” y que, en vista de estudios<br />

últimos, si Ollantay, sigue apareciendo como obra de un refundidor de la Colonia,<br />

“hay que admitir que el plan, los procedimientos poéticos, todos los cantares y muchos<br />

trozos son de tradición incaica, apenas levemente alterados por el redactor”. Ninguna de<br />

estas leales comprobaciones de estudioso, anula empero el propósito ni el criterio de la<br />

obra, cuyo tono general es el de un recrudecido españolismo que, como homenaje a la<br />

metrópoli, tiende a reivindicar el españolismo “arraigado” del Perú 180 .<br />

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193


sus preocupaciones políticas y sociales, sino en la medida en que juzga la<br />

literatura con normas de preceptista, de académico, de erudito; y entonces<br />

su prescindencia es sólo aparente porque, sin duda, nunca se mueve<br />

más ordenadamente su espíritu dentro de la órbita escolástica y conservadora.<br />

Ni disimula demasiado Riva Agüero el fondo político de su crítica,<br />

al mezclar a sus valoraciones literarias consideraciones antihistóricas<br />

respecto al presunto error en que incurrieron los fundadores de la independencia<br />

prefiriendo la república a la monarquía, y vehementes impugnaciones<br />

de la tendencia a oponer a los oligárquicos partidos tradicionales,<br />

partidos de principios, por el temor de que provoquen combates<br />

sectarios y antagonismos sociales. Pero Riva Agüero no podía confesar explícitamente<br />

la trama política de su exégesis: primero, porque sólo posteriormente<br />

a los días de su obra, hemos aprendido a ahorrarnos muchos<br />

disimulos evidentes e inútiles; segundo, porque condición de predominio<br />

de su clase –la aristocracia “encomendera”– era, precisamente, la adopción<br />

formal de los principios e instituciones de otra clase –la burguesía<br />

liberal– y, aunque se sintiese íntimamente monárquica, española y tradicionalista,<br />

esa aristocracia necesitaba conciliar anfibológicamente su<br />

sentimiento reaccionario con la práctica de una política republicana y capitalista<br />

y el respeto de una constitución demoburguesa.<br />

Concluida la época de incontestada autoridad “civilista”, en la vida<br />

intelectual del Perú, la tabla de valores establecida por Riva Agüero ha<br />

pasado a revisión con todas las piezas filiares y anexas*. Por mi parte, a su<br />

inconfesa parcialidad “civilista” o colonialista enfrento mi explícita par-<br />

* Discuto y critico preferentemente la tesis de Riva Agüero porque la estimo la más representativa<br />

y dominante, y el hecho de que a sus valoraciones se ciñan estudios posteriores,<br />

deseosos de imparcialidad crítica y ajenos a sus motivos políticos, me parece una razón<br />

más para reconocerle un carácter central y un poder fecundador. Luis Alberto Sánchez,<br />

en el primer volumen de La literatura peruana, admite que García Calderón en Del Romanticismo<br />

al Modernismo, dedicado a Riva Agüero, glosa, en verdad el libro de éste; y<br />

aunque años más tarde se documentara mejor para escribir su síntesis de La literatura peruana,<br />

no aumenta muchos datos a los ya apuntados por su amigo y compañero, el autor<br />

de La historia en el Perú, ni adopta una orientación nueva, ni acude a la fuente popular<br />

indispensable 181 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

194


cialidad revolucionaria o socialista. No me atribuyo mesura ni equidad de<br />

árbitro: declaro mi pasión y mi beligerancia de opositor. Los arbitrajes, las<br />

conciliaciones se actúan en la historia, y a condición de que las partes se<br />

combatan con copioso y extremo alegato.<br />

II. <strong>LA</strong> LITERATURA <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> COLONIA<br />

Materia primaria de unidad de toda literatura es el idioma. La literatura<br />

española, como la italiana y la francesa, comienzan con los primeros cantos<br />

y relatos escritos en esas lenguas. Sólo a partir de la producción de<br />

obras propiamente artísticas, de méritos perdurables, en español, italiano<br />

y francés, aparecen respectivamente las literaturas española, italiana y<br />

francesa. La diferenciación de estas lenguas del latín no estaba aún acabada,<br />

y del latín se derivaban directamente todas ellas, consideradas por<br />

mucho tiempo como lenguaje popular. Pero la literatura nacional de<br />

dichos pueblos latinos nace, históricamente, con el idioma nacional, que<br />

es el primer elemento de demarcación de los confines generales de una<br />

literatura.<br />

El florecimiento de las literaturas nacionales coincide, en la historia<br />

de Occidente, con la afirmación política de la idea nacional. Forma parte<br />

del movimiento que, a través de la Reforma y el Renacimiento, creó los<br />

factores ideológicos y espirituales de la revolución liberal y del orden capitalista.<br />

La unidad de la cultura europea, mantenida durante el Medioevo,<br />

por el latín y el Papado, se rompió a causa de la corriente nacionalista,<br />

que tuvo una de sus expresiones en la individualización nacional de las literaturas.<br />

El “nacionalismo” en la historiografía literaria, es por tanto un<br />

fenómeno de la más pura raigambre política, extraño a la concepción estética<br />

del arte. Tiene su más vigorosa definición en Alemania, desde la obra<br />

de los Schlegel, que renueva profundamente la crítica y la historiografía<br />

literarias. Francesco de Sanctis, –autor de la justamente célebre Storia<br />

della letteratura italiana, de la cual Brunetière escribía con fervorosa admiración,<br />

“esta historia de la literatura italiana que yo no me canso de citar<br />

y que no se cansan en Francia de no leer”– considera característico de la<br />

crítica ochocentista “quel pregio de la nazionalitá, tanto stimato dai critici<br />

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195


moderni e pel cuale lo Schlegel esalta il Calderón, nazionalissimo spa-gnuolo<br />

e deprime il Metastasio non punto italiano”*.<br />

La literatura nacional es en el Perú, como la nacionalidad misma, de<br />

irrenunciable filiación española. Es una literatura escrita, pensada y sentida<br />

en español, aunque en los tonos, y aun en la sintaxis y prosodia del idioma,<br />

la influencia indígena sea en algunos casos más o menos palmaria e<br />

intensa. La civilización autóctona no llegó a la escritura y, por ende, no llegó<br />

propia y estrictamente a la literatura, o más bien, ésta se detuvo en la<br />

etapa de los aedas, de las leyendas y de las representaciones coreográficoteatrales.<br />

La escritura y la gramática quechuas son en su origen obra española<br />

y los escritos quechuas pertenecen totalmente a literatos bilingües<br />

como El Lunarejo 183 , hasta la aparición de Inocencio Mamani, el joven autor<br />

de Tucuípac Munashcan**. La lengua castellana, más o menos americanizada,<br />

es el lenguaje literario y el instrumento intelectual de esta nacionalidad<br />

cuyo trabajo de definición aún no ha concluido.<br />

En la historiografía literaria, el concepto de literatura nacional del<br />

mismo modo que no es intemporal, tampoco es demasiado concreto. No<br />

traduce una realidad mensurable e idéntica. Como toda sistematización,<br />

no aprehende sino aproximadamente la movilidad de los hechos. (La nación<br />

misma es una abstracción, una alegoría, un mito, que no corresponde<br />

a una realidad constante y precisa, científicamente determinable). Remarcando<br />

el carácter de excepción de la literatura hebrea, De Sanctis constata<br />

* Francesco de Sanctis, Teoria e Storia della Letteratura, vol. I, p. 186 182 . Ya que he citado<br />

los Nuovi Saggi di Estetica de Croce, no debo dejar de recordar que, reprobando las preocupaciones<br />

excesivamente nacionalista y modernista, respectivamente, de las historias<br />

literarias de Adolfo Bartels y Ricardo Mauricio Meyer, Croce sostiene: “que no es verdad<br />

que los poetas y los otros artistas sean expresión de la conciencia nacional, de la raza, de la<br />

estirpe, de la clase, o de cualquier otra cosa símil”. La reacción de Croce contra el desorbitado<br />

nacionalismo de la historiografía literaria del siglo diecinueve, al cual sin embargo<br />

escapan obras como la de George Brandes, espécimen extraordinario de buen europeo,<br />

es extremada y excesiva como toda reacción; pero responde, en el universalismo vigilante<br />

y generoso de Croce, a la necesidad de resistir a las exageraciones de la imitación de los<br />

imperiales modelos germanos.<br />

** Véase en Amauta N os 12 y 14 las noticias y comentarios de Gabriel Collazos y José Gabriel<br />

Cossio sobre la comedia quechua de Inocencio Mamani, a cuya gestación no es probablemente<br />

extraño el ascendiente fecundador de Gamaliel Churata 184 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

196


lo siguiente: “Verdaderamente una literatura del todo nacional es una quimera.<br />

Tendría ella por condición un pueblo perfectamente aislado como<br />

se dice que es la China (aunque también en la China han penetrado hoy los<br />

ingleses). Aquella imaginación y aquel estilo que se llama hoy orientalismo,<br />

no es nada de particular al Oriente, sino más bien es del septentrión y<br />

de todas las literaturas barbáricas y nacientes. La poesía griega tenía de la<br />

asiática, y la latina de la griega y la italiana de la griega y la latina”*.<br />

El dualismo quechua-español del Perú, no resuelto aún, hace de la literatura<br />

nacional un caso de excepción que no es posible estudiar con el<br />

método válido para las literaturas orgánicamente nacionales, nacidas y<br />

crecidas sin la intervención de una conquista. Nuestro caso es diverso del<br />

de aquellos pueblos de América, donde la misma dualidad no existe, o<br />

existe en términos inocuos. La individualidad de la literatura argentina,<br />

por ejemplo, está en estricto acuerdo con una definición vigorosa de la<br />

personalidad nacional.<br />

La primera etapa de la literatura peruana no podía eludir la suerte que<br />

le imponía su origen. La literatura de los españoles de la Colonia no es peruana;<br />

es española. Claro está que no por estar escrita en idioma español,<br />

sino por haber sido concebida con espíritu y sentimiento españoles. A este<br />

respecto, me parece que no hay discrepancia. Gálvez, hierofante del culto<br />

al Virreinato en su literatura, reconoce como crítico que “la época de la<br />

Colonia no produjo sino imitadores serviles e inferiores de la literatura<br />

española y especialmente la gongórica de la que tomaron sólo lo hinchado<br />

y lo malo y que no tuvieron la comprensión ni el sentimiento del medio,<br />

exceptuando a Garcilaso, que sintió la naturaleza y a Caviedes que fue<br />

personalísimo en sus agudezas y que en ciertos aspectos de la vida nacional,<br />

en la malicia criolla, puede y debe ser considerado como el lejano antepasado<br />

de Segura, de Pardo, de Palma y de Paz Soldán”**.<br />

Las dos excepciones, mucho más la primera que la segunda, son incontestables.<br />

Garcilaso, sobre todo, es una figura solitaria en la literatura<br />

de la Colonia. En Garcilaso se dan la mano dos edades, dos culturas. Pero<br />

* De Sanctis, op. cit., pp. 186 y 187.<br />

** José Gálvez, Posibilidad de una genuina literatura nacional, p. 7 185 .<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

197


Garcilaso es más inka que conquistador, más quechua que español. Es,<br />

también, un caso de excepción. Y en esto residen precisamente su individualidad<br />

y su grandeza.<br />

Garcilaso nació del primer abrazo, del primer amplexo fecundo de las<br />

dos razas, la conquistadora y la indígena. Es, históricamente, el primer<br />

“peruano”, si entendemos la “peruanidad” como una formación social,<br />

determinada por la conquista y la colonización españolas. Garcilaso llena<br />

con su nombre y su obra una etapa entera de la literatura peruana. Es el<br />

primer peruano, sin dejar de ser español. Su obra, bajo su aspecto histórico-estético,<br />

pertenece a la épica española. Es inseparable de la máxima<br />

epopeya de España: el descubrimiento y conquista de América.<br />

Colonial, española, aparece la literatura peruana, en su origen, hasta<br />

por los géneros y asuntos de su primera época. La infancia de toda literatura,<br />

normalmente desarrollada, es la lírica*. La literatura oral indígena<br />

obedeció, como todas, esta ley. La Conquista trasplantó al Perú, con el<br />

idioma español, una literatura ya evolucionada, que continuó en la Colonia<br />

su propia trayectoria. Los españoles trajeron un género narrativo bien<br />

desarrollado que del poema épico avanzaba ya a la novela. Y la novela<br />

caracteriza la etapa literaria que empieza con la Reforma y el Renacimiento.<br />

La novela es, en buena cuenta, la historia del individuo de la sociedad<br />

burguesa; y desde este punto de vista no está muy desprovisto de razón<br />

Ortega y Gasset cuando registra la decadencia de la novela 186 . La novela<br />

renacerá, sin duda, como arte realista, en la sociedad proletaria; pero, por<br />

ahora, el relato proletario, en cuanto expresión de la epopeya revolucionaria,<br />

tiene más de épica que de novela propiamente dicha. La épica medioeval,<br />

que decaía en Europa en la época de la Conquista, encontraba<br />

aquí los elementos y estímulos de un renacimiento. El conquistador podía<br />

* De Sanctis, en su Teoria e Storia della Letteratura (p. 205) dice: “El hombre, en el arte<br />

como en la ciencia, parte de la subjetividad y por esto la lírica es la primera forma de la<br />

poesía. Pero de la subjetividad pasa después a la objetividad y se tiene la narración, en la<br />

cual la conmoción subjetiva es incidental y secundaria. El campo de la lírica es lo ideal, de<br />

la narración lo real: en la primera, la impresión es fin, la acción es ocasión; en la segunda<br />

sucede lo contrario; la primera no se disuelve en prosa sino destruyéndose; la segunda se<br />

resuelve en la prosa que es su natural tendencia”.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

198


sentir y expresar épicamente la Conquista. La obra de Garcilaso está, sin<br />

duda, entre la épica y la historia. La épica, como observa muy bien De<br />

Sanctis, pertenece a los tiempos de lo maravilloso*. La mejor prueba de la<br />

irremediable mediocridad de la literatura de la Colonia la tenemos en que,<br />

después de Garcilaso, no ofrece ninguna original creación épica. La temática<br />

de los literatos de la Colonia es, generalmente, la misma de los literatos<br />

de España, y siendo repetición o continuación de ésta, se manifiesta<br />

siempre en retardo, por la distancia. El repertorio colonial se compone<br />

casi exclusivamente de títulos que a leguas acusan el eruditismo, el escolasticismo,<br />

el clasicismo trasnochado de los autores. Es un repertorio de<br />

rapsodias y ecos, si no de plagios. El acento más personal es, en efecto, el<br />

de Caviedes 187 , que anuncia el gusto limeño por el tono festivo y burlón. El<br />

Lunarejo, no obstante su sangre indígena, sobresalió sólo como gongorista,<br />

esto es en una actitud característica de una literatura vieja que, agotado<br />

ya el renacimiento, llegó al barroquismo y al culteranismo. El Apologético<br />

en favor de Góngora desde este punto de vista, está dentro de la literatura<br />

española.<br />

III. EL COLONIALISMO SUPÉRSTITE<br />

Nuestra literatura no cesa de ser española en la fecha de la fundación de<br />

la República. Sigue siéndolo por muchos años, ya en uno, ya en otro trasnochado<br />

eco del clasicismo o del romanticismo de la metrópoli. En todo<br />

caso, si no española, hay que llamarla por luengos años, literatura colonial.<br />

Por el carácter de excepción de la literatura peruana, su estudio no se<br />

acomoda a los usados esquemas de clasicismo, romanticismo y modernismo,<br />

de antiguo, medioeval y moderno, de poesía popular y literaria, etc. Y<br />

no intentaré sistematizar este estudio conforme la clasificación marxista<br />

en literatura feudal o aristocrática, burguesa y proletaria. Para no agravar<br />

* “Son los tiempos de lucha –escribe De Sanctis– en los cuales la humanidad asciende de<br />

una idea a la otra y el intelecto no triunfa sin que la fantasía sea sacudida: cuando una idea<br />

ha triunfado y se desenvuelve en ejercicio pacífico no se tiene más la épica, sino la historia.<br />

El poema épico, por tanto, se puede definir como la historia ideal de la humanidad en su<br />

paso de una idea a otra”. (Ibid., p. 207).<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

199


la impresión de que mi alegato está organizado según un esquema político<br />

o clasista y conformarlo más bien a un sistema de crítica e historia artística,<br />

puedo construirlo con otro andamiaje, sin que esto implique otra cosa que<br />

un método de explicación y ordenación, y por ningún motivo una teoría<br />

que prejuzgue e inspire la interpretación de obras y autores.<br />

Una teoría moderna –literaria, no sociológica– sobre el proceso normal<br />

de la literatura de un pueblo distingue en él tres períodos: un período<br />

colonial, un período cosmopolita, un período nacional. Durante el primer<br />

período un pueblo, literariamente, no es sino una colonia, una dependencia<br />

de otro. Durante el segundo período, asimila simultáneamente elementos<br />

de diversas literaturas extranjeras. En el tercero, alcanzan una<br />

expresión bien modulada su propia personalidad y su propio sentimiento.<br />

No prevé más esta teoría de la literatura. Pero no nos hace falta, por el<br />

momento, un sistema más amplio.<br />

El ciclo colonial se presenta en la literatura peruana muy preciso y<br />

muy claro. Nuestra literatura no sólo es colonial en ese ciclo por su dependencia<br />

y su vasallaje a España; lo es, sobre todo, por su subordinación a los<br />

residuos espirituales y materiales de la Colonia. Don Felipe Pardo 188 , a<br />

quien Gálvez arbitrariamente considera como uno de los precursores del<br />

peruanismo literario, no repudiaba la República y sus instituciones por<br />

simple sentimiento aristocrático; las repudiaba, más bien, por sentimiento<br />

godo. Toda la inspiración de su sátira –asaz mediocre por lo demás–<br />

procede de su mal humor de corregidor o de “encomendero” a quien una<br />

revolución ha igualado, en la teoría si no en el hecho, con los mestizos y los<br />

indígenas. Todas las raíces de su burla están en su instinto de casta. El<br />

acento de Pardo y Aliaga no es el de un hombre que se siente peruano sino<br />

el de un hombre que se siente español en un país conquistado por España<br />

para los descendientes de sus capitanes y de sus bachilleres.<br />

Este mismo espíritu, en menores dosis, pero con los mismos resultados,<br />

caracteriza casi toda nuestra literatura hasta la generación “colónida”<br />

que, iconoclasta ante el pasado y sus valores, acata, como su maestro,<br />

a González Prada y saluda, como su precursor a Eguren, esto es a los dos<br />

literatos más liberados de españolismo.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

200


¿Qué cosa mantiene viva durante tanto tiempo en nuestra literatura la<br />

nostalgia de la Colonia? No por cierto únicamente el pasadismo individual<br />

de los literatos. La razón es otra. Para descubrirla hay que sondear en<br />

un mundo más complejo que el que abarca regularmente la mirada del crítico.<br />

La literatura de un pueblo se alimenta y se apoya en su substractum<br />

económico y político. En un país dominado por los descendientes de los<br />

“encomenderos” y los oidores del Virreinato, nada era más natural, por<br />

consiguiente, que la serenata bajo sus balcones. La autoridad de la casta<br />

feudal reposaba en parte sobre el prestigio del Virreinato. Los mediocres<br />

literatos de una república que se sentía heredera de la Conquista no podían<br />

hacer otra cosa que trabajar por el lustre y brillo de los blasones virreinales.<br />

Únicamente los temperamentos superiores –precursores siempre,<br />

en todos los pueblos y todos los climas, de las cosas por venir– eran<br />

capaces de sustraerse a esta fatalidad histórica, demasiado imperiosa para<br />

los clientes de la clase latifundista.<br />

La flaqueza, la anemia, la flacidez de nuestra literatura colonial y colonialista<br />

provienen de su falta de raíces. La vida, como lo afirmaba Wilson,<br />

viene de la tierra 189 . El arte tiene necesidad de alimentarse de la savia de<br />

una tradición, de una historia, de un pueblo. Y en el Perú la literatura no<br />

ha brotado de la tradición, de la historia, del pueblo indígenas. Nació de<br />

una importación de literatura española; se nutrió luego de la imitación de<br />

la misma literatura. Un enfermo cordón umbilical la ha mantenido unida<br />

a la metrópoli.<br />

Por eso no hemos tenido casi sino barroquismo y culteranismo de clérigos<br />

y oidores, durante el coloniaje; romanticismo y trovadorismo mal<br />

trasegados de los bisnietos de los mismos oidores y clérigos, durante la<br />

República.<br />

La literatura colonial, malgrado algunas solitarias y raquíticas evocaciones<br />

del imperio y sus fastos, se ha sentido extraña al pasado inkaico. Ha<br />

carecido absolutamente de aptitud e imaginación para reconstruirlo. A su<br />

historiógrafo Riva Agüero esto le ha parecido muy lógico. Vedado de estudiar<br />

y denunciar esta incapacidad, Riva Agüero se ha apresurado a justificarla,<br />

suscribiendo con complacencia y convicción el juicio de un escritor<br />

de la metrópoli. “Los sucesos del Imperio Inkaico –escribe– según el muy<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

201


exacto decir de un famoso crítico (Menéndez Pelayo) nos interesan tanto<br />

como pudieran interesar a los españoles de hoy las historias y consejas de<br />

los Turdetanos y Sarpetanos”. Y en las conclusiones del mismo ensayo<br />

dice: “El sistema que para americanizar la literatura se remonta hasta los<br />

tiempos anteriores a la Conquista, y trata de hacer vivir poéticamente las<br />

civilizaciones quechua y azteca, y las ideas y los sentimientos de los aborígenes,<br />

me parece el más estrecho e infecundo. No debe llamársele americanismo<br />

sino exotismo. Ya lo han dicho Menéndez Pelayo, Rubio y Juan<br />

Valera; aquellas civilizaciones o semicivilizaciones murieron, se extinguieron,<br />

y no hay modo de reanudar su tradición, puesto que no dejaron<br />

literatura. Para los criollos de raza española, son extranjeras y peregrinas y<br />

nada nos liga con ellas; y extranjeras y peregrinas son también para los<br />

mestizos y los indios cultos, porque la educación que han recibido los ha<br />

europeizado por completo. Ninguno de ellos se encuentra en la situación<br />

de Garcilaso de la Vega”. En opinión de Riva Agüero –opinión característica<br />

de un descendiente de la Conquista, de un heredero de la Colonia,<br />

para quien constituyen artículos de fe los juicios de los eruditos de la Corte–<br />

“recursos mucho más abundantes ofrecen las expediciones españolas<br />

del XVI y las aventuras de la Conquista”*.<br />

Adulta ya la República, nuestros literatos no han logrado sentir el<br />

Perú sino como una colonia de España. A España partía, en pos no sólo de<br />

modelos sino también de temas, su imaginación domesticada. Ejemplo: la<br />

Elegía a la muerte de Alfonso XII de Luis Benjamín Cisneros 191 , que fue sin<br />

embargo, dentro de la desvaída y ramplona tropa romántica, uno de los<br />

espíritus más liberales y ochocentistas.<br />

El literato peruano no ha sabido casi nunca sentirse vinculado al pueblo.<br />

No ha podido ni ha deseado traducir el penoso trabajo de formación<br />

de un Perú integral, de un Perú nuevo. Entre el Inkario y la Colonia, ha<br />

optado por la Colonia. El Perú nuevo era una nebulosa. Sólo el Inkario y la<br />

Colonia existían neta y definidamente. Y entre la balbuceante literatura<br />

peruana y el Inkario y el indio se interponía, separándolos e incomunicándolos,<br />

la Conquista.<br />

* José de la Riva Agüero, Carácter de la literatura del Perú independiente, Lima, 1905 190 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

202


Destruida la civilización inkaica por España, constituido el nuevo Estado<br />

sin el indio y contra el indio, sometida la raza aborigen a la servidumbre,<br />

la literatura peruana tenía que ser criolla, costeña, en la proporción<br />

en que dejara de ser española. No pudo por esto surgir en el Perú una literatura<br />

vigorosa. El cruzamiento del invasor con el indígena no había producido<br />

en el Perú un tipo más o menos homogéneo. A la sangre ibera y<br />

quechua se había mezclado un copioso torrente de sangre africana. Más<br />

tarde la importación de coolíes debía añadir a esta mezcla un poco de sangre<br />

asiática. Por ende, no había un tipo sino diversos tipos de criollos, de<br />

mestizos. La función de tan disímiles elementos étnicos se cumplía, por<br />

otra parte, en un tibio y sedante pedazo de tierra baja, donde una naturaleza<br />

indecisa y negligente no podía imprimir en el blando producto de esta<br />

experiencia sociológica un fuerte sello individual.<br />

Era fatal que lo heteróclito y lo abigarrado de nuestra composición<br />

étnica trascendiera a nuestro proceso literario. El orto de la literatura peruana<br />

no podía semejarse, por ejemplo, al de la literatura argentina. En la<br />

república del sur, el cruzamiento del europeo y del indígena produjo al<br />

gaucho. En el gaucho se fundieron perdurable y fuertemente la raza forastera<br />

y conquistadora y la raza aborigen. Consiguientemente la literatura<br />

argentina –que es entre las literaturas iberoamericanas la que tiene tal vez<br />

más personalidad– está permeada de sentimiento gaucho. Los mejores literatos<br />

argentinos han extraído del estrato popular sus temas y sus personajes.<br />

Santos Vega, Martín Fierro, Anastasio el Pollo, antes que en la imaginación<br />

artística, vivieron en la imaginación popular. Hoy mismo la<br />

literatura argentina, abierta a las más modernas y distintas influencias<br />

cosmopolitas, no reniega su espíritu gaucho. Por el contrario, lo reafirma<br />

altamente. Los más ultraístas poetas de la nueva generación se declaran<br />

descendientes del gaucho Martín Fierro y de su bizarra estirpe de payadores.<br />

Uno de los más saturados de occidentalismo y modernidad, Jorge<br />

Luis Borges, adopta frecuentemente la prosodia del pueblo.<br />

Discípulos de Lista y Hermosilla 192 , los literatos del Perú independiente,<br />

en cambio, casi invariablemente desdeñaron la plebe. Lo único que seducía<br />

y deslumbraba su cortesana y pávida fantasía de hidalgüelos de provincia<br />

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203


era lo español, lo virreinal. Pero España estaba muy lejos. El Virreinato<br />

–aunque subsistiese el régimen feudal establecido por los conquistadores–<br />

pertenecía al pasado. Toda la literatura de esta gente da, por esto, la impresión<br />

de una literatura desarraigada y raquítica, sin raíces en su presente. Es<br />

una literatura de implícitos “emigrados”, de nostálgicos sobrevivientes.<br />

Los pocos literatos vitales, en esta palúdica y clorótica teoría de cansinos<br />

y chafados retores, son los que de algún modo tradujeron al pueblo.<br />

La literatura peruana es una pesada e indigesta rapsodia de la literatura<br />

española, en todas las obras en que ignora al Perú viviente y verdadero. El<br />

ay indígena, la pirueta zamba, son las notas más animadas y veraces de esta<br />

literatura sin alas y sin vértebras. En la trama de las Tradiciones ¿no se descubre<br />

en seguida la hebra del chispeante y chismoso medio pelo limeño?<br />

Esta es una de las fuerzas vitales de la prosa del tradicionista. Melgar, desdeñado<br />

por los académicos, sobrevivirá a Althaus, a Pardo y a Salaverry<br />

193 , porque en sus yaravíes encontrará siempre el pueblo un vislumbre<br />

de su auténtica tradición sentimental y de su genuino pasado literario.<br />

IV. RICARDO PALMA, LIMA Y <strong>LA</strong> COLONIA<br />

El colonialismo –evocación nostálgica del Virreinato– pretende anexarse<br />

la figura de don Ricardo Palma. Esta literatura servil y floja, de sentimentaloides<br />

y retóricos, se supone consustanciada con las Tradiciones. La generación<br />

“futurista”, que más de una vez he calificado como la más pasadista<br />

de nuestras generaciones, ha gastado la mejor parte de su elocuencia<br />

en esta empresa de acaparamiento de la gloria de Palma. Es este el único<br />

terreno en el que ha maniobrado con eficacia. Palma aparece oficialmente<br />

como el máximo representante del colonialismo.<br />

Pero si se medita seriamente sobre la obra de Palma confrontándola<br />

con el proceso político y social del Perú y con la inspiración del género<br />

colonialista, se descubre lo artificioso y lo convencional de esta anexión.<br />

Situar la obra de Palma dentro de la literatura colonialista es no sólo empequeñecerla<br />

sino también deformarla. Las Tradiciones no pueden ser<br />

identificadas con una literatura de reverente y apologética exaltación de la<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

204


Colonia y sus fastos, absolutamente peculiar y característica, en su tonalidad<br />

y en su espíritu, de la académica clientela de la casta feudal.<br />

Don Felipe Pardo y don José Antonio de Lavalle, conservadores convictos<br />

y confesos, evocaban la Colonia con nostalgia y con unción. Ricardo<br />

Palma, en tanto, la reconstruía con un realismo burlón y una fantasía<br />

irreverente y satírica. La versión de Palma es cruda y viva. La de los prosistas<br />

y poetas de la serenata bajo los balcones del Virreinato, tan grata a los<br />

oídos de la gente ancien régime, es devota y ditirámbica. No hay ningún<br />

parecido sustancial, ningún parentesco psicológico entre una y otra versión.<br />

La suerte bien distinta de una y otra se explica fundamentalmente por<br />

la diferencia de calidad; pero se explica también por la diferencia de espíritu.<br />

La calidad es siempre espíritu. La obra pesada y académica de Lavalle<br />

y otros colonialistas ha muerto porque no puede ser popular. La obra<br />

de Palma vive, ante todo, porque puede y sabe serlo.<br />

El espíritu de las Tradiciones no se deja mistificar. Es demasiado evidente<br />

en toda la obra. Riva Agüero que, en su estudio sobre el carácter de<br />

la literatura del Perú independiente, de acuerdo con los intereses de su<br />

gens y de su clase, lo coloca dentro del colonialismo, reconoce en Palma,<br />

“perteneciente a la generación que rompió con el amaneramiento de los<br />

escritores del coloniaje”, a un literato “liberal e hijo de la República”. Se<br />

siente a Riva Agüero íntimamente descontento del espíritu irreverente y<br />

heterodoxo de Palma.<br />

Riva Agüero trata de rechazar este sentimiento, pero sin poder evitar que<br />

aflore netamente en más de un pasaje de su discurso. Constata que Palma<br />

“al hablar de la Iglesia, de los jesuitas, de la nobleza, se sonríe y hace sonreír al<br />

lector”. Cuida de agregar que “con sonrisa tan fina que no hiere”. Dice que no<br />

será él quien le reproche su volterianismo. Pero concluye confesando así<br />

su verdadero sentimiento: “A veces la burla de Palma, por más que sea<br />

benigna y suave, llega a destruir la simpatía histórica. Vemos que se encuentra<br />

muy desligado de las añejas preocupaciones, y que, a fuerza de<br />

estar libre de esas ridiculeces, no las comprende; y una ligera nube de indiferencia<br />

y despego se interpone entonces entre el asunto y el escritor”*.<br />

* Ibid., p. 155.<br />

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205


Si el propio crítico e historiógrafo de la literatura peruana que ha juntado,<br />

solidarizándolos, el elogio de Palma y la apología de la Colonia, reconoce<br />

tan explícitamente la diferencia fundamental de sentimiento que<br />

distingue a Palma de Pardo y de Lavalle, ¿cómo se ha creado y mantenido<br />

el equívoco de una clasificación que virtualmente los confunde y reúne?<br />

La explicación es fácil. Este equívoco se ha apoyado, en su origen, en la<br />

divergencia personal entre Palma y González Prada; se ha alimentado,<br />

luego, del contraste espiritual entre “palmistas” y “pradistas”. Haya de la<br />

Torre, en una carta sobre Mercurio Peruano, a la revista Sagitario de La<br />

Plata tiene una observación acertada: “Entre Palma que se burlaba y Prada<br />

que azotaba, los hijos de ese pasado y de aquellas castas doblemente<br />

zaheridas prefirieron el alfilerazo al látigo”*. Pertenece al mismo Haya<br />

una precisa y, a mi juicio, oportuna e inteligente mise au point sobre el sentido<br />

histórico y político de las Tradiciones. “Personalmente –escribe–,<br />

creo que Palma fue tradicionista pero no tradicionalista. Creo que Palma<br />

hundió la pluma en el pasado para luego blandirla en alto y reírse de él.<br />

Ninguna institución u hombre de la Colonia y aun de la República escapó<br />

a la mordedura tantas veces tan certera de la ironía, el sarcasmo y siempre<br />

el ridículo de la jocosa crítica de Palma. Bien sabido es que el clero católico<br />

tuvo en la literatura de Palma un enemigo y que sus Tradiciones son el<br />

horror de frailes y monjas. Pero por una curiosa paradoja, Palma se vio<br />

rodeado, adulado y desvirtuado por una troupe de gente distinguida, intelectuales,<br />

católicos, niños bien y admiradores de apellidos sonoros”**.<br />

No hay nada de extraño ni de insólito en que esta penetrante aclaración<br />

del sentido y la filiación de las Tradiciones venga de un escritor que<br />

jamás ha oficiado de crítico literario. Para una interpretación profunda<br />

del espíritu de una literatura, la mera erudición literaria no es suficiente.<br />

Sirven más la sensibilidad política y la clarividencia histórica. El crítico<br />

profesional considera la literatura en sí misma. No percibe sus relaciones<br />

con la política, la economía, la vida en su totalidad. De suerte que su investigación<br />

no llega al fondo, a la esencia de los fenómenos literarios. Y, por<br />

* En Sagitario N o 3 (1926) y en Por la emancipación de la América Latina (Buenos Aires,<br />

1927), p. 139 194 .<br />

** Op. cit., p. 139.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

206


consiguiente, no acierta a definir los oscuros factores de su génesis ni de su<br />

subconsciencia.<br />

Una historia de la literatura peruana que tenga en cuenta las raíces<br />

sociales y políticas de ésta, cancelará la convención contra la cual hoy sólo<br />

una vanguardia protesta. Se verá entonces que Palma está menos lejos de<br />

González Prada de lo que hasta ahora parece*.<br />

Las Tradiciones de Palma tienen, política y socialmente, una filiación<br />

democrática. Palma interpreta al medio pelo. Su burla roe risueñamente<br />

el prestigio del Virreinato y el de la aristocracia. Traduce el malcontento<br />

zumbón del demos criollo. La sátira de las Tradiciones no cala muy hondo<br />

ni golpea muy fuerte; pero, precisamente por esto, se identifica con el humor<br />

de un demos blando, sensual y azucarado. Lima no podía producir<br />

otra literatura. Las Tradiciones, agotan sus posibilidades. A veces se exceden<br />

a sí mismas.<br />

Si la revolución de la independencia hubiese sido en el Perú la obra de<br />

una burguesía más o menos sólida, la literatura republicana habría tenido<br />

otro tono. La nueva clase dominante se habría expresado, al mismo tiempo,<br />

en la obra de sus estadistas, y en el verbo, el estilo y la actitud de sus<br />

poetas, de sus novelistas y de sus críticos. Pero en el Perú el advenimiento<br />

de la República no representó el de una nueva clase dirigente.<br />

La onda de la revolución era continental: no era casi peruana. Los liberales,<br />

los jacobinos, los revolucionarios peruanos, no constituían sino<br />

un manípulo. La mejor savia, la más heroica energía, se gastaron en las<br />

batallas y en los intervalos de la lucha. La República no reposaba sino en el<br />

ejército de la revolución. Tuvimos, por esto, un accidentado, un tormentoso<br />

período de interinidad militar. Y no habiendo podido cuajar en este<br />

período la clase revolucionaria, resurgió automáticamente la clase conservadora.<br />

Los “encomenderos” y terratenientes que, durante la revolución<br />

de la independencia oscilaron ambiguamente, entre patriotas y realistas,<br />

se encargaron francamente de la dirección de la República. La aristocracia<br />

colonial y monárquica se metamorfoseó, formalmente, en burguesía<br />

* En una carta a Amauta (N o 4), Haya, impulsado por su entusiasmo, exagera, sin duda,<br />

esta reivindicación 195 .<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

207


epublicana. El régimen económico-social de la Colonia se adaptó externamente<br />

a las instituciones creadas por la revolución. Pero la saturó de su<br />

espíritu colonial.<br />

Bajo un frío liberalismo de etiqueta, latía en esta casta la nostalgia del<br />

Virreinato perdido.<br />

El demos criollo o, mejor, limeño, carecía de consistencia y de originalidad.<br />

De rato en rato lo sacudía la clarinada retórica de algún caudillo<br />

incipiente. Mas, pasado el espasmo, caía de nuevo en su muelle somnolencia.<br />

Toda su inquietud, toda su rebeldía, se resolvían en el chiste, la murmuración<br />

y el epigrama. Y esto es precisamente lo que encuentra su expresión<br />

literaria en la prosa socarrona de las Tradiciones.<br />

Palma pertenece absolutamente a una mesocracia a la que un complejo<br />

conjunto de circunstancias históricas no consintió transformarse en<br />

una burguesía. Como esta clase compósita, como esta clase larvada, Palma<br />

guardó un latente rencor contra la aristocracia antañona y reaccionaria.<br />

La sátira de las Tradiciones hinca con frecuencia sus agudos dientes<br />

roedores en los hombres de la República. Mas, al revés de la sátira reaccionaria<br />

de Felipe Pardo y Aliaga, no ataca a la República misma. Palma,<br />

como el demos limeño, se deja conquistar por la declamación antioligárquica<br />

de Piérola. Y, sobre todo, se mantiene siempre fiel a la ideología liberal<br />

de la independencia.<br />

El colonialismo, el civilismo, por órgano de Riva Agüero y otros de sus<br />

portavoces intelectuales, se anexan a Palma, no sólo porque esta anexión<br />

no presenta ningún peligro para su política sino, principalmente, por la<br />

irremediable mediocridad de su propio elenco literario. Los críticos de<br />

esta casta saben muy bien que son vanos todos los esfuerzos por inflar el<br />

volumen de don Felipe Pardo o don José Antonio de Lavalle. La literatura<br />

civilista no ha producido sino parvos y secos ejercicios de clasicismo o<br />

desvaídos y vulgares conatos románticos. Necesita, por consiguiente, acaparar<br />

a Palma para pavonearse, con derecho o no, de un prestigio auténtico.<br />

Pero debo constatar que no sólo el colonialismo es responsable de<br />

este equívoco. Tiene parte en él, –como en mi anterior artículo lo observaba–,<br />

el “gonzález-pradismo”. En un “ensayo acerca de las literaturas del<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

208


Perú” de Federico More, hallo el siguiente juicio sobre el autor de las Tradiciones:<br />

“Ricardo Palma, representativo, expresador y centinela del Colonialismo,<br />

es un historizante anecdótico, divertido narrador de chascarrillos<br />

fichados y anaquelados. Escribe con vistas a la Academia de la<br />

Lengua y, para contar los devaneos y discreteos de las marquesitas de pelo<br />

ensortijado y labios prominentes, quiere usar el castellano del siglo de oro”*.<br />

More pretende que de Palma quedará sólo la “risilla chocarrera”.<br />

Esta opinión, para algunos, no reflejará más que una notoria ojeriza<br />

de More, a quien todos reconocen poca consecuencia en sus amores, pero<br />

a quien nadie niega una gran consecuencia en sus ojerizas. Pero hay dos<br />

razones para tomarla en consideración: 1 a ) La especial beligerancia que<br />

da a More su título de discípulo de González Prada. 2 a ) La seriedad del<br />

ensayo que contiene estas frases.<br />

En este ensayo More realiza un concienzudo esfuerzo por esclarecer<br />

el espíritu mismo de la literatura nacional. Sus aserciones fundamentales,<br />

si no íntegramente admitidas, merecen ser atentamente examinadas.<br />

More parte de un principio que suscribe toda crítica profunda. “La literatura<br />

–escribe– sólo es traducción de un estado político y social”. El juicio<br />

sobre Palma pertenece, en suma, a un estudio al cual confieren remarcable<br />

valor las ideas y las tesis que sustenta; no a una panfletaria y volandera<br />

disertación de sobremesa. Y esto obliga a remarcarlo y rectificarlo. Pero al<br />

hacerlo conviene exponer y comentar las líneas esenciales de la tesis de<br />

More.<br />

Ésta busca los factores raciales y las raíces telúricas de la literatura peruana.<br />

Estudia sus colores y sus líneas esenciales; prescinde de sus matices<br />

y de sus contornos complementarios. El método es de panfletario; no es<br />

de crítico. Esto da cierto vigor, cierta fuerza a las ideas, pero les resta flexibilidad.<br />

La imagen que nos ofrecen de la literatura peruana es demasiado<br />

estática.<br />

Pero si las conclusiones no son siempre justas, los conceptos en que<br />

reposan son, en cambio, verdaderos. More siente el dualismo peruano.<br />

* Federico More, “De un ensayo sobre las literaturas del Perú”, en El Diario de la Marina<br />

de La Habana (1924) y El Norte de Trujillo (1924).<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

209


Sostiene que en el Perú “o se es colonial o se es inkaico”. Yo, que reiteradamente<br />

he escrito que el Perú hijo de la Conquista es una formación costeña,<br />

no puedo dejar de declararme de acuerdo con More respecto al origen<br />

y al proceso del conflicto entre inkaísmo y colonialismo. No estoy<br />

lejos de pensar como More que este conflicto, este antagonismo, “es y será<br />

por muchos años, clave sociológica y política de la vida peruana”.<br />

El dualismo peruano se refleja y se expresa, naturalmente, en la literatura.<br />

“Literariamente –escribe More–, el Perú preséntase, como es lógico,<br />

dividido. Surge un hecho fundamental: los andinos son rurales, los limeños<br />

urbanos. Y así las dos literaturas. Para quienes actúan bajo la influencia<br />

de Lima todo tiene idiosincrasia iberoafricana: todo es romántico y<br />

sensual. Para quienes actuamos bajo la influencia del Cuzco, la parte más<br />

bella y honda de la vida se realiza en las montañas y en los valles y en todo<br />

hay subjetividad indescifrada y sentido dramático. El limeño es colorista:<br />

el serrano musical. Para los herederos del coloniaje, el amor es un lance.<br />

Para los retoños de la raza caída, el amor es un coro trasmisor de las voces<br />

del destino”.<br />

Mas esta literatura serrana que More define con tanta vehemencia,<br />

oponiéndola a la literatura limeña o colonial, sólo ahora empieza a existir<br />

seria y válidamente. No tiene casi historia, no tiene casi tradición. Los dos<br />

mayores literatos de la República, Palma y González Prada, pertenecen a<br />

Lima. Estimo mucho, como se verá más adelante, la figura de Abelardo<br />

Gamarra 196 ; pero me parece que More, tal vez, la superestima. Aunque en<br />

un pasaje de su estudio conviene en que “no fue, por desgracia Gamarra,<br />

el artista redondo y facetado, limpio y fulgente, el cabal hombre de letras<br />

que se necesita”.<br />

El propio More reconoce que “las regiones andinas, el inkaísmo, aún<br />

no tienen el sumo escritor que sintetice y condense, en fulminantes y lucientes<br />

páginas, las inquietudes, las modalidades y las oscilaciones del<br />

alma inkaica”. Su testimonio sufraga y confirma, por ende, la tesis de que<br />

la literatura peruana hasta Palma y González Prada es colonial, es española.<br />

La literatura serrana, con la cual la confronta More, no ha logrado, antes<br />

de Palma y González Prada, una modulación propia. Lima ha impuesto<br />

sus modelos a las provincias. Peor todavía: las provincias han venido a<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

210


uscar sus modelos a Lima. La prosa polémica del regionalismo y el radicalismo<br />

provincianos desciende de González Prada, a quien, en justicia,<br />

More, su discípulo, reprocha su excesivo amor a la retórica.<br />

Gamarra es para More el representativo del Perú integral. Con Gamarra<br />

empieza, a su juicio, un nuevo capítulo de nuestra literatura. El<br />

nuevo capítulo comienza, en mi concepto, con González Prada que marca<br />

la transición del españolismo puro a un europeísmo más o menos incipiente<br />

en su expresión pero decisivo en sus consecuencias.<br />

Pero Ricardo Palma, a quien More erróneamente designa como un<br />

“representativo, expresador y centinela del colonismo”, malgrado sus limitaciones,<br />

es también de este Perú integral que en nosotros principia a<br />

concretarse y definirse. Palma traduce el criollismo, el mestizaje, la mesocracia<br />

de una Lima republicana que, si es la misma que aclama a Piérola<br />

–más arequipeño que limeño en su temperamento y en su estilo–, es igualmente<br />

la misma que, en nuestro tiempo, revisa su propia tradición, reniega su<br />

abolengo colonial, condena y critica su centralismo, sostiene las reivindicaciones<br />

del indio y tiende sus dos manos a los rebeldes de provincias.<br />

More no distingue sino una Lima. La conservadora, la somnolienta, la<br />

frívola, la colonial. “No hay problema ideológico o sentimental –dice–<br />

que en Lima haya producido ecos. Ni el modernismo en literatura ni el<br />

marxismo en política; ni el símbolo en música ni el dinamismo expresionista<br />

en pintura han inquietado a los hijos de la ciudad sedante. La voluptuosidad<br />

es tumba de la inquietud”. Pero esto no es exacto. En Lima, donde<br />

se ha constituido el primer núcleo de industrialismo, es también<br />

donde, en perfecto acuerdo con el proceso histórico de la nación, se ha<br />

balbuceado o se ha pronunciado la primera resonante palabra de marxismo.<br />

More, un poco desconcertado de su pueblo, no lo sabe acaso, pero<br />

puede intuirlo. No faltan en Buenos Aires y La Plata quienes tienen título<br />

para enterarlo de las reivindicaciones de una vanguardia que en Lima como<br />

en el Cuzco, en Trujillo, en Jauja, representa un nuevo espíritu nacional.<br />

La requisitoria contra el colonialismo, contra el “limeñismo” si así<br />

prefiere llamarlo More, ha partido de Lima. El proceso de la capital –en<br />

abierta pugna con lo que Luis Alberto Sánchez denomina “perricholismo”,<br />

y con una pasión y una severidad que precisamente a Sánchez alar-<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

211


man y preocupan 197 –, lo estamos haciendo hombres de la capital *. En<br />

Lima, algunos escritores que del estetismo d’annunziano importado por<br />

Valdelomar habíamos evolucionado al criticismo socializante de la revista<br />

España, fundamos hace diez años Nuestra Época, para denunciar, sin<br />

reservas y sin compromisos con ningún grupo y ningún caudillo, las responsabilidades<br />

de la vieja política**. En Lima, algunos estudiantes, portavoces<br />

del nuevo espíritu, crearon hace cinco años las universidades populares<br />

e inscribieron en su bandera el nombre de González Prada.<br />

Henríquez Ureña dice que hay dos Américas: una buena y otra mala.<br />

Lo mismo se podría decir de Lima. Lima no tiene raíces en el pasado autóctono.<br />

Lima es la hija de la Conquista. Pero desde que, en la mentalidad<br />

y en el espíritu, cesa de ser sólo española para volverse un poco cosmopolita,<br />

desde que se muestra sensible a las ideas y a las emociones de la época,<br />

Lima deja de aparecer exclusivamente como la sede y el hogar del colonialismo<br />

y españolismo. La nueva peruanidad es una cosa por crear. Su<br />

cimiento histórico tiene que ser indígena. Su eje descansará quizá en la<br />

piedra andina, mejor que en la arcilla costeña. Bien. Pero a este trabajo de<br />

creación, la Lima renovadora, la Lima inquieta, no es ni quiere ser extraña.<br />

V. GONZÁLEZ PRADA<br />

González Prada es, en nuestra literatura, el precursor de la transición del<br />

período colonial al período cosmopolita. Ventura García Calderón lo declara<br />

“el menos peruano” de nuestros literatos. Pero ya hemos visto que<br />

hasta González Prada lo peruano en esta literatura no es aún peruano sino<br />

sólo colonial. El autor de Páginas libres, aparece como un escritor de<br />

espíritu occidental y de cultura europea. Mas, dentro de una peruanidad<br />

por definirse, por precisarse todavía, ¿por qué considerarlo como el menos<br />

peruano de los hombres de letras que la traducen? ¿Por ser el menos<br />

español? ¿Por no ser colonial? La razón resulta entonces paradójica. Por<br />

* Véase en este volumen el ensayo sobre “Regionalismo y centralismo”.<br />

** De Nuestra Época (julio de 1918) se publicaron sólo dos números, rápidamente agotados.<br />

En ambos números, se esboza una tendencia fuertemente influenciada por España,<br />

la revista de Araquistain, que un año más tarde, reapareció en La Razón, efímero diario<br />

cuya más recordada campaña es la de la Reforma Universitaria 198 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

212


ser la menos española, por no ser colonial, su literatura anuncia precisamente<br />

la posibilidad de una literatura peruana. Es la liberación de la metrópoli.<br />

Es, finalmente, la ruptura con el Virreinato.<br />

Este parnasiano, este helenista, marmóreo, pagano, es histórica y espiritualmente<br />

mucho más peruano que todos, absolutamente todos, los<br />

rapsodistas de la literatura española anteriores y posteriores a él, en nuestro<br />

proceso literario. No existe seguramente en esta generación un solo<br />

corazón que sienta al malhumorado y nostálgico discípulo de Lista más<br />

peruano que el panfletario e iconoclasta acusador del pasado a que pertenecieron<br />

ese y otros letrilleros de la misma estirpe y el mismo abolengo.<br />

González Prada no interpretó este pueblo, no esclareció sus problemas,<br />

no legó un programa a la generación que debía venir después. Mas<br />

representa, de toda suerte, un instante –el primer instante lúcido–, de la<br />

conciencia del Perú. Federico More lo llama un precursor del Perú nuevo,<br />

del Perú integral. Pero Prada, a este respecto, ha sido más que un precursor.<br />

En la prosa de Páginas libres, entre sentencias alambicadas y retóricas,<br />

se encuentra el germen del nuevo espíritu nacional. “No forman el verdadero<br />

Perú –dice González Prada en el célebre discurso del Politeama de<br />

1888– las agrupaciones de criollos y extranjeros que habitan la faja de tierra<br />

situada entre el Pacífico y los Andes; la nación está formada por las muchedumbres<br />

de indios diseminadas en la banda oriental de la cordillera”*.<br />

Y aunque no supo hablarle un lenguaje desnudo de retórica, González<br />

Prada no desdeñó jamás a la masa. Por el contrario, reivindicó siempre<br />

su gloria oscura. Previno a los literatos que lo seguían contra la futilidad y<br />

la esterilidad de una literatura elitista. “Platón –les recordó en la conferencia<br />

del Ateneo– decía que en materia de lenguaje el pueblo era un excelente<br />

maestro. Los idiomas se vigorizan y retemplan en la fuente popular,<br />

más que en las reglas muertas de los gramáticos y en las exhumaciones<br />

prehistóricas de los eruditos. De las canciones, refranes y dichos del vulgo<br />

brotan las palabras originales, las frases gráficas, las construcciones atrevidas.<br />

Las multitudes transforman las lenguas como los infusorios modifican<br />

los continentes”. “El poeta legítimo –afirmó en otro pasaje del mismo<br />

* González Prada, Páginas libres 199 .<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

213


discurso– se parece al árbol nacido en la cumbre de un monte: por las ramas,<br />

que forman la imaginación, pertenece a las nubes; por las raíces, que<br />

constituyen los afectos, se liga con el suelo”. Y en sus notas acerca del idioma<br />

ratificó explícitamente en otros términos el mismo pensamiento. “Las<br />

obras maestras se distinguen por la accesibilidad, pues no forman el patrimonio<br />

de unos cuantos elegidos, sino la herencia de todos los hombres<br />

con sentido común. Homero y Cervantes son ingenios democráticos: un<br />

niño les entiende. Los talentos que presumen de aristocráticos, los inaccesibles<br />

a la muchedumbre, disimulan lo vacío del fondo con lo tenebroso<br />

de la forma”. “Si Herodoto hubiera escrito como Gracián, si Píndaro hubiera<br />

cantado como Góngora ¿habrían sido escuchados y aplaudidos en<br />

los juegos olímpicos? Ahí están los grandes agitadores de almas en los siglos<br />

XVI y XVIII, ahí está particularmente Voltaire con su prosa, natural<br />

como un movimiento respiratorio, clara como un alcohol rectificado”*.<br />

Simultáneamente, González Prada denunció el colonialismo. En la<br />

conferencia del Ateneo, después de constatar las consecuencias de la<br />

ñoña y senil limitación de la literatura española, propugnó abiertamente<br />

la ruptura de este vínculo. “Dejemos las andaderas de la infancia y busquemos<br />

en otras literaturas nuevos elementos y nuevas impulsiones. Al<br />

espíritu de naciones ultramontanas y monárquicas prefiramos el espíritu<br />

libre y democrático del siglo. Volvamos los ojos a los autores castellanos,<br />

estudiemos sus obras maestras, enriquezcamos su armoniosa lengua; pero<br />

recordemos constantemente que la dependencia intelectual de España<br />

significaría para nosotros la definida prolongación de la niñez”**.<br />

En la obra de González Prada, nuestra literatura inicia su contacto<br />

con otras literaturas. González Prada representa particularmente la influencia<br />

francesa. Pero le pertenece en general el mérito de haber abierto<br />

la brecha por la que debían pasar luego diversas influencias extranjeras.<br />

Su poesía y aun su prosa acusan un trato íntimo de las letras italianas. Su<br />

prosa tronó muchas veces contra las academias y los puristas, y, heterodoxamente,<br />

se complació en el neologismo y el galicismo. Su verso buscó<br />

en otras literaturas nuevos troqueles y exóticos ritmos.<br />

* González Prada, ibid.<br />

** González Prada, ibid.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

214


Percibió bien su inteligencia el nexo oculto pero no ignoto que hay<br />

entre conservatismo ideológico y academicismo literario. Y combinó por<br />

eso el ataque al uno con la requisitoria contra el otro. Ahora que advertimos<br />

claramente la íntima relación entre las serenatas al Virreinato en literatura<br />

y el dominio de la casta feudal en economía y política, este lado del<br />

pensamiento de González Prada adquiere un valor y una luz nuevos.<br />

Como lo denunció González Prada, toda actitud literaria, consciente<br />

o inconscientemente refleja un sentimiento y un interés políticos. La literatura<br />

no es independiente de las demás categorías de la historia. ¿Quién<br />

negará, por ejemplo, el fondo político del concepto en apariencia exclusivamente<br />

literario, que define a González Prada como el “menos peruano<br />

de nuestros literatos”? Negar peruanismo a su personalidad no es sino un<br />

modo de negar validez en el Perú a su protesta. Es un recurso simulado<br />

para descalificar y desvalorizar su rebeldía. La misma tacha de exotismo<br />

sirve hoy para combatir el pensamiento de vanguardia.<br />

Muerto Prada, la gente que no ha podido por estos medios socavar su<br />

ascendiente ni su ejemplo, ha cambiado de táctica. Ha tratado de deformar<br />

y disminuir su figura, ofreciéndole sus elogios comprometedores. Se<br />

ha propagado la moda de decirse herederos y discípulos de Prada. La figura<br />

de González Prada ha corrido el peligro de resultar una figura oficial,<br />

académica. Afortunadamente la nueva generación ha sabido insurgir<br />

oportunamente contra este intento.<br />

Los jóvenes distinguen lo que en la obra de González Prada hay de<br />

contingente y temporal de lo que hay de perenne y eterno. Saben que no es<br />

la letra sino el espíritu lo que en Prada representa un valor duradero. Los<br />

falsos gonzález-pradistas repiten la letra; los verdaderos repiten el espíritu.<br />

El estudio de González Prada pertenece a la crónica y a la crítica de nuestra<br />

literatura antes que a las de nuestra política. González Prada fue más<br />

literato que político. El hecho de que la trascendencia política de su obra<br />

sea mayor que su trascendencia literaria no desmiente ni contraría el hecho<br />

anterior y primario, de que esa obra, en sí, más que política es literaria.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

215


Todos constatan que González Prada no fue acción sino verbo. Pero<br />

no es esto lo que a González Prada define como literato más que como<br />

político. Es su verbo mismo.<br />

El verbo, puede ser programa, doctrina. Y ni en Páginas libres ni en<br />

Horas de lucha encontramos una doctrina ni un programa propiamente<br />

dichos. En los discursos, en los ensayos que componen estos libros, González<br />

Prada no trata de definir la realidad peruana en un lenguaje de estadista<br />

o de sociólogo. No quiere sino sugerirla en un lenguaje de literato.<br />

No concreta su pensamiento en proposiciones ni en conceptos. Lo esboza<br />

en frases de gran vigor panfletario y retórico, pero de poco valor práctico y<br />

científico. “El Perú es una montaña coronada por un cementerio”. “El<br />

Perú es un organismo enfermo: donde se aplica el dedo brota el pus”. Las<br />

frases más recordadas de González Prada delatan al hombre de letras: no<br />

al hombre de Estado. Son las de un acusador, no las de un realizador.<br />

El propio movimiento radical aparece en su origen como un fenómeno<br />

literario y no como un fenómeno político. El embrión de la Unión Nacional<br />

o partido radical se llamó “Círculo Literario”. Este grupo literario<br />

se transformó en grupo político obedeciendo al mandato de su época. El<br />

proceso biológico del Perú no necesitaba literatos sino políticos. La literatura<br />

es lujo, no es pan. Los literatos que rodeaban a González Prada<br />

sintieron vaga pero perentoriamente la necesidad vital de esta nación<br />

desgarrada y empobrecida. “El ‘Círculo Literario’, la pacífica sociedad<br />

de poetas y soñadores –decía González Prada en su discurso del Olimpo<br />

de 1887–, tiende a convertirse en un centro militante y propagandista.<br />

¿De dónde nacen los impulsos de radicalismo en literatura? Aquí llegan<br />

ráfagas de los huracanes que azotan a las capitales europeas, repercuten<br />

voces de la Francia republicana e incrédula. Hay aquí una juventud que<br />

lucha abiertamente por matar con muerte violenta lo que parece destinado<br />

a sucumbir con agonía inoportunamente larga, una juventud, en fin,<br />

que se impacienta por suprimir los obstáculos y abrirse camino para<br />

enarbolar la bandera roja en los desmantelados torreones de la literatura<br />

nacional”*.<br />

* González Prada, ibid.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

216


González Prada no resistió el impulso histórico que lo empujaba a<br />

pasar de la tranquila especulación parnasiana a la áspera batalla política.<br />

Pero no pudo trazar a su falange un plan de acción. Su espíritu individualista,<br />

anárquico, solitario, no era adecuado para la dirección de una vasta<br />

obra colectiva.<br />

Cuando se estudia el movimiento radical, se dice que González Prada<br />

no tuvo temperamento de conductor, de caudillo, de condotiero. Mas no<br />

es ésta la única constatación que hay que hacer. Se debe agregar que el<br />

temperamento de González Prada era fundamentalmente literario. Si<br />

González Prada no hubiese nacido en un país urgido de reorganización y<br />

moralización políticas y sociales, en el cual no podía fructificar una obra<br />

exclusivamente artística, no lo habría tentado jamás la idea de formar un<br />

partido.<br />

Su cultura coincidía, como es lógico, con su temperamento. Era una<br />

cultura principalmente literaria y filosófica. Leyendo sus discursos y sus<br />

artículos, se nota que González Prada carecía de estudios específicos de<br />

Economía y Política. Sus sentencias, sus imprecaciones, sus aforismos,<br />

son de inconfundibles factura e inspiración literarias. Engastado en su<br />

prosa elegante y bruñida, se descubre frecuentemente un certero concepto<br />

sociológico o histórico. Ya he citado alguno. Pero en conjunto, su obra<br />

tiene siempre el estilo y la estructura de una obra de literato.<br />

Nutrido del espíritu nacionalista y positivista de su tiempo, González<br />

Prada exaltó el valor de la Ciencia. Mas esta actitud es peculiar de la literatura<br />

moderna de su época. La Ciencia, la Razón, el Progreso, fueron los mitos del<br />

siglo diecinueve. González Prada, que por la ruta del liberalismo y del enciclopedismo<br />

llegó a la utopía anarquista, adoptó fervorosamente estos mitos.<br />

Hasta en sus versos hallamos la expresión enfática de su racionalismo.<br />

¡Guerra al menguado sentimiento!<br />

¡Culto divino a la Razón!<br />

Le tocó a González Prada enunciar solamente lo que hombres de otra<br />

generación debían hacer. Predicó realismo. Condenando los gaseosos verbalismos<br />

de la retórica tropical, conjuró a sus contemporáneos a asentar<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

217


ien los pies en la tierra, en la materia. “Acabemos ya –dijo– el viaje milenario<br />

por regiones de idealismo sin consistencia y regresemos al seno de la<br />

realidad, recordando que fuera de la Naturaleza no hay más que simbolismos<br />

ilusorios, fantasías mitológicas, desvanecimientos metafísicos. A<br />

fuerza de ascender a cumbres enrarecidas, nos estamos volviendo vaporosos,<br />

aeriformes: solidifiquémonos. Más vale ser hierro que nube”*.<br />

Pero él mismo no consiguió nunca ser un realista. De su tiempo fue el<br />

materialismo histórico. Sin embargo, el pensamiento de González Prada,<br />

que no impuso nunca límites a su audacia ni a su libertad, dejó a otros la<br />

empresa de crear el socialismo peruano. Fracasado el partido radical, dio<br />

su adhesión al lejano y abstracto utopismo de Kropotkin. Y en la polémica<br />

entre marxistas y bakuninistas, se pronunció por los segundos. Su temperamento<br />

reaccionaba en éste como en todos sus conflictos con la realidad,<br />

conforme a su sensibilidad literaria y aristocrática.<br />

La filiación literaria del espíritu y la cultura de González Prada, es responsable<br />

de que el movimiento radical no nos haya legado un conjunto<br />

elemental siquiera de estudios de la realidad peruana y un cuerpo de ideas<br />

concretas sobre sus problemas. El programa del Partido Radical, que por<br />

otra parte no fue elaborado por González Prada, queda como un ejercicio<br />

de prosa política de “un círculo literario”. Ya hemos visto cómo la Unión<br />

Nacional, efectivamente, no fue otra cosa.<br />

El pensamiento de González Prada, aunque subordinado a todos los grandes<br />

mitos de su época, no es monótonamente positivista. En González Prada<br />

arde el fuego de los racionalistas del siglo XVIII. Su Razón es apasionada.<br />

Su Razón es revolucionaria. El positivismo, el historicismo del siglo XIX<br />

representan un racionalismo domesticado. Traducen el humor y el interés<br />

de una burguesía a la que la asunción del poder ha tornado conservadora.<br />

El racionalismo, el cientificismo de González Prada no se contentan con<br />

las mediocres y pávidas conclusiones de una razón y una ciencia burguesas.<br />

En González Prada subsiste, intacto en su osadía, el jacobino.<br />

* González Prada, ibid.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

218


Javier Prado, García Calderón, Riva Agüero, divulgan un positivismo<br />

conservador. González Prada enseña un positivismo revolucionario. Los<br />

ideólogos del civilismo, en perfecto acuerdo con sus sentimientos de clase,<br />

nos sometieron a la autoridad de Taine; el ideólogo del radicalismo se<br />

reclamó siempre de pensamiento superior y distinto del que, concomitante<br />

y consustancial en Francia con un movimiento de reacción política, sirvió<br />

aquí a la apología de las oligarquías ilustradas.<br />

No obstante su filiación racionalista y cientificista, González Prada<br />

no cae casi nunca en un intelectualismo exagerado. Lo preservan de este<br />

peligro su sentimiento artístico y su exaltado anhelo de justicia. En el fondo<br />

de este parnasiano, hay un romántico que no desespera nunca del poder<br />

del espíritu.<br />

Una de sus agudas opiniones sobre Renán, el que ne dépasse pas le<br />

doute, nos prueba que González Prada percibió muy bien el riesgo de un<br />

criticismo exacerbado. “Todos los defectos de Renán se explican por la<br />

exageración del espíritu crítico; el temor de engañarse y la manía de creerse<br />

un espíritu delicado y libre de pasión, le hacían muchas veces afirmar<br />

todo con reticencias o negar todo con restricciones, es decir, no afirmar ni<br />

negar y hasta contradecirse, pues le acontecía emitir una idea y en seguida,<br />

valiéndose de un pero, defender lo contrario. De ahí su escasa popularidad:<br />

la multitud sólo comprende y sigue a los hombres que franca y hasta<br />

brutalmente afirman con las palabras como Mirabeau, con los hechos<br />

como Napoleón” 200 .<br />

González Prada prefiere siempre la afirmación a la negación, a la<br />

duda. Su pensamiento es atrevido, intrépido, temerario. Teme a la incertidumbre.<br />

Su espíritu siente hondamente la angustiosa necesidad de dépasser<br />

le doute. La fórmula de Vasconcelos pudo ser también la de González<br />

Prada: “pesimismo de la realidad, optimismo del ideal”. Con frecuencia,<br />

su frase es pesimista: casi nunca es escéptica.<br />

En un estudio sobre la ideología de González Prada, que forma parte<br />

de su libro El nuevo absoluto, Mariano Iberico Rodríguez define bien al<br />

pensador de Páginas libres cuando escribe lo siguiente: “Concorde con el<br />

espíritu de su tiempo, tiene gran fe en la eficacia del trabajo científico.<br />

Cree en la existencia de leyes universales inflexibles y eternas, pero no<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

219


deriva del cientificismo ni del determinismo, una estrecha moral eudemonista<br />

ni tampoco la resignación a la necesidad cósmica que realizó Spinoza.<br />

Por el contrario su personalidad descontenta y libre superó las consecuencias<br />

lógicas de sus ideas y profesó el culto de la acción y experimentó<br />

la ansiedad de la lucha y predicó la afirmación de la libertad y de la vida.<br />

Hay evidentemente algo del rico pensamiento de Nietzsche en las exclamaciones<br />

anárquicas de Prada. Y hay en éste como en Nietzsche la oposición<br />

entre un concepto determinista de la realidad y el empuje triunfal del<br />

libre impulso interior”*.<br />

Por éstas y otras razones, si nos sentimos lejanos de muchas ideas de<br />

González Prada, no nos sentimos, en cambio, lejanos de su espíritu. González<br />

Prada se engañaba, por ejemplo, cuando nos predicaba antirreligiosidad.<br />

Hoy sabemos mucho más que en su tiempo sobre la religión como<br />

sobre otras cosas. Sabemos que una revolución es siempre religiosa. La<br />

palabra religión tiene un nuevo valor, un nuevo sentido. Sirve para algo<br />

más que para designar un rito o una iglesia. Poco importa que los soviets<br />

escriban en sus affiches de propaganda que “la religión es el opio de los<br />

pueblos”. El comunismo es esencialmente religioso. Lo que motiva aún<br />

equívocos es la vieja acepción del vocablo. González Prada predecía el<br />

tramonto de todas las creencias sin advertir que él mismo era predicador<br />

de una creencia, confesor de una fe. Lo que más se admira en este racionalista<br />

es su pasión. Lo que más se respeta en este ateo, un tanto pagano, es<br />

su ascetismo moral. Su ateísmo es religioso. Lo es, sobre todo, en los instantes<br />

en que parece más vehemente y más absoluto. Tiene González Prada<br />

algo de esos ascetas laicos que concibe Romain Rolland. Hay que buscar<br />

al verdadero González Prada en su credo de justicia, en su doctrina de<br />

amor; no en el anticlericalismo un poco vulgar de algunas páginas de Horas<br />

de lucha.<br />

La ideología de Páginas libres y de Horas de lucha es hoy, en gran parte,<br />

una ideología caduca. Pero no depende de la validez de sus conceptos<br />

ni de sus sentencias lo que existe de fundamental ni de perdurable en<br />

González Prada. Los conceptos no son siquiera lo característico de su<br />

* M. Iberico Rodríguez, El nuevo absoluto, p. 45 201 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

220


obra. Como lo observa Iberico, en González Prada lo característico “no se<br />

ofrece como una rígida sistematización de conceptos –símbolos provisionales<br />

de un estado de espíritu–; lo está en un cierto sentimiento, en una<br />

cierta determinación constante de la personalidad entera, que se traducen<br />

por el admirable contenido artístico de la obra y por la viril exaltación del<br />

esfuerzo y de la lucha”*.<br />

He dicho ya que lo duradero en la obra de González Prada es su espíritu.<br />

Los hombres de la nueva generación en González Prada admiramos y<br />

estimamos, sobre todo, el austero ejemplo moral. Estimamos y admiramos,<br />

sobre todo, la honradez intelectual, la noble y fuerte rebeldía.<br />

Pienso, además, por mi parte, que González Prada no reconocería en<br />

la nueva generación peruana una generación de discípulos y herederos de<br />

su obra si no encontrara en sus hombres la voluntad y el aliento indispensables<br />

para superarla. Miraría con desdén a los repetidores mediocres de<br />

sus frases. Amaría sólo una juventud capaz de traducir en acto lo que en él<br />

no pudo ser sino idea y no se sentiría renovado y renacido sino en hombres<br />

que supieran decir una palabra verdaderamente nueva, verdaderamente<br />

actual.<br />

De González Prada debe decirse lo que él, en Páginas libres, dice de<br />

Vigil. “Pocas vidas tan puras, tan llenas, tan dignas de ser imitadas. Puede<br />

atacarse la forma y el fondo de sus escritos, puede tacharse hoy sus libros<br />

de anticuados e insuficientes, puede, en fin, derribarse todo el edificio levantado<br />

por su inteligencia; pero una cosa permanecerá invulnerable y de<br />

pie, el hombre” 202 .<br />

VI. MELGAR<br />

Durante su período colonial, la literatura peruana se presenta, en sus más<br />

salientes peripecias y en sus más conspicuas figuras, como un fenómeno<br />

limeño. No importa que en su elenco estén representadas las provincias.<br />

El modelo, el estilo, la línea, han sido de la capital. Y esto se explica. La literatura<br />

es un producto urbano. La gravitación de la urbe influye fuerte-<br />

* Ibid., pp. 43 y 44.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

221


mente en todos los procesos literarios. En el Perú de otro lado, Lima no ha<br />

sufrido las concurrencias de otras ciudades de análogos fueros. Un centralismo<br />

extremo le ha asegurado su dominio.<br />

Por culpa de esta hegemonía absoluta de Lima, no ha podido nuestra<br />

literatura nutrirse de savia indígena. Lima ha sido la capital española primero.<br />

Ha sido la capital criolla después. Y su literatura ha tenido esta marca.<br />

El sentimiento indígena no ha carecido totalmente de expresión en<br />

este período de nuestra historia literaria. Su primer expresador de categoría<br />

es Mariano Melgar. La crítica limeña lo trata con un poco de desdén.<br />

Lo siente demasiado popular, poco distinguido. Le molesta en sus versos,<br />

junto con una sintaxis un tanto callejera, el empleo de giros plebeyos. Le<br />

disgusta, en el fondo, el género mismo. No puede ser de su gusto un poeta<br />

que casi no ha dejado sino yaravíes. Esta crítica aprecia más cualquier oda<br />

soporífera de Pando 203 .<br />

Por reacción, no superestimo artísticamente a Melgar. Lo juzgo dentro<br />

de la incipiencia de la literatura peruana de su época. Mi juicio no se<br />

separa de un criterio de relatividad.<br />

Melgar es un romántico. Lo es no sólo en su arte sino también en su<br />

vida. El romanticismo no había llegado, todavía, oficialmente a nuestras<br />

letras. En Melgar no es, por ende, como más tarde en otros, un gesto imitativo;<br />

es un arranque espontáneo. Y éste es un dato de su sensibilidad artística.<br />

Se ha dicho que debe a su muerte heroica una parte de su renombre<br />

literario. Pero esta valorización disimula mal la antipatía desdeñosa que la<br />

inspira. La muerte creó al héroe, frustró al artista. Melgar murió muy joven.<br />

Y aunque resulta siempre un poco aventurada toda hipótesis sobre la<br />

probable trayectoria de un artista, sorprendido prematuramente por la<br />

muerte, no es excesivo suponer que Melgar, maduro, habría producido<br />

un arte más purgado de retórica y amaneramiento clásicos y, por consiguiente,<br />

más nativo, más puro. La ruptura con la metrópoli habría tenido<br />

en su espíritu consecuencias particulares y, en todo caso, diversas de las<br />

que tuvo en el espíritu de los hombres de letras de una ciudad tan española,<br />

tan colonial como Lima. Mariano Melgar, siguiendo el camino de su<br />

impulso romántico, habría encontrado una inspiración cada vez más rural,<br />

cada vez más indígena.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

222


Los que se duelen de la vulgaridad de su léxico y sus imágenes, parten<br />

de un prejuicio aristocratista y academicista. El artista que en el lenguaje<br />

del pueblo escribe un poema de perdurable emoción vale, en todas las literaturas,<br />

mil veces más que el que, en lenguaje académico, escribe una<br />

acrisolada pieza de antología. De otra parte, como lo observa Carlos Octavio<br />

Bunge en un estudio sobre la literatura argentina, la poesía popular ha<br />

precedido siempre a la poesía artística. Algunos yaravíes de Melgar viven<br />

sólo como fragmentos de poesía popular. Pero, con este título, han adquirido<br />

sustancia inmortal.<br />

Tienen, a veces, en sus imágenes sencillas, una ingenuidad pastoril,<br />

que revela su trama indígena, su fondo autóctono. La poesía oriental, se<br />

caracteriza por un rústico panteísmo en la metáfora. Melgar se muestra<br />

muy indio en su imaginismo primitivo y campesino.<br />

Este romántico, finalmente, se entrega apasionadamente a la revolución.<br />

En él la revolución no es liberalismo enciclopedista. Es, fundamentalmente,<br />

cálido patriotismo. Como en Pumacahua, en Melgar el sentimiento<br />

revolucionario se nutre de nuestra propia sangre y nuestra propia historia.<br />

Para Riva Agüero, el poeta de los yaravíes no es sino “un momento<br />

curioso de la literatura peruana”. Rectifiquemos su juicio, diciendo que es<br />

el primer momento peruano de esta literatura.<br />

VII. ABE<strong>LA</strong>RDO GAMARRA<br />

Abelardo Gamarra no tiene hasta ahora un sitio en las antologías. La crítica<br />

relega desdeñosamente su obra a un plano secundario. Al plano, casi<br />

negligible para su gusto cortesano, de la literatura popular. Ni siquiera en<br />

el criollismo se le reconoce un rol cardinal. Cuando se historia el criollismo<br />

se cita siempre antes a un colonialista tan inequívoco como don Felipe<br />

Pardo.<br />

Sin embargo, Gamarra es uno de nuestros literatos más representativos.<br />

Es, en nuestra literatura esencialmente capitalina, el escritor que con<br />

más pureza traduce y expresa a las provincias. Tiene su prosa reminiscencias<br />

indígenas. Ricardo Palma es un criollo de Lima; El Tunante es un criollo<br />

de la sierra. La raíz india está viva en su arte jaranero.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

223


Del indio tiene El Tunante la tesonera y sufrida naturaleza, la panteísta<br />

despreocupación del más allá, el alma dulce y rural, el buen sentido<br />

campesino, la imaginación realista y sobria. Del criollo, tiene el decir donairoso,<br />

la risa zumbona, el juicio agudo y socarrón, el espíritu aventurero<br />

y juerguista. Procedente de un pueblo serrano, El Tunante se asimiló a la<br />

capital y a la costa, sin desnaturalizarse ni deformarse. Por su sentimiento,<br />

por su entonación, su obra es la más genuinamente peruana de medio siglo<br />

de imitaciones y balbuceos.<br />

Lo es también por su espíritu. Desde su juventud, Gamarra militó en<br />

la vanguardia. Participó en la protesta radical, con verdadera adhesión a<br />

su patriotismo revolucionario. Lo que en otros corifeos del radicalismo<br />

era sólo una actitud intelectual y literaria, en El Tunante era un sentimiento<br />

vital, un impulso anímico. Gamarra sentía hondamente, en su carne y<br />

en su espíritu, la repulsa de la aristocracia encomendera y de su corrompida<br />

e ignorante clientela. Comprendió siempre que esta gente no representaba<br />

al Perú; que el Perú era otra cosa. Este sentimiento, lo mantuvo en<br />

guardia contra el civilismo y sus expresiones intelectuales e ideológicas.<br />

Su seguro instinto lo preservó, al mismo tiempo, de la ilusión “demócrata”.<br />

El Tunante no se engañó sobre Piérola. Percibió el verdadero sentido<br />

histórico del gobierno del 95. Vio claro que no era una revolución democrática<br />

sino una restauración civilista. Y, aunque hasta su muerte guardó<br />

el más fervoroso culto a González Prada, cuyas retóricas catilinarias tradujo<br />

a un lenguaje popular, se mostró nostalgioso de un espíritu más realizador<br />

y constructivo. Su intuición histórica echaba de menos en el Perú a<br />

un Alberdi, a un Sarmiento. En sus últimos años, sobre todo, se dio cuenta<br />

de que una política idealista y renovadora debe asentar bien los pies en la<br />

realidad y en la historia.<br />

No es su obra la de un simple costumbrista satírico. Bajo el animado<br />

retrato de tipos y costumbres, es demasiado evidente la presencia de un<br />

generoso idealismo político y social. Esto es lo que coloca a Gamarra muy<br />

por encima de Segura 204 . La obra del Tunante tiene un ideal; la de Segura<br />

no tiene ninguno.<br />

Por otra parte, el criollismo del Tunante es más integral, más profundo<br />

que el de Segura. Su versión de las cosas y los tipos es más verídica, más<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

224


viviente. Gamarra tiene en su obra –que no por azar es la más popular, la<br />

más leída en provincias– muchos atisbos agudísimos, muchos aciertos<br />

plásticos. El Tunante es un Pancho Fierro 205 de nuestras letras. Es un ingenio<br />

popular; un escritor intuitivo y espontáneo.<br />

Heredero del espíritu de la revolución de la independencia, tuvo lógicamente<br />

que sentirse distinto y opuesto a los herederos del espíritu de la<br />

Conquista y la Colonia. Y, por esto, no diploma ni breveta su obra la autoridad<br />

de academias ni ateneos. (“¡De las Academias, líbranos Señor!”,<br />

pensaba seguramente, como Rubén Darío, El Tunante). Se le desdeña por<br />

su sintaxis. Se le desdeña por su ortografía. Pero se le desdeña, ante todo,<br />

por su espíritu.<br />

La vida se burla alegremente de las reservas y los remilgos de la crítica,<br />

concediendo a los libros de Gamarra la supervivencia que niega a los libros<br />

de renombre y mérito oficialmente sancionados. A Gamarra no lo<br />

recuerda casi la crítica; no lo recuerda sino el pueblo. Pero esto le basta a<br />

su obra para ocupar de hecho en la historia de nuestras letras el puesto que<br />

formalmente se le regatea.<br />

La obra de Gamarra aparece como una colección dispersa de croquis<br />

y bocetos. No tiene una creación central. No es una afinada modulación<br />

artística. Este es su defecto. Pero de este defecto no es responsable totalmente<br />

la calidad del artista. Es responsable también la incipiencia de la literatura<br />

que representa.<br />

El Tunante quería hacer arte en el lenguaje de la calle. Su intento no<br />

era equivocado. Por el mismo camino han ganado la inmortalidad los clásicos<br />

de los orígenes de todas las literaturas.<br />

VIII. CHOCANO<br />

José Santos Chocano pertenece, a mi juicio, al período colonial de nuestra<br />

literatura. Su poesía grandílocua tiene todos sus orígenes en España. Una<br />

crítica verbalista la presenta como una traducción del alma autóctona.<br />

Pero éste es un concepto artificioso, una ficción retórica. Su lógica, tan<br />

simplista como falsa, razona así: Chocano es exuberante, luego es autóctono.<br />

Sobre este principio, una crítica fundamentalmente incapaz de sen-<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

225


tir lo autóctono, ha asentado casi todo el dogma del americanismo y el tropicalismo<br />

esenciales del poeta de Alma América.<br />

Este dogma pudo ser incontestable en un tiempo de absoluta autoridad<br />

del colonialismo. Ahora una generación iconoclasta lo pasa incrédulamente<br />

por la criba de su análisis. La primera cuestión que se plantea es<br />

ésta: ¿Lo autóctono es, efectivamente, exuberante?<br />

Un crítico sagaz, extraño en este caso a todo interés polémico como<br />

Pedro Henríquez Ureña, examinando precisamente el tema de la exuberancia<br />

en la literatura hispano-americana, observa que esta literatura en su<br />

mayor parte, no aparece por cierto como un producto del trópico. Procede,<br />

más bien, de ciudades de clima templado y hasta un poco otoñal. Muy<br />

aguda y certeramente apunta Henríquez Ureña: “En América conservamos<br />

el respeto al énfasis mientras Europa nos lo prescribió; aún hoy nos<br />

quedan tres o cuatro poetas vibrantes, como decían los románticos. ¿No<br />

se atribuirá a influencia del trópico la que es influencia de Víctor Hugo?<br />

¿O de Byron, o de Espronceda o de Quintana?”. Para Henríquez Ureña la<br />

teoría de la exuberancia espontánea de la literatura americana es una teoría<br />

falsa. Esta literatura es menos exuberante de lo que parece. Se toma<br />

por exuberancia la verbosidad. Y “si abunda la palabrería es porque escasea<br />

la cultura, la disciplina y no por peculiar exuberancia nuestra”*. Los<br />

casos de verbosidad no son imputables a la geografía ni al medio.<br />

Para estudiar el caso de Chocano, tenemos que empezar por localizarlo,<br />

ante todo, en el Perú. Y bien, en el Perú lo autóctono es lo indígena,<br />

vale decir lo inkaico.<br />

Y lo indígena, lo inkaico, es fundamentalmente sobrio. El arte indio<br />

es la antítesis, la contradicción del arte de Chocano. El indio esquematiza,<br />

estiliza las cosas con un sintetismo y un primitivismo hieráticos.<br />

Nadie pretende encontrar en la poesía de Chocano la emoción de los<br />

Andes. La crítica que la proclama autóctona, la imagina únicamente depositaría<br />

de la emoción de la “montaña”, esto es de la floresta. Riva Agüero<br />

es uno de los que suscriben este juicio. Pero los literatos que sin noción<br />

ninguna de la “montaña”, se han apresurado a descubrirla o reconocerla<br />

* Pedro Henríquez Ureña, Seis ensayos en busca de nuestra expresión, pp. 45 a 47 206 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

226


íntegramente en la ampulosa poesía de Chocano, no han hecho otra cosa<br />

que tomar al pie de la letra una conjetura del poeta. No han hecho sino<br />

repetir a Chocano, quien desde hace mucho tiempo se supone “el cantor<br />

de América autóctona y salvaje”.<br />

La “montaña” no es sólo exuberancia. Es, sustancialmente, muchas<br />

otras cosas que no están en la poesía de Chocano. Ante su espectáculo,<br />

ante sus paisajes, la actitud de Chocano es la de un espectador elocuente.<br />

Nada más. Todas sus imágenes son las de una fantasía exterior y extranjera.<br />

No se oye la voz de un hombre de la floresta. Se oye, a lo más, la voz de<br />

un forastero imaginativo y ardoroso que cree poseerla y expresarla.<br />

Y esto es muy natural. La “montaña” no existe casi sino como naturaleza,<br />

como paisaje, como escenario. No ha producido todavía una estirpe,<br />

un pueblo, una civilización. Chocano, en todo caso, no se ha nutrido de su<br />

savia. Por su sangre, por su mentalidad, por su educación, el poeta de<br />

Alma América es un hombre de la costa. Procede de una familia española.<br />

Su formación espiritual e intelectual se ha cumplido en Lima. Y su énfasis<br />

–este énfasis que, en último análisis, resulta la única prueba de su autoctonismo<br />

y de su americanismo artístico o estético– desciende totalmente de<br />

España.<br />

Los antecedentes de la técnica y los modelos de la elocuencia de Chocano<br />

están en la literatura española. Todos reconocen en su manera la influencia<br />

de Quintana, en su espíritu la de Espronceda. Chocano se reclama<br />

de Byron y de Hugo. Pero las influencias más directas que se constatan<br />

en su arte son siempre las de poetas de idioma español. Su egotismo romántico<br />

es el de Díaz Mirón, de quien tiene también el acento arrogante y<br />

soberbio. Y el modernismo y el decadentismo que llegan hasta las puertas<br />

de su romanticismo son los de Rubén Darío.<br />

Estos rasgos deciden y señalan demasiado netamente, la verdadera filiación<br />

artística de Chocano quien, a pesar de las sucesivas ondas de modernidad<br />

que han visitado su arte sin modificarlo absolutamente en su<br />

esencia, ha conservado en su obra la entonación y el temperamento de un<br />

supérstite del romanticismo español y de su grandilocuencia. Su filiación<br />

espiritual coincide, por otra parte, con su filiación artística. El “cantor de<br />

América autóctona y salvaje” es de la estirpe de los conquistadores. Lo<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

227


siente y lo dice él mismo en su poesía, que si no carece de admiración literaria<br />

y retórica a los inkas, desborda de amor a los héroes de la Conquista y<br />

a los magnates del Virreinato.<br />

Chocano no pertenece a la plutocracia capitalina. Este hecho lo diferencia<br />

de los literatos específicamente colonialistas. No consiente, por ejemplo,<br />

identificarlo con Riva Agüero. En su espíritu se reconoce al descendiente<br />

de la Conquista más bien que al descendiente del Virreinato. (Y Conquista<br />

y Virreinato social y económicamente constituyen dos fases de un mismo<br />

fenómeno, pero espiritualmente no tienen idéntica categoría. La Conquista<br />

fue una aventura heroica; el Virreinato fue una empresa burocrática.<br />

Los conquistadores eran, como diría Blaise Cendrars, de la fuerte raza<br />

de los aventureros; los virreyes y los oidores eran blandos hidalgos y mediocres<br />

bachilleres).<br />

Las primeras peripecias de la poesía de Chocano son de carácter romántico.<br />

No en balde el cantor de Iras santas se presenta como un discípulo<br />

de Espronceda. No en balde se siente en él algo de romanticismo byroniano.<br />

La actitud de Chocano es, en su juventud, una actitud de protesta.<br />

Esta protesta tiene a veces un acento anárquico. Tiene otras veces un tinte<br />

de protesta social. Pero carece de concreción. Se agota en una delirante y<br />

bizarra ofensiva verbal contra el gobierno militar de la época. No consigue<br />

ser más que un gesto literario.<br />

Chocano aparece luego, políticamente enrolado en el pierolismo. Su<br />

revolucionarismo se conforma con la revolución del 95 que liquida un régimen<br />

militar para restaurar, bajo la gerencia provisoria de don Nicolás de<br />

Piérola, el régimen civilista. Más tarde, Chocano se deja incorporar en la<br />

clientela intelectual de la plutocracia. No se aleja de Piérola y su pseudodemocracia<br />

para acercarse a González Prada sino para saludar en Javier<br />

Prado y Ugarteche al pensador de su generación.<br />

La trayectoria política de un literato no es también su trayectoria artística.<br />

Pero sí es, casi siempre, su trayectoria espiritual. La literatura, de<br />

otro lado, está como sabemos íntimamente permeada de política, aun en<br />

los casos en que parece más lejana y más extraña a su influencia. Y lo que<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

228


queremos averiguar, por el momento, no es estrictamente la categoría artística<br />

de Chocano sino su filiación espiritual, su posición ideológica.<br />

Una y otra no están nítidamente expresadas por su poesía. Tenemos,<br />

por consiguiente, que buscarlas en su prosa, la cual, además de haber sido<br />

más explícita que su poesía, no ha sido esencialmente contradicha ni atenuada<br />

por ella.<br />

La poesía de Chocano nos coloca, primero, ante un caso de individualismo<br />

exasperado y egoísta, asaz frecuente y casi característico en la falange<br />

romántica. Este individualismo es todo el anarquismo de Chocano.<br />

Y en los últimos años, el poeta, lo reduce y lo limita. No renuncia absolutamente<br />

a su egotismo sensual; pero sí renuncia a una buena parte de<br />

su individualismo filosófico, El culto del Yo se ha asociado al culto de la<br />

jerarquía. El poeta se llama individualista, pero no se llama liberal. Su individualismo<br />

deviene un “individualismo jerárquico”. Es un individualismo<br />

que no ama la libertad. Que la desdeña casi. En cambio, la jerarquía que<br />

respeta no es la jerarquía eterna que crea el Espíritu; es la jerarquía precaria<br />

que imponen, en la mudable perspectiva de lo presente, la fuerza, la<br />

tradición y el dinero.<br />

Del mismo modo doma el poeta los primitivos arranques de su espíritu.<br />

Su arte, en su plenitud, acusa –por su exaltado aunque retórico amor a<br />

la Naturaleza– un panteísmo un poco pagano. Y este panteísmo –que producía<br />

un poco de animismo en sus imágenes– es en él la sola nota que refleja<br />

a una “América autóctona y salvaje”. (El indio es panteísta, animista,<br />

materialista). Chocano, sin embargo, lo ha abandonado tácitamente. La<br />

adhesión al principio de la jerarquía lo ha reconducido a la Iglesia Romana.<br />

Roma es, ideológicamente, la ciudadela histórica de la reacción. Los<br />

que peregrinan por sus colinas y sus basílicas en busca del evangelio cristiano<br />

regresan desilusionados; pero los que se contentan con encontrar,<br />

en su lugar, el fascismo y la Iglesia –la autoridad y la jerarquía en el sentido<br />

romano– arriban a su meta y hallan su verdad. De estos últimos peregrinos<br />

es el poeta de Alma América. Él, que nunca ha sido cristiano, se confiesa<br />

finalmente católico. Romántico fatigado, hereje converso, se refugia en el<br />

sólido aprisco de la tradición y del orden, de donde creyó un día partir<br />

para siempre a la conquista del futuro.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

229


IX. RIVA AGÜERO Y SU INFLUENCIA.<br />

<strong>LA</strong> GENERACIÓN “FUTURISTA”<br />

La generación “futurista” –como paradójicamente se le apoda– señala un<br />

momento de restauración colonialista y civilista en el pensamiento y la literatura<br />

del Perú.<br />

La autoridad sentimental e ideológica de los herederos de la Colonia<br />

se encontraba comprometida y socavada por quince años de predicación<br />

radical. Después de un período de caudillaje militar análogo al que siguió<br />

a la revolución de la Independencia, la clase latifundista había restablecido<br />

su dominio político pero no había restablecido igualmente su dominio<br />

intelectual. El radicalismo, alimentado por la reacción moral de la derrota<br />

–de la cual el pueblo sentía responsable a la plutocracia–, había encontrado<br />

un ambiente favorable a la propagación de su verbo revolucionario. Su<br />

propaganda había rebelado, sobre todo, a las provincias. Una marejada de<br />

ideas avanzadas había pasado por la República.<br />

La antigua guardia intelectual del civilismo envejecida y debilitada,<br />

no podía reaccionar eficazmente contra la generación radical. La restauración<br />

tenía que ser realizada por una falange de hombres jóvenes. El civilismo<br />

contaba con la Universidad. A la Universidad le tocaba darle, por<br />

ende, esta milicia intelectual. Pero era indispensable que la acción de sus<br />

hombres no se contentase con ser una acción universitaria. Su misión debía<br />

constituir una reconquista integral de la inteligencia y el sentimiento.<br />

Como uno de sus objetivos naturales y sustantivos, aparecía la recuperación<br />

del terreno perdido en la literatura. La literatura llega adonde no<br />

llega la Universidad. La obra de un solo escritor del pueblo, discípulo de<br />

González Prada, El Tunante, era entonces una obra mucho más propagada<br />

y entendida que la de todos los escritores de la Universidad juntos.<br />

Las circunstancias históricas propiciaban la restauración. El dominio<br />

político del civilismo se presentaba sólidamente consolidado. El orden<br />

económico y político inaugurado por Piérola el 95 era esencialmente un<br />

orden civilista. Muchos profesionales y literatos que en el período caótico<br />

de nuestra post-guerra, se sintieron atraídos por el campo radical, se sentían<br />

ahora empujados al campo civilista. La generación radical estaba, en<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

230


verdad, disuelta. González Prada, retirado a un displicente ascetismo, vivía<br />

desconectado de sus dispersos discípulos. De suerte que la generación<br />

“futurista” no encontró casi resistencia.<br />

En sus rangos se mezclaban y se confundían “civilistas” y “demócratas”,<br />

separados en la lucha partidista. Su advenimiento era saludado, en<br />

consecuencia, por toda la gran prensa de la capital. El Comercio y La Prensa<br />

auspiciaban a la “nueva generación”. Esta generación se mostraba destinada<br />

a realizar la armonía entre civilistas y demócratas que la coalición<br />

del 95 dejó sólo iniciada. Su líder y capitán Riva Agüero, en quien la tradición<br />

civilista y plutocrática se conciliaba con una devoción casi filial al<br />

“Califa” demócrata, reveló desde el primer momento tal tendencia. En su<br />

tesis sobre la “literatura del Perú independiente”, arremetiendo contra el<br />

radicalismo dijo lo siguiente: “Los partidos de principios, no sólo no producirían<br />

bienes, sino que crearían males irreparables. En el actual sistema,<br />

las diferencias entre los partidos no son muy grandes ni muy hondas sus<br />

divisiones. Se coaligan sin dificultad, colaboran con frecuencia. Los gobernantes<br />

sagaces pueden, sin muchos esfuerzos, aprovechar del concurso<br />

de todos los hombres útiles”.<br />

La resistencia a los partidos de principios denuncia el sentimiento y la<br />

inspiración clasista de la generación de Riva Agüero. Su esfuerzo manifiesta<br />

de un modo demasiado inequívoco el propósito de asegurar y consolidar<br />

un régimen de clase. Negar a los principios, a las ideas, el derecho<br />

de gobernar el país significaba fundamentalmente, reservar ese derecho<br />

para una casta. Era preconizar el dominio de la “gente decente”, de la<br />

“clase ilustrada”. Riva Agüero, a este respecto, como a otros, se muestra<br />

en riguroso acuerdo con Javier Prado y Francisco García Calderón. Y es<br />

que Prado y García Calderón representan la misma restauración. Su ideología<br />

tiene los mismos rasgos esenciales. Se reduce en el fondo, a un positivismo<br />

conservador. Un fraseario más o menos idealista y progresista disimula<br />

el ideario tradicional. Como ya lo he observado, Riva Agüero, Prado<br />

y García Calderón coinciden en el acatamiento a Taine. Riva Agüero para<br />

esclarecernos más su filiación, nos descubre en sus varias veces citada tesis<br />

–que es incontestablemente el primer manifiesto político y literario de la<br />

generación “futurista”– su adhesión a Brunetière.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

231


La revisión de valores de la literatura con que debutó Riva Agüero en<br />

la política, corresponde absolutamente a los fines de una restauración.<br />

Idealiza y glorifica la Colonia, buscando en ella las raíces de la nacionalidad.<br />

Superestima la literatura colonialista exaltando enfáticamente a sus<br />

mediocres cultores. Trata desdeñosamente el romanticismo de Mariano<br />

Melgar. Reprueba a González Prada lo más válido y fecundo de su obra:<br />

su protesta.<br />

La generación “futurista” se muestra, al mismo tiempo universitaria,<br />

académica, retórica. Adopta del modernismo sólo los elementos que le<br />

sirven para condenar la inquietud romántica.<br />

Una de sus obras más características y peculiares es la organización de<br />

la Academia correspondiente de la Lengua Española 207 . Uno de sus esfuerzos<br />

artísticos más marcados es su retorno a España en la prosa y en el verso.<br />

El rasgo más característico de la generación apodada “futurista” es su<br />

pasadismo. Desde el primer momento sus literatos se entregan a idealizar<br />

el pasado. Riva Agüero, en su tesis, reivindica con energía los fueros de los<br />

hombres y las cosas tradicionales.<br />

Pero el pasado, para esta generación, no es muy remoto ni muy próximo.<br />

Tiene límites definidos: los del Virreinato. Toda su predilección, toda<br />

su ternura, son para esta época. El pensamiento de Riva Agüero a este respecto<br />

es inequívoco. El Perú, según él, desciende de la Conquista. Su infancia<br />

es la Colonia.<br />

La literatura peruana deviene desde este momento acentuadamente<br />

colonialista. Se inicia un fenómeno que no ha terminado todavía y que<br />

Luis Alberto Sánchez designa con el nombre de “perricholismo”.<br />

En este fenómeno –en sus orígenes, no en sus consecuencias– se combinan<br />

y se identifican dos sentimientos: limeñismo y pasadismo. Lo que,<br />

en política, se traduce así: centralismo y conservatismo. Porque el pasadismo<br />

de la generación de Riva Agüero no constituye un gesto romántico<br />

de inspiración meramente literaria. Esta generación es tradicionalista<br />

pero no romántica. Su literatura, más o menos teñida de “modernismo”,<br />

se presenta por el contrario como una reacción contra la literatura del romanticismo.<br />

El romanticismo condena radicalmente el presente en el<br />

nombre del pasado o del futuro. Riva Agüero y sus contemporáneos, en<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

232


cambio, aceptan el presente, aunque para gobernarlo y dirigirlo invoquen<br />

y evoquen el pasado. Se caracterizan, espiritual e ideológicamente, por un<br />

conservatismo positivista, por un tradicionalismo oportunista.<br />

Naturalmente, ésta es sólo la tonalidad general del fenómeno, en el<br />

cual no faltan matices más o menos discrepantes. José Gálvez, por ejemplo,<br />

individualmente escapa a la definición que acabo de esbozar. Su pasadismo<br />

es de fondo romántico. Haya lo llama “el único palmista sincero”, refiriéndose<br />

sin duda al carácter literario y sentimental de su pasadismo. La<br />

distinción no está netamente expresada. Pero parte de un hecho evidente.<br />

Gálvez –cuya poesía desciende de la de Chocano, repitiendo, atenuadamente<br />

unas veces, desteñidamente otras, su verbosidad– tiene trama de<br />

romántico. Su pasadismo, por eso, está menos localizado en el tiempo que<br />

el del núcleo de su generación. Es un pasadismo integral. Enamorado del<br />

Virreinato, Gálvez no se siente, sin embargo, acaparado exclusivamente<br />

por el culto de esta época. Para él “todo tiempo pasado fue mejor”. Puede<br />

observarse que, en cambio, su pasadismo está más localizado en el espacio.<br />

El tema de sus evocaciones es casi siempre limeño. Pero también esto me<br />

parece en Gálvez un rasgo romántico.<br />

Gálvez, de otro lado, se aparta a veces del credo de Riva Agüero. Sus<br />

opiniones sobre la posibilidad de una literatura genuinamente nacional<br />

son heterodoxas dentro del fenómeno “futurista”. Acerca del americanismo<br />

en la literatura, Gálvez, aunque sea con no pocas reservas y concesiones,<br />

se declara en desacuerdo con la tesis del líder de su generación y su<br />

partido. No lo convence la aserción de que es imposible revivir poéticamente<br />

las antiguas civilizaciones americanas. “Por mucho que sean civilizaciones<br />

desaparecidas y por honda que haya sido la influencia española<br />

–escribe–, ni el material mismo se ha extinguido, ni tan puros hispanos somos<br />

los que más lo fuéramos, que no sintamos vinculaciones con aquella<br />

raza, cuya tradición áurea bien merece un recuerdo y cuyas ruinas imponentes<br />

y misteriosas nos subyugan y nos impresionan. Precisamente porque<br />

andamos tan mezclados y son tan encontradas nuestras raíces históricas,<br />

por lo mismo que nuestra cultura no es tan honda como parece, el<br />

material literario de aquellas épocas definitivamente muertas es enorme<br />

para nosotros, sin que esto signifique que lo consideremos primordial y<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

233


porque alguna levadura debe haber en nuestras almas de la gestación del<br />

imperio incaico y de las luchas de las dos razas, la indígena y la española,<br />

cuando aún nos encoge el alma y nos sacude con emoción extraña y dolorida<br />

la música temblorosa del yaraví. Además, nuestra historia no puede<br />

partir sólo de la Conquista y por vago que fuese el legado psíquico que<br />

hayamos recibido de los indios, siempre tenemos algo de aquella raza vencida,<br />

que en viviente ruina anda preterida y maltratada en nuestras serranías,<br />

constituyendo un grave problema social, que si palpita dolorosamente<br />

en nuestra vida, ¿por qué no puede tener un lugar en nuestra<br />

literatura que ha sido tan fecunda en sensaciones históricas de otras razas<br />

que realmente nos son extranjeras y peregrinas?”*. No acierta Gálvez, sin<br />

embargo, en la definición de una literatura nacional. “Es cuestión de volver<br />

el alma –dice– a las rumorosas palpitaciones de lo que nos rodea”.<br />

Mas, a renglón seguido, reduce sus elementos a “la historia, la tradición y<br />

la naturaleza”. El pasadista reaparece aquí íntegramente. Una literatura<br />

genuinamente nacionalista, en su concepto, debe nutrirse sobre todo de la<br />

historia, la leyenda, la tradición, esto es del pasado. El presente es también<br />

historia. Pero seguramente Gálvez no lo pensaba cuando escogía las fuentes<br />

de nuestra literatura. La historia, en su sentimiento, no era entonces<br />

sino pasado. No dice Gálvez que la literatura nacional debe traducir totalmente<br />

al Perú. No le pide una función realmente creadora. Le niega el derecho<br />

de ser una literatura del pueblo. Polemizando con El Tunante, sostiene<br />

que el artista “debe desdeñar altivamente la facilidad que le ofrece el<br />

modismo callejero, admirable muchas veces para el artículo de costumbres,<br />

pero que está distante de la fina aristocracia que debe tener la forma<br />

artística”**.<br />

El pensamiento de la generación futurista es, por otra parte, el de Riva<br />

Agüero. El voto en contra o, mejor, el voto en blanco de Gálvez, en éste y<br />

otros debates, no tiene sino un valor individual. La generación futurista,<br />

en tanto, utiliza totalmente el pasadismo y el romanticismo de Gálvez en<br />

la serenata bajo los balcones del Virreinato, destinada políticamente a reanimar<br />

una leyenda indispensable al dominio de los herederos de la Colonia.<br />

* Gálvez, op. cit., pp. 33 y 34.<br />

** Ibid., p. 90.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

234


La casta feudal no tiene otros títulos que los de la tradición colonial.<br />

Nada más concordante con su interés que una corriente literaria tradicionalista.<br />

En el fondo de la literatura colonialista, no existe sino una orden<br />

perentoria, una exigencia imperiosa del impulso vital de una clase, de una<br />

“casta”.<br />

Y quien dude del origen fundamentalmente político del fenómeno<br />

“futurista” no tiene sino que reparar en el hecho de que esta falange de<br />

abogados, escritores, literatos, etc., no se contentó con ser sólo un movimiento.<br />

Cuando llegó a su mayor edad quiso ser un partido.<br />

X. “COLÓNIDA” Y VAL<strong>DE</strong>LOMAR<br />

“Colónida” representó una insurrección –decir una revolución sería exagerar<br />

su importancia– contra el academicismo y sus oligarquías, su énfasis<br />

retórico, su gusto conservador, su galantería dieciochesca y su melancolía<br />

mediocre y ojerosa. Los colónidas virtualmente reclamaron sinceridad y<br />

naturalismo. Su movimiento, demasiado heteróclito y anárquico, no pudo<br />

condensarse en una tendencia ni concretarse en una fórmula. Agotó su<br />

energía en su grito iconoclasta y su orgasmo esnobista.<br />

Una efímera revista de Valdelomar dio su nombre a este movimiento.<br />

Porque “Colónida” no fue un grupo, no fue un cenáculo, no fue una escuela,<br />

sino un movimiento, una actitud, un estado de ánimo. Varios escritores<br />

hicieron “colonidismo” sin pertenecer a la capilla de Valdelomar. El<br />

“colonidismo” careció de contornos definidos. Fugaz meteoro literario,<br />

no pretendió nunca cuajarse en una forma. No impuso a sus adherentes<br />

un verdadero rumbo estético. El “colonidismo” no constituía una idea ni<br />

un método. Constituía un sentimiento ególatra, individualista, vagamente<br />

iconoclasta, imprecisamente renovador. “Colónida” no era siquiera un<br />

haz de temperamentos afines; no era al menos propiamente una generación.<br />

En sus rangos, con Valdelomar, More, Gibson, etc., militábamos algunos<br />

escritores adolescentes, novísimos, principiantes. Los “colónidos”<br />

no coincidían sino en la revuelta contra todo academicismo. Insurgían<br />

contra los valores, las reputaciones y los temperamentos académicos. Su<br />

nexo era una protesta; no una afirmación. Conservaron sin embargo,<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

235


mientras convivieron en el mismo movimiento, algunos rasgos espirituales<br />

comunes. Tendieron a un gusto decadente, elitista, aristocrático, algo<br />

mórbido. Valdelomar, trajo de Europa gérmenes de d’annunzianismo que<br />

se propagaron en nuestro ambiente voluptuoso, retórico y meridional.<br />

La bizarría, la agresividad, la injusticia y hasta la extravagancia de los<br />

“colónidos” fueron útiles. Cumplieron una función renovadora. Sacudieron<br />

la literatura nacional. La denunciaron como una vulgar rapsodia de la<br />

más mediocre literatura española. Le propusieron nuevos y mejores modelos,<br />

nuevas y mejores rutas. Atacaron a sus fetiches, a sus íconos. Iniciaron<br />

lo que algunos escritores calificarían como “una revisión de nuestros<br />

valores literarios”. “Colónida” fue una fuerza negativa, disolvente, beligerante.<br />

Un gesto espiritual de varios literatos que se oponían al acaparamiento<br />

de la fama nacional por un arte anticuado, oficial y pompier.<br />

De otro lado, los “colónidos” no se comportaron siempre con injusticia.<br />

Simpatizaron con todas las figuras heréticas, heterodoxas, solitarias<br />

de nuestra literatura. Loaron y rodearon a González Prada. En el “colonidismo”<br />

se advierte algunas huellas de influencia del autor de Páginas libres<br />

y Exóticas. Se observa también que los “colónidos” tomaron de González<br />

Prada lo que menos les hacía falta. Amaron lo que en González<br />

Prada había de aristócrata, de parnasiano, de individualista; ignoraron lo<br />

que en González Prada había de agitador, de revolucionario. More definía<br />

a González Prada como “un griego nacido en un país de zambos”. “Colónida”,<br />

además, valorizó a Eguren, desdeñado y desestimado por el gusto<br />

mediocre de la crítica y del público de entonces.<br />

El fenómeno “colónida” fue breve. Después de algunas escaramuzas<br />

polémicas, el “colonidismo” tramontó definitivamente. Cada uno de los<br />

“colónidos” siguió su propia trayectoria personal. El movimiento quedó<br />

liquidado. Nada importa que perduren algunos de sus ecos y que se agiten,<br />

en el fondo de más de un temperamento joven, algunos de sus sedimentos.<br />

El “colonidismo”, como actitud espiritual, no es de nuestro tiempo.<br />

La apetencia de renovación que generó el movimiento “colónida” no<br />

podía satisfacerse con un poco de decadentismo y otro poco de exotismo.<br />

“Colónida” no se disolvió explícita ni sensiblemente, porque jamás fue<br />

una facción, sino una postura interina, un ademán provisorio.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

236


El “colonidismo” negó e ignoró la política. Su elitismo, su individualismo,<br />

lo alejaban de las muchedumbres, lo aislaban de sus emociones.<br />

Los “colónidos” no tenían orientación ni sensibilidad políticas. La política<br />

les parecía una función burguesa, burocrática, prosaica. La revista Colónida<br />

era escrita para el Palais Concert y el jirón de la Unión 208 . Federico<br />

More tenía afición orgánica a la conspiración y al panfleto; pero sus concepciones<br />

políticas eran antidemocráticas, antisociales, reaccionarias.<br />

More soñaba con una aristarquía, casi con una artecracia. Desconocía y<br />

despreciaba la realidad social. Detestaba el vulgo y el tumulto.<br />

Pero terminado el experimento “colónida”, los escritores que en él<br />

intervinieron, sobre todo los más jóvenes, empezaron a interesarse por las<br />

nuevas corrientes políticas. Hay que buscar las raíces de esta conversión<br />

en el prestigio de la literatura política de Unamuno, de Araquistain, de<br />

Alomar y de otros escritores de la revista España; en los efectos de la predicación<br />

de Wilson, elocuente y universitaria, propugnando una nueva libertad;<br />

y en la sugestión de la mentalidad de Víctor M. Maúrtua 209 cuya influencia<br />

en el orientamiento socialista de varios de nuestros intelectuales<br />

casi nadie conoce. Esta nueva actitud espiritual fue marcada también por<br />

una revista, más efímera aún que Colónida: Nuestra Época. En Nuestra<br />

Época, destinada a las muchedumbres y no al Palais Concert, escribieron<br />

Félix del Valle, César Falcón, César Ugarte, Valdelomar, Percy Gibson,<br />

César A. Rodríguez, César Vallejo y yo. Este era ya, hasta estructuralmente,<br />

un conglomerado distinto del de Colónida. Figuraban en él un discípulo<br />

de Maúrtua, un futuro catedrático de la Universidad: Ugarte; y un<br />

agitador obrero: del Barzo. En este movimiento, más político que literario,<br />

Valdelomar no era ya un líder. Seguía a escritores más jóvenes y menos<br />

conocidos que él. Actuaba en segunda fila.<br />

Valdelomar, sin embargo, había evolucionado. Un gran artista es casi<br />

siempre un hombre de gran sensibilidad. El gusto de la vida muelle, plácida,<br />

sensual, no le hubiera consentido ser un agitador; pero, como Oscar<br />

Wilde, Valdelomar habría llegado a amar el socialismo. Valdelomar no era<br />

un prisionero de la torre de marfil. No renegaba su pasado demagógico y<br />

tumultuario de billinghurista 210 . Se complacía de que en su historia existiera<br />

ese episodio. Malgrado su aristocratismo, Valdelomar se sentía atraído<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

237


por la gente humilde y sencilla. Lo acreditan varios capítulos de su literatura,<br />

no exenta de notas cívicas. Valdelomar escribió para los niños de las escuelas<br />

de Huaura su oración a San Martín. Ante un auditorio de obreros,<br />

pronunció en algunas ciudades del norte durante sus andanzas de conferencista<br />

nómada, una oración al trabajo. Recuerdo que, en nuestros últimos<br />

coloquios, escuchaba con interés y con respeto mis primeras divagaciones<br />

socialistas. En este instante de gravidez, de maduración, de tensión<br />

máximas, lo abatió la muerte.<br />

No conozco ninguna definición certera, exacta, nítida, del arte de Valdelomar.<br />

Me explico que la crítica no la haya formulado todavía. Valdelomar<br />

murió a los treinta años cuando él mismo no había conseguido aún<br />

encontrarse, definirse. Su producción desordenada, dispersa, versátil, y<br />

hasta un poco incoherente, no contiene sino los elementos materiales de la<br />

obra que la muerte frustró. Valdelomar no logró realizar plenamente su<br />

personalidad rica y exuberante. Nos ha dejado, a pesar de todo, muchas<br />

páginas magníficas.<br />

Su personalidad no sólo influyó en la actitud espiritual de una generación<br />

de escritores. Inició en nuestra literatura una tendencia que luego se<br />

ha acentuado. Valdelomar que trajo del extranjero influencias pluricolores<br />

e internacionales y que, por consiguiente, introdujo en nuestra literatura<br />

elementos de cosmopolitismo, se sintió, al mismo tiempo, atraído por<br />

el criollismo y el inkaísmo. Buscó sus temas en lo cotidiano y lo humilde.<br />

Revivió su infancia en una aldea de pescadores. Descubrió, inexperto<br />

pero clarividente, la cantera de nuestro pasado autóctono.<br />

Uno de los elementos esenciales del arte de Valdelomar es su humorismo.<br />

La egolatría de Valdelomar era en gran parte humorística. Valdelomar<br />

decía en broma casi todas las cosas que el público tomaba en serio.<br />

Las decía pour épater les bourgeois. Si los burgueses se hubiesen reído con<br />

él de sus “poses” megalomaníacas, Valdelomar no hubiese insistido tanto<br />

en su uso. Valdelomar impregnó su obra de un humorismo elegante, alado,<br />

ático, nuevo hasta entonces entre nosotros. Sus artículos de periódicos,<br />

sus “diálogos máximos”, solían estar llenos del más gentil donaire.<br />

Esta prosa habría podido ser más cincelada, más elegante, más duradera;<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

238


pero Valdelomar no tenía casi tiempo para pulirla. Era una prosa improvisada<br />

y periodística*.<br />

Ningún humorismo menos acerbo, menos amargo, menos acre, menos<br />

maligno que el de Valdelomar. Valdelomar caricaturizaba a los hombres,<br />

pero los caricaturizaba piadosamente. Miraba las cosas con una sonrisa<br />

bondadosa. Evaristo, el empleado de la botica aldeana, hermano<br />

gemelo de un sauce hepático y desdichado, es una de esas caricaturas melancólicas<br />

que a Valdelomar le agradaba trazar. En el acento de esta novela<br />

de sabor pirandeliano se siente la ternura de Valdelomar por su desventurado,<br />

pálido y canijo personaje.<br />

Valdelomar parece caer a veces en la desesperanza y en el pesimismo.<br />

Pero estos son desmayos pasajeros, depresiones precarias de su ánimo.<br />

Era Valdelomar demasiado panteísta y sensual para ser pesimista. Creía<br />

con D’Annunzio que “la vida es bella y digna de ser magníficamente vivida”.<br />

En sus cuentos y paisajes aldeanos se reconoce este rasgo de su espíritu.<br />

Valdelomar buscó perennemente la felicidad y el placer. Pocas veces<br />

logró gozarlos; pero estas pocas veces supo poseerlos plena, absoluta,<br />

exaltadamente.<br />

En su Confiteor –que es tal vez la más noble, la más pura, la más bella<br />

poesía erótica de nuestra literatura– Valdelomar toca el más alto grado de<br />

exaltación dionisíaca. Transido de emoción erótica, el poeta piensa que la<br />

naturaleza, el Universo, no pueden ser extraños ni indiferentes a su amor.<br />

Su amor no es egoísta: necesita sentirse rodeado por una alegría cósmica.<br />

He aquí esta nota suprema de Confiteor:<br />

MI AMOR ANIMARÁ EL MUNDO<br />

¿Qué haré el día en que sus ojos<br />

tengan para mí una mirada de amor?<br />

Mi alma llenará el mundo de alegría,<br />

la Naturaleza vibrará con el temblor de mi corazón,<br />

todos serán felices:<br />

el cielo, el mar, los árboles, el paisaje… Mi pasión<br />

* El humorismo de Valdelomar se cebaba donosamente en las disonancias mestizas o<br />

huachafas 211 . Una tarde, en el Palais Concert, Valdelomar me dijo: “Mariátegui, a la leve y<br />

fina libélula, motejan aquí chupajeringa”. Yo, tan decadente como él entonces, lo excité a<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

239


pondrá en el universo, ahora triste,<br />

las alegres notas de una divina coloración;<br />

cantarán las aves, las copas de los árboles<br />

entonarán una balada; hasta el panteón<br />

llegará la alegría de mi alma<br />

y los muertos sentirán el soplo fresco de mi amor.<br />

¿ES POSIBLE SUFRIR?<br />

¿Quién dice que la vida es triste?<br />

¿Quién habla de dolor?<br />

¿Quién se queja?... ¿Quién sufre?... ¿Quién llora?<br />

Confiteor es la ingenua confidencia lírica de un enamorado exultante<br />

de amor y de felicidad. Delante de la amada, el poeta “tiembla como un<br />

junco débil”. Y con la cándida convicción de los enamorados, dice que no<br />

todos pueden comprender su pasión. La imagen de su amada, es una imagen<br />

prerrafaelista, presentida sólo por los que han “contemplado el lienzo<br />

de Burne Jones donde está el ángel de la Anunciación”. En el amor, ninguno<br />

de nuestros poetas había llegado antes a este lirismo absoluto. Hay algo<br />

de allegro beethoveniano en los versos transcritos.<br />

A Valdelomar, a pesar de El hermano ausente, a pesar de Confiteor y<br />

otros versos, se le regatea el título de poeta que en cambio se discierne por<br />

ejemplo, a don Felipe Pardo. No cabe Valdelomar dentro de las clasificaciones<br />

arbitrarias y ramplonas de la vieja crítica. ¿Qué puede decir esta<br />

crítica de Valdelomar y de su obra? Los matices más nobles, las notas más<br />

delicadas del temperamento de este gran lírico no podrán ser aprehendidos<br />

nunca por sus definiciones. Valdelomar fue un hombre nómade, versátil,<br />

inquieto como su tiempo. Fue “muy moderno, audaz, cosmopolita”.<br />

En su humorismo, en su lirismo, se descubre a veces lineamientos y matices<br />

de la moderna literatura de vanguardia.<br />

reivindicar los nobles y ofendidos fueros de la libélula. Valdelomar pidió al mozo unas<br />

cuartillas. Y escribió sobre una mesa del café melifluamente rumoroso uno de sus “diálogos<br />

máximos”. Su humorismo era así, inocente, infantil, lírico. Era la reacción de un alma<br />

afinada y pulcra contra la vulgaridad y la huachafería de un ambiente provinciano monótono.<br />

Le molestaban los “hombres gordos y borrachos”, los prendedores de quinto de libra,<br />

los puños postizos y los zapatos con elástico.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

240


Valdelomar no es todavía, en nuestra literatura, el hombre matinal.<br />

Actuaban sobre él demasiadas influencias decadentistas. Entre “las cosas<br />

inefables e infinitas”, que intervienen en el desarrollo de sus leyendas<br />

inkaicas, con la Fe, el Mar y la Muerte, pone al Crepúsculo. Desde su juventud,<br />

su arte estuvo bajo el signo de D’Annunzio. En Italia, el tramonto<br />

romano, el atardecer voluptuoso del Janiculum, la vendimia autumnal.<br />

Venecia anfibia –marítima y palúdica–, exacerbaron en Valdelomar las<br />

emociones crepusculares de Il Fuoco.<br />

Pero a Valdelomar lo preserva de una excesiva intoxicación decadentista<br />

su vivo y puro lirismo. El humour, esa nota tan frecuente de su arte, es<br />

la senda por donde se evade del universo d’annunziano. El humour da el<br />

tono al mejor de sus cuentos: Hebaristo, el sauce que se murió de amor.<br />

Cuento pirandelliano, aunque Valdelomar acaso no conociera a Pirandello<br />

que, en la época de la visita de nuestro escritor a Italia, estaba muy distante<br />

de la celebridad ganada para su nombre por sus obras teatrales. Pirandelliano<br />

por el método: identificación panteísta de las vidas paralelas<br />

de un sauce y un boticario; pirandelliano por el personaje: levemente caricaturesco,<br />

mesocrático, pequeño burgués, inconcluso; pirandelliano por<br />

el drama: el fracaso de una existencia que, en una tentativa superior a su<br />

ritmo sórdido, siente romperse su resorte con grotesco y risible traquido.<br />

Un sentimiento panteísta, pagano, empujaba a Valdelomar a la aldea,<br />

a la naturaleza. Las impresiones de su infancia, transcurrida en una apacible<br />

caleta de pescadores gravitan melodiosamente en su subconsciencia.<br />

Valdelomar es singularmente sensible a las cosas rústicas. La emoción de<br />

su infancia está hecha de hogar, de playa y de campo. El “soplo denso, perfumado<br />

del mar”, la impregna de una tristeza tónica y salobre:<br />

y lo que él me dijera aún en mi alma persiste;<br />

mi padre era callado y mi madre era triste<br />

y la alegría nadie me la supo enseñar.<br />

(“Tristitia”)<br />

Tiene, empero, Valdelomar la sensibilidad cosmopolita y viajera del<br />

hombre moderno. Nueva York, Time Square, son motivos que lo atraen<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

241


tanto como la aldea encantada y el “caballero carmelo”. Del piso 54 de<br />

Woolworth pasa sin esfuerzo a la yerbasanta y la verdolaga de los primeros<br />

soledosos caminos de su infancia. Sus cuentos acusan la movilidad caleidoscópica<br />

de su fantasía. El dandysmo de sus cuentos yanquis y cosmopolitas,<br />

el exotismo de sus imágenes chinas u orientales (“mi alma tiembla<br />

como un junco débil”), el romanticismo de sus leyendas inkaicas, el impresionismo<br />

de sus relatos criollos son en su obra estaciones que se suceden,<br />

se repiten, se alternan en el itinerario del artista, sin transiciones y sin<br />

rupturas espirituales.<br />

Su obra es esencialmente fragmentaria y escisípara. La existencia y el<br />

trabajo del artista se resentían de indisciplina y exuberancia criollas. Valdelomar<br />

reunía, elevadas a su máxima potencia, las cualidades y los defectos<br />

del mestizo costeño. Era un temperamento excesivo, que del más exasperado<br />

orgasmo creador caía en el más asiático y fatalista renunciamiento<br />

de todo deseo. Simultáneamente ocupaban su imaginación un ensayo estético,<br />

una divagación humorística, una tragedia pastoril (Verdolaga), una<br />

vida romancesca (La Mariscala). Pero poseía el don del creador. Los gallinazos<br />

del Martinete, la Plaza del Mercado, las riñas de gallos, cualquier<br />

tema podía poner en marcha su imaginación, con fructuosa cosecha artística.<br />

De muchas cosas, Valdelomar es descubridor. A él se le reveló, primero<br />

que a nadie en nuestras letras, la trágica belleza agonal de las corridas de<br />

toros. En tiempos en que este asunto estaba reservado aún a la prosa pedestre<br />

de los iniciados en la tauromaquia, escribió su Belmonte, el trágico.<br />

La “greguería” empieza con Valdelomar en nuestra literatura. Me<br />

consta que los primeros libros de Gómez de la Serna que arribaron a Lima,<br />

gustaron sobremanera a Valdelomar. El gusto atomístico de la “greguería”<br />

era, además, innato en él, aficionado a la pesquisa original y a la<br />

búsqueda microcósmica. Pero, en cambio, Valdelomar no sospechaba<br />

aún en Gómez de la Serna al descubridor del Alba. Su retina de criollo<br />

impresionista era experta en gozar voluptuosamente, desde la ribera dorada,<br />

los colores ambiguos del crepúsculo.<br />

Impresionismo: ésta es, dentro de su variedad espacial, la filiación<br />

más precisa de su arte.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

242


XI. NUESTROS “IN<strong>DE</strong>PENDIENTES”<br />

Al margen de los movimientos, de las tendencias, de los cenáculos y hasta<br />

de las propias generaciones, no han faltado en el proceso de nuestra literatura<br />

casos más o menos independientes y solitarios de vocación literaria.<br />

Pero en el proceso de una literatura se borra lentamente el recuerdo del<br />

escritor y del artista que no dejan descendencia. El escritor, el artista, pueden<br />

trabajar fuera de todo grupo, de toda escuela, de todo movimiento.<br />

Mas su obra entonces no puede salvarlo del olvido si no es en sí misma un<br />

mensaje a la posteridad. No sobrevive sino el precursor, el anticipador, el<br />

suscitador. Por esto, las individualidades me interesan, sobre todo por su<br />

influencia. Las individualidades en mi estudio, no tienen su más esencial<br />

valor en sí mismas, sino en su función de signos.<br />

Ya hemos visto cómo a una generación o, mejor, a un movimiento radical<br />

que reconoció su líder en González Prada, siguió un movimiento<br />

neo-civilista o colonialista que proclamó su patriarca a Palma. Y cómo vino<br />

después un movimiento “colónida” precursor de una nueva generación. Pero<br />

eso no quiere decir que toda la literatura de este largo período corresponda<br />

necesariamente al fenómeno “futurista” o al fenómeno “colónida”.<br />

Tenemos el caso del poeta Domingo Martínez Luján, bizarro especimen<br />

de la vieja bohemia romántica, algunos de cuyos versos señalarán en<br />

las antologías algo así como la primera nota rubendariana de nuestra poesía.<br />

Tenemos el caso de Manuel Beingolea, cuentista de fino humorismo y<br />

de exquisita fantasía que cultiva, en el cuento, el decadentismo de lo raro y<br />

lo extraordinario. Tenemos el caso de José María Eguren, que representa<br />

en nuestra historia literaria la poesía “pura”, antes que la poesía simbolista.<br />

El caso de Eguren, empero, por su excepcional ascendiente, no se<br />

mantiene extraño al juego de las tendencias. Constituye un valor surgido<br />

aparte de una generación, pero que deviene luego un valor polémico en el<br />

diálogo de dos generaciones en contraste. Desconocido, desdeñado por la<br />

generación “futurista” que aclama como su poeta a Gálvez, Eguren es<br />

descubierto y adoptado por el movimiento “colónida”.<br />

La revelación de Eguren empieza en la revista Contemporáneos sobre<br />

la que debo decir algunas palabras. Contemporáneos marca incontestable-<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

243


mente una fecha en nuestra historia literaria. Fundada por Enrique Bustamante<br />

y Ballivián y Julio Alfonso Hernández, esta revista aparece como el<br />

órgano de un grupo de “independientes” que sienten la necesidad de afirmar<br />

su autonomía del cenáculo “colonialista”. De la generación de Riva<br />

Agüero, estos “independientes” repudian más la estética que el espíritu.<br />

Contemporáneos se presenta, ante todo, como la avanzada del modernismo<br />

en el Perú. Su programa es exclusivamente literario. Hasta como<br />

simple revista de renovación literaria, le falta agresividad, exaltación, beligerancia.<br />

Tiene la ponderación parnasiana de Enrique Bustamante y Ballivián,<br />

su director. Mas sus actitudes poseen de todos modos un sentido<br />

de protesta. Los “independientes” de Contemporáneos buscan la amistad<br />

de González Prada. Este gesto afirma por sí solo una “secesión”. El poeta<br />

de Exóticas, el prosador de Páginas libres, que entonces no colaboraba<br />

sino en algún acre y pobre periódico anarquista, reaparece en 1909 ante el<br />

público de las revistas literarias, en compañía de unos independientes que<br />

estimaban en él al parnasiano, al aristócrata, más que al acusador, más que<br />

al rebelde. Pero no importa. Este hecho anuncia ya una reacción.<br />

La revista Contemporáneos, desaparecida después de unos cuantos<br />

números, intenta renacer en una revista más voluminosa, Cultura. Bustamante<br />

y Ballivián se asocia para esta tentativa a Valdelomar. Pero antes del<br />

primer número los co-directores, riñen. Cultura sale sin Valdelomar. El<br />

primer y único número 212 da la impresión de una revista más ecléctica,<br />

menos representativa que Contemporáneos. El fracaso de este experimento<br />

prepara a Colónida.<br />

Pero estos y otros intentos revelan que si la generación de Riva Agüero<br />

no pudo desdoblarse y dividirse en dos bandos, en dos grupos antagónicos<br />

y definidos, no constituyó tampoco una generación uniforme y unánime.<br />

En ninguna generación se presentan esta uniformidad, esta<br />

unanimidad. La de Riva Agüero tuvo sus “independientes”, tuvo sus heterodoxos.<br />

Espiritual e ideológicamente, el de más personalidad y significación<br />

fue sin duda Pedro S. Zulen. A Zulen no le disgustaban únicamente<br />

el academicismo y la retórica de los “futuristas”; le disgustaba profundamente<br />

el espíritu conservador y tradicionalista. Frente a una generación<br />

“colonialista”, Zulen se declaró “pro indigenista”. Los demás “indepen-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

244


dientes” –Enrique Bustamante y Ballivián, Alberto J. Ureta, etc.– se contentaron<br />

con una implícita secesión literaria.<br />

XII. EGUREN<br />

José María Eguren representa en nuestra historia literaria la poesía pura.<br />

Este concepto no tiene ninguna afinidad con la tesis del Abate Brémond<br />

213 . Quiero simplemente expresar que la poesía de Eguren se distingue<br />

de la mayor parte de la poesía peruana en que no pretende ser historia,<br />

ni filosofía ni apologética sino exclusiva y solamente poesía.<br />

Los poetas de la República no heredaron de los poetas de la Colonia la<br />

afición a la poesía teológica –mal llamada religiosa o mística– pero sí heredaron<br />

la afición a la poesía cortesana y ditirámbica. El parnaso peruano se<br />

engrosó bajo la República con nuevas odas, magras unas, hinchadas otras.<br />

Los poetas pedían un punto de apoyo para mover el mundo, pero este<br />

punto de apoyo era siempre un evento, un personaje. La poesía se presentaba,<br />

por consiguiente, subordinada a la cronología. Odas a los héroes o<br />

hechos de América cuando no a los reyes de España, constituían los más<br />

altos monumentos de esta poesía de efemérides o de ceremonia que no<br />

encerraba la emoción de una época o de una gesta sino apenas de una fecha.<br />

La poesía satírica estaba también, por razón de su oficio, demasiado<br />

encadenada al evento, a la crónica.<br />

En otros casos, los poetas cultivaban el poema filosófico que generalmente<br />

no es poesía ni es filosofía. La poesía degeneraba en un ejercicio de<br />

declamación metafísica.<br />

El arte de Eguren es la reacción contra este arte gárrulo y retórico, casi<br />

íntegramente compuesto de elementos temporales y contingentes. Eguren<br />

se comporta siempre como un poeta puro. No escribe un solo verso de<br />

ocasión, un solo canto sobre medida. No se preocupa del gusto del público<br />

ni de la crítica. No canta a España, ni a Alfonso XIII, ni a Santa Rosa de<br />

Lima. No recita siquiera sus versos en veladas ni fiestas. Es un poeta que<br />

en sus versos dice a los hombres únicamente su mensaje divino.<br />

¿Cómo salva este poeta su personalidad? ¿Cómo encuentra y afina en<br />

esta turbia atmósfera literaria sus medios de expresión? Enrique Busta-<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

245


mante y Ballivián que lo conoce íntimamente nos ha dado un interesante<br />

esquema de su formación artística: “Dos han sido los más importantes factores<br />

en la formación del poeta dotado de riquísimo temperamento: las<br />

impresiones campestres recibidas en su infancia en ‘Chuquitanta’, hacienda<br />

de su familia en las inmediaciones de Lima, y las lecturas que desde<br />

su niñez le hiciera de los clásicos españoles su hermano Jorge. Diéronle las<br />

primeras no sólo el paisaje que da fondo a muchos de sus poemas, sino el<br />

profundo sentimiento de la Naturaleza expresado en símbolos como lo<br />

siente la gente del campo que lo anima con leyendas y consejas y lo puebla<br />

de duendes y brujas, monstruos y trasgos. De aquellas clásicas lecturas,<br />

hechas con culto criterio y ponderado buen gusto, sacó la afición literaria,<br />

la riqueza de léxico y ciertos giros arcaicos que dan sabor peculiar a su<br />

muy moderna poesía. De su hogar, profundamente cristiano y místico, de<br />

recia moralidad cerrada, obtuvo la pureza de alma y la tendencia al ensueño.<br />

Puede agregarse que en él, por su hermana Susana, buena pianista y<br />

cantante, obtuvo la afición musical que es tendencia de muchos de sus versos.<br />

En cuanto al color y a la riqueza plástica, no se debe olvidar que Eguren<br />

es un buen pintor (aunque no llegue a su altura de poeta) y que comenzó<br />

a pintar antes de escribir. Ha notado algún crítico que Eguren es un<br />

poeta de la infancia y que allí está su virtud principal. Ello seguramente ha<br />

de tener origen (aunque discrepemos de la opinión del crítico) en que los<br />

primeros versos del poeta fueron escritos para sus sobrinas y que son cuadros<br />

de la infancia en que ellas figuran”*.<br />

Encuentro excesivo o, más bien, impreciso, calificar a Eguren de poeta<br />

de la infancia. Pero me parece evidente su calidad esencial de poeta de<br />

espíritu y sensibilidad infantiles. Toda su poesía es una versión encantada<br />

y alucinada de la vida. Su simbolismo viene, ante todo, de sus impresiones<br />

de niño. No depende de influencias ni de sugestiones literarias. Tiene sus<br />

raíces en la propia alma del poeta. La poesía de Eguren es la prolongación<br />

de su infancia. Eguren conserva íntegramente en sus versos la ingenuidad<br />

* En el Boletín Bibliográfico de la Universidad de Lima, N o 15 (diciembre de 1915). Nota<br />

crítica a una selección de poemas de Eguren hecha por el bibliotecario de la Universidad,<br />

Pedro S. Zulen, uno de los primeros en apreciar y admirar el genio del poeta de Simbólicas.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

246


y la rêverie del niño. Por eso su poesía es una visión tan virginal de las cosas.<br />

En sus ojos deslumbrados de infante, está la explicación total del milagro.<br />

Este rasgo del arte de Eguren no aparece sólo en las que específicamente<br />

pueden ser clasificadas como poesías de tema infantil. Eguren expresa<br />

siempre las cosas y la Naturaleza con imágenes que es fácil identificar<br />

y reconocer como escapadas de su subconsciencia de niño. La plástica<br />

imagen de un “rey colorado de barba de acero” –una de las notas preciosas<br />

de Eroe, poesía de música rubendariana– no puede ser encontrada<br />

sino por la imaginación de un infante. “Los reyes rojos”, una de las más<br />

bellas creaciones del simbolismo de Eguren, acusa análogo origen en su<br />

bizarra composición de calcomanía:<br />

Desde la aurora<br />

combaten dos reyes rojos<br />

con lanza de oro.<br />

Por verde bosque<br />

y en los purpurinos cerros<br />

vibra su ceño.<br />

Falcones reyes<br />

batallan en lejanías<br />

de oro azulinas.<br />

Por la luz cadmio,<br />

airadas se ven pequeñas<br />

sus formas negras.<br />

Viene la noche<br />

y firmes combaten foscos<br />

los reyes rojos.<br />

Nace también de este encantamiento del alma de Eguren su gusto por<br />

lo maravilloso y lo fabuloso. Su mundo es el mundo indescifrable y aladinesco<br />

de “la niña de la lámpara azul”. Con Eguren aparece por primera<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

247


vez en nuestra literatura la poesía de lo maravilloso. Uno de los elementos<br />

y de las características de esta poesía es el exotismo. Simbólicas tiene un<br />

fondo de mitología escandinava y de medioevo germano. Los mitos helenos<br />

no asoman nunca en el paisaje wagneriano y grotesco de sus cromos<br />

sintetistas.<br />

Eguren no tiene ascendientes en la literatura peruana. No los tiene tampoco<br />

en la propia poesía española. Bustamante y Ballivián afirma que González<br />

Prada “no encontraba en ninguna literatura origen al simbolismo de<br />

Eguren”. También yo recuerdo haber oído a González Prada más o menos<br />

las mismas palabras.<br />

Clasifico a Eguren entre los precursores del período cosmopolita de<br />

nuestra literatura. Eguren –he dicho ya– aclimata en un clima poco propicio<br />

la flor preciosa y pálida del simbolismo. Pero esto no quiere decir que<br />

yo comparta, por ejemplo, la opinión de los que suponen en Eguren influencias<br />

vivamente perceptibles del simbolismo francés. Pienso, por el<br />

contrario, que esta opinión es equivocada. El simbolismo francés no nos<br />

da la clave del arte de Eguren. Se pretende que en Eguren hay trazas especiales<br />

de la influencia de Rimbaud. Mas el gran Rimbaud era, temperamentalmente,<br />

la antítesis de Eguren. Nietzscheano, agónico, Rimbaud<br />

habría exclamado con el Guillén de Deucalión: “yo he de ayudar al Diablo<br />

a conquistar el cielo”. André Rouveyre lo declara “el prototipo del sarcasmo<br />

demoníaco y del blasfemo despreciante”. Mílite de la Comuna, Rimbaud<br />

tenía una psicología de aventurero y de revolucionario. “Hay que ser<br />

absolutamente moderno”, repetía. Y para serlo dejó a los veintidós años la<br />

literatura y París. A ser poeta en París prefirió ser pioneer en África. Su vitalidad<br />

excesiva no se resignaba a una bohemia citadina y decadente, más<br />

o menos verleniana. Rimbaud, en una palabra, era un ángel rebelde. Eguren,<br />

en cambio, se nos muestra siempre exento de satanismo. Sus tormentas,<br />

sus pesadillas, son encantada e infantilmente feéricas. Eguren encuentra<br />

pocas veces su acento y su alma tan cristalinamente como en “Los<br />

ángeles tranquilos”:<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

248


Pasó el vendaval;<br />

ahora con perlas y berilos,<br />

cantan la soledad aurora<br />

los ángeles tranquilos.<br />

Modulan canciones santas<br />

en dulces bandolines;<br />

viendo caídas las hojosas plantas<br />

de campos y jardines.<br />

Mientras el sol en la neblina<br />

vibra sus oropeles,<br />

besan la muerte blanquecina<br />

en los Saharas crueles.<br />

Se alejan de madrugada<br />

con perlas y berilos<br />

y con la luz del cielo en la mirada<br />

los ángeles tranquilos.<br />

El poeta de Simbólicas y de La canción de las figuras representa, en<br />

nuestra poesía, el simbolismo; pero no un simbolismo. Y mucho menos<br />

una escuela simbolista. Que nadie le regatee originalidad. No es lícito regatearla<br />

a quien ha escrito versos tan absoluta y rigurosamente originales<br />

como los de “El duque”:<br />

Hoy se casa el duque Nuez;<br />

viene el chantre, viene el juez<br />

y con pendones escarlata<br />

florida cabalgata;<br />

a la una, a las dos, a las diez;<br />

que se casa el Duque primor<br />

con la hija de Clavo de Olor.<br />

Allí están, con pieles de bisonte,<br />

los caballos de Lobo del Monte,<br />

y con ceño triunfante,<br />

Galo cetrino, Rodolfo Montante.<br />

Y en la capilla está la bella,<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

249


mas no ha venido el Duque tras ella;<br />

los magnates mostradores,<br />

aduladores<br />

al suelo el penacho inclinan;<br />

los corvados, los bisiestos<br />

dan sus gestos, sus gestos, sus gestos;<br />

y la turba melenuda<br />

estornuda, estornuda, estornuda.<br />

Y a los pórticos y a los espacios<br />

mira la novia con ardor…<br />

son sus ojos dos topacios<br />

de brillor.<br />

Y hacen fieros ademanes,<br />

nobles rojos como alacranes;<br />

concentrando sus resuellos<br />

grita el más hercúleo de ellos:<br />

¿Quién al gran Duque entretiene?<br />

¡ya el gran cortejo se irrita!...<br />

Pero el Duque no viene;…<br />

se lo ha comido Paquita.<br />

Rubén Darío creía pensar en francés más bien que en castellano. Probablemente<br />

no se engañaba. El decadentismo, el preciosismo, el bizantinismo<br />

de su arte son los del París finisecular y verleniano del cual el poeta<br />

se sintió huésped y amante. Su barca, “provenía del divino astillero del<br />

divino Watteau”. Y el galicismo de su espíritu engendraba el galicismo de<br />

su lenguaje. Eguren no presenta el uno ni el otro. Ni siquiera su estilo se<br />

resiente de afrancesamiento*. Su forma es española; no es francesa. Es frecuente<br />

y es sólito en sus versos, como lo remarca Bustamante y Ballivián, el<br />

giro arcaico. En nuestra literatura, Eguren es uno de los que representan<br />

la reacción contra el españolismo porque, hasta su orto, el españolismo<br />

era todavía retoricismo barroco o romanticismo grandilocuente. Eguren,<br />

en todo caso, no es como Rubén Darío un enamorado de la Francia siglo<br />

dieciocho y rococó. Su espíritu desciende del Medioevo, más bien que del<br />

* No escasean en los versos de Eguren los italianismos. El gusto de las palabras italianas<br />

–que no lo latiniza– nace en el poeta de su trato de la poesía de Italia, fomentado en él por<br />

las lecturas de su hermano Jorge que residió largamente en ese país.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

250


Setecientos. Yo lo hallo hasta más gótico que latino. Ya he aludido a su<br />

predilección por los mitos escandinavos y germánicos. Constataré ahora<br />

que en algunas de sus primeras composiciones, de acento y gusto un poco<br />

rubendarianos, como “Las bodas vienesas” y “Lis”, la imaginación de<br />

Eguren abandona siempre el mundo dieciochesco para partir en busca de<br />

un color o una nota medioevales:<br />

Comienzan ambiguas<br />

añosas marquesas<br />

sus danzas antiguas<br />

y sus polonesas.<br />

Y llegan arqueros<br />

de largos bigotes<br />

y evitan los fieros<br />

de los monigotes.<br />

Me parece que algunos elementos de su poesía –la ternura y el candor<br />

de la fantasía, verbigratia– emparentan vagamente a veces a Eguren con<br />

Maeterlinck –el Maeterlinck de los buenos tiempos. Pero esta indecisa<br />

afinidad no revela precisamente una influencia maeterlinckiana. Depende<br />

más bien de que la poesía de Eguren, por las rutas de lo maravilloso,<br />

por los caminos del sueño, toca el misterio. Mas Eguren interpreta el misterio<br />

con la inocencia de un niño alucinado y vidente. Y en Maeterlinck el<br />

misterio es con frecuencia un producto de alquimia literaria.<br />

Objetando su galicismo, analizando su simbolismo, se abre de improviso,<br />

feéricamente, como en un encantamiento, la puerta secreta de una<br />

interpretación genealógica del espíritu y del temperamento de José M.<br />

Eguren.<br />

Eguren desciende del Medio Evo. Es un eco puro –extraviado en el trópico<br />

americano– del Occidente medioeval. No procede de la España morisca<br />

sino de la España gótica. No tiene nada de árabe en su temperamento ni<br />

en su espíritu. Ni siquiera tiene mucho de latino. Sus gustos son un poco<br />

nórdicos. Pálido personaje de Van Dyck, su poesía se puebla a veces de<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

251


imágenes y reminiscencias flamencas y germanas. En Francia el clasicismo<br />

le reprocharía su falta de orden y claridad latinas. Maurras 214 lo hallaría<br />

demasiado tudesco y caótico. Porque Eguren no procede de la Europa<br />

renacentista o rococó. Procede espiritualmente de la edad de las cruzadas<br />

y las catedrales. Su fantasía bizarra tiene un parentesco característico con<br />

la de los decoradores de las catedrales góticas en su afición a lo grotesco.<br />

El genio infantil de Eguren se divierte en lo grotesco, finamente estilizado<br />

con gusto prerrenacentista:<br />

Dos infantes oblongos deliran<br />

y al cielo levantan sus rápidas manos<br />

y dos rubias gigantes suspiran<br />

y el coro preludian cretinos ancianos.<br />

Y al dulzor de virgíneas camelias<br />

va en pos del cortejo la banda macrovia<br />

y rígidas, fuertes, las tías Adelias,<br />

y luego cojeando, cojeando la novia.<br />

A la sombra de los estucos<br />

llegan viejos y zancos,<br />

en sus mamelucos<br />

los vampiros blancos.<br />

(“Las bodas vienesas”)<br />

(“Diosa ambarina”)<br />

Los magnates postradores<br />

aduladores<br />

al suelo el penacho inclinan<br />

los corvados, los bisiestos<br />

dan sus gestos, sus gestos, sus gestos;<br />

y la turba melenuda<br />

estornuda, estornuda, estornuda.<br />

(“El duque”)<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

252


En Eguren subsiste, mustiado por los siglos, el espíritu aristocrático.<br />

Sabemos que en el Perú la aristocracia colonial se transformó en burguesía<br />

republicana. El antiguo “encomendero” reemplazó formalmente sus<br />

principios feudales y aristocráticos por los principios demoburgueses de<br />

la revolución libertadora. Este sencillo cambio le permitió conservar sus<br />

privilegios de “encomendero” y latifundista. Por esta metamorfosis, así<br />

como no tuvimos bajo el Virreinato una auténtica aristocracia, no tuvimos<br />

tampoco bajo la República una auténtica burguesía. Eguren –el caso tenía<br />

que darse en un poeta– es tal vez el único descendiente de la genuina Europa<br />

medioeval y gótica. Biznieto de la España aventurera que descubrió<br />

América, Eguren se satura en la hacienda costeña, en el solar nativo, de<br />

ancianos aromas de leyenda. Su siglo y su medio no sofocan en él del todo<br />

el alma medioeval. (En España, Eguren habría amado como Valle-Inclán<br />

los héroes y los hechos de las guerras carlistas). No nace cruzado –es demasiado<br />

tarde para serlo–, pero nace poeta. La afición de su raza a la aventura<br />

se salva en la goleta corsaria de su imaginación. Como no le es dado<br />

tener el alma aventurera, tiene al menos aventurera la fantasía.<br />

Nacida medio siglo antes, la poesía de Eguren habría sido romántica*,<br />

aunque no por esto de mérito menos imperecedero. Nacida bajo el<br />

signo de la decadencia novecentista, tenía que ser simbolista. (Maurras no<br />

se engaña cuando mira en el simbolismo la cola de la cola del romanticismo).<br />

Eguren habría necesitado siempre evadirse de su época, de la realidad.<br />

El arte es una evasión cuando el artista no puede aceptar ni traducir<br />

la época y la realidad que le tocan. De estos artistas han sido en nuestra<br />

América –dentro de sus temperamentos y sus tiempos disímiles– José<br />

Asunción Silva y Julio Herrera y Reissig.<br />

Estos artistas maduran y florecen extraños y contrarios al penoso y<br />

áspero trabajo de crecimiento de sus pueblos. Como diría Jorge Luis Borges,<br />

son artistas de una cultura, no de una estirpe. Pero son quizá los<br />

únicos artistas que, en ciertos períodos de su historia, puede poseer un<br />

pueblo, puede producir una estirpe. Valerio Brussiov, Alejandro Block,<br />

* Una buena parte de la obra de Eguren es romántica, y no sólo en Simbólicas sino en Sombras<br />

y aun en Rondinelas, las dos últimas jornadas de su poesía 215 .<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

253


simbolistas y aristócratas también, representaron en los años anteriores a<br />

la revolución, la poesía rusa. Venida la revolución, los dos descendieron<br />

de su torre solariega al ágora ensangrentada y tempestuosa.<br />

Eguren, en el Perú, no comprende ni conoce al pueblo. Ignora al indio,<br />

lejano de su historia y extraño a su enigma. Es demasiado occidental y<br />

extranjero espiritualmente para asimilar el orientalismo indígena. Pero,<br />

igualmente, Eguren no comprende ni conoce tampoco la civilización capitalista,<br />

burguesa, occidental. De esta civilización, le interesa y le encanta<br />

únicamente, la colosal juguetería. Eguren se puede suponer moderno porque<br />

admira el avión, el submarino, el automóvil. Mas en el avión, en el automóvil,<br />

etc., admira no la máquina sino el juguete. El juguete fantástico<br />

que el hombre ha construido para atravesar los mares y los continentes.<br />

Eguren ve al hombre jugar con la máquina; no ve, como Rabindranath<br />

Tagore, a la máquina esclavizar al hombre.<br />

La costa mórbida, blanda, parda, lo ha aislado tal vez de la historia y<br />

de la gente peruanas. Quizá la sierra lo habría hecho diferente. Una naturaleza<br />

incolora y monótona es responsable, en todo caso, de que su poesía<br />

sea algo así como una poesía de cámara. Poesía de estancia y de interior.<br />

Porque así como hay una música y una pintura de cámara, hay también<br />

una poesía de cámara. Que, cuando es la voz de un verdadero poeta, tiene<br />

el mismo encanto.<br />

XIII. ALBERTO HIDALGO<br />

Alberto Hidalgo significó en nuestra literatura, de 1917 al 18, la exasperación<br />

y la terminación del experimento “colónida”. Hidalgo llevó la megalomanía,<br />

la egolatría, la beligerancia del gesto “colónida” a sus más extremas<br />

consecuencias. Los bacilos de esta fiebre, sin la cual no habría sido<br />

posible tal vez elevar la temperatura de nuestras letras, alcanzaron en el<br />

Hidalgo, todavía provinciano de Panoplia lírica, su máximo grado de virulencia.<br />

Valdelomar estaba ya de regreso de su aventuroso viaje por los dominios<br />

d’annunzianos, en el cual, –acaso porque en D’Annunzio junto a<br />

Venecia bizantina está el Abruzzo rústico y la playa adriática–, descubrió<br />

la costa de la criolledad y entrevió lejano el continente del inkaísmo. Val-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

254


delomar había guardado, en sus actitudes más ególatras, su humorismo.<br />

Hidalgo, un poco tieso aún dentro de su chaqué arequipeño, no tenía la<br />

misma agilidad para la sonrisa. El gesto “colónida” en él era patético. Pero<br />

Hidalgo, en cambio, iba a aportar a nuestra renovación literaria, quizá por<br />

su misma bronca virginidad de provinciano, a quien la urbe no había aflojado,<br />

un gusto viril por la mecánica, el maquinismo, el rascacielos, la velocidad,<br />

etc. Si con Valdelomar incorporamos en nuestra sensibilidad, antes<br />

estragada por el espeso chocolate escolástico, a D’Annunzio, con Hidalgo<br />

asimilamos a Marinetti, explosivo, trepidante, camorrista. Hidalgo, panfletista<br />

y lapidario, continuaba, desde otro punto de vista, la línea de González<br />

Prada y More. Era un personaje excesivo para un público sedentario<br />

y reumático. La fuerza centrífuga y secesionista que lo empuja, se lo llevó<br />

de aquí en un torbellino.<br />

Hoy Hidalgo es, aunque no se mueva de un barrio de Buenos Aires,<br />

un poeta del idioma. Apenas si, como antecedente, se puede hablar de sus<br />

aventuras de poeta local. Creciendo, creciendo, ha adquirido efectiva estatura<br />

americana. Su literatura tiene circulación y cotización en todos los<br />

mercados del mundo hispano. Como siempre, su arte es de secesión. El<br />

clima austral ha temperado y robustecido sus nervios un poco tropicales,<br />

que conocen todos los grados de la literatura y todas las latitudes de la<br />

imaginación. Pero Hidalgo está –como no podía dejar de estar– en la vanguardia.<br />

Se siente –según sus palabras–, en la izquierda de la izquierda.<br />

Esto quiere decir, ante todo, que Hidalgo ha visitado las diversas<br />

estaciones y recorrido los diversos caminos del arte ultramoderno. La experiencia<br />

vanguardista le es, íntegramente, familiar. De esta gimnasia incesante,<br />

ha sacado una técnica poética depurada de todo rezago sospechoso.<br />

Su expresión es límpida, bruñida, certera, desnuda. El lema de su<br />

arte es este: “simplismo”.<br />

Pero Hidalgo, por su espíritu está, sin quererlo y sin saberlo, en la última<br />

estación romántica. En muchos versos suyos, encontramos la confesión<br />

de su individualismo absoluto. De todas las tendencias literarias contemporáneas,<br />

el unanimismo es, evidentemente, la más extraña y ausente<br />

de su poesía. Cuando logra su más alto acento de lírico puro, se evade a<br />

veces de su egocentrismo. Así, por ejemplo, cuando dice: “Soy apretón de<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

255


manos a todo lo que vive. / Poseo plena la vecindad del mundo”. Mas con<br />

estos versos empieza su poema “Envergadura del anarquista” que es la<br />

más sincera y lírica efusión de su individualismo. Y desde el segundo verso,<br />

la idea de “vecindad del mundo” acusa el sentimiento de secesión y de<br />

soledad.<br />

El romanticismo –entendido como movimiento literario y artístico,<br />

anexo a la revolución burguesa– se resuelve, conceptual y sentimentalmente,<br />

en individualismo. El simbolismo, el decadentismo, no han sido<br />

sino estaciones románticas. Y lo han sido también las escuelas modernistas<br />

en los artistas que no han sabido escapar al subjetivismo excesivo de la<br />

mayor parte de sus proposiciones.<br />

Hay un síntoma sustantivo en el arte individualista, que indica, mejor<br />

que ningún otro, un proceso de disolución: el empeño con que cada arte, y<br />

hasta cada elemento artístico, reivindica su autonomía. Hidalgo es uno de<br />

los que más radicalmente adhieren a este empeño, si nos atenemos a su tesis<br />

del “poema de varios lados”. “Poema en el que cada uno de sus versos constituye<br />

un ser libre, a pesar de hallarse al servicio de una idea o de una emoción<br />

centrales”. Tenemos así proclamada, categóricamente, la autonomía,<br />

la individualidad del verso. La estética del anarquista no podía ser otra.<br />

Políticamente, históricamente, el anarquismo es, como está averiguado,<br />

la extrema izquierda del liberalismo. Entra, por tanto, a pesar de todas<br />

las protestas inocentes o interesadas, en el orden ideológico burgués. El<br />

anarquista, en nuestro tiempo, puede ser un revolté, pero no es, históricamente,<br />

un revolucionario.<br />

Hidalgo –aunque lo niegue– no ha podido sustraerse a la emoción revolucionaria<br />

de nuestro tiempo cuando ha escrito su Ubicación de Lenin y<br />

su Biografía de la palabra revolución. En el prefacio de su último libro Descripción<br />

del cielo, la visión subjetiva lo hace, sin embargo, escribir que el<br />

primero “es un poema de exaltación, de pura lírica, no de doctrina” y que<br />

“Lenin ha sido un pretexto para crear como pudo serlo una montaña, un<br />

río o una máquina”, y que “Biografía de la palabra revolución, es un elogio<br />

de la revolución pura, de la revolución en sí, cualquiera que sea la causa<br />

que la dicte”. La revolución pura, la revolución en sí, querido Hidalgo, no<br />

existe para la historia y, no existe tampoco para la poesía. La revolución<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

256


pura es una abstracción. Existen la revolución liberal, la revolución socialista,<br />

otras revoluciones. No existe la revolución pura, como cosa histórica<br />

ni como tema poético.<br />

De las tres categorías primarias en que, por comodidad de clasificación<br />

y de crítica, cabe, a mi juicio, dividir la poesía de hoy –lírica pura, disparate<br />

absoluto y épica revolucionaria–, Hidalgo siente, sobre todo, la<br />

primera; y aquí está su fuerza más grande, la que le ha dado sus más bellos<br />

poemas. El poema a Lenin es una creación lírica. (Hidalgo se engaña sólo<br />

en cuanto se supone ajeno a la emoción histórica). Este poema, que ha salvado<br />

íntegramente todos los riesgos profesionales, es a la vez de una gran<br />

pureza poética. Lo trascribiría entero, si estos versos no bastasen:<br />

En el corazón de los obreros su nombre se levanta antes que el sol.<br />

Lo bendicen los carretes de hilo<br />

desde lo alto de los mástiles<br />

de todas las máquinas de coser<br />

Pianos de la época las máquinas de escribir tocan sonatas en su honor.<br />

Es el descanso automático<br />

que hace leve el andar del vendedor ambulante<br />

Cooperativa general de esperanzas<br />

Su pregón cae en la alcancía de los humildes<br />

ayudando a pagar la casa a plazos<br />

Horizonte hacia el que se abre la ventana del pobre<br />

Colgado del badajo del sol<br />

golpea en los metales de la tarde<br />

para que salgan a las 17 los trabajadores.<br />

Su lirismo salva a Hidalgo de caer en un arte excesivamente cerebral,<br />

subjetivo, nihilista. No es posible dudar de él, capaz de recrearse en este<br />

“Dibujo del niño”:<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

257


Infancia pueblo de los recuerdos<br />

tomo el tranvía para irme a él.<br />

La evasión de las cosas se inicia con terquedad de aceite que se esparce<br />

El suelo no está aquí<br />

Pasa una nube y borra el cielo<br />

Desaparecen aire y luz y esto queda vacío.<br />

Entonces sales de un brinco del fondo inabordable de mi olvido<br />

Fue en el recodo de una tarde señalado de luz por tu silueta<br />

Una emoción sin nombre tenía encadenadas nuestras manos<br />

Tus miradas convocaban mi beso<br />

Pero tu risa río entre los dos corría separándonos niña<br />

Y yo desde mi orilla te postergué hasta el sueño.<br />

Ahora tengo treinta años menos de los que me entregaron para darte<br />

Si tú has muerto yo guardo este paisaje de mi corazón pintado en ti.<br />

El disparate, –si enjuiciamos la actualidad de Hidalgo por Descripción<br />

del cielo–, desaparece casi completamente de su poesía. Es, más bien, uno<br />

de los elementos de su prosa; y nunca es, en verdad, disparate absoluto.<br />

Carece de su incoherencia alucinada: tiende, más bien, al disparate lógico,<br />

racional. La épica revolucionaria –que anuncia un nuevo romanticismo<br />

indemne del individualismo del que termina– no se concilia con su temperamento<br />

ni con su vida, violentamente anárquicos.<br />

A su individualismo exasperado, debe Hidalgo su dificultad para el<br />

cuento o la novela. Cuando los intenta, se mueve dentro de un género que<br />

exige la extraversión del artista. Los cuentos de Hidalgo son los de un artista<br />

intravertido. Sus personajes aparecen esquemáticos, artificiales, mecánicos.<br />

Le sobra a su creación, hasta cuando es más fantástica, la excesiva,<br />

intolerante y tiránica presencia del artista, que se niega a dejar vivir a<br />

sus criaturas por su propia cuenta, porque pone demasiado en todas ellas<br />

su individualidad y su intención.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

258


XIV. CÉSAR VALLEJO<br />

El primer libro de César Vallejo, Los heraldos negros, es el orto de una nueva<br />

poesía en el Perú. No exagera, por fraterna exaltación, Antenor Orrego,<br />

cuando afirma que “a partir de este sembrador se inicia una nueva época de<br />

la libertad, de la autonomía poética, de la vernácula articulación verbal”*.<br />

Vallejo es el poeta de una estirpe, de una raza. En Vallejo se encuentra,<br />

por primera vez en nuestra literatura, sentimiento indígena virginalmente<br />

expresado. Melgar –signo larvado, frustrado– en sus yaravíes es aún un<br />

prisionero de la técnica clásica, un gregario de la retórica española. Vallejo,<br />

en cambio, logra en su poesía un estilo nuevo. El sentimiento indígena<br />

tiene en sus versos una modulación propia. Su canto es íntegramente<br />

suyo. Al poeta no le basta traer un mensaje nuevo. Necesita traer una técnica<br />

y un lenguaje nuevos también. Su arte no tolera el equívoco y artificial<br />

dualismo de la esencia y la forma. “La derogación del viejo andamiaje retórico<br />

–remarca certeramente Orrego– no era un capricho o arbitrariedad<br />

del poeta, era una necesidad vital. Cuando se comienza a comprender la<br />

obra de Vallejo, se comienza a comprender también la necesidad de una<br />

técnica renovada y distinta”**.<br />

El sentimiento indígena es en Melgar algo que se vislumbra sólo en el<br />

fondo de sus versos; en Vallejo es algo que se ve aflorar plenamente al verso<br />

mismo cambiando su estructura. En Melgar no es sino el acento; en<br />

Vallejo es el verbo. En Melgar, en fin, no es sino queja erótica; en Vallejo es<br />

empresa metafísica. Vallejo es un creador absoluto. Los heraldos negros<br />

podía haber sido su obra única. No por eso Vallejo habría dejado de inaugurar<br />

en el proceso de nuestra literatura una nueva época. En estos versos<br />

del pórtico de Los heraldos negros principia acaso la poesía peruana. (Peruana,<br />

en el sentido de indígena).<br />

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!<br />

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,<br />

la resaca de todo lo sufrido<br />

se empozara en el alma… Yo no sé!<br />

* Antenor Orrego, Panoramas, ensayo sobre César Vallejo 216 .<br />

** Orrego, op. cit.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

259


Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras<br />

en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.<br />

Serán talvez los potros de bárbaros atilas;<br />

o los heraldos negros que nos manda la Muerte.<br />

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,<br />

de alguna fe adorable que el Destino blasfema.<br />

Esos golpes sangrientos son las crepitaciones<br />

de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.<br />

Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como<br />

cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;<br />

vuelve los ojos locos, y todo lo vivido<br />

se empoza, como un charco de culpa, en la mirada.<br />

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!<br />

Clasificado dentro de la literatura mundial, este libro, Los heraldos<br />

negros, pertenece parcialmente, por su título verbigracia, al ciclo simbolista.<br />

Pero el simbolismo es de todos los tiempos. El simbolismo, de otro<br />

lado, se presta mejor que ningún otro estilo a la interpretación del espíritu<br />

indígena. El indio, por animista y por bucólico, tiende a expresarse en<br />

símbolos e imágenes antropomórficas o campesinas. Vallejo además no es<br />

sino en parte simbolista. Se encuentra en su poesía –sobre todo de la primera<br />

manera– elementos de simbolismo, tal como se encuentra elementos<br />

de expresionismo, de dadaísmo y de suprarrealismo. El valor sustantivo<br />

de Vallejo es el creador. Su técnica está en continua elaboración. El procedimiento,<br />

en su arte, corresponde a un estado de ánimo. Cuando Vallejo<br />

en sus comienzos toma en préstamo, por ejemplo, su método a Herrera y<br />

Reissig, lo adapta a su personal lirismo.<br />

Mas lo fundamental, lo característico en su arte es la nota india. Hay<br />

en Vallejo un americanismo genuino y esencial; no un americanismo descriptivo<br />

o localista. Vallejo no recurre al folklore. La palabra quechua, el<br />

giro vernáculo no se injertan artificiosamente en su lenguaje; son en él<br />

producto espontáneo, célula propia, elemento orgánico. Se podría decir<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

260


que Vallejo no elige sus vocablos. Su autoctonismo no es deliberado. Vallejo<br />

no se hunde en la tradición, no se interna en la historia, para extraer<br />

de su oscuro substractum perdidas emociones. Su poesía y su lenguaje<br />

emanan de su carne y su ánima. Su mensaje está en él. El sentimiento indígena<br />

obra en su arte quizá sin que él lo sepa ni lo quiera.<br />

Uno de los rasgos más netos y claros del indigenismo de Vallejo me parece<br />

su frecuente actitud de nostalgia. Valcárcel, a quien debemos tal vez la<br />

más cabal interpretación del alma autóctona, dice que la tristeza del indio<br />

no es sino nostalgia. Y bien, Vallejo es acendradamente nostálgico. Tiene la<br />

ternura de la evocación. Pero la evocación en Vallejo es siempre subjetiva.<br />

No se debe confundir su nostalgia concebida con tanta pureza lírica con la<br />

nostalgia literaria de los pasadistas. Vallejo es nostalgioso, pero no meramente<br />

retrospectivo. No añora el Imperio como el pasadismo perricholesco<br />

añora el Virreinato. Su nostalgia es una protesta sentimental o una protesta<br />

metafísica. Nostalgia de exilio; nostalgia de ausencia.<br />

Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita<br />

de junco y capulí;<br />

ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita<br />

la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.<br />

(“Idilio muerto”, Los heraldos negros)<br />

Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa,<br />

donde nos haces una falta sin fondo!<br />

Me acuerdo que jugábamos esta hora, y que mamá<br />

nos acariciaba: “Pero hijos…”<br />

(“A mi hermano Miguel”, Los heraldos negros)<br />

He almorzado solo ahora, y no he tenido<br />

madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,<br />

ni padre que en el facundo ofertorio<br />

de los choclos, pregunte para su tardanza<br />

de imagen, por los broches mayores del sonido.<br />

(XXVIII, Trilce)<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

261


Se acabó el extraño, con quien, tarde<br />

la noche, regresabas parla y parla.<br />

Ya no habrá quien me aguarde,<br />

dispuesto mi lugar, bueno lo malo.<br />

Se acabó la calurosa tarde;<br />

tu gran bahía y tu clamor; la charla<br />

con tu madre acabada<br />

que nos brindaba un té lleno de tarde.<br />

(XXXIV, Trilce)<br />

Otras veces Vallejo presiente o predice la nostalgia que vendrá:<br />

Ausente! La mañana en que a la playa<br />

del mar de sombra y del callado imperio,<br />

como un pájaro lúgubre me vaya,<br />

será el blanco panteón tu cautiverio.<br />

(“Ausente”, Los heraldos negros)<br />

Verano, ya me voy. Y me dan pena<br />

las manitas sumisas de tus tardes.<br />

Llegas devotamente; llegas viejo;<br />

y ya no encontrarás en mi alma a nadie.<br />

(“Verano”, Los heraldos negros)<br />

Vallejo interpreta a la raza en un instante en que todas sus nostalgias,<br />

punzadas por un dolor de tres siglos, se exacerban. Pero –y en esto se<br />

identifica también un rasgo del alma india–, sus recuerdos están llenos de<br />

esa dulzura de maíz tierno que Vallejo gusta melancólicamente cuando<br />

nos habla del “facundo ofertorio de los choclos”.<br />

Vallejo tiene en su poesía el pesimismo del indio. Su hesitación, su<br />

pregunta, su inquietud, se resuelven escépticamente en un “¡para qué!”.<br />

En este pesimismo se encuentra siempre un fondo de piedad humana. No<br />

hay en él nada de satánico ni de morboso. Es el pesimismo de un ánima<br />

que sufre y expía “la pena de los hombres” como dice Pierre Hamp. Care-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

262


ce este pesimismo de todo origen literario. No traduce una romántica desesperanza<br />

de adolescente turbado por la voz de Leopardi o de Schopenhauer.<br />

Resume la experiencia filosófica, condensa la actitud espiritual de<br />

una raza, de un pueblo. No se le busque parentesco ni afinidad con el nihilismo<br />

o el escepticismo intelectualista de Occidente. El pesimismo de Vallejo,<br />

como el pesimismo del indio, no es un concepto sino un sentimiento.<br />

Tiene una vaga trama de fatalismo oriental que lo aproxima, más bien, al<br />

pesimismo cristiano y místico de los eslavos. Pero no se confunde nunca<br />

con esa neurastenia angustiada que conduce al suicidio a los lunáticos personajes<br />

de Andreiev y Arzibachev. Se podría decir que así como no es un<br />

concepto, tampoco es una neurosis.<br />

Este pesimismo se presenta lleno de ternura y caridad. Y es que no lo<br />

engendra un egocentrismo, un narcisismo, desencantados y exasperados,<br />

como en casi todos los casos del ciclo romántico. Vallejo siente todo el<br />

dolor humano. Su pena no es personal. Su alma “está triste hasta la muerte”<br />

de la tristeza de todos los hombres.Y de la tristeza de Dios. Porque<br />

para el poeta no sólo existe la pena de los hombres. En estos versos nos<br />

habla de la pena de Dios:<br />

Siento a Dios que camina<br />

tan en mí, con la tarde y con el mar.<br />

Con él nos vamos juntos. Anochece.<br />

Con él anochecemos. Orfandad…<br />

Pero yo siento a Dios. Y hasta parece<br />

que él me dicta no sé qué buen color.<br />

Como un hospitalario, es bueno y triste;<br />

mustia un dulce desdén de enamorado:<br />

debe dolerle mucho el corazón.<br />

Oh, Dios mío, recién a ti me llego,<br />

hoy que amo tanto en esta tarde; hoy<br />

que en la falsa balanza de unos senos,<br />

miro y lloro una frágil Creación.<br />

Y tú, cuál llorarás… tú, enamorado<br />

de tanto enorme seno girador…<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

263


Yo te consagro Dios, porque amas tanto;<br />

porque jamás sonríes; porque siempre<br />

debe dolerte mucho el corazón.<br />

Otros versos de Vallejo niegan esta intuición de la divinidad. En “Los<br />

dados eternos” el poeta se dirige a Dios con amargura rencorosa. “Tú que<br />

estuviste siempre bien, no sientes nada de tu creación”. Pero el verdadero<br />

sentimiento del poeta, hecho siempre de piedad y de amor, no es éste.<br />

Cuando su lirismo, exento de toda coerción racionalista, fluye libre y generosamente,<br />

se expresa en versos como éstos, los primeros que hace diez<br />

años me revelaron el genio de Vallejo:<br />

El suertero que grita “La de a mil”<br />

contiene no sé qué fondo de Dios.<br />

Pasan todos los labios. El hastío<br />

despunta en una arruga su yanó.<br />

Pasa el suertero que atesora, acaso<br />

nominal, como Dios,<br />

entre panes tantálicos, humana<br />

impotencia de amor.<br />

Yo le miro al andrajo. Y él pudiera<br />

darnos el corazón;<br />

pero la suerte aquella que en sus manos<br />

aporta, pregonando en alta voz,<br />

como un pájaro cruel, irá a parar<br />

adonde no lo sabe ni lo quiere<br />

este bohemio dios.<br />

Y digo en este viernes tibio que anda<br />

a cuestas bajo el sol:<br />

¡por qué se habrá vestido de suertero<br />

la voluntad de Dios!<br />

“El poeta –escribe Orrego– habla individualmente, particulariza el<br />

lenguaje, pero piensa, siente y ama universalmente”. Este gran lírico, este<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

264


gran subjetivo, se comporta como un intérprete del universo, de la humanidad.<br />

Nada recuerda en su poesía la queja egolátrica y narcisista del<br />

romanticismo. El romanticismo del siglo XIX fue esencialmente individualista;<br />

el romanticismo del novecientos es, en cambio, espontánea y lógicamente<br />

socialista, unanimista. Vallejo, desde este punto de vista, no<br />

sólo pertenece a su raza, pertenece también a su siglo, a su evo*.<br />

Es tanta su piedad humana que a veces se siente responsable de una<br />

parte del dolor de los hombres. Y entonces se acusa a sí mismo. Lo asalta<br />

el temor, la congoja de estar también él, robando a los demás:<br />

Todos mis huesos son ajenos;<br />

yo talvez los robé!<br />

Yo vine a darme lo que acaso estuvo<br />

asignado para otro;<br />

y pienso que, si no hubiera nacido,<br />

otro pobre tomara este café!<br />

Yo soy un mal ladrón… A dónde iré!<br />

Y en esta hora fría, en que la tierra<br />

trasciende a polvo humano y es tan triste,<br />

quisiera yo tocar todas las puertas,<br />

y suplicar a no sé quién, perdón,<br />

y hacerle pedacitos de pan fresco<br />

aquí, en el horno de mi corazón…!<br />

La poesía de Los heraldos negros es así siempre. El alma de Vallejo se<br />

da entera al sufrimiento de los pobres.<br />

Arriero, vas fabulosamente vidriado de sudor.<br />

La Hacienda Menocucho<br />

cobra mil sinsabores diarios por la vida.<br />

* Jorge Basadre juzga que en Trilce, Vallejo emplea una nueva técnica, pero que sus motivos<br />

continúan siendo románticos. Pero la más alquitarada “nueva poesía”, en la medida<br />

en que extrema su subjetivismo, también es romántica, como observo a propósito de Hidalgo.<br />

En Vallejo hay, ciertamente, mucho de viejo romanticismo y decadentismo hasta<br />

Trilce, pero el mérito de su poesía se valora por los grados en que supera y trasciende esos<br />

residuos. Además, convendría entenderse previamente sobre el término romanticismo.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

265


Este arte señala el nacimiento de una nueva sensibilidad. Es un arte<br />

nuevo, un arte rebelde, que rompe con la tradición cortesana de una literatura<br />

de bufones y lacayos. Este lenguaje es el de un poeta y un hombre.<br />

El gran poeta de Los heraldos negros y de Trilce –ese gran poeta que ha<br />

pasado ignorado y desconocido por las calles de Lima tan propicias y rendidas<br />

a los laureles de los juglares de feria– se presenta, en su arte, como un<br />

precursor del nuevo espíritu, de la nueva conciencia.<br />

Vallejo, en su poesía, es siempre un alma ávida de infinito, sedienta de<br />

verdad. La creación en él es, al mismo tiempo, inefablemente dolorosa y<br />

exultante. Este artista no aspira sino a expresarse pura e inocentemente.<br />

Se despoja, por eso, de todo ornamento retórico, se desviste de toda vanidad<br />

literaria. Llega a la más austera, a la más humilde, a la más orgullosa<br />

sencillez en la forma. Es un místico de la pobreza que se descalza para que<br />

sus pies conozcan desnudos la dureza y la crueldad de su camino. He aquí<br />

lo que escribe a Antenor Orrego después de haber publicado Trilce: “El<br />

libro ha nacido en el mayor vacío. Soy responsable de él. Asumo toda la<br />

responsabilidad de su estética. Hoy, y más que nunca quizás, siento gravitar<br />

sobre mí, una hasta ahora desconocida obligación sacratísima, de<br />

hombre y de artista: ¡la de ser libre! Si no he de ser hoy libre, no lo seré jamás.<br />

Siento que gana el arco de mi frente su más imperativa fuerza de heroicidad.<br />

Me doy en la forma más libre que puedo y ésta es mi mayor cosecha<br />

artística. ¡Dios sabe hasta dónde es cierta y verdadera mi libertad!<br />

¡Dios sabe cuánto he sufrido para que el ritmo no traspasara esa libertad y<br />

cayera en libertinaje! ¡Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he<br />

asomado, colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo<br />

para que mi pobre ánima viva!”. Este es inconfundiblemente el acento<br />

de un verdadero creador, de un auténtico artista. La confesión de su sufrimiento<br />

es la mejor prueba de su grandeza.<br />

XV. ALBERTO GUILLÉN<br />

Alberto Guillén heredó de la generación “colónida” el espíritu iconoclasta<br />

y ególatra. Extremó en su poesía la exaltación paranoica del yo. Pero, a<br />

tono con el nuevo estado de ánimo que maduraba ya, tuvo su poesía un<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

266


acento viril. Extraño a los venenos de la urbe, Guillén discurrió, con rústico<br />

y pánico sentimiento, por los caminos del agro y la égloga. Enfermo de<br />

individualismo y nietzschanismo, se sintió un superhombre. En Guillén la<br />

poesía peruana renegaba, un poco desgarbada pero oportuna y definitivamente,<br />

sus surtidores y sus fontanas.<br />

Pertenecen a este momento de Guillén Belleza humilde y Prometeo.<br />

Pero es en Deucalión donde el poeta encuentra su equilibrio y realiza su<br />

personalidad. Clasifico Deucalión entre los libros que más alta y puramente<br />

representan la lírica peruana de la primera centuria. En Deucalión no<br />

hay un bardo que declama en un tinglado ni un trovador que canta una<br />

serenata. Hay un hombre que sufre, que exulta, que afirma, que duda y<br />

que niega. Un hombre henchido de pasión, de ansia, de anhelo. Un hombre,<br />

sediento de verdad, que sabe que “nuestro destino es hallar el camino<br />

que lleva al Paraíso”. Deucalión es la canción de la partida:<br />

¿Hacia dónde?<br />

¡No importa! La Vida esconde<br />

mundos en germen<br />

que aún falta descubrir:<br />

Corazón, es hora de partir<br />

hacia los mundos que duermen!<br />

Este nuevo caballero andante no vela sus armas en ninguna venta. No<br />

tiene rocín ni escudero ni armadura. Camina desnudo y grave como el<br />

“Juan Bautista” de Rodin:<br />

Ayer salí desnudo<br />

a retar al Destino<br />

el orgullo de escudo<br />

y yelmo el de Mambrino.<br />

Pero la tensión de la vigilia de espera ha sido demasiado dura para sus<br />

nervios jóvenes. Y, luego, la primera aventura, como la de Don Quijote, ha<br />

sido desventurada y ridícula. El poeta, además, nos revela su flaqueza des-<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

267


de esta jornada. No está bastante loco para seguir la ruta de Don Quijote,<br />

insensible a las burlas del destino. Lleva acurrucado en su propia alma al<br />

maligno Sancho con sus refranes y sus sarcasmos. Su ilusión no es absoluta.<br />

Su locura no es cabal. Percibe el lado grotesco, el flanco cómico de su<br />

andanza. Y, por consiguiente, fatigado, vacilante, se detiene para interrogar<br />

a todas las esfinges y a todos los enigmas.<br />

¿Para qué te das corazón,<br />

para qué te das,<br />

si no has de hallar tu ilusión<br />

jamás?<br />

Pero la duda, que roe el corazón del poeta, no puede aún prevalecer<br />

sobre su esperanza. El poema tiene mucha sed de infinito. Su ilusión está<br />

herida; pero todavía logra ser imperativa y perentoria. Este soneto resume<br />

entero el episodio:<br />

A mitad del camino<br />

pregunté, como Dante:<br />

¿sabes tú mi destino,<br />

mi ruta, caminante?<br />

Como un eco un pollino<br />

me respondió hilarante,<br />

pero el buen peregrino<br />

me señaló adelante;<br />

luego se alzó en mí mismo<br />

una voz de heroísmo<br />

que me dijo: —¡Marchad!<br />

Y yo arrojé mi duda<br />

y, en mi mano, desnuda,<br />

llevo mi voluntad.<br />

No es tan fuerte siempre el caminante. El diablo lo tienta a cada paso.<br />

La duda, a pesar suyo, empieza a filtrarse sagazmente en su conciencia,<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

268


emponzoñándola y aflojándola. Guillén conviene con el diablo en que<br />

“no sabemos si tiene razón Quijote o Panza”. Mina su voluntad una filosofía<br />

relativista y escéptica. Su gesto se vuelve un poco inseguro y desconfiado.<br />

Entre la Nada y el Mito, su impulso vital lo conduce al Mito. Pero<br />

Guillén conoce ya su relatividad. La duda es estéril. La fe es fecunda. Sólo<br />

por esto Guillén se decide por el camino de la fe. Su quijotismo ha perdido<br />

su candor y su pureza. Se ha tornado pragmatista. “Piensa que te conviene/<br />

no perder la esperanza”. Esperar, creer, es una cuestión de conveniencia<br />

y de comodidad. Nada importa que luego esta intuición se precise en<br />

términos más nobles: “Y, mejor, no razones, más valen ilusiones que la razón<br />

más fuerte”.<br />

Pero todavía el poeta recupera, de rato en rato, su divina locura. Todavía<br />

está encendida su alucinación. Todavía es capaz de expresarse con<br />

una pasión sobrehumana:<br />

Igual que el viejo Pablo<br />

fue postrado en el suelo,<br />

me ha mordido el venablo<br />

del infinito anhelo:<br />

por eso, en lo que os hablo,<br />

pongo el ansia del vuelo<br />

yo he de ayudar al Diablo<br />

a conquistar el Cielo.<br />

Y, en este admirable soneto, grávido de emoción, religioso en su acento,<br />

el poeta formula su evangelio:<br />

Desnuda el corazón<br />

de toda vanidad<br />

y pon tu voluntad<br />

donde esté tu ilusión;<br />

opón tu puño, opón<br />

toda tu libertad<br />

contra el viejo aluvión<br />

de la Fatalidad;<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

269


y que tus pensamientos,<br />

como los elementos<br />

destrocen toda brida,<br />

como se abre el grano<br />

a pesar del gusano<br />

y del lodo a la vida.<br />

La raíz de esta poesía está a veces en Nietzsche, a veces en Rodó, a veces<br />

en Unamuno; pero la flor, la espiga, el grano, son de Guillén. No es<br />

posible discutirle ni contestarle su propiedad. El pensamiento y la forma<br />

se consustancian, se identifican totalmente en Deucalión. La forma es<br />

como el pensamiento, desnuda, plástica, tensa, urgente. Colérica y serena<br />

al mismo tiempo. (Una de las cosas que yo amo más en Deucalión es, precisamente,<br />

su prescindencia casi absoluta de decorado y de indumento; su<br />

voluntario y categórico renunciamiento a lo ornamental y a lo retórico).<br />

Deucalión, es una diana. Es un orto. En Deucalión parte un hombre, mozo<br />

y puro todavía, en busca de Dios o a la conquista del mundo.<br />

Mas, en su camino, Guillén se corrompe. Peca por vanidad y por soberbia.<br />

Olvida la meta ingenua de su juventud. Pierde su inocencia. El espectáculo<br />

y las emociones de la civilización urbana y cosmopolita enervan<br />

y relajan su voluntad. Su poesía se contagia del humor negativo y corrosivo<br />

de la literatura de Occidente. Guillén deviene socarrón, befardo, cínico,<br />

ácido. Y el pecado trae la expiación. Todo lo que es posterior a Deucalión<br />

es también inferior. Lo que le falta de intensidad humana le falta,<br />

igualmente, de significación artística. El libro de las parábolas y La imitación<br />

de Nuestro Señor Yo 217 encierran muchos aciertos; pero son libros<br />

irremediablemente monótonos. Me hacen la impresión de productos de<br />

retorta. El escepticismo y el egotismo de Guillén destilan ahí, acompasadamente,<br />

una gota, otra gota. Tantas gotas, dan una página; tantas páginas<br />

y un prólogo, dan un libro.<br />

El lado, el contorno de esta actitud de Guillén más interesante es su<br />

relativismo. Guillén se entretiene en negar la realidad del yo, del individuo.<br />

Pero su testimonio es recusable. Porque tal vez, Guillén razona se-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

270


gún su experiencia personal: “Mi personalidad, como yo la soñé, como yo<br />

la entreví, no se ha realizado; luego la personalidad no existe”.<br />

En La imitación de Nuestro Señor Yo, el pensamiento de Guillén es pirandelliano.<br />

He aquí algunas pruebas:<br />

“El, ella, todos existen, pero en ti”. “Soy todos los hombres en mí”.<br />

“¿Mis contradicciones no son una prueba de que llevo en mí a muchos hombres?”.<br />

“Mentira. Ellos no mueren: como nosotros que morimos en ellos”.<br />

Estas líneas contienen algunas briznas de la filosofía del Uno, ninguno,<br />

cien mil de Pirandello.<br />

No creo, sin embargo, que Guillén, si persevera por esta ruta, llegue a<br />

clasificarse entre los especímenes de la literatura humorista y cosmopolita<br />

de Occidente. Guillén, en el fondo, es un poeta un poco rural y franciscano.<br />

No toméis al pie de la letra sus blasfemias. Muy adentro del alma,<br />

guarda un poco de romanticismo de provincia. Su psicología tiene muchas<br />

raíces campesinas. Permanece, íntimamente, extraña al espíritu<br />

quintaesenciado de la urbe. Cuando se lee a Guillén se advierte, en seguida,<br />

que no consigue manejar con destreza el artificio.<br />

El título del último libro de Guillén Laureles resume la segunda fase<br />

de su literatura y de su vida. Por conquistar estos y otros laureles, que él<br />

mismo secretamente desdeña, ha luchado, ha sufrido, ha peleado. El camino<br />

del laurel lo ha desviado del camino del Cielo. En la adolescencia su<br />

ambición era más alta. ¿Se contenta ahora de algunos laureles municipales<br />

o académicos? 218 .<br />

Yo coincido con Gabriel Alomar en acusar a Guillén de sofocar al<br />

poeta de Deucalión con sus propias manos. A Guillén lo pierde la impaciencia.<br />

Quiere laureles a toda costa. Pero los laureles no perduran. La<br />

gloria se construye con materiales menos efímeros. Y es para los que logran<br />

renunciar a sus falaces y ficticias anticipaciones. El deber del artista<br />

es no traicionar su destino. La impaciencia en Guillén se resuelve en abundancia.<br />

Y la abundancia es lo que más perjudica y disminuye el mérito de<br />

su obra que, en los últimos tiempos, aunque adopte en verso la moda vanguardista,<br />

se resiente de cansancio, de desgano y de repetición de sus primeros<br />

motivos.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

271


XVI. MAGDA PORTAL<br />

Magda Portal es ya otro valor-signo en el proceso de nuestra literatura.<br />

Con su advenimiento le ha nacido al Perú su primera poetisa. Porque hasta<br />

ahora habíamos tenido sólo mujeres de letras, de las cuales una que otra<br />

con temperamento artístico o más específicamente literario. Pero no habíamos<br />

tenido propiamente una poetisa.<br />

Conviene entenderse sobre el término. La poetisa es hasta cierto punto,<br />

en la historia de la civilización occidental, un fenómeno de nuestra<br />

época. Las épocas anteriores produjeron sólo poesía masculina. La de las<br />

mujeres también lo era, pues se contentaba con ser una variación de sus<br />

temas líricos o de sus motivos filosóficos. La poesía que no tenía el signo<br />

del varón, no tenía tampoco el de la mujer –virgen, hembra, madre. Era<br />

una poesía asexual. En nuestra época, las mujeres ponen al fin en su poesía<br />

su propia carne y su propio espíritu. La poetisa es ahora aquella que crea<br />

una poesía femenina. Y desde que la poesía de la mujer se ha emancipado<br />

y diferenciado espiritualmente de la del hombre, las poetisas tienen una<br />

alta categoría en el elenco de todas las literaturas. Su existencia es evidente<br />

e interesante a partir del momento en que ha empezado a ser distinta.<br />

En la poesía de Hispanoamérica, dos mujeres, Gabriela Mistral y Juana<br />

de Ibarbourou, acaparan desde hace tiempo más atención que ningún<br />

otro poeta de su tiempo. Delmira Agustini tiene en su país y en América<br />

larga y noble descendencia. Al Perú ha traído su mensaje Blanca Luz<br />

Brum. No se trata de casos solitarios y excepcionales. Se trata de un vasto<br />

fenómeno, común a todas las literaturas. La poesía, un poco envejecida en<br />

el hombre, renace rejuvenecida en la mujer.<br />

Un escritor de brillantes intuiciones, Félix del Valle, me decía un día,<br />

constatando la multiplicidad de poetisas de mérito en el mundo, que el<br />

cetro de la poesía había pasado a la mujer. Con su humorismo ingénito formulaba<br />

así su proposición: “La poesía deviene un oficio de mujeres”. Esta<br />

es sin duda una tesis extrema. Pero lo cierto es que la poesía que, en los<br />

poetas, tiende a una actitud nihilista, deportiva, escéptica, en las poetisas<br />

tiene frescas raíces y cándidas flores. Su acento acusa más élan vital, más<br />

fuerza biológica.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

272


Magda Portal no es aún bastante conocida y apreciada en el Perú ni en<br />

Hispanoamérica. No ha publicado sino un libro de prosa: El derecho de<br />

matar (La Paz, 1926) y un libro de versos: Una esperanza y el mar (Lima,<br />

1927). El derecho de matar nos presenta casi sólo uno de sus lados: ese<br />

espíritu rebelde y ese mesianismo revolucionario que testimonian incontestablemente<br />

en nuestros días la sensibilidad histórica de un artista. Además,<br />

en la prosa de Magda Portal se encuentra siempre un girón de su<br />

magnífico lirismo. “El poema de la cárcel”, “La sonrisa de Cristo” y “Círculos<br />

violeta” –tres poemas de este volumen– tienen la caridad, la pasión y<br />

la ternura exaltada de Magda. Pero este libro no la caracteriza ni la define.<br />

El derecho de matar: título de gusto anarcoide y nihilista, en el cual no se<br />

reconoce el espíritu de Magda.<br />

Magda es esencialmente lírica y humana. Su piedad se emparenta<br />

–dentro de la autónoma personalidad de uno y otro– con la piedad de<br />

Vallejo. Así se nos presenta, en los versos de “Ánima absorta” y “Una esperanza<br />

y el mar”. Y así es seguramente. No le sienta ningún gesto de decadentismo<br />

o paradojismo novecentistas.<br />

En sus primeros versos Magda Portal es, casi siempre, la poetisa de la<br />

ternura. Y en algunos se reconoce precisamente su lirismo en su humanidad.<br />

Exenta de egolatría megalómana, de narcisismo romántico, Magda<br />

Portal nos dice: “Pequeña soy…!”.<br />

Pero, ni piedad, ni ternura solamente, en su poesía se encuentra todos<br />

los acentos de una mujer que vive apasionada y vehementemente, encendida<br />

de amor y de anhelo y atormentada de verdad y de esperanza.<br />

Magda Portal ha escrito en el frontispicio de uno de sus libros estos<br />

pensamientos de Leonardo de Vinci: “El alma, primer manantial de la<br />

vida, se refleja en todo lo que crea”. “La verdadera obra de arte es como<br />

un espejo en que se mira el alma del artista”. La fervorosa adhesión de<br />

Magda a estos principios de creación es un dato de un sentido del arte que<br />

su poesía nunca contradice y siempre ratifica.<br />

En su poesía Magda nos da, ante todo, una límpida versión de sí misma.<br />

No se escamotea, no se mistifica, no se idealiza. Su poesía es su verdad.<br />

Magda no trabaja por ofrecernos una imagen aliñada de su alma en<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

273


toilette de gala. En un libro suyo podemos entrar sin desconfianza, sin ceremonia,<br />

seguros de que no nos aguarda ningún simulacro, ninguna celada.<br />

El arte de esta honda y pura lírica, reduce al mínimo, casi a cero, la proporción<br />

de artificio que necesita para ser arte.<br />

Esta es para mí la mejor prueba del alto valor de Magda. En esta época<br />

de decadencia de un orden social –y por consiguiente de un arte– el más<br />

imperativo deber del artista es la verdad. Las únicas obras que sobrevivirán<br />

a esta crisis, serán las que constituyan una confesión y un testimonio.<br />

El perenne y oscuro contraste entre dos principios –el de vida y el de<br />

muerte– que rigen el mundo, está presente siempre en la poesía de Magda.<br />

En Magda se siente a la vez un anhelo angustiado de acabar y de no ser y un<br />

ansia de crear y de ser. El alma de Magda es un alma agónica. Y su arte traduce<br />

cabal e íntegramente las dos fuerzas que la desgarran y la impulsan.<br />

A veces triunfa el principio de vida; a veces triunfa el principio de muerte.<br />

La presencia dramática de este conflicto da a la poesía de Magda Portal<br />

una profundidad metafísica a la que arriba libremente el espíritu, por<br />

la propia ruta de su lirismo, sin apoyarse en el bastón de ninguna filosofía.<br />

También le da una profundidad psicológica que le permite registrar<br />

todas las contradictorias voces de su diálogo, de su combate, de su agonía.<br />

La poetisa logra con una fuerza extraordinaria la expresión de sí misma<br />

en estos versos admirables:<br />

Ven, bésame!...<br />

¿qué importa que algo oscuro<br />

me esté royendo el alma<br />

con sus dientes?<br />

Yo soy tuya y tú eres mío… bésame!...<br />

No lloro hoy… Me ahoga la alegría,<br />

una extraña alegría<br />

que yo no sé de dónde viene.<br />

Tú eres mío… ¿Tú eres mío?...<br />

Una puerta de hielo<br />

hay entre tú y yo: tu pensamiento.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

274


Eso que te golpea en el cerebro<br />

y cuyo martillar<br />

me escapa…<br />

Ven bésame… ¿Qué importa?...<br />

Te llamó el corazón toda la noche,<br />

y ahora que estás tú, tu carne y tu alma<br />

qué he de fijarme en lo que has hecho ayer?... ¡Qué importa!<br />

Ven, bésame… tus labios,<br />

tus ojos y tus manos…<br />

Luego… nada.<br />

Y tu alma? Y tu alma!<br />

Esta poetisa nuestra, a quien debemos saludar ya como a una de las<br />

primeras poetisas de Indoamérica, no desciende de la Ibarbourou. No<br />

desciende de la Agustini. No desciende siquiera de la Mistral, de quien,<br />

sin embargo, por cierta afinidad de acento, se le siente más próxima que<br />

de ninguna. Tiene un temperamento original y autónomo. Su secreto, su<br />

palabra, su fuerza, nacieron con ella y están en ella.<br />

En su poesía hay más dolor que alegría, hay más sombra que claridad.<br />

Magda es triste. Su impulso vital la mueve hacia la luz y la fiesta. Y Magda<br />

se siente impotente para gozarlas. Este es su drama. Pero no la amarga ni la<br />

enturbia.<br />

En “Vidrios de amor”, poema en dieciocho canciones emocionadas,<br />

toda Magda está en estos versos:<br />

con cuántas lágrimas me forjaste?<br />

he tenido tantas veces<br />

la actitud de los árboles suicidas<br />

en los caminos polvorientos y solos–<br />

secretamente, sin que lo sepas<br />

debe dolerte todo<br />

por haberme hecho así, sin una dulzura<br />

para mis ácidos dolores<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

275


de dónde vine yo con mi fiereza<br />

para conformarme?<br />

yo no conozco la alegría<br />

carroussel de niñez que no he soñado nunca<br />

ah! –y sin embargo<br />

amo de tal manera la alegría<br />

como amarán las amargas plantas<br />

un fruto dulce<br />

madre<br />

receptora alerta<br />

hoy no respondas porque te ahogarías<br />

hoy no respondas a mi llanto<br />

casi sin lágrimas<br />

hundo mi angustia en mí para mirar<br />

la rama izquierda de mi vida<br />

que no haya puesto sino amor<br />

al amasar el corazón de mi hija<br />

quisiera defenderla de mí misma<br />

como de una fiera<br />

de estos ojos delatores<br />

de esta voz desgarrada<br />

donde el insomnio hace cavernas<br />

y para ella, ser alegre, ingenua, niña<br />

como si todas las campanas de alegría<br />

sonaran en mi corazón su pascua eterna.<br />

¿Toda Magda está en estos versos? Toda Magda, no. Magda no es sólo<br />

madre, no es sólo amor. ¿Quién sabe de cuántas oscuras potencias, de<br />

cuántas contrarias verdades está hecha un alma como la suya?<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

276


XVII. <strong>LA</strong>S CORRIENTES <strong>DE</strong> HOY. EL INDIGENISMO<br />

La corriente “indigenista” que caracteriza a la nueva literatura peruana,<br />

no debe su propagación presente ni su exageración posible a las causas<br />

eventuales o contingentes que determinan comúnmente una moda literaria.<br />

Y tiene una significación mucho más profunda. Basta observar su<br />

coincidencia visible y su consanguinidad íntima con una corriente ideológica<br />

y social que recluta cada día más adhesiones en la juventud, para comprender<br />

que el indigenismo literario traduce un estado de ánimo, un estado<br />

de conciencia del Perú nuevo.<br />

Este indigenismo que está sólo en un período de germinación –falta<br />

aún un poco para que dé sus flores y sus frutos– podría ser comparado<br />

–salvadas todas las diferencias de tiempo y de espacio– al “mujikismo” de<br />

la literatura rusa pre-revolucionaria. El “mujikismo” tuvo parentesco estrecho<br />

con la primera fase de la agitación social en la cual se preparó e incubó<br />

la Revolución Rusa. La literatura “mujikista” llenó una misión histórica.<br />

Constituyó un verdadero proceso del feudalismo ruso, del cual salió<br />

éste inapelablemente condenado. La socialización de la tierra, actuada<br />

por la revolución bolchevique reconoce entre sus pródromos la novela y la<br />

poesía “mujikistas”. Nada importa que al retratar al mujik –tampoco importa<br />

si deformándolo o idealizándolo– el poeta o el novelista ruso estuvieran<br />

muy lejos de pensar en la socialización 219 .<br />

De igual modo el “constructivismo” y el “futurismo” rusos, que se<br />

complacen en la representación de máquinas, rascacielos, aviones, usinas,<br />

etc., corresponden a una época en que el proletariado urbano, después de<br />

haber creado un régimen cuyos usufructuarios son hasta ahora los campesinos,<br />

trabaja por occidentalizar Rusia llevándola a un grado máximo de<br />

industrialismo y electrificación.<br />

El “indigenismo” de nuestra literatura actual no está desconectado de<br />

los demás elementos nuevos de esta hora. Por el contrario, se encuentra<br />

articulado con ellos. El problema indígena, tan presente en la política, la<br />

economía y la sociología no puede estar ausente de la literatura y del arte.<br />

Se equivocan gravemente quienes, juzgándolo por la incipiencia o el oportunismo<br />

de pocos o muchos de sus corifeos, lo consideran, en conjunto,<br />

artificioso.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

277


Tampoco cabe dudar de su vitalidad por el hecho de que hasta ahora<br />

no ha producido una obra maestra. La obra maestra no florece sino en un<br />

terreno largamente abonado por una anónima u oscura multitud de obras<br />

mediocres. El artista genial no es ordinariamente un principio sino una conclusión.<br />

Aparece, normalmente, como el resultado de una vasta experiencia.<br />

Menos aún cabe alarmarse de episódicas exasperaciones ni de anecdóticas<br />

exageraciones. Ni unas ni otras encierran el secreto ni conducen la<br />

savia del hecho histórico. Toda afirmación necesita tocar sus límites extremos.<br />

Detenerse a especular sobre la anécdota es exponerse a quedar fuera<br />

de la historia.<br />

Esta corriente, de otro lado, encuentra un estímulo en la asimilación<br />

por nuestra literatura de elementos de cosmopolitismo. Ya he señalado la<br />

tendencia autonomista y nativista del vanguardismo en América. En la<br />

nueva literatura argentina nadie se siente más porteño que Girondo y Borges<br />

ni más gaucho que Güiraldes. En cambio quienes como Larreta permanecen<br />

enfeudados al clasicismo español, se revelan radical y orgánicamente<br />

incapaces de interpretar a su pueblo.<br />

Otro acicate, en fin, es en algunos el exotismo que, a medida que se<br />

acentúan los síntomas de decadencia de la civilización occidental, invade<br />

la literatura europea. A César Moro, a Jorge Seoane y a los demás artistas<br />

que últimamente han emigrado a París, se les pide allá temas nativos, motivos<br />

indígenas. Nuestra escultora Carmen Saco ha llevado en sus estatuas<br />

y dibujos de indios el más válido pasaporte de su arte.<br />

Este último factor exterior es el que decide a cultivar el indigenismo<br />

aunque sea a su manera y sólo episódicamente, a literatos que podríamos<br />

llamar “emigrados” como Ventura García Calderón 220 , a quienes no se<br />

puede atribuir la misma artificiosa moda vanguardista ni el mismo contagio<br />

de los ideales de la nueva generación supuestos en los literatos jóvenes<br />

que trabajan en el país.<br />

El criollismo no ha podido prosperar en nuestra literatura, como una corriente<br />

de espíritu nacionalista, ante todo porque el criollo no representa<br />

todavía la nacionalidad. Se constata, casi uniformemente, desde hace<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

278


tiempo, que somos una nacionalidad en formación. Se percibe ahora, precisando<br />

ese concepto, la subsistencia de una dualidad de raza y de espíritu.<br />

En todo caso, se conviene, unánimemente, en que no hemos alcanzado<br />

aún un grado elemental siquiera de fusión de los elementos raciales que<br />

conviven en nuestro suelo y que componen nuestra población. El criollo<br />

no está netamente definido. Hasta ahora la palabra “criollo” no es casi<br />

más que un término que nos sirve para designar genéricamente una pluralidad,<br />

muy matizada, de mestizos. Nuestro criollo carece del carácter que<br />

encontramos, por ejemplo, en el criollo argentino. El argentino es identificable<br />

fácilmente en cualquier parte del mundo: el peruano, no. Esta confrontación,<br />

es precisamente la que nos evidencia que existe ya una nacionalidad<br />

argentina, mientras no existe todavía, con peculiares rasgos, una<br />

nacionalidad peruana. El criollo presenta aquí una serie de variedades. El<br />

costeño se diferencia fuertemente del serrano. En tanto que en la Sierra la<br />

influencia telúrica indigeniza al mestizo, casi hasta su absorción por el espíritu<br />

indígena, en la Costa el predominio colonial mantiene el espíritu<br />

heredado de España.<br />

En el Uruguay, la literatura nativista, nacida como en la Argentina de<br />

la experiencia cosmopolita, ha sido criollista, porque ahí la población tiene<br />

la unidad que a la nuestra le falta. El nativismo, en el Uruguay, por otra<br />

parte, aparece como un fenómeno esencialmente literario. No tiene,<br />

como el indigenismo en el Perú, una subconsciente inspiración política y<br />

económica. Zum Felde, uno de sus suscitadores como crítico, declara que<br />

ha llegado ya la hora de su liquidación. “A la devoción imitativa de lo extranjero<br />

–escribe– había que oponer el sentimiento autonómico de lo nativo.<br />

Era un movimiento de emancipación literaria. La reacción se operó;<br />

la emancipación fue, luego, un hecho. Los tiempos estaban maduros para<br />

ello. Los poetas jóvenes volvieron sus ojos a la realidad nacional. Y, al volver<br />

a ella sus ojos, vieron aquello que, por contraste con lo europeo, era<br />

más genuinamente americano: lo gauchesco. Mas, cumplida ya su misión,<br />

el tradicionalismo debe a su vez pasar. Hora es ya de que pase, para dar<br />

lugar a un americanismo lírico más acorde con el imperativo de la vida. La<br />

sensibilidad de nuestros días se nutre ya de realidades, idealidades distintas.<br />

El ambiente platense ha dejado definitivamente de ser gaucho; y todo<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

279


lo gauchesco –después de arrinconarse en los más huraños pagos– va pasando<br />

al culto silencioso de los museos. La vida rural del Uruguay está<br />

toda transformada en sus costumbres y en sus caracteres, por el avance del<br />

cosmopolitismo urbano”*.<br />

En el Perú, el criollismo, aparte de haber sido demasiado esporádico y<br />

superficial, ha estado nutrido de sentimiento colonial. No ha constituido<br />

una afirmación de autonomía. Se ha contentado con ser el sector costumbrista<br />

de la literatura colonial sobreviviente hasta hace muy poco. Abelardo<br />

Gamarra es, tal vez, la única excepción en este criollismo domesticado,<br />

sin orgullo nativo.<br />

Nuestro “nativismo” –necesario también literariamente como revolución<br />

y como emancipación–, no puede ser simple “criollismo”. El criollo<br />

peruano no ha acabado aún de emanciparse espiritualmente de España.<br />

Su europeización –a través de la cual debe encontrar, por reacción, su<br />

personalidad– no se ha cumplido sino en parte. Una vez europeizado, el<br />

criollo de hoy difícilmente deja de darse cuenta del drama del Perú. Es él<br />

precisamente el que, reconociéndose a sí mismo como un español bastardeado,<br />

siente que el indio debe ser el cimiento de la nacionalidad. (Valdelomar,<br />

criollo costeño, de regreso de Italia, impregnado de d’annunzianismo<br />

y de esnobismo, experimenta su máximo deslumbramiento cuando<br />

descubre o, más bien, imagina el Inkario). Mientras el criollo puro conserva<br />

generalmente su espíritu colonial, el criollo europeizado se rebela, en<br />

nuestro tiempo, contra ese espíritu, aunque sólo sea como protesta contra<br />

su limitación y su arcaísmo.<br />

Claro que el criollo, diverso y múltiple, puede abastecer abundantemente<br />

a nuestra literatura –narrativa, descriptiva, costumbrista, folklorista,<br />

etc.–, de tipos y motivos. Pero lo que subconscientemente busca la<br />

genuina corriente indigenista en el indio, no es sólo el tipo o el motivo.<br />

Menos aún el tipo o el motivo pintoresco. El “indigenismo” no es aquí un<br />

fenómeno esencialmente literario como el “nativismo” en el Uruguay. Sus<br />

raíces se alimentan de otro humus histórico. Los “indigenistas” auténticos<br />

–que no deben ser confundidos con los que explotan temas indígenas<br />

* Estudio sobre el nativismo en La Cruz del Sur (Montevideo).<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

280


por mero “exotismo”– colaboran, conscientemente o no, en una obra política<br />

y económica de reivindicación –no de restauración ni resurrección.<br />

El indio no representa únicamente un tipo, un tema, un motivo, un<br />

personaje. Representa un pueblo, una raza, una tradición, un espíritu. No<br />

es posible, pues, valorarlo y considerarlo, desde puntos de vista exclusivamente<br />

literarios, como un color o un aspecto nacional, colocándolo en el<br />

mismo plano que otros elementos étnicos del Perú.<br />

A medida que se le estudia, se averigua que la corriente indigenista no<br />

depende de simples factores literarios sino de complejos factores sociales y<br />

económicos. Lo que da derecho al indio a prevalecer en la visión del peruano<br />

de hoy es, sobre todo, el conflicto y el contraste entre su predominio demográfico<br />

y su servidumbre –no sólo inferioridad– social y económica. La<br />

presencia de tres a cuatro millones de hombres de la raza autóctona en el<br />

panorama mental de un pueblo de cinco millones, no debe sorprender a<br />

nadie en una época en que este pueblo siente la necesidad de encontrar el<br />

equilibrio que hasta ahora le ha faltado en su historia.<br />

El indigenismo, en nuestra literatura, como se desprende de mis anteriores<br />

proposiciones, tiene fundamentalmente el sentido de una reivindicación<br />

de lo autóctono. No llena la función puramente sentimental que<br />

llenaría, por ejemplo, el criollismo. Habría error, por consiguiente, en<br />

apreciar el indigenismo como equivalente del criollismo, al cual no reemplaza<br />

ni subroga.<br />

Si el indio ocupa el primer plano en la literatura y el arte peruanos no<br />

será, seguramente, por su interés literario o plástico, sino porque las fuerzas<br />

nuevas y el impulso vital de la nación tienden a reivindicarlo. El fenómeno<br />

es más instintivo y biológico que intelectual y teorético. Repito que<br />

lo que subconscientemente busca la genuina corriente indigenista en el<br />

indio no es sólo el tipo o el motivo y menos aún el tipo o el motivo “pintoresco”.<br />

Si esto no fuese cierto, es evidente que el “zambo”, verbigratia,<br />

interesaría al literato o al artista criollo –en especial al criollo– tanto como<br />

el indio. Y esto no ocurre por varias razones. Porque el carácter de esta corriente<br />

no es naturalista o costumbrista sino, más bien, lírico, como lo prue-<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

281


an los intentos o esbozos de poesía andina. Y porque una reivindicación<br />

de lo autóctono no puede confundir al “zambo” o al mulato con el indio.<br />

El negro, el mulato, el “zambo” representan, en nuestro pasado, elementos<br />

coloniales. El español importó al negro cuando sintió su imposibilidad<br />

de sustituir al indio y su incapacidad de asimilarlo. El esclavo vino al Perú<br />

a servir los fines colonizadores de España. La raza negra constituye uno de<br />

los aluviones humanos depositados en la Costa por el coloniaje. Es uno de<br />

los estratos, poco densos y fuertes, del Perú sedimentado en la tierra baja<br />

durante el Virreinato y la primera etapa de la República. Y, en este ciclo,<br />

todas las circunstancias han concurrido a mantener su solidaridad con la<br />

Colonia. El negro ha mirado siempre con hostilidad y desconfianza la sierra,<br />

donde no ha podido aclimatarse física ni espiritualmente. Cuando se<br />

ha mezclado al indio ha sido para bastardearlo comunicándole su domesticidad<br />

zalamera y su psicología exteriorizante y mórbida. Para su antiguo<br />

amo blanco ha guardado, después de su manumisión, un sentimiento de<br />

liberto adicto. La sociedad colonial, que hizo del negro un doméstico<br />

–muy pocas veces un artesano, un obrero– absorbió y asimiló a la raza negra,<br />

hasta intoxicarse con su sangre tropical y caliente. Tanto como impenetrable<br />

y huraño el indio, le fue asequible y doméstico el negro. Y nació<br />

así una subordinación cuya primera razón está en el origen mismo de la<br />

importación de esclavos y de la que sólo redime al negro y al mulato la evolución<br />

social y económica que, convirtiéndolo en obrero, cancela y extirpa<br />

poco a poco la herencia espiritual del esclavo. El mulato, colonial aun en<br />

sus gustos, inconscientemente está por el hispanismo, contra el autoctonismo.<br />

Se siente espontáneamente más próximo de España que del Inkario.<br />

Sólo el socialismo, despertando en él conciencia clasista, es capaz de<br />

conducirlo a la ruptura definitiva con los últimos rezagos de espíritu colonial.<br />

El desarrollo de la corriente indigenista no amenaza ni paraliza el de<br />

otros elementos vitales de nuestra literatura. El “indigenismo” no aspira<br />

indudablemente a acaparar la escena literaria. No excluye ni estorba otros<br />

impulsos ni otras manifestaciones. Pero representa el color y la tendencia<br />

más característicos de una época por su afinidad y coherencia con la<br />

orientación espiritual de las nuevas generaciones, condicionada, a su vez,<br />

por imperiosas necesidades de nuestro desarrollo económico y social.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

282


Y la mayor injusticia en que podría incurrir un crítico, sería cualquier<br />

apresurada condena de la literatura indigenista por su falta de autoctonismo<br />

integral o la presencia, más o menos acusada en sus obras, de elementos<br />

de artificio en la interpretación y en la expresión. La literatura indigenista<br />

no puede darnos una versión rigurosamente verista del indio. Tiene<br />

que idealizarlo y estilizarlo. Tampoco puede darnos su propia ánima. Es<br />

todavía una literatura de mestizos. Por eso se llama indigenista y no indígena.<br />

Una literatura indígena, si debe venir, vendrá a su tiempo. Cuando<br />

los propios indios estén en grado de producirla.<br />

No se puede equiparar, en fin, la actual corriente indigenista a la vieja<br />

corriente colonialista. El colonialismo, reflejo del sentimiento de la casta<br />

feudal, se entretenía en la idealización nostálgica del pasado. El indigenismo<br />

en cambio tiene raíces vivas en el presente. Extrae su inspiración de la<br />

protesta de millones de hombres. El Virreinato era; el indio es. Y mientras<br />

la liquidación de los residuos de feudalidad colonial se impone como una<br />

condición elemental de progreso, la reivindicación del indio, y por ende<br />

de su historia, nos viene insertada en el programa de una Revolución.<br />

Está, pues, esclarecido que de la civilización inkaica, más que lo que<br />

ha muerto nos preocupa lo que ha quedado. El problema de nuestro tiempo<br />

no está en saber cómo ha sido el Perú. Está, más bien, en saber cómo es<br />

el Perú. El pasado nos interesa en la medida en que puede servirnos para<br />

explicarnos el presente. Las generaciones constructivas sienten el pasado<br />

como una raíz, como una causa. Jamás lo sienten como un programa.<br />

Lo único casi que sobrevive del Tawantinsuyo es el indio. La civilización<br />

ha perecido; no ha perecido la raza. El material biológico del Tawantinsuyo<br />

se revela, después de cuatro siglos, indestructible, y, en parte, inmutable.<br />

El hombre muda con más lentitud de la que en este siglo de la velocidad<br />

se supone. La metamorfosis del hombre bate el récord en el evo moderno.<br />

Pero éste es un fenómeno peculiar de la civilización occidental que<br />

se caracteriza, ante todo, como una civilización dinámica. No es por un<br />

azar que a esta civilización le ha tocado averiguar la relatividad del tiempo.<br />

En las sociedades asiáticas –afines si no consanguíneas con la sociedad<br />

inkaica–, se nota en cambio cierto quietismo y cierto éxtasis. Hay épocas<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

283


en que parece que la historia se detiene. Y una misma forma social perdura,<br />

petrificada, muchos siglos. No es aventurada, por tanto, la hipótesis de<br />

que el indio en cuatro siglos ha cambiado poco espiritualmente. La servidumbre<br />

ha deprimido, sin duda, su psiquis y su carne. Le ha vuelto un<br />

poco más melancólico, un poco más nostálgico. Bajo el peso de estos cuatro<br />

siglos, el indio se ha encorvado moral y físicamente. Mas el fondo oscuro<br />

de su alma casi no ha mudado. En las sierras abruptas, en las quebradas<br />

lontanas, a donde no ha llegado la ley del blanco, el indio guarda aún su ley<br />

ancestral.<br />

El libro de Enrique López Albújar, escritor de la generación radical,<br />

Cuentos andinos, es el primero que en nuestro tiempo explora estos caminos.<br />

Los Cuentos andinos aprehenden, en sus secos y duros dibujos, emociones<br />

sustantivas de la vida de la sierra, y nos presentan algunos escorzos<br />

del alma del indio. López Albújar coincide con Valcárcel en buscar en los<br />

Andes el origen del sentimiento cósmico de los quechuas. “Los tres jircas”<br />

de López Albújar y “Los hombres de piedra”* de Valcárcel traducen la<br />

misma mitología. Los agonistas y las escenas de López Albújar tienen el<br />

mismo telón de fondo que la teoría y las ideas de Valcárcel. Este resultado<br />

es singularmente interesante porque es obtenido por diferentes temperamentos<br />

y con métodos disímiles. La literatura de López Albújar quiere<br />

ser, sobre todo, naturalista y analítica; la de Valcárcel, imaginativa y sintética.<br />

El rasgo esencial de López Albújar es su criticismo; el de Valcárcel,<br />

su lirismo. López Albújar mira al indio con ojos y alma de costeño, Valcárcel,<br />

con ojos y alma de serrano. No hay parentesco espiritual entre los<br />

dos escritores; no hay semejanza de género ni de estilo entre los dos libros.<br />

Sin embargo, uno y otro escuchan en el alma del quechua idéntico lejano<br />

latido**.<br />

* De la vida inkaica, por Luis E. Valcárcel, Lima, 1925 221 .<br />

** Una nota del libro de López Albújar que se acuerda con una nota del libro de Valcárcel,<br />

es la que nos habla de la nostalgia del indio. La melancolía del indio, según Valcárcel,<br />

no es sino nostalgia. Nostalgia del hombre arrancado al agro y al hogar por las empresas<br />

bélicas o pacíficas del Estado. En “Ushanam jampi” la nostalgia pierde al protagonista.<br />

Conce Maille es condenado al exilio por la justicia de los ancianos de Chupán. Pero el<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

284


La Conquista ha convertido formalmente al indio al catolicismo. Pero,<br />

en realidad, el indio no ha renegado sus viejos mitos. Su sentimiento<br />

místico ha variado. Su animismo subsiste. El indio sigue sin entender la<br />

metafísica católica. Su filosofía panteísta y materialista ha desposado, sin<br />

amor, al catecismo. Mas no ha renunciado a su propia concepción de la<br />

vida que no interroga a la Razón sino a la Naturaleza. Los tres “jircas”, los<br />

tres cerros de Huánuco, pesan en la conciencia del indio huanuqueño más<br />

que el ultratumba cristiano.<br />

“Los tres jircas” y “Cómo habla la coca” son, a mi juicio, las páginas<br />

mejor escritas de Cuentos andinos. Pero ni “Los tres jircas” ni “Cómo habla<br />

la coca” se clasifican propiamente como cuentos. “Ushanam jampi”,<br />

en cambio, tiene una vigorosa contextura de relato. Y a este mérito une<br />

“Ushanam jampi” el de ser un precioso documento del comunismo indígena.<br />

Este relato nos entera de la forma como funciona en los pueblecitos<br />

indígenas, a donde no arriba casi la ley de la República, la justicia popular.<br />

deseo de sentirse bajo su techo es más fuerte que el instinto de conservación. Y lo impulsa<br />

a volver furtivamente a su choza, a sabiendas de que en el pueblo lo aguarda tal vez la última<br />

pena. Esta nostalgia nos define el espíritu del pueblo del Sol como el de un pueblo<br />

agricultor y sedentario. No son ni han sido los quechuas, aventureros ni vagabundos. Quizá<br />

por esto ha sido y es tan poco aventurera y tan poco vagabunda su imaginación. Quizá por<br />

esto, el indio objetiva su metafísica en la naturaleza que lo circunda. Quizá por esto, los<br />

jircas, o sea los dioses lares del terruño, gobiernan su vida. El indio no podía ser monoteísta.<br />

Desde hace cuatro siglos las causas de la nostalgia indígena no han cesado de multiplicarse.<br />

El indio ha sido frecuentemente un emigrado. Y, como en cuatro siglos no ha podido<br />

aprender a vivir nómadamente, porque cuatro siglos son muy poca cosa, su nostalgia ha<br />

adquirido ese acento de desesperanza incurable con que gimen las quenas.<br />

López Albújar se asoma con penetrante mirada al hondo y mudo abismo del alma del<br />

quechua. Y escribe en su divagación sobre la coca: “El indio, sin saberlo, es schopenhauerista.<br />

Schopenhauer y el indio tienen un punto de contacto, con esta diferencia: que el<br />

pesimismo del filósofo es teoría y vanidad y el pesimismo del indio, experiencia y desdén.<br />

Si para uno la vida es un mal, para el otro no es ni mal ni bien, es una triste realidad, y tiene<br />

la profunda sabiduría de tomarla como es”.<br />

Unamuno encuentra certero este juicio. También él cree que el escepticismo del indio es<br />

experiencia y desdén. Pero el historiador y el sociólogo pueden percibir otras cosas que el<br />

filósofo y el literato tal vez desdeñan. ¿No es este escepticismo, en parte, un rasgo de la<br />

psicología asiática? El chino, como el indio, es materialista y escéptico. Y, como en el<br />

Tawantinsuyo, en la China, la religión es un código de moral práctica más que una concepción<br />

metafísica.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

285


Nos encontramos aquí ante una institución sobreviviente del régimen autóctono.<br />

Ante una institución que declara categóricamente a favor de la<br />

tesis de que la organización inkaica fue una organización comunista.<br />

En un régimen de tipo individualista, la administración de justicia se<br />

burocratiza. Es función de un magistrado. El liberalismo, por ejemplo, la<br />

atomiza, la individualiza en el juez profesional. Crea una casta, una burocracia<br />

de jueces de diversas jerarquías. Por el contrario, en un régimen de tipo<br />

comunista, la administración de justicia es función de la sociedad entera.<br />

Es, como en el comunismo indio, función de los yayas, de los ancianos*.<br />

El porvenir de la América Latina depende, según la mayoría de los pronósticos<br />

de ahora, de la suerte del mestizaje. Al pesimismo hostil de los<br />

sociólogos de la tendencia de Le Bon sobre el mestizo, ha sucedido un<br />

optimismo mesiánico que pone en el mestizo la esperanza del Continente.<br />

El trópico y el mestizo son, en la vehemente profecía de Vasconcelos, la<br />

escena y el protagonista de una nueva civilización. Pero la tesis de Vasconcelos<br />

223 que esboza una utopía, –en la acepción positiva y filosófica de esta<br />

palabra– en la misma medida en que aspira a predecir el porvenir, suprime<br />

* El prologuista de Cuentos andinos, señor Ezequiel Ayllón, explica así la justicia popular<br />

indígena: “La ley sustantiva, consuetudinaria, conservada desde la más oscura antigüedad,<br />

establece dos sustitutivos penales que tienden a la reintegración social del delincuente, y<br />

dos penas propiamente dichas contra el homicidio y el robo, que son los delitos de trascendencia<br />

social. El Yachishum o Yachachishum se reduce a amonestar al delincuente haciéndole<br />

comprender los inconvenientes del delito y las ventajas del respeto recíproco. El Alliyáchishum<br />

tiende a evitar la venganza personal, reconciliando al delincuente con el<br />

agraviado o sus deudos, por no haber surtido efecto morigerador el Yachishum. Aplicados<br />

los dos sustitutivos cuya categoría o trascendencia no son extraños a los medios que preconizan<br />

con ese carácter los penalistas de la moderna escuela positiva, procede la pena de confinamiento<br />

o destierro llamada Jitarishum, que tiene las proyecciones de una expatriación<br />

definitiva. Es la ablación del elemento enfermo, que constituye una amenaza para la seguridad<br />

de las personas y de los bienes. Por último, si el amonestado, reconciliado y expulsado,<br />

roba o mata nuevamente dentro de la jurisdicción distrital, se le aplica la pena extrema, irremisible,<br />

denominada Ushanam Jampi, el último remedio, que es la muerte, casi siempre, a<br />

palos, el descuartizamiento del cadáver y su desaparición en el fondo de los ríos, de los despeñaderos,<br />

o sirviendo de pasto a los perros y a las aves de rapiña. El Derecho Procesal se<br />

desenvuelve pública y oralmente, en una sola audiencia, y comprende la acusación, defensa,<br />

prueba, sentencia y ejecución” 222 .<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

286


e ignora el presente. Nada es más extraño a su especulación y a su intento,<br />

que la crítica de la realidad contemporánea, en la cual busca exclusivamente<br />

los elementos favorables a su profecía. El mestizaje que Vasconcelos<br />

exalta no es precisamente la mezcla de las razas española, indígena y<br />

africana, operada ya en el continente, sino la fusión y refusión acrisoladoras,<br />

de las cuales nacerá, después de un trabajo secular, la raza cósmica. El<br />

mestizo actual, concreto, no es para Vasconcelos el tipo de una nueva raza,<br />

de una nueva cultura, sino apenas su promesa. La especulación del filósofo,<br />

del utopista, no conoce límites de tiempo ni de espacio. Los siglos no<br />

cuentan en su construcción ideal más que como momentos. La labor del<br />

crítico, del historiógrafo, del político, es de otra índole. Tiene que atenerse<br />

a resultados inmediatos y contentarse con perspectivas próximas.<br />

El mestizo real de la historia, no el ideal de la profecía, constituye el<br />

objeto de su investigación o el factor de su plan. En el Perú, por la impronta<br />

diferente del medio y por la combinación múltiple de las razas entrecruzadas,<br />

el término mestizo no tiene siempre la misma significación. El mestizaje<br />

es un fenómeno que ha producido una variedad compleja, en vez de<br />

resolver una dualidad, la del español y el indio.<br />

El Dr. Uriel García halla el neo-indio en el mestizo 224 . Pero este mestizo<br />

es el que proviene de la mezcla de las razas española e indígena, sujeta al<br />

influjo del medio y la vida andinas. El medio serrano en el cual sitúa el Dr.<br />

Uriel García su investigación, se ha asimilado al blanco invasor. Del brazo<br />

de las dos razas, ha nacido el nuevo indio, fuertemente influido por la tradición<br />

y el ambiente regionales.<br />

Este mestizo, que en el proceso de varias generaciones, y bajo la presión<br />

constante del mismo medio telúrico y cultural, ha adquirido ya rasgos<br />

estables, no es el mestizo engendrado en la costa por las mismas razas. El<br />

sello de la costa es más blando. El factor español, más activo.<br />

El chino y el negro complican el mestizaje costeño. Ninguno de estos<br />

dos elementos ha aportado aún a la formación de la nacionalidad valores<br />

culturales ni energías progresivas. El coolí chino es un ser segregado de su<br />

país por la superpoblación y el pauperismo. Injerta en el Perú su raza, mas<br />

no su cultura. La inmigración china no nos ha traído ninguno de los elementos<br />

esenciales de la civilización china, acaso porque en su propia pa-<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

287


tria han perdido su poder dinámico y generador. Lao Tsé y Confucio han<br />

arribado a nuestro conocimiento por la vía de Occidente. La medicina<br />

china es quizá la única importación directa de Oriente, de orden intelectual,<br />

y debe, sin duda, su venida, a razones prácticas y mecánicas, estimuladas<br />

por el atraso de una población en la cual conserva hondo arraigo el<br />

curanderismo en todas sus manifestaciones. La habilidad y excelencia del<br />

pequeño agricultor chino, apenas si han fructificado en los valles de Lima,<br />

donde la vecindad de un mercado importante ofrece seguros provechos a<br />

la horticultura. El chino, en cambio, parece haber inoculado en su descendencia,<br />

el fatalismo, la apatía, las taras del Oriente decrépito. El juego,<br />

esto es, un elemento de relajamiento e inmoralidad, singularmente nocivo<br />

en un pueblo propenso a confiar más en el azar que en el esfuerzo, recibe<br />

su mayor impulso de la inmigración china. Sólo a partir del movimiento<br />

nacionalista, –que tan extensa resonancia ha encontrado entre los chinos<br />

expatriados del continente–, la colonia china ha dado señales activas de<br />

interés cultural e impulsos progresistas. El teatro chino, reservado casi<br />

únicamente al divertimiento nocturno de los individuos de esa nacionalidad,<br />

no ha conseguido en nuestra literatura más eco que el propiciado efímeramente<br />

por los gustos exóticos y artificiales del decadentismo. Valdelomar<br />

y los “colónidas”, lo descubrieron entre sus sesiones de opio,<br />

contagiados del orientalismo de Loti y Farrère. El chino, en suma, no<br />

transfiere al mestizo ni su disciplina moral, ni su tradición cultural y filosófica,<br />

ni su habilidad de agricultor y artesano. Un idioma inasequible, la<br />

calidad del inmigrante y el desprecio hereditario que por él siente el criollo,<br />

se interponen entre su cultura y el medio.<br />

El aporte del negro, venido como esclavo, casi como mercadería, aparece<br />

más nulo y negativo aún. El negro trajo su sensualidad, su superstición,<br />

su primitivismo. No estaba en condiciones de contribuir a la creación<br />

de una cultura, sino más bien de estorbarla con el crudo y viviente<br />

influjo de su barbarie.<br />

El prejuicio de las razas ha decaído; pero la noción de las diferencias y<br />

desigualdades en la evolución de los pueblos se ha ensanchado y enriquecido,<br />

en virtud del progreso de la sociología y la historia. La inferioridad<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

288


de las razas de color no es ya uno de los dogmas de que se alimenta el maltrecho<br />

orgullo blanco. Pero todo el relativismo de la hora no es bastante<br />

para abolir la inferioridad de cultura.<br />

La raza es apenas uno de los elementos que determinan la forma de una<br />

sociedad. Entre estos elementos, Vilfredo Pareto distingue las siguientes<br />

categorías: “1 o El suelo, el clima, la flora, la fauna, las circunstancias geológicas,<br />

mineralógicas, etc.; 2 o Otros elementos externos a una dada sociedad,<br />

en un dado tiempo, esto es, las acciones de las otras sociedades sobre ella,<br />

que son externas en el espacio, y las consecuencias del estado anterior de esa<br />

sociedad, que son externas en el tiempo; 3 o Elementos internos, entre los<br />

cuales los principales son la raza, los residuos o sea los sentimientos que<br />

manifiestan, las inclinaciones, los intereses, las aptitudes al razonamiento, a<br />

la observación, el estado de los conocimientos, etc.”. Pareto afirma que la<br />

forma de la sociedad es determinada por todos los elementos que operan<br />

sobre ella que, una vez determinada, opera a su vez sobre esos elementos, de<br />

manera que se puede decir que se efectúa una mutua determinación*.<br />

Lo que importa, por consiguiente, en el estudio sociológico de los estratos<br />

indio y mestizo, no es la medida en que el mestizo hereda las cualidades<br />

o los defectos de las razas progenitoras sino su aptitud para evolucionar,<br />

con más facilidad que el indio, hacia el estado social, o el tipo de<br />

civilización del blanco. El mestizaje necesita ser analizado, no como cuestión<br />

étnica, sino como cuestión sociológica. El problema étnico en cuya<br />

consideración se han complacido sociologistas rudimentarios y especuladores<br />

ignorantes, es totalmente ficticio y supuesto. Asume una importancia<br />

desmesurada para los que, ciñendo servilmente su juicio a una idea<br />

acariciada por la civilización europea en su apogeo, –y abandonada ya por<br />

esta misma civilización, propensa en su declive a una concepción relativista<br />

de la historia–, atribuyen las creaciones de la sociedad occidental a la<br />

superioridad de la raza blanca. Las aptitudes intelectuales y técnicas, la<br />

voluntad creadora, la disciplina moral de los pueblos blancos, se reducen,<br />

en el criterio simplista de los que aconsejan la regeneración del indio por<br />

el cruzamiento, a meras condiciones zoológicas de la raza blanca.<br />

* Vilfredo Pareto, Trattato di Sociologia Generale, t. III, p. 265 225 .<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

289


Pero si la cuestión racial –cuyas sugestiones conducen a sus superficiales<br />

críticos a inverosímiles razonamientos zootécnicos– es artificial, y<br />

no merece la atención de quienes estudian concreta y políticamente el<br />

problema indígena, otra es la índole de la cuestión sociológica. El mestizaje<br />

descubre en este terreno sus verdaderos conflictos; su íntimo drama. El<br />

color de la piel se borra como contraste; pero las costumbres, los sentimientos,<br />

los mitos –los elementos espirituales y formales de esos fenómenos<br />

que se designan con los términos de sociedad y de cultura– reivindican<br />

sus derechos. El mestizaje –dentro de las condiciones económicosociales<br />

subsistentes entre nosotros–, no sólo produce un nuevo tipo humano<br />

y étnico sino un nuevo tipo social; y si la imprecisión de aquél, por<br />

una abigarrada combinación de razas, no importa en sí misma una inferioridad,<br />

y hasta puede anunciar, en ciertos ejemplares felices, los rasgos de la<br />

raza “cósmica”, la imprecisión o hibridismo del tipo social, se traduce,<br />

por un oscuro predominio de sedimentos negativos, en una estagnación<br />

sórdida y morbosa. Los aportes del negro y del chino se dejan sentir, en<br />

este mestizaje, en un sentido casi siempre negativo y desorbitado. En el<br />

mestizo no se prolonga la tradición del blanco ni del indio: ambas se esterilizan<br />

y contrastan. Dentro de un ambiente urbano, industrial, dinámico,<br />

el mestizo salva rápidamente las distancias que lo separan del blanco, hasta<br />

asimilarse la cultura occidental, con sus costumbres, impulsos y consecuencias.<br />

Puede escaparle –le escapa generalmente– el complejo fondo de<br />

creencias, mitos y sentimientos, que se agita bajo las creaciones materiales<br />

e intelectuales de la civilización europea o blanca; pero la mecánica y la<br />

disciplina de ésta le imponen automáticamente sus hábitos y sus concepciones.<br />

En contacto con una civilización maquinista, asombrosamente<br />

dotada para el dominio de la naturaleza, la idea del progreso, por ejemplo,<br />

es de un irresistible poder de contagio o seducción. Pero este proceso de<br />

asimilación o incorporación se cumple prontamente sólo en un medio en<br />

el cual actúan vigorosamente las energías de la cultura industrial. En el latifundio<br />

feudal, en el burgo retardado, el mestizaje carece de elementos de<br />

ascensión. En su sopor extenuante, se anulan las virtudes y los valores de<br />

las razas entremezcladas; y, en cambio, se imponen prepotentes las más<br />

enervantes supersticiones.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

290


Para el hombre del poblacho mestizo –tan sombríamente descrito<br />

por Valcárcel con una pasión no exenta de preocupaciones sociológicas–<br />

la civilización occidental constituye un confuso espectáculo, no un sentimiento.<br />

Todo lo que en esta civilización es íntimo, esencial, intransferible,<br />

energético, permanece ajeno a su ambiente vital. Algunas imitaciones externas,<br />

algunos hábitos subsidiarios, pueden dar la impresión de que este<br />

hombre se mueve dentro de la órbita de la civilización moderna. Mas, la<br />

verdad es otra.<br />

Desde este punto de vista, el indio, en su medio nativo, mientras la<br />

emigración no lo desarraiga ni deforma, no tiene nada que envidiar al mestizo.<br />

Es evidente que no está incorporado aún en esta civilización expansiva,<br />

dinámica, que aspira a la universalidad. Pero no ha roto con su pasado.<br />

Su proceso histórico está detenido, paralizado, mas no ha perdido, por<br />

esto, su individualidad. El indio tiene una existencia social que conserva<br />

sus costumbres, su sentimiento de la vida, su actitud ante el universo. Los<br />

“residuos” y las derivaciones de que nos habla la sociología de Pareto, que<br />

continúan obrando sobre él, son los de su propia historia. La vida del indio<br />

tiene estilo. A pesar de la conquista, del latifundio, del gamonal, el indio de<br />

la sierra se mueve todavía, en cierta medida, dentro de su propia tradición.<br />

El “ayllu” es un tipo social bien arraigado en el medio y la raza*.<br />

El indio sigue viviendo su antigua vida rural. Guarda hasta hoy su traje,<br />

sus costumbres, sus industrias típicas. Bajo el más duro feudalismo, los<br />

rasgos de la agrupación social indígena no han llegado a extinguirse. La<br />

sociedad indígena puede mostrarse más o menos primitiva o retardada;<br />

pero es un tipo orgánico de sociedad y de cultura. Y ya la experiencia de<br />

los pueblos de Oriente, el Japón, Turquía, la misma China, nos han probado<br />

cómo una sociedad autóctona, aun después de un largo colapso, puede<br />

* Los estudios de Hildebrando Castro Pozo, sobre la “comunidad indígena”, consignan a<br />

este respecto datos de extraordinario interés, que he citado ya en otra parte. Estos datos<br />

coinciden absolutamente con la sustancia de las aserciones de Valcárcel en Tempestad en<br />

los Andes, a las cuales, si no estuviesen confirmadas por investigaciones objetivas, se podría<br />

suponer excesivamente optimistas y apologéticas. Además, cualquiera puede comprobar<br />

la unidad, el estilo, el carácter de la vida indígena. Y sociológicamente la persistencia<br />

en la comunidad de lo que Sorel llama “elementos espirituales del trabajo”, es de<br />

un valor capital.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

291


encontrar por sus propios pasos, y en muy poco tiempo, la vía de la civilización<br />

moderna y traducir, a su propia lengua, las lecciones de los pueblos<br />

de Occidente.<br />

XVIII. ALCI<strong>DE</strong>S SPELUCÍN<br />

En el primer libro de Alcides Spelucín están, entre otras, las poesías que<br />

me leyó hace nueve años cuando nos conocimos en Lima en la redacción<br />

del diario donde yo trabajaba. Abraham Valdelomar medió fraternamente<br />

en este encuentro, después del cual Alcides y yo nos hemos reencontrado<br />

pocas veces, pero hemos estado cada día más próximos. Nuestros<br />

destinos tienen una esencial analogía dentro de su disimilitud formal.<br />

Procedemos él y yo, más que de la misma generación, del mismo tiempo.<br />

Nacimos bajo idéntico signo. Nos nutrimos en nuestra adolescencia literaria<br />

de las mismas cosas: decadentismo, modernismo, estetismo, individualismo,<br />

escepticismo. Coincidimos más tarde en el doloroso y angustiado<br />

trabajo de superar estas cosas y evadirnos de su mórbido ámbito.<br />

Partimos al extranjero en busca no del secreto de los otros sino en busca<br />

del secreto de nosotros mismos. Yo cuento mi viaje en un libro de política;<br />

Spelucín cuenta el suyo en un libro de poesía. Pero en esto no hay sino diferencia<br />

de aptitud o, si se quiere, de temperamento; no hay diferencia de<br />

peripecia ni de espíritu. Los dos nos embarcamos en la “barca de oro en<br />

pos de una isla buena”. Los dos en la procelosa aventura, hemos encontrado<br />

a Dios y hemos descubierto a la Humanidad. Alcides y yo, puestos a<br />

elegir entre el pasado y el porvenir, hemos votado por el porvenir. Supérstites<br />

dispersos de una escaramuza literaria, nos sentimos hoy combatientes<br />

de una batalla histórica.<br />

El libro de la nave dorada es una estación del viaje y del espíritu de Alcides<br />

Spelucín. Orrego advierte de esto al lector, en el prefacio, henchido<br />

de emoción, grávido de pensamiento, que ha escrito para este libro. “No<br />

representa –escribe– la actualidad estética del creador. Es un libro de la<br />

adolescencia, la labor poética primigenia, que apenas rompe el claustro<br />

de la anónima intimidad. El poeta ha recorrido desde entonces mucho<br />

camino ascendente y gozoso; también mucha senda dolorosa. El espíritu<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

292


está hoy más granado, la visión más luminosa, el vehículo expresivo más<br />

rico, más agilizado y más potente; el pensamiento más deslumbrado de<br />

sabiduría; más extenso de panorama; más valorizado por el acumulamiento<br />

de intuiciones; el corazón más religioso, más estremecido y más abierto<br />

hacia el mundo. Es preciso marcar esto para que el lector se dé cuenta de la<br />

penosa precocidad del poeta que cuando escribe este libro es casi un<br />

niño”*.<br />

Como canción del mar, como balada del trópico, este libro es en la<br />

poesía de América algo así como una encantada prolongación de la “Sinfonía<br />

en gris mayor” 226 . La poesía de Alcides tiene en esta jornada ecos<br />

melodiosos de la música rubendariana. Se nota también su posterioridad<br />

a las adquisiciones hechas por la lírica hispano-americana en la obra de<br />

Herrera y Reissig. La huella del poeta uruguayo está espléndidamente<br />

viva en versos como estos:<br />

Y ante un despertamiento planetario de nardos<br />

bramando lilas tristes por la ruta de oriente<br />

se van los vesperales, divinos leopardos.<br />

(“Caracol bermejo”)<br />

Pero esta presencia de Herrera y Reissig y la del propio Rubén Darío<br />

no es sensible sino en la técnica, en la forma, en la estética. Spelucín tiene<br />

del decadentismo la expresión; pero no tiene el espíritu. Sus estados de<br />

alma no son nunca mórbidos. Una de las cosas que atraen en él es su salud<br />

cabal. Alcides ha absorbido muchos de los venenos de su época, pero su<br />

recia alma, un poco rústica en el fondo, se ha conservado pura y sana. Así,<br />

está más viviente y personal en esta plegaria de acendrado lirismo.<br />

¿No me darás la arcilla de la cantera rosa<br />

donde labrar mi base para gustar Amor?<br />

¿No me darás un poco de tierra melodiosa<br />

donde plasmar la fiebre de mi ensueño, Señor?<br />

* El libro de la nave dorada, Ediciones de El Norte, Trujillo, 1926.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

293


Alcides se semeja a Vallejo en la piedad humana, en la ternura humilde,<br />

en la efusión cordial. En una época que era aún de egolatrismo exasperado<br />

y bizantinismo d’annunziano, la poesía de Alcides tiene un perfume<br />

de parábola franciscana. Su alma se caracteriza por un cristianismo espontáneo<br />

y sustancial. Su acento parece ser siempre el de esta otra plegaria<br />

con sabor de espiga y de ángelus como algunos versos de Francis Jammes:<br />

Por esta dulce hermana menor de ojos suaves...<br />

Esta claridad, esta inocencia de Alcides, son perceptibles hasta en<br />

esas “aguas fuertes” de estirpe un poco bodeleriana, que, asumiendo íntegra<br />

la responsabilidad de su poesía de juventud, ha incluido en El libro de<br />

la nave dorada. Y son tal vez la raíz de su socialismo 227 que es un acto de<br />

amor más que de protesta.<br />

XIX. BA<strong>LA</strong>NCE PROVISORIO<br />

No he tenido en esta sumarísima revisión de valores-signos el propósito<br />

de hacer historia ni crónica. No he tenido siquiera el propósito de hacer<br />

crítica, dentro del concepto que limita la crítica al campo de la técnica literaria.<br />

Me he propuesto esbozar los lineamientos o los rasgos esenciales de<br />

nuestra literatura. He realizado un ensayo de interpretación de su espíritu;<br />

no de revisión de sus valores ni de sus episodios. Mi trabajo pretende<br />

ser una teoría o una tesis y no un análisis.<br />

Esto explicará la prescindencia deliberada de algunas obras que, con<br />

incontestable derecho a ser citadas y tratadas en la crónica y en la crítica<br />

de nuestra literatura, carecen de significación esencial en su proceso mismo.<br />

Esta significación, en todas las literaturas, la dan dos cosas: el extraordinario<br />

valor intrínseco de la obra o el valor histórico de su influencia. El<br />

artista perdura realmente, en el espíritu de una literatura, o por su obra o<br />

por su descendencia. De otro modo, perdura sólo en sus bibliotecas y en<br />

su cronología. Y entonces puede tener mucho interés para la especulación<br />

de eruditos y bibliógrafos; pero no tiene casi ningún interés para una interpretación<br />

del sentido profundo de una literatura.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

294


El estudio de la última generación, que constituye un fenómeno en<br />

pleno movimiento, en actual desarrollo, no puede aún ser efectuado con<br />

este mismo carácter de balance*. Precisamente en nombre del revisionismo<br />

de los nuevos se instaura el proceso de la literatura nacional. En este<br />

proceso como es lógico, se juzga el pasado; no se juzga el presente. Sólo<br />

sobre el pasado puede decir ya esta generación su última palabra. Los<br />

nuevos, que pertenecen más al porvenir que al presente, son en este proceso<br />

jueces, fiscales, abogados, testigos. Todo, menos acusados. Sería prematuro<br />

y precario, por otra parte, un cuadro de valores que pretendiese<br />

fijar lo que existe en potencia o en crecimiento.<br />

La nueva generación señala ante todo la decadencia definitiva del<br />

“colonialismo”. El prestigio espiritual y sentimental del Virreinato, celosa<br />

e interesadamente cultivado por sus herederos y su clientela, tramonta<br />

para siempre con esta generación. Este fenómeno literario e ideológico se<br />

presenta, naturalmente, como una faz de un fenómeno mucho más vasto.<br />

La generación de Riva Agüero realizó, en la política y en la literatura, la<br />

última tentativa por salvar la Colonia. Mas, como es demasiado evidente,<br />

el llamado “futurismo”, que no fue sino un neocivilismo, está liquidado<br />

política y literariamente, por la fuga, la abdicación y la dispersión de sus<br />

corifeos 228 .<br />

En la historia de nuestra literatura, la Colonia termina ahora. El Perú,<br />

hasta esta generación, no se había aún independizado de la Metrópoli.<br />

Algunos escritores, habían sembrado ya los gérmenes de otras influencias.<br />

González Prada, hace cuarenta años, desde la tribuna del Ateneo, invitando<br />

a la juventud intelectual de entonces a la revuelta contra España, se<br />

definió como el precursor de un período de influencias cosmopolitas. En<br />

este siglo el modernismo rubendariano nos aportó, atenuado y contrastado<br />

por el colonialismo de la generación “futurista”, algunos elementos de<br />

renovación estilística que afrancesaron un poco el tono de nuestra literatura.<br />

Y, luego, la insurrección “colónida” amotinó contra el academicis-<br />

* Reconozco, además, la ausencia en este ensayo de algunos contemporáneos mayores,<br />

cuya obra debe aún ser estimada más o menos susceptible de evolución o continuación.<br />

Mi estudio, lo repito, no está concluido.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

295


mo español –solemne pero precariamente restaurado en Lima con la instalación<br />

de una Academia correspondiente–, a la generación de 1915, la<br />

primera que escuchó de veras la ya vieja admonición de González Prada.<br />

Pero todavía duraba lo fundamental del colonialismo: el prestigio intelectual<br />

y sentimental del Virreinato. Había decaído la antigua forma; pero no<br />

había decaído igualmente el antiguo espíritu.<br />

Hoy la ruptura es sustancial. El “indigenismo”, como hemos visto,<br />

está extirpando, poco a poco, desde sus raíces, al “colonialismo”. Y este<br />

impulso no procede exclusivamente de la sierra. Valdelomar, Falcón,<br />

criollos, costeños, se cuentan –no discutamos el acierto de sus tentativas–<br />

entre los que primero han vuelto sus ojos a la raza. Nos vienen, de fuera, al<br />

mismo tiempo, variadas influencias internacionales. Nuestra literatura ha<br />

entrado en su período de cosmopolitismo. En Lima, este cosmopolitismo<br />

se traduce, en la imitación entre otras cosas de no pocos corrosivos decadentismos<br />

occidentales y en la adopción de anárquicas modas finiseculares.<br />

Pero, bajo este flujo precario, un nuevo sentimiento, una nueva revelación<br />

se anuncian. Por los caminos universales, ecuménicos, que tanto se<br />

nos reprochan, nos vamos acercando cada vez más a nosotros mismos.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

296


NOTAS<br />

1. “Ya no quiero leer a ningún autor de quien se note que quería hacer un libro; sino sólo<br />

a aquéllos cuyos pensamientos llegaron a formar un libro sin que ellos se dieran cuenta”<br />

(El viajero y su sombra).<br />

2. Una importante revista semanal de Lima, destinada al gran público. Dirigida por Andrés<br />

Avelino Aramburu, sale entre 1920-1931 con el visto bueno del gobierno de Leguía.<br />

Incluye una sección sobre la vida de la alta sociedad, expresiones sobre los sucesos políticos<br />

del mundo, y artículos de escritores como César Vallejo, Luis Alberto Sánchez y José<br />

Gálvez. Desde 1924, Mariátegui publica allí regularmente, y a partir de 1925 escribe para<br />

la revista la serie “Peruanicemos el Perú”.<br />

3. Importantísima revista política y cultural, fundada y dirigida por Mariátegui, que apareció<br />

en Lima más o menos mensualmente entre 1926-1930. Después de la muerte de<br />

J.C.M., salió tres veces más antes de su clausura definitiva. Siempre caracterizada por su<br />

criterio amplio con respecto a los colaboradores, se inició como revista de definición<br />

ideológica de los elementos de renovación cultural y política. En septiembre de 1928, en<br />

la misma temporada en que aparecieron los Siete ensayos y en que se formó el Comité<br />

Organizador del Partido Socialista Peruano, Amauta se declaró abiertamente socialista,<br />

acto con que se formalizó el proceso de ruptura entre Mariátegui y Haya de la Torre que<br />

había comenzado en abril del mismo año.<br />

4. El otro libro que Mariátegui logró publicar en vida. Salió en 1925, e igual que los Siete<br />

ensayos, recogía artículos que ya habían aparecido en revistas limeñas.<br />

5. Este libro, cuya próxima aparición bajo el título Ideología y política en el Perú fue anunciada<br />

en el N o 30 de Amauta, abril-mayo de 1930, nunca llegó a publicarse. Se dice que se<br />

perdió. Lo cierto es que no se conoce ninguna copia existente.<br />

6. Tales acusaciones se ponen de moda a partir de 1927 con la polémica entre Mariátegui<br />

y Luis Alberto Sánchez que se publica originalmente en Mundial entre febrero y marzo y<br />

en que Sánchez le hace esa objeción. Otros no tardan en repetir la crítica, entre ellos Víctor<br />

Andrés Belaúnde y Víctor Raúl Haya de la Torre. (Las respuestas de J.C.M. a Sánchez<br />

han sido reproducidas en “Indigenismo y socialismo”, Obras completas de José Carlos<br />

Mariátegui, Lima: Empresa Editora Amauta, 1969, XIII, pp. 214-228).<br />

7. Véase la Cronología para los años 1919-1923.<br />

8. Es interesante que Mariátegui, aquí como en otras partes, siempre elogie sin reservas a<br />

Sarmiento, una figura hoy día vista con recelo por una parte importante de la izquierda<br />

latinoamericana. Ya en el siglo XIX, Martí había adoptado una actitud crítica ante las<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

297


posiciones de Sarmiento, pero es probable que Mariátegui conociera muy poco de la obra<br />

martiana, dado que ésta estaba en general mal conocida en las primeras décadas de este<br />

siglo, y J.C.M. casi nunca la menciona.<br />

También, hay que preguntarse si Mariátegui habrá conocido el Conflicto y armonía de razas<br />

de Sarmiento, lo cual es suficientemente explícito y contrario a sus propios planteos<br />

sobre la raza como para llevarlo a calificar su entusiasmo. La actitud que Mariátegui mantiene<br />

ante Sarmiento y la cultura e historia argentinas, en general parece tener más que ver<br />

con una óptica liberal que con una óptica socialista, cosa que no es nada excepcional, sino<br />

todo lo contrario, dentro de la izquierda de su generación.<br />

9. Ya desde el comienzo del libro vemos una característica del estilo de redacción de Mariátegui<br />

que le habrá proporcionado cierta frustración a más de un lector: acostumbra citar<br />

textos sin dar los datos bibliográficos completos. En esta edición se ha hecho lo posible<br />

por suplir los datos omitidos sobre las fuentes citadas por el autor. El criterio ha sido<br />

el siguiente: si una fuente aparece en el catálogo parcial de la biblioteca personal de<br />

J.C.M. preparado por Harry Vanden (Sección anexa a Mariátegui: Influencia en su formación<br />

ideológica, Lima: Biblioteca Amauta, 1975), se han utilizado los datos correspondientes<br />

a la edición allí citada. Para las fuentes que no aparecen en este catálogo, se ha<br />

buscado la primera edición del texto. Si ésta resulta ser la única aparecida antes de la<br />

muerte de J.C.M., no ha habido problema, pero si existe más de una edición anterior a<br />

1930, se han dado los datos de la primera y de las sucesivas. En algunos casos, desgraciadamente,<br />

el autor simplemente no ha dejado suficientes pistas, y no se ha podido determinar<br />

con ninguna seguridad la procedencia del material a que se refiere.<br />

Aquí en este caso, Mariátegui cita un artículo de Gobetti de 1924 titulado “Un perseguidor<br />

de anárquicos”, que él mismo reproduce en Amauta, N o 24, junio de 1929, pp. 10-12.<br />

La obra del italiano Gobetti, “crociano de izquierda” que murió en 1926, influye mucho<br />

en Mariátegui. Sobre esta influencia, véase de Robert Paris: “Mariátegui e Gobetti”, Centro<br />

Studi Fiero Gobetti, Quaderno 12, Torino, marzo de 1967, pp. 3-13.<br />

10. Desde la aparición de los Siete ensayos, las ideas de Mariátegui sobre el comunismo de<br />

los incas han provocado bastante controversia. Robert Paris, por ejemplo, en su artículo<br />

“José Carlos Mariátegui et le modele du ‘communisme’ inca”, Annales, Economies, Societés,<br />

Civilisations, Paris, N o 5, septiembre-octubre de 1966, pp. 1065-1072, le critica el uso<br />

indiferenciado de los términos “comunismo” y “socialismo” para referirse al Incario, ya<br />

que encuentra que el uso del concepto “socialismo” para describir a los incas es anacrónico.<br />

Bien puede ser que dentro de la terminología marxista resulte poco riguroso. En cambio,<br />

el hablar del Incario como caso de comunismo primitivo está dentro de la ortodoxia<br />

más absoluta, ya que Marx se refiere al “comunismo ingeniosamente desarrollado de los<br />

peruanos” en El capital (III, cap. LI), etc. La equiparación semántica de “comunismo primitivo”<br />

y “socialismo”, por otra parte, no es nada peculiar a Mariátegui. Al contrario,<br />

para la fecha en que se redactan los Siete ensayos, constituye una práctica ya ampliamente<br />

establecida tanto dentro como fuera del Perú. En 1908, el peruano Víctor Andrés Belaúnde<br />

había usado los dos términos intercambiablemente en su libro El Perú antiguo y<br />

los modernos sociólogos (Lima: Imprenta y Librería de San Pedro), y allí había citado del<br />

libro Los sistemas socialistas del italiano Vilfredo Pareto, que definía el Incario como “un<br />

ejemplo bien caracterizado de organización socialista” (p. 86). Luego, para citar otro<br />

ejemplo, Haya de la Torre, en su ensayo “La Realidad del Perú”, del libro Por la emancipación<br />

de la América Latina (Buenos Aires: Gleizer, 1927), también usa los dos términos<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

298


como equivalentes, y cita a otros autores que han hecho lo mismo. Al constatar estos casos,<br />

lo único que quiero demostrar es que aquí, como en todo, el vocabulario y los conceptos<br />

que maneja Mariátegui vienen modulados por todo un debate contemporáneo y<br />

anterior, y es necesario comprender los postulados de estos debates para poder llegar a<br />

apreciar lo que es efectivamente original (y lo que es propiamente marxista) en su obra, y<br />

también para no exagerar la importancia de ciertas inconsistencias que difícilmente pudiera<br />

haber superado, dadas las limitaciones de su medio ambiente. (Dentro del presente<br />

texto, Mariátegui vuelve a hablar largamente sobre el comunismo incaico en el ensayo 3,<br />

nota del autor en p. 63 de esta edición).<br />

11. Aquí Mariátegui cita del artículo titulado “El hecho económico en la historia peruana”,<br />

publicado en Mundial, 14 de agosto de 1925, y reproducido en Obras completas,<br />

1970, XI, pp. 58-61.<br />

12. Mariátegui introduce aquí un interesante leit-motiv del libro: la insistencia en que el<br />

protestantismo ha sido un factor fundamental en el desarrollo ideológico del capitalismo,<br />

y por extensión, que los países que no han pasado por una auténtica Reforma se caracterizan<br />

por tener un capitalismo pobremente desarrollado y mezclado con modos de producción<br />

precapitalistas. Recuérdese que el estudio de Max Weber, La ética protestante y el<br />

espíritu del capitalismo, aparece en 1904-5, y en los años que siguen se produce una nutrida<br />

bibliografía sobre la relación entre el calvinismo y el capitalismo. Mariátegui nunca<br />

menciona a Weber, y es muy posible que no conociera su obra, pero está plenamente informado<br />

de la polémica a través de otros autores, entre ellos, Gobetti, cuyo artículo<br />

“Nuestro protestantismo”, de 1925, se reproduce en el N o 24 de Amauta, pp. 12-14. Más<br />

adelante en el ensayo 5 del presente libro, Mariátegui vuelve a desarrollar el tema, y allí<br />

nombra a otros autores que también han constatado el fenómeno.<br />

13. En 1823, Mr. Canning, Secretario de Asuntos Extranjeros de la Gran Bretaña, nombró<br />

cónsules a Buenos Aires, Montevideo, Chile, Perú, Colombia y México, y dos años<br />

después su gobierno comenzó a reconocer oficialmente a las nuevas repúblicas. En cuanto<br />

a los banqueros, “en 1822 y de nuevo en 1825, la deuda flotante peruana en Londres<br />

alcanzó la cifra de 1.816.500 libras esterlinas” (Jesús Chavarría, “La desaparición del<br />

Perú colonial [1870-1919]”, Aportes, París, N o 23, enero de 1972, p. 123). El vizconde de<br />

Chateaubriand fue ministro de Asuntos Extranjeros de Francia entre finales de 1822 y<br />

mediados de 1824.<br />

14. Se notará en este libro, tanto como en otros escritos del autor, que éste tiende a exagerar<br />

el grado en que habían logrado establecerse en la Argentina una burguesía nacional, el<br />

liberalismo, y la democracia representativa. Tal exageración se explica, en parte, por el<br />

constante interés de Mariátegui en contrastar los respectivos procesos de desarrollo nacional<br />

de la Argentina y el Perú, contraste que, por otro lado, es evidentemente útil, dadas<br />

las diferencias notables en la experiencia histórica de los dos países. También, hay que<br />

reconocer que la impresión de Mariátegui no debe haber aparecido muy equivocada en<br />

1928. Por ese entonces, la Argentina era uno de los doce países del mundo más avanzados<br />

económicamente. El observador contemporáneo no podía ignorar que entre 1860 y 1928<br />

ese país había experimentado un proceso de desarrollo nada menos que espectacular, y<br />

justamente el año 1928 –fecha en que Mariátegui publica su libro– “marcó el punto más<br />

alto” de su prosperidad. (Tulio Halperin Donghi, Historia contemporánea de América<br />

Latina, Madrid, Alianza, 1969, p. 331).<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

299


15. Entre los años 1849 y 1874, período durante el cual estaba en vigencia el trato legal de<br />

coolíes, entraron 87.000 chinos al Perú. Fueron traídos para trabajar en la explotación del<br />

guano y en la agricultura costeña. La emancipación de los esclavos negros se efectuó en<br />

1854.<br />

16. El guano comienza a explotarse en el Perú en los años 40 del siglo XIX, y para los 50 es<br />

ya un gran negocio. El auge guanero dura hasta los 70 cuando la industria entra en decadencia.<br />

En esta misma década el salitre adquiere importancia, y el gobierno peruano, en<br />

bancarrota en 1875, mira en este mineral la posibilidad de su rescate económico. Para que<br />

el nuevo negocio les resulte lucrativo, les es necesario controlar los precios del salitre boliviano,<br />

pero tal imperativo entra en conflicto con los intereses de la industria británica<br />

chilena que opera en Bolivia. Esta situación lleva a la Guerra del Pacífico (1879-1883),<br />

por resultado de la cual Bolivia pierde su costa y el Perú sus yacimientos de salitre (Tacna,<br />

Arica y Tarapacá).<br />

Es bueno recordar que el Perú no pierde sus islas guaneras, y vuelve a explotarlas después<br />

de la guerra. Sin embargo, como la industria ya estaba en decadencia, nunca más constituye<br />

una fuente importante de riqueza.<br />

17. El oro de California fue descubierto en 1849.<br />

18. El guano, usado principalmente como abono, había sido explotado por los incas pe-ro<br />

luego olvidado por los españoles. A la Europa industrial le resultó tan importante que las<br />

“compras de guano alcanzaron una cifra mayor que la de ningún otro producto en las importaciones<br />

británicas de América Latina entre 1855-1865” (Chavarría, op. cit., p. 122).<br />

Durante los años 40 el Perú tuvo un competidor con respecto al guano porque se había<br />

descubierto una isla en la costa de África donde se podía extraer el guano gratuitamente,<br />

pero después de agotarse los depósitos de esta isla, el Perú gozaba de un monopolio en el<br />

mundo.<br />

19. “Entre 1861 y 1875, la deuda flotante peruana en Londres fue mayor que la de ningún<br />

otro país latinoamericano: 41,7 millones de libras esterlinas” (Chavarría, ibid., pp. 124-125).<br />

20. Al terminar la Guerra del Pacífico, el gobierno peruano se encontró con una deuda<br />

exterior de 51 millones de libras esterlinas (Chavarría, ibid., p. 131). En 1886 un financiero<br />

norteamericano, Michael P. Grace, propuso una solución al gobierno en nombre de<br />

los obligacionistas ingleses. Con algunas enmiendas, esta solución fue aprobada por el<br />

Congreso en 1889, y llegó a conocerse como el Contrato Grace. Las cláusulas principales<br />

del contrato eran la cancelación de la deuda exterior, la cesión de los ferrocarriles del Estado<br />

a los ingleses por sesenta y seis años, y la concesión a ellos de derechos para la extracción<br />

de hasta tres millones de toneladas de nitratos por año. Para administrar sus intereses,<br />

los británicos formaron la Peruvian Corporation Ltd. (1890). “En 1909, el Presidente<br />

Leguía… vendió [los ferrocarriles] totalmente a la ‘Peruvian Corporation’ a fin de cancelar<br />

la deuda exterior y poder utilizar el guano que había sido cedido a esta compañía, en la<br />

agricultura de la costa” (Diego Messeguer Illán, José Carlos Mariátegui y su pensamiento<br />

revolucionario, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1974, p. 48).<br />

21. Hubo dos gobiernos del general Ramón Castilla: 1845-51 y 1855-61.<br />

22. El sistema de consignaciones del guano varió bastante en los años de apogeo de este<br />

producto. Para 1868, una gran cantidad de los contratos de exportación estaba en manos<br />

de capitalistas nacionales, pero en 1869 el gobierno les quitó las consignaciones y se las<br />

entregó a una casa parisiense mediante el Contrato Dreyfus. Este monopolio francés terminó<br />

en 1875.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

300


23. Esta nueva burguesía nacional, que gracias al guano se constituía a partir de los años<br />

40, se organizó como fuerza política en el Partido Civil, fundado en 1871 bajo el mando<br />

de Manuel Pardo (presidente del país entre 1872-1876). A los miembros de este partido,<br />

se los llamaba comúnmente “civilistas” y a su política, “civilismo”.<br />

24. Aquí Mariátegui vuelve a citar del artículo “El hecho económico en la historia peruana”,<br />

op. cit.<br />

25. Paris, Aux Editions de la Sirene, 1922.<br />

26. En realidad, el poder ya había sido devuelto a los jefes militares en las elecciones<br />

presidenciales de 1876. El gobierno de los civilistas (1872-1876) había resultado poco<br />

popular, y éstos se habían visto obligados a apoyar al caudillo militar Mariano Ignacio<br />

Prado. Así que cuando estalló la Guerra del Pacífico, Prado ya llevaba varios años ejerciendo<br />

la presidencia.<br />

27. En 1895, junto con los demócratas de Nicolás de Piérola, los civilistas expulsan a los<br />

militares del poder y colocan a Piérola en la presidencia. Hasta 1903, los civilistas no gobiernan<br />

directamente pero ejercen considerable influencia, primero sobre Piérola y luego<br />

sobre el presidente independiente Romana (1899-1903). En las elecciones de 1903<br />

gana el candidato civilista Candamo, y el Partido Civil controla la ejecutiva, con la excepción<br />

del período 1912-1914, hasta el golpe de Leguía en 1919.<br />

28. En 1888, después de una progresiva depreciación del billete que había comenzado<br />

antes de la guerra, el gobierno declaró que las tesorerías, aduanas y otras oficinas públicas<br />

sólo podían aceptar moneda metálica, restándole así todo valor oficial al billete. Esta medida<br />

significó la ruina de muchas personas de los sectores medios y pobres que tenían su<br />

capital o sus ahorros en billetes.<br />

29. Se terminó en 1893.<br />

30. Para algunos datos sobre este proceso, véase la Cronología que se incluye dentro del<br />

presente volumen.<br />

31. La “banca peruana dio un salto adelante al empezar el siglo. Se implantaron bancos<br />

importantes, tales como el Banco Italiano (1889), el Banco Internacional del Perú (1897),<br />

el Banco Popular del Perú (1899) y el Banco Alemán Transatlántico (1905)” (Chavarría,<br />

op. cit., p. 139).<br />

32. Se abre en 1914.<br />

33. Parece referirse al desplazamiento definitivo del Partido Civil por el segundo gobierno<br />

de Augusto Leguía (1919-30). Leguía mismo representa el surgimiento de un nuevo<br />

tipo de capitalista en el Perú. Debe su posición a su propio esfuerzo y audacia, y no a sus<br />

relaciones de familia, y claramente defiende los intereses del capital monopolista extranjero<br />

(principalmente norteamericano) a expensas del capital nacional.<br />

34. La producción del caucho peruano comienza alrededor de 1882, y alcanza su período<br />

de apogeo más o menos entre 1897 y 1912. La decadencia del negocio cauchero se debe<br />

no tanto al escándalo de 1912 como a la competencia procedente de las plantaciones de<br />

las colonias inglesas y holandesas, especialmente Ceylán, Malaca y Sumatra.<br />

35. Se refiere al efecto que tuvo la Primera Guerra Mundial sobre la economía peruana.<br />

Al respecto, dice Jesús Chavarría, “Al aumentar las demandas de exportación peruana<br />

destinada a la guerra, la prosperidad de unos pocos alcanzó casi proporciones de boom,<br />

provocando al mismo tiempo graves dislocaciones internas. Tierras hasta entonces destinadas<br />

a la producción alimenticia, por ejemplo, fueron pasando cada vez más a la plantación<br />

de azúcar y algodón. Estos cambios se vieron reflejados en la balanza comercial del<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

301


Perú: en 1913, las exportaciones sobrepasaron a las importaciones en casi un veinte por<br />

ciento, y cinco años más tarde en casi un cien por ciento” (op. cit, p. 148).<br />

36. Según Aníbal Quijano, entre 1919 y 1930, aproximadamente 80% del presupuesto<br />

del gobierno estuvo financiado por préstamos procedentes de EE.UU. (Seminario dictado<br />

por Quijano en la Escuela de Sociología, Universidad Central de Venezuela, 1975).<br />

37. Esta ley fue promulgada el 9 de abril de 1918.<br />

38. Paris: Grasset, 1925.<br />

39. Palabra de origen quechua y aymara, cuyo significado se asemeja a “granero”, lugar<br />

donde se almacenan los frutos de la tierra.<br />

40. Bajo el Incario, los tambos eran depósitos bien abastecidos que los indios de cada jurisdicción<br />

tenían la obligación de construir y mantener a fin de que los viajeros, los ejércitos,<br />

etc., pudieran allí reparar sus fuerzas en el camino. Luego los españoles introdujeron<br />

el pago de servicios en los tambos, y la palabra “tambo” comenzó a asociarse con “venta”,<br />

“mesón” o “posada”. Mariátegui parece usar la palabra para referirse a los abastos controlados<br />

por los mismos hacendados, que ejercían monopolios sobre la venta de productos<br />

de consumo en un determinado lugar.<br />

41. Es interesante que Mariátegui ponga esta palabra entre comillas. Es notorio que en<br />

Cuba significa “hacienda de caña”, y en el Perú también se ha usado desde tiempos coloniales<br />

pero para designar específicamente el molino de azúcar. Aquí parece referirse a la<br />

planta industrial destinada a moler la caña.<br />

42. El proceso de concentración de tierras en esta zona coge ímpetu entre 1885-90, debido<br />

a la incapacidad de muchos propietarios de sobrevivir el desastre producido por la<br />

Guerra del Pacífico. La Sociedad Agrícola Casa Grande Limitada es el resultado de las<br />

compras de Gildemeister (capital alemán) que comienza a adquirir haciendas en el valle<br />

de Chicama a partir del año 1890. La Compañía Grace (capital norteamericano) adquiere<br />

la hacienda Cartavio en 1882, pero no la explota hasta 1891 cuando forma la Cartavio<br />

Sugar Co. Luego un nuevo ciclo de concentración ocurre después de 1902 con la baja<br />

drástica del precio del azúcar en el mercado mundial. El tercer y último ciclo de concentración<br />

tiene lugar durante y después de la Primera Guerra Mundial. Notablemente, en<br />

1927 la Casa Grande compra la propiedad de Víctor Larco, que a principios del siglo había<br />

sido el magnate azucarero más poderoso del valle. Esta compra le da a la Casa Grande<br />

una posición incontestable de dominación, con aproximadamente 13.460 fanegadas de<br />

tierra en comparación a las 2.206 fanegadas de la Cartavio. (Véase el capítulo titulado<br />

“The Modernization of the Sugar Industry and the Concentration of Land in the Chicama<br />

Valley”, en Peter F. Klarén, Modernization, Dislocation, and Aprismo: Origins of the<br />

Peruvian Aprista Party, 1870-1932, Austin, Univ. of Texas Press, 1973).<br />

43. Es posible que el artículo de Spelucín al cual se refiere aquí Mariátegui sea el mismo<br />

que apareció luego en 1930 en APRA, Lima, 2 de octubre: “El departamento de La Libertad,<br />

fecundo campo de enseñanzas respecto a la acción imperialista en nuestro país”.<br />

44. “Gamonal”: término que se usa en el Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela y<br />

América Central; significa “latifundista”, “hacendado”, “cacique rural”. En el trozo de<br />

su prólogo a Tempestad en los Andes que se reproduce aquí, Mariátegui refina la definición<br />

de la palabra.<br />

45. Lo que sigue no es el prólogo en su totalidad, pero sí es una parte importante. El libro<br />

de Luis E. Valcárcel fue publicado por el mismo Mariátegui: Lima, Ed. Minerva, 1927.<br />

46. Aquí tenemos la primera referencia en este libro al pensamiento del anarco-sindicalis-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

302


ta francés Georges Sorel (1847-1922). La presencia de Sorel en los escritos de Mariátegui<br />

es uno de los focos principales de controversia entre los críticos que en los últimos diez<br />

años, más o menos, se han dedicado a estudiar su obra. Mariátegui se inspiró en la teoría<br />

del “mito” de Sorel a través de sus libros Reflexiones sobre la violencia (1908) e Introducción<br />

a la economía moderna (1903). Para la presentación más explícita del “mito” en la<br />

obra de J.C.M., véase “El hombre y el mito”, publicado originalmente en Mundial, 16 de<br />

enero de 1925, y reproducido en Obras completas, 1950, III, 18-23. Sobre la controversia<br />

que existe en torno al “sorelismo” de J.C.M., véase, entre otros, Robert Paris, “El marxismo<br />

de Mariátegui”, Aportes, París, N o 17, julio, 1970, pp. 6-30, y Luis Villaverde Alcalá-<br />

Galiano, “El sorelismo de Mariátegui”, y R. Paris, “Mariátegui: un ‘sorelismo’ ambiguo”,<br />

ambos en Aportes, N o 22, octubre, 1971, pp. 168-184.<br />

47. En 1824 Bolívar proclama la abolición del tributo del indio –proclamación que no se<br />

aplica– y en un decreto del mismo año anula el sistema de la propiedad comunal indígena,<br />

declarando que las tierras antes tenidas en comunidad serán repartidas entre los indios<br />

sobre la base de la propiedad privada.<br />

48. Este estudio fue reproducido en Revista Universitaria, Univ. de San Marcos, año XV,<br />

v. 1, 1 er trimestre, 1929, pp. 35-143, pero por la discrepancia en las fechas y en la numeración<br />

de páginas, es evidente que Mariátegui no cita de esta publicación.<br />

49. Este término en inglés se refiere al Homestead Act de 1862 mediante el cual el gobierno<br />

de EE.UU. concedía tierras públicas a pobladores a fin de que las dedicaran al cultivo.<br />

Encinas recomienda que el gobierno peruano instituya una práctica parecida con respecto<br />

a la población indígena.<br />

50. Este ensayo, escrito en 1904, no apareció en la primera edición de Horas de lucha<br />

(1908). Mariátegui se refiere a la segunda edición de este libro (Callao, 1924, Tip. “Lux”).<br />

51. Contrario a su intención, la abolición de las comunidades en 1824 no crea una clase de<br />

pequeños propietarios sino más bien facilita la concentración de la tierra en pocas manos.<br />

Así que después de la Independencia, se inicia un proceso en que el indio es progresivamente<br />

despojado de sus tierras. Este proceso se intensifica notablemente a finales del siglo<br />

XIX y a comienzos del XX. Durante este período el cambio económico acelerado de<br />

la costa produce una demanda cada vez mayor de los productos agrícolas de la sierra, lo<br />

cual da lugar a la expansión de las grandes haciendas a costa de las comunidades indígenas.<br />

Este proceso brutal de usurpación de las tierras comunales explica en gran parte los<br />

numerosos levantamientos indígenas que ocurren en estos años.<br />

52. Es realmente curiosa la interpretación que le da Mariátegui a esta cita porque no corresponde<br />

en absoluto al sentido que tiene la declaración dentro del contexto del ensayo.<br />

La primera “manera” que sugiere González Prada es presentada como un absurdo, un<br />

imposible, ya que el autor ha venido describiendo la violencia congénita, inevitable, que<br />

caracteriza la hacienda. Y pocas líneas después, Prada remata el ensayo con las siguientes<br />

palabras totalmente inequívocas: “En resumen: el indio se redimirá merced a su esfuerzo<br />

propio, no por la humanización de sus opresores. Todo blanco es, más o menos, un Pizarro,<br />

un Valverde o un Areche”.<br />

53. Aquí Mariátegui cita de un artículo que él mismo solicitó a la autora. Apareció en el<br />

primer número de Amauta, sept., 1926, pp. 22-24, con el título “Lo que ha significado la<br />

Asociación Pro-Indígena”.<br />

54. La “alarma ante el extremismo de algunos sectores estudiantiles generó en la propia<br />

juventud de la Universidad de San Marcos un destello de reivindicación católica que, en-<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

303


cabezada por José León Bueno, se expresó en 1924 en la revista Novecientos y, poco después,<br />

en la fundación de una entidad llamada Acción Social de la Juventud con actividades<br />

similares a la Asociación Cristiana de Jóvenes. Tanto Novecientos como la Acción<br />

Social de la Juventud tuvieron corta vida” (Jorge Basadre, Historia de la República del<br />

Perú, Lima, Ediciones “Historia”, 1964, IX, 4217).<br />

55. Los obrajes eran fábricas de tejidos toscos de lana, instituidas durante la colonia y conocidas<br />

por sus horrendas condiciones de trabajo.<br />

56. Las Leyes de Indias constituyen una verdadera avalancha de cédulas reales concernientes<br />

a la protección del indio, siendo hitos importantes las Leyes de Burgos de 1512 y<br />

las Nuevas Leyes de 1542 (que fueron tácitamente anuladas al cabo de tres años). Después<br />

de 1560 se disminuye el número de cédulas que se ocupan del tratamiento del indio.<br />

De todos modos, en la famosa Recopilación de Leyes de los reinos de las Indias de 1680,<br />

más de la cuarta parte versa sobre la cuestión indígena.<br />

57. Caudillo indígena que, aunque leal en un principio a las autoridades realistas, luego<br />

integró la Junta rebelde de Cuzco, y encabezó una expedición enviada hacia Arequipa.<br />

Después de unos encuentros en que salió victorioso contra las fuerzas reales, fue apresado<br />

y ejecutado en 1815.<br />

58. El encomendero español era beneficiario de una encomienda, institución mediante la<br />

cual los conquistadores y otros “servidores” del rey recibían un repartimiento de indios<br />

que debían prestarles variados servicios a cambio de la educación religiosa y la protección<br />

contra los abusos. Estos repartimientos, que en la práctica constituían una forma<br />

onerosa de servidumbre, no eran muy bien vistos por la Corona (por lo menos hasta la<br />

subida de Felipe II al trono) porque se veía en los encomenderos la reaparición en el Nuevo<br />

Mundo de una casta de señores feudales. Aquí, cuando Mariátegui habla de “encomenderos<br />

criollos”, usa el término de manera figurativa como equivalente a “latifundista”.<br />

59. La conscripción vial fue establecida por ley en 1920 y abolida bajo la dictadura de<br />

Sánchez Cerro en los primeros años de los 30. Estableció el servicio obligatorio en los caminos.<br />

Según Basadre, “El trabajo en los caminos debía hacerse por los conscriptos dentro<br />

de un plazo de seis a doce días al año. Podía ser redimido mediante el abono en efectivo<br />

de los jornales correspondientes… De hecho, la conscripción vial sólo afectó al indio”<br />

(op. cit., 4144-4145).<br />

60. Sistema de trabajo forzoso impuesto a los indios durante la colonia después de extinguirse<br />

las encomiendas. La mita obligaba al pago de un tributo así como a la prestación<br />

temporaria de trabajo para obras públicas designadas por las autoridades. Estas incluían<br />

la construcción de caminos y edificios y el trabajo en las minas. Las mitas fueron oficialmente<br />

abolidas por las Cortes de Cádiz en 1812.<br />

61. Sistema de contratar mano de obra indígena mediante anticipos que comprometen al<br />

indio a trabajar y muchas veces lo enredan en una maraña de deudas de las cuales difícilmente<br />

sale. Por esas deudas, se ve obligado a seguir trabajando indefinidamente.<br />

62. Mujik: campesino ruso. Véase la nota para el ensayo 7, sección XVII.<br />

63. El primero de estos congresos se realizó en 1921, donde se formó el Comité “Pro Derecho<br />

Indígena Tahuantinsuyo”. Hubo un congreso por año hasta 1924. En 1927 el gobierno<br />

intervino y disolvió el Comité “Pro Derecho”.<br />

64. Palabra quechua que significa “mestizo”; se aplica de manera más general a los miembros<br />

y asociados de la clase dominante, blancos y mestizos, comerciantes y propietarios o<br />

autoridades gubernamentales.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

304


65. Mariátegui habla con más detalle de este fenómeno en la sección IX del ensayo 7 del<br />

presente texto, “El proceso de la literatura”. Se refiere a una actitud y una práctica literarias<br />

de tipo costumbrista, particularmente de moda en Lima durante las tres primeras<br />

décadas del siglo XX. El “perricholismo”, también llamado “limeñismo”, “neocolonialismo”,<br />

y “pasadismo”, se asocia principalmente a la generación literaria de 1905, encabezada<br />

por José de la Riva Agüero. La palabra “perricholismo” está basada en el sobrenombre<br />

(“La Perricholi”) aplicado a Micaela Villegas (1748-1819), famosa amante del<br />

virrey Manuel de Amat y Junient.<br />

66. Nombre dado a las mujeres limeñas que se ocultaban gran parte del rostro con una<br />

manta y así paseaban por la ciudad con relativa libertad. La costumbre de taparse existió<br />

más o menos desde la fundación de Lima hasta la segunda mitad del siglo XIX. Luego las<br />

tapadas eran evocadas con nostalgia por los llamados “perricholistas”, y aun el joven<br />

Mariátegui les dedicó una obra teatral. (Véase la Cronología para el año 1916).<br />

67. Nombre del Imperio Inca.<br />

68. Lima, Editorial Garcilaso, 1925.<br />

69. Lima, Imp. Cabieses, 1926.<br />

70. Por el contexto, se deduce que es algo como el sistema mediante el cual el peón trabaja<br />

para pagar una obligación. Mariory Urquidi, en su traducción inglesa de los Siete ensayos<br />

(Seven Interpretative Essays on Peruvian Reality, Austin, Univ. of Texas Press, 1971) le da<br />

a la palabra esta acepción.<br />

71. Esta frase célebre es del argentino Juan Bautista Alberdi, contemporáneo de Sarmiento.<br />

Al lanzar este apotegma, Alberdi no pensaba en absoluto en la defensa de la población<br />

indígena, sino en la inmigración masiva de blancos europeos.<br />

72. En la página anterior Mariátegui ha reconocido que “la práctica de exterminio de la<br />

población indígena” fue llevada a cabo por el colonizador español “en contraste muchas<br />

veces con las leyes y providencias de la metrópoli”. Aquí, en cambio, parece sugerir que el<br />

“error” que constituía el exterminio le correspondió, en efecto, a la metrópoli. La cantidad<br />

enorme de cédulas reales sobre la protección del indio, especialmente antes de 1560,<br />

parecen indicar que la Corona sí estaba consciente del valor económico del capital humano<br />

que significaba la población indígena.<br />

73. Javier Prado (1871-1921) representaba el ala liberal del civilismo, es decir, la burguesía<br />

financiera e industrial. En el momento en que escribió la obra citada por Mariátegui,<br />

1894, se consideraba positivista spenceriano. El número de Anales Universitarios en que<br />

aparece el ensayo es de 1897.<br />

74. Según el catálogo parcial que ha hecho Harry Vanden de la biblioteca personal de<br />

Mariátegui (op. cit., p. 142), éste poseía la segunda edición de Indología (Barcelona, Tipografía<br />

Cosmos, s./a.). La primera edición de este libro fue de 1927.<br />

75. Este libro apareció originalmente en 1903. No se ha podido determinar cuál fue la<br />

edición que manejó Mariátegui.<br />

76. En la Rusia zarista, el MIR era una asamblea de aldea que tenía la propiedad colectiva<br />

de las tierras, y las repartía entre las familias durante un tiempo determinado.<br />

77. Paris, Rousseau & Cie., 1922.<br />

78. Se trata de un breve ensayo que se puede consultar en Esteban Echeverría: Obras completas,<br />

Buenos Aires, Imprenta y Librerías de Mayo, 1874, V, 243-266.<br />

79. Esta conferencia se publicó, en su totalidad, en dos números sucesivos de Amauta, N o<br />

4, dic. de 1926, y N o 5, enero de 1927.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

305


80. Se promulgó en 1852.<br />

81. Paris, Duyarric, 1907.<br />

82. Viene de la palabra quechua “yanacona” que significa “gentes de servicio”. En la era<br />

republicana, se refiere a “un campesino sin tierras propias; que obtiene del propietario<br />

una chacra cuya extensión puede variar entre 15 y 30 hectáreas; y puede solicitar además<br />

una habilitación consistente en dinero o semillas e implementos de labor; y que debe entregar<br />

como merced conductiva una parte determinada de la cosecha, aparte de estar<br />

obligado a devolver la habilitación con sus respectivos intereses; y que en la práctica no<br />

tiene para sus productos otro comprador que el mismo propietario”. Diccionario enciclopédico<br />

del Perú, bajo la dirección de Alberto Tauro, Lima, Ed. Mejía Baca, 1967, III, 390.<br />

El sistema que rige el trabajo del yanacón se llama el “yanaconazgo”.<br />

83. Hubo dos ediciones de este libro antes de 1928: Lima, Garcilaso, 1924, y Lima, Imprenta<br />

Torres Aguirre, 1927.<br />

84. No se ha podido determinar el estudio a que se refiere.<br />

85. Se han encontrado referencias a tal estudio en varios textos, pero no se ha podido determinar<br />

cuál estudio es. José Antonio Encinas reproduce un buen trozo de ese estudio<br />

de Villarán en su ensayo sobre la legislación tutelar indígena (op. cit.), pero como J.C.M.,<br />

tampoco suministra dato bibliográfico alguno.<br />

86. Objetos de cerámica precolombina.<br />

87. Esta obra famosa apareció por primera vez en 1890, en dos volúmenes. Con los años<br />

llegó a comprender doce tomos. Harry Vanden (op. cit., p. 116) registra que Mariátegui<br />

poseía una traducción francesa de la obra: Le rameau d’or, Paris, Libraire Orientaliste,<br />

Paul Geulheur, 1923.<br />

88. Lima, Editorial El Lucero, 1924.<br />

89. Buenos Aires, M. Gleizer, 1927.<br />

90. En 1923 se inició un importante trabajo de irrigación, bajo la dirección del ingeniero<br />

Charles Sutton, en el valle Imperial de la costa. Para el año siguiente el trabajo ya comprendía<br />

8.156 hectáreas. La mitad correspondió a los copropietarios de las pampas, y la<br />

otra mitad quedó dividida en 181 lotes de 40, 30, 20, 10 y 5 hectáreas, que fueron puestos<br />

en venta. Además, el gobierno “mandó reservar 50 hectáreas para que, dentro de ellas,<br />

cada uno de los obreros que hubiera desempeñado por lo menos 500 tareas fuese gratuitamente<br />

propietario de una hectárea” (Basadre, op. cit., 4137).<br />

91. En 1924, en el departamento costeño de Lambayeque, se iniciaron trabajos de irrigación<br />

del mismo tipo que en el valle del Imperial. Para 1930 Leguía anunció que de las tierras<br />

ganadas por el proyecto, se habían formado 1.800 chacras nuevas de pequeños propietarios.<br />

92. Indios obligados a trabajar gratuitamente en la casa del patrón.<br />

93. Cuzco…, 1927.<br />

94. “Durante el siglo XVII era normalmente exportado el cereal a Guayaquil, Panamá y<br />

otros lugares, pues sólo el valle de Lima producía 80.000 fanegadas anuales. Pero las alteraciones<br />

ocasionadas por el terremoto de 1687, o tal vez la extensión de una peste, ocasionaron<br />

la pérdida de las cosechas y la sensible disminución de los cultivos. Inicióse una<br />

crónica escasez, y Chile proveyó de grano a los molinos limeños”. Diccionario enciclopédico<br />

del Perú, ed. cit., III, 261.<br />

95. Se publicaron tres ediciones de esta obra entre 1919 y 1925, todas ellas de Payot &<br />

Cie. de Paris: 1919, 1920, 1925.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

306


96. Estas obras se realizaron por la segunda mitad de la década de los 20.<br />

97. Lo que el autor significa por “generosa concepción” se aclara en su cita del libro de<br />

Édouard Herriot en la p. 93 del presente ensayo.<br />

98. Para redactar estas primeras páginas del ensayo sobre la educación, Mariátegui parece<br />

haberse basado mucho en el estudio citado más adelante de Felipe Barreda y Laos,<br />

aunque es evidente que da su propia interpretación a los datos presentados por Barreda,<br />

que resulta ser un defensor de la clase media como sostén de “la verdadera democratización<br />

de las naciones” (p. 268; véase la nota 3 de J.C.M. al presente ensayo). A pesar de una<br />

probable utilización extensiva de este estudio como fuente, hay ciertas discrepancias entre<br />

los dos autores en cuanto a los datos. Mariátegui da la impresión de que fue el gobierno<br />

de 1831 (que sería el de Gamarra de 1829-1834) quien declaró por primera vez la gratuidad<br />

de la enseñanza. Barreda, en cambio, habla de decretos, etc., a ese efecto que<br />

vieron la luz en la década de los años 20. También, según Barreda, la circular de Matías<br />

León, que cita Mariátegui, versaba sobre la gratuidad de la segunda enseñanza y no sobre<br />

la enseñanza en general. Barreda reproduce el trozo de la circular que aparece en los Siete<br />

ensayos, y le da como fecha el 19 de octubre de 1831. (Véase la primera nota del autor, en<br />

la p. 88).<br />

99. Revista Universitaria, Órgano de la Universidad de San Marcos, Lima, 2 o trimestre,<br />

pp. 260-320.<br />

100. Lima, Librería e Imprenta Gil, 1922. El discurso citado, “Las profesiones liberales<br />

en el Perú”, se pronunció en la apertura del año universitario, San Marcos, 1900.<br />

101. Op. cit.<br />

102. Op. cit.<br />

103. Los Compagnons de l’Université Nouvelle eran un movimiento de reforma educacional<br />

que surgió en Francia después de la Primera Guerra Mundial. Proponía una reorganización<br />

total de la educación pública, a base del corporativismo. Mariátegui escribe sobre<br />

este movimiento en su artículo “La libertad de la enseñanza”, Mundial, 22 de mayo de<br />

1925, reproducido en Obras completas, 1970, XIV, pp. 24-31.<br />

104. La tesis citada se titula “La educación nacional y la influencia extranjera”.<br />

105. Se inauguró en 1905 bajo el gobierno de Pardo.<br />

106. La ley para reinstalar esta escuela se promulgó en 1903. Comenzó su organización el<br />

año siguiente.<br />

107. La Prensa fue expropiada por el gobierno de Leguía en 1921, y de la noche al día se<br />

convirtió en periódico gobiernista. Esto ayuda a explicar el comentario de J.C.M. de que<br />

“nadie supondrá…”.<br />

108. Esta lucha comenzó en marzo de 1918.<br />

109. Se refiere a La Reforma Universitaria, Buenos Aires, edición de la Revista Sagitario,<br />

1927. Este libro fue reseñado en Amauta, N o 9, mayo de 1927, p. 42. A pesar de que hace<br />

esta referencia pasajera al libro de González, Mariátegui toma su cita de la colección de<br />

documentos preparada por Gabriel del Mazo.<br />

110. Se refiere a la Unión Cívica Radical que con Hipólito Yrigoyen llega al poder en las<br />

elecciones presidenciales de la Argentina en 1916.<br />

111. Rodríguez de Mendoza (1750-1825) fue nombrado rector de San Marcos en el último<br />

año de su vida. Antes de la Independencia, que apoyó activamente, atrajo la atención<br />

por su dirección progresista del Real Convictorio de San Carlos. Allí introdujo las corrientes<br />

de la Ilustración, a expensas del escolasticismo, y entre otras cosas, abogó por la<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

307


creación de las asignaturas de historia y geografía del país. El Convictorio llegó a ser considerado,<br />

con razón, un criadero de insurgentes.<br />

Pedro Gálvez Egúsquiza (1822-1872) fue decano de la Facultad de Derecho de San Marcos<br />

(1866-1869), y su viejo profesor Sebastián Lorente (1813-1884) fue decano de la Facultad<br />

de Letras (1868-1870, 1872…), e inauguró allí la enseñanza de Historia de la Civilización<br />

Peruana (1875). Los años 66-70 del siglo XIX correspondían a un momento<br />

importante de reorganización de la universidad, y a los dos les tocó orientar este proceso<br />

en sus facultades respectivas.<br />

112. Lima, E.R. Villarán, 1917.<br />

113. Se refiere al Partido Nacional Democrático, fundado en 1915 bajo el liderazgo de<br />

José de la Riva Agüero y pronto apodado “partido futurista”.<br />

114. Es ésta la generación de intelectuales peruanos, a veces llamada generación de 1900<br />

o arielista, cuyos miembros comenzaron a hacerse conocer en la primera década del siglo<br />

XX. Sus figuras más destacadas eran José de la Riva Agüero, Víctor Andrés Belaúnde,<br />

Francisco y Ventura García Calderón, y José Gálvez. El apodo de “futurista” que se le<br />

asignó al Partido Democrático también era aplicado de modo más amplio a la generación.<br />

115. Se refiere al Carácter de la literatura del Perú independiente, Lima, E. Rosay editor,<br />

1905. Aquí y sobre todo en el ensayo sobre la literatura, Mariátegui se empeña en ver esta<br />

tesis como una expresión explícita del “espíritu colonialista”. Es curioso, dado que en<br />

este escrito del joven Riva Agüero, notablemente influido por sus profesores positivistas<br />

de San Marcos (ej. Prado y Villarán), encontramos la típica condena positivista de la herencia<br />

colonial que el mismo Mariátegui ha podido apreciar en los maestros (p. 138) pero<br />

no en el alumno. Es cierto, por otro lado, que el Riva Agüero de algunos años después sí<br />

merecerá el título de “colonialista”, y también es cierto que el autor del Carácter (su anticolonialismo<br />

aparte) pertenece a la corriente conservadora y autocrática del positivismo.<br />

116. Mariátegui se refiere a la actividad e influencia del Círculo Literario, encabezado<br />

por Manuel González Prada entre 1887 y 1891, año en que el Círculo se convierte en partido<br />

político (la Unión Nacional) y en que Prada sale para Europa. Al regresar al Perú en<br />

1898, éste se adhiere nuevamente a la Unión pero la abandona en 1902 cuando está a punto<br />

de disolverse. El Círculo, que nace como reacción a la postración moral y política del<br />

país después de la Guerra del Pacífico, aboga por una literatura de compromiso social.<br />

Defiende los derechos de las provincias contra el poder centralizado en Lima, y sobre<br />

todo levanta la voz en protesta contra la situación del indígena. En otras partes de este libro,<br />

Mariátegui se refiere a este grupo como movimiento o partido radical.<br />

117. En 1919, con motivo de su campaña alrededor de la cuestión de Tacna y Arica, el gobierno<br />

invitó al Perú a Alfredo Palacios, profesor y orador socialista de la Argentina. Su<br />

presencia contribuyó de manera significativa a la agitación del movimiento estudiantil en<br />

Lima.<br />

118. Mariátegui se refiere a su propia generación, que describe con más detalle en la sección<br />

X del último ensayo de este libro. A veces hablará de esta agrupación como la generación<br />

“colónida” o la generación de 1915.<br />

119. La primera universidad popular se fundó en Lima en 1921 y luego aparecieron más<br />

en otras ciudades. Funcionaron como extensiones universitarias de difusión cultural<br />

para el pueblo. Véase la Cronología para los años 1923 y 1924.<br />

120. En marzo de 1921, un grupo de catedráticos declara San Marcos en receso en protesta<br />

contra la interrupción, por gente armada aparentemente mandada por el gobierno, de<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

308


un discurso antigobiernista que Víctor Andrés Belaúnde pronunciaba en la misma universidad.<br />

Las clases quedaron suspendidas hasta abril del año siguiente.<br />

121. En su rol de presidente de la Federación de Estudiantes del Perú, Haya de la Torre<br />

viajó en 1922 a la Argentina, el Uruguay y Chile donde se reunió con estudiantes de estos<br />

países.<br />

122. Se refiere a Pedro Zulen, fundador de la Asociación Pro Indígena (1909-1916), que<br />

en 1922 fue nombrado director de la biblioteca de San Marcos. Murió en 1925.<br />

123. Véase la Cronología para el año 1923.<br />

124. La universidad nueva, Buenos Aires, M. Gleizer, 1925.<br />

125. Este fue rector de San Marcos entre 1922 y 1924. Fue desterrado del país entre 1925<br />

y 1927 por oponerse a la reelección de Leguía.<br />

126. “Plataformas sostenidas por la juventud revolucionaria del Perú en la organización<br />

de la Federación de Estudiantes” (Documento firmado en Lima, 8 de noviembre de<br />

1926), p. 40.<br />

127. La Universidad de Cuzco fue clausurada en 1927.<br />

128. Alejandro Deustua fue rector de San Marcos entre 1928 y 1930. En la sección que<br />

sigue inmediatamente, Mariátegui dedica mucho espacio a una consideración de sus<br />

ideas.<br />

129. Nombre de la posición política representada por el Partido Demócrata de Nicolás<br />

de Piérola. Después de la presidencia de éste y su frustrado intento de participar en las<br />

elecciones de 1903, el pierolismo quedó relegado a una postura de oposición al gobierno<br />

hasta la muerte de su caudillo en 1913.<br />

130. Es posible que se refiera a la posición asumida en el capítulo “Les forces éducatives”<br />

del libro antes citado Le Pérou Contemporain. Aquí García Calderón dijo que la renovación<br />

positivista dentro de la universidad estaba inspirada en el ejemplo de Deustua y que<br />

a ella concurrían varios jóvenes maestros –entre ellos Villarán– “toutes dans la méme pensée<br />

réformatrice” (p. 194).<br />

131. El taylorismo se refiere al cuerpo de ideas sobre la llamada “administración científica<br />

del trabajo” elaborado por el norteamericano Frederick W. Taylor a fines del siglo pasado<br />

y a comienzos de éste. Concebido para sacar el máximo de productividad de la fuerza<br />

de trabajo, el taylorismo constituye, en realidad, la base de toda la organización del<br />

trabajo en la corporación capitalista actual. Importante de señalar es que Taylor hacía<br />

hincapié especial en la necesidad de separar el trabajo intelectual (que asignaba al administrador)<br />

del trabajo físico (que correspondía al obrero).<br />

132. Paris, Ed. de la Nouvelle Revue Française, 1924.<br />

133. Se trata de una conferencia pronunciada en la Universidad de La Plata en 1922 y publicada<br />

en 1925 como La Utopía de América (La Plata, Ediciones de “Estudiantina”).<br />

134. New York, Boni & Liveright, 1920.<br />

135. Op. cit.<br />

136. “El indio no es panteísta”, mayo-junio, 1928, pp. 24-25.<br />

137. Según el Diccionario enciclopédico del Perú, op. cit., II, 197, Kon era un ser mitológico<br />

de los chimús, nación que mantuvo su independencia con respecto a los incas hasta<br />

poco antes de la conquista. Era hijo del Sol y de la Tierra (aunque no se le consideraba<br />

un dios), y se le atribuía en un tiempo la creación del mundo pero luego se olvidó esta atribución<br />

cuando Kon se fugó, ahuyentado por su hermano que vino a castigarlo por su<br />

crueldad.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

309


138. El Rig-Veda es una de cuatro colecciones de himnos anónimos tenidos como la revelación<br />

divina en la antigua religión védica. El Zend-Avesta es el libro sagrado de los Parsis,<br />

cuya religión dominaba en Persia en la época de los Sasánidas.<br />

139. El “triunvirato” a que se refiere J.C.M. comprendió a Francisco Pizarro, Diego de<br />

Almagro y el clérigo Luque. Desde 1524 los tres se concertaron para organizar una expedición<br />

que saliera en busca del Perú, y la capitulación recibida en Toledo en 1529 reconocía<br />

a Luque como obispo del territorio por conquistar.<br />

140. Acompañó a Pizarro al Perú y en la toma de Cajamarca. En esta ciudad donde los españoles<br />

sorprendieron a Atahualpa, Valverde requirió a éste para que se hiciera cristiano<br />

y se alarmó cuando el Inca rechazó violentamente la Biblia. Durante el cautiverio de Atahualpa<br />

que precedió su ejecución, Valverde lo adoctrinó en el cristianismo y lo bautizó.<br />

141. Este título no se encuentra en las Obras completas de Unamuno, y no se ha podido<br />

localizar en bibliografías y catálogos.<br />

142. Hermanastro de Francisco y compañero en la conquista del Perú, Gonzalo Pizarro<br />

encabezó una rebelión armada contra el virrey Blasco Núñez de Vela y particularmente<br />

contra la promulgación de las nuevas Leyes (1542) que intentaban suprimir la encomienda,<br />

base efectiva de la riqueza de los conquistadores. Exitoso en un número de campañas,<br />

se proclamó rey del Perú, retirando por completo su vasallaje a Carlos V. No quiso someterse<br />

a Pedro de la Gasea que llegó de España para pacificar a los rebeldes, pero abandonado<br />

en el campo tuvo que hacerlo. Fue degollado en 1548.<br />

143. El clérigo Pedro de la Gasea, mandado a Lima en 1546 para combatir la rebelión de<br />

Gonzalo Pizarro, trajo como armas nada más que el anuncio de la revocación de las Nuevas<br />

Leyes y el perdón a los alzados. Sin embargo, cuando Pizarro se resistió a este llamado<br />

a la paz, La Gasea organizó un ejército y lo persiguió. Luego, se quedó en Lima el tiempo<br />

suficiente para ordenar el gobierno, y regresó a España en 1550.<br />

144. La Universidad Mayor de San Marcos se fundó en 1551.<br />

145. La palabra “quipu” es quechua por “nudo” o “cuenta por nudos”. Se refiere a un<br />

instrumento mnemotécnico empleado por los incas para llevar la cuenta.<br />

146. Una de las fiestas principales del Perú precolombino, para rendir homenaje al Inca.<br />

147. P. 54.<br />

148. Paris, F. Rieder, 1925.<br />

149. Op. cit.<br />

150. Op. cit.<br />

151. Op. cit.<br />

152. Harry Vanden (op. cit., p. 114) registra que J.C.M. tenía la siguiente edición en su<br />

posesión: Socialisme Utopique et Socialisme Scientifique, Paris, Librairie de l’Humánité,<br />

1924.<br />

153. Vanden (ibid., p. 129) registra las dos siguientes ediciones en la colección personal<br />

del autor: Il Capital, I, Milano, Societá Editrice Avanti, 1915; y Le Capital, edición en<br />

once tomos, Paris, Alfred Costes, 1924.<br />

154. Paris, B. Grasset, 1924.<br />

155. Op. cit.<br />

156. 2 a ed., Firenze, Ed. Vallecchi, 1920. Vanden, op. cit., p. 13.<br />

157. Op. cit.<br />

158. La primera edición de este libro es: Julien Luchaire, L’Èglise et le seizième siècle<br />

d’Alexandre Borgia á Sixte-Quint, Paris, “Pages libres”, 1904.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

310


159. Op. cit.<br />

160. Paris, F. Reider, 1925.<br />

161. Op. cit.<br />

162. Dictador de Ecuador entre 1860-1875, creía fervorosamente en la supremacía de la<br />

Iglesia Católica en todos los aspectos de la vida. Como estudiante en Francia, se había<br />

vuelto extremadamente conservador a raíz de los acontecimientos de 1848. En el poder,<br />

abrigaba la idea de incorporar a Ecuador al imperio francés, y puso todos los niveles de la<br />

educación nacional bajo el control de clérigos franceses. En su libro Defensa de los jesuitas,<br />

expuso su tesis del Estado teocrático, ideal que trató de materializar durante su gobierno.<br />

163. Francisco de Paula Vigil (1792-1875), clérigo. En su libro Defensa de la autoridad de<br />

los Gobiernos contra las pretensiones de la Curia romana, tomó el partido de los derechos<br />

del Estado contra la Iglesia. Objeto de cuatro condenaciones papales, defendió, entre<br />

otras cosas, la libertad de cultos y de conciencia, el matrimonio civil y el divorcio, y propugnó<br />

la creación de una iglesia nacional. Después de 1845, se radicó definitivamente en<br />

Lima como director de la Biblioteca Nacional.<br />

164. (1819-1866). Liberal que con Castilla ayudó a decidir la abolición del tributo de los<br />

indios y la emancipación de los esclavos. Es especialmente recordado por su rectorado<br />

del Colegio de Guadalupe en Lima (1852-53), que bajo su dirección se convirtió en el<br />

centro del liberalismo de su época.<br />

165. Montevideo, Federación Sudamericana de Asociaciones Cristianas de Jóvenes,<br />

1925.<br />

166. Se refiere a la Constitución de 1839.<br />

167. Aquí Mariátegui cita de una edición de 1897, pero el partido se fundó el 19 de abril<br />

de 1889, que fue el mismo día en que Piérola expuso su “Declaración de Principios”.<br />

168. José Pardo tiene dos gobiernos: 1904-1908 y 1915-1919.<br />

169. Op. cit.<br />

170. Este artículo se titula “El rostro y el alma del Tawantisuyu”, y está reproducido en<br />

Obras completas, 1970, XI, pp. 62-66.<br />

171. La Confederación existió entre 1836-1839.<br />

172. La nueva Constitución fue promulgada el 18 de enero de 1920, pero la Asamblea<br />

Constituyente que la discutió se reunió entre septiembre y diciembre de 1919. Algunos<br />

autores se refieren a esta Constitución como la de 1919.<br />

173. Lima, Oficina Tipográfica de “La Opinión Nacional”, 1917.<br />

174. Op. cit.<br />

175. Véase la Cronología para los años 1918 y 1919.<br />

176. Se refiere a la novela Rome, publicada en 1896.<br />

177. Op. cit.<br />

178. Torino, Edizioni del Baretti, 1927.<br />

179. Bari, Giuseppe Laterza, 1926.<br />

180. Para datos bibliográficos sobre el Carácter y observaciones sobre su “colonialismo”,<br />

véase la nota informativa en el ensayo 4. El “Elogio del Inca Garcilaso” es un discurso de<br />

Riva Agüero pronunciado en la Universidad de San Marcos el 22 de abri lde 1916. El<br />

“Ollantay” es un drama anónimo en tres actos compuesto en octosílabos quechuas probablemente<br />

a finales del siglo XVII o a comienzos del XVIII.<br />

181. J.C.M. se refiere aquí a los siguientes textos: Sánchez, La literatura peruana, Lima,<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

311


Talleres Perú, 1928; Ventura García Calderón, Del Romanticismo al Modernismo, París,<br />

P. Ollendorff, 1910, y La literatura peruana (1535-1914), N.Y., París, n. p., 1914; Riva<br />

Agüero, La historia en el Perú, Lima, Imp. Nacional de F. Barrionuevo, 1910.<br />

182. Teoria e Storia della Letteratura: lezioni tenute in Napoli dal 1839 al 1848, Bari, G.<br />

Laterza & figli, 1926, 2 t.<br />

183. Clérigo y escritor mestizo de sólida formación en los clásicos, Juan de Espinosa Medrano<br />

(ca. 1640-82), apodado “El Lunarejo”, escribió abundantes sermones, piezas dramáticas<br />

en quechua y en español, y una obra interesante de crítica literaria, Apologético en<br />

favor de don Luis de Góngora (1662).<br />

184. Los artículos referidos son Gabriel Collazos, “Un drama indígena”, Amauta, febrero<br />

de 1928, p. 37, y José Gabriel Cossio, “Tuquypaij Munaskan”, Amauta, abril de 1928,<br />

pp. 41-42. Inocencio Mamani era un joven escritor de Puno, contemporáneo de Mariátegui,<br />

y Gamaliel Churata, también de Puno, era como un maestro que alentaba los esfuerzos<br />

literarios de los jóvenes de esa ciudad.<br />

185. Lima, M. Morel, 1915.<br />

186. J.C.M. se refiere al texto Ideas sobre la novela que apareció junto con La deshumanización<br />

del arte en 1925.<br />

187. Juan del Valle Caviedes (1652?-1697?), un tendero limeño que, entre otras cosas, escribió<br />

versos satíricos sobre la vida diaria de Lima al estilo de Quevedo.<br />

188. Felipe Pardo (1806-1868) fue hijo de familia monarquista que emigró a España al<br />

producirse la independencia del Perú. Después de estudiar con maestros como los<br />

neoclasicistas Alberto Lista y José Gómez Hermosilla, Pardo volvió al Perú donde escribió<br />

versos satíricos, comedias didácticas, y artículos de costumbres.<br />

189. Mariátegui se refiere a Woodrow Wilson. Véase el artículo que dedicó al presidente<br />

norteamericano: “Wilson”, que forma parte de La escena contemporánea, Obras completas,<br />

1970, I, pp. 42-45.<br />

190. Op. cit.<br />

191. Cisneros (1837-1904), poeta y novelista.<br />

192. Véase la nota 89.<br />

193. Mariano Melgar (1791-1815), mestizo arequipeño, traductor de Ovidio. Escribió<br />

“yaravíes”, que son versos de metros cortos de la copla quechua. Mariátegui dedica la<br />

sección VI del presente ensayo a este autor. Clemente Althaus (1835-1881), poeta. Carlos<br />

Augusto Salaverry (1830-1891) escribió unas veinte obras teatrales en versos muy románticos.<br />

194. Op. cit.<br />

195. La carta se titula “Nuestro frente intelectual” y apareció en el número de la revista de<br />

diciembre de 1926, pp. 3-4, 7-8.<br />

196. Gamarra, apodado “El Tunante” (1850-1924), periodista, escritor de crónicas, obras<br />

de teatro, y una novela. Véase la sección VII de este ensayo.<br />

197. Se refiere a su reciente debate periodístico con Sánchez. Véase la Cronología para el<br />

año 1927.<br />

198. Véase la Cronología para el año 1913.<br />

199. La primera edición de este libro se publicó en París en 1894. La primera edición peruana<br />

sale en Callao en 1924.<br />

200. La cita es del ensayo titulado “Renán”, incluido en Páginas libres. La introducción a<br />

la cita ha sido alterada. El texto original dice: “Si algunos de sus defectos nacen del Eclecticismo,<br />

otros se explican por la exageración del espíritu crítico…”.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

312


201. Lima, Editorial Minerva, 1926.<br />

202. Del ensayo titulado “Vigil”.<br />

203. José María de Pando (Lima, 1789-1840), intelectual conservador, es secretario de<br />

Fernando VII en España. De regreso en el Perú, sirve como ministro durante la presidencia<br />

vitalicia de Bolívar. En 1827 funda el Mercurio Peruano (1827-34, 1839-40) donde colabora<br />

Felipe Pardo y Aliaga. En 1826 publica la “Epístola a Próspero”, poema donde<br />

canta la gloria de Bolívar.<br />

204. Manuel Ascensio Segura (1805-71), mestizo, escritor de cuadros de costumbres, sátiras<br />

y comedias. Se le considera el fundador del teatro criollo limeño.<br />

205. Pancho Fierro (Lima, 1803-79), mulato, pintor de graciosas acuarelas que retratan<br />

tipos y costumbres de su tiempo.<br />

206. Buenos Aires, Babel, 1928.<br />

207. La Academia Peruana de la Lengua fue fundada originalmente en 1887 por Ricardo<br />

Palma, pero cesó por completo sus actividades en 1907. En 1917 se inició una segunda<br />

etapa con la incorporación de nuevos miembros: Alejandro Deustua, Javier Prado, José<br />

de la Riva Agüero, Víctor Andrés Belaúnde, José Gálvez, etc.<br />

208. El Palais Concert era una especie de fuente de soda elegante frecuentada asiduamente<br />

por Valdelomar y Mariátegui en su período de más acendrado dandismo (ca. 1915-16),<br />

y el jirón de la Unión, una calle principal del centro de Lima. Al decir que Colónida (1916)<br />

era escrita para el público de estos sitios, Mariátegui quiere decir que era escrita para la<br />

gente snob, la supuesta minoría selecta de almas finas entre las cuales los autores de la revista<br />

se asignaban un lugar prominente.<br />

209. Maúrtua (1865-1937), diplomático, catedrático de Filosofía del Derecho e Historia<br />

del Derecho Peruano en la Universidad de San Marcos. Según Guillermo Rouillón, fue<br />

quien despertó en Mariátegui y Falcón el interés en Sorel y su libro Reflexiones sobre la<br />

violencia. El reciente libro de Rouillón: La creación heroica de José Carlos Mariátegui: La<br />

Edad de Piedra (1894-1919) (Lima, Editorial Arica, 1975), es el único hasta la fecha que<br />

trata la influencia de Maúrtua en la formación política del joven Mariátegui.<br />

210. Para 1912 Valdelomar es agitador por la candidatura de Billinghurst, y con el triunfo<br />

de éste, es mandado a Italia con un cargo oficial. De regreso en el Perú en 1914, se dedica<br />

al periodismo, y publica, entre otras cosas, la biografía La Mariscala sobre Francisca Zubiaga<br />

de Gamarra (1915), El Caballero Carmelo: cuentos y Belmonte el trágico (1918).<br />

Entre los diversos géneros que cultiva, hay que mencionar la poesía, el cuento criollo, el<br />

cuento incaico, el cuento yanqui (tipo de relato cosmopolita), el diálogo máximo (especie<br />

de diálogo corto de humor irreverente y estrambótico), y la “neurona” (primo hermano<br />

de la “greguería”). Hacia el final de su vida, comienza a interesarse de nuevo en la política,<br />

y en 1918 realiza una gira por el norte del país con el propósito de dar conferencias.<br />

Sobre este amigo de la juventud de Mariátegui, véase la Cronología para los años 1909,<br />

1914 y 1916.<br />

211. Huachafo: palabra despectiva peruana para designar a una persona que aspira a imitar<br />

a la gente de clases más altas, y no lo logra. Tiene algo de la acepción de “cursi”.<br />

212. Mariátegui se equivoca. De esta revista, que sale en 1915, aparecen tres números.<br />

213. Mariátegui se refiere a la tesis expuesta por Brémond en su discurso de ingreso a la<br />

Academia Francesa (1925) en que éste abogaba por una poesía desprovista de todo lo superfluo,<br />

lo prosaico, lo anecdótico, una poesía no reducible a lo racional, a la paráfrasis,<br />

una poesía de lo inefable, de lo misterioso –en otras palabras, una “poesía pura”. Este dis-<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

313


curso desató un debate intenso que tuvo repercusiones en España (ej. Guillén y Salinas)<br />

tanto como en Latinoamérica.<br />

214. Se refiere a Charles Maurras (1868-1952), escritor francés monarquista, director de<br />

la revista conservadora L’Action Française.<br />

215. Sombras y Rondinelas recogen los poemas escritos después de 1916, y se publican<br />

por primera vez en el volumen editado por el mismo Mariátegui, Poesías, Lima, Editorial<br />

Minerva, 1929.<br />

216. No se ha podido localizar ningún ensayo de Orrego que tenga este título. Existe la<br />

posibilidad de que el dato se refiera a un artículo que Orrego publicó sobre Vallejo en<br />

Lima a comienzos de 1928, que se llama “Panorama intelectual de Trujillo”, La Sierra, N o<br />

3, enero-febrero, pp. 13-14.<br />

217. Estos dos libros son ambos de 1921. Laureles, mencionado más abajo, es de 1925.<br />

218. Tal vez el acento crítico que claramente se nota aquí tenga que ver no sólo con la calidad<br />

literaria de las últimas obras de Guillén sino además con el hecho de que a partir de<br />

1920, Guillén se pone al servicio de Leguía, de quien recibe varios cargos y beneficios. En<br />

cuanto a sus laureles, en 1923 Guillén obtiene el primer premio en los juegos florales y el<br />

año siguiente su “Oda a Bolívar” tiene salida exitosa en el concurso continental promovido<br />

a raíz del Centenario de la Batalla de Ayacucho.<br />

219. En su folleto de 1922 “Sobre el campesinado ruso”, Gorky, desilusionado con este<br />

grupo social, pregunta: “¿Dónde, pues, está aquel campesino ruso, bueno y pensativo,<br />

aquél que buscaba incansablemente la verdad y la justicia, de quien la literatura rusa del<br />

siglo diez y nueve le hablaba al mundo con tanta convicción y tanta belleza?”. Es cierto<br />

que una preocupación importante de los escritores rusos del siglo XIX fue la defensa del<br />

campesino y la denuncia de su servidumbre. Este tema se inaugura en 1790 con el libro de<br />

Radishchev, Viaje de Petersburgo a Moscú, y es desarrollado por autores menores como<br />

Pogodin, Polevoi, y Pavlov en los años 20 y 30. A mediados del siglo aparecen La villa de<br />

Grigorovich y, más significativo, Bosquejos de un deportista de Turgenev. Luego Dostoievsky<br />

y especialmente Tolstoy asumen una actitud casi de reverencia ante los valores del<br />

campesino, que culmina en 1886 en La muerte de Iván Illich, sobre un miembro de la intelectualidad<br />

rusa que aprende a morir con la dignidad de su mujik. La imagen del campesino<br />

en las obras de Chejov y Gorky es ya más prosaica.<br />

220. Hermano de Francisco e integrante de la generación “futurista” de Riva Agüero,<br />

Ventura García Calderón pasa la mayor parte de su vida fuera del Perú. En los años veinte,<br />

separado del servicio diplomático por su oposición a Leguía, se radica en París. En<br />

1924 publica en Madrid La venganza del cóndor, colección de cuentos cortos, algunos de<br />

los cuales son de tema indígena.<br />

221. Editorial Garcilaso.<br />

222. El prólogo de Ayllón aparece en las dos primeras ediciones de Cuentos andinos,<br />

Lima, Imp. “La Opinión Nacional”, 1920, y Lima, Imp. Lux. de E. L. Castro, 1924.<br />

223. Se refiere a la tesis sobre el mestizaje presentada en La raza cósmica (1925) y en Indología<br />

(1927). Mariátegui da mayor desarrollo a sus ideas sobre la teoría de Vasconcelos en una<br />

reseña titulada “Indología por José Vasconcelos”, publicada originalmente en Variedades<br />

(Lima), 22 de octubre de 1927, y reproducida en Obras completas, 1960, XII, pp. 78-84.<br />

224. En 1930, José Uriel García publica en Cuzco un libro titulado El nuevo indio; ensayos<br />

indianistas sobre la sierra surperuana. Si Mariátegui ya conocía las opiniones de García<br />

en 1928, es posible que parte de su libro ya hubiera aparecido en revistas o periódicos.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

314


225. Firenze, G. Barbera, 1923.<br />

226. Poema de Rubén Darío que aparece en Prosas profanas.<br />

227. Según Basadre, Spelucín formaba parte del Comité Organizador del Partido Socialista,<br />

que Mariátegui ayudó a fundar en 1928 (op. cit., p. 4212).<br />

228. En agosto de 1919, José de la Riva Agüero abandonó voluntariamente el país, lo cual<br />

sirvió para cerrar definitivamente el capítulo del partido “futurista”. Pocos años después<br />

Víctor Andrés Belaúnde fue desterrado.<br />

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315


CRONOLOGÍA


CRONOLOGÍA<br />

Vida y obra de José Carlos Mariátegui<br />

1894 Nace el 14 de junio en Moquegua, Perú (según las investigaciones de<br />

Guillermo Rouillon), hijo de María Amalia La Chira Vallejos, campesina<br />

mestiza, y Francisco Javier Mariátegui, miembro de una familia encumbrada<br />

de la sociedad limeña. El padre pronto desaparece de la casa, y la<br />

madre tiene que mantener a sus hijos como costurera. Poco después del<br />

nacimiento de J.C.M., la familia se traslada a Lima. Durante aproximadamente<br />

los primeros quince años de la vida de J.C.M., la situación económica<br />

de la familia (él, su madre y dos hermanos) es sumamente precaria.<br />

1899 María Amalia y sus hijos se trasladan a Huacho.<br />

1901 J.C.M. matriculado en la escuela del barrio en Huacho.<br />

1902 A raíz de un accidente sufrido por J.C.M. en la escuela, le sale un serio<br />

hematoma en una pierna e inmediatamente es llevado a Lima e internado<br />

en la Maison de Santé, donde se queda por cuatro meses. Resulta definitivamente<br />

truncada su educación formal. Al salir de la clínica, guarda<br />

cama por cuatro años, durante los cuales se convierte en asiduo lector:<br />

“Leía todo cuanto llegaba al alcance de sus manos: uno que otro libro,<br />

revistas y diarios de todo género, desde el título hasta la última línea del<br />

anuncio más pequeño e insignificante. Y lo hacía durante el día y la noche.<br />

Desde entonces la lectura fue su refugio, su distracción, su embriaguez”<br />

(Armando Bazán, Mariátegui y su tiempo, O.C., v. XX, pp. 14-15).<br />

1907 Muere su padre, a quien nunca llegó a conocer.<br />

1909 Entra a trabajar como “alcanza-rejones” en La Prensa, por intervención de<br />

un amigo mayor.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

321


El mismo amigo lo lleva por primera vez a la tertulia en casa de Manuel<br />

González Prada. Allí se hará buen amigo del hijo de éste, Alfredo. Mariátegui<br />

seguirá frecuentando la casa de Prada hasta la muerte del “Maestro”<br />

en 1918. En su tertulia alternará con escritores importantes como Eguren,<br />

Bustamante y Ballivián, y Valdelomar, así como con obreros anarquistas<br />

como Carlos del Barzo, que en 1918 será, junto con J.C.M., uno de los<br />

integrantes del Comité de Propaganda y Organización Socialistas.<br />

1910 Asciende a ayudante de linotipista, y corrector de pruebas. En estos años,<br />

según Rouillon (Mariátegui. El hombre y el precursor), sus lecturas favoritas<br />

incluyen a Nervo, J.A. Silva, Darío, Herrera y Reissig, Unamuno, y<br />

Cervantes. También se dedica a asimilar a los autores peruanos: “Mis más<br />

tesoneras lecturas de este género [la producción literaria nacional] corresponden,<br />

por lo que me respecta, a los años de rabioso apetito de mi<br />

adolescencia, en que un hambre patriótico de conocimiento y admiración<br />

me preservaba de cualquier justificado aburrimiento. Después, no he<br />

frecuentado gustoso esta literatura, sino cuando el acicate de la indagación<br />

política e ideológica me ha consentido recorrer sin cansancio sus documentos<br />

representativos” (Luis Alberto Sánchez, “La literatura peruana”,<br />

Mundial, 24 de agosto de 1928).<br />

1911 Aparece su primera publicación firmada con el seudónimo “Juan Croniqueur”<br />

en La Prensa. Es empleado al servicio de la redacción del periódico<br />

y ayuda a clasificar los telegramas de provincia.<br />

1912 Queda a su cargo la redacción de las notas policiales (incendios, loterías,<br />

etc.).<br />

1913 Entra a formar parte de la redacción de La Prensa.<br />

1914 Reanuda su amistad con Abraham Valdelomar, quien regresa de una<br />

estadía en Europa. Entre 1914 y 1917 son amigos inseparables, y juntos<br />

cultivan el dandismo. Este año J.C.M. publica sus dos primeros cuentos<br />

cortos y su primera colaboración en la revista Mundo Limeño. En una<br />

crónica criolla del 20 de octubre, expresa su admiración por el pasado<br />

tradicional, actitud esencialmente literaria que mantendrá, con ciertas<br />

variaciones, hasta 1917: “Es la procesión de los Milagros uno de los<br />

últimos rezagos del pasado tradicional. La más típica tal vez de las manifestaciones<br />

de ese risueño, fastuoso y alegre criollismo que se extingue,<br />

que se pierde con hondo desconsuelo para los pocos, los insignificantes<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

322


que, como nosotros, aman la tradición fervientemente” (“Del momento:<br />

La procesión tradicional”, La Prensa). Ya es un profesional tan exitoso<br />

que puede mantenerse a sí mismo y a su madre con sus ingresos de<br />

periodista. “Era el periodista profesional más joven de su tiempo”, dice<br />

Bazán.<br />

1915 Año de activa producción literaria: publica 6 poemas y 8 cuentos cortos.<br />

Publica su primer artículo en El Turf, revista hípica limeña y colabora en<br />

la revista femenina Lulú. Ayuda a constituir el Círculo de Periodistas, del<br />

que luego es nombrado Vicepresidente.<br />

Cuando en sus artículos menciona la guerra europea, defiende emocionadamente<br />

“la causa de Francia y de la civilización” y condena el “águila<br />

prusiana” y sus “huestes del imperialismo militar… que ha desatado en<br />

Europa la vorágine de una bárbara regresión” (“El apostolado de Maeterlinck”,<br />

La Prensa, 19 de marzo).<br />

1916 Estrena su zarzuela colonialista “Las Tapadas”, obra escrita en colaboración<br />

con Julio de la Paz. Se retira por algunos días al Convento de los<br />

Descalzos donde escribe unos versos místicos. Colabora en Colónida con<br />

tres sonetos. Sale de La Prensa, y el mes siguiente comienza a trabajar en<br />

El Tiempo como redactor principal. Inmediatamente inaugura su sección<br />

“Voces”, donde hace comentarios satíricos sobre la vida política del país.<br />

Este año es codirector de El Turf, publica el poema dramático “La Mariscala”,<br />

que escribe junto con Valdelomar, y anuncia un libro de poesías,<br />

Tristeza, que jamás se materializa. Producción literaria: cuentos cortos, 23<br />

poemas.<br />

Desde el año anterior, viene exagerándose su yoísmo de poeta exquisito.<br />

En palabras que revelan la marcada influencia de Valdelomar, pero que<br />

también son obviamente muy de la época, dice, “Se me acusa de petulancia,<br />

de teatralidad y de ‘pose’. Es injusta como todas esta acusación. Hay<br />

de cierto sólo que no tengo la hipocresía fácil y arribista de proclamarme<br />

modesto. No quiero parecerme a los que han mentido modestia<br />

alentando en el fondo de su alma la más exagerada de las vanidades. Y no<br />

busco embozos ni me agradan disfraces. Me descubro como soy, escribo<br />

como siento y nunca haré la profanación de mistificar mi emoción espiritual<br />

por dar a un artículo, a un cuento o a una poesía, embustero velo de<br />

humildad” (“Extraepistolario [Paréntesis]”, La Prensa, 2 de marzo).<br />

Aparte de su “reino interior”, su vida exterior y cotidiana de dandy consiste<br />

en “comedia española, circo, tertulia, murmuración, carreras de caba-<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

323


llos, crónica anónima, restorán, hogar y cocktails” (“Glosario de las cosas<br />

cotidianas”, La Prensa, 2 de junio).<br />

1917 Deja de publicar en El Turf. Según Basadre, publica, por corto plazo, un<br />

diario titulado La Noche, respuesta satírica a El Día (allegado al gobierno<br />

de Pardo). Se matricula en la Universidad Católica a fin de aprender latín;<br />

dura poco esta experiencia. Es galardonado en un concurso periodístico<br />

por su crónica “La procesión tradicional”. Para el primer aniversario de<br />

“Voces” (14 de julio) escribe las siguientes palabras: “Nos sentimos un<br />

poco desesperanzados, tundidos y fatigados por las realidades de esta<br />

democracia mestiza… Preguntamos a gritos en un ímpetu que nos hace<br />

dejar la máquina de escribir: ¿Toda la vida va a gobernar este mismo señor<br />

Pardo y este mismo señor Riva Agüero?… No debíamos ser hoy nosotros<br />

los mismos de ayer… Hace un año las realidades peruanas eran menos<br />

penumbrosas y menos hoscas en la epidermis y en el ánima, en la esencia<br />

y en la figura, en la decoración y en la entraña… Ha habido razón sobrada<br />

para que nuestro corazón se sature de hipocondría, de pesimismo, de<br />

hurañez… Pero hay aún dentro de nosotros una fe… una fe que es nuestro<br />

tónico, nuestra brasa, nuestra estufa y nuestro yelmo” (“Voces”: “Un<br />

año”, El Tiempo).<br />

En noviembre, estalla el “escándalo” con la bailarina Norka Rouskaya:<br />

J.C.M. y otros jóvenes escritores son acusados de blasfemia por haber ido<br />

de noche a un cementerio para ver bailar a la Rouskaya.<br />

Reducida producción literaria: a partir de este año ya no dará a conocer<br />

ninguna obra propiamente artística, con la excepción de una novela corta<br />

publicada en 1929.<br />

1918 A partir de este año, sus preocupaciones serán fundamentalmente políticas.<br />

Junto con César Falcón y Félix del Valle, funda Nuestra Época (2<br />

núms.), revista que refleja la influencia de España de Luis Araquistain,<br />

publicación de moderada orientación socialista. En el primer número de<br />

N.E., renuncia al seudónimo “Juan Croniqueur”. Es agredido por unos<br />

militares a causa de su artículo “Malas tendencias: el deber del ejército y<br />

el deber del Estado”, publicado en N.E. Ayuda a fundar el Comité de<br />

Propaganda y Organización Socialista, pero pronto se disocia del grupo<br />

por no estar de acuerdo con la transformación del grupo en partido<br />

político. Dicha transformación se efectúa, pero el Partido Socialista tiene<br />

corta vida y poca resonancia en la política del país.<br />

Es galardonado por una serie de artículos escritos a finales del 17 sobre<br />

teatro. Conoce a César Vallejo.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

324


1919 Se separa de El Tiempo. Funda La Razón, diario socialista que sale entre<br />

mayo y agosto y que presta apoyo activo a la clase obrera y a la Reforma<br />

Universitaria (clausurado bajo presión del gobierno). En octubre, él y<br />

Falcón, su compañero inseparable en las actividades políticas de los<br />

últimos años, son mandados a Europa por el gobierno de Leguía en<br />

función de agentes de propaganda del Perú en el extranjero, lo cual viene<br />

a ser una deportación eufemística causada por su militancia política.<br />

Hacen una breve escala en Nueva York, y luego J.C.M. va a París donde<br />

pasa dos meses durante los cuales conoce a Henri Barbusse en las oficinas<br />

de Clarté.<br />

1920 Llega a Italia a principios de enero. Entre enero de 1920 y diciembre de<br />

1921, redacta los reportajes publicados primero en El Tiempo de Lima y<br />

luego recogidos en Cartas de Italia (O.C., v. XV). Después de escribir estas<br />

crónicas, en que firma de nuevo con el seudónimo “Juan Croniqueur”, ya<br />

no vuelve a colaborar en ningún diario de la prensa burguesa. En abril, en<br />

un artículo escrito desde Roma, presenta un análisis marxista de la situación<br />

europea de posguerra en que ya discrepa por completo con sus<br />

opiniones de antaño sobre la guerra: “Un acuerdo entre la Entente y<br />

Alemania será… un acuerdo de las clases dirigentes de Europa, inspirado<br />

más que en sentimientos particulares de nación en sentimientos de clase.<br />

Por estas y otras razones se piensa actualmente que la guerra no ha sido<br />

revolucionaria, como siempre se ha dicho, sino, por el contrario, reaccionaria.<br />

Totalmente reaccionaria” (“La Entente y Alemania”, El Tiempo, 30<br />

de agosto).<br />

En agosto defiende a Benedetto Croce, ministro de Educación en el<br />

gobierno de Giolitti, por haberse negado a gastar dinero del Estado en una<br />

celebración del centenario de Dante en momentos en que el pueblo está<br />

pasando hambre: “… la opinión pública no se conmueve absolutamente.<br />

Y es que no es tiempo de conmoverla en el nombre del Dante, ni en el de<br />

la Divina Comedia… Escritores de mentalidad burguesa podrían encontrar<br />

en tan tristes constataciones copioso motivo para dolerse plañideramente<br />

de que las muchedumbres carezcan cada día más de idealismo y de<br />

espiritualismo… Habría que recordarles entonces que cuando se tiene<br />

hambre no es posible ocuparse de la Divina Comedia. Y habría que<br />

recordarles, en particular, que las muchedumbres no han leído la Divina<br />

Comedia, entre otras cosas porque han debido trabajar mucho, muy<br />

crudamente, muy pesadamente, para que una pequeña parte de la humanidad<br />

pudiese darse el lujo de leerla” (“Benedetto Croce y el Dante”, El<br />

Tiempo, 9 de diciembre).<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

325


1921 Se casa con Ana Chiappe (de este matrimonio nacerán cuatro hijos varones).<br />

Asiste como periodista al congreso de los socialistas italianos en Livorno.<br />

Se entrevista con personalidades como Turati, Gobetti, D’Annunzio,<br />

Marinetti, Gramsci y Sorel. Entabla ocasional amistad con Benedetto<br />

Croce.<br />

En marzo, desde Roma, escribe: “El fascismo es la acción ilegal de las<br />

clases conservadoras, temerosas de la insuficiencia de la acción legal del<br />

Estado, en defensa de la subsistencia de éste. Es la acción ilegal burguesa<br />

contra la posible acción ilegal socialista: la revolución” (“Escenas de<br />

guerra civil”, El Tiempo, 29 de junio).<br />

En un artículo del mes de junio, dice: “En Italia, como en toda Europa,<br />

la prensa está dividida en dos grupos únicos: prensa burguesa y prensa<br />

revolucionaria… Los grandes diarios informativos… parecen destinados<br />

exclusivamente a la información; pero su información… es eminentemente<br />

antirrevolucionaria… y tiene que ser así. Un gran diario informativo es<br />

una empresa industrial… sus intereses son, por consiguiente, los de las<br />

clases conservadoras. Dentro de la lucha de clases, no caben periódicos<br />

independientes, periódicos neutrales. Todos los periódicos tienen filiación.<br />

Todos los periódicos son sectarios. Todos los periódicos son políticos”<br />

(“La prensa italiana”, El Tiempo, 10 de julio).<br />

1922 Asiste a las Conferencias Internacionales de Génova y Cannes, donde se<br />

discute el problema de las reparaciones de guerra y el caso ruso. Se<br />

entrevista con Máximo Gorki en Saarow Ost. Junto con César Falcón y<br />

otros dos compatriotas, forma la primera célula comunista peruana, de<br />

breve duración. En junio, abandona Italia; viaja a Francia, Alemania,<br />

Austria, Hungría, Checoslovaquia y Bélgica. Comienza a colaborar en<br />

Variedades (Lima), revista semanal ilustrada, destinada al “gran público”.<br />

1923 En marzo regresa al Perú. En junio comienza a dictar el ciclo de conferencias<br />

titulado “Historia de la crisis mundial” en la Universidad Popular<br />

González Prada, Lima. En estas conferencias intenta por primera vez en<br />

el Perú aplicar el método marxista al análisis de los problemas socioeconómicos.<br />

(El ciclo dura unos ocho meses).<br />

“Mariátegui regresa en este tiempo de Europa con el propósito de trabajar<br />

por la organización de un partido de clase.<br />

Las U.P. que están en su apogeo, con motivo de las jornadas del 23 de<br />

mayo, le ofrecen su tribuna y él la acepta. Desarrolla un curso de confe-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

326


encias sobre la crisis mundial, en la que explica el carácter revolucionario<br />

de esta crisis. Los anarquistas se muestran hostiles a esta propaganda,<br />

sobre todo por la defensa de la Revolución Rusa a que en parte se contrae;<br />

pero Mariátegui obtiene la solidaridad de la U.P. y de sus adherentes más<br />

entusiastas de las organizaciones obreras” (J.C.M., “Antecedentes”).<br />

En su conferencia inicial, Mariátegui expresa una creencia, de precipitado<br />

optimismo, que estará presente en sus escritos de los primeros años<br />

después de su regreso de Europa: “En esta gran crisis contemporánea el<br />

proletariado no es un espectador; es un actor. Se va a resolver en ella la<br />

suerte del proletariado mundial. De ella va a surgir, según todas las<br />

probabilidades y según todas las previsiones, la civilización proletaria, la<br />

civilización socialista, destinada a suceder a la declinante, a la decadente,<br />

a la moribunda civilización capitalista, individualista y burguesa…Yo<br />

participo de la opinión de los que creen que la humanidad vive un período<br />

revolucionario. Y estoy convencido del próximo ocaso de todas las tesis<br />

social-democráticas, de todas las tesis reformistas, de todas las tesis evolucionistas…<br />

Toda posibilidad de reconstrucción de la economía capitalista<br />

está… eliminada”. Los acontecimientos de la década de los 20 le<br />

harán modificar tales aserciones.<br />

1924 Brevemente arrestado a raíz de sus conferencias en la Universidad Popular.<br />

Con la deportación de Haya, se encarga de la dirección de Claridad;<br />

el número 5, que sale en marzo, ya se subtitula “Órgano de la Federación<br />

Obrera Local de Lima y de la juventud libre del Perú”. En El Obrero<br />

Textil de Lima publica un llamado a la constitución de un frente único de<br />

los trabajadores del país (l/V). El mismo mes sufre la amputación de una<br />

pierna y queda reducido a un sillón de ruedas por el resto de su vida.<br />

En septiembre comienza a colaborar en Mundial, revista limeña del mismo<br />

tipo que Variedades. Lo que gana por sus colaboraciones en estas dos<br />

revistas, en donde publicará hasta su muerte, será en estos años su principal<br />

y casi única fuente de ingresos.<br />

1925 Funda la casa editora Minerva, y publica su primer libro, La escena<br />

contemporánea, recopilación de artículos periodísticos. En la presentación<br />

a este libro, dice: “Pienso que no es posible aprehender en una teoría el<br />

entero panorama del mundo contemporáneo. Que no es posible, sobre<br />

todo, fijar en una teoría su movimiento. Tenemos que explorarlo y conocerlo,<br />

episodio por episodio, faceta por faceta. Nuestro juicio y nuestra<br />

imaginación se sentirán siempre en retardo respecto de la totalidad del<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

327


fenómeno. Por consiguiente, el mejor método para explicar y traducir<br />

nuestro tiempo es, tal vez, un método un poco periodístico y un poco<br />

cinematográfico”. Y continúa: “Sé muy bien que mi visión de la época no<br />

es bastante objetiva ni bastante anastigmática. No soy un espectador<br />

indiferente del drama humano. Soy, por el contrario, un hombre con una<br />

filiación y una fe”. En septiembre comienza a publicar en Mundial la serie<br />

“Peruanicemos el Perú”. Luego usará muchos de estos artículos en su<br />

libro Siete ensayos. De este año datan los ensayos “El hombre y el mito”<br />

y “La lucha final”.<br />

1926 En una entrevista que sale en Mundial el 23 de julio, declara: “Soy poco<br />

autobiográfico. En el fondo, yo no estoy muy seguro de haber cambiado.<br />

He madurado más que cambiado. Lo que existe en mí ahora, existía<br />

embrionaria y larvadamente cuando yo tenía veinte años y escribía disparates<br />

de los cuales no sé por qué la gente se acuerda todavía. En mi camino,<br />

he encontrado una fe. He ahí todo. Pero la he encontrado porque mi alma<br />

había partido desde muy temprano en busca de Dios. Soy un alma agónica<br />

como diría Unamuno… Hace algunos años yo habría escrito que no<br />

ambicionaba sino realizar mi personalidad. Ahora, prefiero decir que no<br />

ambiciono sino cumplir mi destino. En verdad, es decir la misma cosa. Lo<br />

que siempre me habría aterrado es traicionarme a mí mismo. Mi sinceridad<br />

es la única cosa a la que no he renunciado nunca”.<br />

En septiembre inaugura la revista mensual Amauta, que propone contribuir<br />

a la definición ideológica de las fuerzas de “vanguardia” en el Perú.<br />

La revista también fija como objetivo “el de plantear, esclarecer y conocer<br />

los problemas peruanos desde puntos de vista doctrinarios y científicos”<br />

pero considerando “siempre al Perú dentro del panorama del mundo”:<br />

“Estudiaremos todos los grandes movimientos de renovación políticos,<br />

filosóficos, artísticos, literarios, científicos. Todo lo humano es nuestro”<br />

(“Presentación”, Amauta, N o 1). Entre los años 1926 y 1928 es miembro<br />

del APEA.<br />

1927 En enero se dirige por carta al Segundo Congreso Obrero de Lima, y llama<br />

a la formación de una confederación general de trabajo en el contexto<br />

nacional. En la misma carta introduce esta importante definición del<br />

marxismo: “El marxismo, del cual todos hablan pero muy pocos conocen<br />

y, sobre todo, comprenden, es un método fundamentalmente dialéctico.<br />

Esto es, un método que se apoya íntegramente en la realidad, en los<br />

hechos. No es, como algunos erróneamente suponen, un cuerpo de prin-<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

328


cipios de consecuencias rígidas, igual para todos los climas históricos y<br />

todas las latitudes sociales. Marx extrajo su método de la entraña misma<br />

de la historia. El marxismo, en cada país, en cada pueblo, opera y acciona<br />

sobre el ambiente, sobre el medio, sin descuidar ninguna de sus modalidades”.<br />

Entre febrero y marzo sostiene una polémica periodística con Luis Alberto<br />

Sánchez, en que defiende el indigenismo vanguardista y el nacionalismo<br />

revolucionario. En abril, en una carta a Glusberg, afirma oponerse radicalmente<br />

a Lugones pero respetarlo; “con el sector político con el que no<br />

me entenderé nunca es el otro: el del reformismo mediocre, el del socialismo<br />

domesticado, el de la democracia farisea. Además, si la revolución<br />

exige violencia, autoridad, disciplina, estoy por la violencia, por la autoridad,<br />

por la disciplina. Las acepto, en bloque, con todos sus horrores, sin<br />

reservas cobardes”.<br />

En junio es reducido a prisión por seis días en el Hospital Militar de San<br />

Bartolomé; los talleres de la Editorial Minerva son cerrados, y Amauta es<br />

clausurada hasta diciembre, todo por resultado del llamado “complot<br />

comunista” inventado por el gobierno para reprimir la izquierda.<br />

1928 Entre abril y mayo se efectúa la ruptura entre J.C.M. y Haya de la Torre;<br />

J.C.M. se opone a que el APRA se convierta en partido.<br />

Sufre una crisis en su salud, que desde 1924 ha seguido delicada: “…durante<br />

más de dos meses no he podido escribir una línea. Ahora tengo un<br />

saldo de trabajo, del cual voy ocupándome poco a poco. Por fortuna, los<br />

médicos se manifiestan muy optimistas respecto al tratamiento que sigo<br />

actualmente. Quesada, un gran cirujano de aquí, está seguro de curarme<br />

en un plazo de ocho a diez meses y de ponerme en condiciones de caminar<br />

con una pierna ortopédica. Me ha contagiado su seguridad” (Carta a<br />

Glusberg, 4 de julio). Entre julio del 28 y junio del año siguiente, publica<br />

la serie de artículos titulada “Defensa del marxismo”, que ya desde este<br />

año proyecta reunir en un libro. En septiembre, publica “Aniversario y<br />

balance” en Amauta (N o 17), lo cual inicia la segunda jornada de la revista,<br />

que ahora se define explícitamente como socialista.<br />

Ayuda a fundar el Partido Socialista del Perú, del cual es nombrado<br />

Secretario General. Este partido propone abarcar la gran masa del artesanado,<br />

el campesinado pobre, los obreros agrícolas, el proletariado, y<br />

algunos intelectuales conscientes de la pequeña burguesía. Por lo tanto, se<br />

concibe como un partido con cierta amplitud dentro de la izquierda, pero<br />

cuya organización descanse sobre una base proletaria y cuya orientación<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

329


epresente los intereses de esta clase. En noviembre publica Siete ensayos<br />

de interpretación de la realidad peruana. En la “Advertencia” a este libro<br />

anuncia la preparación de un nuevo texto que llevará el título Ideología y<br />

política en el Perú. En 1929, en el informe autobiográfico que manda a<br />

Buenos Aires y a Montevideo, dirá de este libro y de los Siete ensayos:<br />

“[J.C.M.] Prepara actualmente un libro sobre política e ideología peruana,<br />

que será la exposición de sus puntos de vista sobre la Revolución<br />

Socialista en el Perú y la crítica del desenvolvimiento político y social del<br />

país, y bajo este aspecto la continuación de la obra cuyos primeros jalones<br />

son los 7 ensayos, en los que algunos han querido buscar una teorización<br />

política, algo que absolutamente no se proponían. . .”. Desgraciadamente<br />

nunca aparece el libro Ideología y política, y se dice que el texto se perdió<br />

en el correo.<br />

Comienza a sacar Labor, periódico de información y de extensión de la<br />

obra de Amauta.<br />

1929 Entre febrero y abril publica en Mundial su novela corta La novela y la<br />

vida: Sigfried y el profesor Canella. El 17 de mayo ayuda a fundar la<br />

Confederación General de Trabajadores del Perú.<br />

Manda sus tesis “El problema de las razas en la América Latina” y “Punto<br />

de vista antimperialista” a la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana<br />

en Buenos Aires. En la segunda de estas dos tesis, hace una<br />

importante distinción entre la situación de las repúblicas latinoamericanas,<br />

que son económicamente semicoloniales pero políticamente independientes,<br />

y los países semicoloniales de Asia, que todavía no han realizado<br />

su independencia política. En Latinoamérica, por su situación particular,<br />

ni “la burguesía, ni la pequeña burguesía en el poder pueden hacer una<br />

política antimperialista. Tenemos la experiencia de México, donde la<br />

pequeña burguesía ha acabado por pactar con el imperialismo yanqui”.<br />

Por lo tanto, “nuestra misión es explicar y demostrar a las masas que sólo<br />

la revolución socialista opondrá al avance del imperialismo una valla<br />

definitiva y verdadera”. En la reunión de Buenos Aires, el representante<br />

del Secretariado Sudamericano de la III Internacional reitera la oposición<br />

de este órgano a la constitución del Partido Socialista Peruano, considerándolo<br />

confusionista, aunque éste tenga que ser ilegal.<br />

J.C.M. también manda parte de la tesis sobre el problema de las razas al<br />

Congreso Constituyente de la C.S.L.A. en Montevideo.<br />

Desde el Congreso Anti-Imperialista de Francfort, Alemania, es nombrado<br />

miembro del Consejo General de la Liga Anti-Imperialista (órgano de<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

330


la III Internacional), y es encargado de organizar una sección de la liga en<br />

el Perú. En septiembre Labor es clausurado por el gobierno, y la casa de<br />

J.C.M. es allanada.<br />

Se prepara a trasladarse a la Argentina para poder seguir sacando Amauta<br />

sin la constante vigilancia que sufre bajo el régimen de Leguía.<br />

1930 Entre enero y marzo sigue con los preparativos para el viaje a Buenos<br />

Aires. Está lleno de planes para el futuro: “Tengo el proyecto de una<br />

novela peruana. Para realizarlo espero sólo un poco de tiempo y tranquilidad”<br />

(Carta a Glusberg, 18 de febrero). Espera poder publicar en España<br />

su libro Defensa del marxismo, que describe como “un trabajo que<br />

estimo exento de todo pedantismo doctrinal y de toda preocupación de<br />

ortodoxia” (Carta a Glusberg, 11 de marzo). Muere el 16 de abril. En su<br />

sepelio el secretario general de la CGTP dice de él, “Mariátegui es uno de<br />

los hombres de nuestras filas. Militó en ellas con la decisión más abnegada.<br />

Vino a nuestra clase, libre de todo compromiso, de toda vinculación con<br />

la clase a la cual él combatió. Ni periodista de periódico burgués, ni<br />

elemento universitario, Mariátegui es y permanecerá siendo un intelectual<br />

proletario”. Aníbal Quijano ha observado que Mariátegui muere justamente<br />

en el momento en que la lucha de clases en el Perú está llegando a<br />

un grado de agudización (1930-1933) que no ha vuelto a conocer después.<br />

Con su muerte, el socialismo peruano pierde al único líder capaz de atraer<br />

a las masas a sus filas. Al cabo de dos años, la CGTP habrá dejado de<br />

existir y el APRA habrá logrado aparecer como dirigente del movimiento<br />

popular en el país (Serie conferencias, UCV, Caracas, 1975). El último<br />

número de Amauta sale en agosto-septiembre.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

331


BIBLIOGRAFÍA


BIBLIOGRAFÍA<br />

OBRA DIRECTA<br />

El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy. Lima: Biblioteca Amauta,<br />

1950.<br />

– Lima: Biblioteca Amauta (Obras completas III, Serie Popular), 1959.<br />

Antología. Hugo Vallenas; compilador. Lima: Instituto Cambio y Desarrollo /<br />

Municipalidad Provincial de Piura (Col. Peruanos ilustres), 1994.<br />

El artista y la época. Lima: Biblioteca Amauta (Obras completas VI, Serie<br />

Popular), 1959.<br />

La escena contemporánea. Lima: Ed. Minerva, 1925.<br />

– Lima: Biblioteca Amauta (Obras completas I, Serie Popular), 1959.<br />

Cartas de Italia. Lima: Biblioteca Amauta (Obras completas XV, Serie Popular),<br />

1969.<br />

Defensa del Marxismo. Lima: Biblioteca Amauta (Obras completas V, Serie<br />

Popular), 1959.<br />

Figuras y aspectos de la vida mundial, I (1923-1925). Lima: Biblioteca Amauta<br />

(Obras completas XVI, Serie Popular), 1970.<br />

Figuras y aspectos de la vida mundial, II (1926-1928). Lima: Biblioteca Amauta<br />

(Obras completas XVII, Serie Popular), 1970.<br />

Figuras y aspectos de la vida mundial, III (1929-1930). Lima: Biblioteca Amauta<br />

(Obras Completas XVIII, Serie Popular), 1970.<br />

Historia de la crisis mundial. Lima: Biblioteca Amauta (Obras completas VIII,<br />

Serie Popular), 1959.<br />

Ideología y política. Lima: Biblioteca Amauta (Obras completas XIII, Serie<br />

Popular), 1970.<br />

Mariátegui total. Prólogo de Antonio Melis. Lima: Amauta & Vda. de Mariátegui<br />

e hijos, 1994.<br />

La novela y la vida: Siegfried y el profesor Canella. Lima: Biblioteca Amauta<br />

(Obras completas IV, Serie Popular), 1955.<br />

Páginas fundamentales. Hugo Vallenas; comp. Lima: Universidad Inca Garcilaso<br />

de la Vega / Instituto Cambio y Desarrollo, 1944. 206 p.<br />

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335


Peruanicemos al Perú. Lima: Biblioteca Amauta (Obras completas XIV, Serie<br />

Popular), 1970.<br />

Signos y obras. Lima, Biblioteca Amauta (Obras completas VII, Serie Popular),<br />

1959.<br />

7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. Lima: Biblioteca Amauta,<br />

1928.<br />

– Lima: Biblioteca Amauta, 1943.<br />

– Santiago de Chile: Ed. Universitaria, 1955.<br />

– Lima: Biblioteca Amauta (Obras completas II, Serie Popular), 1957.<br />

– Lima: Biblioteca Amauta, 1968.<br />

– La Habana: Universidad del Valle / Instituto Cubano del Libro, 1994.<br />

Sept Essais d’Interprétation de la Réalité Péruvienne. Preface du Robert Paris.<br />

Paris: François Maspero, 1969.<br />

“[Traducción al italiano de textos de José Carlos Mariátegui no publicados<br />

antes en esa lengua]”, Latinoamerica. Analisi testi dibattiti (Roma) N o 54-<br />

55 (1994). [Número dedicado a Mariátegui].<br />

Temas de nuestra América. Lima: Biblioteca Amauta (Obras completas XII,<br />

Serie Popular), 1960.<br />

OBRA INDIRECTA<br />

AGUIRRE GAMIO, Hernando. Mariátegui, destino polémico. Lima: Instituto<br />

Nacional de Cultura, 1975.<br />

ANGOTTI, Thomas. “Contributions of José Carlos Mariátegui to Revolutionary<br />

Theory”, Latin American Perspectives (California), v. 13 N o 2 (1986), pp.<br />

33-57.<br />

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México: Cuadernos de Pasado y Presente, 1980.<br />

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7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

336


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BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

337


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(Cuadernos del Sur), 1994.<br />

POSADA, Francisco. Los orígenes del pensamiento marxista en Latinoamérica:<br />

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PRADO, Jorge del. Mariátegui y su obra. Lima: Ediciones Nuevo Horizonte,<br />

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pensamiento peruano (Lima), N o 3 (1960), pp. 27-45.<br />

________. Seminario Internacional sobre la vida y obra de José Carlos Mariátegui.<br />

Lima, 1972.<br />

QUIJANO, Aníbal. Reencuentro y debate. Una introducción a Mariátegui. Lima:<br />

Centro de Investigaciones, CEIS, 1981.<br />

ROMERO, Emilio y César Lévano. Regionalismo y centralismo. Lima: Biblioteca<br />

Amauta (Serie Presencia y Proyección de los Siete ensayos), 1969.<br />

ROUILLON, Guillermo. “Prólogo”, Siete ensayos de interpretación de la realidad<br />

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1955, pp. xi-xxiii.<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

338


________. Bio-bibliografía de José Carlos Mariátegui. Lima: Universidad Nacional<br />

Mayor de San Marcos, 1963.<br />

________. La creación heroica de José Carlos Mariátegui: La Edad de Piedra<br />

(1894-1919). Lima, Editorial Arica, 1975.<br />

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Presencia y Proyección de los Siete ensayos), 1976, pp. 34-51.<br />

SEMIONOV, S. y A. Shulgovski. “El papel de José Carlos Mariátegui en la<br />

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1 (1960), pp. 65-82.<br />

SOBREVIL<strong>LA</strong>, David. El maxismo de José Carlos Mariátegui y su aplicación a<br />

los 7 ensayos. Lima: Universidad de Lima / Fondo de Desarrollo Editorial,<br />

2005.<br />

VAN<strong>DE</strong>N, Harry E. Mariátegui: influencias en su formación ideológica. Traducción<br />

de José María Ouimper. Lima: Biblioteca Amauta, 1975.<br />

VIL<strong>LA</strong>VER<strong>DE</strong> ALCALÁ-GALIANO, Luis. “El sorelismo de Mariátegui”,<br />

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WALKER GOGOL, Eugene. Mariátegui y Marx. La transformación social en los<br />

países en vías de desarrollo. México: Universidad Nacional Autónoma de<br />

México / Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos,<br />

1994.<br />

WIESSE, María. José Carlos Mariátegui: Etapas de su vida. 2 a ed. Lima: Biblioteca<br />

Amauta (Obras Completas de José Carlos Mariátegui, Ediciones Populares),<br />

1959, t. 10.<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

339


ÍNDICE<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong><br />

<strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

PRÓLOGO. JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI:<br />

REENCUENTRO Y <strong>DE</strong>BATE, por Aníbal Quijano .................................... IX<br />

TREINTA AÑOS <strong>DE</strong>SPUÉS: OTRO REENCUENTRO,<br />

por Aníbal Quijano ..................................................................................... CXIII<br />

CRITERIO <strong>DE</strong> ESTA EDICIÓN .......................................................... CXXXI<br />

Advertencia ........................................................................................................... 5<br />

Esquema de la evolución económica ................................................................. 7<br />

I. La economía colonial......................................................................... 7<br />

II. Las bases económicas de la República ........................................... 10<br />

III. El período del guano y del salitre .................................................. 13<br />

IV. Carácter de nuestra economía actual ............................................. 16<br />

V. Economía agraria y latifundismo feudal ........................................ 20<br />

El problema del indio ....................................................................................... 26<br />

Su nuevo planteamiento ............................................................................ 26<br />

Sumaria revisión histórica ......................................................................... 34<br />

El problema de la tierra .................................................................................... 39<br />

El problema agrario y el problema del indio........................................... 39<br />

Colonialismo-feudalismo ........................................................................... 41<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

341


La política del coloniaje: despoblación y esclavitud ............................... 44<br />

El colonizador español .............................................................................. 46<br />

La “Comunidad” bajo el coloniaje ........................................................... 50<br />

La Revolución de la Independencia y la propiedad agraria ................... 53<br />

Política agraria de la República ................................................................ 56<br />

La gran propiedad y el poder político ..................................................... 59<br />

La “Comunidad” bajo la República ......................................................... 62<br />

La “Comunidad” y el latifundio ............................................................... 68<br />

El régimen de trabajo. Servidumbre y salariado ..................................... 71<br />

“Colonialismo” de nuestra agricultura costeña ....................................... 78<br />

Proposiciones finales ................................................................................. 81<br />

El proceso de la instrucción pública ............................................................... 86<br />

La herencia colonial y las influencias francesa y norteamericana .......... 86<br />

La Reforma Universitaria: ideología y reivindicaciones ........................ 100<br />

Política y enseñanza universitaria en la América Latina ....................... 107<br />

La Universidad de Lima .......................................................................... 110<br />

Reforma y reacción .................................................................................. 113<br />

Ideologías en contraste ............................................................................ 125<br />

El factor religioso ............................................................................................ 134<br />

I. La religión del Tawantinsuyo ....................................................... 134<br />

II. La conquista católica ..................................................................... 140<br />

III. La Independencia y la Iglesia ....................................................... 154<br />

Regionalismo y centralismo ............................................................................ 161<br />

I. Ponencias básicas ........................................................................... 161<br />

II. Regionalismo y gamonalismo ........................................................ 165<br />

III. La región en la República ............................................................. 169<br />

IV. Descentralización centralista ......................................................... 174<br />

V. El nuevo regionalismo ................................................................... 178<br />

VI. El problema de la capital .............................................................. 180<br />

Proceso de la literatura ................................................................................... 191<br />

I. Testimonio de parte....................................................................... 191<br />

II. La literatura de la Colonia ............................................................ 195<br />

III. El colonialismo supérstite ............................................................. 199<br />

IV. Ricardo Palma, Lima y la Colonia ................................................ 204<br />

V. González Prada .............................................................................. 212<br />

VI. Melgar ............................................................................................. 221<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

342


VII. Abelardo Gamarra....................................................................... 223<br />

VIII. Chocano ....................................................................................... 225<br />

IX. Riva Agüero y su influencia. La generación “Futurista” .......... 230<br />

X. “Colónida” y Valdelomar ........................................................... 235<br />

XI. Nuestros “Independientes” ........................................................ 243<br />

XII. Eguren .......................................................................................... 245<br />

XIII. Alberto Hidalgo ........................................................................... 254<br />

XIV. César Vallejo ................................................................................ 258<br />

XV. Alberto Guillén ............................................................................ 266<br />

XVI. Magda Portal ............................................................................... 271<br />

XVII. Las corrientes de hoy. El indigenismo ....................................... 276<br />

XVIII. Alcides Spelucín .......................................................................... 291<br />

XIX. Balance provisorio ....................................................................... 294<br />

Notas ................................................................................................................ 299<br />

CRONOLOGÍA.............................................................................................. 321<br />

BIBLIOGRAFÍA ............................................................................................. 335<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

343


TÍTULOS PUBLICADOS <strong>DE</strong> ENSAYO SOCIO-POLÍTICO<br />

SIGLOS XIX-XX<br />

11<br />

GILBERTO FREYRE<br />

Casa-grande y senzala<br />

Prólogo y cronología: Darcy Ribeiro<br />

Traducción: Benjamín de Garay<br />

y Lucrecia Manduca<br />

12<br />

DOMINGO FAUSTINO<br />

SARMIENTO<br />

Facundo<br />

Prólogo: Noé Jitrik<br />

Notas y cronología:<br />

Susana Zanetti y Nora Dottori<br />

14<br />

MANUEL GONZÁLEZ PRADA<br />

Páginas libres. Horas de lucha<br />

Prólogo y notas: Luis Alberto Sánchez<br />

Cronología: Marlene Polo<br />

15<br />

JOSE MARTÍ<br />

Nuestra América<br />

Prólogo: Juan Marinello<br />

Selección y notas: Hugo Achugar<br />

Cronología: Cintio Vitier<br />

21<br />

JUSTO SIERRA<br />

Evolución política del pueblo mexicano<br />

Prólogo y cronología: Abelardo<br />

Villegas<br />

22<br />

JUAN MONTALVO<br />

Las Catilinarias y otros textos<br />

Selección y prólogo: Benjamín Carrión<br />

Cronología y notas:<br />

Gustavo Alfredo Jácome<br />

23-24<br />

Pensamiento político de la emancipación<br />

(1790-1825)<br />

Prólogo: José Luis Romero<br />

Compilación, notas y cronología:<br />

José Luis Romero y Luis Alberto<br />

Romero<br />

26<br />

Utopismo socialista (1830-1893)<br />

Prólogo, compilación, notas y<br />

cronología: Carlos M. Rama<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

345


30<br />

RAFAEL BARRETT<br />

El dolor paraguayo<br />

Prólogo: Augusto Roa Bastos<br />

Selección y notas: Miguel A. Fernández<br />

Cronología: Alberto Sato<br />

31<br />

Pensamiento conservador (1815-1898)<br />

Prólogo: José Luis Romero<br />

Compilación, notas y cronología:<br />

José Luis Romero y Luis Alberto<br />

Romero<br />

42<br />

FERNANDO ORTIZ<br />

Contrapunteo cubano del tabaco y el<br />

azúcar<br />

Prólogo y cronología: Julio Le Riverend<br />

43<br />

FRAY SERVANDO TERESA <strong>DE</strong><br />

MIER<br />

Ideario político<br />

Selección, prólogo, notas y cronología:<br />

Edmundo O’Gorman<br />

44<br />

FRANCISCO GARCÍA CAL<strong>DE</strong>RÓN<br />

Las democracias latinas de América. La<br />

creación de un continente<br />

Prólogo: Luis Alberto Sánchez<br />

Cronología: Ángel Rama<br />

Traducción: Ana María Juilliand<br />

45<br />

MANUEL UGARTE<br />

La nación latinoamericana<br />

Compilación, prólogo, notas y<br />

cronología: Norberto Galasso<br />

51<br />

Pensamiento de la Ilustración<br />

(Economía y sociedad iberoamericana<br />

en el siglo XVIII)<br />

Compilación, prólogo, notas y<br />

cronología:<br />

José Carlos Chiaramonte<br />

62<br />

FRANZ TAMAYO<br />

Obra escogida<br />

Selección, prólogo y cronología:<br />

Mariano Baptista Gumucio<br />

68<br />

Proyecto y construcción de una nación<br />

(Argentina 1846-1880)<br />

Compilación, prólogo y cronología:<br />

Tulio Halperin Donghi<br />

71-72<br />

Pensamiento positivista latinoamericano<br />

Compilación, prólogo y cronología:<br />

Leopoldo Zea<br />

97<br />

EUGENIO MARÍA <strong>DE</strong> HOSTOS<br />

Moral social. Sociología<br />

Prólogo y cronología:<br />

Manuel Maldonado Denis<br />

100<br />

FRANCISCO <strong>DE</strong> MIRANDA<br />

América espera<br />

Selección y prólogo:<br />

J.L. Salcedo-Bastardo<br />

Cronología: Manuel Pérez Vila<br />

y Josefina Rodríguez de Alonso<br />

Bibliografía: Horacio Jorge Becco<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

346


129<br />

FRANCISCO BILBAO<br />

El evangelio americano<br />

Selección, prólogo y bibliografía:<br />

Alejandro Witker<br />

Cronología: Leopoldo Benavides<br />

133<br />

Pensamiento político de la emancipación<br />

venezolana<br />

Compilación, prólogo y cronología:<br />

Pedro Grases<br />

Bibliografía: Horacio Jorge Becco<br />

134<br />

AUGUSTO CÉSAR SANDINO<br />

Pensamiento político<br />

Selección, prólogo, notas, cronología<br />

y bibliografía: Sergio Ramírez<br />

150<br />

SIMÓN RODRÍGUEZ<br />

Sociedades americanas<br />

Prólogo: Juan David García Bacca<br />

Edición y notas: Oscar Rodríguez Ortiz<br />

Cronología: Fabio Morales<br />

Bibliografía: Roberto J. Lovera De-Sola<br />

155<br />

El anarquismo en América Latina<br />

Selección y notas: Carlos M. Rama<br />

y Ángel J. Cappelletti<br />

Prólogo y cronología: Ángel J.<br />

Cappelletti<br />

156<br />

EZEQUIEL MARTÍNEZ ESTRADA<br />

Diferencias y semejanzas entre los<br />

países de la América Latina<br />

Prólogo: Liliana Weinberg de Magis<br />

Cronología y bibliografía:<br />

Horacio Jorge Becco<br />

160<br />

LEOPOLDO ZEA<br />

La filosofía como compromiso de<br />

liberación<br />

Prólogo, cronología y bibliografía:<br />

Liliana Weinberg de Magis y Mario<br />

Magallón<br />

167<br />

JOAQUIM NABUCO<br />

Un estadista del imperio y otros textos<br />

Selección, prólogo, notas, cronología<br />

y bibliografía: Francisco Iglesias<br />

170<br />

ESTEBAN ECHEVERRÍA<br />

Obra selecta<br />

Selección, prólogo, notas, cronología<br />

y bibliografía: Beatriz Sarlo y Carlos<br />

Altamirano<br />

164<br />

<strong>LA</strong>UREANO VALLENIL<strong>LA</strong> <strong>LA</strong>NZ<br />

Cesarismo democrático y otros textos<br />

Selección, prólogo, cronología y<br />

bibliografía: Nikita Harwich Vallenilla<br />

177<br />

JORGE BASADRE<br />

Perú: problema y posibilidad y otros<br />

ensayos<br />

Selección, prólogo y cronología:<br />

David Sobrevilla<br />

Bibliografía: Miguel Ángel Rodríguez<br />

Rea<br />

180<br />

DARCY RIBEIRO<br />

Las Américas y la civilización<br />

Prólogo: María Elena Rodríguez Ozán<br />

Cronología y bibliografía: Mercio<br />

Pereira Gomes<br />

Traducción: Renzo Pi Hugarte<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

347


181<br />

JOSÉ VASCONCELOS<br />

Obra selecta<br />

Estudio preliminar, selección, notas,<br />

cronología y bibliografía: Christopher<br />

Domínguez Michael<br />

200<br />

JUAN GERMÁN ROSCIO<br />

El triunfo de la libertad sobre el<br />

despotismo<br />

Selección, prólogo, cronología y<br />

bibliografía: Domingo Miliani<br />

212<br />

ALBERTO ADRIANI<br />

Textos escogidos<br />

Selección, prólogo y bibliografía:<br />

Armando Rojas<br />

Cronología: Miguel Szinetar<br />

Gabaldón<br />

227<br />

JUAN BAUTISTA ALBERDI<br />

Política y sociedad en Argentina<br />

Prólogo, cronología y bibliografía:<br />

Oscar Terán<br />

7 ENSAYOS <strong>DE</strong> <strong>INTERPRETACIÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>REALIDAD</strong> <strong>PERUANA</strong><br />

348


Este volumen, el LXIX de la Fundación Biblioteca Ayacucho,<br />

se terminó de imprimir en agosto de 2007, en los talleres<br />

de Editorial Arte, Caracas, Venezuela.<br />

En su diseño se utilizaron caracteres roman, negra y cursiva<br />

de la familia tipográfica Simoncini Garamond,<br />

tamaños 9, 10, 11 y 12.<br />

En su impresión se usó papel Hansa mate 60 gr.<br />

La edición consta de 2.000 ejemplares<br />

(500 empastados y 1.500 en rústica).<br />

revoluciónde laconciencia


ANÍBAL QUIJANO<br />

Docente e investigador en varias<br />

universidades de América Latina, Europa y<br />

Estados Unidos. Autor, entre otros de:<br />

Nacionalismo, imperialismo y militarismo en<br />

el Perú (1971), Imperialismo, clases sociales y<br />

estado en el Perú (1978), Reencuentro y<br />

debate. Una introducción a Mariátegui (1981);<br />

La economía popular y sus caminos en<br />

América Latina (1998). Director del Centro<br />

de Investigaciones Sociales (CEIS) de Lima y<br />

director de la revista Anuario mariateguiano.<br />

ELIZABETH GARRELS<br />

Profesora de literatura hispanoamericana en<br />

el Massachusetts Institute of Technology,<br />

Estados Unidos, desde 1979. Ha publicado<br />

entre otros: Mariátegui y la Argentina:<br />

Un caso de lentes ajenos (Ediciones<br />

Hispamérica, 1982) y Las grietas de la<br />

ternura: Nueva lectura de Teresa de la Parra<br />

(Monte Ávila, 1987). Es también editora y<br />

co-traductora de la primera traducción<br />

completa al inglés de Recuerdos de Provincia,<br />

la autobiografía de Domingo. F. Sarmiento<br />

(Recollections of a Provincial Past, Oxford<br />

University Press, 2005).<br />

Portada: Detalle de Cuesta de Pumacurco (1933)<br />

de Camilo Blas (1903-1986).<br />

Óleo 0,63 x 0,58 m.<br />

Colección Museo Banco Central de<br />

Reserva del Perú,<br />

Lima.


José Carlos Mariátegui<br />

(1894-1930)<br />

SIN <strong>LA</strong> INSISTENCIA mariateguiana en el lugar necesario de la “comunidad<br />

indígena” en la trayectoria de toda revolución socialista en estas tierras […]<br />

el nuevo imaginario revolucionario que se va constituyendo en el nuevo<br />

horizonte histórico, tardaría mucho más en madurar, en hacerse perceptible<br />

como un proceso de producción democrática de una sociedad democrática,<br />

aprendiendo a vivir con estado y sin estado, con mercado y sin mercado, al<br />

mismo tiempo, frente a las tendencias de hiper-fetichización del mercado,<br />

asociadas a una re-medievalización de la subjetividad, que el capitalismo<br />

mundial ya está tratando de imponer, para perpetuar la globalización de<br />

toda la población del mundo bajo un único patrón de poder.<br />

Es pues ahora el tiempo de reconocer que sin esos momentos de<br />

subversión teórica contra el eurocentrismo, en el movimiento de la reflexión<br />

mariateguiana, la investigación actual no hubiera podido llegar en medio de<br />

la crisis actual, a percibir que el entero patrón de poder mundial es,<br />

precisamente, una configuración histórica específica, en la cual uno de los<br />

ejes constitutivos es la idea de “raza”, como el fundamento de todo un<br />

nuevo sistema de dominación social, del cual el eurocentrismo es uno de los<br />

más eficaces instrumentos; y el otro eje es la articulación de todos los<br />

“modos de producción” en una única estructura de producción de<br />

mercaderías para el mercado mundial, precisamente como Mariátegui<br />

alcanzó a percibir en la economía peruana de su tiempo.<br />

Aníbal Quijano<br />

Colección Clásica

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